Los ataques machistas coordinados en Colonia y los

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Los ataques machistas coordinados
en Colonia y los errores
eurocéntricos de una izquierda
europea postlaica
Marieme Hélie-Lucas 16/01/2016
La reacción negacionista de buena parte de las izquierdas europeas a los ataques machistas
perpetrados simultáneamente en al menos 10 ciudades europeas por varones “musulmanes”
fundamentalistas, señaladamente en Colonia, no sólo ha sido lamentable, sino reveladora tal
vez de algo más profundo. Precisamente, ciertas izquierdas europeas sedicentemente
radicales (“multiconfesionales”, “multiculturales”: postlaicas, en suma) que han ido
abandonando en las últimas décadas el primer valor fundacional de la izquierda –el laicismo
republicano— son objeto aquí de una crítica tan oportuna e inclemente como esclarecedora
por parte de la conocida feminista y luchadora laicista argelina Marieme Hélie-Lucas: “Que la
izquierda y demasiadas feministas se atengan a la teoría de las prioridades (la exclusiva
defensa de las gentes de origen migratorio –recategorizadas como `musulmanes´— frente a la
derecha capitalista occidental), es un error mortal que la historia juzgará implacablemente: es
abandonar a su suerte a las fuerzas progresistas de nuestros países. Deserción cuya absurda
inhumanidad pone una tacha indeleble en la bandera del internacionalismo.”
Los hechos
En la Nochevieja de 2015 se produjeron ataques sexuales coordinados contra mujeres en espacios
públicos de cerca de 10 ciudades europeas, la mayoría en Alemania, pero también en Austria,
Suiza, Suecia y Finlandia. Varios centenares de mujeres han denunciado hasta la fecha asaltos,
robos y violaciones. Esos ataques fueron perpetrados por hombres jóvenes de origen migratorio
(inmigrantes, peticionarios de asilo, refugiados, etc.) procedentes del Norte de África y de Oriente
Próximo.
No resultan sorprendentes las reacciones: ocultación de los hechos hasta donde les fue posible –de
su coordinación internacional, de su magnitud— por parte de los gobiernos, de su policía y de los
medios de comunicación: sacrificaron, como es habitual, los derechos de las mujeres a la paz social.
Levantamiento preventivo de escudos vociferantes por parte de buena parte de la izquierda europea
y de no pocas feministas, a fin de defender a los extranjeros, presuntos “musulmanes”, como
potenciales víctimas del racismo. (Repárese en el giro semántico: no “árabes” o “norteafricanos”,
según los describieron en términos geográficos las propias mujeres atacadas y la policía, sino
“musulmanes”.) Exigencia de mayores medidas de seguridad por parte de la extrema derecha, y
paso a la acción de la misma en Alemania, en donde se dio un primer pogrom indiscriminado contra
población no blanca. Negacionismo y racismo: las respuestas habituales, desde los años ochenta, al
auge del fundamentalismo musulmán de extrema derecha en Europa.
La memoria
En el corazón de Túnez. Una protesta de las feministas laicas contra Ben Alí. Grupos de jóvenes
varones fundamentalistas –hay pruebas de su afiliación— rodearon a las manifestantes (eran
mayoritariamente mujeres), las aislaron y las atacaron sexualmente manoseando sus pechos y sus
genitales y golpeándolas con gran violencia, todo ello a pesar de los intentos de rescate de los
varones que habían acudido a la manifestación para apoyarlas solidariamente. La policía se limitó a
observar los acontecimientos.
Plaza de Tahrir, El Cairo. La plaza en la que se reunía la oposición antigubernamental. Por vez
primera, las mujeres aprovechaban la oportunidad para ejercer sus derechos de ciudadanía. Grupos
de varones jóvenes (¿miembros de los Hermanos Musulmanes, o manipulados por ellos?)
empezaron a molestar sexualmente a centenares de mujeres manifestantes (y a periodistas
extranjeros), las fotos publicadas por la prensa las mostraban parcialmente desnudas, y hubo
denuncias de violación. También la policía se acercó, pero para golpear a las mujeres manifestantes
y forzarlas luego a someterse a tests de “virginidad”... La política de terror sexual durará meses en
El Cairo, al punto de que las organizaciones de mujeres desarrollaron un mapa electrónico de
emergencia de El Cairo para poder registrar los ataques en tiempo real y dar oportunidad de actuar a
los grupos de varones rescatadores.
Memoria mucho más vieja. Argel. Verano de 1969. Primer Festival Cultural Panafricano: centenares
de mujeres sentadas en el suelo en la gran plaza de Correos, que ha sido cerrada al tráfico rodado.
Asisten a uno de los muchos conciertos públicos que tienen lugar cada día entre las cinco de la tarde
y las cuatro de la madrugada, eventos culturales a los que las mujeres acuden en masa. Muchas de
ellas visten el tradicional haïk blanco típico de la región, y han venido con niños. De anochecida,
hacia las 20 h 30’, un grito atronador: “en- nsa, l-ed-dar” (¡las mujeres, a su casa!) coreado por
cientos de hombres que también habían acudido al concierto. Grupito tras grupito, y con harto
desconsuelo, las mujeres y los niños abandonan la plaza. Los hombres, triunfantes, despectivos, se
mofan de ellas. Los nazis definían así el lugar de las mujeres: KKK (iglesia, cocina, niños, por sus
siglas en alemán). Siete años después de la independencia, el lugar asignado en el ámbito público a
las celebradas heroínas revolucionarias de la gloriosa lucha de liberación argelina quedaba ahora
claramente definido. Patriarcado y fundamentalismo, cultura y religión volaban alto y de la mano.
¡Qué extraño que no se hagan esas asociaciones a la vista del actual ataque en ciudades europeas,
ni siquiera por parte de feministas que dieron su apoyo a las mujeres asaltadas en la Plaza Tahrir!
Una izquierda postlaica entre el negacionismo y el racismo
Diríase que Europa no puede aprender nada de nosotros. Que nada de lo que ocurra o haya
ocurrido en nuestros países puede llegar a tener relevancia alguna para lo que que ocurre en
Europa. Por definición. Un racismo subyacente, y jamás expuesto a la luz entre la izquierda radical,
admite implícitamente una diferencia insalvable entre los pueblos civilizados y los subdesarrollados:
entre sus respectivas conductas, culturas, situaciones políticas. Bajo esa alteridad esencializada hay
una jerarquía demasiado vergonzosa como para que merezca siquiera mención: la ciega defensa
que la izquierda radical hace de los reaccionarios “musulmanes” abraza implícitamente la creencia
de que, para no europeos, una respuesta de extrema derecha es una respuesta normal a una
situación de opresión. Es claro: no se nos ve a nosotros como capaces de respuesta revolucionaria.
(No hay espacio aquí para explicar el modo en que esa creencia se exporta incluso a las élites de la
izquierda en Asia, África [y América Latina].)
Casandras a las que nadie presta oídos, no hemos dejado, sin embargo, de desgañitarnos en estas
últimas tres décadas alertando de similitudes políticamente ilustrativas. Las mujeres argelinas
especialmente, que sufrimos el terror fundamentalista en los 90, hemos apuntado sin desmayo a
pasos dados en Argelia entre los 70 y los 90 similares a los ahora registrados en Europa y
Norteamérica: ataques a los derechos legalmente exigibles de las mujeres (reivindicación de leyes
específicamente “musulmanas” en materia de familia, de segregación por sexo en los hospitales,
piscinas y otros espacios públicos), junto con reivindicaciones comunitarias en educación (carreras
académicas distintas, no laicas); luego, ataques lanzados contra individuos que no se allanan a esas
exigencias (muchachas apedreadas y quemadas hasta la muerte) y, enseguida, contra cualquier
laico estigmatizado como kofr (periodistas, actrices, Charlie); finalmente, ataques indiscriminados
contra cualquiera cuya conducta no se ajuste a la observancia de normas fundamentalistas
(Bataclan, terrazas de cafeterías, partidos de fútbol, etc.). Todo eso se fue desarrollando acorde a
esa progresión en la Argelia de los 70 a los 90, empezando igualmente con ataques a los derechos
de las mujeres y aún a la existencia misma de las mujeres en el ámbito público: nosotros sabemos y
ellos saben que los gobiernos no vacilan a la hora de entregar los derechos de las mujeres a cambio
de una forma de tregua social con los fundamentalistas.
Sin embargo, la izquierda europea parece incapaz de substraerse a su propia situación, en la que
gentes de diversos ascendientes migratorios, entre ellos pretendidos “musulmanes”, arrostran la
discriminación. Esa izquierda extrapola y exporta su comprensión del auge fundamentalista a
nuestros propios países, en los que los “musulmanes” ni son una minoría ni están discriminados
(salvo por sus propios hermanos). Pero aún peor que eso es que la izquierda entregue a las fuerzas
de la extrema derecha tradicional la exclusiva del discurso sobre la otra extrema derecha, la del
fundamentalismo musulmán, ofreciéndole así en bandeja el monopolio de la legítima denuncia de la
llamada derecha religiosa originaria de nuestros países.
Yo me temo, muchos de nosotros nos tememos, que esa negación pueda conducir a acciones
punitivas populares indiscriminadas: las que, en efecto, satisfacen el deseo de venganza de la
extrema derecha xenófoba tradicional y, a la vez, las ansias de la extrema derecha fundamentalista
de ampliar sus bases de reclutamiento en Europa. Ya empezamos a ver iniciativas de varios alcaldes
de extrema derecha tendentes a legitimar la formación de milicias populares armadas a fin de
“proteger” a los ciudadanos franceses. Es verdad: la izquierda, lo mismo que la socialdemocracia, se
oponen a esas iniciativas. Pero: en la medida en que se niegan a afrontar el problema del
fundamentalismo musulmán y se entestan en la negación, abandonando de facto el terreno
ideológico a la extrema derecha racista.
¿Cómo ignorar los pasos dados hasta ahora por los fundamentalistas en Europa? El reciente y brutal
desafío lanzado a la presencia de mujeres en el espacio público el pasado 31 de diciembre no es
sino una ilustración más del asunto... La distorsión propiciada por la mirada eurocéntrica obnubila al
punto de no querer ver las similitudes con lo que ocurrió en, por ejemplo, el Norte de África y en
Oriente Próximo. En Europa, los “musulmanes” se ven como víctimas, como minoría oprimida, lo que
aparentemente justificaría cualquier comportamiento agresivo y reaccionario de su parte. Pero basta
cruzar unas pocas fronteras para apreciar, cuando son mayoría o llegan al poder, la naturaleza de su
programa en relación con la democracia, el laicismo, los fieles de otras religiones y las mujeres. La
total carencia de análisis político es lo que permite su crecimiento en Europa. Gracias a la opresión
capitalista y xenófoba en Europa, la extrema derecha fundamentalista resulta blanqueada en sus
políticas archi-reaccionarias. Y no sólo en Europa, sino también en sus propios países de origen.
¡Bonito enfoque eurocéntrico!
Que la izquierda y demasiadas feministas se atengan a la teoría de las prioridades (la exclusiva
defensa de las gentes de origen migratorio –recategorizadas como “musulmanes”— frente a la
derecha capitalista occidental), es un error mortal que la historia juzgará implacablemente: es
abandonar a su suerte a las fuerzas progresistas de nuestros países, una deserción cuya absurda
inhumanidad pone una tacha indeleble en la bandera del internacionalismo. Y a esa pesada losa
conceptual con que carga la izquierda (enemigo principal y enemigo secundario) viene a añadirse
otra, esta vez procedente de las organizaciones de derechos humanos: una implícita jerarquía de
derechos fundamentales, en la que los derechos de las mujeres quedan muy por debajo de los
derechos de las minorías, de los derechos religiosos o de los derechos culturales, por limitarnos a
los más comúnmente contrapuestos a los derechos de las mujeres. Y eso incluye a la ONU.
Desde el 11S de 2001 en los EEUU y las medidas de seguridad que le siguieron, se observa un
verdadero juego de prestidigitación malabar ejecutado por las organizaciones de derechos humanos
y por la izquierda radical: ocultar las causas en beneficio de las consecuencias. El tema principal de
análisis y de debate es “la guerra contra el terror”, los innegables y notorios abusos engendrados por
ella, la limitación de las libertades civiles, el temor por las perspectivas de futuro de la democracia.
(No entro aquí en el fondo de esas acusaciones; me limito a observar la metodología empleada.)
Todos esos asuntos dominan ahora el escenario en Francia para combatir el estado de emergencia
adoptado luego de los ataques de noviembre en París y el consiguiente miedo a que llegara a
prosperar en Francia un equivalente de la Patriot Act estadounidense.
Al propio tiempo, el “terror” mismo desaparece del discurso público, pierde realidad, y se convierte
en una mera ilusión, en un hombre de paja utilizado por los gobiernos para emprender acciones
liquidadoras de las libertades. A juzgar por el discurso, habría —¡desde luego!— una “guerra contra
el terror”. ¡Pero no habría “terror”! Se trataría meramente de una fantasía de la extrema derecha
xenófoba. Habría, claro es, bombas que explotan en París, pero no guerra en Francia... Hay un sinfín
de cábalas sobre lo que no debería hacer el gobierno, sus propósitos son denunciados como
perversos, manipulatorios, dañinos para las libertades. Se dice que ninguno es necesario para
asegurar la seguridad de la sociedad. Se dice que son provocaciones a los “musulmanes”.
Prestigiditación, megalomanía y degeneración eurocéntrica de la izquierda postlaica
Un sistema de causas y consecuencias reaparece ahora. Pero con imagen invertida. Un ilusionista
tradicional sacaría el conejo de la chistera en la que lo hizo desaparecer; pero aquí lo que hacemos
es sacar la chistera del conejo...
Un fenómeno de alcance mundial –el auge de una nueva cepa de la extrema derecha: por ejemplo,
el fundamentalismo musulmán— no sólo queda justificado, sino que desaparece casi literalmente
tras la cortina de la crítica de las reacciones que engendra. Cualquiera que sea nuestra posición
respecto de la naturaleza y la deriva actualmente observada en esas reacciones, no deberíamos
permitir que el fenómeno mismo se evaporara: en el mundo real, a diferencia de lo que ocurre en los
discursos de la izquierda radical y de las organizaciones de derechos humanos, la negación de las
cosas no las hace desaparecer.
Creer, ya sea por un instante, que un fenómeno político de alcance mundial podría estar
determinado por el capitalismo occidental y sólo por él (cualesquiera que sean los regímenes y las
formas de gobierno en que ese fenómeno aparece, los estadios de desarrollo económico y cultural
de esos países, las clases y las fuerzas políticas en presencia, etc.) es una forma de megalomanía.
A lo largo de estos últimos treinta años, enterrar la cabeza en la arena no ha servido para frenar las
crecientes exigencias avanzadas por los fundamentalistas de extrema derecha. Ni en Europa, ni en
parte ninguna. Lejos de eso, el fundamentalismo ha surfeado a su buen placer sobre la ola de
ocultación de su naturaleza política a través de su cínica explotación de las libertades democráticas
y los derechos humanos.
Lo que anda aquí en juego va mucho más allá de los derechos de las mujeres: es un proyecto de
establecer una sociedad teocrática en la que, entre muchos otros derechos, los de las mujeres se
vean gravemente cercenados. La acción concertada que se desarrolló a escala europea el pasado
31 de diciembre y su abierto desafío al lugar de las mujeres en el espacio público juega exactamente
el mismo papel que la inopinada invención del llamado “velo islámico”: es una exhibición de fuerza y
de visibilidad.
Esa exhibición de fuerza puede verse coronada por el éxito, como en buena medida ocurrió con la
imposición del “velo islámico” a las mujeres. El consejo ofrecido ahora por algunas autoridades
alemanas [por ejemplo, la alcaldesa democristiana de Colonia] a las mujeres atacadas es buen
indicio: adaptaos a la nueva situación, alejaos de los hombres (“a un brazo de distancia”), no salgáis
solas, etc. En suma: someteos o pagad el precio de la insumisión. Si algo te ocurre, será por tu
culpa,y advertida quedas...
Un consejo que trae a la memoria lo que solía decirse en los tribunales de justicia a las mujeres
violadas no hace tanto tiempo: ¿qué hacía usted allí? ¿A esas horas? ¿Y vestida así? Un consejo
que los predicadores musulmanes fundamentalistas harán definitivamente suyo...
Que la preocupación principal haya sido la de proteger a los victimarios, y no la de defender a las
víctimas, es una variante de la habitual defensa de la violencia masculina contra las mujeres. ¿Hasta
qué punto es una defensa del patriarcado o una defensa de la población migrante, de las minorías
étnicas o religiosas? Cuando los intereses del patriarcado –que la izquierda no osa defender ya—
pueden confundirse con la noble defensa de los “oprimidos” (cuyo prestigio, incluso para la izquierda,
quedó algo tocado luego de los ataques de noviembre en París), no poca gente se siente cómoda.
Que a estas alturas se pueda todavía dudar del carácter concertado de los ataques simultáneos
perpetrados a la misma hora contra mujeres en al menos 5 países diferentes y una decena de
ciudades en Europa, le deja a una estupefacta. ¡Menuda muestra de mala fe y ceguera –o
perversión— política!
Marieme Hélie-Lucas
es una reconocida activista feminista argelina. Socióloga de prestigio internacional, ha
sido la fundadora de la Red de Mujeres bajo la Ley Musulmana, así como coordinadora
internacional de Secularism Is A Women’s Issue (El laicismo es cosa de mujeres).
Traducción
María Julia Bertomeu
Fuente:
http://www.siawi.org/article10593.html
URL de origen (Obtenido en 24/11/2016 - 21:19):
http://www.sinpermiso.info/textos/los-ataques-machistas-coordinados-encolonia-y-los-errores-eurocentricos-de-una-izquierda-europea
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