10 TENIS Viernes 26 de enero de 2007 El Abierto de Australia Toda la plasticidad y la perfección de Roger Federer para pegar una volea; el N° 1 del mundo, en un perfecto equilibrio tenístico // A P Una aplanadora El suizo Roger Federer, N° 1 del mundo, arrolló al norteamericano Andy Roddick por 6-4, 6-0 y 6-2, y alcanzó una nueva final de Grand Slam Por José Luis Domínguez Enviado especial M ELBOURNE.– Fue un cambio de espectáculo, de algún modo. Al fin y al cabo, esas 15.000 personas que llenaron el Rod Laver Arena habían ido a ver una final anticipada, el gran partido del campeonato hasta aquí. Sin embargo, alguien alteró el programa y brindó un concierto inolvidable. No había necesidad de llamar a una orquesta: Roger Federer se las arregló, solito con su raqueta, para ofrecer una actuación fantástica. Aquel que había ido a ver un choque de potencias, la posibilidad de presenciar un traspié del rey del tenis masculino, se topó con un fenómeno en toda su dimensión. Desde hace años, Federer y Andy Roddick son protagonistas de un clásico del tenis. En la primera semifinal del Abierto de Australia, el resultado también fue un clásico: ganó el suizo. Y aunque no sea una novedad –ganó 13 de los 14 partidos entre ambos–, no se trata de explicar por qué ganó, sino cómo ganó. Porque, si se pretende hacer un análisis con cierta lógica, habría que pensar que no puede haber tantas diferencias entre el número 1 y el 7 del mundo. Pero las hubo y fueron inmensas. Difícilmente Roddick se olvide en su vida de una paliza semejante. Federer no perdonó nada. Es posible que el suizo tome nota de qué es lo que tiene que hacer con aquellos que, muy de tanto en tanto, cometen la osadía de ganarle. Era lo que había hecho Roddick hace un par de semanas, en un torneo de exhibición, en Kooyong; también lo había puesto contra las cuerdas un par de meses atrás, en el Masters de Shanghai. Pues bien: el número 1 decidió tomárselo bien en serio y se cobró un desquite tremendo. Fue 6-4, 6-0 y 6-2, en 1h23m, para llegar por tercera vez a la final en el Melbourne Park, donde busca la triple corona tras sus triunfos en 2004 y 2006. Ya igualó su mejor marca de victorias consecutivas (35) y alcanzó su séptima final consecutiva en torneos de Grand Slam, con lo que alcanzó la añeja plusmarca del australiano Jack Crawford (de Australia 1933 a Wimbledon 1934). Hasta parece que los récords aparecen solamente para que él los reescriba con su nombre... En algún momento de la fresca noche de Melbourne, Roddick miró al cielo en busca de una explicación; perdió el control y, al querer tirar la pelota lejos, también lanzó la raqueta encima de los fotógrafos. En poco más de una hora, estaba dos sets abajo y había cedido once games consecutivos. Los 11 finales de Grand Slam alcanzó Federer; de ese modo iguala en la era abierta a Stefan Edberg, John McEnroe y Mats Wilander. Al tope está Ivan Lendl, con 19. primeros juegos habían sido intensos y el norteamericano conseguía apoyarse en su servicio para estar a tiro en el resultado. Pero quedó con la guardia baja; tuvo un mal game de saque, con un par de equivocaciones, y quedó 4-5. Federer respondió con una tormenta devastadora: tiros ganadores, passings de todo tipo y color; en el partido totalizó 12 errores no forzados, 45 winners, el 94 por ciento de eficacia con el primer servicio, efectividad total en los break-points. Es complicado encontrar algo más cercano a la perfección. Roddick intentó buscarlo por el revés, subir a la red... todo en vano. El Bombardero de Nebraska está acostumbrado a otra cosa, a desarbolar a sus rivales con un promedio cercano a los 45 tiros ganadores por partido. Bien: ante Federer sólo pudo sumar 7. Y tres de ellos fueron cuando estaba 15 en el tercer set... “Disfruto enfrentar a jugadores como él. El había estado cerca de ganarme un par de veces, e incluso me superó aquí en un par de prácticas. Y recordé todo eso a la hora de jugar, pero ganar de una manera tan convincente a mí también me sorprendió. Todo anduvo bien. Seguramente es uno de los mejores partidos que he jugado en toda mi carrera. Aquí había jugado algunos buenos partidos, pero no había destrui- do a nadie”, comentó el suizo, que va por otra marca: conquistar un torneo de Grand Slam sin ceder un set; el último que consiguió algo semejante fue Björn Borg, en Roland Garros, en 1980. Un par de días atrás, Roddick aseguraba que “la diferencia se ha reducido” con Federer. “Bueno, está claro que eso no es lo que sucedió esta noche”, aceptó un resignado Roddick. “Fue algo frustrante, terrible, una m… Al margen de eso, supongo que él jugó bien. ¿Si voy a dormir bien después de esto? No sé, depende de cuánto alcohol beba. Y mañana ni pienso leer la sección deportiva de los diarios”, agregó el norteamericano, ya en clave irónica y humorística. Cuando uno cree que Federer ya no es capaz de sorprender, porque siempre llega a las finales, puede encontrarse con más motivos de asombro. En esta ocasión, por la altísima jerarquía que le imprimió a un partido que era de duro pronóstico, para desembocar donde todos lo imaginaban. En la madrugada argentina, el alemán Tommy Haas y el chileno Fernando González se enfrentaban; el premio, además de alcanzar la final de un torneo de Grand Slam, era la posibilidad de medirse frente a frente con un auténtico gigante de los courts. En la final, el rey espera por el último desafiante.