Ni un niño, niña o adolescente más en la Guerra Prevenir el reclutamiento de niños una tarea de todos Rocío Rubio Serrano Cada doce de febrero se celebra el día mundial contra el reclutamiento y la utilización de niños, niñas y adolescentes por parte de grupos armados ilegales. A diferencia de otras fechas conmemorativas de este estilo, la citada no incentiva una convocatoria nacional de mayor magnitud. La indiferencia de la ciudadanía, en general, refleja la baja observancia del mandato constitucional alrededor de la protección integral de los derechos de la infancia y la adolescencia, con el correspondiente impacto en términos de construcción de país y su respectivo desarrollo. Tan sólo el reporte de un niño vistiendo de camuflado y portando fusil debería encender todas las alarmas y provocar el mayor rechazo posible. No obstante, la realidad es otra. La indiferencia social no sólo se da ante un caso aislado, que bien puede pasar desapercibido, sino ante una práctica sistemática, generalizada y masiva, que narra lo degradado del conflicto por el que atraviesa el país, en paralelo a su precario desarrollo humano. Son cerca de 5.000 niños, niñas y adolescentes desvinculados de grupos armados ilegales que han sido atendidos por el programa especializado, que lidera el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, ICBF. Cuando se les pregunta a niños desvinculados si en el grupo al que pertenecía se encontraban más niños, la respuesta es siempre afirmativa. Este es un indicador que permite deducir que el número de niños reclutados es aún mayor. Basta citar, por ejemplo, que sólo 3 niños de los 309 menores de edad reclutados por Fredy Rendón, alias El Alemán, pasaron por el citado programa. Lo anterior quedó determinado en el proceso que se le adelantó a este comandante paramilitar en el marco de la Ley de Justicia y Paz, al igual que en la sentencia proferida por el Tribunal Superior de Bogotá. Cabe señalar, además, que inicialmente la Fiscalía General de la Nación, FGN, indicó una cifra mayor de niños reclutados (428 casos), pero sólo logró construir acervo probatorio para los 309 casos señalados. Es claro que en la práctica no todos los niños, niñas y adolescentes reclutados y desvinculados ingresan al programa especializado del ICBF. Consecuencia de ello es que no se da un proceso efectivo de restablecimiento de sus derechos y que su derecho a la reparación integral por ser víctimas del conflicto queda en entre dicho. Sin contar con las precarias garantías de no repetición de los hechos que se surten en este camino y, por ende, las pocas barrera de contención a los efectos nocivos que reporta esta práctica en el desarrollo del país. No sólo la cifra de niños reclutados, de por sí alarmante, debería generar una fuerte movilización ciudadana. La edad misma de los menores que son víctimas del reclutamiento y la tendencia a que éste se presente cada vez a menor edad debería indignarnos a todos. En el proceso de Justicia y Paz se comprobó el reclutamiento de niños por debajo de los 15 años por alias El Alemán, violándose no sólo el derecho internacional de los Derechos Humanos y en particular la perspectiva diferenciada de éste, sino también el Derecho Internacional Humanitario (las llamadas normas que regulan la guerra). En este proceso, incluso se reportó el caso de un joven reclutado cuando tenía 10 años. Adicionalmente, y de acuerdo con el ICBF, se han registrado niños desvinculados de las FARC desde los 9 años, lo que implica que la edad de reclutamiento ya no sólo se ubica en la adolescencia sino también en la infancia y muy cercana a la primera infancia. Vaya degradación. De otro lado, cerca de un 12% del total de niños y niñas desvinculados pertenecen a grupos étnicos (CONPES 3726 de 2012) y al parecer la tendencia va en aumento; particularmente, en el oriente colombiano. Las cifras señaladas, aunque no representan la totalidad del universo, sí son indicativas de éste. Más allá de los debates estadísticos, lo expuesto es evidencia de que tanto la infancia como la diversidad del país están en alto riesgo. Pese a esta alarma, el asombro ciudadano es prácticamente nulo y la reacción estatal tímida. Si bien no está taxativamente consagrado el derecho a ser niño, el reclutamiento es una grave violación a la totalidad de los derechos de niños, niñas y adolescentes dada su interdependencia y no sólo al derecho a ser protegidos contra las guerras, los conflictos, las peores formas de trabajo infantil, el reclutamiento y la utilización (véase: Ley 1098 de 2006, Artículo 20). El derecho a la identidad, al nombre de pila, se viola tras el mote de un alias. El derecho a tener una familia y no ser separado de ella se trastoca por la bizarra imagen del grupo armado como familia. Para no mencionar el derecho a la integridad y la vida, siempre en riesgo durante el entrenamiento militar, sin contar con que en los combates los niños son utilizados como carne de cañón y escudos humanos. Ni que hablar, entonces, del derecho a la educación, la salud, la cultura o la recreación, entre otros. El aula pasa a ser la escuadra de guerra. El bienestar queda vulnerado por los traumas físicos y psicológicos propios de la lógica bélica. El derecho a la cultura reducido a absurdos adoctrinamientos. La recreación dislocada y amorfamente distorsionada, haciendo creer que la guerra es un juego de niños. Ante este panorama no debemos olvidar que el reclutamiento y la utilización de niños, niñas y adolescentes es un delito tipificado en la legislación penal colombiana y un crimen de guerra establecido como tal en el Estatuto de Roma. A propósito, resulta pertinente preguntarse ¿cuántos reclutadores han sido sancionados por este delito? La cifra es irrisoria. Las condenas difícilmente superan los dos dígitos. Sin contar con que excombatientes a quienes se les ha imputado el delito de reclutamiento no han sido sancionados por éste y hoy son gestores de paz. El aporte a la paz no puede ir en detrimento de los derechos de las víctimas a la verdad, la justicia y la reparación. Y menos cuando estas son sujetos de una especial y reforzada protección constitucional. Para trabajar el camino conducente al derecho a la verdad y, por ende, a la reconstrucción de la memoria histórica del conflicto, es necesario visibilizar que la guerra en el país está siendo librada por menores de edad y jóvenes vinculados a ésta cuando no habían cumplido su mayoría de edad. De ahí la relevancia estratégica que adquiere cada 12 de febrero. Este día nos recuerda a niños en trincheras, a niñas cuyos cuerpos son utilizados como armas de guerra, a adolescentes sometidos a la intensidad y barbarie de los combates. No es posible que olvidemos que el reclutamiento es un delito y un crimen de guerra que viola los derechos de quienes han sido reclutados, de una manera continua durante su vinculación al grupo armado, y cuyos efectos van más allá de la desvinculación del niño o niña de éste. Es una práctica que intencionalmente causa daños físicos y psicológicos a los reclutados, sin contar con las afectaciones a sus entornos familiares y comunitarios e impactos a nivel social y en el desarrollo del país. Aún no hemos valorado la pérdida del capital humano que ha significado que la guerra en este país se libre principalmente por menores de edad. Tampoco hemos precisado el impacto de romper con la transmisión de saberes étnico-culturales entre generaciones, ocasionada por el reclutamiento de niños indígenas y afrocolombianos. El reclutamiento afecta, sin duda alguna, a niños, niñas y adolescentes, pero impacta a todo el país. Esta afirmación debe ser apropiada por todos. No se trata que la citada población sea el futuro del país. Frase de cajón que con frecuencia se pronuncia. El déficit de capital humano y social empieza a contarse desde el presente. El primer capital mencionado es un activo clave para toda sociedad del conocimiento y que, a través de esta vía, le apueste a su desarrollo. El bono poblacional colombiano que aún hoy es favorable, será cada vez más deficitario por vía de este delito. Desaprender el know how de la guerra es un ejercicio en extremo costoso. Por ende, la moratoria social con niños, adolescentes y jóvenes víctimas del reclutamiento es mayor. En otras palabras, de no parar este delito, el país se enfrentará a una población en edad productiva, cada vez más improductiva. Sin mencionar en detalle los legados emocionales que deja la guerra en esta población. Por su parte, el capital social es clave tanto en términos económicos como políticos. Es conocido por todos que la guerra genera pérdida de confianza y destruye el tejido social. Ello aumenta los costos de transacción y evita la consolidación de una sociedad civil fuerte interesada en la construcción de lo público. Mayores costos de transacción, mayor impacto negativo en la esfera económica. Una sociedad civil débil sin duda implica un Estado, a su vez, frágil. En síntesis, el reclutamiento en términos globales nos reporta menores rendimientos económicos y mayores problemas de legitimidad, amén de la ausencia de garantías plenas para el ejercicio de los derechos de los miles de niños, niñas y adolescentes reclutados. Este espacio es corto para desarrollar a cabalidad los daños, afectaciones e impactos de una práctica sistemática con es el reclutamiento. Lo esbozado acá, de entrada, nos debería generar asombro. Es, sin duda, indignante. Sin embargo, una fecha como es la del 12 de febrero, tan sólo es significativa para un grupo reducido de académicos, algunos funcionarios públicos y ciertas organizaciones de la sociedad civil que trabajan por los derechos de la infancia y la adolescencia. Segmentos sociales, pequeños guetos, que lanzan y relanzan campañas comunicativas o realizan actos simbólicos de rechazo (la mano roja de COALICO o Yo Protejo apoyada por la OIM, son dos de estas iniciativas), que contando con suerte logran robar algún titular de prensa, colarse en un clip noticioso o tener un eco en determinada columna de opinión. Esta indiferencia social contrasta de manera significativa con la solidaridad que despiertan otras víctimas. Basta recordar las marchas ciudadanas en contra del secuestro; las menos nutridas, pero realizadas, contra las masacres y las víctimas del accionar paramilitar e, incluso, el reciente tributo a víctimas y sobrevivientes de actos terroristas como el acontecido hace 10 años en el Club El Nogal. Evitar que la guerra sea un juego de niños es una tarea de todos, absolutamente todos. El Estado debe ser más contundente en la investigación y judicialización de los perpetradores de este delito, al igual que en su prevención y en las estrategias de atención a la población desvinculada del conflicto. Los medios masivos de comunicación deberán darle una mayor visibilidad e informar sobre este crimen. Los armados, más aquellos grupos que adelantan diálogos de paz, deberán proscribirlo. Ahondar estos compromisos, demanda una sociedad más activa. Vale recordar que una amplia y decidida movilización social es una de las herramientas por excelencia para prevenir vinculación de niños a la guerra. Así lo señaló desde 1996 Graca Machel en su Informe sobre el Impacto del Conflicto Armado en los Niños presentado al Secretario General de la Organización de Naciones Unidas. Una sociedad más activa asegurará, con certeza, la inclusión de la promoción y la protección de los derechos de niños, niñas y adolescentes en las agendas públicas. Este 12 de febrero es una fecha para que todos nos encontremos y manifestemos nuestro rechazo al reclutamiento y utilización. Prevenir este delito es una tarea de todos.