© 2013, Biblok Book Export, s. l. www.biblok.es ISBN: 978-84-942015-6-1 Depósito legal: B. 27124-2013 Impreso en España - Printed in Spain Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamos públicos. Capítulo primero De cómo andaban las cosas en Castilla durante la minoría de edad de don Fernando IV el Emplazado. Durante los tiempos de la minoría de edad del rey de Castilla don Fernando IV, conocido como el Emplazado, el país estaba en completo desasosiego a causa de la lucha que entre sí sostenían los distintos y opuestos bandos que se disputaban las riendas del gobierno, amargando los días de la ilustre reina madre, encargada de la regencia, y a quien por sus virtudes, gran capacidad para el gobierno y nobilísimo corazón la historia ha dado el nombre de doña María la Grande. Desde la muerte de su esposo el rey Sancho IV el Bravo, esta excelsa señora sufría grandes aflicciones –5– La verdadera historia de Águila Roja y pasaba por las más crueles pruebas, pues los nobles del reino querían, so pretexto de formar un consejo de regencia, que mandase en nombre de don Fernando mientras éste alcanzaba su mayoría de edad, para de este modo apoderarse de todas las rentas, señoríos y prebendas de que habían sido privados por anteriores rebeldías por el difunto rey don Sancho. Así que el estado del país no podía ser más lamentable. Empobrecido el país, mermadas las rentas del real erario, desconocida la autoridad legítima de la reina madre y cautivo el rey don Fernando de los falsos consejos de los nobles que le rodeaban para indisponerle con su madre, no podía ser más triste el estado de Castilla. El dominio de ésta se lo disputaban los rebeldes, manteniendo grandes mesnadas de ballesteros y gentes de armas, que ejercían toda clase de coacciones y presiones sobre el poder real. Las tropas de la reina doña María, mal pagadas a causa de la pobreza del erario, eran insuficientes para tener a raya los excesos de los nobles; pero la gran entereza de la reina madre suplía estos inconvenientes. Escudada en la legitimidad de sus derechos a gobernar por sí sola el reino durante la minoría de edad de su hijo, unos derechos que habían sido solemnemente otorgados ante toda la Corte y los grandes magnates de Castilla por el rey don Sancho en su mismo lecho de muerte, momentos antes de expirar. –6– Capítulo primero De todos los ambiciosos que perturbaban el reino, los más temibles eran los infantes don Juan y don Enrique, tío el uno y tío abuelo el otro del rey. Estos nobles habían logrado apoderarse de la voluntad del joven monarca, indisponiéndolo con su augusta madre, en tales términos que la desventurada reina pasaba por el duro trance y cruel dolor de tener que contar a su hijo como el primer rebelde de todos, e incluso el más peligroso, puesto que no carecía de la reflexión necesaria para comprender que lo que ambicionaban sus tíos era arrebatarle la corona y medrar a costa de los bienes del rey. El pretexto de que se valían los infantes don Enrique y don Juan para poner en crisis el reino y mantener por medio de las armas sus derechos a la corona (si bien a su sobrino el rey le decían que sólo aspiraban a encargarse de la regencia), era que el rey don Sancho el Bravo había perdido supuestamente sus derechos a la corona por haber sido maldecido por su padre don Alfonso el Sabio en la hora de la muerte. Los infantes denunciaban que don Sancho, por lo tanto, había usufructuado indebidamente la corona. Además, y por lo que toca a los derechos de don Fernando el IV, su sobrino, afirmaban que no eran legítimos, porque su padre don Sancho y la reina dona María de Molina, su madre, eran primos y se habían casado sin obtener la dispensa del Papa. Siendo esto –7– La verdadera historia de Águila Roja así, argumentaban que no era válido el matrimonio ni podía considerarse como legítimo para los efectos de sucesión a la corona. Sin embargo, todo esto no eran más que añagazas y pretextos para justificar sus ambiciones y sus rebeldías ante los ojos del pueblo, pues si bien es cierto que don Sancho había sido maldecido por su padre por haberse rebelado contra él, también lo es que el rey sabio lo perdonó, y en consecuencia le reconoció todos los derechos de sangre y de justicia que como su hijo primogénito le autorizaban y legitimaban en la sucesión del trono. Y en cuanto a no haber sido dispensado por el Papa el parentesco que unía a don Sancho y doña María, tampoco era ésta una razón de gran peso, pues aparte de que el Sumo Pontífice ya había manifestado diferentes veces, durante el reinado de don Sancho, su amistad y cariño hacia este monarca, así como a su esposa, el hecho de que hubiese negado la dispensa no tenía ningún valor ni fuerza moral, pues habiéndose verificado el matrimonio ante la iglesia, bien se comprende que era legítimo aun cuando aquel requisito le faltase, habida cuenta de que los matrimonios entre parientes próximos de la sangre real es un hecho admitido y tolerado por cuestiones de Estado, y además muy frecuente, aun entre los vasallos de la más ínfima clase, lo cual demuestra –8– Capítulo primero que el matrimonio celebrado entre primos no está prohibido por la Iglesia de un modo absoluto. Sea como fuere, lo cierto es que el reino de Castilla estaba pobre y esquilmado, y por si esto fuera poco, en plena guerra civil. La reina no tenía servidor más fiel que el noble caballero don Alonso de Guzmán, apellidado el Bueno por el heroísmo con que defendió la plaza de Tarifa durante el reinado de don Sancho, cuando esta ciudad se hallaba cercada por fuerzas agarenas comandadas por el infante don Juan. Don Alonso era un cumplido caballero, en cuya lealtad descansaba la reina, pero no podía atender a todos los sitios donde era preciso, y a la sazón se hallaba en Toledo para proteger a la reina viuda y al joven rey de las asechanzas de los nobles, los cuales eran cada día más exigentes y díscolos, hasta el extremo de que la corona de don Fernando el IV estaba en verdadero peligro. –9–