115 DE LA TARDOANTIGÜEDAD AL MEDIEVO CRISTIANO. UNA MIRADA A LOS ESTUDIOS ARQUEOLÓGICOS SOBRE EL MUNDO FUNERARIO. Agustín AZKARATE GARAI-OLAUN Universidad del País Vasco 1. BREVE BALANCE HISTORIOGRAFICO Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que el conocimiento del mundo funerario del periodo de transición entre la antigüedad y el medievo ha conocido, durante las dos últimas décadas, un avance extraordinario. Lamentablemente, tal y como veremos, habrá que convenir también en que este importante avance no ha tenido siempre entre nosotros el eco que todos hubiéramos deseado. Vamos a aprovechar, pues, este foro para reflexionar sobre ello, haciendo hincapié, sobre todo, en la evolución de las investigaciones y en la aparición de nuevos enfoques tanto temáticos como metodológicos. Tras recibir la invitación para participar en este congreso, pensé hablar, en un principio, sobre las necrópolis tardoantiguas y los conjuntos de estelas e inscripciones funerarias de época tardoantigua y altomedieval que estamos investigando desde hace más de diez años. La necesaria revisión y actualización bibliográfica que un ejercicio de esta naturaleza exige, hizo sin embargo que cambiara de opinión, inclinándome más por una reflexión crítica sobre el conjunto de estudios efectuados. Mi intervención tendrá, pues, un carácter historiográfico y propositito. Su objetivo ha sido el de contextualizar conceptualmente las investigaciones arqueológicas sobre ámbito funerario, sujetas en exceso entre nosotros (sobre todo para los siglos VIII en adelante) a criterios todavía excesivamente taxonomistas y descriptivos. Pido, finalmente, disculpas por prolongar cronológicamente el objeto de mi intervención hacia siglos que quedan quizá excesivamente lejos de los intereses científicos de los asistentes a este congreso. La arqueología, sin embargo, está superando por fortuna los compartimentos estancos en los que ha estado constreñida durante mucho tiempo. Cada vez nos toca trabajar más a todos en contextos pluriestratificados y debemos acostumbrarnos a conocer las principales líneas interpretativas de momentos históricos diversos. 1.1. Desde la óptica de la antigüedad y sus epígonos Es de todos conocido el retraso histórico que la arqueología medieval ha tenido respecto a la investigación arqueológica de otros períodos. Incluso los países más madrugadores, como Gran Bretaña, tuvieron que esperar hasta mediados del siglo pasado para iniciar una andadura que, cinco o seis décadas después- y con la incorporación de potentes escuelas como la francesa y la italiana-, han aupado a la 116 investigación arqueológica de época medieval a un alto nivel de calidad en su producción científica. Estrictamente, sin embargo,-y aunque parezca paradójico- esta “joven” disciplina tiene unos orígenes antiguos. Puede decirse que nació pronto pero que tardó demasiado en emprender su desarrollo. Este rápido inicio debe su explicación al temprano interés que siempre despertaron en la historiografía europea los epígonos del imperio romano y los siglos inmediatos a los de su desaparición en occidente. Dos eran las cuestiones que motivaban esta predilección: la difusión del cristianismo y los movimientos migratorios de los pueblos germánicos, cuestiones propias de una época dominada ideológicamente por una visión triunfal del proceso de expansión de la doctrina cristiana y por un pangermanismo dominante que conoció en el periodo de entreguerras su momento álgido. A) La arqueología cristiana La “arqueología paleocristiana”1 se dedicó durante mucho tiempo al inventariado y estudio monográfico de los vestigios que iban jalonando la expansión del cristianismo. Interpretados como exponentes de la penetración y avance de la nueva doctrina, iglesias, baptisterios, martiria, memoriae, elementos diversos que simbolizaran la nueva religión fueron bien sistematizados priorizando sus aspectos cronológicos, monumentales y litúrgicos2. El interés por la arqueología funeraria, en este contexto, quedó generalmente supeditada a criterios de monumentalidad o riqueza de contenido arqueológico. Como se ha señalado reiteradamente (cfr., por ejemplo, GELICHI, 1997, 157-158), las sepulturas merecían atención en función de la presencia o ausencia de ajuares y depósitos funerarios. Al reducirse éstos en época tardorromana, el interés por las necrópolis se redujo también de forma proporcional. Revitalizados durante los siglos VI-VII, los enterramientos volvieron a ser objeto 1 Mejor "arqueología cristiana". Cfr. Fh. Pergola, "Topographie chrétienne et archéologie de l' Antiquité Tardive et du Haut-Moyen Âge", Mélanges de l'Ecole Française de Rome (Moyen Âge), 103,2 (1991), p. 865. Un reciente estado de la cuestión, del mismo autor, en "Un'archeologia cristiana per i1 2000", I Congresso Nazionale di Archeologia Medievale (Pisa, 29- 31 maggio 1997), Pisa, 1997, pp.16-19. 2 Reflexionábamos recientemente sobre la instrumentalización que se ha venido haciendo de los datos arqueológicos en el debate sobre la temprana o tardía implantación del cristianismo en territorios vascos (A.Azkarate,2000,303 ss.). de trato privilegiado por parte de los investigadores que, sin embargo, olvidaron durante mucho tiempo las sepulturas posteriores al siglo VIII. B) De las Reihengräberfelder Reihengräberfelderzivilisation a la Estas últimas reflexiones nos llevan a la segunda de las cuestiones que motivaron un temprano desarrollo de la arqueología altomedieval. Pero, para enfocarla desde su génesis, hemos de situarnos a finales del siglo XIX y en el ámbito de influencia de la Escuela Histórico Cultural (cfr. una síntesis en TRIGGER, 1992, 144-196). El creciente nacionalismo que caracterizó aquella centuria explica, sin duda, el progresivo interés por efectuar una lectura etnicista del registro arqueológico. Paulatinamente irán cobrando fuerza conceptos como “cultura arqueológica”, “mosaicos de culturas” y –lo que aún es más importante- concordancias entre “cultura”, “civilización”, “raza”, “territorio” o “lengua”. Siendo las culturas un reflejo inevitable de la etnicidad, resultaba básico conocer con precisión las diversas culturas arqueológicas en la medida en la que sus semejanzas y variaciones reflejaban también semejanzas y variaciones de carácter étnico (Ibidem, 159). Las técnicas de seriación del registro arqueológico adquirirán, en consecuencia, una notable relevancia, mereciendo la atención prioritaria de los investigadores. Uno de los rasgos culturales sin duda más llamativos del periodo tardoantiguo de Europa occidental está constituido por la presencia masiva de necrópolis que se extienden por todo lo largo y ancho de su territorio. Durante el siglo XIX fueron decenas de miles las sepulturas de esta época que fueron objeto de intervenciones arqueológicas, - 4.000 en Marchépelot, 2.000 en Caranda, 1.200 en Monte Hermès (YOUNG, 1977, 12), en torno a 1.500 en Marugán (Granada), etc.-. Fue en aquel siglo cuando se impuso la idea de que estas necrópolis estaban alineadas y orientadas, fosilizándose incluso un término que, pese a las críticas que ha merecido de numerosos autores, ha seguido 117 vigente –quizá por inercia o comodidad- en la historiografía: son las “necrópolis alineadas” (Reihengräberfelder o cimetières par rangèes). Al poseer muchas de sus sepulturas ajuares y depósitos funerarios notables, fueron objeto de especial atención por parte sobre todo de estudiosos alemanes que, con el tiempo, elaboraron precisas tablas cronotipológicas que permitían seguir el décalage espacio-temporal de un fenómeno que se interpretaba con criterios básicamente étnicos. Se producía, de este modo, el tránsito de las Reihengräberfelderzivilisation. Este punto de vista fue mayoritario en Europa durante bastante tiempo, prácticamente hasta los años setenta del pasado siglo. En Francia, por ejemplo, y frente a quienes interpretaban estas necrópolis como el resultado de un poblamiento masivo de francos, desde hace ya algún tiempo –y como resultado de excavaciones arqueológicas mucho más meticulosas- se han matizado sustancialmente aquellos presupuestos. Ilustres investigadores como E. Salin y, más recientemente, F. Stein o H. Ament habían tratado de distinguir en estas necrópolis las inhumaciones francas (caracterizadas, según ellos, por un ajuar personal notable y abundante armamento) de las tumbas indígenas (con un ajuar más pobre o, incluso, carente de él). Naturalmente, Stein y Ament distinguían una fase de yuxtaposición de caracteres que interpretaban como el reflejo de la fusión progresiva entre la población local y los emigrantes germánicos Este tipo de hipótesis ha sido fuertemente contestada por Edouard James y Patrick Perin, entre otros, por plantear en términos únicamente étnicos una cuestión que, sin negar totalmente lo anterior, es esencialmente cronológica (PERIN, 1981). Otro tanto cabe decir de la arqueología de época lombarda, en la que tradicionalmente se priorizó también el estudio de los caracteres germánicos y la creación de seriaciones cronológicas3. Esta situación, iniciada de antiguo y revitalizada por J. Werner, pervive con los trabajos de O. Von Hessen y V. Brierbrauer en los años sesenta y setenta en los que se trabaja en una revisión sistemática de los principales contextos cementeriales de época goda y longobarda y cuyo mejor paradigma es la síntesis de V. Bierbrauer (1975). Todos los objetivos, sin embargo, apuntaban a la revisión de los contextos funerarios. Con excepciones como la 3 Cfr. C. Wickham, L’Italia nel primo medioevo. Potere centrale e società locale, Milán, 1983 del importante asentamiento de Castelseprio, poco o nada se hacía en relación con los asentamientos o el mundo urbano de este periodo, temas que no comenzarán a recibir una atención pormenorizada hasta la década de los ochenta (BLAKE, 1983; SETTIA, 1994; GELICHI, 1997, 33-51). El caso de la Península Ibérica es suficientemente conocido tanto en sus aspectos historiográficos (RIPOLL, 1995; 1998) como en los más explícitamente ideológicos (OLMO, 1991) y responde sustancialmente a los paradigmas continentales. Los trabajos pioneros de A. Götze (1907), N. Aberg (1922) y H. Zeiss (1934) deben ubicarse en el contexto pangermanista al que hacíamos referencia, así como los de J. Martínez Santa-Olalla (1934). La aportación fundamental de Zeiss, autor de la primera clasificación tipológica y cronológica de los bronces visigodos, está considerada como uno de los principales jalones en la investigación de la arqueología funeraria hispánica de los siglos VI al VIII d. C. La década de los cuarenta estará marcada por la influencia de W. Reinhart (1945) y J. Werner (1942-46) defensores del carácter estrictamente germánico de las necrópolis de tradición visigoda de la Meseta castellana. La investigación arqueológica dará un importante giro con la aportación de P. Palol al reivindicar este autor el fuerte peso del substrato hispanorromano, devaluado por el excesivo protagonismo que la impronta germánica había venido adquiriendo (RIPOLL, 1998, 34-40). En síntesis: - Durante más de una centuria –desde mediados del siglo XIX hasta prácticamente la década de los setenta del siglo XX-, las necrópolis de época tardoantigua fueron estudiadas en función de una doble potencialidad interpretativa: en primer lugar, como guías para el análisis de la evolución del cristianismo en el 118 occidente europeo, y en segundo –y sobre todo-, como indicadoras del mayor o menor grado de germanización del viejo imperio romano. Como se ha señalado, no sin cierta causticidad, un simple variante en una joya permitía a la escuela alemana establecer a qué pueblo germánico pertenecía el fallecido o, por el contrario, relegarlo al colectivo de los “míseros”, “pobres” o “autóctonos”, es decir, al de los “indígenas” romanos (H. BLAKE, 1983, 176). Este punto de vista fue predominante hasta que las evidencias arqueológicas, a partir de los setenta, han obligado a revisarlo4. Por recoger únicamente un par de ejemplos –uno francés y otro italiano-, traeremos a colación el caso de la importante necrópolis de Frénouville (Calvados) en la que los estudios antropológicos pudieron demostrar que los portadores de los ajuares “francos” no eran étnicamente diferenciables de la población indígena anterior (BUCHET, 1978), o la de Pettinara-Casala (Nocera Umbra) en la que inhumaciones arqueológicamente indígenas, antropológicamente resultaban, sin embargo, germánicas (von HESSEN, 1978) - La tradición cronotipológica, predominante durante decenios no puede, sin embargo, ser abandonada displicentemente al socaire e cierta modernidad metodológica. Y lo decimos porque existe quien infravalora –cuando no desprecialos esfuerzos que se están efectuando por notables investigadores5. Los resultados de este tipo de investigaciones han sido fundamentales para el conocimiento de la tardoantigüedad y siguen siendo todavía imprescindibles. Esta línea de investigación, iniciada en 1935 por Joachim Werner y renovada en 1958 por Kurt Böhner, al introducir criterios topocronólogicos en la seriación de los materiales, ha sido continuada 4 Aunque, con posterioridad, sean todavía muchas las interpretaciones etnícistas en curso. Cfr., por ejemplo, V. Bierbrauer, "L'occupazione dell'Italia da parte dei Longobardi vista dell'archeologo, en G.C. Menis (a cura di), Italia longobarda, Venecia, 1991, p. 44. 5 Un ejemplo en J. Moreland: "Aunque ha habido notables excepciones (...), la mayoría de los informes de los arqueólogos medievales muestran todavía a sus autores cohabitando en el lodazal del anticuarismo. Apuntes detallados sobre los últimos hallazgos de broches o hebillas de cinturón, informes de excavación puramente descriptivos y la continua fascinación por las tipologías de la historia del arte muestran que la arqueología medieval tiene aún un largo camino por recorrer" ("Method and theory in medieval archaeology in the 1990's", Archeologia Medievale, 17, 1991, p. 7. por arqueólogos franceses como Patrick Perin o René Legoux6 y ha llegado a España de la mano de G. Ripoll7. Pasando de las “permutaciones matriciales” iniciales a “la permutación matricial automática” que los avances informáticos de los años ochenta y noventa permiten y completándose con “análisis factoriales” y “clasificaciones automáticas” se están alcanzando precisiones cronológicas impensables hace algún tiempo y que pueden coadyuvar a la resolución de cuestiones todavía pendientes8. - Siendo esto así, hay que convenir también que la excesiva atención a cuestiones de carácter cronotipológico han relegado a un segundo lugar aspectos de carácter social o económico, reivindicados por los nuevos enfoques que han ido surgiendo durante los últimos treinta años. Pero ello no invalida otras tradiciones historiográficas previas. C) Desde la óptica de los estudios prehistóricos. La “arqueología de la muerte”. En la década de los setenta, la investigación del mundo funerario recibirá un nuevo impulso con la aportación de lo que se ha venido a 6 R. Legoux, P. Perin, "De la 'permutation matricielle manuelle' a la 'permutation matricielle automatiqué: application à la datation des sépultures mérovingiennes", Archéologie médiévale, XXIII, 1993, pp. 219-246. 7 G. Ripoll, "Materiales funerarios de la Hispania visigoda: problemas de cronología y tipología", GalloRomains, Wisigoths et Francs en Aquitaine, Septimanie et Espagne, Actes des VIIe Journées internationales d'Archéologie mérovingienne, Toulouse, 1985, Rouen, 1991, pp. 111-132. 8 Queda todavía por explicar suficientemente, por ejemplo, la razón histórica que explique la ausencia de ajuares y depósitos funerarios de los visigodos durante el periodo del reino de Tolosa y la presencia, en cambio, de esta vieja costumbre en Hispania desde los comienzos del reino de Toledo -incluso antes(Cfr. V. Bierbrauer, "Les Wisigoths dans le royaume franc, Antiquités Nationales, 29, 1997, pp. 167-200) Y otro tanto cabe decir de las necrópolis que aparecen en el entorno circumpirenaico meridional, en un contexto político hispanovisigodo que, sin embargo, se aleja materialmente de las costumbres funerarias peninsulares para acercarse en cambio a las continentales (A. Azkarate, 1999). Parece evidente que, detrás de estas particularidades -que exigen un tratamiento cronotipológico preciso- se esconden realidades históricas apenas vislumbradas suficientemente. 119 denominar “arqueología de la muerte”9, propuesta que hay que ubicar en los planteamientos teóricos y metodológicos de la New Archaeology. Es sabido que, para esta corriente, la praxis arqueológica anterior no respondía a lo que cabía esperar de una disciplina que reivindicaba su autonomía y su consideración como ciencia. Para ello debía abandonar los vicios que la caracterizaban. Como denunciaba D. L. Clarke, la arqueología tradicional –preparadigmática- constituía “una ciencia empírica e indisciplinada”, carente de un marco teórico propio al estilo de las ciencias naturales (el vacuum teórico que denunciaba Binford). Era historicista, difusionista, tipologista, agregativa, empirista, inductivista, artefactual, arqueográfica, no interpretativa sino descriptiva… En esta misma línea, aunque en este caso en relación con el tratamiento y análisis del registro funerario, la arqueología tradicional se habría caracterizado también por sus enfoques puramente descriptivistas y especulativos. Descriptivistas porque orientaban sus afanes casi exclusivamente a la resolución de problemas cronológicos y de clasificación etnocultural. Es por ello por lo que se habrían potenciado algunos periodos –la tardoantigüedad, por ejemplo- en los que las circunstancias parecían más favorables para los propios arqueólogos: la densidad de los hallazgos, su aparición en contextos cerrados, la diversidad de los ajuares y depósitos funerarios, etc., ofrecían, sin duda, más oportunidades para la resolución de los objetivos cronológicos y etnicistas antes mencionados. Especulativos porque trataban de interpretar el complejo ámbito de las creencias escatológicas de manera intuitiva, casi narrativa, asesorada únicamente por evidencias etnográficas 9 No es este el lugar adecuado para extendemos en este debate teórico. Para una cómoda introducción sobre la problemática, cfr. vV. Lull y M. Picazo (1989), G. Ruiz Zapatero y T. Chapa Brunet (1990), J. M. Vicent (1995), V. Lull (2000). La tesis doctoral de A. A. Saxe (Social dimensions of mortuary practices, 1970), y la recopilación de estudios efectuada por J. A. Brown (Approaches to the social dimensions of mortuary practices, Memoirs of the Society for American Archaeology, nº 25, 1971) en la que figura un trabajo del propio L. R. Binford ("Mortuary practices: their study and their potential", pp. 6-29), se consideran el punto de partida de la Arqueología de la Muerte. Diez años más tarde, la publicación de R. W. Chapman, l. Kinnes y K. Randsborg (eds.) (The Archaeology of Death, Cambridge, 1981) compilaría las principales líneas de esta corriente tras una década de trabajo. seleccionadas arbitrariamente (VICENT, 1995, 17). Frente a esta situación, la Arqueología de la Muerte, como Teoría de Alcance Medio, se presentará como alternativa orientada a la investigación de las estructuras sociales mediante la articulación de instrumentos hermeneúticos bien definidos. Su premisa básica se fundamenta en el presunto isomorfismo entre la variabilidad funeraria y la complejidad social, habida cuenta que los restos funerarios constituirían la síntesis de las dimensiones sociales más relevantes de un individuo (la “persona social” de Saxe) y el ritual funerario un “faithful epitaph”, un fiel epitafio de su identidad social (LULL, 2000, 577). Si la variabilidad funeraria está determinada por la estructura social, el análisis de esta variabilidad puede ser utilizada como vía de acceso para el conocimiento de la complejidad social. Pero ¿cómo acceder a esa variabilidad? La praxis de la Arqueología de la Muerte ha ofrecido dos respuestas complementarias: la de quienes priorizan la determinación objetiva de la variabilidad material de los conjuntos funerarios y la de quienes prefieren establecer su variabilidad significativa. Desde el primer punto de vista, que Vicent califica como “materialista”, se parte de la idea de que el rito funerario supone para el grupo humano que lo practica una actividad económica. Si las sepulturas pueden evaluarse en sí misma, “objetivamente”, en cuanto cantidades de valor amortizado y detraídas del flujo de producción/trabajo, la cuantificación del gasto funerario debería permitir la lectura de la estratificación social. El principio “de inversión o gasto de energía” propuesto por L.R. Binford y desarrollado por J. A Tainter se incluyen en esta óptica. Otro punto de vista más “formalista”, en cambio, preferiría analizar esa variabilidad a través de las asociaciones de elementos funerarios. Se trataría de tipificar esa variabilidad de modo que las categorías resultantes fuesen correlativas con las categorías sociales. En este caso, aunque las sepulturas se consideran también “objetivamente”, se hace más en un sentido cognitivo que económico (VICENT, 1995, 2023). 120 A pesar de la escasa influencia que ha tenido la Arqueología de la Muerte en la investigación arqueológica del periodo que nos ocupa10, su ascendiente en la arqueología en general –pocas veces explicitado, pero claramente perceptible en la historiografía de los últimos años– ha sido indudable. Metodológicamente posibilitó la incorporación a la arqueología de nuevas estrategias: análisis de patrones espaciales en conjuntos funerarios, introducción de análisis multivariantes, etc., hasta el punto de que el desarrollo de la Arqueología de la Muerte ha caminado de la mano de especialidades arqueológicas recientes como la “arqueología espacial” o la “arqueología cuantitativa” (CASTRO, LULL, MICO, RIHUETE, 1995). Las mayores críticas a la Arqueología de la Muerte proceden de distintas corrientes postprocesualistas11, básicamente de tradición marxista y estructuralista, y su tratamiento queda fuera del marco de esta intervención. La Arqueología de la Muerte supo estimular el interés por un cierto “orden” metodológico ausente entre muchos arqueólogos o, como recordaba R. Hodges –parafraseando a Clarketrató de convertir la arqueología “en una disciplina disciplinada”12. No obstante, las críticas que se han vertido sobre su “ingenuidad metodológica” han sido muchas. Su influencia en la arqueología funeraria del periodo que nos ocupa no ha sido grande. En nuestro entorno ha sido únicamente E. Cerrillo quien ha abordado, desde presupuestos procesualistas, la arqueología funeraria peninsular de los siglos V al VIII (CERRILLO, 1988; 1989). D) Desde la óptica del medievo La arqueología funeraria del periodo de transición entre la antigüedad el medievo quedará, pues, un tanto al margen de los debates 10 Generalmente, la adhesión a estas corriente no pasa de una mera declaración de principios. Cfr. I. Ollich, "Arqueología de la mort: una perspectiva de la Història Medieval", Acta Medievalia, 14-15,1993-1994, pp.277-290. 11 Sobre la polisemia del término "postprocesual", cfr. A. Hernando Gonzalo, "Enfoques teóricos en Arqueología", SPAL, 1 (1992), pp. 23-24; G. Ruiz Zapatero, J. M. Vicent, "Todo arqueólogo tiene algo de teórico... Una entrevista con Leo S. K1ejn", Trabajos de Prehistoria, 49 (1992), pp. 1516. Un enfoque postprocesual del tema que tratamos, en K. Greene, "Gothic material culture", en I.Hodder (ed.), Archaeology as Long Term History, Cambridge, 1987, pp. 117-131. 12 R. Hodges, "Method and theory in medieval archaeology", Archeologia Medievale, 8, 1982, p. 9. teóricos surgidos en los años setenta y resumidos en el capítulo anterior. La década de los setenta, sin embargo, marcará un importante punto de flexión en su desarrollo, con investigaciones que, desde puntos de vista diversos, apuntan ya a un claro cambio de orientación. La tesis doctoral de B. K. Young13, sintetizada en un denso y amplio artículo de interés indudable (YOUNG, 1977) en el que romanismo y germanismo se analizan en un mismo proceso cultural, supuso un indudable avance respecto a los planteamientos etnicistas de la escuela alemana. En la misma línea, podrían señalarse también los trabajos de E James para el mundo aquitano14. Pero va a ser Ph. Ariès15 quien, desde la “historia de las mentalidades”16, va a ejercer una influencia mayor en la arqueología funeraria, sobre todo–aunque no únicamente–en la arqueología medieval francesa. L’homme devant la mort (1977) es sin duda una de las obras más citadas entre los arqueólogos medievalistas de las décadas de los ochenta y noventa que se dediquen al mundo funerario. Y ello no es casual. El trabajo de Ph. Ariès – pese a las críticas– está sembrado de ese tipo de planteamientos que, con en el transcurso de los años, suelen convertirse en verdaderos programas de trabajo para investigadores de otras disciplinas, como ha sido el caso de los arqueólogos y, 13 B.K. Young, Merovingian funeral rites and the evolution of Christianity: a study in the historical interpretation of archaeological material, Filadelfia, 1974. 14 Ed. James, The Merovingian Archaeology of South- West Gaul, Oxford, 1977. 15 Ph. Ariès, Western Attitudes towards death, Ba1timore, 1974; Essais sur l'histoire de la mort en Occident du Moyen Age à nos jours, ed. du Seuil, Paris, 1975(La muerte en Occidente, Argos Vergara, Barcelona, 1982) y, sobre todo, L'homme devant la mort, ed. du Seuil, Paris, 1977 (El hombre ante la muerte, Taurus Humanidades, Madrid, 1983). En la misma línea, cfr. también la obra de M.Vovelle, La mort et l'Occident de 1300 à nos jours, Paris, 1983. 16 Sobre el lugar de Ph. Ariès en la Escuela de los Annales, cfr. P. Burke, La revolución historiográfica francesa. La Escuela de los Annales: 1929-1989, Gedisa editoria, Barcelona, 1996, pp. 70-73; F. Dosse, La historia en migajas, Ed. Alfons el Magnànim, Valencia, 1988, pp. 210218, 240-248. 121 especialmente, el de los arqueólogos medievalistas17. Es significativo que Ph. Ariès comience el libro primero de su obra hablando de la “mort apprivoisée” y que dedique la totalidad de su libro segundo a la “mort ensauvagée”. Con la primera de las acepciones18 quiere referirse a esa idea de la muerte “próxima, familiar”, socializada, opuesta a la contemporánea (la “mort ensauvagée” o la “mort inversée”) “que causa tanto miedo que ya no osamos decir su nombre”19 (ARIES, 1983, 32). Esta concepción de la “mort apprivoisée” es, según Ariès, específica de un periodo histórico perfectamente delimitado: surge hacia el siglo V d. C., diferenciándose claramente de las concepciones del mundo romano, y desaparece a finales del siglo XVIII o comienzos de la centuria siguiente20, cuando se imponen progresivamente las costumbres higienistas de la Ilustración. Cabe entender, pues, esta concepción de la muerte como un fenómeno típico de “longue durée” que, aunque adquiere su plenitud en época medieval, “comienza con el acercamiento de los vivos y de los muertos, con la penetración de los cementerios en las ciudades o los pueblos, en medio de los habitáculos de los hombres. 17 Esta influencia va más allá de los ámbitos funerarios que estamos tratando, y hay que encuadrarla en la renovación histórica surgida de la mano de Marc Bloch y la revista Les Annales con sus preocupaciones por la historia económica y social y la historia de la civilización material. La Escuela de los Annales, en efecto, primero con M. Bloch y L. Febvre y más adelante con Lefebvre, F. Braudel, G. Duby y otros, tuvo -y tiene- una decisiva influencia en la arqueología medieval europea. No fue casual, en este sentido, que el Colloquio Internazionale di Archeologia medievale de Erice (1976), considerado por los italianos como uno de los jalones clave del desarrollo de la arqueología medieval en Italia, estuviera presidido por G. Duby. 18 Traducida en la versión española como la "muerte domada" (lat. domare), hubiera sido mejor -por respetar la idea que subyace en el pensamiento de Ariès- haberla traducido como la "muerte domesticada" (lat. domesticus, de domus). 19 "C'est porquoi, quand nos appelons cette mort familière la mort apprivoisée, nous n'entendons pas là qu'elle était autrefois sauvage et qu'elle a été ensuite domestiquée. Nous voulons dire au contraire qu'elle est aujourd'hui devenue sauvage alors qu'elle ne l'était pas auparavant. La mort la plus ancienne était apprivoisée" (1977,36). 20 Aunque los momentos iniciales del cambio haya que situarlos ya en el Renacimiento (ARIES, 1983, 249ss.), su momento final se prolonga frecuentemente hasta comienzos del siglo XIX. Acaba cuando ya no se tolera esta promiscuidad”. (1983, 33). La influencia de Ariès va a dejarse notar en las investigaciones arqueológicas y, sobre todo, como decíamos, en la arqueología medieval francesa21. El proceso dialéctico que describe entre muertos y vivos, como proceso de larga duración, evoca (sin que, probablemente, el propio Ph. Ariès lo pretendiera) movilidad, evoca también relación con el territorio tanto rural como urbano y, en consecuencia, transformación del paisaje. El suyo es un lenguaje que va a ser perfectamente comprendido por los arqueólogos. Su obra22 sugiere tendencias, cambios profundos, aunque muchas veces más presentidos que demostrados. Como se ha señalado recientemente (GALINIÉ, 1996), en la sucesión de profundos cambios generados por la cristianización de las sociedades antiguas, las nuevas formas de socialización de la muerte (otro concepto de Ph. Ariès) ocupan un lugar preponderante, sobre todo para los arqueólogos. Por primera vez, la arqueología puede tomar parte en los debates abiertos por una historia serial (vemos de nuevo la influencia de la tercera generación de los Annales) que, habitualmente, comenzaba a fines de la Edad Media de la mano únicamente de la información procedente de las fuentes escritas. Es el tránsito de la “necrópolis” al “cementerio” – en expresión de Galinié23 – el que resume estos cambios profundos. Su efecto, en el campo de la arqueología, se verá reflejado por la apari- 21 Sería prolijo recoger los testimonios de arqueólogos franceses que reconocen su deuda con Ph. Ariès. Mencionaremos únicamente, sobre todo por la importancia de sus estudios y la influencia que ejercieron el desarrollo de la arqueología de época tardoantigua y altomedieval, a J. Ch. Picard (1986, 9) y H. Galinié (1996, 17). 22 La obra de Ph. Ariès ha sido ponderada de maneras muy diversas. Puede consultarse, a este respecto, J. McManners, "Death and the French Historians", en J. Whaley, Mirrors of Mortality, Londres, 1981, pp. 106-130. 23 "Le siècles qui, en France, couvrent la période qui sépare le debut de la christianisation des chefs-lieux de cités du découpage paroissial. De cinq à huit selon les lieux, voient le passage de la nécropole au cimetière. J'utiliserai cette commodité de langage qui consiste à appeler nécropole les lieux d'inhumation isolés et cimitière ceux que se trouvent insérés dans les zones urbanisées parce qu'elle est utile à la position des questions même si ces termes sont, dans l'usage qu'en firent les contemporains, qu'en font historiens et archéologues, équivoques" (1997,18). 122 ción también de enfoques nuevos. Nos fijaremos únicamente en dos de ellos. - 1º. Ampliación de los intereses arqueológicos más allá del siglo VIII. El estudio del mundo funerario cristiano, desde un punto de vista arqueológico, estaba centrado – como vimos – en una horquilla cronológica que, casi sistemáticamente, quedaba circunscrita a los siglos IV al VIII. Expertos generalmente en la tardorromanidad analizaban la transformación de la ciudad romana por influencia de la progresiva implantación del cristianismo o se ocupaban del impacto de la Volkerwanderung en el occidente europeo. Del siglo VIII en adelante, los restos funerarios dejaban de tener interés para los arqueólogos. Los planteamientos de Ariès (y de los Annales) generarán nuevos enfoques. El interés por la muerte cristiana no se circunscribirá a al tardoantigüedad, ni se percibirá como un epígono de la romanizad clásica, sino que se abordará en adelante desde la óptica postclásica, entendiendo la época tardoantigua como el nuevo punto de arranque de un fenómeno de larga duración que ampliará la horquilla cronológica de los siglos V al XVIII, “la parenthèse du cimetière chrètien” (GALINIÉ, 1996, 17), entendido como un fenómeno global que refleja profundas transformaciones en las mentalidades, en los comportamientos socioeconómicos, en los paisajes tanto rurales como urbanos. Los siglos tardoantiguos y altomedievales van a ser contemplados como los responsables de una completa reorganización, debida en gran parte a la cristianización de la sociedad y a la implantación de las redes parroquiales. El cementerio histórico cristiano, en este sentido, nada tendrá que ver con la concepción de la primitiva iglesia cristiana. Es una creación del mundo medieval (TREFFORT, 1996a). - 2º. Superación del interés prioritario por la sepultura como monumento a favor de la priorización del espacio funerario como articulador del territorio. Como se ha recordado certeramente, la mayor diferencia entre el cementerio cristiano y la necrópolis pagana es la nueva importancia que se concederá al espacio funerario en detrimento de la sepultura (BOISSAVIT-CAMS, ZADORARIO, 1996, 49). Es este otro de los planteamientos que figuran en la obra de Ph. Ariès (1983, 42ss.) y que tienen también una gran importancia para la investigación arqueológica. La progresiva desaparición de los ajuares y depósitos funerarios de las tumbas a partir del siglo VII y, sobre todo, de la centuria siguiente, había retraído el interés hacia los cementerios medievales por parte de una arqueología de signo positivista. Las necrópolis eran interesantes en la medida en la que ofrecían restos materiales que permitieran inferencias tipológicas o etnoculturales. La falta de tradición hacia el análisis del mundo funerario desde una perspectiva bio-arqueológica con el subsiguiente desinterés hacia los restos antropológicos y sus potencialidades informativas (regímenes dietéticos, afecciones fisiológicas, relaciones genéticas, perfiles demográficos, reconstrucciones paleoambientales, etc.) (VICENT, 1995, 134-135), la aparente monotonía de los cementerios medievales, su frecuente ubicación en contextos pluriestratificados y, por tanto, su deficiente conservación y su difícil excavación24, todo ello hizo (y hace) que muchos arqueólogos se resistieran (y se resistan todavía) a las excavaciones extensivas de los cementerios medievales (CRUBÉZY, 1994, 132). Esta nueva importancia concedida al espacio diversificará tanto los ámbitos de estudio como los instrumentos analíticos Respecto a estos últimos, se tomarán prestados algunos de los recursos hermeneúticos propios de la Arqueología de la Muerte o de la Arqueología Espacial (análisis macro, semimicro y micro). Más importante, sin embargo, nos parece la ampliación de los ámbitos de investigación y, sobre todo, la incorporación de la arqueología 24 Desde hace algunos años dirigimos el "Equipo de documentación arquitectónica" de la Universidad del País Vasco, participando activamente en los proyectos de intervención que se llevan a cabo en la arquitectura especialmente religiosa- del País Vasco y, en particular, de Alava. Hace tiempo que nos preocupa, por tanto, la grave situación que se vive en torno a los cementerios parroquiales. El interés y la desidia son, por desgracia, moneda de cambio cotidiana. Las restauraciones del patrimonio eclesiástico -con sus obras de saneamiento, eliminación de humedades, substitución de suelos, introducción de sistemas de calefacción y un sin fin de intervenciones de objetivos funcionales- se están llevando a cabo, con demasiada frecuencia, sin el más mínimo respeto y criterio. La responsabilidad no es únicamente de los arquitectos o aparejadores. Muchas veces somos los propios arqueólogos los que apenas mostramos interés alguno por unos materiales que no valoramos suficientemente. 123 funeraria cristiana al fructífero campo de las transformaciones del paisaje y del poblamiento en el contexto del proceso de feudalización del occidente europeo. Esta última sería, quizá, la novedad conceptual más importante. Sin embargo no fue nunca, esta última, una idea que preocupara excesivamente a Ph. Ariés25, ni creemos que haya merecido todavía la atención suficiente por parte de muchos arqueólogos. Otros, sin embargo, sí son conscientes de las fuertes implicaciones de los cementerios en la noción de territorialidad, en la fijación del poblamiento campesino en la perpetuación de la memoria de los grupos parentales, en el mecanismo de captura de excedentes por parte de los poderes señoriales. En este sentido, el binomio parroquia-cementerio y, sobre todo, la evolución de los centros de culto y los ámbitos funerarios, constituyen un campo del máximo interés en relación con el “cierre del espacio” toubertiano. 2. PERSPECTIVAS ACTUALES Las perspectivas por tanto, desde la historia de las mentalidades ha ampliado el abanico de 25 Es conocido que algunos historiadores de lo que se ha llamado la "tercera generación" de los Annales, particularmente aquellos que trabajaron en la "historia de las mentalidades", protagonizaron -en expresión de otro gran historiador de la muerte, M. Vovelle- el paso "desde el sótano al desván", una expresión que quiere reflejar la trayectoria intelectual de sus preocupaciones desde la base económica a la "superestructura" (P. Burke, cit., 70). Se ha criticado de Ph. Ariès su visión "idealista" de la muerte. "Más allá del interés innegable de su estudio, que nos revela mucho acerca de los comportamientos, podemos interrogamos acerca de la legitimidad de una visión diacrónica, que abarca siglos, con un mismo impulso, alrededor de un parámetro central: la muerte, sin jamás investigar los fundamentos de sus inflexiones. Philippe Ariès no siente, por otro lado, la necesidad de situar estas sensibilidades sucesivas frente a la muerte, ya que, para él, sólo se trata de variaciones de un inconsciente colectivo que trascienden su entorno" (F. Dosse, cit., 215). Hubo, sin embargo, quienes desde una perspectiva distinta complementaron su trabajo. Es el caso de M. Vovelle, historiador de orientación marxista, que articula su investigación en tres estadios: "la muerte sufrida" analizando los factores infraestructurales, tanto la evolución demográfica como la de las estructuras económicas y sociales-, "la muerte vivida" -las mentalidades- y "el discurso sobre la muerte" -las ideologías frente a la muerte, la significación de éstas para la Iglesia y los poderes(Ibidem, 216). enfoques a los que estaba acostumbrada la investigación, completados por otros procedentes de la arqueología cuantitativa, o de diversos enfoques estructuralistas, marxistas o, en general, postprocesualistas. Resultaría sumamente interesante efectuar un balance de todas estas aportaciones, pero ello nos llevaría lejos de las posibilidades que ofrece el espacio concedido en este congreso. Somos conscientes, además, de la dificultad de un empresa de esta naturaleza (en el capítulo anterior, sin ir más lejos, han quedado apenas apuntadas aportaciones importantes, como cualquier conocedor de la historiografía más reciente habrá podido apreciar). En rigor, además, deberíamos abordar la cuestión funeraria en su integridad, recogiendo tanto cuestiones derivadas de los diversos emplazamientos de los lugares de inhumación, como de su organización interna, sin olvidar, finalmente, el estudio de la sepultura en sus aspectos estructurales y simbólicos. Una empresa, como decimos, que queda fuera de los objetivos de esta intervención. Será por ello por lo que nos circunscribamos únicamente al primero de los aspectos señalados, analizando la cuestión del emplazamiento desde la perspectiva de las necrópolis y los cementerios como consumidores de espacio y, en consecuencia, como generadores de un nuevo paisaje tanto rural como urbano. Es este un punto de vista que sólo se va imponiendo en la historiografía durante estos últimos años y que ofrece, sin embargo, nuevas perspectivas. 2.1. El mundo funerario y reorganización del espacio urbano suburbano26. la y A) Ad sanctos. Los muertos generan su propia ciudad Con este mismo título27, Ph. Ariès desgrana la larga evolución de un fenómeno funerario que nace como consecuencia de un profundo – aunque paulatino – cambio de mentalidad, rompiendo precisamente con una concepción anterior muy distinta que separaba nítidamente el mundo de los muertos del de los vivos. Con 26 Como ha señalado H. Galinié, "la localización de los lugares de inhumación, en su realidad material, se revela como un indicador arqueológico sin equivalente de la evolución de la relación de las sociedades con su espacio". (1996, 17). 27 Ad sanctos; apud ecclesian (1977,37-96; 1983, 33-86). 124 la afirmación de la religión cristiana se asiste a un progresivo acercamiento de unos y otros28, una transición desde las inhumaciones extra muros (propios de la antigüedad clásica) hasta los enterramientos in ambitos murorum (característicos del medievo y del Antiguo Régimen). Esta transición se realiza gradualmente, primero con la formación de núcleos cementeriales – todavía extraurbanos y ubicados frecuentemente en las proximidades o sobre los antiguos emplazamientos funerarios – en torno a martyria o memoriae. Son las sepulturas ad sanctos que, con el tiempo, generarán verdaderos centros urbanos de nuevo cuño. Los xenodochia, las grandes basílicas materiales, frecuentadas por los peregrinos, rodeadas e invadidas de muertos, eran servidas por comunidades de monjes y monjas, llegando con frecuencia a constituir importantes sedes monasteriales29. Los espacios de los muertos, no sólo no eran incompatibles con los de los vivos sino que constituían el origen de la formación de un habitat estable que va asumiendo, en el periodo que nos interesa, la fisonomía de un verdadero burgo auténtico (GIUNTELLA, 1998, 62). Como se apuntaba recientemente para el caso de Barcelona, “lo que realmente es excepcional es el crecimiento del suburbium, que está ocupado por zonas de hábitat y un gran cinturón de necrópolis (…) extendiéndose sobre una superficie superior a la propia urbs” (GURT, GODOY, 2000, 451). La primera ruptura parece ser de este momento en el que lo vivos van donde los muertos, después de dos siglos de contactos más o menos estrechos (GALINIE, 1996, 19). El fenómeno es bien conocido en su conjunto, aunque resulte bastante más complejo que como lo hemos descrito. Los estudios de topografía urbana han tenido, de antiguo, una arraigada tradición en la arqueología de época clásica como conocen bien los participantes en este congreso. Durante mucho tiempo, sin embargo, no existieron trabajos que abordasen directamente la evolución de la ciudad durante la antigüedad tardía, hasta que en los años setenta, se dio inicio a un proyecto de investigación liderado inicialmente por N. Duval, P. A. Février y Ch. Pieri y que, con una horquilla cronológica que no iba más allá del siglo VII30, pusieron las bases de un trabajo ingente que – ampliando su cronología hasta el siglo VIII y con la incorporación de nuevos responsables (J. Ch. Picard, N. Gauthier) – culminó con una magna publicación del máximo interés para el tema que tratamos31. Los planos que se adjuntan en los que, con una gran claridad informativa y convenciones gráficas comunes a todos ellos, se carografían los testimonios cristianos urbanos y suburbanos de las ciudades episcopales, constituyen una valiosísima herramienta de trabajo que, por desgracia, no disponemos todavía para el conjunto de Hispania32. Existen, sin embargo, magníficos trabajos que, al socaire del desarrollo de la arqueología urbana están ofreciendo resultados impensables todavía hace pocos años. Los casos de Barcelona, Valencia o Mérida – por citar solamente los más significativos – constituyen verdaderos ejemplos de los resultados que pueden alcanzarse. No habría que olvidar, sin embargo, otros casos también relevantes como Zaragoza, Tarragona, Girona, Complutum o Córdoba. B) Apud ecclesiam. El ingreso de los muertos en la vieja ciudad. Este proceso dinámico se completará con el ingreso de los muertos intra muros. Son los enterramientos apud ecclesiam de efectos tan 28 Aunque el resultado podía haber sido distinto (cfr. ARIES, 1983). 29 El caso de Mérida constituye un buen paradigma, con la articulación -en tomo a Santa Eulalia- de todos los elementos constitutivos de estos complejos funerarios: la basílica funeraria, dos monasterios, uno de vírgenes y otro de monjes, y el xenodochium o albergue para peregrinos fundado por el obispo Masona a finales del siglo VI. Conocidos estos datos a través de las Vitas, han recibido espectacular confirmación arqueológica tras las investigaciones llevadas a cabo estos últimos años (P. MATEOS, "Augusta Emerita, de capital de la diócesis Hispaniarum a sede temporal visigoda", en Ripoll, J. M. Gurt, Sedes regiae (ann. 400-800), Barcelona, 2000, pp. 491-520). 30 N. Duval, P.-A. Fevrier, Ch. Pietri, La topographie chrétienne des cités de la Gaule des origines a la fin du VIIº siècle, fascicule 1, 1975; fascicule 2, 1980. 31 N. Gauthier y J.Ch. Picard, Topographie chrétienne des cites de la Gaule des origins au milieu du Vllle siècle, De Boccard, Paris (1986-1996). Cfr. una recensión del trabajo en A. Chavarria, G. Ripoll, Pyrenae, 29 (1998), pp. 274278. 32 Sí, en cambio, para el área mediterránea de la Tarraconense. Cfr. AAVV; Del romà al romanic. Història, art i cultura de la Tarraconense mediterrània entre els segles IV i X; Barcelona, 1999 125 importantes en el paisaje medieval – tanto rural como urbano – y que dará lugar a las redes parroquiales, al control definitivo de la muerte por parte de la Iglesia y al establecimiento de nuevas relaciones socioeconómicas propias de un contexto de carácter feudal al que los muertos no fueron ajenos en absoluto. El fenómeno, sin embargo, es de una gran complejidad. Como avance para el conocimiento de este complejo fenómeno, son de un interés extraordinario los resultados alcanzados por el grupo de trabajo GDR 94 del CNRS, dirigido por J. – Ch. Picard hasta su fallecimiento en 1992 y por H. Galinié de esa fecha en adelante. Dedicados a la arqueología del cementerio cristiano y, por tanto, a un contexto urbano (GALINIE, 1996, 18), prestan una atención pormenorizada precisamente al ingreso de los muertos en la ciudad y a las transformaciones que este hecho conllevó en el paisaje urbano. La réplica italiana (BROGIOLO, 1998) a este acercamiento al problema por parte de los franceses, sigue la misma línea, marcando entre unos y otros un camino todavía por recorrer por pare de la arqueología española de época altomedieval. Como ha señalado H. Galinié, (1996, 18), conocemos el final del proceso que puede situarse, muy aproximadamente, en torno al año Mil. Pero ¿qué sabemos, en cambio, de sus inicios y del modo como se llevó a cabo?. Algunas cosas parecen claras: los trabajos del GDR. “Topographie chrétienne des cités de la Gaule” (GAUTHIER, PICARD, 19861992) ponen en evidencia de manera sistemática la doble organización cultural : la ecclesia, la catedral, por un parte y la basílica suburbana por otra y las funciones asignadas a cada una. Para la ecclesia el conjunto de los fieles, para la basílica el conjunto de los muertos (GALINIE, 1996). Pero no por ello deja de haber, en torno a esta cuestión, algunos puntos oscuros. Existen, en efecto, dos problemas todavía no resueltos suficientemente: a) La presencia precoz de enterramientos en las catedrales. b) La existencia de sepulturas – bien aisladas, bien concentradas en pequeños grupos – que aparecen esporádicamente dentro del pomerio. a) Casos tempranos de inhumación en el templo catedralicio conocemos, entre otros, los precoces de Ginebra (2ª mitad del V o comienzos del VI) en Suiza, Aix-en-Provence en Francia, Rabean, Grado o Brescia en Italia o Colonia en Alemania33. “Aucune des ces sépultures n’a cependent donné naissance à des complexes funéraires plus importants, inexistants en milieu urbain vant le Xe siècle » (TREFFORT, 1996a, 57)34. Los casos de Barcelona y, sobre todo, Valencia parecen contradecir, sin embargo, la opinión de este autor como pronto veremos, auque habrá que convenir que la generalidad de los estudios efectuados coinciden en el carácter excepcional y minoritario de las inhumaciones intra muros durante los siglos tardoantigüos. Los trabajos de C. Lambert constituyen un ejemplo de los dicho: es a partir de los siglos VI y VII cuando comienzan a generalizarse los enterramientos en la ciudad. De 42 ciudades del norte de Italia estudiadas, 33 (un 78%) ofrecen inhumaciones in urbe, aunque – de ellas -, son 18 las que presentan enterramientos intra muros con total seguridad. De las 33 mencionadas 20 (68%) han ofrecido tumbas aisladas o en pequeños grupos; en 25 (76%) se conocen inhumaciones vinculadas a edificios de culto (sedes episcopales en 20 casos). “En guise de conclusión, on Pert observer que dans l’Italie du Nord le phénomène des sépultures en ville se manifeste notamment à partir du Ve-VIIe siècle et que, même s’il prouve que l’ancien droit en matière funéraire est depassé, une telle pratique fut limitée à des situations specifiques (…) Leur nombre est tellement faible35 qu’il faut forcément admettre qu’on continuait à inhumer la plupart des gens à l’extérieur de l’habitat » (1996, 34). De ahí la indudable significación de los casos de Barcelona y Valencia que antes mencionábamos36 y más de este último al que pres- 33 34 Cfr. las respectivas bibliografías en TREFFORT, 1996a. De la misma opinión se muestra J.F. Reynaud -aunque se refiere a inhumaciones en el interior de las catedrales- cuando afirma que "les inhumations restent rares dans les églises catedrales avant l'an Mil" (1996, 26). 35 C. Lambert inventaría un total de 287 sepulturas en las 33 ciudades. 36 El paralelismo entre ambas ciudades y su excepcionalidad ha sido apuntado recientemente por Ch. Bonnet y J. Beltrán de Heredia: "Se trata (Valencia), al igual que Barcelona, de un conjunto con dos iglesias y una necrópolis intramuros, hecho inhabitual ya que las áreas funerarias se extienden al exterior de las murallas en las ciudades cristianas" (2000, 484). 126 taremos atención especial. El caso valenciano, cuya síntesis se ha publicado recientemente (RIBERA, 2000) es verdaderamente excepcional. Las excavaciones arqueológicas que se vienen llevando a cabo desde 1975 en la zona de l’Almoina, contigua al antiguo foro, poseen un gran valor para el tema que nos ocupa con datos de primer orden sobre la primera sede episcopal valenciana (cuyo nacimiento está estrechamente vinculado con el episodio martirial de San Vicente) y las zonas de inhumación surgidas en sus inmediaciones. Entre estas últimas hay que mencionar, en primer lugar, las inhumaciones episcopales. Adosado a la cabecera de la catedral por su lado meridional se ha documentado un edificio de planta cruciforme, conocido como “Cárcel de San Vicente”37, edificado en la segunda mitad del siglo VI y en cuyo crucero se localizó una tumba de cuidada ejecución que acogía una inhumación secundaria y que ha permitido interpretar el conjunto como la iglesia funeraria de un obispo, posiblemente Justiniano. Se ha sugerido, además, que el resto de las inhumaciones episcopales pudieran haberse ubicado en el mismo edificio, a juzgar por los arcosolios que existen en la nave de los pies y que han sido interpretados como pequeñas capillas funerarias que pudieron acoger sendos sarcófagos (ROSELLO, SORIANO, 1998; SORIANO, 2000). Enclavados en los ángulos que conforma el monumento cruciforme existen tres sepulcros (el cuarto probablemente desaparecido), de porte notable y ejecución a base de materiales romanos reutilizados que denuncian inequívocamente su carácter privilegiado. Independientemente de estas inhumaciones, desde la primera mitad del siglo VI se ubicará al norte de la catedral una necrópolis del máximo interés tanto por su temprano asentamiento intramuros como por su perduración como cementerio cristiano. En ella se han distinguido varias fases (CALVO, 2000, 193-205): de la primera, se han recuperado una treintena de enterramientos cuya tipología responde – predominantemente38 – a la de fosa 37 Cripta arqueológica de la Cárcel de san Vicente, Ajuntament de Valencia, Valencia, 1998. Una bibliografía detallada sobre este monumento, sobre todo de R. Soriano Sánchez, puede verse en (RIBERA 2000). 38 Existen tumbas infantiles, también en fosa, pero con el cadáver protegido por grandes fragmentos de ánfora, o tumbas de adultos que aprovechan la presencia de infraestructuras anteriores simple con cubiertas de tégulas a doble vertiente o bien colocadas horizontalmente. Los fallecidos eran depositados con mortaja y – salvo en algún caso (ESCRIVA, SORIANO, 1992, 103) – sin ajuares. Existen dos fosas colectivas que se han relacionado con la “gran peste de Justiniano” que azotó a mediados del VI el imperio bizantino. Los estudios bioantropológicos reflejan una población que “pertenece a una clase social privilegiada, bien alimentada” y cuya tipología física estaría encuadrada “dentro del mediterráneo grácil” (CALVO, 2000, 194). El lugar de inhumación estuvo bien delimitado por una valla. “La inauguración de este primer cementerio tiene una correspondencia directa con el lugar de martirio de San Vicente Mártir, guardado en la memoria histórica de los primeros cristianos, y en donde solamente unos pocos privilegiados tendrían acceso a ser enterrados en las cercanías de esta área sacra” (Ibidem, 196). La segunda necrópolis se extendería temporalmente hasta el siglo VIII y se han distinguido en ella tres fases. La primera ocupa aún el espacio de la necrópolis “de faz hispanorromana” ya descrita y se aprecian en ella cambios sustanciales. Las tumbas no son ya individuales sino colectivas, hasta el punto de que solamente cuatro estructuras sepulcrales – construidas con material procedente del antiguo foro imperial – acogen a 58 individuos. Son, al parecer, tumbas familiares en las que los fallecidos fueron inhumados con mortaja. A pesar del saqueo que este conjunto sufrió en época islámica se han recuperado algunos ajuares como agujas y pendientes de plata o cuentas de ámbar y piedras semipreciosas. Estas tumbas quedarán bajo los cimientos de un edificio de nave única y ábside ultrapasado, cuya erección refleja la monumentalización que sufrirá el cementerio en la segunda fase de esta segunda necrópolis. El área cementerial se amplía. Las tumbas son también colectivas, habiéndose excavado hasta el momento un total de 25. El número mínimo de individuos recuperados en cada enterramiento oscila entre los 20-25. “Respecto al diagnóstico tipológico, físicamente los sujetos de esta segunda fase muestran una elevada estatura y gran robustez. Desgraciadamente no contamos con una buena 127 serie de cráneos en buenas condiciones para determinar la tipología craneal, aún así, existe una clara distancia biológica respecto a los sujetos enterrados en la necrópolis del siglo VI” (Ibidem, 200). Como en el caso anterior, se han recuperado también ajuares y depósitos funerarios (cerámicas, vidrios, pendientes, pulseras, agujas, collares, un notable anillo de oro, etc), aunque no en abundancia39. “A modo de conclusión, se puede afirmar que existe una gran diferencia entre los cementerios de los siglos VI y VII en cuanto a la tipología de las tumbas que pasan de ser modestas individuales a colectivas y monumentales. Asimismo, la población también es distinta físicamente, se viste de diferente manera y poseen diferentes objetos de adorno. Del mismo modo, el ritual también cambia, lo único que no varía es la posición e inhumación del individuo dentro de la tumbar. Posiblemente estos panteones familiares podrían pertenecer a la nobleza visigoda en donde estarían enterrados los personajes más destacados de la población” (Ibidem). Una fase final del siglo VIII, definida como mozárabe, ha ofrecido solamente dos tumbas individuales que habría que asociar con el cementerio de la Cárcel de San Vicente, de tipología similar. “Tanto la tipología como la inexistencia de ajuares indican un nuevo ritual y marca la última fase de este espacio cementerial” (Ibidem). La excepcionalidad de los datos resumidos exigirían una publicación monográfica que tratara, además, el fenómeno funerario en su globalidad. La publicación a la que nos referíamos – magnífica en sus contenidos y en su presentación – se circunscribe a los orígenes del cristianismo y a la tardoantigüedad, por lo que sus contenidos no van más allá del siglo VIII40. 39 "De entre los 20 individuos que suele haber de media en cada sepultura solamente un personaje masculino y uno femenino poseen ajuar u objetos personales. Se trata en ambos casos de los individuos más representativos del clan familiar" (CALVO, 2000, 200). 40 Al final del capítulo dedicado a las inhumaciones de época visigoda se esboza un tratamiento más general de los ritos funerarios cristianos (CALVO, 2000, 202-205) desde la necrópolis del siglo VI hasta el final del Antiguo Régimen. El tema, sin embargo, queda apenas esbozado obviamente, tampoco era el objetivo de la publicación- y son muchos los puntos que merecerían una discusión sumamente enriquecedora que ahora no podemos abordar: la formalización en el siglo VII de lo que se define como el "núcleo duro del ideario" (¿?) cristiano, las consideraciones raciológicas que se efectúan, el enfoque etnocultural de los b) Nos queda por tratar el segundo de los temas que apuntábamos más arriba: la cuestión de los enterramientos aislados o en pequeños grupos en el interior de los viejos perímetros murados, cuestión aún más compleja y, probablemente, de tanta o mayor significación histórica que la de las inhumaciones apud acclesiam. La presencia de enterramientos aislados o en pequeños grupos dispersos constituye, en efecto, una constante en los hábitats de la tardoantigüedad y la alta edad media y no ha recibido, creemos, atención suficiente en la bibliografía española. Es frecuente, en general, que se hable de estos enterramientos como propios de individuos marginados, excluidos de la comunidad cristiana, puesto que – con frecuencia – coinciden con la presencia en el mismo hábitat de cementerios colectivos41. Son muchos, sin embargo, los autores que se oponen a esta consideración. El fenómeno alcanza a todo el occidente europeo, habiéndose detectado en numerosas regiones francesas o alemanas (PEYTREMANN, 1995, 23; BONIN, 2000, 44-46). En Italia, C. Lambert detectó tumbas aisladas u organizadas en pequeños grupos en 20 ciudades del norte de Italia (1996, 33). El fenómeno no puede, pues, ser considerado – como ya señalara J. Chapelot – como una práctica marginal42. ajuares que se propone, el tratamiento de lo que se define como "hiatus cultural islámico" -¡un hiatus de medio milenio!- con el traslado de los cementerios de nuevo a los caminos de acceso y juntos a las puertas de la ciudad, etc. (Cfr. GONZALEZ VILLAESCUSA, LERMA ALEGRIA, 1996). 41 Cfr. R. Guadagnin, "Le cimetière de la villa de Villiersle-Sec", Un village au temps de Carlemagne. Moines et paysans de de l'abbaye de Saint-Denis du VIIe siècle à l'An Mil, Cat. D'exposition, Musée national des arts et traditions populaires, 20 novembre 1988-30 avri11989, Ed. De la RMN, Paris, 1988. "Il paraît vraisemblable que les sépultures isolées procédaient d'une ségrégation sociale o cultuelle: famille d'esclaves? Individus non baptisés? Ou exclus de la societé villageoise à qui l'inhumation dans le cimetière fut peut-être refusée? (p. 170). 42 J. Chapelot, "L'habitat rural: organisation et nature", L 'lle-de-France, de Clovis à Hugues Capet du Ve au Xie siècle, Guiry-en-Vexin, 11 octobre 1992-30 mars 1993, Paris, 1993, p.196. 128 En Valencia se han localizado “cadáveres aislados” al menos en seis lugares, “de un extremo a otro de la ciudad, tanto dentro como fuera del recinto (…). Suelen aparecer lejos de los cementerios conocidos y sobre las grandes fosas mencionadas, colocados sin ningún cuidado ni orientación que delate la más mínima intención sepulcral, sino que, al contrario, parecen estar lanzados en los vertederos. Incluso, en una ocasión, en la calle Cabillers, apareció un esqueleto tirado de cabeza en una pequeña fosa. Siempre se fechan en un momento avanzado de la etapa visigoda, entre fines del s. VI o ya en el VII. Esqueletos aislados, tirados incluso en pozos, también se han detectado en la Mérida de este período” (RIBERA, 2000, 164). En efecto, en Morerías se han constatado también algunos casos que el propio excavador considera “evidencias anómalas”. Porque, si bien es cierto que los esqueletos de dos individuos parece que fueron arrojados a un pozo y que aparecieron restos humanos bajo un nivel de destrucción de tegulae, también lo es la presencia del “enterramiento de un adulto con orientación E-W, en el centro de una habitación de la casa nº 12 de la manzana V, en posición de decúbito supino y sin ajuar, siguiendo la modalidad de sepultura de tajadillo, para lo cual hubo que picar el suelo de signinum; emplazamiento insólito que nos lleva a preguntarnos qué impidió efectuar el enterramiento extramuros”43. Evidentemente, este ejemplo – y quizás alguno de los valencianos – obligan a un tratamiento del tema que olvide las habituales referencias “episódicas” o “anecdóticas” a la cuestión, porque su significación pude tener – y tiene, de hecho – connotaciones históricas altamente elocuentes para el tema que nos ocupa. En relación con nuestro ámbito geográfico tenemos planteada esta misma problemática tanto en Pompaelo como en IruñaVeleia. En el primer caso contamos con una necrópolis extramuros denominada franca por Zeiss, James y otros, y visigoda por M.A. Mezquíriz, y algunos enterramientos dudosos en el interior de la catedral44. En el segundo, la 43 M. Alba, "Consideraciones arqueológicas en tomo al siglo V en Mérida: Repercusiones en las viviendas y en la muralla", Mérida. Excavaciones arqueológicas. Memoria, 1996, p. 370 y lám. 6. 44 Bajo el subsuelo de la catedral de Pamplona se exhumaron, durante las excavaciones arqueológicas llevadas a cabo durante el proceso de restauración, dos enterramientos pertenecientes a un adulto y un niño. El primero de ellos, orientado de este a oeste y depositado en problemática es aún más compleja por la presencia, según los datos que conservamos de G. Nieto, de varias áreas de enterramientos45. una fosa simple, poseía un anillo de oro ornado con vidrio, además de una pieza de cinturón cuya tipología no se especifica. En la breve noticia que conocemos al respecto se menciona también el hallazgo de un fragmento de estela funeraria decorado con rosetón y líneas en zig-zag, característico de la época tardoantigua según M.A. Mezquíriz. De todo lo cual concluye la autora que "la justificación de este caso excepcional, la inhumación de adulto en el ámbito sagrado urbano, ha de estar en un cambio de ideas, es decir, que la cristianización había alcanzado Pompaelo, por lo cual podríamos suponer la existencia de un templo cristiano bajo el actual, en los siglos V-VI d. C." (M. A. Mezquíriz, "Vestigios romanos en la catedral y su entorno", La catedral de Pamplona, Pamplona, 1994, p. 131). Sin embargo, la excavación de la totalidad del subsuelo no parece haber ofrecido, que sepamos, vestigio alguno de este posible templo. 45 Todo parece indicar que la lruña del altoimperio ocupaba un espacio mucho más amplio, y seguramente abierto, con respecto al solar que desde época tardorromana delimitó el recinto amurallado. Sin entrar ahora en la problemática cronológica de este último elemento, y centrándonos en la cuestión de la relación topográfica entre espacio habitado y enterramientos, las excavaciones de G. Nieto documentaron hasta cuatro áreas de enterramiento diferentes. Sector B: Se corresponde con un grupo de estructuras localizadas al exterior del encintado tardío, muy cerca de su extremo noroeste (G. Nieto, El oppidum de Uruña (Alava), Vitoria, 1958, lám. VI). Los actuales responsables de la excavación han ampliado el trazado amurallado englobando este sector en el espacio intramuros aludiendo a cuestiones de topografía (I. Fillol, E. Gil, A. lriarte, "Algunas precisiones en torno a la ciudad romana de lruña (Trespuentes, Alava), Sociedad de Estudios Vascos, Cuadernos de Sección de prehistoria y Arqueología, 4, 1991, pp. 239 y ss.). En este lugar Nieto excavó una serie de estructuras pertenecientes al periodo romano (viviendas en opinión suya) junto a las cuales, y en una zona no excavada por completo, aparecieron tres enterramientos. El primero y más meridional "boca abajo" y con la cabeza hacia el Este, orientación que también ostentaba la segunda de las inhumaciones. El tercero, por el contrario, se orientaba hacia el Norte y junto a sus vértebras superiores aparecieron dieciséis tachuelas, además de un fragmento de tegula junto al cráneo. Su posición fuera del sector de excavación propiamente dicho parece suponer que se trataba de inhumaciones muy superficiales y ni las tachuelas ni la presencia del fragmento de tegula resultan determinantes a la hora de establecer una cronología para este grupo de enterramientos. Sector H (Nieto, 1958, 75ss): Se trata sin duda del más singular de los enterramientos documentados por Nieto en lruña. Esta inhumación apareció depositada, al parecer en fosa simple, dentro del denominado recinto 2, fosa que se encontraba excavada siguien- 129 La cuestión, no obstante, está insuficientemente tratada en la bibliografía peninsular a pesar de su indudable importancia histórica. Como se ha señalado en alguna ocasión, no es improbable – dentro de una casuística que hay que dejar abierta – que las sepulturas aisladas o en pequeños grupos dentro de contextos urbanos deban insertarse en un fenómeno detectado también en ámbito rural y que más adelante comentaremos. Nos referimos a la aparición de establecimientos residencialesproductivos con su propia necrópolis (GELICHI, do a Nieto a caballo de los niveles B y C. Estratigráficamente el nivel B es descrito, aunque con las debidas reservas, como un nivel de colmatación posterior al abandono de las estructuras, mientras que el nivel C (y hemos de confesar que en este punto Nieto nos resulta confuso), parece corresponderse con “una capa de tierra arcillosa que se extendía por casi toda la superficie del recinto, y debajo de ella seguía una capa de tierra negruzca, mezclada con cenizas”. Debido a la dificultad del propio texto, no existe seguridad absoluta sobre la posición estratigráfica de esta tumbas, pero lo que sí parece claro es que se encontraba excavada en un nivel superior al de la amortización definitiva de las estructuras que, según puede deducirse del texto de Nieto, vendría marcada por el mencionado nivel de cenizas. El enterramiento, cuya orientación no es comentada por Nieto, portaba dos pulseras de bronce en su brazo izquierdo y junto a ellas recogió un fragmento de otra pulsera de hueso forrada con lámina de bronce. Junto al enterramiento, aunque sin determinar concretamente su posición, aparecieron también “la parte inferior de un vaso de barro rojo oscuro, de mala calidad; una taza de barro rojo, con el barniz casi perdido, y un misorium rojo, que conserva algunos restos de barniz”. Nieto no avanza ninguna cronología para este ajuar pero muy recientemente se ha propuesto una datación de fines del siglo V d. C. (I. Fillol, E. Gil, La romanización en Alava, Vitoria, 2000, p.14) al clasificar el mencionado misorium como perteneciente a la producción focea denominada Late Roman-C, y más concretamente con la forma Hayes 3D. No hay que olvidar, sin embargo, que estas producciones alcanzan el siglo VI prolongándose incluso hasta mediados del VII, si bien sus cronologías distan mucho de estar completamente fijadas (C. Rynaud, “Céramique Late Roman”, Dicocer, Latta, 6, Lattes, 1993, pp. 502 y ss.). Sector J: Cerca del sector J de Nieto, aunque fuera de la zona de excavación propiamente dicha. Se pudieron reconocer “tres tumbas de lajas sin ajuar” que han sido puestas en relación el Priorato de S. Juan que se asentó en época medieval en el interior del recinto fortificado de Iruña (I. Fillol, E. Gil, 2000, p. 104). Zona exterior de la Muralla: En el sector occidental de la muralla junto a la segunda torre semicircular desde la puerta, Nieto localizó un nuevo enterramiento situado al nivel de los sillares más bajos. A este enterramiento, Nieto le atribuye un ajuar compuesto por una moneda de Galerio Maximiano (fines del s. III d. J.C.) un clavo y un garfio. Junto a la primera torre cuadrada de este mismo sector se localizó también lo que parece ser una tumba de lajas pero en su interior no se encontró cuerpo alguno sino abundantes cenizas y materiales cerámicos en deposición secundaria. (Agradecemos a J. Núñez Marcén los datos aportados) 1997)46. Las dos tumbas aisladas exhumadas junto a fondos de cabaña en la Place des Celestins de Lyon pueden estar apuntando en esta dirección47, aunque resulta más evidente aún en el caso de Brescia, en el que - en un espacio casi “ruralizado” por la instalación sobre las construcciones antiguas de un habitat lombardo de estructuras ligeras -, se han exhumado también sepulturas relacionadas con los lugares de habitación48. Los casos valencianos, los de Mérida y, en general, otros muchos que vayan apareciendo en las excavaciones arqueológicas, podrían quizá explicarse mejor en el contexto de los cambios profundos acaecidos dentro de la propia ciudad, en el contexto de transición que suponen los siglos tardoantiguos, en los que el derecho familiar es todavía fuerte y en los que todavía no se ha dado la “cristianización de la muerte” entendida como su “apropiación por parte de la iglesia”. 2.2. El mundo funerario y la articulación del espacio rural A pesar de los notables avances llevados a cabo desde la década de los ochenta, más al norte que al sur de los Pirineos, son todavía excesivas las lagunas que tenemos sobre el mundo funerario en el ámbito rural. Existen, sin embargo, algunas obras fundamentales que han de servir de referencia a la arqueología medieval española. Explícitamente relacionadas con el tema que nos ocupa hay que mencionar los dos trabajos surgidos en torno al IIIe 46 Para la Tarraconense puede consultarse, A. Chavarria, “Transformaciones arquitectónicas de los establecimientos rurales en el nordeste de la Tarraconensis durante la Antigüedad Tardía”, Butlletí de la Real Academia catalana de Belles Arts de San Jordi X, 1996, pp. 165-202; “Els establiments rurals del llevant de la Tarraconense durant l’antigüitat tardana: transformacions arquitectòniques i funcionals”, Annals de l’Institud d’Estudis Gironins, Girona, 1998, pp. 9-30; “El món rural al llevant de la Tarraconense durant l’Antiguitat Tardana”, Butlletí de la Societat Catalana d’Estudis Històrics, X. 1999, pp. 15-32. 47 C. Arlaud, “Les fouilles de la presq’île à Lyon, Archéologia, 294, 1993, pp. 58-66. 48 G P. Brogiolo, C. Cuni, “Le sepolture di età longobarda di S. Giulia di Brescia, Rivista di Studi Liguri, LIV, 1988, pp. 145-158 (cit. por Treffort, 1996a, 57). 130 Colloque internacional d’Archéologie médiévale à Aix-en-Provence, a cargo ambos de Fixot y Zadora-Rio. El primero, publicado en 1989, trata sobre la iglesia y el territorio; el segundo, de 1994, sobre el entorno inmediato de la iglesia y la topografía religiosa de ámbito rural. Más directamente relacionado aún con nuestro tema conviene consultar FERDIERE, A. (dir.) (1993), Monde de morts, monde de vivants en Gaule rurale, Actes du colloque A.R.C.H.E.A./AGER, Orleáns, 7-9 février 1992, 6e supplément `la Revue Arhéologique du Centre de la France. Tanto estos estudios, como otros más genéricos sobre la evolución del hábitat rural en los siglos tardoantiguos como altomedievales (PERIN, 1987; BROGIOLO, CANTINO WATAGHIN, 1998, LORREN, PERIN, 1995, etc.), permiten perfilar algunas líneas que deben orientar la investigación en el futuro. Como se ha recordado recientemente refiriéndose a los siglos V y VI-, "le cimetière chrétien n'existe pas encore”49 (REYNAUD, 1999, 88). Quedan muchos años todavía para que se consoliden las redes parroquiales y el binomio "iglesia parroquial/cementerio" se generalice de forma sistemática en el ámbito rural. Entre tanto, discurre un largo período de transición que generará una diversidad y multiplicidad de situaciones verdaderamente notable, superior incluso a las que veíamos para ámbitos urbanos y suburbanos. Desde que G. Fournier analizara el establecimiento de las redes parroquiales y su influencia en la evolución del poblamiento50 son muchos los trabajos que han continuado la misma línea51. No podemos, sin embargo, esbozar siquiera el tema debido a su complejidad, a pesar de su evidente relación con la cuestión que nos ocupa. Aunque se habla de parroquias para los siglos 49 Obviamente, debemos entender el concepto de "cimetière chrétien" en el sentido al que se refería H. Galinié, recogido en otro lugar de este texto. 50 G. Fournier, "La mise en place du cadre paroissial et l'évolution du peuplement", Cristianizzazione ed organizzazione ecclesiastica delle campagne nell'alto medievo: espansione e resistenze, Spoletto, XXVIII, 1982, I, pp. 496-564. 51 Puede verse un reciente estado de la cuestión, con la bibliografía más reciente, en Ph. Pergola (a cura di), Alle origini della panvchia rurale (IV-VIII sec.), Atti della giornata temática de Seminari di Archeologia Cristiana (Ecole Française de Rome - 19 marzo 1998), Città del Vaticano, 1999. Para nuestra península, cfr. el denso estudio de G. Ripoll e I. Velázquez (1999) tardoantiguos, lo cierto es que -estrictamente- el concepto no se fosiliza, tal y como hoy lo entendemos, hasta mucho más adelante. La voz parrochia era sinónima de "diócesis" durante la época visigoda (RIPOLL, VELAZQUEZ, 1999, 113 y ss.) y, hasta comienzos del siglo X, no aparecerá -en Cataluña- con el significado de "ecclesia", "aula" o "baselica". Desde el año 980 consta ya la expresión "ecclesia parrochianorurn" para designar al templo público que se integra en la diócesis" (RIU, VALDEPEÑAS, 60). Quiere ello decir que el término "parrochia" poseyó durante mucho tiempo un carácter polisémico y ambiguo y que hasta fechas muy avanzadas no adquirió su moderno significados52 (REYNAUD, 1999,83). Ello no significa, sin embargo, que no existiera una "realidad parroquial" atenta a las necesidades generadas en el contexto cotidiano de la cura animarum. Sucede, por desgracia, que aquella "realidad parroquial" transmite unos perfiles tan difusos -o tan calidoscópicos- que nos resulta difícil conocer su articulación jurídica, sociológica o territorial. Y lo mismo cabe decir, en consecuencia, del tema que nos ocupa -parte sustancial de la cura animorum a la que nos referíamos-. Las formas de inhumación en ámbitos rurales que la investigación arqueológica permite conocer para los siglos altomedievales son tan diversas y tantas las variables que convertiríamos este texto en un elenco sujeto a la casuística más extrema. Recogeremos, pues, aquellas situaciones que nos parecen más relevantes, remitiéndonos a la bibliografía que adjuntamos para conocer otras realidades más puntuales. Los contextos funerarios de este período que más atención han merecido son, quizá, las necrópolis en plein champ a las que nos hemos referido ya en nuestra introducción historiográfica53. El gran problema de estas necrópolis 52 Todavía en el siglo XII, el decreto de Graciano utiliza la voz "parrochia" para referirse al obispado (A. Vauchez, "Apertura deo lavorí e introduzione alla giornata2, en Ph. Pergola, 1999, p. 13). 53 Los autores no parecen ponerse de acuerdo a la hora de definir las características topográficas de estos emplazamientos. E. Salin había hecho referencia a las laderas meridionales de las colinas, a la cercanía de los cauces fluviales o de algún 131 rurales es, no obstante, el poco conocimiento que tenemos todavía de los lugares de hábitat con los que se relacionaron. Y, aunque los avances llevados a cabo durante la década de los noventa sean notables, son todavía mayores las sombras que las luces (Cl. LORREN, P. PERIN, 1995, XIV). Otro tanto ocurre también entre nosotros. Como ha recordado recientemente G. Ripoll, casi ninguna de las necrópolis peninsulares de entre los siglos V y VIII tienen una relación evidente con algún hábitat próximo y ello constituye sin duda un grave problema para el progreso científico de la arqueología de época visigoda (RIPOLL, 1998, 248). Si militáramos en corrientes procesualistas, viviríamos un irresoluble enredo teórico, teniendo en cuenta que para esta corriente "toda investigación sobre la estructura social, aunque parta de las prácticas funerarias, debe ser contrastada mediante la arqueología de los asentamientos, la única capaz de determinar las condiciones históricas" (LULL, PICAZO, 1989, 18). Afortunadamente, el panorama está cambiando desde la década de los noventa de manos, sobre todo, de la "arqueología de gestión", ese ámbito tan importante de nuestra disciplina que en muchos lugares mantiene unas difíciles relaciones con la universidad (o viceversa). Este desencuentro constituye, para la arqueología en general, uno de los grandes problemas pendientes de resolución. En Francia, la reciente publicación de las actas de un congreso sobre el hábitat rural de la alta edad media ofrece un enorme salto cuantitativo y cualitativo respecto al conocimiento que se tenía sobre esta cuestión hace todavía no muchos años (LORREN, PERIN, 1995). Este gigantesco avance ha venido de la mano, como reconoce el propio Robert Fossier, de manos de "1'archéologie de sauvetage" en el contexto de las grandes obras de infraestructura generadas por las autopistas y el tren de alta velocidad. Los resultados alcanzados están obligando, como reconoce Fossier a "revisar muy seriamente muchas de las interpretaciones consensuadas" respecto a la tardoantigüedad y la alta edad media54. La misma situación reconoce Ratz para Gran Bretaña y la "rescue archaeology"55. camino o al reaprovechamiento de las ruinas de alguna villa romana. P. Perin constata para la región de les Ardennes una clara preferencia por los emplazamientos altos y dominantes. G. Bellanger y C. Sillier indican para la región de Calais una preferencia también por las laderas más o En España está ocurriendo otro tanto y puede aún ocurrir en mayor proporción durante los próximos años. Podemos aportar a modo de ejemplos de alta significación el importante yacimiento segoviano, todavía inédito, de La Cárcava de la Peladera (Hontoria), los vallisoletanos de Langayo o "La Casilla" (Rubí de Bracamonte). -excavados por la empresa de arqueología Strato56- o los madrileños de La Indiana, y San Martín de la Vega (VIGILESCALERA, 1997; 2000). Todos ellos ofrecen una panorama absolutamente novedoso y del máximo interés para avanzar en el conocimiento del poblamiento rural en época tardoantigua y altomedieval: arquitectura doméstica, fondos de cabaña, silos, pozos, necrópolis a 200 metros del asentamiento (como en el caso de La Cárcava de la Peladera), enterramientos integrados en los propios establecimientos domésticos (como en el La Indiana), un mundo nuevo, apenas investigado en España, y que responde -con las variables regionales lógicas- al panorama arqueológico europeo de este periodo. - Este último párrafo nos da pie para tratar otra realidad funeraria que hemos tratado ya, aunque en ámbito urbano. Nos referimos no ya a las grandes necrópolis en plein champ sino a los agrupamientos de inhumaciones (generalmente de dimensiones reducidas) y a las tumbas aisladas que con frecuencia aparecen asociados a villae tardorromanas, a lugares de menos pronunciadas. G. Ripoll ha señalado para nuestra península la existencia de tres rasgos; o están siempre en altura o sobre la ladera de una colina, o bien no lejos de una corriente de agua o vía de comunicación o, en cualquier caso, en una zona dominante. Las necrópolis del entorno pirenaico occidental que estamos investigando responden también a los mismos criterios. 54 R. Fossier, "Préfaces", en (LORREN, PERIN, 1995, p. VII). Cfr., en la misma publicación, un estado de la cuestión de E. Peytremann, "Les structures d'habitat rural du Haut. Moyen Age en France. Un état de la recherche" (pp. 1-28). 55 P. Rahtz, 1976, Buildings and rural settlement, en The Archeology of anglo-saxon England, D. M. Wilson (ed.), Londres, 1976, pp. 49-98 56 Agradecemos a "Strato. Gabinete de Estudios sobre Patrimonio Histórico y Arqueológico S. L." de Valladolid, que nos haya permitido acceder a memorias de excavación inéditas. 132 hábitat, a pequeños oratorios y capillas e, incluso, a "iglesias bautismales" de porte notable. Es a este contexto al que se refieren las palabras de J. F. Reynaud que recogíamos más arriba, cuando afirma que "le cimetiére chrétien n'existe pas encore et les tombes qui sont restées familiales son associées aussi bien aux chapelles qu'aux églises (...) A côté de ces exemples, existen bien sûr de nombreux cimetières en plein champ où tous cas dans le nord peuvent se côtoyer chrétiens et païens" (1999, 88)57. Efectivamente, junto a las necrópolis rurales ya mencionadas, existe otra realidad funeraria no menos importante, aunque llena de variables. Veamos algunos casos: a) En bastantes hábitats altomedievales excavados, no existiendo ningún espacio cementerial de tipo comunitario, existen sin embargo pequeñas agrupaciones -posiblemente familiares- integradas en los propios lugares de habitación. Los ejemplos son cada vez más frecuentes en la bibliografía (TREFFORT, 1996, 57; PEYTREMANN, 1995, 12; BONIN, 2000, 43ss). Las inhumaciones aparecen dispersas por todo el lugar habitacional, organizadas únicamente en pequeñas entidades, posiblemente familiares. Es el caso recientemente publicado del yacimiento de La Indiana (Pinto, Madrid) en el que, al parecer, a un cementerio agrupado en el que se inhuman los habitantes del lugar durante las dos primeras fases de ocupación (ss. VI-IX), le suceden inhumaciones familiares contiguas a las estructuras de habitación y que serían específicas de la tercera fase (finales del IX a mediados del X). Resulta llamativo, en este caso, que las inhumaciones familiares pertenezcan a la última fase de ocupación, tras un prolongado periodo de ocupación de un lugar de inhumación colectivo58. Es precisamente lo contrario de lo que la tendencia general viene indicando, tendencia que marca un progresivo 57 Los ejemplos de esta coexistencia y de la pervivencia de costumbres ancestrales son múltiples y han sido recogidas ampliamente por la bibliografía (Cfr. AZKARATE, GARCIA CAMINO,1992). Sobre la "cohabitation de diverses confessions", cfr. también TREFFORT, 1996a, 58-59. 58 Sería del máximo interés que vieran la luz los informes inéditos que menciona A. Vigil-Escalera en referencia a las distintas estructuras sepulcrales de La Indiana, cuya excavación correspondió a otros equipos de arqueólogos. agrupamiento de las inhumaciones de la octava centuria en adelante59. b) Otra variable, quizá la más conocida en nuestra bibliografía, es la de los enterramientos asociados a antiguas villas romanas. A. Chavarria ha llamado recientemente la atención sobre la "inutilización de determinados sectores (de estos establecimientos) y su reutilización funeraria" (1996, 189-193), reutilización que acompaña a transformaciones funcionales relacionadas con nuevas actividades de tipo productivo y a la aparición, también, de edificios de culto cristiano. Entre los numerosos ejemplos que menciona para el nordeste de la Tarraconense retendremos, a modo de ejemplo, el de Can Bosch de Basea (Terrassa, Barcelona), donde una decena de tumbas se relacionan con "un periodo de importante actividad económica" (Ibidem, 190)60. Es esta una realidad cada vez más presente en las investigaciones - tumbas aisladas o grupos de enterramientos que se asocian con unidades productivas- aunque todavía sean muchos los interrogantes pendientes61. c) Tampoco hay que olvidar el problema de las inhumaciones asociadas a edificios de culto rurales62. Sobre un total de 147 asentamien59 "Soutenir l'idée d'un éclatement spatial des inhumations, a la fin de l'époque mérovingienne, cadre mal avec un contexte general qui tend, à ce moment, au regroupement des inhumés dans des nécropoles communautaires et à l'abandon pur et simple des zones d'inhumations particulières" (BONIN, 2000, 45-46). 60 T. Bonin, recientemente (2000), ha tratado también esta cuestión refiriéndose a contextos merovingios de Île-deFrance. Distingue, en la formación de "sites mérovingiens", las "unidades de explotación" y los "habitats agrupados". Para los primeros menciona, como regla general, su localización en la "cour" de la pars rustica de las villae, mientras que, para los segundos, "leur structure propre, plus dirigiste, les amène à s'éloigner des zones construites" (Ibidem, 58). 61 "Du point de vue de l'histoire de l'occupation du sol en revanche, cette multiplication nouvelle de chapelles funéraires sur des sites de domaines ruraux gallo-romains soulève une foule de questions. Les bâtiments de la villa étaient-ils tous à l'état d'abandon lorsque le cimetière vint s'y installer, ou certains d'entre eux étaient-ils encore utilisés? La population qui enterra là ses morts résidait-elle sur le site même du domaine ou dans un lieu voisin? La villa avait-elle été pourvue, dans l' Antiquité tardive, d'un oratoire domestique? (LE MAHO, 1994, 13-14). 62 Muchos de ellos oratorios y pequeñas capillas de fundación privada que quedaban fuera de la red parroquial clásica y que M. Aubrun identifica con lo que los textos definen como capillas, por oposición a iglesias parroquiales reconocidas (M. Aubrun, La paroisse en France, des origines jusqu'au Xve siècle, Paris, 1986, p. 198. 133 tos rurales de los siglos V al X catalogados hace todavía pocos años en Francia por E. Peytremann, solamente "une douzaine de sites ont révelé la presence d'une église ou d'une chapelle, souvent associée è une nécropole" (1995, 12). Este dato, aparentemente sorprendente por su bajo porcentaje, no debe extrañarnos sin embargo. Hay que tener en cuenta que la mayoría de ellos -por encima del centenar- se conocen desde las décadas de los ochenta y noventa gracias a intervenciones procedentes de la "archéologie préventive" (con lo que supone, frecuentemente, de conocimiento parcial de los yacimientos). No hay que olvidar tampoco que algunas capillas y edificios cultuales eran construcciones lígneas63, y que, en relación con el punto último, es relativamente frecuente la aparición en necrópolis merovingias de espacios vacíos de forma rectangular que pudieran responder a edificios cultuales de materiales perecederos que no han dejado rastro alguno. Y, finalmente, hay que recordar el grave handicap que supone el conocimiento todavía insuficiente que se tiene del material cerámico y las dudas cronológicas que, consecuentemente, se plantean sobre algunos lugares (Cfr. BONIN, 2000, 55-57). Y si ésta es la situación en Francia, qué decir del estado de la cuestión al respecto en la bibliografía española, notablemente retrasada respecto a nuestros vecinos continentales64. Vemos por tanto, para el ámbito rural, un complejo panorama -con necrópolis en plein champ, iglesias parroquiales, oratorios privados, agrupaciones familiares contiguos al lugar de habitación, enterramientos aislados que no constituye sino el fiel reflejo de un largo período que, desde la tardoantigüedad hasta el siglo XI, ofrece una multiplicidad de situaciones socioeconómicas que tienen también su reflejo en las formas funerarias. A partir del siglo IX se observa, sin embargo, un cambio progresivo, un ensayo sistemático de aproximación entre el lugar de inhumación y el edificio de culto. El resultado será la aparición del cementerio cristiano, percibido desde el primer momento como un territorio sometido a una legislación propia, ajena a la jurisdicción laica. Este espacio sagrado, "le giron de l'Eglise" de Ph. Ariès, deberá ser necesariamente un espacio físicamente delimitado, un espacio cerrado. Las excavaciones que se vienen efectuando en tomo a las iglesias parroquiales han sobre valorado quizá los enterramientos, olvidando que la organización del perímetro eclesial tuvo otras funciones además de las cementeriales. Desconocer esta realidad puede conducir, 63 Sobre la problemática de las construcciones con materiales perecederos en la Península Ibérica, A. AZKARATE, J.A, QUIROS CASTILLO (2001). Diversos ejemplos de iglesias rurales de madera son citados por Bonin para Francia (2000, 43-44). Para Suiza, Ch. Bonnet (1994) recoge también varios ejemplos, alguno de ellos magnífico, como el de Satigny. 64 En relación con esta cuestión, cabe mencionar el caso del asentamiento de Finaga (Basauri, Vizcaya), por su interés respecto al tema que tenemos entre manos (Cfr. la primera noticia escrita sobre este asentamiento en I. García camino, M. Unzueta, "Necrópolis de San Martín de Finaga (Basauri), Arkeoikuska-94, Vitoria, 1994, pp. 339-344. Un tratamiento más pormenorizado podrá consultarse en I. García Camino, Arqueología y poblamiento en Bizkaia (siglos VI-XII). La configuración de la sociedad feudal, Tesis Doctoral defendida en la Universidad del País Vasco, e. p.). La excavación en el interior de la actual ermita de San Martín ofreció una interesante secuencia funeraria que describimos someramente. En un reducido espacio de 53 metros cuadrados se exhumaron las cimentaciones de un edificio con varias fases constructivas al que rodeaban 15 enterramientos, también de periodo diverso. La primera fase constructiva (ss. IV-V) responde a una pequeña estructura rectangular con cuatro enterramientos en su exterior. A esta fase pertenecerían también los fragmentos de varias estelas funerarias decoradas con motivos astrales. Durante la segunda fase (ss. VI-VIII) la cella del período anterior se cristianiza ampliándose con una cabecera rectangular que acogía un tenente de altar. Dos sepulturas con ajuares y depósitos funerarios similares a los recuperados en la necrópolis alavesa de Aldaieta (Nanclares de Gamboa) alejan cualquier duda sobre su adscripción cronológica. Las sepulturas de esta fase estarían señalizadas también por estelas funerarias. En un tercer momento (ss. IX-XI) el pequeño templo se amplió al norte con el adosamiento de una pequeña estructura muy deteriorada por la construcción de la ermita actual. A este período pertenecerían los enterramientos restantes y una estela que incorpora ya un epígrafe funerario. A fines del siglo XI, la iglesia y la necrópolis se abandonan, trasladándose probablemente el espacio funerario a la cercana iglesia de Santa Maria de Arrigorriaga. El caso de Finaga plantea algunas cuestiones de indudable interés. Nos referimos al probable habilitamiento de una iglesia funeraria en época tardoantigua sobre la cella de un pequeño templo rústico anterior, fenómeno bien conocido en otros lugares. La presencia de sepulturas de época merovingia contra los muros de un cierto número de lana ha sido atestiguado por la arqueología (LE MAHO, 1994, 14-17). El carácter efímero de algunos de estos espacios cementeriales, abandonados hacia el cambio de milenio en beneficio de iglesias de carácter parroquial más definido, ha llevado a interpretar estos testimonios como oratorios privados (Ibidem, 16) 134 como de hecho ocurre, a que se ignoren testimonios de gran importancia porque sencillamente ni se supone su existencia ni, consecuentemente, se prevé su aparición. Ph. Ariès ya había llamado la atención sobre esta cuestión, recordándonos el carácter público de los cementerios y antes que él otros autores como Le Bras o du Cange. Este constituye otro de los profundos cambios entre la antigüedad y el medievo. Frente a los loci solitari de las tumbas paganas, los medievales tenían plena consciencia del cementerio como locus publicus (ARIES, 1983,60-61). Sus límites, en unos casos responden a las prescripciones canónicas, generando formas geométricas generalmente circulares de 12,30 ó 60 pasos de diámetro. Son los sacrarios o "sagrers" catalanes, fenómeno ampliamente documentado también en el occidente europeo. En efecto, a partir de los estudios de Kennelly65, primero, pero, sobre todo, de Bonnassie66 (1994) y Martí67 son muchos los investigadores que han tratado de rastrear el "ensagrerament" en otras regiones. Hoy en día sabemos que son muchos los términos (sacraria, atrium, claustrum, circuitus ecclesie, cimiterium), que responden a una misma realidad: un espacio sacral, cerrado, inmune, pero a la vez público y plural en sus funciones (BONNASSIE, 1994). Es algo que conocen muy bien los arqueólogos medievalistas (pienso, sin embargo, en el número cada vez mayor de colegas que trabajan en la arqueología de gestión formados en otras especialidades). Compartiendo espacio, las sepulturas coexisten con edificios diversos (el más específico sería el cellarium, es decir, la bodega donde se guardaban el vino, los cereales, la ferramenta, etc.). Es fundamental que en las excavaciones de estos cementerios se prevea, por tanto, la aparición de fosas (foveas), silos (ciegas), agujeros de poste de las empalizadas, cierres de fábrica, etc. En caso contrario puede ocurrir -y, por desgracia, está ocurriendo- que este tipo de testimonios se infravalore o que sobre ellos se publiquen las explicaciones más peregrinas que uno pudiera imaginar. Muchos casos de silos que aparecen sistemáticamente tanto en el interior 65 K. Kennelly, "Sobre la paz de Dios y la sagrera en el condado de Barcelona (1030-1130), Anuario de Estudios Medivales, 5, 1968, pp. 107-136. 66 P. Bonnassie, La Catalogne du mileu du Xe à la fin du Xie siècle, Toulouse, 1975 (2 vols.); Cfr. también, (BONNAS- SIE, 1994). 67 R. Martí, "L'ensagrerament", Faventia, 10, 1988, pp. 153-182. como, sobre todo, en sus inmediaciones, se despachan con un genérico "silos medievales", sin con- textual izar ni su significado, ni su función ni su cronología. M. Barceló ha llamado justamente la atención sobre la importancia histórica de estos testimonios. "Junto a la articulación sistemática entre campos de trabajo, áreas de residencia y sistemas de herramientas, los procedimientos y 'técnicas de conservación de granos a largo plazo' adquieren una singular importancia. En la sociedad feudal los silos y otros procedimientos de conservación de granos y otros productos agrícolas constituyen la mejor medida arqueológica del ahorro derivado de la renta feudal. Su localización y estudio debe ser sistemático y tener objetivos bien explícitos; de hecho debe convertirse en una arqueología principal (...). Por ello debe convertirse en un inaplazable proyecto arqueológico guiado, justamente, por la teoría contenida en la estructura elemental de la producción campesina dentro del orden social feudal al cual dota de sentido histórico"68. Nos encontramos, pues, ante nueva dimensión histórica, interpretada muchas veces en relación con un profundo cambio de mentalidades vinculado a la cristianización general de la sociedad y expresión de la materialización del cuerpo de Cristo y la unión de vivos y muertos en la comunión de los santos (TREFFORT, 1996a, 62). Probablemente sería más operativo, sin embargo, que tratáramos de comprender este fenómeno relacionándolo no 68 M. Barceló, "Crear, disciplinar y dirigir el desorden. La renta feudal y el control del proceso de trabajo campesino: una propuesta sobre su articulación", Taller d'Historia, Valencia, 1995, p. 66. Las investigaciones arqueológicas que estamos llevando a cabo en el contexto de la restauración de la Catedral de Santa María de Vitoria catedral sólo desde la segunda mitad del XIX, colegiata desde finales del XV; aunque iglesia parroquial al menos desde el siglo X- con la posibilidad de excavar en extensión durante un período de diez años (circunstancias estas inusuales, por desgracia, en la arqueología de contextos urbanos) nos está permitiendo descubrir la enorme complejidad estratigráfica -e histórica por tanto- de un ámbito sacral cuya existencia supera largamente el milenio. 135 tanto con el cuerpo místico de Cristo como con el proceso de fijación de las poblaciones campesinas detectado por los historiadores de la feudalización del occidente europeo. (incastellamento = ensagrerament = cimiteria), en un proceso que culminará en los siglos XIXII. Ahora bien, si el punto de llegada fue más o menos coincidente en diversas regiones europeas, tanto el punto de partida como su desarrollo conocieron ritmos muy diversos. El campesinado, probablemente se benefició más que otros grupos de la crisis del sistema fiscal romano de occidente, logrando un grado considerable de autonomía económica. No es extraño, pues, que muchos autores que han trabajado sobre los siglos VIII y IX no hayan dudado en definir este periodo como el de la "civilización aldeana" en el que el protagonismo social estuvo a cargo del campesinado "libre". Esta desvinculación campesina de la exigencia feudal de la renta o del tributo estatal favoreció el desarrollo de nuevas orientaciones productivas que, a su vez, generaron nuevos espacios productivos y un alto grado de autonomía en la organización de los procesos de reproducción social. Es en función de estos cambios en la estructura de población por el que los historiadores medievalistas definen la movilidad como uno de los indicadores o rasgos característicos de este periodo. De manera especial para la Europa meridional, se sabe que durante la alta edad media el poblamiento rural fue muy inestable y generalmente disperso, hasta el punto de que especialistas como R. Fossier se hayan referido a "pueblos efímeros" o "hábitat fluctuante" para explicar esta sedentarización imperfecta69. La casuística en las formas funerarias que venimos mencionando reiteradamente en las páginas anteriores, no constituye sino el reflejo de esta realidad, explicitando de esta manera el valor de los centros de culto y las necrópolis como indicadores privilegiados de este proceso70. 69 Cfr., por ejemplo, R. Fossier, La infancia de Europa. Aspectos económicos y sociales. 1/ El hombre y su espacio, Barcelona, 1984, pp. 51-53. Agradecemos las sugerencias y datos ofrecidos por J. A. Quirós Castillo para la redacción de este párrafo. 70 Como ha apuntado, C. Wickham, frecuentemente la concentración del poblamiento precedió a su "incastellamento". En Italia central, por ejemplo, este autor demostró que las comunidades campesinas habían comenzado ya a reorganizarse, concentrando el hábitat *** El final de la división entre los espacios para vivos y muertos y el ingreso de éstos en aquel, conforman -junto a la evolución de los rituales-, aspectos de un mismo proceso evolutivo que se conoce a grandes rasgos, pero que necesita ser profundizado a partir de síntesis regionales todavía por realizar. Esta progresiva imbricación entre el mundo de los muertos y el de los vivos se ha convertido para la investiga- disperso en diversos altozanos. Algo parecido estamos observando nosotros en las campañas de excavación que vienen realizándose en torno a la catedral de Santa María de Vitoria-Gasteiz, en cuyo cerro se constata, para el siglo IX, la presencia de una población aldeana que construye su hábitat en materiales perecederos (Cfr, A. Azkarate, J. A. Quirós Castillo, 2001). En una tesis doctoral defendida recientemente, I. García Camino (2001) ha estudiado la configuración de la sociedad feudal vizcaína haciendo uso, básicamente de documentos de carácter arqueológico. En este territorio -al igual que en otros europeos- se constata también -durante los siglos IX y X- una diversificación de asentamientos campesinos que organizan su hábitat en torno a una pequeña iglesia y su cementerio. Es preciso señalar la variedad de formas funerarias que se aprecian en estos asentamientos altomedievales que, a lo largo de los siglos XI-XII sin embargo, se abandonarán como lugares de inhumación en beneficio de determinadas iglesias sobre las que el control señorial era notorio. ("Entre los siglos IX y X se construyeron en la comarca más de 45 iglesias rurales que desaparecieron tras la organización parroquial de los siglos XII y XIII", I. García Camino, e. p.). Producido este abandono y el agrupamiento de las inhumaciones en determinados cementerios, desaparecerá también la diversidad en las formas funerarias, siendo sustituida por una homogeneidad antes inexistente que no constituye sino el reflejo de esa coacción final a la que se refiere Treffort (1996a). Aunque este fenómeno de concentración es general en todo el territorio estudiado, el caso de San Agustín de Etxebarria -"como uno de los primeros síntomas de reorganización del poblamiento que a la larga impulsará el abandono de las iglesias rurales de ladera"- es quizá el más expresivo. La creación de esta iglesia en el fondo del valle (1053) supone una innovación en los patrones de poblamiento conocidos hasta entonces. El documento fundacional se preocupa de fijar cuidadosamente sus amplios límites que, adelante, englobarán otras iglesias ubicadas topográficamente en cotas más elevadas (Santo Tomás de Mendraka, Santa Cruz, Santa Marina y San Acisclo de Memaia, San Juan de Berrio, Santa María de Gáceta y San Adrián de Argiñeta). Las pequeñas aldeas asociadas a estos centros de culto continuarán su existencia como barriadas dependientes. Sus antiguos cementerios, sin embargo, desaparecerán a lo largo del siglo XII en beneficio del nuevo lugar de inhumación asociado a la iglesia de San Agustín (Ibidem). 136 ción actual en uno de los principales indicadores del cambio, de la discontinuidad entre la antigüedad y el medievo (BROGIOLO, 1998). Esta fusión, esta imbricación no siguió un proceso lineal sino que se articuló probablemente en una sucesión de gradientes que debieran ser detectados arqueológicamente, siempre teniendo en cuenta -insistimos- las profundas variedades regionales que han comenzado a ser observadas. A modo de avance se pueden sugerir algunas tendencias que van marcándose ya en la bibliografía. Los siglos VI y VII son, de momento, los mejor conocidos, no en vano son usufructuarios de una sólida tradición arqueológica. Los problemas, sin embargo, son todavía numerosos para el mundo urbano y más aún para el mundo rural, como veíamos. Durante estos siglos aún pesa mucho el ámbito de lo familiar y lo privado. Siempre había llamado la atención, en efecto, el silencio que -durante los siglos tardoantiguos fundamentalmentemantienen las fuentes escritas sobre los hábitos funerarios. Y ello resultaba mucho más extraño si comparábamos este vacío con el interés que, por el contrario, parecía mostrar la iglesia en condenar el paganismo que reflejan las prácticas idolátricas, mágicas o adivinatorias. Da la impresión, como han recordado Young, Dierkens, Perin y otros, de que la Iglesia, preocupada en una primera fase por erradicar los vestigios más evidentes de los cultos paganos tales como altares, ídolos, etc.- renunció hasta fechas relativamente avanzadas a inmiscuirse en las costumbres funerarias, a pesar de sus posibles desviacionismos doctrinales. La Iglesia, en efecto, jamás condenó oficialmente la inhumación acompañada de ajuares y depósitos funerarios, puesto que su significación no era pagana sino únicamente social. Los siglos VIII-IX son, además de los más desconocidos, los que mayor diversidad ofrecen a juzgar por las observaciones arqueológicas que se vienen realizando. Como ha recordado G. P. Brogiolo (1998), si se pudiera señalar un común denominador para esta época y los siglos inmediatamente anteriores, no es la ausencia de una regla, sino la imposibilidad de aplicarla, lo que determina la gran variedad de situaciones documentadas por la arqueología. Comienzan, no obstante, a observarse los primeros indicios que apuntan al final de esta larga transición. La época carolingia se caracterizará por la progresiva imposición de nuevas reglas que se traducen en la certeza de un lugar de sepultura, en la uniformidad progresiva del horizonte funerario. De una gestión privada de las ceremonias fúnebres se pasará hacia el año Mil a una "codificación de los ritos canónicos de acompañamiento hacia la última morada". Al final de este proceso encontraremos las iglesias parroquiales, las celebraciones de ceremonias fúnebres, las áreas cementeriales... un modelo que sobrevivirá hasta la Ilustración en Francia y hasta los diversos edictos napoleónicos de comienzos de la centuria siguiente en distintos lugares de la geografía europea. Será el final de un largo tránsito entre la incertidumbre de la última morada y la certeza del cementerio cristiano, el tránsito entre la diversidad y la uniformidad o, por utilizar una expresión de Treffort, entre la libertad y la coacción (1996a, 58). BIBLIOGRAFÍA AMENT, H. (1986), "Tombes privilégiées de l'époque mérovingienne en Rhénanie", en Duval, Y., Picard, J.CH., L 'inhumation privilégiée du Ive au VIlle siecle en Occident (Actes du colloque tenu à Créteil les 16-18 mars 1984), De Boccard, Paris, pp. 43-46. ARIES, Ph. (1977), L'homme devant la mort, Paris, 1977. ARIES, Ph. (1983), El hombre ante la muerte, Madrid, 1983. AZKARATE, A. 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