JUEVES SANTO 2015 Jesús y sus discípulos también celebran la Pascua, cada año, para recordar la liberación de Egipto. Pero en esta ocasión todo es distinto. El Maestro estaba viviendo sus horas como si fueran las últimas y los apóstoles se habían contagiado de esta emoción suya. La alegría de la fiesta había sido apagada por las palabras dramáticas de Jesús, anunciando su muerte cercana. En la última cena hay dos escenas fundamentales. Primera escena. El lavatorio de pies. Jesús acercó a uno de sus apóstoles, se arrodilló ante él y comenzó a lavarle los pies. Jesús comenzó luego a lavar los pies al segundo, luego al tercero. Llegó a Judas. Se arrodilló también ante él. Los discípulos estaban asombrados. Ni siquiera los esclavos hebreos estaban obligados a lavar los pies de sus amos. Hasta llegar a Pedro ninguno se había atrevido a hablar ni a oponerse a lo que Jesús hacía. Pero Pedro reacciona con fuerza: ¿Tú me lavas a mí los pies? Jamás me lavarás los pies. ¿Cómo podía tolerar que Jesús hiciera con él oficio de esclavo? Jesús le responde: Lo que yo hago no lo entiendes ahora. Más adelante lo entenderás. Si no te lavo, no tendrás parte conmigo. Al terminar el lavatorio dijo: Os he dado ejemplo, para que hagáis también vosotros lo que he hecho yo. Segunda escena: La institución de la Eucaristía. Concluida la oración prevista, los discípulos piensan que todo ha terminado. Sin embargo, Jesús toma de la mesa uno de los panes, lo bendice y lo parte y lo reparte: Tomad. Esto es mi cuerpo. Ahora le ven tomar la misma copa llena de vino, la levanta dando gracias a Dios y dice: Tomad. Esta es mi sangre. Se inaugura una presencia nueva de Dios en medio de su pueblo: la Eucaristía, el pan y el vino consagrados, en los que Cristo está realmente presente, ofreciendo su amor, ofreciéndose por amor. Al servicio de la Eucaristía han de estar los sacerdotes y Obispos, sucesores de los apóstoles, a los que Jesús encomienda esta tarea: Haced esto en memoria mía. ¿Qué significan estas dos escenas? Tres cosas, fundamentalmente: a) Estas escenas nos demuestran que el Dios de los cristianos es un Dios distinto. No es un señor caprichoso, ni siquiera un juez justo. Es, sobre todo, AMOR, un amor que sirve, un amor que se arrodilla ante sus criaturas para lavarnos, como un esclavo; un amor que se hace pan para alimentarnos b) El cristianismo es, sobre todo y antes que nada, un don, un regalo que Dios nos ofrece. Dios quiere servirnos, lavarnos los pies y el corazón. Dios quiere alimentar nuestra hambre de amor y vida. Por eso, la primera tarea del cristiano es reconocer y acoger el don de Dios, un don que no merecemos y que necesitamos para ser plenamente felices. Después vendrán otros compromisos, pero lo primero es acoger el don. Si no acogemos el don de Dios, no tenemos parte con él, como dijo Jesús a Pedro. c) Jesús nos muestra el camino que hemos de recorrer sus seguidores. Unidos a Él, por la oración y la Eucaristía, hemos de hacernos servidores de todos, especialmente de los que más sufren. Hemos de ofrecer nuestro tiempo, nuestro dinero, nuestra vida, para ser pan partido y vino entregado. Por eso, hoy celebramos el Día del Amor Fraterno, amor a los pobres y a necesitados; amor a todos los hermanos y hermanas que formamos la Iglesia. Dice el Papa Francisco: La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la iniciativa, la ha primereado en el amor (cf. 1 Jn 4,10); y, por eso, ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos. Vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva. ¡Atrevámonos un poco más a primerear! Como consecuencia, la Iglesia sabe «involucrarse». Jesús lavó los pies a sus discípulos. El Señor se involucra e involucra a los suyos, poniéndose de rodillas ante los demás para lavarlos. Pero luego dice a los discípulos: «Seréis felices si hacéis esto» (Jn 13,17). La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo. Los evangelizadores tienen así «olor a oveja» y éstas escuchan su voz (EG 24). Después de describir las dos escenas de esta tarde, dejemos que Martín Descalzo nos ayude a imaginar el final de aquella cena: Se hizo un largo silencio. Jesús no mira a los suyos y ellos casi no se atreven a mirarle, ni a mirarse los unos a los otros. Tienen miedo, quizá terror, pero a la vez son felices, porque se sienten muy unidos a Jesús. Saben que le han conocido y que, al conocerle, han conocido a Dios. Levantan ahora sus ojos y, en la sala mal iluminada por lámparas que ya se extinguen, contemplan los ojos de ese Dios. Y en ellos sólo ven amor.