TRIDUO PASCUAL - Concepcionistas Misioneras de La

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TRIDUO PASCUAL
JUEVES SANTO
La Eucaristía vespertina, llamada Misa de la
Cena del Señor, es hoy el acto central, al que se
convoca a todos sacerdotes y fieles.
La comunión, la comunidad, la fraternidad en
torno a la Eucaristía y el mandamiento del amor
en torno a la persona de Jesús son las dos
realidades a resaltar en esta celebración.
El Jueves Santo es el Día del Amor Fraterno. El
amor entendido como servicio, como entrega:
Tomad y comed, este es mi cuerpo entregado por vosotros.
El lavatorio de los pies es un gesto de servicio, cuyo significado es explicado
por el propio Jesús: "Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con
vosotros, vosotros también lo hagáis".
El monumento no es un recuerdo de Cristo preso y mucho menos de la
sepultura de Jesús. Es una invitación a expresar nuestra fe en la Eucaristía y
en consecuencia nuestra fe en que sólo la actitud de servicio es la que da
sentido a la vida del hombre. El monumento es ocasión de meditación y de
oración.
CELEBRACIÓN DEL JUEVES SANTO EN LA CENA DEL SEÑOR
Monición de entrada.
Hermanos: En esta tarde Santa, a la misma hora aproximadamente en la que
Jesús se reunió con sus discípulos para celebrar la Cena Pascual; nosotros,
como comunidad creyente, nos unimos también a su Mesa, reviviendo aquel
momento entrañable.
Jesús, sabía que aquella era su "ultima cena"; sabía que estaba decretada su
muerte.
Por eso antes de despedirse de los suyos, quiso resumir con unos gestos
todo el sentido de su vida y de su Palabra: Partió el pan y se los dio a sus
discípulos.
Tomó una copa de vino y la repartió entre ellos. "Haced esto en memoria
mía".
Una vez terminada la Cena, se quitó el manto, echó agua en una jofaina y se
puso a lavarles pies a los que estaban con Él.
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Desde entonces, generaciones de cristianos, de todos los tiempos y de todas
las razas, han conservado vivos estos recuerdos y los han transmitido hasta
nosotros.
Hermanos: Vivamos con intensidad este momento, dejándonos transformar
por la Palabra de Dios y, por la comunión en su Cuerpo, y así crezca la
fraternidad entre todos los hombres.
OREMOS.
Señor, Dios nuestro: nos has convocado esta tarde para celebrar aquella
misma Cena en que tu Hijo, antes de entregarse a la muerte, confió a tu
Iglesia el banquete de tu amor, la Eucaristía, el Sacrificio Nuevo de la Alianza
Eterna. Te pedimos que la celebración de estos santos misterios, nos lleven a
alcanzar la plenitud del amor y de la vida. Por NSJC.
LITURGIA DE LA PALABRA
Monición a la primera lectura.
La primera lectura tomada del Éxodo, nos recuerda la antigua institución
cuando Dios ordenó a los hebreos que inmolasen en cada familia un animal
"sin defecto". En aquella misma noche iniciarían la marcha hacia la tierra
prometida. "Es la Pascua, el paso del Señor" por en medio de Israel, para
liberarlo de la esclavitud de Egipto. Este rito se repetía cada año en recuerdo
de tal hecho.
PROCLAMACIÓN DE LA LECTURA. Ex 12, 1-8.11-14
Lectura del libro del Éxodo
En aquellos días, dijo el Señor a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto:
- Este mes será para vosotros el principal de los meses; será para vosotros el
primer mes del año. Di a toda la asamblea de Israel: el diez de este mes cada
uno procurará un animal para su familia, uno por casa. Si la familia es
demasiado pequeña para comérselo, que se junte con el vecino de casa,
hasta completar el número de personas; y cada uno comerá su parte hasta
terminarlo.
Será un animal sin defecto, macho, de un año, cordero o cabrito.
Lo guardaréis hasta el día catorce del mes y toda la asamblea de Israel lo
matará al atardecer. Tomaréis la sangre y rociaréis las dos jambas y el dintel
de la casa donde lo hayáis comido.
Esa noche comeréis la carne, asada a fuego, y comeréis panes sin fermentar y
verduras amargas.
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Y lo comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la
mano; y os lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua, el Paso del Señor.
Yo pasaré esta noche por la tierra de Egipto y heriré a todos los
primogénitos del país de Egipto, desde los hombres hasta los ganados, y me
tomaré justicia de todos los dioses de Egipto. Yo, el Señor.
La sangre será vuestra señal en las casas donde habitáis. Cuando yo vea la
sangre, pasaré de largo ante vosotros, y no habrá entre vosotros plaga
exterminadora, cuando yo hiera al país de Egipto.
Este será un día memorable para vosotros y lo celebraréis como fiesta en
honor del Señor, de generación en generación. Decretaréis que sea fiesta
para siempre. Palabra de Dios
2.- SALMO 115
EL CÁLIZ QUE BENDECIMOS,
ES LA COMUNIÓN DE LA SANGRE DE CRISTO
¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho ?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre.
Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,
hijo de tu esclava;
rompiste mis cadenas
Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos,
en presencia de todo el pueblo.
Monición a la segunda lectura.
Jesús elige la celebración de la Pascua judía para instituir la Eucaristía, la
Nueva Pascua. Si dentro de pocas horas la muerte le arrebatará de la tierra,
en la Eucaristía, se perpetua su presencia viva y real hasta el fin de los siglos.
Es el Pan vivo que da vida eterna a los hombres.
PROCLAMACIÓN DE LA LECTURA. 1 Cor. 11, 23-26
Lectura de la primera carta del Apóstol San Pablo a los Corintios
Hermanos:
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Yo he recibido una tradición que procede del Señor y que a mi vez os he
transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó
un pan y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo: "Esto es mi
cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía".
Lo mismo hizo con le cáliz, después de cenar, diciendo: "Este cáliz es la
nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que bebáis, en
memoria mía". Por eso, cada vez que coméis de este, pan y bebáis del cáliz
proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.
Palabra de Dios
PROCLAMACIÓN DEL EVANGELIO. S. Juan 13, 1-15
Lectura del santo Evangelio según San Juan
Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de
pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el
mundo, los amó hasta el extremo.
Estaban cenando (ya el diablo le había metido en la cabeza a Judas Iscariote,
el de Simón, que lo entregara) y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto
todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se
quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina
y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que
se había ceñido.
Llegó a Simón Pedro y éste le dijo:
- Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?
Jesús le replicó:
- Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde.
Pedro le dijo:
- No me lavarás los pies jamás.
Jesús le contestó:
- Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo.
Simón Pedro le dijo:
- Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza.
Jesús le dijo:
- Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él
está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos. (Porque
sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios.»)
Cuando acabó de lavarles los Pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les
dijo:
-¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis «El
Maestro» y «El Señor», y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el
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Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los, pies unos a
otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros,
vosotros también lo hagáis.
Palabra del Señor
ORACION DE LOS FIELES
1.- OREMOS POR LOS NIÑOS DEL MUNDO.
Por los millones de niños que sufren violencia y explotación.
Por los millones de niños que sufren enfermedad y hambre.
Por los millones de niños que sufren muerte premeditada.
- Para que obtengan el derecho a la vida, a una familia y la esperanza de un
futuro mejor. Roguemos al Señor.
2.- OREMOS POR LOS JÓVENES.
Por todos los que van quedando marginados a causa del fracaso escolar.
Por los que tras años de esfuerzo y superación tienen serias dificultades
para acceder a su primer puesto de trabajo.
Por tantos jóvenes desencantados que escogen el camino falso del alcohol y
de la droga.
Por los que no se deciden a adquirir compromisos definitivos de cara al
amor, a la fe y a la comunidad.
- Para que tengan las fuerzas necesarias para vivir con ilusión y esperanza.
Roguemos al Señor.
3.- OREMOS POR LOS ANCIANOS.
Por tantas mujeres y hombres que han acumulado una experiencia amplia y
profunda en la vida.
- Para que llenemos su vida de ternura, cariño y consideración y, sepamos
empaparnos de su experiencia. Roguemos al Señor.
4.- OREMOS POR NOSOTROS MISMOS.
Para que seamos capaces de saludarnos mutuamente en la paz; y vivamos
siempre unidos por la comprensión, la tolerancia y el perdón.
Oremos por las naciones y los pueblos, en guerra o enfrentados por
intereses económicos y comerciales, para que recobren la tranquilidad, la
libertad, la justicia y la paz. Roguemos al Señor.
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5.- OREMOS POR LAS MUJERES.
En especial por las del Tercer Mundo, con sus manos atareadas sobre la
tierra y la espalda cargada de hijos, acostumbradas a multiplicar lo que no
tienen.
Por las mujeres que con su modo de luchar, de amar, de vivir y en ocasiones
de morir, han ido trazando un camino hermoso de relaciones humanas.
Roguemos al Señor.
6.- OREMOS POR LOS INMIGRANTES
Y, las mayorías económicamente débiles.
Para que nuestro corazón se abra a ellos y, aceptando sus diferencias,
acojamos la inmensa riqueza que nos aportan con sus formas de ser y de
vivir. Que veamos con claridad, en ellos la imagen de que Tú eres el Padre de
todos. Roguemos al Señor.
Examen:
¿Cómo vivo la Eucaristía, el sacramento de la entrega total de Cristo?
¿Me ciño o me dejo ceñir con la actitud de servicio en favor de los
demás?
¿Agradezco al Señor el beneficio de la Redención recibido a costa de su
ofrenda en la Cruz?
ORACIÓN DE ADORACIÓN NOCTURNA
Noche de oración. Seguimos una vieja tradición eclesial que recoge la
misma acción de Jesús: después de instituir la Eucaristía, se retiró con los
suyos a orar. Así se preparó inmediatamente Él para la entrega.
Es conveniente hacer silencio personal para el diálogo íntimo con el
Señor, desde el fondo del corazón.
Meditación y contemplación de los símbolos del pan y del vino durante
unos segundos.
Señor, ¡qué gesto de generosidad y de entrega el tuyo!
¡Qué ganas de ser compañero cercano y alimento de los tuyos!
Señor, te entregas por nosotros. Te quedas al alcance de nuestras
manos, pero siempre velado por el misterio para que nadie te
manipule.
TOMAD Y COMED... Danos, Señor, hambre de ti.
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Somos tantos los que nos decimos seguidores tuyos y te dejamos a un
lado..., olvidado. Tú no te olvidas de nosotros.
En esta tarde nos recuerdas:
«No tendrás un dios extraño, no adorarás un dios extranjero;
yo soy el Señor Dios tuyo, que te saqué del país de Egipto;
abre la boca que te la llene» (Sal 80).
TIEMPO DE SILENCIO - TIEMPO DE ORACIÓN
Meditación y contemplación de Jesús en el huerto de los Olivos o de Jesús
orante.
Mira bien. Mira a tu Señor orando. Está ahí en diálogo con su Padre. Se
siente hombre. Ve venir todo lo que se avecina. Suda. Suda sangre. Soporta
una lucha interior. Y dice:
«Que pase este cáliz».
«Mi alma está triste».
Está hundido...
Con tú, como yo, como tantos hombres y mujeres que sienten el peso de la
responsabilidad y que se encuentran sin fuerzas, depresivos,
contradictorios, cansados de seguir al Maestro...
Pero este Jesús recurre a quien le puede dar fuerza: a su Padre.
Jesús elige el camino que tiene salida: la oración.
Y se siente amado por el Padre; por eso se siente con fuerzas para
entregarse a todo lo que sea.
Mientras Jesús lucha en su interior, entre elegir la voluntad del Padre o
echarse para atrás, los amigos duermen. Se ha rodeado de amigos que a la
hora de la verdad no le ayudan: duermen.
El apoyo de Jesús no son los suyos. El único apoyo que Jesús tiene es el
Padre.
Siente que es verdad, tremenda verdad, la oración del salmo: «El auxilio me
viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra».
Quizás tú has tenido momentos como éste de Jesús, momentos duros en la
vida o los estás pasando. Has recurrido a los amigos, y te han echado una
mano..., pero tú sabes bien que, al final, la decisión y la palabra última es la
que tú pronuncias, la que tú das en la soledad de tu interior, en la presencia
del Dios vivo.
En esta noche de oración, cuando el sueño te acecha, cuando tienes la
tentación de los discípulos de echarte a dormir por el cansancio, por la
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hora..., en esta noche de oración, en compañía de Jesús, pregúntate cosas
como éstas:
¿Cuándo rezo? ¿Qué diálogo mantengo con el Señor?
¿Es para mí la oración un deber o es algo natural que me surge del corazón
porque Dios está en mi corazón?
Mientras los discípulos dormían, Él, en diálogo con su Padre, ha dicho sí a la
entrega, sí a perder la vida, sí a no ser nada, sí a la cruz, sí a lo difícil, sí al
amor que había predicado.
El amor no son palabras: el amor son gestos de entrega.
Ahí está: ha dejado que se apoderen de Él. Sabe muy bien cuál va a ser el
precio. Pero también sabe lo que es el precio del amor.
Todo lo que se entrega por amor no hace mal a nadie.
Todo lo que se entrega por amor no se pierde, aunque la vida se pierda.
El amor no tiene nada que ver con el egoísmo.
El amor no anda midiendo nada.
El amor sólo da.
Mientras Él se entrega, los que se llaman sus amigos se dispersan y le dejan
solo.
La hora de la verdad es dura. La verdad hay que afrontarla en solitario.
La hora de la verdad es de pocos amigos... Las decisiones hay que
elaborarlas en el corazón.
Tú puedes dormir o puedes entrar en el corazón y velar y orar...
Tú puedes dormir o puedes preguntarte qué haces en la vida, qué haces de
tu vida, qué haces con tu vida, a quién y cómo entregas tu vida...
PETICIONES
- Por los que viven adorando ídolos...
- Por los que no saben arrodillarse...
- Por los que no escuchan la voz de Dios...
- Por los que viven abandonados a sus antojos...
- Por los que no saben orar...
- Por los que no quieren la cruz como compañera...
- Por los que duermen en vez de tomar decisiones...
- Por los que no saben amar...
- Por los que sólo viven para ellos...
- Por los que entregan su vida en silencio...
- Por los que mueren por los demás...
- Por los que huyen ante la realidad dura...
- Por los que se ocultan en la noche para no dar la cara...
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- Por los que sienten miedo a decir la verdad...
- Por los cobardes de corazón...
- Por los que arrastran su vida sin tomar postura...
- Por los que malgastan su vida...
(Haz tu propia petición.)
Se va así dando el paso hacia el centro de reflexión del Viernes Santo que es la
Pasión del Señor, pasión que sigue hoy siendo realidad en muchos hombres y
mujeres de nuestro mundo. Las fuerzas del mal siguen actuando. Pero el
triunfo será Amor de Dios.
VIGILAD Y ORAD
Entra en Getsemaní, en el Huerto donde impera la noche, la tristeza, el
agotamiento, el desaliento. Pocas escenas del Evangelio representan con
más realismo la experiencia del hombre moderno y con frecuencia la
experiencia de la comunidad cristiana, que el Huerto de los Olivos en la
noche de la traición. (Giuliano Amidei (s. XIV-XV), La oración en el Huerto)
Tres avisos quedan grabados en la memoria de los evangelistas como
enseñanza del Maestro, que no habla de memoria, sino que comparte el
secreto con los suyos, para que salgan vencedores en la tentación.
El primer secreto: «Sentaos aquí, mientras voy allá a orar» (Mt 26, 36).
«Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad conmigo»
(Mt 26, 38).
Jesús ha necesitado la compañía humana, amiga, aunque ésta se queda
a una distancia infranqueable. Nos enseña que en algunos momentos de la
vida es muy importante tener próximos a los amigos, poder decirles el
corazón, expresar el sentimiento más íntimo.
Jesús no es el invulnerable, el valiente insensible, el fuerte solitario. Nos
ha enseñado que es buena la amistad, que es necesaria la comunidad, que es
mandamiento el amor mutuo. ¡Cómo ayuda saber que están junto a ti los que
te quieren, aunque no pueda ser en cercanía física!
Jesús invitó a sus discípulos a acompañarlo. Muchas otras veces se
había retirado Él solo al monte, en la espesura de la noche y en las latitudes
del descampado, para orar. Esta noche nos dice que en los momentos recios
es bueno tener cerca a los que amas.
El segundo secreto: «Pedid que no caigáis en tentación» (Lc 22, 40).
«¿Cómo es que estáis dormidos? Levantaos y orad para que no caigáis en
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tentación» (Lc 22, 46). «Simón, ¿duermes?, ¿ni una hora has podido velar?
Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto,
pero la carne es débil» (Mc 14, 37-38).
Jesús reconoce nuestra vulnerabilidad, Él se sabe también frágil y
comprende muy bien los sentimientos humanos, las reacciones psicológicas
evasivas. El sueño es manifestación de defensa. No se resuelve el problema
evadiéndolo, ni dejando pasar las cosas sin afrontarlas, ni reaccionando de
manera inconsciente.
Jesús recomienda dos actitudes para el momento de la prueba, la
vigilancia y la oración. Hay veces que acontece lo peor por no estar atentos,
porque se descuidan la sensibilidad y la prudencia. La astucia, la cautela, la
vigilia son referencias evangélicas frente a los que puedan hacernos daño.
Jesús insiste en la oración. Los humanos consuelan. Los amigos son
necesarios, pero el Maestro nos deja como testamento una llamada
apremiante para la hora oscura. En el tiempo de las tinieblas, la luz proviene
de la oración, de la súplica, del grito de socorro, con la certeza de saberse
escuchado. El creyente ora y atraviesa el cerco del abismo hablando con
Dios.
El tercer secreto: « ¡Abbá, Padre! Todo es posible para ti; aparta de mí
esta copa, pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú» (Mc 14, 36).
«Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa, pero no sea como yo
quiero, sino como quieras tú» (Mt 26, 39). «Padre, si quieres, aparta de mí
esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22, 42).
Jesús clama: “¡Abba!” Éste es el desafío más grande que tiene el
cristiano. En cualquier circunstancia, siempre, el creyente sabe que tiene por
Padre a Dios, y desde esta certeza se atreve a abrazar unos acontecimientos
que se muestran terribles.
Jesús nos ha enseñado a orar, y cuando nos ha apremiado a hacerlo,
deberemos recordar su lección. Cuando oréis, decid: “Padre Nuestro”. Si
nosotros, que somos malos, nos compadecemos de los que sufren, Dios ¿no
va a tener compasión de nosotros? El creyente llega a sentir, en medio de la
oscuridad y de las tinieblas, el cayado del Buen Pastor.
En la noche suprema, Jesús se abrazó a la voluntad de su Padre. Es la
sabiduría cristiana por excelencia, que no se haga mi voluntad, sino la de
Dios. Y en la peor encrucijada, no pedir otra cosa que lo que Dios quiera, y
nos sorprenderemos de la fuerza que nos asiste y de la paz que nos
acompaña.
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PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
La fecha de la Última Cena.
(Pasaje del libro "Jesús de Nazaret” de Benedicto XVI)
El problema de la datación de la Última Cena de Jesús se basa en las
divergencias sobre este punto entre los Evangelios sinópticos, por un lado, y
el Evangelio de Juan, por otro. Marcos, al que Mateo y Lucas siguen en lo
esencial, da una datación precisa al respecto. «El primer día de los ácimos,
cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos:
"¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?"... Y al
atardecer, llega él con los Doce» (Mc 14,12.17). La tarde del primer día de los
ácimos, en la que se inmolaban en el templo los corderos pascuales, es la
víspera de Pascua. Según la cronología de los Sinópticos es un jueves [...]
Esta cronología se ve comprometida por el hecho de que el proceso y la
crucifixión de Jesús habrían tenido lugar en la fiesta de la Pascua, que en
aquel año cayó en viernes. Es cierto que muchos estudiosos han tratado de
demostrar que el juicio y la crucifixión eran compatibles con las
prescripciones de la Pascua. Pero, no obstante tanta erudición, parece
problemático que en ese día de fiesta tan importante para los judíos fuera
lícito y posible el proceso ante Pilato y la crucifixión. Por otra parte, esta
hipótesis encuentra un obstáculo también en un detalle que Marcos nos ha
transmitido. Nos dice que, dos días antes de la Fiesta de los Ácimos, los
sumos sacerdotes y los escribas buscaban cómo apresar a Jesús con engaño
para matarlo, pero decían: «No durante las fiestas; podría amotinarse el
pueblo» (14,1s). Sin embargo, según la cronología sinóptica, la ejecución de
Jesús habría tenido lugar precisamente el mismo día de la fiesta.
Pasemos ahora a la cronología de Juan. El evangelista pone mucho
cuidado en no presentar la Última Cena como cena pascual. Todo lo
contrario. Las autoridades judías que llevan a Jesús ante el tribunal de Pilato
evitan entrar en el pretorio «para no incurrir en impureza y poder así comer
la Pascua» (18,28). Por tanto, la Pascua no comienza hasta el atardecer;
durante el proceso se tiene todavía por delante la cena pascual; el juicio y la
crucifixión tienen lugar el día antes de la Pascua, en la «Parasceve», no el
mismo día de la fiesta. Por tanto, la Pascua de aquel año va desde la tarde del
viernes hasta la tarde del sábado, y no desde la tarde del jueves hasta la
tarde del viernes.
Por lo demás, el curso de los acontecimientos es el mismo. El jueves por
la noche, la Última Cena de Jesús con sus discípulos, pero que no es una cena
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pascual; el viernes -vigilia de la fiesta y no la fiesta misma-, el proceso y la
ejecución. El sábado, reposo en el sepulcro. El domingo, la resurrección.
Según esta cronología, Jesús muere en el momento en que se sacrifican los
corderos pascuales en el templo. Él muere como el verdadero Cordero, del
que los corderos pascuales eran mero indicio [...].
Juan tiene razón: en el momento del proceso de Jesús ante Pilato las
autoridades judías aún no habían comido la Pascua, y por eso debían
mantenerse todavía cultualmente puras. Él tiene razón: la crucifixión no
tuvo lugar el día de la fiesta, sino la víspera. Esto significa que Jesús murió a
la hora en que se sacrificaban en el templo los corderos pascuales. Que los
cristianos vieran después en esto algo más que una mera casualidad, que
reconocieran a Jesús como el verdadero Cordero y que precisamente por eso
consideraran que el rito de los corderos había llegado a su verdadero
significado, todo esto es simplemente normal [...].
Jesús era consciente de su muerte inminente. Sabía que ya no podría
comer la Pascua. En esta clara toma de conciencia invita a los suyos a una
Última Cena particular, una cena que no obedecía a ningún determinado rito
judío, sino que era su despedida, en la cual daba algo nuevo, se entregaba a
sí mismo como el verdadero Cordero, instituyendo así su Pascua [...].
Una cosa resulta evidente en toda la tradición: la esencia de esta cena
de despedida no era la antigua Pascua, sino la novedad que Jesús ha
realizado en este contexto. Aunque este convite de Jesús con los Doce no
haya sido una cena de Pascua según las prescripciones rituales del judaísmo,
se ha puesto de relieve claramente en retrospectiva su conexión interna con
la muerte y resurrección de Jesús: era la Pascua de Jesús. Y, en este sentido,
Él ha celebrado la Pascua y no la ha celebrado: no se podían practicar los
ritos antiguos; cuando llegó el momento para ello Jesús ya había muerto.
Pero Él se había entregado a sí mismo, y así había celebrado
verdaderamente la Pascua con aquellos ritos. De esta manera no se negaba
lo antiguo, sino que lo antiguo adquiría su sentido pleno.
El primer testimonio de esta visión unificadora de lo nuevo y lo
antiguo, que da la nueva interpretación de la Última Cena de Jesús en
relación con la Pascua en el contexto de su muerte y resurrección, se
encuentra en Pablo, en 1 Corintios 5,7: «Barred la levadura vieja para ser una
masa nueva, ya que sois panes ácimos. Porque ha sido inmolada nuestra
víctima pascual: Cristo» (cf. Meier, p. 429s). Como en Marcos 14,1, la Pascua
sigue aquí al primer día de los Ácimos, pero el sentido del rito de entonces se
transforma en un sentido cristológico y existencial. Ahora, los «ácimos» han
de ser los cristianos mismos, liberados de la levadura del pecado. El cordero
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inmolado, sin embargo, es Cristo. En este sentido, Pablo concuerda
perfectamente con la descripción joánica de los acontecimientos. Para él, la
muerte y resurrección de Cristo se han convertido así en la Pascua que
perdura.
Podemos entender con todo esto cómo la Última Cena de Jesús, que no
sólo era un anuncio, sino que incluía en los dones eucarísticos también una
anticipación de la cruz y la resurrección, fuera considerada muy pronto
como Pascua, su Pascua. Y lo era verdaderamente.
VIERNES SANTO
Motivación
El acto principal de este día es la
celebración de la Pasión del Señor, que
tiene tres momentos claves: la liturgia
de la palabra, la adoración de la Cruz y
la comunión. Es importante que la
comunidad comprenda con toda claridad
que hoy no se celebra la Eucaristía por la
muerte del Señor. La celebración de hoy
es la expresión de un misterio que nos
sobrecoge y nos sobrepasa: el misterio del dolor y la muerte; el misterio del
inocente fracasado que muere; el misterio del triunfo del egoísmo, la
injusticia y el mal sobre el bien.
Todo esto es una realidad que no podemos esquivar ni negar; todo esto
acontece en el mundo, y Jesús (Dios) lo asume y lo experimenta en sí. Hoy
más que nunca hay que hacer comprender a la comunidad que lo que
estamos celebrando no es una doctrina, sino la muerte de Dios en la cruz,
porque su amor por nosotros le ha llevado a compartir nuestra historia,
llena de muerte.
La primera parte de la celebración es la liturgia de la palabra en la que
destaca la lectura de la Pasión según S. Juan. La Adoración de la Cruz es un
acto de fe y de amor y desde esa perspectiva hay que entenderla. La
comunión se realiza con el pan consagrado ayer, porque hoy no se celebra la
Eucaristía.
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LAS SIETE PALABRAS DE JESÚS EN LA CRUZ
PRIMERA PALABRA
Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc 23,34).
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"Y cuando llegaron al lugar llamado La Calavera, lo crucificaron allí, a
él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús
decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Y se
repartieron sus ropas, echándolas a la suerte". (Lc 23,33-34)
Hablar de la cruz es hablar del perdón. ¡Quién puede comprenderlo! De ahí
el escándalo de la cruz. Sí, puede constituir un verdadero obstáculo para la
fe. Ya el apóstol san Pablo lamentaba que a algunos les resultase un
obstáculo la idea de un Mesías crucificado y que otros consideraran que era
un vano absurdo. ¡Un Dios crucificado! ¡Imposible! ¿No será una locura de
unos exaltados?
En la humillación de la cruz está nuestra fuerza y la fuente de sabiduría
cristiana. Una paradoja. El instrumento de insulto y humillación se
transforma en triunfo y gloria. Jesús vence a Satanás, el pecado y la muerte a
través del fracaso aparente de la cruz. Un misterio.
¿Habría podido, Dios, redimir al mundo de tal manera que Cristo no hubiese
tenido que pasar por el martirio?. Rotundamente, sí. Pero por qué ha sido
necesario es un secreto divino que hay que contemplar con silencio y
agradecimiento. Pensando que Dios actúa acomodándose a nuestra manera
de ser. El dolor, surco de vida, es asumido por el mismo Dios. Demasiado a
menudo olvidamos el dolor como forja de la madurez y elemento de
humanización.
Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. ¿No aclara eso el
misterio del amor que implica la cruz de Cristo? ¿No es más clara la
coherencia del Señor? El no ha dicho simplemente palabras, no ha expuesto
doctrinas a los demás, sino que su vida entera es un hecho.
Recordemos como Pedro, un buen día, se acerca a Jesús y le dice: Señor, si
mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta
siete veces? La respuesta de Jesús ya la sabemos: No te digo hasta siete
veces, sino hasta setenta veces siete. Después de esta lección, ¿causa
extrañeza que Jesús pida al Padre el perdón de los que le crucifican?
Pidiendo el perdón para sus verdugos, lo pide para la humanidad entera.
Pide también tú perdón.
La muerte de Jesús es luz que ilumina toda su vida. Y revela la inmensidad
del amor de Dios. Cristo, siempre libre, vive la muerte con lucidez. Nada
puede ensombrecer su corazón. Ni en el tormento hay un indicio de rencor.
Sólo grandeza de Dios, resumida en aquello de: Tanto amó Dios al mundo
que le entregó a su propio Hijo... para la salvación del mundo. No, la
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generosidad del Hijo de Dios no es ninguna sorpresa. Es de pura lógica. La
mezquindad no cabe en el corazón del Señor.
El misterio del Calvario es cada vez más luminoso. Perdonar es signo de
grandeza. Es la prueba de que el amor en plenitud nunca se puede extinguir.
Siempre, como el agua viva, busca caminos para renacer. El amor divino no
es un amor cualquiera.
No es un amor que, porque está herido, se retrae. El amor de Dios es
gratuito. Es fidelidad y misericordia. Lo revela un texto profético
estremecedor y reconfortante: ¿Es que una madre puede olvidarse del
hijo se sus entrañas? Pues aunque una madre se olvidara de su hijo, yo
no me olvidaría nunca de ti.
Perdonar es grandeza. Una muestra de verdadero coraje. Vengarse, aunque
sea sólo diciendo mal del que nos ha ofendido, está al alcance de todos.
Perdonar es un acto que sólo lo pueden llevar a cabo los que tienen un
espíritu recio.
El Cristo del perdón y de la gracia llama a sus seguidores a saber perdonar
siempre. Es decir, a volver a amar. Amar de verdad, sin ningún lastre. Amar,
no como fruto de la justicia de las aplausos, sino de la misericordia, la única
realidad que hace posible el amor. El primer paso de todo bien es el perdón.
Con la seguridad de que el mal es vencido por el amor. Y eso aparece tan
claro, en el caso de la muerte del Señor, que es desconcertante. Nos pone en
evidencia. También nosotros hemos de ser magnánimos. Aquí, ante el
Crucificado, somos llamados al perdón.
Perdón en el seno de las familias. El esposo que perdone a su esposa, y la
esposa a su esposo. Que hijos y padres se reconcilien de todo corazón. Que
los parientes que ni se saludan sean capaces de rehacer los lazos de la
sangre. Que la generosidad sea aplicada en la vida social y también en la de
la comunidad cristiana. Perdonar es la expresión de la grandeza del hombre,
creado a imagen de Dios y de Cristo.
Claro está que a menudo somos sujetos de injusticia. Lo decimos: "Fíjate en
lo que me han hecho. A mí, que no me lo merecía, y que tanto había hecho
por ellos... “¿Y Cristo? ¡Él había actuado mucho mejor que nosotros!
¡Callemos, no nos quejemos! Dirijamos al Padre, en el silencio, una súplica de
perdón por los enemigos, por los que nos ofenden y por los que nos
molestan. Cuando hayamos pedido así de corazón, saldremos a la calle con el
corazón limpio para actuar con serenidad ante el prójimo y permanecer en
el camino de la tolerancia. Y nos iremos disponiendo para perdonar siempre
que sea necesario. Sabiendo que el único camino posible de vida es la
reconciliación. Y que, en el perdón, está implicada la esperanza.
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Oh Dios, que nos mandas, amar a los que nos amargan, concédenos seguir
de tal modo los mandamientos de la nueva ley que devolvamos bien por
mal y sepamos sobrellevarnos mutuamente con amor.
Por Jesucristo nuestro Señor.
SEGUNDA PALABRA
"Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lc 23, 43).
"Uno de los malhechores colgados le insultaba: «¿No eres tú el Cristo?
Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!» Pero el otro le reprendió diciendo: «¿Es
que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con
razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio,
éste nada malo ha hecho». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando
vayas a tu Reino». Jesús le dijo: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso»"
(Lc 23, 39-43).
Aparece en este momento la grandeza del perdón de Dios. El ladrón
suplicante recibe la seguridad de su entrada en el Paraíso. Aquí se hace
patente que nuestro Dios es un Dios al que el hombre puede acudir
confiadamente. Con la seguridad de que su compasión actuará a favor
nuestro.
La escena del buen Dimas ensancha nuestro corazón. Es una invitación a la
confianza y la prueba de la salvación. Basta que el pecador se arrepienta y
que pida el perdón. La respuesta de Dios será inmediata y eficaz. Dios
siempre perdona. No se lo piensa dos veces antes de otorgar su misericordia.
El amor de Padre es como un resorte automático. Nunca deja de oír la
sinceridad de sus hijos. Dios es siempre fiel, aunque nosotros le seamos
infieles.
La gran lección de la Pasión la da el Señor. Pero este ladrón, este hombre de
mala fama, ajusticiado con causa, se convierte también en maestro
reconociendo a Jesucristo y queriendo borrar un pasado de pecado. Morirá
en paz. Con la seguridad de que la misericordia de Dios puede rehacer
siempre la vida del hombre. Dios, que quiere que todos los hombres se
salven, se las ingenia para que sea realidad, una y otra vez, la conversión del
pecador. Da la posibilidad de redimir, en Jesús, toda la vida.
La promesa de Jesús al buen ladrón es una promesa hecha a todos los
hombres que le reconozcan. Se trata de poner toda la esperanza en el
crucificado. Se trata de darse cuenta de la desviación del pecado. Se trata de
querer tener toda la vida centrada en Aquel que es Evangelio, gozo y bondad.
En una palabra, el corazón debe abrirse a la gracia de Dios que todo lo
transforma y todo lo redime.
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La promesa de Jesús es el Paraíso. Una palabra sugerente, sagrada y
significativa para los israelitas. Sabemos que se trata del cielo. Nosotros
somos peregrinos, vivimos lejos de la patria... Esperamos un cielo y una
tierra nuevos. Nuestra fe se convertirá, un día, en visión de Dios. Habremos
alcanzado la salvación, la plenitud personal, el gozo que andábamos
buscando.
Sintámonos llamados, hoy mismo, a rehacer nuestras vidas. Pidamos a Jesús
que nos abra las puertas del Reino. El encuentro con Cristo perdonador se da
en el sacramento de la penitencia. El, resucitado, lo constituyó para el
perdón de los pecados cometidos después del bautismo. !Que suerte tener
un sacramento que procura la reconciliación con Dios a través del ministerio
de la Iglesia! Sí, Cristo dio el Espíritu Santo a los Apóstoles para que ellos y
sus sucesores perdonaran los pecados en nombre de Dios, nuestro Padre.
Vale la pena que recurramos al sacramento del perdón a menudo.
Tengamos conciencia de pecadores, es decir, de necesitados de Dios.
Sabemos que sin Él nada podemos. Estamos inclinados al pecado y, a veces,
pecamos. Pero, en el sacramento, el Padre nos abre los brazos como hizo con
el hijo pródigo, Cristo nos carga sobre sus espaldas como el buen pastor
acoge la oveja perdida y el Espíritu Santo habita con más fuerza en el templo
del corazón humano. Valoremos, pues, el sacramento de la penitencia.
Y, al mismo tiempo, sepamos que, cuando Dios perdona, nuestra vida debe
proseguir adelante. No hay que mirar para atrás. Se trata de compensar el
pecado a base de hacer el bien desde el momento del perdón. No, el perdón
de Dios, valga la expresión, no es barato, no es una suerte de rebajas. No, el
amor, en el mismo que lo recibe, es exigente. El perdón siempre es llamada a
un cambio de vida, a una nueva vida. Por eso la palabra de Jesús al buen
ladrón es una fuerte llamada a la santidad.
Cristo, desde la Cruz, en este Viernes Santo, me llama a una sincera
conversión. Sí, a aquella conversión que tantas veces intuyes y que no te
atreves a abrazar. Sé generoso. Entrégate confiadamente al Redentor. Tu
conversión se transformará en gozo maravilloso. Reza pidiendo perdón. ¿No
oyes la respuesta? Pidamos la gracia de una buena muerte, que implica
también una vida fiel y la capacidad de levantarse del pecado.
Oh Dios, que nos has creado a tu imagen y has querido que tu Hijo muriera
por nosotros. Concédenos orar de tal manera en toda ocasión, que
podamos salir de este mundo sin pecado y que merezcamos descansar con
alegría en el seno de tu misericordia. Por Jesucristo nuestro Señor.
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TERCERA PALABRA
"Mujer, ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu madre" (Jn 19,26-27).
"Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre,
María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y
cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes
a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde
aquella hora, el discípulo la recibió en su casa" (Jn 19,25-27).
Los evangelios hablan a menudo de la autoridad de Jesús. Una autoridad
fuerte y real. No como la de los escribas. Y no parece que el reconocimiento
de los valores humanos fuera propio de los escribas, y el poder opresivo una
característica de Jesús, al contrario.
Incluso, en la muerte, en el fracaso aparente a los ojos del mundo, la
autoridad de Jesús tiene una enorme densidad. Su muerte es lúcida. El
domina las circunstancias. La autoridad de Jesús se ejerce en su señorío y se
basa en su persona. El hace brotar nuestra obediencia. Una obediencia que
no perturba al hombre, sino que le abre caminos de libertad y de amor.
Obediencia que libera de la esclavitud de los sentidos y de los ídolos que, a
pesar de los halagos, lo devorarían.
Jesús, en la cruz, después de pedir el perdón para los demás y de salvar al
compañero de suplicio, se dirige, ahora, a los suyos. A su Madre y al amigo
del alma. Y, en ellos, a todo su Pueblo, a su Iglesia toda. Una buena
disposición autoritativa y solemne. En el gran momento de la redención,
ante Dios y el mundo, María, la Virgen es proclamada Madre de todos los
hombres. La Virgen María continuará teniendo un hijo y, con él, miles de
millones de hijos únicos. Será el amor de una madre no agotado, siempre
creador. Ahora, todos nos sabemos más hijos en el Hijo. Hijos de santa María
Virgen. Hermanos de un mismo Padre. Confiados al consuelo de la Madre. La
Madre que es Madre de la Iglesia.
Hoy tenemos que fijar nuestra mirada en María, la corredentora. El Papa
Juan Pablo II, en la encíclica "La Madre del Redentor", presenta este
acontecimiento tan emotivo y lo denomina el "testamento de la cruz".
Escribe bellamente: “La Madre de Cristo... es dada al ser humano -a cada uno
y a todos- como Madre. Este hombre al pie de la cruz es Juan "el discípulo
que tanto quería”. Pero no está solo junto a la cruz. Siguiendo la tradición,
el Concilio no duda en llamar a María "Madre de Cristo, madre de todos
los humanos". Porque está "unida a la estirpe de Adán con todos...; más aún,
es verdaderamente madre de los hermanos de Cristo por el hecho de haber
cooperado con su amor al nacimiento de los fieles en la Iglesia". Por
consiguiente, esta "nueva maternidad de María", engendrada por la fe, es el
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fruto del nuevo amor que maduró en ella definitivamente al pie de la cruz,
por medio de su participación en el amor redentor del Hijo.
La Iglesia se sabe reunida en torno a María. La admira y la imita. De ahí la
importancia de la oración a la Virgen María, madre de los pecadores y
consuelo de los afligidos. La Madre de Dios nos ayuda a vivir fielmente la
vida cristiana. Los fieles la amamos de corazón y le dirigimos nuestras
necesidades con confianza. La relación con la Madre de Dios es garantía del
seguimiento sincero de su Hijo, Jesucristo.
Señor Jesús, que, en la hora suprema de la cruz, nos diste a tu Madre; haz que
sepamos imitar su fidelidad y que vivamos fielmente como miembros de la
santa Madre Iglesia. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
CUARTA PALABRA
"¡Dios mío, Dios mío! ¿ por qué me has abandonado? " ( Mt 27, 46).
"Desde la hora sexta la oscuridad cayó sobre la tierra hasta la hora
nona. Y alrededor de la hora nona clamó Jesús con fuerte voz: «¡Elí,Elí!
¿lamá sabactaní?», esto es, «¡Dios mío, Dios mío ¿ por qué me has
abandonado»? Al oírlo algunos de los que estaban allí dijeron: «A Elías
llama éste»." (Mt 27, 45-47).
En medio de la oscuridad estremecen las palabras de Cristo: ¡Dios mío,
Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?. Palabras impresionantes,
reveladoras de la agonía o lucha interior de Cristo en el momento de su
muerte cruel.
No sólo muere clavado, desangrándose, con un sufrimiento inenarrable, sino
que muere abandonado y despreciado. Las burlas y las carcajadas
acompañan su ejecución.
El grito de Cristo nos parece como imposible. Pero es abiertamente
escandalosa la postura de los verdugos, especialmente de los sentenciosos.
¿Es que no hay ya compasión en este mundo? ¿Por qué nos obstinamos en el
árbol caído? ¿No es de cobardes jactarse ante un hombre que está clavado en
un madero?
El grito de Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, no podía ser otro. Pasa por
una profunda desolación. Él como hombre perfecto tiene una sensibilidad
que observa las agresiones con toda fidelidad. ¡Cuál sería, pues, la ilógica de
aquella hora! Nosotros mismos lo reconocemos. Sólo merece un único
nombre: injusticia.
La expresión de Jesús pertenece a un salmo-lamentación que acaba en
acción de gracias.
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Del mismo es también la séptima palabra: Padre, a tus manos encomiendo
mi espíritu. Este salmo trata del sufrimiento del justo como experiencia de
abandono de Dios. Pero, a pesar de todo, sabe que Dios es Señor y que le
salva para una vida nueva. Las palabras de Jesús, por tanto, expresan su
angustia profunda, pero también son oración confiada.
Está todo el dolor de los pecados del mundo. Pero también el amor del Padre
que le ama. Del Padre a quien ama. Este Padre permite que la humanidad del
Hijo quede ahogada en un abismo infinito de dolor y de penas. El cielo
cerrado. La tierra que lo rechaza. Jesús en el vértice de su agonía,
suspendido entre el cielo y la tierra pecadora. Abrazado a la cruz. El amor al
Padre le sostiene en ella. Y también el amor a sus hermanos. Un amor
crucificado. Sólo este grito que expresa un dolor sin medida: ¡Dios mío, Dios
mío!, ¿por qué me has abandonado?
El abandono de Dios puede parecer fuerte en determinados momentos de la
historia personal y social. En el sufrimiento intenso, uno puede tener la
sensación de que se ha apagado el amor del Padre, que no actúa como
debería.
¿Es que Dios continúa siendo Padre en mi dolor o en la miseria de los
inocentes? Una pregunta bien dura.
Pide, por un lado, confianza para descubrir el bien que aporta el sufrimiento.
Sí, es fuente de madurez y de redención. No, no es por el placer ni la facilidad
que el hombre se realiza y se redime.
Por otro lado, el dolor del mundo es una llamada a lanzarnos a favor del bien
de nuestros semejantes. El padecimiento de los necesitados es un grito a
nuestros corazones, una llamada a compartir. No se trata de atascarse en la
búsqueda de una solución teórica al problema del mal, sino de ser eficientes
en la compasión. De estar dispuestos a ponernos al servicio de los más
desheredados, de los enfermos, de los que necesitan el pan cotidiano y el
pan del amor.
Sí, la Iglesia debe oír el grito de los que casi no pueden ni gritar -tanta es la
limitación- y debe ser Iglesia de comunión. Los cristianos se favorecen en la
medida que practican las obras de misericordia. Con ello hacen obra de
humanidad. Realizan una aportación social a favor de aquellos que son
presencia especial de Cristo.
Jesús, que sufrió lo indecible, nos invita a acoger siempre la voluntad de
Dios. Hemos de ser fuertes, especialmente cuando entra en juego la causa de
Dios como valor absoluto de la vida. Fortaleza es el nombre del don que ha
sostenido a los mártires y santos. De tantos sufridores -en el silencio o en el
grito espeluznante- que lo han dado todo por el Señor. Que han asumido la
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causa de los demás. La angustia de tantos que han pasado pruebas difíciles y
que han sabido esperar contra toda esperanza.
Ante la Cruz se puede hablar hoy en tono fuerte. Se trata de ser fieles a pesar
de todo. De vaciarse y de tener plena confianza en Cristo, a pesar de todos
los fracasos, de todos los absurdos históricos o de ser víctima inocente.
Sufrir y morir. Compartir el dolor y la muerte de Cristo. Así se tiene parte en
el misterio liberador que, a lo largo de los siglos, da fortaleza y coraje a los
hombres y a las mujeres que saben abandonarse a la misericordia de Dios.
Las palabras de Cristo provocan el eco de aquellas que escribió Pablo a los
cristianos de Roma: Estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni los
ángeles, ni los principados, ni lo presente, ni lo futuro, ni las
potestades, ni la altura, ni la profundidad, ni otra criatura alguna podrá
separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor
nuestro.
Dios omnipotente y misericordioso, mira benignamente nuestra aflicción,
alivia la pena de tus hijos, confírmanos en la fe, para que no dudemos de tu
providencia de Padre. Por Jesucristo nuestro Señor.
QUINTA PALABRA
"Tengo sed" (Jn 19,28).
"Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término,
para que se cumpliera la Escritura dijo: «Tengo sed». Había allí un
jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a
una caña de hisopo, se la acercaron a la boca" (Jn 19, 28-29).
Jesús tiene sed. Como todos los chiquillos lo habría dicho infinidad de veces
a su Madre al llegar a casa. Habría pedido de beber al llegar fatigado a casa
de Lázaro, Marta y María. Lo dice ahora, deshidratado por la pérdida de
sangre. Tiene la garganta reseca y la lengua se le pega al paladar. La sed es
signo de las ganas de vivir. Todos sabemos que nuestro cuerpo necesita el
agua. Es una realidad fundamental. El chiquillo apaga su sed con una pasión
de toda su persona, el caminante bebe y se siente reconfortado... Cristo
tiene sed. La sed del que ansía vivir. No obstante, la vida se le escurre. Tiene
sed de vida y de dar vida. Por eso muere: por la vida de todos los hombres y
mujeres. Y su muerte se convertirá en resurrección, en vida plena.
Ha venido al mundo para que tengamos vida y vida abundante. Su sed
reclama fuentes de agua para la vida eterna. Recuerda el agua regeneradora
del Bautismo y de las lágrimas de la Penitencia. Tiene sed de que nosotros
deseemos con avidez el Espíritu Santo, el bien. ¡Cuánta sed tenemos! Tanta,
que corremos ansiosos detrás de muchas cosas que no la apagan. Como la
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mujer Samaritana vamos a buscarla al pozo de la vida. Y olvidamos que
nuestra auténtica sed sólo Dios la puede saciar. No nos engañemos, podemos
intentar beber en las criaturas y en la realidad mundana. Podemos beber en
la belleza humana, en la riqueza, en el placer, en el prestigio, en la opinión
pública... Pero, nos encontraremos que la sed persiste. Sólo el que bebe de la
roca viva, que es Cristo, consigue vivir con la serenidad del que posee el agua
necesaria para realizar su vocación de criatura creado y salvado.
Tenemos sed de vivir, de alegría y de felicidad. Todos corremos a buscar el
agua que puede ser nuestro remedio. Acudamos a Dios. Tenemos que
descubrir lo que dijo el salmista:
Oh Dios, mi alma está sedienta de ti; mi carne tiene ansia de ti como
tierra reseca, agostada, sin agua.
En la Vigilia Pascual, cuando la Iglesia bendecirá las fuentes bautismales y
nos pedirá que renovemos las promesas del bautismo, comprenderemos que
para tener la vida eterna necesitamos el agua y el Espíritu Santo que nos
hacen renacer.
El grito de la sed de Jesús llega especialmente a los jóvenes, que con tanto
afán os abrís a la vida. Vuestra generosidad debe encaminaros a la verdad
que hace libres y que es el mismo Cristo. Entregaos como él a Dios y a los
hermanos. Sentiréis saciada vuestra sed. Y desvelaréis la sed de amor en un
mundo que sólo encontrará su destino en una civilización del amor, como le
gustaba llamarla Juan Pablo II.
La sed de Jesús es también sed de vocaciones sacerdotales y de personas
dedicadas a los demás por amor a Dios. Jóvenes, si oís la llamada del Señor,
escuchadlo. Como el joven Samuel, que servía en el Templo, tened la valentía
de decir: ¡Aquí estoy, Señor!
Oremos con las palabras del salmo: "Mi alma te busca, a ti, Dios mío;
tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro de
Dios? Como busca la cierva comentes de agua, así mi alma te busca a
ti, Dios mío".
SEXTA PALABRA
"Todo está cumplido" ( Jn 20, 30) "Cuando Jesús tomó el vinagre, dijo:
«Todo está cumplido». Inclinó la cabeza y entregó el espíritu" (Jn
20,30).
Jesús muere. Las Escrituras se han cumplido. Ahora viene a cuenta la
expresión del salmo:
Puertas, levantad vuestros dinteles, alzaos puertas eternas, para que
entre el rey de la gloria.
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Y también el dicho del evangelio de Juan: Esta es la vida eterna: que te
conozcan a ti, el único Dios verdadero y a tu enviado, Jesucristo. Yo te
he glorificado en la tierra llevando a cabo la obra que me
encomendaste realizar.
Se ha realizado el deseo de Dios. El Verbo plantó la tienda entre los hombres.
Se encarnó de María Virgen. Ha sido Luz y Vida. Nos ha manifestado a todos
el nombre de Dios. Ahora sabemos que Dios es Padre.
En Cristo, revelador del Padre, hemos recibido gracia tras gracia. Sí, los
humanos podemos llamarnos hijos de Dios. La fe es semilla que germina en
vida divina. La persona humana, en Cristo, recupera su dignidad
fundamental. La que Dios le asignó en la aurora de la creación. El nombre de
Dios, revelado a Moisés en la zarza ardiendo sin consumirse, llega a plenitud
a través de Jesús. Sabemos que Dios es el que salva.
Jesús ha glorificado al Padre. Ha realizado fielmente la obra para la cual fue
enviado. Ahora tendrá lugar su Pascua, su éxodo, su retorno al Padre. Por
ello, deben alzarse los dinteles y las puertas eternas. Porque viene el Rey
vestido de blanco, el Cordero vivo y degollado. Jesús muere y, en su muerte,
tiene cumplimiento pleno el misterio de la encarnación redentora.
Jesús es el hombre justo. El Justo por excelencia. Ha cumplido fielmente la
obra de Dios. No se ha desviado lo más mínimo del camino de fidelidad al
Padre. Nació pobre en Belén, fue un muchacho emigrante, vivió una vida de
familia sencilla, entró en Jerusalén montado en un asno como rey pacífico y
murió humillado en la cruz. Con una humillación que causa horror. Apenas
es posible sostener la mirada en su rostro: su deformidad repugna y asusta.
Es realmente el hombre. Todo es consecuencia de su misión realizada con
toda perfección.
Todo se ha cumplido. Todo ha sido como debía ser. El hombre justo ha sido
llevado injustamente al suplicio. El hombre honesto ha sufrido la más
absurda condenación. El hombre bueno rabiosamente perseguido. Toda la
bondad cuelga del madero de la cruz. La lucha ha cesado. No hay ni fuego del
cielo ni ejércitos celestiales que confundan al enemigo. Sólo hay el fuego del
amor de Cristo y el aguante firme de los pecados de todos. Ante tal
testimonio decimos con devoción:
Levantaos dinteles, levantaos, puertas eternas, para que entre el Rey
de la gloria.
Porque nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por sus
amigos. Y nosotros somos sus amigos.
Todo se ha acabado. Pero ya no hay nada que no tenga sentido. Todo tiene
una dirección y un significado. Para comprenderlo todo, uno tiene que
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colocarse en el corazón del Señor. Desde Dios hay que mirar ahora la vida y
la muerte, todo aquello en lo que estamos implicados, lo que es éxito y lo que
es fracaso. Todo, absolutamente todo, tiene un significado y un
cumplimiento en Cristo. Porque en El estamos siempre.
Las puertas del cielo se han abierto. Se han unido el cielo y la tierra. Un gran
don. Un don amado y costoso. Fue y es la voluntad del Padre que no quiere
que nadie se pierda. Como reza la primera carta de san Juan: «En esto se
manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su
Hijo único para que vivamos por medio de él». Si vivimos este amor, si
hacemos camino con el corazón abierto al Dios del Amor, la desesperación y
el absurdo jamás anidarán en nuestro interior. El aguijón de la muerte ha
sido vencido.
Sólo el que tiene la certeza del amor inagotable de Dios conoce el coraje de
amar. El mandamiento nuevo es para pecadores convertidos y perdonados a
quienes el Cordero de Dios ha desarmado.
La muerte de Jesús siempre desconcierta. Nos desconcierta. Ya les sucedió a
los apóstoles. Pero el desconcierto nos lleva a conocer el verdadero amor. El
amor que es cumplimiento en el darse. Amor que es Eucaristía.
Enciende, Señor, nuestros corazones con el Espíritu de amor para que,
teniendo tus mismos sentimientos, te amemos sinceramente en los
hermanos. Por Jesucristo nuestro Señor.
SEPTIMA PALABRA
"Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23,46)
"Era ya eso de mediodía, y vinieron las tinieblas sobre toda la región,
hasta la media tarde; porque se oscureció el sol. El velo del templo se
rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: «Padre, a tus
manos encomiendo mi espíritu». Y dicho esto, expiró". (Lc 23,44-46).
Jesús siempre en contacto con el Padre, muere abandonándose a sus manos.
El, siempre Hijo, entrega su vida como tal. Momento impresionante, el de la
muerte del Señor, pero también instante sereno y bienaventurado. Una
muerte que es, en último término, dulce hermana del hombre. Presagio del
triunfo del que ha vivido como justo. Muerte que es sólo un paso -una
Pascua- hacia el Padre. Aquel que había venido de lo alto, a lo alto retorna.
Nuestra muerte es así: un retorno al que es nuestro origen, nuestro Creador
y Redentor.
El Hijo de Dios muere con confiada serenidad. No es la impotencia del que ya
está extenuado. Es la plegaria del que sabe que Dios es el Amor. Y que el
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Amor -en mayúsculas- es digno de toda confianza. Una apuesta absoluta. Una
apuesta que merece la pena. Porque es la verdad más auténtica.
En el abandono a las manos del Padre se hace realidad el deseo de plenitud
del ser humano. Vemos la muerte de Jesús y, con esta visión, reciben
consuelo nuestros llantos, luz nuestras contradicciones, la misma muerte
nos habla del gozo que comporta el alcanzar la patria verdadera...
Vemos la muerte del Señor y sentimos como una mezcolanza de gozo y
fuerza... El Padre de Cristo se nos revela como nuestro Padre. Y nos sentimos
con ganas de vivir dignamente para poder tener una muerte digna. A pesar
de nuestra pequeñez y de nuestros pecados, el Padre nos abre sus brazos.
Sabemos que nos espera una vida en plenitud, eterna. Y que la salvación está
ligada al ese amor misericordioso de Dios que nos llevará a realizar, en
nuestras vidas, buenas obras que dignifiquen nuestro mundo.
Con Cristo que caminó desde el Portal de Belén hasta la Gloria, pasando por
el Calvario, también nosotros queremos caminar por los caminos de nuestra
vida con el corazón puesto en el Padre del cielo y con un amor eficaz para los
hermanos.
Contemplemos a Jesús. El cuerpo desnudo y el alma vacía. Rechazado por
todos. Solo, muy solo. Pero él es el Cristo de la confianza. Porque Dios era su
roca inquebrantable que lo sostenía. Se entrega plenamente. Ahora aparece,
como nunca, la grandeza del Señor. Su muerte es completa y su sacrificio
perfecto. Desde ahora, morir será compartir la muerte de Jesús. Tener parte
en el misterio redentor que, a lo largo de los siglos, salva a todos los que
abren el corazón a la misericordia de Dios.
La vida y la muerte de Jesús revelan su confianza total en el Padre del cielo.
La confianza que nos recomendó en el sermón de la montaña no era sólo
palabras: era realidad.
Podemos recordar, aquí, el salmo 130: No pretendo grandezas que
superan mi capacidad; sino que acallo y modero mis deseos, como un
niño en brazos de su madre.
Aquel que siempre fue el Hijo y vivió como tal, aquel que puso a los
pequeños como modelo de su seguimiento, nos deja la lección de lo que es
ser hijo: confiar plenamente en las buenas manos del Padre. Y nos pide que
vivamos como hijos que confían en Dios también cuando las cosas no salen
como nosotros querríamos, y cuando se nos oscurece el panorama
espiritual.
Jesús, en su muerte cruel, nos dice que podemos confiar plenamente en Dios.
Y que nuestra confianza no se verá nunca defraudada.
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El texto evangélico dice que Jesús expiró. Habla de la entrega de aquella vida
que siempre fue entregada. A nosotros expirar -entregar el espíritu- nos
recuerda el Espíritu Santo que el Señor nos entrega en su resurrección y el
día de Pentecostés. Nosotros recibimos el Espíritu de Jesús, el Espíritu
prometido. Ahora se va. Pero no nos dejará huérfanos. Enviará al Espíritu
Santo que guiará a su Iglesia y orientará el corazón de los fieles. El Espíritu
viene a asegurarnos que seguir a Cristo vale la pena. Que la razón la tiene
Jesús y no los que lo condenaron.
El Espíritu nos ayuda a superar el escándalo de la fe. En la duda nos da
certeza, en las dificultades nos fortalece, en la fatiga es reposo y en la tristeza
consuelo.
El Espíritu Santo es la fuerza de los mártires y los santos. Es nuestra fuerza.
Nos ha sido dado en el Bautismo y en la Confirmación. Nos asiste y nos guía.
Nos ha conducido hasta aquí, para grabar en nuestro corazón la Pasión del
Señor y para decir al Crucificado que él es el Salvador del mundo y el Rey del
universo.
El Espíritu nos mueve a celebrar la Pascua de este año como un paso
adelante en nuestra santificación.
Ante el Cristo muerto, sintámonos hijos del Padre del cielo. Vivamos como
hijos. Con una oración constante. Hijos de Dios. Hijos de la Iglesia que,
siempre dóciles, no buscan más que vivir las bienaventuranzas. Hijos,
siempre entregados, siempre a punto de devolver el don de la vida a quien
es nuestro Creador y Salvador.
Dios, misericordioso y eterno, a quien podemos llamar Padre, aumenta en
nosotros el espíritu filial, para que merezcamos alcanzar la herencia
prometida. Por Jesucristo nuestro Señor.
SABADO SANTO
El Sábado Santo tradicionalmente siempre ha sido un día de silencio,
Cristo ha muerto. Los discípulos están desconcertados, quienes seguían a
Cristo no saben qué hacer, se sienten engañados, abandonados, el Salvador
de Israel ha muerto.
María está sola, su Hijo ya no está.
De aquí que el Sábado Santo invite a la soledad, a escuchar nuestro
interior, a dialogar con María y con Juan, el discípulo que acogió en su casa a
María.
Cuando se hace referencia al silencio, a la soledad viene a nosotros un
lugar físico, el Desierto, allí se retiraba la gente para orar, porque desierto es
lugar de silencio, de cercanía de Dios, de contemplación, pero también de
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prueba y despojo, de búsqueda y respuesta, de oración, de luz y de amor
(puedes tener presente cada una de estas palabra en el día de hoy).
Hoy te invito a hacer desierto, a que te encuentres con Cristo, el Cristo
crucificado que por amor a nosotros murió en la cruz, que te encuentres con
María y le acompañes en su soledad y por último que te encuentres contigo
mismo, entra en lo profundo de ti, allí donde sólo estás tú con Jesús. Es un
día en el que no hay lugar para el miedo.
En este día sería muy bueno, si es posible, acercarnos al sacramento del
perdón, de acercarnos a Cristo y reconocer nuestros fallos, nuestras
debilidades; pero sobre todo vamos a descubrir que a quien quiere de
verdad es a nosotros, nuestros pecados ya los ha olvidado; Jesús quiere
nuestro corazón arrepentido porque nos ama con locura. Si hoy
experimentamos esto nuestra vida sería una vida vivida desde el amor, en
definitiva desde Cristo.
Hemos acompañado a Jesús hacia la cruz. A un Jesús roto, crucificado,
muerto. Junto a Él ha estado María, en silencio, sin hacerse notar.
Ahora ya no hay nada, hasta la cruz está vacía... y María sola. A su lado
está Juan, el discípulo amado. Él conoció a Jesús, vivió con Él y el Maestro le
confió a su Madre. También estamos cada uno de nosotros junto a María y a
Juan, queremos acompañarlos en su dolor y revivir lo vivido con Jesús.
Hoy va a ser un día para revivir la experiencia de amor y servicio del
jueves, de dolor y muerte del viernes y de toda nuestra vida junto a Jesús.
Partiremos del presente, Jesús ha muerto, ya no está junto a nosotros y
surge la pregunta: si Cristo ha muerto, ¿mi fe puede ser una ilusión? ¿En
quién se apoya? Pero la fuerza para vivir la duda del presente y superarla es
recordar, traer a nuestra cabeza y corazón lo experimentado con Jesús, esos
momentos que lo he sentido tan cerca, que he hablado con él y que ni la
distancia física me podría separar de Él. (A. Machado dice “todo es según se
recuerda”). Y queda el futuro...
Hoy ante la cruz sola, hay que dar una respuesta cargada de amor, de
esperanza, porque Cristo... REALMENTE VIVE EN CADA UNO DE NOSOTROS.
Jn. 19, 25-27: “Jesús dijo a su Madre: ahí tienes a tus hijos, a
Juan y a todos aquellos que te quiera acoger. Miró con cariño a
Juan y nos mira a nosotros y nos dice: ahí tenéis a mi Madre
¿queréis acogerla junto a vosotros?”
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LOS SIGNOS DE LA PASCUA
Cada signo tiene un significado profundo, que muchas veces se nos escapa.
Vamos a tratar de acercarnos a algunos de los signos de la Pascua, pero
antes de ello, tenemos que caer en la cuenta de que cada signo nos está
hablando de Jesús, nos sitúa ante su presencia real en cada uno de nosotros,
en la comunidad reunida en su nombre, en el sacerdote que preside la
celebración, en la palabra que se proclama, en el pan y el vino que se nos
regala como alimento.... Para prepararnos a participar con mayor intensidad
la próxima Pascua, intentaremos recordar y reconocer algunos de los signos
que vivimos en cada Misa y que nacen fundamentalmente de la Pascua de
Jesús.
Pascua significa el paso de Dios que libera al pueblo. Es el compromiso de
Dios con su pueblo, su alianza y contrato. Jesús se une a esta historia y la
supera: establece un nuevo pacto, una alianza nueva y definitiva. Es la
Pascua de Jesús, es la Nueva Alianza, es la Luz y la Vida para todos. A
nosotros, que nos consideramos seguidores de Jesús, se nos invita a unirnos
a Él, a optar definitivamente por El. Celebramos la Pascua en la medida en
que nuestra vida sea reflejo y actualización de la vida de Jesús. Nuestro
seguimiento a Jesús ha de actualizar dos dimensiones: nuestra opción y
adhesión personal a Jesús y nuestro compromiso por realizar lo que El hizo:
crear la fraternidad. Y este camino lo hacemos como Iglesia. No somos islas
separadas, somos una comunidad que refleja la vida de Jesús. Los signos de
nuestras celebraciones solamente tienen sentido si los vivimos como pueblo
de Dios, como Iglesia.
Textos para la oración.
La Pascua judía: Éxodo 12,1 - 14
La Pascua de Jesús: Mateo 26, 17-30
El signo de la Pascua: Juan 13, 1-17
Actualización de la Pascua de Jesús: 1 Cor. 11, 23-26
 EL SIGNO DE LA PALABRA
Las personas se comunican de muchas formas y en ellas se comprometen. La
palabra es, quizás, la expresión más humana de comunicación. Dios se
quiere hacer comprensible para nosotros y nos habla con palabras que sean
accesibles a nuestra realidad. Jesús es la Palabra de Dios, es el modo de
hablar de Dios.
Las lecturas que se proclamas en cada Misa expresan la historia de esa
Palabra de Dios, se nos presentan estas lecturas para que abramos nuestros
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ojos al proyecto de acción de Dios entre los hombres. Acudimos a la Palabra
para descubrir y notar qué dice Dios y, sobre todo, qué quiere decirnos hoy y
ahora. Porque la Palabra de Dios es una Palabra viva y eficaz hoy. Lo que
dice se cumple: crea, da paz, ofrece esperanza....
La Palabra de Dios nos invita a acogerla con una actitud especial: apertura,
escucha, respeto. De ese modo ponemos los medios necesarios para que esa
Palabra entre en nuestro corazón y dé su fruto.
PIENSA Y COMPARTE:
* A veces una frase de la Biblia te ha iluminado un aspecto de tu propia vida,
¿recuerdas alguna en particular?
* ¿Qué palabras de vida necesita hoy el mundo en que vives?
* Imagínate que es Dios quien siembra y que tú eres la tierra que acoge la
semilla: ¿qué frutos puedes ofrecer a los demás?
Textos para la oración
Éxodo 20, 1-21
Hebreos 1, 1-2
Juan 1, 1-14
Juan 13, 34-35
 EL SIGNO DE LA LUZ-TINIEBLAS
Descubrimos la necesidad de la luz cuando no la tenemos. De noche
encendemos la bombilla para ver, si estamos en el monte la linterna para
guiarnos y entrar en la tienda, cuando pasamos por un túnel los focos del
coche nos orientan. Si vemos a un ciego que no percibe la luz caemos en la
cuenta de su necesidad: alguien le ha de llevar de la mano.
Pero no solamente se ve con los ojos. La vida de pecado, es decir, la vida
alejada de los demás y de Jesús es una vida en tinieblas, sin horizonte, sin
claridad. A veces decimos: Esto no lo veo claro, no veo lo que quieres decir....
En todos esos momentos somos ciegos, necesitamos que alguien nos ponga
en el corazón una luz para iluminar nuestro futuro, nuestro camino.
Jesús se nos presenta como la luz que ilumina nuestra tiniebla, la esperanza
que da sentido a la sinrazón de muchas decisiones equivocadas. Es una luz
que no se agota que la recibimos y la transmitimos a los demás, como
cuando encendemos nuestra vela y la ofrecemos a los demás. Solamente la
persona que recibe la Luz de Jesús puede iluminar a los demás.
PIENSA Y COMPARTE:
* Señala cuatro circunstancias de la vida que te rodea en que sientas falta de
claridad y de luz.
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* Aquí tienes tres lámparas encendidas: indica tres aspectos de tu vida que
necesitan iluminarse.
* Comenta brevemente la siguiente frase de Jesús: Yo soy la Luz del mundo,
quien me siga no caminará en tinieblas, antes tendrá la Luz de la vida
(Juan 8, 12)
Textos para la oración
Génesis 1, 2
Isaías 9, 1
Juan 1, 4-5
Juan 12, 35
1 Juan 2, 11
 EL SIGNO DEL AGUA
Desde hace algunos años hemos vivido una situación climatológica rara: una
gran sequía y fuertes inundaciones. El agua, que es necesaria para la vida,
falta. El agua, cuando se desborda, puede destruir, romper proyectos....
El antiguo pueblo judío busca la libertad de Egipto y rompe con esa situación
atravesando el Mar Rojo. El paso por esa agua se convierte en un signo:
refleja la muerte a una esclavitud y abre el nuevo camino de la libertad.
Jesús, con su vida y su muerte, inicia la historia de un nuevo pueblo, la
Iglesia, la comunidad de sus seguidores. De ahí que el agua del Bautismo sea
para los seguidores de Jesús el signo del paso de la muerte a la vida, del
egoísmo al amor, del yo al nosotros.
PIENSA Y COMPARTE:
* Probablemente habrás asistido al bautizo de algún hermano, primo,
sobrino. ¿Te has acordado de que una vez fuiste tú también bautizado? ¿Qué
has sentido al recordarlo?
* Recuerda alguna de las siguientes experiencias: confirmación, pascuas,
bautismo de algún familiar. ¿Has vivido ese momento como renovación de tu
propio Bautismo?
* Hay momentos y circunstancias en que el agua no limpia, ni tampoco
libera; las inundaciones, las tormentas repentinas, el lavarse las manos como
Pilatos para evitar la propia responsabilidad. Señala cuatro momentos en
que hayas vivido esta experiencia.
Textos para la oración
Éxodo 14, 1-31
Éxodo 17, 1-7
Juan 3, 1-9/ Juan 7, 37/ Juan 19, 31-37
Mateo 28, 19-20
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 EL SIGNO DEL PAN Y EL VINO
Cualquier celebración de fiesta, de aniversario, tiene siempre una expresión
concreta en torno a la mesa: compartir una comida es una de las expresiones
que más se repite en todos los pueblos como signo de alegría, gozo y unión.
Un plato y un vaso tomados junto a las personas que se ama y se estima
ayuda a crear un ambiente y una atmósfera realmente sinceros.
En su deseo de hablar un lenguaje que los hombres pudiéramos entender,
también Dios quiso que en torno a una mesa se juntaran sus seguidores y
compartieran una comida de fiesta. Con ello celebraban el Paso del Señor, la
Pascua. Jesús deseó celebrar con sus amigos más íntimos esta Cena, su
última cena entre los hombres, no sólo para compartir lo que habían vivido,
sino también para ofrecer un nuevo camino, una nueva comida. Jesús quiso
quedarse entre ellos como comida: Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre”. Por
estas palabras se hace alimento para que acudamos a Él y tomemos fuerza
para seguir Su camino.
Compartir entre nosotros el alimento de Jesús no es solamente asistir a una
Misa y comulgar el pan de la Eucaristía. Ciertamente es eso y algo más: es
compartir los gestos de Jesús, es hacer realidad su actitud de servicio, de
perdón, de ayuda, de tolerancia....
Jesús nos dice que hemos de unirnos a Él, hemos de comer su cuerpo y beber
su sangre para que tengamos vida, una vida que no acaba, una vida que se
transmite a los demás. Y en el día a día hemos de actualizar su presencia y
sus gestos, conscientes de que la celebración de la Misa es la expresión más
profunda de su Amor por todos los hombres.
PIENSA Y COMPARTE:
Jesús comparte su Vida y Amor a través del pan y el vino. ¿Cuáles son los
signos con los que compartes tu vida? ¿Con quién lo haces?
*Señala un gesto de compartir en cada uno de los siguientes aspectos de tu
vida:
Familia..................................Amigos.............................................................................
Estudio/trabajo.....................Descanso.....................................................................
* ¿Te acuerdas realmente, y no sólo de memoria, de los que tienen
poco, de los pobres, de los marginados....? ¿Cuándo?
Toda la Vida de Jesús fue un gesto de compartir. ¿Y tu vida? ¿Compartes
de vez en cuando, cuando te recuerdan una campaña o, por el
contrario, toda tu vida es una actitud de entrega?
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Textos para la oración
Éxodo 16
Juan 6
Marcos 14, 22-26
JUNTO AL SEPULCRO
Allí junto al sepulcro, la noche del sábado, estaban los discípulos, la iglesia
toda. Cada uno en su papel, en su actitud de servicio. En su forma de
entender. O en su “santa manía”…Todos, sí, convocados por la esperanza y
unidos, sí, por el amor. Por un cierto amor.
Dormidos, quizás. Despistados. Huidos. Reconstruyendo y añorando el
pasado. Imaginando futuros. Programando el mañana. Preparándose para el
después, sin Él, ¡aunque con Él!
- Estaban los que hacían teología de la eucaristía, del dolor redentor, del
Cristo fundamento de la iglesia, de los sacramentos...
- Los que recordaban los pasos, mensajes y milagros del Maestro.
- Los que hacían encíclicas, cartas, mensajes y proyectos para una iglesia
más viva.
- Los que hacían leyes para, decían, que todo funcionara mejor.
- Los que lamentaban y lloraban tanto dolor y tanta muerte.
- Los que señalaban a los culpables de la muerte de Jesús.
- Los que decían que por fin había descansado, que ya no sufría.
- Los que gritaban que Cristo seguía sufriendo en los pobres, abandonados y
desechos sociales…
- Los que rezaban, armonizaban e interpretaban preciosos glorias y aleluyas.
- Los que merodeaban cerca, muertos de frío, de hambre, de esperanza y de
cariño.
- Los que se esforzaban por quitar la losa del sepulcro para que Cristo
saliera.
- Los que se acusaban mutuamente -“pues peor fuiste tú que…”- por la actitud
ante el prendimiento y ante proceso al Maestro Bueno.
- Y Cristo, Él, el protagonista, resucitó en la clandestinidad, sin avisar, sin que
lo vieran, y fue a hacer de cirineo de los que sufren su propio calvario.
Los suyos, los más suyos, saben que ya no está en el sepulcro. Y lo saben
disfrazado de hortelano, de peregrino, de pobretón, de drogadicto, de
enfermo, de emigrante… O lo ven así -con agujeros en las manos y en los
pies- o ya no lo verán nunca. Se saben sus discípulos, resucitados por Él y
con Él. Y se saben también… ¡resucitadores! Aleluya, aleluya. Que si vivimos
resucitados es que Él resucitó y nos ha resucitado. Aleluya, aleluya.
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