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La Casa
Batlló
Texto: Daniel Romaní
Fotos: Toni Soriano
“La línea recta es de los hombres, la
curva es de Dios.” Ésta era una de
las premisas básicas de Antoni
Gaudí. Fiel a esta sentencia, el genial
arquitecto catalán evitaba cualquier
línea recta cuando dibujaba los
planos de un edificio. La Casa Batlló
es un buen ejemplo de ello:
¡prácticamente no hay ningún ángulo
recto en toda la casa, tanto en el
interior como en el exterior!
a casa más conocida —y fotografiada por cámaras de todo el
mundo— es toda ondulada. Se sabe que el mismo Gaudí dirigía a los obreros personalmente, desde la calle, la colocación
de la cerámica vidriada y los fragmentos de cristales rotos de distintos colores en la fachada del Paseo de Gracia número 43.
El barroquismo de la fachada —que por sus formas y colores
se ha comparado con la serie de óleos de Claude Monet Les
nimphéas, de su jardín de Giverny— anunciaba la de la Casa Milà, La Pedrera, que proyectará más tarde en el mismo paseo de
Gràcia. En la Casa Batlló es la última ocasión en la que Gaudí realiza un uso exuberante del trencadís —técnica que utilizó por
doquier, ya que le permitía colorear las omnipresentes superficies curvas de los edificios que diseñaba. Dos rasgos de la Casa
Batlló serán todavía más acentuados en La Pedrera: el uso de la
forja y la ondulación de las paredes.
La Casa Batlló se había edificado entre los años 1875 y 1877.
En 1900 era propiedad de Josep Batlló, industrial textil propietario de la fábrica El Vapor Batlló, dedicada al hilo y al algodón
—situada en la calle Urgell, que después ha sido sede de varias
escuelas universitarias dedicadas a especialidades técnicas, tuvo una vida corta: de 1870 a 1889—. Josep Batlló encargó las
obras que en principio tenían que consistir en derribar el edificio y construir uno nuevo, pero en 1904 cambió de idea y decidió hacer una reforma. Parece lo más lógico para un edificio que
había sido construido sólo 25 años antes.
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Gaudí se empleó a fondo, transformando una casa típica del
Eixample en uno de los edificios más singulares de la arquitectura de Barcelona, en cuya planta noble vivirían los Batlló. Realizó
una reforma integral, diseñando todos los elementos, incluido el
mobiliario. Lo hizo con toda libertad, incluso desoyendo algunas
de las peticiones de los propietarios, como revela esta simpática
anécdota: la señora Amàlia Batlló estaba preocupada porque no
veía la manera de colocar el piano de cola de su hija; el arquitecto siempre le respondía que encontraría alguna solución, y cuando la casa estuvo terminada y no cabía el piano, Gaudí le contestó ¡que le comprase un violín! En la fachada añadió una tribuna,
nuevos balcones y cerámica policromada; en el interior organizó
los espacios y unificó los patios y la escalera para conseguir más
iluminación y ventilación. Añadió dos plantas, que remató con un
coronamiento cerámico espectacular. “Les Golfes” —la buhardilla—, recuperadas y rehabilitadas con motivo del centenario de
la Casa Batlló, junto con las chimeneas y la cruz tridimensional,
constituyen el excepcional terrado.
La Casa Batlló (1905-1907) es sin duda el edificio más innovador y arriesgado de los tres de la “manzana de la discordia” —entre Consell de Cent y Aragó—, llamada así por la diversidad de
estilos —dentro del modernismo— que alberga. Lo cierto es que
muy pocos barceloneses dejaron de opinar al verla acabada.
Prácticamente no dejó a nadie indiferente. Algunos incluso tacharon el edificio de “horrible”, mientras otros lo elogiaban o lo
premiaban con el concurso de arquitectura de 1907.
En la “manzana de la discordia” se produce la máxima concentración de modernismo de Barcelona. Además de los bancos
y farolas modernistas que flanquean el Paseo de Gracia, aquí se
hallan tres edificios de familias de la burguesía industrial barcelonesa que reunciaron a copiar las formas de vida de la aristocracia, instalando sus viviendas en la arteria principal del nuevo Eixample, que había sido urbanizado a finales del siglo XX. Se
trata de los Lleó Morera, que residieron en la casa diseñada por
Domènech i Montaner, y los Amatller, que vivieron en la que había diseñado Josep Puig i Cadafalch.
“Si de alguna manera hubiera que definir la Casa Batlló, sería
diciendo que se trata de una sonrisa arquitectónica, de una explosión de placer compositivo de quien se halla en pleno dominio de
su propio y personal estilo, que le permite desligarse de toda imitación o de toda escuela contemporánea o histórica”, ha escrito
Joan Bassegoda Nonell. La abundancia de formas, colores y símbolos invitan a soñar numerosos significados. El más extendido
es la leyenda de Sant Jordi y el dragón, la lucha del bien contra el
mal: el techo sería la cresta del dragón, y sus vértebras darían forma a la escalera principal del edificio. Pero hay otras muchas interpretaciones posibles, quizás algunas todavía por descubrir.J
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La Casa Batlló es el
resultado de una reforma
integral en una casa típica
del Eixample barcelonés en
la que Gaudí realizó el
diseño de todos los
elementos, incluido el
mobiliario. La abundancia
de formas, colores y
símbolos invita a soñar
numerosos significados.
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