EENDCUUCEANCTIRÓONS JUVENTUD Y MÚSICA CLÁSICA El papel de la educación 92 La renovación de la enseñanza musical que se empezó a gestar a principios de los 90 con la introducción, a trancas y barrancas, de las escuelas de música (ver el artículo La financiación de la educación musical: una patata cada vez más caliente, SCHERZO nº 270, p. 92) y las actividades pedagógicas que han puesto en marcha muchas orquestas y auditorios tampoco han conseguido aumentar ni renovar significativamente el público que asiste a los conciertos. Ahora, además, los recortes públicos a la cultura y la subida del IVA de las entradas no hacen más que poner palos en las ruedas joan-Albert SErra C ualquier asiduo asistente a conciertos de música clásica es consciente de la poca presencia de jóvenes entre el público. Las estadísticas de la Encuesta de Hábitos y Prácticas Culturales en España 2010-2011, elaborada por el Ministerio de Cultura, nos lo confirma al poner de manifiesto que las personas que acuden con mayor frecuencia a conciertos sinfónicos o de cámara son las de la franja de edad de 55 a 64 años, seguidas por las de 45 a 54 y a mayor distancia las de 65 a 74 y 35 a 44. Si analizamos la evolución a través de encuestas anteriores observamos una clara tendencia al envejecimiento progresivo del público. En el estudio de 2002-2003 la franja de edad 45-54 encabezaba ligeramente esta clasificación, seguida por la de 55-64 y a mayor distancia la de 35-44, ligeramente por encima de la de 65-74. Sin embargo, en las estadísticas de 2006-2007 eran los oyentes de 55-64 los más asiduos a estos conciertos, seguidos por los de 45-54 y más lejos los de 65-74, que ya superaban a los de 35-44. Este mismo informe confirma también que la gran mayoría de los asistentes a conciertos de música clásica tienen estudios universitarios, sin embargo es fácil deducir que las personas con estudios universitarios de menos de 45 años, y especialmente las de menos de 35, tampoco son oyentes habituales de clásica. Todo ello hay que situarlo en el contexto de la crisis actual y de los cambios en los hábitos de consumo cultural, tal como certifica el Anuario SGAE 2012 que nos muestra una caída gradual en el número total de espectadores y en la recaudación de los conciertos de música clásica a partir del 2006. En cambio, en la música popular este descenso se empezó a manifestar a partir del 2008. Aun así, la creciente ausencia de jóvenes entre los oyentes de clásica ya se había empezado a producir mucho antes de la crisis. El aumento gradual de la edad del público, que las estadísticas ponen de manifiesto y muchos hemos observado sobre el terreno, nos sugiere que no se produce una incorporación de nuevos aficionados. Esto contrasta espectacularmente con el número creciente de magníficos jóvenes profesionales que han surgido en los últimos años de los conservatorios españoles y europeos. La diferencia de edad entre estos nuevos intérpretes y el público que los escucha se acerca ya a las dos generaciones. de un carro que estaba ya muy deteriorado. Se puede aducir que esta situación es debida, en gran medida, a la falta de cultura musical de los jóvenes y del público en general, pero el grave error es pensar que los únicos que tienen que cambiar y educarse son los oyentes. ¿Qué es lo que no ha cambiado prácticamente nada en las últimas décadas? Sin duda el formato de los conciertos sinfónicos o de cámara, su ritual, el repertorio y la forma de presentarlo, la interacción con el público, la distribución física de las salas e incluso la actitud de los propios músicos. Quizá va siendo hora de que intérpretes, directores, orquestas, programadores y responsables culturales empiecen a pensar que es necesario actualizar, revitalizar y hacer más atractivos los conciertos de música clásica, no sólo los didácticos. No hay varitas mágicas y estos cambios se pueden producir en múltiples direcciones sin disminuir la calidad, tal como lo ponen de manifiesto algunas propuestas como la vitalidad contagiosa de Gustavo Dudamel y los músicos de la Simón Bolívar, el innovador y exitoso ciclo londinense The Night Shift de la Orchestra of the Age of Enlightenment (donde es posible tomarse una bebida escuchando a Bach o a Mozart en un ambiente distendido), o el proyecto más cercano de El Teatre Instrumental (ver el artículo El Teatre Instrumental, diálogos con la música, SCHERZO nº 286, p. 110). Si no hay un gran salto creativo y formal en la oferta de música clásica en vivo difícilmente los jóvenes se acercarán a ella, por muy educados que estén. En un reciente estudio realizado precisamente entre los asistentes a los conciertos de El Teatre Instrumental se daba la curiosa circunstancia de que los más reacios a aceptar el nuevo formato de sus actuaciones eran precisamente otros músicos que asistían como oyentes. En cambio, muchos aficionados a la música clásica de toda la vida hablaban de aire fresco y de haber experimentado nuevas emociones, y la mayoría de los que acudían por primera vez opinaban que con este tipo de conciertos habían descubierto lo maravillosa que podía ser la música clásica. ¿A quién hay que educar de otra manera, al público o a los músicos y programadores? Joan-Albert Serra