¿Me perdonará Dios por lo que estoy a punto de hacer? Pastor Eddie Ildefonso ¿Me perdonará Dios por algún pecado que estoy punto de cometer? La gracia de Dios es para siempre, entonces ¿significa eso que el pecado que cometeré ya es perdonado? ¿Será realmente así de fácil? No mucho tiempo atrás, me senté en un restaurante y escuché otra forma de un tema familiar. Un buen amigo mío, a quien llamaré Daniel, me confió que estaba decidido a dejar a su esposa después de quince años de matrimonio. Él había hallado a alguien más joven y más bonita, alguien que “me hace sentir vivo, como no me había sentido en años”. Daniel, un cristiano, sabía bien las consecuencias morales y personales de lo que estaba a punto de hacer. Su decisión de irse infringiría daños permanentes en su esposa y sus tres hijos. Aún así, él dijo, la fuerza que lo impulsaba hacia la mujer más joven era demasiado fuerte como para resistir. Escuché su historia con tristeza y dolor. Entonces, cuando comíamos el postre, arrojó la bomba: “La razón por la que quería verte hoy era para hacerte una pregunta. ¿Tú crees que Dios me perdonará por lo que estoy a punto de hacer?”. LA ESCANDALOSA GRACIA El historiador y crítico de arte Robert Hughes cuenta de un convicto sentenciado de por vida en una cárcel de máxima seguridad, en una isla en las afueras de las costas de Australia. Un día, sin ninguna provocación, se volvió hacia un compañero de cárcel que apenas conocía y lo golpeó hasta matarlo. El acusado fue llevado a Australia para juzgarlo, donde él dio un relato directo y vacío de pasión del crimen, sin mostrar ningún signo de arrepentimiento. “¿Por qué?”, preguntó el sorprendido juez. “¿Cuál fue tu motivo?”. El prisionero contestó que estaba enfermo de vivir en una isla que era un lugar notoriamente brutal, y que no encontró un motivo por el cual seguir viviendo. “Sí, sí, entiendo todo eso”, replicó el juez. “Puedo ver por qué pudiste haberte arrojado al océano. Pero, ¿por qué asesinar?”. “Bueno”, dijo el prisionero, “yo soy católico. Si cometiera suicidio iría directamente al infierno. Pero si asesino a alguien puedo venir aquí y confesarme ante un sacerdote antes de mi ejecución. En esa forma, Dios me perdonará”. ¿Apreciamos completamente el escándalo de la gracia incondicional? ¿Cómo puedo persuadir a mi amigo Daniel de cometer un terrible error si él sabe que el perdón está a la vuelta de la esquina? O, ¿por qué no asesinar si uno conoce por adelantado que será 1 perdonado? El escándalo de la gracia debió haber perseguido al apóstol Pablo cuando escribió la Carta a los Romanos. Los primeros tres capítulos muestran la condenación sobre todo ser humano, concluyendo, “no hay recto, ni aún uno”. Los próximos dos capítulos develan el milagro de la gracia tan abundantemente que Pablo dice, “cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia”. El tono de Pablo cambia en el capítulo seis. Casi puedo ver al apóstol mirando el papiro y rascándose la cabeza, pensando para sí mismo, “¡Un momento! ¿Qué he dicho? ¿Qué es permitir que un asesino, un adúltero, o un pecador común exploten la extravagante promesa de Dios del "perdón por adelantado"?”. Más de una vez, Pablo vuelve a su predicamento lógico: “¿Entonces qué diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde?”. Para tratar tal tortuosa pregunta él tiene una respuesta corta: “¡De ninguna manera!” y otra larga. Lo que Pablo sigue dando vueltas en esos densos y maravillosos capítulos (Romanos 6-8) es, simplemente, el escándalo de la gracia. LOS BRAZOS ABIERTOS DE UN PADRE La película de Steven Spielberg El Color Púrpura incluye un claro retrato de una parábola de la gracia. Sugar, una sexy cantante de un club nocturno, quien trabaja en un destartalado bar a orillas de un río, es la clásica hija pródiga. Su padre, un ministro que predica del fuego del infierno y del azufre justo enfrente del bar, no ha hablado con ella por años. Un día, mientras canturreaba “Tengo algo para decirte” en el bar, Sugar escucha la respuesta del coro, como si fuera antifonalmente, “Dios tiene algo para decirte a ti”. Aguijoneada por la nostalgia o por la culpa, Sugar lleva su banda a la iglesia y marcha por el pasillo justo cuando su padre se acerca al púlpito para predicar sobre el hijo pródigo. El ver a su hija, perdida desde hacía tanto, silencia al ministro, y mira ceñudamente a la procesión que avanzaba por el pasillo. “Aún nosotros los pecadores tenemos alma”, Sugar explica, y abraza a su padre, que apenas puede reaccionar. Por haber sido siempre un moralista, él no puede perdonar fácilmente a una hija que los había avergonzado tanto. El retrato de Hollywood, sin embargo, pierde por completo el punto central de la parábola bíblica. En la versión de Jesús el padre no mira ceñudamente, sino que inspecciona el horizonte, desesperado en busca de alguna señal del descarriado hijo. Es el padre quien corre, abraza al hijo pródigo y le besa. Al hacer al pecador el héroe magnánimo, Hollywood evade el escándalo de la gracia. Para decir la verdad, lo que bloquea al perdón no es la reticencia de Dios –“Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre y fue movido a misericordia”– sino la nuestra. Los brazos de Dios están siempre extendidos; nosotros somos los que nos alejamos. 2 EL PERDÓN COMO NUESTRO PROBLEMA Esto es lo que le dije a mi amigo Daniel: “¿Podrá Dios perdonarte? Por supuesto. Lee tu Biblia. David, Pedro, Pablo –Dios construye su iglesia sobre las espaldas de personas que asesinan, cometen adulterio, lo niegan, y persiguen a sus seguidores”. “Pero, a causa de Cristo, el perdón es ahora nuestro problema, no el de Dios. Lo que tenemos que pasar para cometer un pecado nos distancia de Dios —cambiamos en el mismo acto de rebelión— y no hay garantía de que volvamos atrás. Me preguntas acerca del perdón ahora, pero ¿lo querrás después; especialmente si eso involucra arrepentimiento?”. Varios meses después de nuestra conversación, Daniel llevó a cabo su elección. Todavía no he visto ninguna señal de arrepentimiento. Ahora, él tiende a racionalizar su decisión como una forma de escapar a un matrimonio infeliz. Él ha rechazado a la mayoría de sus amigos cristianos –“demasiado simplistas”–, dice él –y busca en su lugar personas que celebran su liberación recién hallada. Sin embargo, para mí, Daniel no parece muy liberado. El precio de su “libertad” significó volver sus espaldas a aquellos que más se han preocupado por él. También me dice que, por ahora, Dios no es parte de su vida. “Quizás más tarde”, dice él. Dios tomó un gran riesgo al anunciar perdón por adelantado; sin embargo, me parece que el escándalo de la gracia involucra una transferencia de aquel riesgo hacia nosotros. Como lo expresó George MacDonald, “nosotros somos condenados no por las cosas malas que hemos hecho, sino por no haberlas abandonado”. 3