EL CENTENARIO DE GÓNGORA (EL POETA ESTUVO EN PAMPLONA) U A N D O España entera, orgullosa del medro y de las preseas y relicarios que descubre en el museo de sus glorias, levanta un arco de triunfo al recuerdo de uno de sus más inspirados vates, es muy de razón que Navarra acuda al amoroso concierto, aportando su haz de laureles al genio de la cultura, que supo consagrar algunos ecos a este pueblo, que de seguro muchos supondrían ignorado del popular urdidor de letrillas. Hora es de que se haga justicia al ingenio y a la originalidad de aquel hombre, de pasiones inquietas e inspiradas, que por romper los moldes de l o vulgar se diría que no quiso someterse a las ordenanzas juridícas y tuvo a bien llamarse Luis de Góngora y Argote en vez de Luis Argote de Góngora, ya que D. Francisco Argote y D.ª Leonor de Góngora fueron los padres del que a su vez l o fué del culteranismo español, que no en vano escribió el P. Paravicino: Hijo de Córdoba grande, Padre mayor de las musas por quien las voces de España se ven, de bárbaras, cultas. Algún desengaño, las borrascas de amores encontrados, y su contraste con las dulzuras del amor sublime le llevaron al pie del altar abrazando la carrera eclesiástica, sin que llegase a escalar grandes puestos ya que en 1585 tuvo que resignarse a esconder su brillante licenciatura en el cargo de ra- 190 cionero de la catedral de Córdoba. Verdad es que su fantasía, como avecilla rebelde, burlaba algunas veces la clausura de los salmos y bebía en las ninfas de Castalia, aunque luego volvía a gorgear en las bóvedas del santuario, y cantaba a la Iglesia, como dulce prisión del Sacramento augusto: Oh cárcel! clara luz de este hemisferio dulce prisión, que tal tesoro encierra; do el fruto deste altísimo misterio se goza con dulzura y gloria tanta que excede cuanto bien hay en la tierra. Muchas y de noble calidad fueron las relaciones que cultiv ó el brillante poeta, pero ninguna le sirvió para levantarle a la posición de fortuna a que se hacía acreedor su ingenio; aunque más bien creo que viviendo de idealismos y fantasías todo lo sacrificó a ese dulce malestar de los que desdeñan l o positivo, y disfrutan más en el ensueño de l o sublime siendo pobres, que los que hacen una lonja de sus facultades. Tiene amigos de tanta monta como el Rey Felipe IV, la Reina Isabel de Borbón; el Duque de Lerma, Tamayo de Vargas, a quien dirigió varias cartas de petición de socorros, el célebre y opulento licenciado Cristóbal de Heredia; el Conde de Salinas, la Duquesa de Ayamonte, el Conde de Lemos, y fuera largo y hasta indiscreto enumerarlos, sobre ser inútil, ya que basta con recorrer sus versos para advertir las dedicatorias a infinidad de personas de alta categoría, en la corte y en la Iglesia. Entre sus relaciones eclesiásticas es muy de notar la amistad que tenía con el M. I. Sr. D. Antonio Venegas de Figueroa, Canónigo de Toledo e Inquisidor de la Suprema, consagrado obispo de Pamplona de cuya sede tomó posesión en 15 de Abril de 1606. Este Prelado, de temperamento algo semejante al del poeta cordobés, emprendedor y litigioso, no siempre bien quisto por el Cabildo; pleiteó con el tesorero, modificó la organización de las notarías de la Curia, fué espléndido reparando a su costa el órgano grande de la catedral, y nos honró sin 191 darse cuenta, con la visita de D. Luis de Góngora y Argote, ya que invitado a pasar unos días, vino el cincelador de sonetos y letrillas a contemplar las verdes montañas navarras y orear su espíritu en las riberas del Arga. Como recuerdo de su visita nos dejó un soneto, que brotó espontáneo, ante las bellezas de la finca de recreo que la Mitra poseía, en el vecino pueblo de Burlada, y liemos conocido siempre con el nombre de la casa colorada. « A U N A C A S A D E PLACER D E D O N A N T O N I O D E VENEGAS, OBISPO D E P A M P L O N A , Q U E ESTÁ E N U N A A L D E A L L A M A D A BURLADA: Este a Pomona, cuando ya no sea, edificio al silencio dedicado (que si el cristal le rompe desatado suave el ruiseñor le lisonjea), dulce es refugio, donde se pasea la quietud, y donde otro cuidado despedido, si no digo burlado, de los términos huye desta aldea. Aquí la primavera ofrece flores, al gran pastor de pueblos, que enriquece de luz a España, y gloria a los Venegas, oh, peregrino, tú, cualquier que llegas, Baga en admiración las que te ofrece el huerto frutas, y el jardín olores.» Ese tributo de cariño, expresado en sonetos, que no siempre eran todo l o admirables que correspondía al genio de Góngora (como sucede en este que ni tiene para nosotras más mérito que el testimonio de gratitud hacia la finca episcopal de Burlada), era muy frecuente en el padre de los «cultos»; así compuso otro a la finca que tenía el Conde de Salinas a orillas del Duero, y otro a la galería de la casa episcopal de Sevilla, como fuente de inspiración, y a casas de diferentes damas de la aristocracia, en cuyos salones debió de recibir honores que pagó con versos. * * * Y ya una vez cometido el desacato de entrar de rondón en 192 las intimidades del discutido y admirado cantor del Duque de Lerma, digamos algo de su carácter batallador que nos demuestra que la esgrima que aprendió era más bien «a sátira que a espada». Sabido es que su forma se consideró como una nueva lengua, que algunos, como el P. Paravicino y el Conde de Villamediana, empezaron a imitar, apurando el nuevo néctar que destilaban el Polifemo y las Soledades, que ya abundaban en el novísimo y atrevido estilo; pero entonces, como ahora, hubo espíritus que se levantaron contra el innovador, sin examinar si la novedad era un absurdo, y sólo por serlo merecía sus diatribas; por otra parte la lucha y la pedrea poética, lanzándose guijas con la certera honda de su intención, era muy frecuente entre los literatos y poetas de la época, que no por eso dejaban de encomiar el mérito, con más o menos ironía, como veremos luego. En el fragor de la lucha, deseando Góngora concentrar su ofensiva contra Lope de Vega, que parecía el cabecilla de sus adversarios, decía, con tanto ingenio como desenfado: Dícenme que hace Sopico, contra mis versos adversos; pero si y o versifico, con el pico de mis versos, a este Sopico, l o pico. A l oir graznar a sus enemigos chapoteando en los raudales de su estro, les decía: Patos del aguachirle castellana de cuyo rudo origen fácil riega y tal vez dulce inunda vuestra vega con razón vega por lo siempre llana; pisad graznando la corriente cana del antiguo idioma, y turba lega, las ondas acusad cuantas os niega Atico estilo, erudición romana. . . . . . . . . . . . . . . . . Vistió Aganipe. ¿Huis? ¿ N o queréis vellos palustres aves? Vuestra vulgar pluma no borre, no; mas... patos zabullíos. 193 Y a fe mía que Góngora no pecaba de ensañamiento en la contienda pues las réplicas de sus contrarios constituían toda una cuestión de gabinete: Y si no veamos como empieza la que endilgó al cultísimo D. Luis, uno de los contrarios que seguramente fué el mismísimo Fénix de los ingenios: Pues en tu error impertinente aspiras, zabúllome de pato por no verte, ¡oh calavera cisne, que en la muerte quieres cantar y por detrás respiras! ... En fin, más vale no meneallo y sigamos con la contienda de lirismos. A veces, apurados los recursos de la sátira ingeniosa, tergiversaban cualquier episodio de su vida privada, poniéndoleretoques de aventura; sólo así se explica, la doble intención con que el terrible autor de las Letrillas le moteja al autor de la moza del cántaro, de bebedor y ligero de cascos... Dicho me han en una carta que es tu cómica persona sobre los manteles mona, etc. Hay lances en que no hay nada más natural que cierta indignación. por l o que resulta excusable el brío con que arremete contra el P. Pineda por no haberle dado el primer premio en el certamen que se celebró con motivo de la canonización de San Ignacio de Loyola, aunque ya no l o es tanto al hundir el dardo de su sátira con el veneno de la venganza. ¿ Y o en justa injusta expuesto a la sentencia de un positivo padre azafranado? Paciencia, Job, si alguna os han dejado los prolijos escritos de su ciencia. Aquí no se contenta con lamentar su preterición, sino que alude, con intención dañina, a la extensa obra Monarquía eclesiástica, del P. Pineda. 194 Claro que ni ésta ni ninguna de sus obras permitió Góngora que viese la luz pública, lo que demuestra que eran desahogos de su espíritu; era un raudal que no podía dejar caer en silencio su bulliciosa espuma, pero no fué nunca su intención darlo a la estampa, sino que algunos editores recogieron los manuscritos, y no siempre bien comprobada su autenticidad, la publicaron, haciendo diversas ediciones en Sevilla, Zaragoza, Lisboa y Bruselas... Por eso ha sido siempre injusta cierta crítica que le llamó plagiario, traductor, etc., ya que se ignora la finalidad de ciertas copias y papeles hallados entre sus originales. * * * Digamos algo de su gloria, ya que todo el follaje con que hemos adornado el arco triunfal de su centenario, es de urdimbre de lacia hojarasca que no sabe uno si honra o desdora el nombre del glorioso iniciador de la cultura, y no es cosa de caer en la ingrata dejadez con que la crítica ha ido olvidando, y hasta pluguiera a Dios que no hubiera más que olvidos sobre la tumba del genio cordobés, y no manía de ofrecerle «anapelo por anazor» y abrojos en vez de flores. L o que fué Lope de Vega en el drama, y el Autor de las N o velas Ejemplares en su trama, y Calderón en sus autos, y el moderno Arolas en su orientalismo, fué Góngora en su poesía genial. En su brillante fantasía anidó su pájaro de luz desconocido, que revolotea en todas sus obras, produciendo una verdadera revolución en la estética de la lengua, que lo que no supieran interpretar, ni tuviera la modestia de imitar, se creyera en el deber de vilipendiar. Para juzgar de la parcialidad con que fué juzgado el vate culto, basta recordar que el mismo Calderón para satirizar el culteranismo dice que un barbero se equivocó al extraer una muela porque el paciente le dijo que era la penúltima; Moreto al poner freno a su lengua contra los cultos, cuenta entre vocablos del nuevo estilo, crédulo, obtuso, libidiano, etc. Es indudable que en su época estas palabras no circula- 195 rían como hoy, hasta en familia, pero bien se echó d e ver que si hoy imperase ese criterio, en vez de dominar el contrario, ¿a dónde irían a parar las cristalinas bellezas de Valle Inclán, y las enrevesadas greguerías de Ramón Gómez de la Serna, y los «sonidos aromáticos» del gran prosista Gabriel Miró? Claro que la novedad de hoy no alarma precisamente por los vocablos, antes bien la Patria debe disfrutar al ver como se recorren los vericuetos del laberinto lingüístico, para hacer entrar en juego todos los elementos del riquísimo léxico español, lo que sorprende es la idea; el dislocarse de la imaginación para adoptar posturas y alegorías tan difíciles y originales, como las contorsiones y dobleos de esos acróbatas que se pliegan y retuercen como si fueran de goma. Aquellos puritanos ¿qué dirían si leyeran que el «anciano se está ordeñando las barbas», y que los «limones son ovillos de luz» y mil y mil afortunadas afirmaciones de la prosa lírica del autor de Las figuras de la Pasión? O si cayera en sus manos el «Torero Cavacho» del cubista de la literatura, y le contaran que « e l caballo pisaba en las nubes de la muerte con parsimonioso cuidado, como si llevase desnudos los pies... E l cuerno le hirió como una flecha en la vena torrencial, que comenzó a manar sangre como caño roto; todos se sintieron rota su vena y hubieran gritado llamando al fontanero...» Sí, señor, que venga y cierre ese grifo de greguerías que andan por las páginas del libro como una humorada de la naturaleza, si se le ocurriera un día de primavera lanzarnos una granizada de abalorios de colores. Afortunadamente eso pasará a la historia, como una modalidad subjetiva, o daltonismo literario, se quedará en «cosas de La Serna», mientras que los maestros seguirán dando lecciones de cultura. Posemos la consideración unos instantes en el florido naranjal y entre saetas de sol y vaho de azahar oiremos los ecos de aquellos Anneo Séneca y Anneo Lucano de quienes pudo decir Marcial, refiriéndose también al padre del gran orador y poeta Marco Anneo Séneca: «Córdoba canta a los dos Séneca y al único Lucano». 196 Esos ecos de fecundidad al través de los siglos fueronla semilla que germinó en la fantasía de Góngora, como estos pasaron a ser inspiración del Duque de Rivas, pues no hay duda, como observa muy atinadamente R. Blanco Belmonte, que hay muchos puntos de contacto entre los recursos del autor del «Farsalia», las bellezas de «Polifemo» y los fulgores del «Mon Expósito». Ha habido indiferencia, injusticias y hasta diatribas para el clérigo de la poesía brillante, pero no tantos que no hayan reconocido, hasta sus enemigos, con más o menos ironía, el valor literario de la valentía de D. Luis Argote. Así escribía Lope de Vega a un señor de estos reinos, dando su parecer sobre la nueva poesía: « E l ingenio de este caballero... en mi opinión... es el más raro y peregrino que he conocido en aquella provincia, y tal, que ni a Séneca, ni a Lucano, nacidos en su patria, le hallo diferente, ni a ella por él menos gloriosa que por ellos. Escribió en todos estilos con elegancia y en las cosas festivas, a que se inclinaba mucho, fueron sus sales no menos celebradas que las de Marcial, y mucho más honestas...Mas no contento con haber hallado... el último grado de la fama, quiso, a l o que siempre he creído, con buena y sana intención, yn o con arrogancia, como muchos que no le son adeptos han pensado, enriquecer el arte y aun la lengua con tales exornaciones y figuras cuales nunca fueron imaginadas, ni hasta su tiempo vistas.» Francisco Cascales, en carta a Yribaldos, de Toledo, aún es más expresivo en su admiración: «Quien puede presumir de un ingenio tan divino, que ha ilustrado la poesía española a satisfacción de todo el mundo, ha engendrado tan peregrinos conceptos, ha enriquecido la lengua castellana con frases de oro felizmente inventadas y felizmente recibidas con general aplauso, ha escrito con elegancia y lisura, con artificio y gala, con novedad de pensamientos y con estilo sumo l o que ni la lengua puede encarecer ni el entendimiento acabar de admirar?... Y en otra epístola dirigida a D. Francisco del Villar: «Digo, pues, conformándome con vuestra merced, que a ese caballero siempre le he tenido y estimado por el 197 primer hombre y más eminente de España en la poesia; sin acepción alguna, y que es el cisne que más bien ha cantado en nuestras riberas. D. José Pellicer, en el Fénix (Madrid-1630), no vacila en llamarle: «Príncipe de los poetas españoles sólo comparable con Píndaro de los griegos, cuyas obras (las de Góngora) salieron a la luz póstuma, con nombre del Homero español...» D. Diego de Saavedra y Fajardo, con un estilo muy inspirado en el de su enaltecido vate, dice: « E n nuestros tiempos renació un Marcial cordobés, es D. Luis de Góngora, requiebro de las musas, y corifeo de las gracias, gran artífice de la lengua castellana, y quien mejor supo jugar con ella y descubrir los donaires de sus equívocos con incomparable agudeza». No es menos expresivo, aunque tal vez de autoridad más discutida l o que dice Fray Andrés Ferrer en el Templo de la Fama: « A todas estatuas hacían frenfe en orden diferente otras tan valientes y famosas y se leía el letrero de la primera que decía: E l Taso. Este ¿no es el Torcuato? Sí, y puede ser collar de oro del mismo Apolo. Se hacía lado la de Garcilaso, príncipe de l o lírico... y a ambos otra con culto artificio fabricada y decía la letra de la tarjeta: GÓNGORA, natural de Córdoba. Este no ha tenido segundo, ni quien le imite, y si igualaran a los versos los asuntos, había de tener mejor lugar que Homero.» Tal vez las más valiosas flores dedicadas a la memoria de Góngora sean las de Cervantes, no por ser en verso, que nunca se distinguió por sus poesías, sino por la sinceridad y las circunstancias. En la Galatea se lee: En Don Luis de Góngora os ofrezco un vivo raro ingenio sin segundo: con sus obras me alegro y enriquezco no solo yo, mas todo el ancho mundo...» Y en el Viaje del Parnaso: Aquel que tiene de escribir la clave con gracia y agudeza en tanto extremo 198 que su igual en el orbe no se sabe; es D. Luis de Góngora, a quien temo agraviar en mis cortas alabanzas aunque las suba al grado más supremo.» Prolijo fuera ir citando elogios al cantor de Soledades, muchos de los cuales los hemos tomado de sus más furibundos detractores; más sentidos tal vez serían los de los gorgoritos Villamediana, Francisco del Villar, Martín Velázquez, pero vamos a cerrar el panegírico con el valiente cantar de Rubén Dario, el genio de Nicaragua que ha paseado su «Marcha triunfal» por el mundo entero, mimado por la declamación de los artistas, a quien no se puede tachar de rutinario, ya que rompió los moldes de la antigua poesía, y tuvo la nunca bien agradecida oportunidad de resucitar el nombre de Góngora, oculto bajo una ceniza de crítica olvidada. Unido a Velázquez aparece en el soneto de Ruben,en aquel soneto de osadías apocalípticas y bellezas de caos: En tanto pace estrellas el Pegaso divino, y vela tu hipógrifo, Velázquez, la Fortuna en los celestes parques, el cisne gongorino deshoja sus sutiles margaritas la luna. Tu castillo, Velázquez, se eleva en el camino del arte, como torre que de águilas es cuna, y tu castillo, Góngora, se alza al azul cual una jaula de ruiseñores labrada en oro fino. Alabado sea Dios y la buena intención rubeniana; gracias a que es un genio se le puede tolerar eso de que se alza al azul cual una jaula, porque si eso se le ocurre a un poeta con menos entorchados la crítica le condena al juicio sumarísimo del pateo. Pero en fin la idea fué grande; gracias al autor de «Azul» que siempre tuvo simpatía por lo sublime del espacio, se ha conocido más en Europa al genial Góngora, y España debe agradecerlo. Góngora vivió, soñó y pensó como poeta. Se alimentó de lirismos e ilusiones, y cuando llegaba a la prosa de la reali- 199 dad tenía que mendigar unos escudos a sus altas amistades, apesar de que vivía rodeado de grandeza, paseaba en carroza tapizada de seda, recibía las esquelas de sus amistades servidas en bandeja de plata, alternaba con reyes y magnates, y aunque su categoría eclesiástica era humilde, se relacionaba con eminentes prelados, como se descubre por la serie de sonetos y otras manifestaciones líricas consagradas a la amistad. Su poesía es como su vida, una realidad pobre pues los asuntos casi siempre l o son, pero el néctar sencillo de su inspiración se escancia en copas de oro, y fulgura como líquidos topacios yrubíes en los más finos cristales con tallas y prismas de irisados espejismos e inolvidables encantos. El estilo es el hombre. ADULFO VILLANUEVA De las Escuelas Pías.