26 LATERCERA Domingo 2 de febrero de 2014 FRENTE A FRENTE ¿Debe retirarse Chile del Pacto de Bogotá luego del fallo de la Corte Internacional de Justicia? Jaime Orpis Jorge Contesse Senador Unión Demócrata Independiente Profesor de Derecho Rutgers University Una decisión que se debe analizar Una mala idea que perjudica al país L A DEMANDA marítima de Perú contra Chile era inevitable, porque se venía preparando minuciosamente desde 1977, fecha a partir de la cual Perú comenzó a asumir la tesis de la equidistancia. La Cancillería chilena no tuvo la visión de advertir este escenario. De haberlo hecho, Chile debió haberse retirado hace más de dos décadas del Pacto de Bogotá. Chile ingenuamente confió en declaraciones de autoridades peruanas, especialmente en 1999, donde el propio Presidente Fujimori -al concluir los temas pendientes del Tratado de 1929- señalaba que se iniciaba una nueva etapa en las relaciones con Chile, porque todos los temas de delimitación y ejecución de los tratados estaban concluidos. Mientras esas declaraciones se hacían en Lima con la presencia del ex Presidente Frei, la Cancillería peruana tenía preparado el dossier de la demanda a La Haya que posteriormente activó el ex Presidente Alan García. Chile le dio a Perú 31 años de tiempo para que preparara minuciosamente la demanda en La Haya. Distinto habría sido si nuestro país se hubiese retirado hace más de dos décadas del Pacto de Bogotá. De haberlo hecho, Perú en vez de tener 31 años para preparar y presentar la demanda habría tenido sólo un año, y de esa manera no habría contado con muchos de los elementos de prueba que era necesario construir para que la presentación tuviera cierta coherencia. Se trata de una falta de análisis profundo de la Cancillería sobre lo que Perú estaba urdiendo, que no fue capaz de advertir este posible escenario. Hoy, Chile lo está pagando caro. Cuenta con 22.500 kilómetros cuadrados menos de derechos sobre la Zona Económica Exclusiva, cuya pérdida era evitable. A partir del fallo de La Haya, lo ideal sería cerrar todos los temas pendientes con Perú y entrar en una nueva fase. Si ello no ocurre, el retiro del Pacto de Bogotá tiene una gran ventaja. De una vez por todas sincerar las relaciones con los países vecinos. Si tienen reivindicaciones pendientes, cuya competencia corresponda a La Haya, en la práctica tienen un año para presentar la demanda; de lo contrario, se quedan sin tribunal y están obli- gados a negociar de manera directa. La propuesta de retirarse del Pacto de Bogotá se refuerza aún más con los términos del fallo del tribunal de La Haya. Se ha terminado por debilitar seriamente el valor de los tratados ante los tribunales internacionales. La Haya ha abierto una verdadera caja de Pandora. Reconoce que existió una delimitación marítima y que esa delimitación se hizo en función de los paralelos geográficos a partir del Hito 1, tal como lo expresan los tratados. Sin embargo, de manera inexplicable, y no conforme a derecho, esa delimitación la hace aplicable sólo hasta la milla 80, en circunstancias que los tres países habían abogado en una materia no controvertida por un Chile le dio a Perú 31 años para que preparara la demanda en La Haya. Distinto habría sido si nuestro país se hubiese retirado hace más de dos décadas del Pacto de Bogotá. El riesgo de seguir expuestos a la competencia de La Haya es la incertidumbre que genera este principio de la equidad, que a la larga puede llegar a afectar -como de hecho ocurriónuestra integridad territorial. La propuesta de retirarse del Pacto de Bogotá se refuerza aún más con los términos del fallo de la corte. Se ha terminado por debilitar el valor de los tratados ante los tribunales internacionales. mínimo de 200 millas. En el resto aplicó la equidad. Es decir, el día de mañana, frente a tratados válidamente celebrados entre países vecinos, en que el tribunal no obstante reconocer su existencia termina por fallar de manera contradictoria por un tema de equidad. El gran riesgo de seguir expuestos a la competencia de La Haya es la incertidumbre que genera este principio de la equidad, que a la larga puede llegar a afectar -como de hecho ocurrió- nuestra integridad territorial. A MENOS de una semana de emitido el fallo de la Corte Internacional de Justicia (CIJ), las repercusiones jurídicas, políticas y diplomáticas no cesan; más bien, al contrario, parecen crecer. Y es que la CIJ puso fin al diferendo marítimo con Perú, pero, a la vez, ha abierto muchas preguntas que no tienen fácil respuesta. Entre ellas, destaca el debate incipiente sobre un eventual retiro del Tratado Americano de Soluciones Pacíficas, de 1948, conocido como Pacto de Bogotá. Es comprensible que en el contexto de una derrota como la del lunes pasado haya cabida para ideas poco reposadas que creen ver en la denuncia de un tratado clave la solución para estos males. Pero ello es un error. La decisión de la CIJ tiene una fundamentación muy débil. Los votos de minoría hacen ver que la tesis a la que llegó la corte carece de una justificación razonable, pues durante todo su razonamiento da cuenta de la evidencia existente para una práctica de ejercicio de derechos hasta 60 millas náuticas y de pronto aparece la conclusión sobre 80 millas náuticas. ¿Por qué no 60, 70, 90 o más? En este sentido, tienen razón los críticos de la sentencia: se requiere de un esfuerzo mucho mayor de fundamentación cuando existen tratados internacionales y la práctica estatal no es del todo consistente con la solución a la que llega el tribunal. Ahora bien, ¿es la solución restarse del Pacto de Bogotá, tal como hizo Colombia? No. Chile forma parte de la comunidad internacional desde su creación, en la que tuvo incluso un rol destacado a través de la participación de diplomáticos que negociaron acuerdos clave, como la Declaración Universal de DD.HH. Y las normas que dan forma a esa comunidad de naciones incluye, como principio fundante, la adscripción a formas pacíficas de solución de controversias. Chile forma hoy parte del Consejo de Seguridad y del Consejo de Derechos Humanos y promueve con éxito candidaturas de ciudadanos en diversos foros de relevancia mundial. Evaluar nuestra permanencia en el Pacto de Bogotá envía el mensaje de un país pequeño, con la vista corta, que no entiende bien la importancia de alimentar activamente el orden jurídico mundial, especialmente cuando hay decisiones cuestionables. En efecto, salirse del Pacto de Bogotá tendría, en primer lugar, poco efecto práctico, ya que Chile es parte de otros instrumentos que le dan competencia a la CIJ y, aun así, cualquier país se preocuparía de iniciar procedimientos en el año de latencia que corre después de su denuncia, quedando obligados a comparecer ante ella. Pero, además, sería una pésima señal política y diplomática, que nos dejaría como malos perdedores y nos Pese a la débil fundamentación del fallo de la Corte de La Haya, es un error renunciar al Pacto de Bogotá como solución a estos males. Evaluar nuestra permanencia en el pacto envía el mensaje de un país pequeño, con la vista corta, que no entiende la importancia de alimentar activamente el orden jurídico internacional. Abandonarlo sería una pésima señal política, que nos dejaría como malos perdedores y nos pondría a la altura de países que se restan de tribunales internacionales. pondría a la altura de estados que se restan de la competencia de tribunales internacionales cuando tienen desacuerdos con las sentencias que éstos emiten, como es el caso de Venezuela o Colombia. Eso no es serio. Lo que corresponde es, junto con criticar fundadamente las decisiones que no observan debidamente el derecho internacional, fortalecer la participación activa en la elaboración del orden mundial, el que va mucho más allá de las relaciones comerciales que tanto entusiasman a nuestras autoridades.