MARCO INSTITUCIONAL PARA UNA ECONOMÍA DE MERCADO* Dentro del contexto de los derechos humanos, un asunto que merece mayor atención desde el punto de vista de la globalización de la economía es, sin lugar a dudas, la relación entre lo que se conoce como derechos civiles y políticos, y los derechos económicos y sociales. Paradójicamente, este tema va mucho más allá del plano económico, si se comprende que lo que se tiende a globalizar e integrar son los mercados, ello ocurre también con los valores de la democracia, del Estado de Derecho y de los derechos humanos. A lo largo de varias décadas hemos presenciado un debate más bien estéril sobre lo que constituye o no un “derecho”. Lo dejaríamos de lado simplemente poniendo etiquetas diferentes a los temas en discusión: cuando nos referimos a puntos incluidos en la denominación “derechos civiles y políticos” podemos llamarlos limitaciones de los gobiernos. De otro lado, los “derechos económicos y sociales” se denominarían tareas de gobierno o derechos declarativos. Una distinción importante entre las dos categorías es que la primera puede lograrse con relativa facilidad. Lo único que se exige al gobierno para asumir sus obligaciones en este aspecto es abstenerse de hacer algo en concreto. En cuanto al segundo aspecto, el actuar bien requiere habilidad, reflexión y medios. Para progresar en este campo hace falta tomar decisiones sobre el enfoque básico que se dará al funcionamiento de la propia economía y es que la actuación del gobierno en el campo social y económico no será juzgada en última instancia por las promesas hechas sino por el resultado de su actuación respecto a esas promesas. Las constituciones de los Estados no deberían imponer a los gobiernos obligaciones económicas afirmativas tales como derechos declarativos. El problema general que se plantea en los programas económicos y sociales del gobierno es importante, y, por tanto, merece ser considerado, analizado y discutido en un contexto apropiado, por economistas y expertos en la materia, así como por especialistas en salud pública, vivienda, producción y distribución agrícola y otros. Las libertades son protecciones frente al poder gubernamental y los derechos declarativos son beneficios creados por el Estado. A diferencia de algunas constituciones, la ley fundamental de Estados Unidos no * Publicado en la página Editorial de Diario Nuevo Norte (18-11-98 Ed. 1215) reconoce derechos declarativos a la vivienda, educación y calidad de vida adecuada. Garantizar derechos declarativos requiere subordinar la libertad individual al interés colectivo. Las libertades y los derechos declarativos pueden estar en conflicto directo, ya que para otorgarlos se requeriría la eliminación o restricción de una libertad. De esta manera, para que sean implementados, el Estado optaría por quitar la propiedad u otros recursos a un grupo de ciudadanos para transferir a otros, una acción que bien podría violar las libertades. Una Constitución que proteja tanto las libertades como los derechos declarativos es incoherente y muy difícil de interpretar. Una Constitución no debe contener normas meramente declarativas como aquellas que existían en la Constitución de 1979: “El Estado reconoce al trabajo como fuente principal de riqueza (...)”, o “el Estado protege el matrimonio y la familia como sociedad natural o institución fundamental de la nación”, o que “es derecho de la familia contar con una vivienda decorosa”. Estas declaraciones representan aspiraciones muy dignas, pero finalmente no corresponden a la función constitucional. “... una Constitución debe contener principios elementales de organización del Estado y frenos concretos al ejercicio del poder. Si se le incorporan normas declarativas y programáticas se desvirtúa su exigibilidad suscitando la sensación de que, al ser imposible el cumplimiento de postulados tan genéricos, resulta también imposible el cumplimiento de sus reglas vinculantes básicas.” Las normas de la Constitución deben ser pasibles de cumplir y ejecutar, lo que significa que alguien en concreto asuma dicha responsabilidad. Dentro de este marco se desenvuelve lo que denominamos “economía de mercado”. Ocurre que nos estamos alejando de apreciar la necesaria conexión entre la protección de los derechos individuales y el éxito de una economía de mercado. Más lejos estamos aún de aceptar que los derechos individuales son la base de ese sistema económico. Muchas restricciones, tales como la protección arancelaria, los controles de precios, alquileres y el uso de las tierras no son considerados como flagrantes violaciones del derecho de igualdad ante la ley. Muchos no entienden por qué funciona la economía de mercado y en consecuencia atribuyen su éxito principalmente a que da incentivos a la eficiencia, sin ver a la institución de la propiedad privada como una herramienta económica ni comprender la necesidad absoluta de su existencia para la estructura de precios relativos que nos permite a todos, y muy especialmente a los empresarios, tomar decisiones económicas acertadas. Una equivocación más seria es creer que la economía de mercado es producto del diseño o intención. No es así: la economía de mercado es el resultado de lo que “espontáneamente” ocurre cuando los derechos de propiedad y los contratos son legalmente inexpugnables. Creer que la economía de mercado es un modelo, algo planificado, como ocurre en las economías controladas, nos conduce a concluir que debe ser diseñada e instrumentada a través de la coerción oficial. La economía de mercado requiere de la vigencia del Estado de Derecho, sistema que, a su vez, supone la afirmación de ciertos principios básicos, como la libertad individual, la propiedad privada y la intangibilidad de los contratos. Requiere de ciertos presupuestos jurídicos, de la observancia voluntaria o, en su defecto, de la aplicación coercitiva de ciertas normas de conducta justa, cuyo contenido y vigencia requieren de un importante grado de autonomía respecto del proceso político y de los intereses en juego de la sociedad. La economía de mercado florece cuando ciertas normas de recto comportamiento están fuera del alcance de las modas y apetencias políticas del momento. La gran lección de los tiempos modernos es la fuerte relación entre la libertad y el progreso. Maximizando la libertad, se maximizan los recursos materiales, filosóficos y culturales de la nación.