CRÍTICA Antonieta en el Cenart Lo reafirmó así en Antonieta, ópera en un acto estrenada el pasado 27 de octubre, en el Teatro Raúl Flores Canelo del Centro Nacional de las Artes (Cenart), en el marco del Congreso Internacional de Musicología del CENIDIM. De no haber convocado a paro los trabajadores del Cenart, las otras funciones se habrían llevado al cabo 29, 30 y 31 de ese mes, aunque finalmente la última sí pudo celebrarse, simultáneamente a La bohème que en este mismo complejo cultural se presentaba, pero en el Teatro de las Artes. Antonieta es una exploración del por qué Antonieta Rivas Mercado pudo haberse quitado la vida en la Catedral de Notre-Dame, en Francia, en 1931, de un disparo al corazón. El libreto, autoría de Verónica Mausalem, busca las razones a través de tres vertientes en las que la hija del reconocido arquitecto Antonio Rivas Mercado avivaba sus pasiones: el amor, la política y el arte, simbolizadas precisamente por alegorías-personajes interpretados alternadamente en las funciones por las sopranos Cynthia Sánchez y Guadalupe Jiménez; los barítonos Édgar Gil y Enrique Ángeles; y los tenores Gerardo Reynoso y Óscar Santana, respectivamente. La estructura es circular: comienza y termina con el suicidio, y diversos episodios en flashback dan el cuerpo a la trama de la obra. Desde luego, ante momentos definidamente impactantes como ese inicio y final, el resto puede parecer débil desde el punto de vista dramático y difícil de definir si el espectador encuentra en ello la fuerza de las razones para el suicidio de Antonieta, o si éstas se diluyen en pasajes que no necesariamente muestran el amor, la política o el arte en su acción, sino de forma platicada, reflexiva, teóricamente. En lo musical, Ibarra pone en juego su armamento de recursos expresivos y logra crear atmósferas que apuntalan la escena al 18 pro ópera tiempo que discurre un lenguaje tan propio que, si bien puede encontrar los sonidos propicios de la brutalidad, de la desesperación o de la angustia desgarrante, la partitura no está exenta de ese mordaz humor tan típicamente suyo para ridiculizar, por ejemplo, al poder, o al nacionalismo musical, del que él siempre se ha apartado, aún si en este caso lo recrea. Hay melodías y ritmos tan propios que en algunos pasajes de Antonieta no era un disparate pensar que de pronto podría aparecer bailando la Tortuga o algún otro personaje de su Alicia. Como ha quedado claro obra tras obra, Ibarra sabe escribir para la voz, la potencia, le da su lugar de relevancia dentro de una ópera, ya sea con recitados, con dinámicos cantables o con la intensidad de los silencios. Las mezzosopranos Lydia Rendón y Grace Echauri alternaron el rol epónimo, mientras que el Padre de Antonieta lo compartieron los bajo-barítonos Daniel Cervantes y Guillermo Ruiz, éste último con una voz poderosa, de autoridad sonora y colora, aunque sin los matices suficientes para asumir del todo la personalidad de su rol, al darle una interpretación más bien monótona. Por su parte, Echauri ofreció un canto de emisión con poco brillo y sin foco, gutural, que no logró hacer correr. Aunque su profesionalismo queda manifiesto, la cantante al tratar de ser sonora en su zona aguda, llegó a lo tirante, a la pérdida de la musicalidad, mientras que en su registro medio perdió oportunidad de pronunciar, de frasear más sobre los labios para configurar un personaje con mayores matices en su expresión. La puesta en escena, que resultó particularmente estática, correspondió a José Antonio Morales, “Josefo”, y a Rosa Blanes Rex, mientras que al frente de la Orquesta Sinfónica Juvenil Carlos Chávez y del Coro Magisterial, se contó con la dirección concertadora de Enrique Barrios, impulsor principal de esta ópera, considerando su admiración por la Antonieta histórica. o Para otra opinión sobre esta producción, ver OTRAS VOCES en www.proopera.org.mx. Fotos: Ana Lourdes Herrera F ederico Ibarra es uno de las compositores de ópera mexicanos en activo más prolíficos. Su obra lírica, que ya se acerca a la decena, lo muestra como un autor que entiende y crea flujos dramáticos de particular atractivo a través de los sonidos, que sabe encontrar los espacios y colores orquestales para el realce y expresividad de la voz humana y todo ello, además, confirmando un estilo personal, que lo identifica, que no puede negar. por José Noé Mercado pro ópera 19