lectura de un relato - Asociación de Familiares de Fusilados de

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Domingo de Agosto. A la tarde procesión.
Benito Santesteban, el jefe de requetés, vendía imágenes de santos,
copones, casullas y sotanas en su sastrería eclesiástica de la C/ Dormitalería.
Los meses anteriores a Julio, el local de su negocio, era uno de los centros de
la conspiración contra la república que se estaba fraguando en Pamplona.
Curas, militares y requetés; cálices y vino; hostias y pistolas, listas negras y
orapronobis ¡amen!
La tarde del sábado 22 de agosto, entró una vez más a la cárcel,
acompañado de varios de sus subordinados. La sola visión de este hombre en
el patio de la prisión, producía escalofríos y miedo a los 500 presos agrupados
en el mismo. Sus visitas nunca traían nada bueno ¿sería como siempre, el
anuncio de una saca de madrugada? Pero en esta ocasión, algo era distinto, la
hora de la visita no era la habitual; ojeó el ganado, preguntó por varios
nombres, tomó notas… y las palabras que les dirigió, sonaron esperanzadoras.
“¡No temáis! Dentro de pocos días, en cuanto la guerra se estabilice,
regresaréis a vuestros hogares. Solo continuarán presos los que tengan
delitos de rebeldía contra el régimen salvador de España y también los
comunistas que quieren esclavizar a nuestra querida Patria. Los demás,
¡todos a casa!”
Con voz recia, había intentado sin embargo, transmitir tranquilidad y
confianza. Así fue para una mayoría de aquellos hombres que necesitaban
agarrarse a aquel mensaje, a aquellas falsas palabras como a un clavo
ardiendo. Pero otros, lo conocían bien, no se las creyeron.
Esos días se había propagado intencionadamente entre los presos una
nota firmada por Joaquín Baleztena, el Jefe de la Junta Regional Carlista de
Navarra, y que había publicado el Diario: "Los carlistas, soldados, hijos,
nietos y biznietos de soldados, no ven enemigos más que en el campo de
batalla. Por consiguiente, ningún movilizado, voluntario ni afiliado a
nuestra inmortal comunión, debe ejercer actos de violencia y evitar que
ante ellos se cometan. Para nosotros no existen más actos de represalia
lícita que los que la autoridad militar, siempre justa y ponderada, se crea
en el deber de ordenar". Falsas ilusiones y esperanzas; engaños para
mantener el corral tranquilo.
Amaneció el 23. Como un día de Agosto cualquiera, bochorno y calor.
Domingo; en Pamplona obligada misa por la mañana y solemne procesión
anunciada para la tarde. Acto de homenaje y desagravio, rezos y plegarias,
cantos y rogativas para que la Virgen del Rosario, Santa María la Real, les
diera fuerza y valor; para que las tropas nacionales y los requetés navarros,
triunfasen en el frente de batalla, y para que España a la deriva republicana,
por fin, se salvase.
Se fue creando el ambiente propicio, editoriales favorables en la prensa,
soflamas en la radio, bandos de los alcaldes… Marcelino Olaechea, el Obispo,
contribuía a este fin con una homilía repetida desde todos los púlpitos: “Esto
no es una guerra que se está librando, es una Cruzada…y la iglesia, no
puede menos que poner cuanto tiene en favor de los cruzados” Para
contribuir a ello, durante la procesión, se recogería dinero. Recaudar fondos
(“la limosna más grande que podáis” diría Olaechea) para las necesidades de
la Santa Cruzada; objetivo material entre tanta espiritualidad y amor a los
semejantes. Los mandamientos de la Ley de Dios, maravillosas máximas para
aquellos días: No matar, no mentir, no levantar falsos testimonios, no
robar. Amarás a tu prójimo como a ti mismo…
Estaba llegando la hora del comienzo de la procesión; en la cárcel,
animadas charlas, también silencios; en algunos corrillos se hablaba de paz, de
perdón… los más optimistas aventuraban que por ser el día de la procesión, se
pondrían en libertad a cierto número de presos; otros del rumor sobre un
posible canje de prisioneros…; otros, solos, esperaban que llegara lo que
temían. El ambiente tranquilo, los domingos no había sacas. En la calle cirios y
velas, autoridades y pueblo, uniformes y casullas, lágrimas de fervor y de dolor,
cánticos multitudinarios: “cantemos al amor de los amores; perdona a tu
pueblo señor; Santa María, madre de todos nosotros…” La Junta de
Guerra en pleno asistía a la procesión, y el representante de Mola, y el alcalde,
y la junta central carlista de Navarra... En la cárcel, mientras tanto, se cumplía
el acuerdo al que llegaron con falangistas y requetés: carta blanca para liberar
a Navarra de rojos, nacionalistas y masones.
A la sombra de un tejado de cinc, los presos seguían unos en animadas
charlas, otros con sus pensamientos esquivos. Un funcionario entró en el patio;
en sus manos unas hojas de papel con la relación de las ordenes de libertad
firmadas por Modesto Font, el gobernador civil de Navarra. Ordenó silencio y
empezó a leer, sin pausa, con voz solemne e impostada la lista de nombres. 53
nombres. A la puerta dos autobuses requisados.
Los mismos 53 nombres que 78 años después, a la misma hora, en el
mismo lugar, leeremos sus familiares.
¡Todos a casa! Creían que atravesando la puerta, recobraban la libertad. A
las dos horas, 52 cuerpos yacían en la fosa del corral de Valcaldera a 70
kilómetros de aquí. A Honorino Arteta lo fusilaron mal.
78 años después exigimos saber ¿dónde están los restos de nuestros
muertos? Los muertos mal enterrados siempre terminan por molestar.
Eneko Arteta.
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