TRIDUO PASCUAL JUEVES SANTO La Eucaristía vespertina, llamada Misa de la Cena del Señor, es hoy el acto central, al que se convoca a todos sacerdotes y fieles. La comunión, la comunidad, la fraternidad en torno a la Eucaristía y el mandamiento del amor en torno a la persona de Jesús son las dos realidades a resaltar en esta celebración. El Jueves Santo es el Día del Amor Fraterno. El amor entendido como servicio, como entrega: Tomad y comed, este es mi cuerpo entregado por vosotros. El lavatorio de los pies es un gesto de servicio, cuyo significado es explicado por el propio Jesús: "Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis". El monumento no es un recuerdo de Cristo preso y mucho menos de la sepultura de Jesús. Es una invitación a expresar nuestra fe en la Eucaristía y en consecuencia nuestra fe en que sólo la actitud de servicio es la que da sentido a la vida del hombre. El monumento es ocasión de meditación y de oración. CELEBRACIÓN DEL JUEVES SANTO EN LA CENA DEL SEÑOR Monición de entrada. Hermanos: En esta tarde Santa, a la misma hora aproximadamente en la que Jesús se reunió con sus discípulos para celebrar la Cena Pascual; nosotros, como comunidad creyente, nos unimos también a su Mesa, reviviendo aquel momento entrañable. Jesús, sabía que aquella era su "ultima cena"; sabía que estaba decretada su muerte. Por eso antes de despedirse de los suyos, quiso resumir con unos gestos todo el sentido de su vida y de su Palabra: Partió el pan y se los dio a sus discípulos. Tomó una copa de vino y la repartió entre ellos. "Haced esto en memoria mía". Una vez terminada la Cena, se quitó el manto, echó agua en una jofaina y se puso a lavarles pies a los que estaban con Él. 1 Desde entonces, generaciones de cristianos, de todos los tiempos y de todas las razas, han conservado vivos estos recuerdos y los han transmitido hasta nosotros. Hermanos: Vivamos con intensidad este momento, dejándonos transformar por la Palabra de Dios y, por la comunión en su Cuerpo, y así crezca la fraternidad entre todos los hombres. OREMOS. Señor, Dios nuestro: nos has convocado esta tarde para celebrar aquella misma Cena en que tu Hijo, antes de entregarse a la muerte, confió a tu Iglesia el banquete de tu amor, la Eucaristía, el Sacrificio Nuevo de la Alianza Eterna. Te pedimos que la celebración de estos santos misterios, nos lleven a alcanzar la plenitud del amor y de la vida. Por NSJC. LITURGIA DE LA PALABRA Monición a la primera lectura. La primera lectura tomada del Éxodo, nos recuerda la antigua institución cuando Dios ordenó a los hebreos que inmolasen en cada familia un animal "sin defecto". En aquella misma noche iniciarían la marcha hacia la tierra prometida. "Es la Pascua, el paso del Señor" por en medio de Israel, para liberarlo de la esclavitud de Egipto. Este rito se repetía cada año en recuerdo de tal hecho. PROCLAMACIÓN DE LA LECTURA. Ex 12, 1-8.11-14 Lectura del libro del Éxodo En aquellos días, dijo el Señor a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto: - Este mes será para vosotros el principal de los meses; será para vosotros el primer mes del año. Di a toda la asamblea de Israel: el diez de este mes cada uno procurará un animal para su familia, uno por casa. Si la familia es demasiado pequeña para comérselo, que se junte con el vecino de casa, hasta completar el número de personas; y cada uno comerá su parte hasta terminarlo. Será un animal sin defecto, macho, de un año, cordero o cabrito. Lo guardaréis hasta el día catorce del mes y toda la asamblea de Israel lo matará al atardecer. Tomaréis la sangre y rociaréis las dos jambas y el dintel de la casa donde lo hayáis comido. Esa noche comeréis la carne, asada a fuego, y comeréis panes sin fermentar y verduras amargas. 2 Y lo comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano; y os lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua, el Paso del Señor. Yo pasaré esta noche por la tierra de Egipto y heriré a todos los primogénitos del país de Egipto, desde los hombres hasta los ganados, y me tomaré justicia de todos los dioses de Egipto. Yo, el Señor. La sangre será vuestra señal en las casas donde habitáis. Cuando yo vea la sangre, pasaré de largo ante vosotros, y no habrá entre vosotros plaga exterminadora, cuando yo hiera al país de Egipto. Este será un día memorable para vosotros y lo celebraréis como fiesta en honor del Señor, de generación en generación. Decretaréis que sea fiesta para siempre. Palabra de Dios 2.- SALMO 115 EL CÁLIZ QUE BENDECIMOS, ES LA COMUNIÓN DE LA SANGRE DE CRISTO ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho ? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre. Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles. Señor, yo soy tu siervo, hijo de tu esclava; rompiste mis cadenas Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocando tu nombre, Señor. Cumpliré al Señor mis votos, en presencia de todo el pueblo. Monición a la segunda lectura. Jesús elige la celebración de la Pascua judía para instituir la Eucaristía, la Nueva Pascua. Si dentro de pocas horas la muerte le arrebatará de la tierra, en la Eucaristía, se perpetua su presencia viva y real hasta el fin de los siglos. Es el Pan vivo que da vida eterna a los hombres. PROCLAMACIÓN DE LA LECTURA. 1 Cor. 11, 23-26 Lectura de la primera carta del Apóstol San Pablo a los Corintios Hermanos: 3 Yo he recibido una tradición que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó un pan y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo: "Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía". Lo mismo hizo con le cáliz, después de cenar, diciendo: "Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que bebáis, en memoria mía". Por eso, cada vez que coméis de este, pan y bebáis del cáliz proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva. Palabra de Dios PROCLAMACIÓN DEL EVANGELIO. S. Juan 13, 1-15 Lectura del santo Evangelio según San Juan Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando (ya el diablo le había metido en la cabeza a Judas Iscariote, el de Simón, que lo entregara) y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido. Llegó a Simón Pedro y éste le dijo: - Señor, ¿lavarme los pies tú a mí? Jesús le replicó: - Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde. Pedro le dijo: - No me lavarás los pies jamás. Jesús le contestó: - Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo. Simón Pedro le dijo: - Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza. Jesús le dijo: - Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos. (Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios.») Cuando acabó de lavarles los Pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: -¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis «El Maestro» y «El Señor», y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el 4 Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los, pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis. Palabra del Señor ORACION DE LOS FIELES 1.- OREMOS POR LOS NIÑOS DEL MUNDO. Por los millones de niños que sufren violencia y explotación. Por los millones de niños que sufren enfermedad y hambre. Por los millones de niños que sufren muerte premeditada. - Para que obtengan el derecho a la vida, a una familia y la esperanza de un futuro mejor. Roguemos al Señor. 2.- OREMOS POR LOS JÓVENES. Por todos los que van quedando marginados a causa del fracaso escolar. Por los que tras años de esfuerzo y superación tienen serias dificultades para acceder a su primer puesto de trabajo. Por tantos jóvenes desencantados que escogen el camino falso del alcohol y de la droga. Por los que no se deciden a adquirir compromisos definitivos de cara al amor, a la fe y a la comunidad. - Para que tengan las fuerzas necesarias para vivir con ilusión y esperanza. Roguemos al Señor. 3.- OREMOS POR LOS ANCIANOS. Por tantas mujeres y hombres que han acumulado una experiencia amplia y profunda en la vida. - Para que llenemos su vida de ternura, cariño y consideración y, sepamos empaparnos de su experiencia. Roguemos al Señor. 4.- OREMOS POR NOSOTROS MISMOS. Para que seamos capaces de saludarnos mutuamente en la paz; y vivamos siempre unidos por la comprensión, la tolerancia y el perdón. Oremos por las naciones y los pueblos, en guerra o enfrentados por intereses económicos y comerciales, para que recobren la tranquilidad, la libertad, la justicia y la paz. Roguemos al Señor. 5 5.- OREMOS POR LAS MUJERES. En especial por las del Tercer Mundo, con sus manos atareadas sobre la tierra y la espalda cargada de hijos, acostumbradas a multiplicar lo que no tienen. Por las mujeres que con su modo de luchar, de amar, de vivir y en ocasiones de morir, han ido trazando un camino hermoso de relaciones humanas. Roguemos al Señor. 6.- OREMOS POR LOS INMIGRANTES Y, las mayorías económicamente débiles. Para que nuestro corazón se abra a ellos y, aceptando sus diferencias, acojamos la inmensa riqueza que nos aportan con sus formas de ser y de vivir. Que veamos con claridad, en ellos la imagen de que Tú eres el Padre de todos. Roguemos al Señor. Examen: ¿Cómo vivo la Eucaristía, el sacramento de la entrega total de Cristo? ¿Me ciño o me dejo ceñir con la actitud de servicio en favor de los demás? ¿Agradezco al Señor el beneficio de la Redención recibido a costa de su ofrenda en la Cruz? ORACIÓN DE ADORACIÓN NOCTURNA Noche de oración. Seguimos una vieja tradición eclesial que recoge la misma acción de Jesús: después de instituir la Eucaristía, se retiró con los suyos a orar. Así se preparó inmediatamente Él para la entrega. Es conveniente hacer silencio personal para el diálogo íntimo con el Señor, desde el fondo del corazón. Meditación y contemplación de los símbolos del pan y del vino durante unos segundos. Señor, ¡qué gesto de generosidad y de entrega el tuyo! ¡Qué ganas de ser compañero cercano y alimento de los tuyos! Señor, te entregas por nosotros. Te quedas al alcance de nuestras manos, pero siempre velado por el misterio para que nadie te manipule. TOMAD Y COMED... Danos, Señor, hambre de ti. 6 Somos tantos los que nos decimos seguidores tuyos y te dejamos a un lado..., olvidado. Tú no te olvidas de nosotros. En esta tarde nos recuerdas: «No tendrás un dios extraño, no adorarás un dios extranjero; yo soy el Señor Dios tuyo, que te saqué del país de Egipto; abre la boca que te la llene» (Sal 80). TIEMPO DE SILENCIO - TIEMPO DE ORACIÓN Meditación y contemplación de Jesús en el huerto de los Olivos o de Jesús orante. Mira bien. Mira a tu Señor orando. Está ahí en diálogo con su Padre. Se siente hombre. Ve venir todo lo que se avecina. Suda. Suda sangre. Soporta una lucha interior. Y dice: «Que pase este cáliz». «Mi alma está triste». Está hundido... Con tú, como yo, como tantos hombres y mujeres que sienten el peso de la responsabilidad y que se encuentran sin fuerzas, depresivos, contradictorios, cansados de seguir al Maestro... Pero este Jesús recurre a quien le puede dar fuerza: a su Padre. Jesús elige el camino que tiene salida: la oración. Y se siente amado por el Padre; por eso se siente con fuerzas para entregarse a todo lo que sea. Mientras Jesús lucha en su interior, entre elegir la voluntad del Padre o echarse para atrás, los amigos duermen. Se ha rodeado de amigos que a la hora de la verdad no le ayudan: duermen. El apoyo de Jesús no son los suyos. El único apoyo que Jesús tiene es el Padre. Siente que es verdad, tremenda verdad, la oración del salmo: «El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra». Quizás tú has tenido momentos como éste de Jesús, momentos duros en la vida o los estás pasando. Has recurrido a los amigos, y te han echado una mano..., pero tú sabes bien que, al final, la decisión y la palabra última es la que tú pronuncias, la que tú das en la soledad de tu interior, en la presencia del Dios vivo. En esta noche de oración, cuando el sueño te acecha, cuando tienes la tentación de los discípulos de echarte a dormir por el cansancio, por la 7 hora..., en esta noche de oración, en compañía de Jesús, pregúntate cosas como éstas: ¿Cuándo rezo? ¿Qué diálogo mantengo con el Señor? ¿Es para mí la oración un deber o es algo natural que me surge del corazón porque Dios está en mi corazón? Mientras los discípulos dormían, Él, en diálogo con su Padre, ha dicho sí a la entrega, sí a perder la vida, sí a no ser nada, sí a la cruz, sí a lo difícil, sí al amor que había predicado. El amor no son palabras: el amor son gestos de entrega. Ahí está: ha dejado que se apoderen de Él. Sabe muy bien cuál va a ser el precio. Pero también sabe lo que es el precio del amor. Todo lo que se entrega por amor no hace mal a nadie. Todo lo que se entrega por amor no se pierde, aunque la vida se pierda. El amor no tiene nada que ver con el egoísmo. El amor no anda midiendo nada. El amor sólo da. Mientras Él se entrega, los que se llaman sus amigos se dispersan y le dejan solo. La hora de la verdad es dura. La verdad hay que afrontarla en solitario. La hora de la verdad es de pocos amigos... Las decisiones hay que elaborarlas en el corazón. Tú puedes dormir o puedes entrar en el corazón y velar y orar... Tú puedes dormir o puedes preguntarte qué haces en la vida, qué haces de tu vida, qué haces con tu vida, a quién y cómo entregas tu vida... PETICIONES - Por los que viven adorando ídolos... - Por los que no saben arrodillarse... - Por los que no escuchan la voz de Dios... - Por los que viven abandonados a sus antojos... - Por los que no saben orar... - Por los que no quieren la cruz como compañera... - Por los que duermen en vez de tomar decisiones... - Por los que no saben amar... - Por los que sólo viven para ellos... - Por los que entregan su vida en silencio... - Por los que mueren por los demás... - Por los que huyen ante la realidad dura... - Por los que se ocultan en la noche para no dar la cara... 8 - Por los que sienten miedo a decir la verdad... - Por los cobardes de corazón... - Por los que arrastran su vida sin tomar postura... - Por los que malgastan su vida... (Haz tu propia petición.) Se va así dando el paso hacia el centro de reflexión del Viernes Santo que es la Pasión del Señor, pasión que sigue hoy siendo realidad en muchos hombres y mujeres de nuestro mundo. Las fuerzas del mal siguen actuando. Pero el triunfo será Amor de Dios. VIGILAD Y ORAD Entra en Getsemaní, en el Huerto donde impera la noche, la tristeza, el agotamiento, el desaliento. Pocas escenas del Evangelio representan con más realismo la experiencia del hombre moderno y con frecuencia la experiencia de la comunidad cristiana, que el Huerto de los Olivos en la noche de la traición. (Giuliano Amidei (s. XIV-XV), La oración en el Huerto) Tres avisos quedan grabados en la memoria de los evangelistas como enseñanza del Maestro, que no habla de memoria, sino que comparte el secreto con los suyos, para que salgan vencedores en la tentación. El primer secreto: «Sentaos aquí, mientras voy allá a orar» (Mt 26, 36). «Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad conmigo» (Mt 26, 38). Jesús ha necesitado la compañía humana, amiga, aunque ésta se queda a una distancia infranqueable. Nos enseña que en algunos momentos de la vida es muy importante tener próximos a los amigos, poder decirles el corazón, expresar el sentimiento más íntimo. Jesús no es el invulnerable, el valiente insensible, el fuerte solitario. Nos ha enseñado que es buena la amistad, que es necesaria la comunidad, que es mandamiento el amor mutuo. ¡Cómo ayuda saber que están junto a ti los que te quieren, aunque no pueda ser en cercanía física! Jesús invitó a sus discípulos a acompañarlo. Muchas otras veces se había retirado Él solo al monte, en la espesura de la noche y en las latitudes del descampado, para orar. Esta noche nos dice que en los momentos recios es bueno tener cerca a los que amas. El segundo secreto: «Pedid que no caigáis en tentación» (Lc 22, 40). «¿Cómo es que estáis dormidos? Levantaos y orad para que no caigáis en 9 tentación» (Lc 22, 46). «Simón, ¿duermes?, ¿ni una hora has podido velar? Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil» (Mc 14, 37-38). Jesús reconoce nuestra vulnerabilidad, Él se sabe también frágil y comprende muy bien los sentimientos humanos, las reacciones psicológicas evasivas. El sueño es manifestación de defensa. No se resuelve el problema evadiéndolo, ni dejando pasar las cosas sin afrontarlas, ni reaccionando de manera inconsciente. Jesús recomienda dos actitudes para el momento de la prueba, la vigilancia y la oración. Hay veces que acontece lo peor por no estar atentos, porque se descuidan la sensibilidad y la prudencia. La astucia, la cautela, la vigilia son referencias evangélicas frente a los que puedan hacernos daño. Jesús insiste en la oración. Los humanos consuelan. Los amigos son necesarios, pero el Maestro nos deja como testamento una llamada apremiante para la hora oscura. En el tiempo de las tinieblas, la luz proviene de la oración, de la súplica, del grito de socorro, con la certeza de saberse escuchado. El creyente ora y atraviesa el cerco del abismo hablando con Dios. El tercer secreto: « ¡Abbá, Padre! Todo es posible para ti; aparta de mí esta copa, pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú» (Mc 14, 36). «Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú» (Mt 26, 39). «Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22, 42). Jesús clama: “¡Abba!” Éste es el desafío más grande que tiene el cristiano. En cualquier circunstancia, siempre, el creyente sabe que tiene por Padre a Dios, y desde esta certeza se atreve a abrazar unos acontecimientos que se muestran terribles. Jesús nos ha enseñado a orar, y cuando nos ha apremiado a hacerlo, deberemos recordar su lección. Cuando oréis, decid: “Padre Nuestro”. Si nosotros, que somos malos, nos compadecemos de los que sufren, Dios ¿no va a tener compasión de nosotros? El creyente llega a sentir, en medio de la oscuridad y de las tinieblas, el cayado del Buen Pastor. En la noche suprema, Jesús se abrazó a la voluntad de su Padre. Es la sabiduría cristiana por excelencia, que no se haga mi voluntad, sino la de Dios. Y en la peor encrucijada, no pedir otra cosa que lo que Dios quiera, y nos sorprenderemos de la fuerza que nos asiste y de la paz que nos acompaña. 10 PARA LA LECTURA ESPIRITUAL La fecha de la Última Cena. (Pasaje del libro "Jesús de Nazaret” de Benedicto XVI) El problema de la datación de la Última Cena de Jesús se basa en las divergencias sobre este punto entre los Evangelios sinópticos, por un lado, y el Evangelio de Juan, por otro. Marcos, al que Mateo y Lucas siguen en lo esencial, da una datación precisa al respecto. «El primer día de los ácimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos: "¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?"... Y al atardecer, llega él con los Doce» (Mc 14,12.17). La tarde del primer día de los ácimos, en la que se inmolaban en el templo los corderos pascuales, es la víspera de Pascua. Según la cronología de los Sinópticos es un jueves [...] Esta cronología se ve comprometida por el hecho de que el proceso y la crucifixión de Jesús habrían tenido lugar en la fiesta de la Pascua, que en aquel año cayó en viernes. Es cierto que muchos estudiosos han tratado de demostrar que el juicio y la crucifixión eran compatibles con las prescripciones de la Pascua. Pero, no obstante tanta erudición, parece problemático que en ese día de fiesta tan importante para los judíos fuera lícito y posible el proceso ante Pilato y la crucifixión. Por otra parte, esta hipótesis encuentra un obstáculo también en un detalle que Marcos nos ha transmitido. Nos dice que, dos días antes de la Fiesta de los Ácimos, los sumos sacerdotes y los escribas buscaban cómo apresar a Jesús con engaño para matarlo, pero decían: «No durante las fiestas; podría amotinarse el pueblo» (14,1s). Sin embargo, según la cronología sinóptica, la ejecución de Jesús habría tenido lugar precisamente el mismo día de la fiesta. Pasemos ahora a la cronología de Juan. El evangelista pone mucho cuidado en no presentar la Última Cena como cena pascual. Todo lo contrario. Las autoridades judías que llevan a Jesús ante el tribunal de Pilato evitan entrar en el pretorio «para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua» (18,28). Por tanto, la Pascua no comienza hasta el atardecer; durante el proceso se tiene todavía por delante la cena pascual; el juicio y la crucifixión tienen lugar el día antes de la Pascua, en la «Parasceve», no el mismo día de la fiesta. Por tanto, la Pascua de aquel año va desde la tarde del viernes hasta la tarde del sábado, y no desde la tarde del jueves hasta la tarde del viernes. Por lo demás, el curso de los acontecimientos es el mismo. El jueves por la noche, la Última Cena de Jesús con sus discípulos, pero que no es una cena 11 pascual; el viernes -vigilia de la fiesta y no la fiesta misma-, el proceso y la ejecución. El sábado, reposo en el sepulcro. El domingo, la resurrección. Según esta cronología, Jesús muere en el momento en que se sacrifican los corderos pascuales en el templo. Él muere como el verdadero Cordero, del que los corderos pascuales eran mero indicio [...]. Juan tiene razón: en el momento del proceso de Jesús ante Pilato las autoridades judías aún no habían comido la Pascua, y por eso debían mantenerse todavía cultualmente puras. Él tiene razón: la crucifixión no tuvo lugar el día de la fiesta, sino la víspera. Esto significa que Jesús murió a la hora en que se sacrificaban en el templo los corderos pascuales. Que los cristianos vieran después en esto algo más que una mera casualidad, que reconocieran a Jesús como el verdadero Cordero y que precisamente por eso consideraran que el rito de los corderos había llegado a su verdadero significado, todo esto es simplemente normal [...]. Jesús era consciente de su muerte inminente. Sabía que ya no podría comer la Pascua. En esta clara toma de conciencia invita a los suyos a una Última Cena particular, una cena que no obedecía a ningún determinado rito judío, sino que era su despedida, en la cual daba algo nuevo, se entregaba a sí mismo como el verdadero Cordero, instituyendo así su Pascua [...]. Una cosa resulta evidente en toda la tradición: la esencia de esta cena de despedida no era la antigua Pascua, sino la novedad que Jesús ha realizado en este contexto. Aunque este convite de Jesús con los Doce no haya sido una cena de Pascua según las prescripciones rituales del judaísmo, se ha puesto de relieve claramente en retrospectiva su conexión interna con la muerte y resurrección de Jesús: era la Pascua de Jesús. Y, en este sentido, Él ha celebrado la Pascua y no la ha celebrado: no se podían practicar los ritos antiguos; cuando llegó el momento para ello Jesús ya había muerto. Pero Él se había entregado a sí mismo, y así había celebrado verdaderamente la Pascua con aquellos ritos. De esta manera no se negaba lo antiguo, sino que lo antiguo adquiría su sentido pleno. El primer testimonio de esta visión unificadora de lo nuevo y lo antiguo, que da la nueva interpretación de la Última Cena de Jesús en relación con la Pascua en el contexto de su muerte y resurrección, se encuentra en Pablo, en 1 Corintios 5,7: «Barred la levadura vieja para ser una masa nueva, ya que sois panes ácimos. Porque ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo» (cf. Meier, p. 429s). Como en Marcos 14,1, la Pascua sigue aquí al primer día de los Ácimos, pero el sentido del rito de entonces se transforma en un sentido cristológico y existencial. Ahora, los «ácimos» han de ser los cristianos mismos, liberados de la levadura del pecado. El cordero 12 inmolado, sin embargo, es Cristo. En este sentido, Pablo concuerda perfectamente con la descripción joánica de los acontecimientos. Para él, la muerte y resurrección de Cristo se han convertido así en la Pascua que perdura. Podemos entender con todo esto cómo la Última Cena de Jesús, que no sólo era un anuncio, sino que incluía en los dones eucarísticos también una anticipación de la cruz y la resurrección, fuera considerada muy pronto como Pascua, su Pascua. Y lo era verdaderamente. VIERNES SANTO Motivación El acto principal de este día es la celebración de la Pasión del Señor, que tiene tres momentos claves: la liturgia de la palabra, la adoración de la Cruz y la comunión. Es importante que la comunidad comprenda con toda claridad que hoy no se celebra la Eucaristía por la muerte del Señor. La celebración de hoy es la expresión de un misterio que nos sobrecoge y nos sobrepasa: el misterio del dolor y la muerte; el misterio del inocente fracasado que muere; el misterio del triunfo del egoísmo, la injusticia y el mal sobre el bien. Todo esto es una realidad que no podemos esquivar ni negar; todo esto acontece en el mundo, y Jesús (Dios) lo asume y lo experimenta en sí. Hoy más que nunca hay que hacer comprender a la comunidad que lo que estamos celebrando no es una doctrina, sino la muerte de Dios en la cruz, porque su amor por nosotros le ha llevado a compartir nuestra historia, llena de muerte. La primera parte de la celebración es la liturgia de la palabra en la que destaca la lectura de la Pasión según S. Juan. La Adoración de la Cruz es un acto de fe y de amor y desde esa perspectiva hay que entenderla. La comunión se realiza con el pan consagrado ayer, porque hoy no se celebra la Eucaristía. .-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-. LAS SIETE PALABRAS DE JESÚS EN LA CRUZ PRIMERA PALABRA Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc 23,34). 13 "Y cuando llegaron al lugar llamado La Calavera, lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Y se repartieron sus ropas, echándolas a la suerte". (Lc 23,33-34) Hablar de la cruz es hablar del perdón. ¡Quién puede comprenderlo! De ahí el escándalo de la cruz. Sí, puede constituir un verdadero obstáculo para la fe. Ya el apóstol san Pablo lamentaba que a algunos les resultase un obstáculo la idea de un Mesías crucificado y que otros consideraran que era un vano absurdo. ¡Un Dios crucificado! ¡Imposible! ¿No será una locura de unos exaltados? En la humillación de la cruz está nuestra fuerza y la fuente de sabiduría cristiana. Una paradoja. El instrumento de insulto y humillación se transforma en triunfo y gloria. Jesús vence a Satanás, el pecado y la muerte a través del fracaso aparente de la cruz. Un misterio. ¿Habría podido, Dios, redimir al mundo de tal manera que Cristo no hubiese tenido que pasar por el martirio?. Rotundamente, sí. Pero por qué ha sido necesario es un secreto divino que hay que contemplar con silencio y agradecimiento. Pensando que Dios actúa acomodándose a nuestra manera de ser. El dolor, surco de vida, es asumido por el mismo Dios. Demasiado a menudo olvidamos el dolor como forja de la madurez y elemento de humanización. Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. ¿No aclara eso el misterio del amor que implica la cruz de Cristo? ¿No es más clara la coherencia del Señor? El no ha dicho simplemente palabras, no ha expuesto doctrinas a los demás, sino que su vida entera es un hecho. Recordemos como Pedro, un buen día, se acerca a Jesús y le dice: Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces? La respuesta de Jesús ya la sabemos: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Después de esta lección, ¿causa extrañeza que Jesús pida al Padre el perdón de los que le crucifican? Pidiendo el perdón para sus verdugos, lo pide para la humanidad entera. Pide también tú perdón. La muerte de Jesús es luz que ilumina toda su vida. Y revela la inmensidad del amor de Dios. Cristo, siempre libre, vive la muerte con lucidez. Nada puede ensombrecer su corazón. Ni en el tormento hay un indicio de rencor. Sólo grandeza de Dios, resumida en aquello de: Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su propio Hijo... para la salvación del mundo. No, la 14 generosidad del Hijo de Dios no es ninguna sorpresa. Es de pura lógica. La mezquindad no cabe en el corazón del Señor. El misterio del Calvario es cada vez más luminoso. Perdonar es signo de grandeza. Es la prueba de que el amor en plenitud nunca se puede extinguir. Siempre, como el agua viva, busca caminos para renacer. El amor divino no es un amor cualquiera. No es un amor que, porque está herido, se retrae. El amor de Dios es gratuito. Es fidelidad y misericordia. Lo revela un texto profético estremecedor y reconfortante: ¿Es que una madre puede olvidarse del hijo se sus entrañas? Pues aunque una madre se olvidara de su hijo, yo no me olvidaría nunca de ti. Perdonar es grandeza. Una muestra de verdadero coraje. Vengarse, aunque sea sólo diciendo mal del que nos ha ofendido, está al alcance de todos. Perdonar es un acto que sólo lo pueden llevar a cabo los que tienen un espíritu recio. El Cristo del perdón y de la gracia llama a sus seguidores a saber perdonar siempre. Es decir, a volver a amar. Amar de verdad, sin ningún lastre. Amar, no como fruto de la justicia de las aplausos, sino de la misericordia, la única realidad que hace posible el amor. El primer paso de todo bien es el perdón. Con la seguridad de que el mal es vencido por el amor. Y eso aparece tan claro, en el caso de la muerte del Señor, que es desconcertante. Nos pone en evidencia. También nosotros hemos de ser magnánimos. Aquí, ante el Crucificado, somos llamados al perdón. Perdón en el seno de las familias. El esposo que perdone a su esposa, y la esposa a su esposo. Que hijos y padres se reconcilien de todo corazón. Que los parientes que ni se saludan sean capaces de rehacer los lazos de la sangre. Que la generosidad sea aplicada en la vida social y también en la de la comunidad cristiana. Perdonar es la expresión de la grandeza del hombre, creado a imagen de Dios y de Cristo. Claro está que a menudo somos sujetos de injusticia. Lo decimos: "Fíjate en lo que me han hecho. A mí, que no me lo merecía, y que tanto había hecho por ellos... “¿Y Cristo? ¡Él había actuado mucho mejor que nosotros! ¡Callemos, no nos quejemos! Dirijamos al Padre, en el silencio, una súplica de perdón por los enemigos, por los que nos ofenden y por los que nos molestan. Cuando hayamos pedido así de corazón, saldremos a la calle con el corazón limpio para actuar con serenidad ante el prójimo y permanecer en el camino de la tolerancia. Y nos iremos disponiendo para perdonar siempre que sea necesario. Sabiendo que el único camino posible de vida es la reconciliación. Y que, en el perdón, está implicada la esperanza. 15 Oh Dios, que nos mandas, amar a los que nos amargan, concédenos seguir de tal modo los mandamientos de la nueva ley que devolvamos bien por mal y sepamos sobrellevarnos mutuamente con amor. Por Jesucristo nuestro Señor. SEGUNDA PALABRA "Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lc 23, 43). "Uno de los malhechores colgados le insultaba: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!» Pero el otro le reprendió diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vayas a tu Reino». Jesús le dijo: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso»" (Lc 23, 39-43). Aparece en este momento la grandeza del perdón de Dios. El ladrón suplicante recibe la seguridad de su entrada en el Paraíso. Aquí se hace patente que nuestro Dios es un Dios al que el hombre puede acudir confiadamente. Con la seguridad de que su compasión actuará a favor nuestro. La escena del buen Dimas ensancha nuestro corazón. Es una invitación a la confianza y la prueba de la salvación. Basta que el pecador se arrepienta y que pida el perdón. La respuesta de Dios será inmediata y eficaz. Dios siempre perdona. No se lo piensa dos veces antes de otorgar su misericordia. El amor de Padre es como un resorte automático. Nunca deja de oír la sinceridad de sus hijos. Dios es siempre fiel, aunque nosotros le seamos infieles. La gran lección de la Pasión la da el Señor. Pero este ladrón, este hombre de mala fama, ajusticiado con causa, se convierte también en maestro reconociendo a Jesucristo y queriendo borrar un pasado de pecado. Morirá en paz. Con la seguridad de que la misericordia de Dios puede rehacer siempre la vida del hombre. Dios, que quiere que todos los hombres se salven, se las ingenia para que sea realidad, una y otra vez, la conversión del pecador. Da la posibilidad de redimir, en Jesús, toda la vida. La promesa de Jesús al buen ladrón es una promesa hecha a todos los hombres que le reconozcan. Se trata de poner toda la esperanza en el crucificado. Se trata de darse cuenta de la desviación del pecado. Se trata de querer tener toda la vida centrada en Aquel que es Evangelio, gozo y bondad. En una palabra, el corazón debe abrirse a la gracia de Dios que todo lo transforma y todo lo redime. 16 La promesa de Jesús es el Paraíso. Una palabra sugerente, sagrada y significativa para los israelitas. Sabemos que se trata del cielo. Nosotros somos peregrinos, vivimos lejos de la patria... Esperamos un cielo y una tierra nuevos. Nuestra fe se convertirá, un día, en visión de Dios. Habremos alcanzado la salvación, la plenitud personal, el gozo que andábamos buscando. Sintámonos llamados, hoy mismo, a rehacer nuestras vidas. Pidamos a Jesús que nos abra las puertas del Reino. El encuentro con Cristo perdonador se da en el sacramento de la penitencia. El, resucitado, lo constituyó para el perdón de los pecados cometidos después del bautismo. !Que suerte tener un sacramento que procura la reconciliación con Dios a través del ministerio de la Iglesia! Sí, Cristo dio el Espíritu Santo a los Apóstoles para que ellos y sus sucesores perdonaran los pecados en nombre de Dios, nuestro Padre. Vale la pena que recurramos al sacramento del perdón a menudo. Tengamos conciencia de pecadores, es decir, de necesitados de Dios. Sabemos que sin Él nada podemos. Estamos inclinados al pecado y, a veces, pecamos. Pero, en el sacramento, el Padre nos abre los brazos como hizo con el hijo pródigo, Cristo nos carga sobre sus espaldas como el buen pastor acoge la oveja perdida y el Espíritu Santo habita con más fuerza en el templo del corazón humano. Valoremos, pues, el sacramento de la penitencia. Y, al mismo tiempo, sepamos que, cuando Dios perdona, nuestra vida debe proseguir adelante. No hay que mirar para atrás. Se trata de compensar el pecado a base de hacer el bien desde el momento del perdón. No, el perdón de Dios, valga la expresión, no es barato, no es una suerte de rebajas. No, el amor, en el mismo que lo recibe, es exigente. El perdón siempre es llamada a un cambio de vida, a una nueva vida. Por eso la palabra de Jesús al buen ladrón es una fuerte llamada a la santidad. Cristo, desde la Cruz, en este Viernes Santo, me llama a una sincera conversión. Sí, a aquella conversión que tantas veces intuyes y que no te atreves a abrazar. Sé generoso. Entrégate confiadamente al Redentor. Tu conversión se transformará en gozo maravilloso. Reza pidiendo perdón. ¿No oyes la respuesta? Pidamos la gracia de una buena muerte, que implica también una vida fiel y la capacidad de levantarse del pecado. Oh Dios, que nos has creado a tu imagen y has querido que tu Hijo muriera por nosotros. Concédenos orar de tal manera en toda ocasión, que podamos salir de este mundo sin pecado y que merezcamos descansar con alegría en el seno de tu misericordia. Por Jesucristo nuestro Señor. 17 TERCERA PALABRA "Mujer, ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu madre" (Jn 19,26-27). "Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa" (Jn 19,25-27). Los evangelios hablan a menudo de la autoridad de Jesús. Una autoridad fuerte y real. No como la de los escribas. Y no parece que el reconocimiento de los valores humanos fuera propio de los escribas, y el poder opresivo una característica de Jesús, al contrario. Incluso, en la muerte, en el fracaso aparente a los ojos del mundo, la autoridad de Jesús tiene una enorme densidad. Su muerte es lúcida. El domina las circunstancias. La autoridad de Jesús se ejerce en su señorío y se basa en su persona. El hace brotar nuestra obediencia. Una obediencia que no perturba al hombre, sino que le abre caminos de libertad y de amor. Obediencia que libera de la esclavitud de los sentidos y de los ídolos que, a pesar de los halagos, lo devorarían. Jesús, en la cruz, después de pedir el perdón para los demás y de salvar al compañero de suplicio, se dirige, ahora, a los suyos. A su Madre y al amigo del alma. Y, en ellos, a todo su Pueblo, a su Iglesia toda. Una buena disposición autoritativa y solemne. En el gran momento de la redención, ante Dios y el mundo, María, la Virgen es proclamada Madre de todos los hombres. La Virgen María continuará teniendo un hijo y, con él, miles de millones de hijos únicos. Será el amor de una madre no agotado, siempre creador. Ahora, todos nos sabemos más hijos en el Hijo. Hijos de santa María Virgen. Hermanos de un mismo Padre. Confiados al consuelo de la Madre. La Madre que es Madre de la Iglesia. Hoy tenemos que fijar nuestra mirada en María, la corredentora. El Papa Juan Pablo II, en la encíclica "La Madre del Redentor", presenta este acontecimiento tan emotivo y lo denomina el "testamento de la cruz". Escribe bellamente: “La Madre de Cristo... es dada al ser humano -a cada uno y a todos- como Madre. Este hombre al pie de la cruz es Juan "el discípulo que tanto quería”. Pero no está solo junto a la cruz. Siguiendo la tradición, el Concilio no duda en llamar a María "Madre de Cristo, madre de todos los humanos". Porque está "unida a la estirpe de Adán con todos...; más aún, es verdaderamente madre de los hermanos de Cristo por el hecho de haber cooperado con su amor al nacimiento de los fieles en la Iglesia". Por consiguiente, esta "nueva maternidad de María", engendrada por la fe, es el 18 fruto del nuevo amor que maduró en ella definitivamente al pie de la cruz, por medio de su participación en el amor redentor del Hijo. La Iglesia se sabe reunida en torno a María. La admira y la imita. De ahí la importancia de la oración a la Virgen María, madre de los pecadores y consuelo de los afligidos. La Madre de Dios nos ayuda a vivir fielmente la vida cristiana. Los fieles la amamos de corazón y le dirigimos nuestras necesidades con confianza. La relación con la Madre de Dios es garantía del seguimiento sincero de su Hijo, Jesucristo. Señor Jesús, que, en la hora suprema de la cruz, nos diste a tu Madre; haz que sepamos imitar su fidelidad y que vivamos fielmente como miembros de la santa Madre Iglesia. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. CUARTA PALABRA "¡Dios mío, Dios mío! ¿ por qué me has abandonado? " ( Mt 27, 46). "Desde la hora sexta la oscuridad cayó sobre la tierra hasta la hora nona. Y alrededor de la hora nona clamó Jesús con fuerte voz: «¡Elí,Elí! ¿lamá sabactaní?», esto es, «¡Dios mío, Dios mío ¿ por qué me has abandonado»? Al oírlo algunos de los que estaban allí dijeron: «A Elías llama éste»." (Mt 27, 45-47). En medio de la oscuridad estremecen las palabras de Cristo: ¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?. Palabras impresionantes, reveladoras de la agonía o lucha interior de Cristo en el momento de su muerte cruel. No sólo muere clavado, desangrándose, con un sufrimiento inenarrable, sino que muere abandonado y despreciado. Las burlas y las carcajadas acompañan su ejecución. El grito de Cristo nos parece como imposible. Pero es abiertamente escandalosa la postura de los verdugos, especialmente de los sentenciosos. ¿Es que no hay ya compasión en este mundo? ¿Por qué nos obstinamos en el árbol caído? ¿No es de cobardes jactarse ante un hombre que está clavado en un madero? El grito de Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, no podía ser otro. Pasa por una profunda desolación. Él como hombre perfecto tiene una sensibilidad que observa las agresiones con toda fidelidad. ¡Cuál sería, pues, la ilógica de aquella hora! Nosotros mismos lo reconocemos. Sólo merece un único nombre: injusticia. La expresión de Jesús pertenece a un salmo-lamentación que acaba en acción de gracias. 19 Del mismo es también la séptima palabra: Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu. Este salmo trata del sufrimiento del justo como experiencia de abandono de Dios. Pero, a pesar de todo, sabe que Dios es Señor y que le salva para una vida nueva. Las palabras de Jesús, por tanto, expresan su angustia profunda, pero también son oración confiada. Está todo el dolor de los pecados del mundo. Pero también el amor del Padre que le ama. Del Padre a quien ama. Este Padre permite que la humanidad del Hijo quede ahogada en un abismo infinito de dolor y de penas. El cielo cerrado. La tierra que lo rechaza. Jesús en el vértice de su agonía, suspendido entre el cielo y la tierra pecadora. Abrazado a la cruz. El amor al Padre le sostiene en ella. Y también el amor a sus hermanos. Un amor crucificado. Sólo este grito que expresa un dolor sin medida: ¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado? El abandono de Dios puede parecer fuerte en determinados momentos de la historia personal y social. En el sufrimiento intenso, uno puede tener la sensación de que se ha apagado el amor del Padre, que no actúa como debería. ¿Es que Dios continúa siendo Padre en mi dolor o en la miseria de los inocentes? Una pregunta bien dura. Pide, por un lado, confianza para descubrir el bien que aporta el sufrimiento. Sí, es fuente de madurez y de redención. No, no es por el placer ni la facilidad que el hombre se realiza y se redime. Por otro lado, el dolor del mundo es una llamada a lanzarnos a favor del bien de nuestros semejantes. El padecimiento de los necesitados es un grito a nuestros corazones, una llamada a compartir. No se trata de atascarse en la búsqueda de una solución teórica al problema del mal, sino de ser eficientes en la compasión. De estar dispuestos a ponernos al servicio de los más desheredados, de los enfermos, de los que necesitan el pan cotidiano y el pan del amor. Sí, la Iglesia debe oír el grito de los que casi no pueden ni gritar -tanta es la limitación- y debe ser Iglesia de comunión. Los cristianos se favorecen en la medida que practican las obras de misericordia. Con ello hacen obra de humanidad. Realizan una aportación social a favor de aquellos que son presencia especial de Cristo. Jesús, que sufrió lo indecible, nos invita a acoger siempre la voluntad de Dios. Hemos de ser fuertes, especialmente cuando entra en juego la causa de Dios como valor absoluto de la vida. Fortaleza es el nombre del don que ha sostenido a los mártires y santos. De tantos sufridores -en el silencio o en el grito espeluznante- que lo han dado todo por el Señor. Que han asumido la 20 causa de los demás. La angustia de tantos que han pasado pruebas difíciles y que han sabido esperar contra toda esperanza. Ante la Cruz se puede hablar hoy en tono fuerte. Se trata de ser fieles a pesar de todo. De vaciarse y de tener plena confianza en Cristo, a pesar de todos los fracasos, de todos los absurdos históricos o de ser víctima inocente. Sufrir y morir. Compartir el dolor y la muerte de Cristo. Así se tiene parte en el misterio liberador que, a lo largo de los siglos, da fortaleza y coraje a los hombres y a las mujeres que saben abandonarse a la misericordia de Dios. Las palabras de Cristo provocan el eco de aquellas que escribió Pablo a los cristianos de Roma: Estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni lo presente, ni lo futuro, ni las potestades, ni la altura, ni la profundidad, ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro. Dios omnipotente y misericordioso, mira benignamente nuestra aflicción, alivia la pena de tus hijos, confírmanos en la fe, para que no dudemos de tu providencia de Padre. Por Jesucristo nuestro Señor. QUINTA PALABRA "Tengo sed" (Jn 19,28). "Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo: «Tengo sed». Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca" (Jn 19, 28-29). Jesús tiene sed. Como todos los chiquillos lo habría dicho infinidad de veces a su Madre al llegar a casa. Habría pedido de beber al llegar fatigado a casa de Lázaro, Marta y María. Lo dice ahora, deshidratado por la pérdida de sangre. Tiene la garganta reseca y la lengua se le pega al paladar. La sed es signo de las ganas de vivir. Todos sabemos que nuestro cuerpo necesita el agua. Es una realidad fundamental. El chiquillo apaga su sed con una pasión de toda su persona, el caminante bebe y se siente reconfortado... Cristo tiene sed. La sed del que ansía vivir. No obstante, la vida se le escurre. Tiene sed de vida y de dar vida. Por eso muere: por la vida de todos los hombres y mujeres. Y su muerte se convertirá en resurrección, en vida plena. Ha venido al mundo para que tengamos vida y vida abundante. Su sed reclama fuentes de agua para la vida eterna. Recuerda el agua regeneradora del Bautismo y de las lágrimas de la Penitencia. Tiene sed de que nosotros deseemos con avidez el Espíritu Santo, el bien. ¡Cuánta sed tenemos! Tanta, que corremos ansiosos detrás de muchas cosas que no la apagan. Como la 21 mujer Samaritana vamos a buscarla al pozo de la vida. Y olvidamos que nuestra auténtica sed sólo Dios la puede saciar. No nos engañemos, podemos intentar beber en las criaturas y en la realidad mundana. Podemos beber en la belleza humana, en la riqueza, en el placer, en el prestigio, en la opinión pública... Pero, nos encontraremos que la sed persiste. Sólo el que bebe de la roca viva, que es Cristo, consigue vivir con la serenidad del que posee el agua necesaria para realizar su vocación de criatura creado y salvado. Tenemos sed de vivir, de alegría y de felicidad. Todos corremos a buscar el agua que puede ser nuestro remedio. Acudamos a Dios. Tenemos que descubrir lo que dijo el salmista: Oh Dios, mi alma está sedienta de ti; mi carne tiene ansia de ti como tierra reseca, agostada, sin agua. En la Vigilia Pascual, cuando la Iglesia bendecirá las fuentes bautismales y nos pedirá que renovemos las promesas del bautismo, comprenderemos que para tener la vida eterna necesitamos el agua y el Espíritu Santo que nos hacen renacer. El grito de la sed de Jesús llega especialmente a los jóvenes, que con tanto afán os abrís a la vida. Vuestra generosidad debe encaminaros a la verdad que hace libres y que es el mismo Cristo. Entregaos como él a Dios y a los hermanos. Sentiréis saciada vuestra sed. Y desvelaréis la sed de amor en un mundo que sólo encontrará su destino en una civilización del amor, como le gustaba llamarla Juan Pablo II. La sed de Jesús es también sed de vocaciones sacerdotales y de personas dedicadas a los demás por amor a Dios. Jóvenes, si oís la llamada del Señor, escuchadlo. Como el joven Samuel, que servía en el Templo, tened la valentía de decir: ¡Aquí estoy, Señor! Oremos con las palabras del salmo: "Mi alma te busca, a ti, Dios mío; tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios? Como busca la cierva comentes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío". SEXTA PALABRA "Todo está cumplido" ( Jn 20, 30) "Cuando Jesús tomó el vinagre, dijo: «Todo está cumplido». Inclinó la cabeza y entregó el espíritu" (Jn 20,30). Jesús muere. Las Escrituras se han cumplido. Ahora viene a cuenta la expresión del salmo: Puertas, levantad vuestros dinteles, alzaos puertas eternas, para que entre el rey de la gloria. 22 Y también el dicho del evangelio de Juan: Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero y a tu enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado en la tierra llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar. Se ha realizado el deseo de Dios. El Verbo plantó la tienda entre los hombres. Se encarnó de María Virgen. Ha sido Luz y Vida. Nos ha manifestado a todos el nombre de Dios. Ahora sabemos que Dios es Padre. En Cristo, revelador del Padre, hemos recibido gracia tras gracia. Sí, los humanos podemos llamarnos hijos de Dios. La fe es semilla que germina en vida divina. La persona humana, en Cristo, recupera su dignidad fundamental. La que Dios le asignó en la aurora de la creación. El nombre de Dios, revelado a Moisés en la zarza ardiendo sin consumirse, llega a plenitud a través de Jesús. Sabemos que Dios es el que salva. Jesús ha glorificado al Padre. Ha realizado fielmente la obra para la cual fue enviado. Ahora tendrá lugar su Pascua, su éxodo, su retorno al Padre. Por ello, deben alzarse los dinteles y las puertas eternas. Porque viene el Rey vestido de blanco, el Cordero vivo y degollado. Jesús muere y, en su muerte, tiene cumplimiento pleno el misterio de la encarnación redentora. Jesús es el hombre justo. El Justo por excelencia. Ha cumplido fielmente la obra de Dios. No se ha desviado lo más mínimo del camino de fidelidad al Padre. Nació pobre en Belén, fue un muchacho emigrante, vivió una vida de familia sencilla, entró en Jerusalén montado en un asno como rey pacífico y murió humillado en la cruz. Con una humillación que causa horror. Apenas es posible sostener la mirada en su rostro: su deformidad repugna y asusta. Es realmente el hombre. Todo es consecuencia de su misión realizada con toda perfección. Todo se ha cumplido. Todo ha sido como debía ser. El hombre justo ha sido llevado injustamente al suplicio. El hombre honesto ha sufrido la más absurda condenación. El hombre bueno rabiosamente perseguido. Toda la bondad cuelga del madero de la cruz. La lucha ha cesado. No hay ni fuego del cielo ni ejércitos celestiales que confundan al enemigo. Sólo hay el fuego del amor de Cristo y el aguante firme de los pecados de todos. Ante tal testimonio decimos con devoción: Levantaos dinteles, levantaos, puertas eternas, para que entre el Rey de la gloria. Porque nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Y nosotros somos sus amigos. Todo se ha acabado. Pero ya no hay nada que no tenga sentido. Todo tiene una dirección y un significado. Para comprenderlo todo, uno tiene que 23 colocarse en el corazón del Señor. Desde Dios hay que mirar ahora la vida y la muerte, todo aquello en lo que estamos implicados, lo que es éxito y lo que es fracaso. Todo, absolutamente todo, tiene un significado y un cumplimiento en Cristo. Porque en El estamos siempre. Las puertas del cielo se han abierto. Se han unido el cielo y la tierra. Un gran don. Un don amado y costoso. Fue y es la voluntad del Padre que no quiere que nadie se pierda. Como reza la primera carta de san Juan: «En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él». Si vivimos este amor, si hacemos camino con el corazón abierto al Dios del Amor, la desesperación y el absurdo jamás anidarán en nuestro interior. El aguijón de la muerte ha sido vencido. Sólo el que tiene la certeza del amor inagotable de Dios conoce el coraje de amar. El mandamiento nuevo es para pecadores convertidos y perdonados a quienes el Cordero de Dios ha desarmado. La muerte de Jesús siempre desconcierta. Nos desconcierta. Ya les sucedió a los apóstoles. Pero el desconcierto nos lleva a conocer el verdadero amor. El amor que es cumplimiento en el darse. Amor que es Eucaristía. Enciende, Señor, nuestros corazones con el Espíritu de amor para que, teniendo tus mismos sentimientos, te amemos sinceramente en los hermanos. Por Jesucristo nuestro Señor. SEPTIMA PALABRA "Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23,46) "Era ya eso de mediodía, y vinieron las tinieblas sobre toda la región, hasta la media tarde; porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu». Y dicho esto, expiró". (Lc 23,44-46). Jesús siempre en contacto con el Padre, muere abandonándose a sus manos. El, siempre Hijo, entrega su vida como tal. Momento impresionante, el de la muerte del Señor, pero también instante sereno y bienaventurado. Una muerte que es, en último término, dulce hermana del hombre. Presagio del triunfo del que ha vivido como justo. Muerte que es sólo un paso -una Pascua- hacia el Padre. Aquel que había venido de lo alto, a lo alto retorna. Nuestra muerte es así: un retorno al que es nuestro origen, nuestro Creador y Redentor. El Hijo de Dios muere con confiada serenidad. No es la impotencia del que ya está extenuado. Es la plegaria del que sabe que Dios es el Amor. Y que el 24 Amor -en mayúsculas- es digno de toda confianza. Una apuesta absoluta. Una apuesta que merece la pena. Porque es la verdad más auténtica. En el abandono a las manos del Padre se hace realidad el deseo de plenitud del ser humano. Vemos la muerte de Jesús y, con esta visión, reciben consuelo nuestros llantos, luz nuestras contradicciones, la misma muerte nos habla del gozo que comporta el alcanzar la patria verdadera... Vemos la muerte del Señor y sentimos como una mezcolanza de gozo y fuerza... El Padre de Cristo se nos revela como nuestro Padre. Y nos sentimos con ganas de vivir dignamente para poder tener una muerte digna. A pesar de nuestra pequeñez y de nuestros pecados, el Padre nos abre sus brazos. Sabemos que nos espera una vida en plenitud, eterna. Y que la salvación está ligada al ese amor misericordioso de Dios que nos llevará a realizar, en nuestras vidas, buenas obras que dignifiquen nuestro mundo. Con Cristo que caminó desde el Portal de Belén hasta la Gloria, pasando por el Calvario, también nosotros queremos caminar por los caminos de nuestra vida con el corazón puesto en el Padre del cielo y con un amor eficaz para los hermanos. Contemplemos a Jesús. El cuerpo desnudo y el alma vacía. Rechazado por todos. Solo, muy solo. Pero él es el Cristo de la confianza. Porque Dios era su roca inquebrantable que lo sostenía. Se entrega plenamente. Ahora aparece, como nunca, la grandeza del Señor. Su muerte es completa y su sacrificio perfecto. Desde ahora, morir será compartir la muerte de Jesús. Tener parte en el misterio redentor que, a lo largo de los siglos, salva a todos los que abren el corazón a la misericordia de Dios. La vida y la muerte de Jesús revelan su confianza total en el Padre del cielo. La confianza que nos recomendó en el sermón de la montaña no era sólo palabras: era realidad. Podemos recordar, aquí, el salmo 130: No pretendo grandezas que superan mi capacidad; sino que acallo y modero mis deseos, como un niño en brazos de su madre. Aquel que siempre fue el Hijo y vivió como tal, aquel que puso a los pequeños como modelo de su seguimiento, nos deja la lección de lo que es ser hijo: confiar plenamente en las buenas manos del Padre. Y nos pide que vivamos como hijos que confían en Dios también cuando las cosas no salen como nosotros querríamos, y cuando se nos oscurece el panorama espiritual. Jesús, en su muerte cruel, nos dice que podemos confiar plenamente en Dios. Y que nuestra confianza no se verá nunca defraudada. 25 El texto evangélico dice que Jesús expiró. Habla de la entrega de aquella vida que siempre fue entregada. A nosotros expirar -entregar el espíritu- nos recuerda el Espíritu Santo que el Señor nos entrega en su resurrección y el día de Pentecostés. Nosotros recibimos el Espíritu de Jesús, el Espíritu prometido. Ahora se va. Pero no nos dejará huérfanos. Enviará al Espíritu Santo que guiará a su Iglesia y orientará el corazón de los fieles. El Espíritu viene a asegurarnos que seguir a Cristo vale la pena. Que la razón la tiene Jesús y no los que lo condenaron. El Espíritu nos ayuda a superar el escándalo de la fe. En la duda nos da certeza, en las dificultades nos fortalece, en la fatiga es reposo y en la tristeza consuelo. El Espíritu Santo es la fuerza de los mártires y los santos. Es nuestra fuerza. Nos ha sido dado en el Bautismo y en la Confirmación. Nos asiste y nos guía. Nos ha conducido hasta aquí, para grabar en nuestro corazón la Pasión del Señor y para decir al Crucificado que él es el Salvador del mundo y el Rey del universo. El Espíritu nos mueve a celebrar la Pascua de este año como un paso adelante en nuestra santificación. Ante el Cristo muerto, sintámonos hijos del Padre del cielo. Vivamos como hijos. Con una oración constante. Hijos de Dios. Hijos de la Iglesia que, siempre dóciles, no buscan más que vivir las bienaventuranzas. Hijos, siempre entregados, siempre a punto de devolver el don de la vida a quien es nuestro Creador y Salvador. Dios, misericordioso y eterno, a quien podemos llamar Padre, aumenta en nosotros el espíritu filial, para que merezcamos alcanzar la herencia prometida. Por Jesucristo nuestro Señor. SABADO SANTO El Sábado Santo tradicionalmente siempre ha sido un día de silencio, Cristo ha muerto. Los discípulos están desconcertados, quienes seguían a Cristo no saben qué hacer, se sienten engañados, abandonados, el Salvador de Israel ha muerto. María está sola, su Hijo ya no está. De aquí que el Sábado Santo invite a la soledad, a escuchar nuestro interior, a dialogar con María y con Juan, el discípulo que acogió en su casa a María. Cuando se hace referencia al silencio, a la soledad viene a nosotros un lugar físico, el Desierto, allí se retiraba la gente para orar, porque desierto es lugar de silencio, de cercanía de Dios, de contemplación, pero también de 26 prueba y despojo, de búsqueda y respuesta, de oración, de luz y de amor (puedes tener presente cada una de estas palabra en el día de hoy). Hoy te invito a hacer desierto, a que te encuentres con Cristo, el Cristo crucificado que por amor a nosotros murió en la cruz, que te encuentres con María y le acompañes en su soledad y por último que te encuentres contigo mismo, entra en lo profundo de ti, allí donde sólo estás tú con Jesús. Es un día en el que no hay lugar para el miedo. En este día sería muy bueno, si es posible, acercarnos al sacramento del perdón, de acercarnos a Cristo y reconocer nuestros fallos, nuestras debilidades; pero sobre todo vamos a descubrir que a quien quiere de verdad es a nosotros, nuestros pecados ya los ha olvidado; Jesús quiere nuestro corazón arrepentido porque nos ama con locura. Si hoy experimentamos esto nuestra vida sería una vida vivida desde el amor, en definitiva desde Cristo. Hemos acompañado a Jesús hacia la cruz. A un Jesús roto, crucificado, muerto. Junto a Él ha estado María, en silencio, sin hacerse notar. Ahora ya no hay nada, hasta la cruz está vacía... y María sola. A su lado está Juan, el discípulo amado. Él conoció a Jesús, vivió con Él y el Maestro le confió a su Madre. También estamos cada uno de nosotros junto a María y a Juan, queremos acompañarlos en su dolor y revivir lo vivido con Jesús. Hoy va a ser un día para revivir la experiencia de amor y servicio del jueves, de dolor y muerte del viernes y de toda nuestra vida junto a Jesús. Partiremos del presente, Jesús ha muerto, ya no está junto a nosotros y surge la pregunta: si Cristo ha muerto, ¿mi fe puede ser una ilusión? ¿En quién se apoya? Pero la fuerza para vivir la duda del presente y superarla es recordar, traer a nuestra cabeza y corazón lo experimentado con Jesús, esos momentos que lo he sentido tan cerca, que he hablado con él y que ni la distancia física me podría separar de Él. (A. Machado dice “todo es según se recuerda”). Y queda el futuro... Hoy ante la cruz sola, hay que dar una respuesta cargada de amor, de esperanza, porque Cristo... REALMENTE VIVE EN CADA UNO DE NOSOTROS. Jn. 19, 25-27: “Jesús dijo a su Madre: ahí tienes a tus hijos, a Juan y a todos aquellos que te quiera acoger. Miró con cariño a Juan y nos mira a nosotros y nos dice: ahí tenéis a mi Madre ¿queréis acogerla junto a vosotros?” 27 LOS SIGNOS DE LA PASCUA Cada signo tiene un significado profundo, que muchas veces se nos escapa. Vamos a tratar de acercarnos a algunos de los signos de la Pascua, pero antes de ello, tenemos que caer en la cuenta de que cada signo nos está hablando de Jesús, nos sitúa ante su presencia real en cada uno de nosotros, en la comunidad reunida en su nombre, en el sacerdote que preside la celebración, en la palabra que se proclama, en el pan y el vino que se nos regala como alimento.... Para prepararnos a participar con mayor intensidad la próxima Pascua, intentaremos recordar y reconocer algunos de los signos que vivimos en cada Misa y que nacen fundamentalmente de la Pascua de Jesús. Pascua significa el paso de Dios que libera al pueblo. Es el compromiso de Dios con su pueblo, su alianza y contrato. Jesús se une a esta historia y la supera: establece un nuevo pacto, una alianza nueva y definitiva. Es la Pascua de Jesús, es la Nueva Alianza, es la Luz y la Vida para todos. A nosotros, que nos consideramos seguidores de Jesús, se nos invita a unirnos a Él, a optar definitivamente por El. Celebramos la Pascua en la medida en que nuestra vida sea reflejo y actualización de la vida de Jesús. Nuestro seguimiento a Jesús ha de actualizar dos dimensiones: nuestra opción y adhesión personal a Jesús y nuestro compromiso por realizar lo que El hizo: crear la fraternidad. Y este camino lo hacemos como Iglesia. No somos islas separadas, somos una comunidad que refleja la vida de Jesús. Los signos de nuestras celebraciones solamente tienen sentido si los vivimos como pueblo de Dios, como Iglesia. Textos para la oración. La Pascua judía: Éxodo 12,1 - 14 La Pascua de Jesús: Mateo 26, 17-30 El signo de la Pascua: Juan 13, 1-17 Actualización de la Pascua de Jesús: 1 Cor. 11, 23-26 EL SIGNO DE LA PALABRA Las personas se comunican de muchas formas y en ellas se comprometen. La palabra es, quizás, la expresión más humana de comunicación. Dios se quiere hacer comprensible para nosotros y nos habla con palabras que sean accesibles a nuestra realidad. Jesús es la Palabra de Dios, es el modo de hablar de Dios. Las lecturas que se proclamas en cada Misa expresan la historia de esa Palabra de Dios, se nos presentan estas lecturas para que abramos nuestros 28 ojos al proyecto de acción de Dios entre los hombres. Acudimos a la Palabra para descubrir y notar qué dice Dios y, sobre todo, qué quiere decirnos hoy y ahora. Porque la Palabra de Dios es una Palabra viva y eficaz hoy. Lo que dice se cumple: crea, da paz, ofrece esperanza.... La Palabra de Dios nos invita a acogerla con una actitud especial: apertura, escucha, respeto. De ese modo ponemos los medios necesarios para que esa Palabra entre en nuestro corazón y dé su fruto. PIENSA Y COMPARTE: * A veces una frase de la Biblia te ha iluminado un aspecto de tu propia vida, ¿recuerdas alguna en particular? * ¿Qué palabras de vida necesita hoy el mundo en que vives? * Imagínate que es Dios quien siembra y que tú eres la tierra que acoge la semilla: ¿qué frutos puedes ofrecer a los demás? Textos para la oración Éxodo 20, 1-21 Hebreos 1, 1-2 Juan 1, 1-14 Juan 13, 34-35 EL SIGNO DE LA LUZ-TINIEBLAS Descubrimos la necesidad de la luz cuando no la tenemos. De noche encendemos la bombilla para ver, si estamos en el monte la linterna para guiarnos y entrar en la tienda, cuando pasamos por un túnel los focos del coche nos orientan. Si vemos a un ciego que no percibe la luz caemos en la cuenta de su necesidad: alguien le ha de llevar de la mano. Pero no solamente se ve con los ojos. La vida de pecado, es decir, la vida alejada de los demás y de Jesús es una vida en tinieblas, sin horizonte, sin claridad. A veces decimos: Esto no lo veo claro, no veo lo que quieres decir.... En todos esos momentos somos ciegos, necesitamos que alguien nos ponga en el corazón una luz para iluminar nuestro futuro, nuestro camino. Jesús se nos presenta como la luz que ilumina nuestra tiniebla, la esperanza que da sentido a la sinrazón de muchas decisiones equivocadas. Es una luz que no se agota que la recibimos y la transmitimos a los demás, como cuando encendemos nuestra vela y la ofrecemos a los demás. Solamente la persona que recibe la Luz de Jesús puede iluminar a los demás. PIENSA Y COMPARTE: * Señala cuatro circunstancias de la vida que te rodea en que sientas falta de claridad y de luz. 29 * Aquí tienes tres lámparas encendidas: indica tres aspectos de tu vida que necesitan iluminarse. * Comenta brevemente la siguiente frase de Jesús: Yo soy la Luz del mundo, quien me siga no caminará en tinieblas, antes tendrá la Luz de la vida (Juan 8, 12) Textos para la oración Génesis 1, 2 Isaías 9, 1 Juan 1, 4-5 Juan 12, 35 1 Juan 2, 11 EL SIGNO DEL AGUA Desde hace algunos años hemos vivido una situación climatológica rara: una gran sequía y fuertes inundaciones. El agua, que es necesaria para la vida, falta. El agua, cuando se desborda, puede destruir, romper proyectos.... El antiguo pueblo judío busca la libertad de Egipto y rompe con esa situación atravesando el Mar Rojo. El paso por esa agua se convierte en un signo: refleja la muerte a una esclavitud y abre el nuevo camino de la libertad. Jesús, con su vida y su muerte, inicia la historia de un nuevo pueblo, la Iglesia, la comunidad de sus seguidores. De ahí que el agua del Bautismo sea para los seguidores de Jesús el signo del paso de la muerte a la vida, del egoísmo al amor, del yo al nosotros. PIENSA Y COMPARTE: * Probablemente habrás asistido al bautizo de algún hermano, primo, sobrino. ¿Te has acordado de que una vez fuiste tú también bautizado? ¿Qué has sentido al recordarlo? * Recuerda alguna de las siguientes experiencias: confirmación, pascuas, bautismo de algún familiar. ¿Has vivido ese momento como renovación de tu propio Bautismo? * Hay momentos y circunstancias en que el agua no limpia, ni tampoco libera; las inundaciones, las tormentas repentinas, el lavarse las manos como Pilatos para evitar la propia responsabilidad. Señala cuatro momentos en que hayas vivido esta experiencia. Textos para la oración Éxodo 14, 1-31 Éxodo 17, 1-7 Juan 3, 1-9/ Juan 7, 37/ Juan 19, 31-37 Mateo 28, 19-20 30 EL SIGNO DEL PAN Y EL VINO Cualquier celebración de fiesta, de aniversario, tiene siempre una expresión concreta en torno a la mesa: compartir una comida es una de las expresiones que más se repite en todos los pueblos como signo de alegría, gozo y unión. Un plato y un vaso tomados junto a las personas que se ama y se estima ayuda a crear un ambiente y una atmósfera realmente sinceros. En su deseo de hablar un lenguaje que los hombres pudiéramos entender, también Dios quiso que en torno a una mesa se juntaran sus seguidores y compartieran una comida de fiesta. Con ello celebraban el Paso del Señor, la Pascua. Jesús deseó celebrar con sus amigos más íntimos esta Cena, su última cena entre los hombres, no sólo para compartir lo que habían vivido, sino también para ofrecer un nuevo camino, una nueva comida. Jesús quiso quedarse entre ellos como comida: Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre”. Por estas palabras se hace alimento para que acudamos a Él y tomemos fuerza para seguir Su camino. Compartir entre nosotros el alimento de Jesús no es solamente asistir a una Misa y comulgar el pan de la Eucaristía. Ciertamente es eso y algo más: es compartir los gestos de Jesús, es hacer realidad su actitud de servicio, de perdón, de ayuda, de tolerancia.... Jesús nos dice que hemos de unirnos a Él, hemos de comer su cuerpo y beber su sangre para que tengamos vida, una vida que no acaba, una vida que se transmite a los demás. Y en el día a día hemos de actualizar su presencia y sus gestos, conscientes de que la celebración de la Misa es la expresión más profunda de su Amor por todos los hombres. PIENSA Y COMPARTE: Jesús comparte su Vida y Amor a través del pan y el vino. ¿Cuáles son los signos con los que compartes tu vida? ¿Con quién lo haces? *Señala un gesto de compartir en cada uno de los siguientes aspectos de tu vida: Familia..................................Amigos............................................................................. Estudio/trabajo.....................Descanso..................................................................... * ¿Te acuerdas realmente, y no sólo de memoria, de los que tienen poco, de los pobres, de los marginados....? ¿Cuándo? Toda la Vida de Jesús fue un gesto de compartir. ¿Y tu vida? ¿Compartes de vez en cuando, cuando te recuerdan una campaña o, por el contrario, toda tu vida es una actitud de entrega? 31 Textos para la oración Éxodo 16 Juan 6 Marcos 14, 22-26 JUNTO AL SEPULCRO Allí junto al sepulcro, la noche del sábado, estaban los discípulos, la iglesia toda. Cada uno en su papel, en su actitud de servicio. En su forma de entender. O en su “santa manía”…Todos, sí, convocados por la esperanza y unidos, sí, por el amor. Por un cierto amor. Dormidos, quizás. Despistados. Huidos. Reconstruyendo y añorando el pasado. Imaginando futuros. Programando el mañana. Preparándose para el después, sin Él, ¡aunque con Él! - Estaban los que hacían teología de la eucaristía, del dolor redentor, del Cristo fundamento de la iglesia, de los sacramentos... - Los que recordaban los pasos, mensajes y milagros del Maestro. - Los que hacían encíclicas, cartas, mensajes y proyectos para una iglesia más viva. - Los que hacían leyes para, decían, que todo funcionara mejor. - Los que lamentaban y lloraban tanto dolor y tanta muerte. - Los que señalaban a los culpables de la muerte de Jesús. - Los que decían que por fin había descansado, que ya no sufría. - Los que gritaban que Cristo seguía sufriendo en los pobres, abandonados y desechos sociales… - Los que rezaban, armonizaban e interpretaban preciosos glorias y aleluyas. - Los que merodeaban cerca, muertos de frío, de hambre, de esperanza y de cariño. - Los que se esforzaban por quitar la losa del sepulcro para que Cristo saliera. - Los que se acusaban mutuamente -“pues peor fuiste tú que…”- por la actitud ante el prendimiento y ante proceso al Maestro Bueno. - Y Cristo, Él, el protagonista, resucitó en la clandestinidad, sin avisar, sin que lo vieran, y fue a hacer de cirineo de los que sufren su propio calvario. Los suyos, los más suyos, saben que ya no está en el sepulcro. Y lo saben disfrazado de hortelano, de peregrino, de pobretón, de drogadicto, de enfermo, de emigrante… O lo ven así -con agujeros en las manos y en los pies- o ya no lo verán nunca. Se saben sus discípulos, resucitados por Él y con Él. Y se saben también… ¡resucitadores! Aleluya, aleluya. Que si vivimos resucitados es que Él resucitó y nos ha resucitado. Aleluya, aleluya. 32