-Reseña de Peña: El Chile Perplejo de Alfredo Jocelyn-Holt El Chile Perplejo de Alfredo Jocelyn-Holt RESEÑA de Carlos Peña I Carlos Peña es licenciado en derecho (1982) y abogado de la Pontificia En uno de sus varios ensayos, Montaigne –uno de los primeros escritores con conciencia absoluta de su individualidad y, por tanto, uno de los primeros escritores modernos– sostiene que entre todos los libros prefiere los de historia. El hombre y la mujer, cuyo conocimiento persigo, dice Montaigne, aparecen en esos libros “más reales y más enteros que en ningún otro género, en ellos se exhibe la diversidad y la verdad de sus cualidades internas, la variedad de sus medios y de los accidentes que les amenazan”. Casi cien años después –en los inicios del siglo XVIII– Vico sugirió que en la historia podía ser alcanzada la verdad, porque la historia, a fin de cuentas, la hacemos los que la narramos. En fin, un poeta y magnífico ensayista muerto hace apenas algunos años, sugirió que existía un vínculo indisoluble entre vivir la historia y narrarla: “entre vivir la historia”, dijo Octavio Paz, “e interpretarla, se pasan nuestras vidas. Al interpretarla, la vivimos: hacemos historia; al vivirla, la interpretamos: cada uno de nuestros actos es un signo”. Universidad Católica de Chile (PUC). ¿De dónde proviene esa fascinación casi hipnótica por la historia, esa tendencia, casi perversa, a asistir una vez más a lo que –para bien o para mal– ya ha ocurrido de manera irremediable? Derechos Fundamentales” (Santiago, Cuenta con estudios de posgrado en Sociología (PUC, 1983-1985). Cursa el doctorado en Filosofía. Profesor de Derecho Civil en la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile (1989 a la fecha) y de Derecho Civil y Filosofía del Derecho en la Universidad Diego Portales (desde 1985 a la fecha). Es Decano en la Facultad de Derecho de la Universidad Diego Portales y Consultor del Consejo Superior de Educación. También se ha desempeñado como consultor del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y ha efectuado trabajos de análisis en reforma judicial para el Banco Mundial. Asesor en materia de políticas judiciales del Ministerio de Justicia (1994 a la fecha). Ha publicado “Práctica Constitucional y 1995) y, en colaboración, “Evolución de la Cultura Jurídica Chilena” (Santiago, 1994); “Sistema Jurídico y Derechos Humanos” (1996); “Situación y Políticas Lo que ocurre es que la historia no consiste, como solemos creer, en una fascinación por el pasado, en una obsesión, a fin de cuentas inútil, por lo que fue; sino que, cosa distinta, la historia consiste en una fascinación por el presente, por lo que somos, por lo que hemos llegado a ser. De ahí proviene, quizá, esa extraña necesidad que nos asiste a los Judiciales en América Latina” (1994); “Métodos Alternativos para la Resolución de Conflictos” (Quito, 1998), además de múltiples artículos de teoría legal y filosofía moral. En la actualidad prepara un trabajo sobre análisis económico del derecho. Carlos Peña, Decano de la Facultad de Derecho de la Universidad Diego Portales, Av. República 105, Santiago, Chile. Fax: (56-2) 676 2602 Correo electrónico: carlos.pena@jur.udp.cl Perspectivas 255 -Reseña de Peña: El Chile Perplejo de Alfredo Jocelyn-Holt hombres y mujeres de contar o narrar lo que nos ha pasado. Al contarlo, al intentar explicarlo a otro, logramos finalmente comprenderlo, integrarlo a nuestro conjunto de significaciones. Después de eso, claro está, ya no somos los mismos de antes: cuando contamos lo que nos ha ocurrido, cuando narramos lo que vivimos, cuando hemos logrado interpretarlo, logramos incorporarlo sin violencia a lo que somos y después de eso somos distintos. La historia, al igual que una confidencia, es una forma de terapia, una especie de cura por la palabra que nos permite incorporar a nuestro conjunto de significaciones aquello que, en un principio, carecía de todo sentido y parecía, en cambio, una ruptura. Lo que pasó –y que mediante la palabra y la memoria intentamos recuperar– nunca vuelve. Sin embargo, de la forma en que originalmente lo vivimos, el recuerdo está infectado por lo que somos hoy día. Por eso no es posible recordar los hechos con la distancia absurda de quien cree, simplemente, reconstruirlos. La verdad es, en cambio, que al recordarlos los construimos, los hacemos de nuevo y por esa vía alcanzamos, incluso tímidamente, una nueva identidad. Por eso, el ensayo es una de las formas más auténticas de indagación histórica. Mediante el ensayo no se pretende dar cuenta de una realidad que estaría allí fija, quiescente, oculta tras la pátina de los años; sino que, cosa distinta, se trata de un discurso que –sin pretender ocultar al sujeto que lo pronuncia– procura interpretar esos hechos, reconstruirlos mediante un punto de vista inexplorado, hasta antes de ese ensayo. No hay nada entonces de realismo ontológico en un ensayo de esta índole –la realidad no estaría “allí afuera”, independiente de nosotros, esperando ser desocultada– pero tampoco hay en él nada de relativismo conceptual: no cualquiera cosa que digamos de la realidad es válida. El punto de vista de un ensayo histórico es el de quien reconoce un vínculo indisoluble entre los hechos y el discurso que emplea para dilucidarlos; pero que al mismo tiempo al usar ese discurso (un discurso que tiene significado para quien lo pronuncia y para quien lo escucha o lee) aspira a interpelarnos desde un punto de vista intersubjetivo. Por eso la historia tiene algo de esa revista que Buñuel le daba a leer a su madre desmemoriada: siempre nos sorprende como si la leyéramos por primera vez. El ensayo de Alfredo Jocelyn Holt –El Chile perplejo. Del avanzar sin transar al transar sin parar, Planeta, 1998, 330 páginas– se inscribe, me parece a mí, en lo mejor de esa tradición. Una escritura agitada que revela a cada paso el pulso y la respiración de quien la escribe; un texto que no teme a las reiteraciones de una conversación; que evoca, mediante imágenes, el tono definitivamente perdido de los hechos y una escritura, en fin, que hacia el final revela el lugar desde donde es escrita, que abandona toda ironía, y que al revelarse aspira a triunfar, si no como historia, al menos como profecía. El rechazo de Jocelyn Holt al realismo que denomina fáctico – un tipo de apelación a la realidad que nos desprovee, a fin de cuentas, del lugar que tenemos en ella– posee así un profundo sentido: nos recuerda que los hechos son indisolubles de la actitud que adoptamos ante ellos. Perspectivas 256 -Reseña de Peña: El Chile Perplejo de Alfredo Jocelyn-Holt Como ha sugerido Strawson1, aun cuando el determinismo tuviera razón –aun cuando nuestros hechos, el conjunto del acontecer, estuvieran fijados por la causalidad natural; aun cuando nuestra historia fuera, como lo habría soñado Borges, un plagio de una historia previamente escrita– incluso allí no sería posible una actitud de una “objetividad omniabarcadora”. Una actitud de esta índole dejaría fuera nuestros compromisos y sentimientos morales, nuestra reacción ante esos hechos y sería, por lo mismo, deficiente e incompleta. Una descripción histórica de esa índole sería una forma amputada de la historia, dejaría al margen, como insiste Nagel2, nuestro punto de vista acerca de los hechos. II Es por lo anterior que, al margen de su acierto o de su error, el concepto de resentimiento que Jocelyn Holt utiliza como esquema heurístico de su trabajo, resulta (ya veremos si plausible o no) coherente. Jocelyn Holt sugiere que el resentimiento sería la “llaga secreta” –la expresión es de Alone– de la reciente historia política. Constituiría el punto de quiebre entre los gobiernos mesocráticos del radicalismo y la irrupción de la Falange. Mientras los primeros habrían asumido una cierta continuidad histórica, la segunda habría obrado una verdadera inversión de los valores hasta entonces vigentes. La Falange habría invertido la atracción que sobre las capas medias ejercía la oligarquía, hasta transformarla en desprecio. Los grupos medios deben encarnar ahora un nuevo sujeto social: un agente de cambio provisto de lucidez moral. Como se sabe, buena parte de la historiografía ha sostenido que Chile, en los últimos 50 años, habría experimentado una intensa expansión de su sistema político junto con una pareja incapacidad de la estructura productiva para satisfacer las expectativas que ese mismo sistema habría generado. El modelo de sustitución de importaciones se muestra agotado, ya a comienzos de los ‘50. Al mismo tiempo, la participación social y política se acentúa. Un adelanto relativo de la estructura sociopolítica del país respecto de su estructura productiva, configura la situación de Chile que se prefigura ya hacia los años ‘50. El Estado de compromiso –un sistema político en el que las capas medias universalizan el resto de los intereses sociales; un constructivismo social y político que se expresa mediante lo que Góngora denominó “planificaciones globales”– ha constituido la expresión más recurrida para caracterizar la evolución del país desde esos años. Jocelyn Holt comparte, en términos generales, esos diagnósticos: 1 Libertad y resentimiento (1995). Ed. Paidós, Barcelona. 2 Una visión de ningún lugar (1996). Ed. FCE, México. Perspectivas 257 -Reseña de Peña: El Chile Perplejo de Alfredo Jocelyn-Holt “El país sigue teniendo una extraordinaria y sólida construcción político– institucional a su haber, pero, así y todo, la economía y la marginalidad social manifiestan crecientes niveles de retraso, amenazando la estabilidad y el orden (...) La política coalicionista emprendida durante los gobiernos radicales favoreció acuerdos moderados descartándose toda opción extrema. Si alguna vez se pensó que el radicalismo iba a constituir un quiebre político significativo, esa posibilidad, hacia la década del ‘50, no se materializó. De consiguiente, al igual que con Alessandri, con el correr del tiempo, los radicales terminaron por ser domesticados” (pág. 59). Con todo, en medio de ese panorama, la expectativa de quiebre comienza ya a generalizarse. En verdad, no se trata de un fenómeno nuevo, como el propio Jocelyn Holt lo advierte. La cuestión social –el surgimiento del proletariado urbano e industrial y las crisis de legitimidad de fines de siglo– había ya prefigurado el fenómeno que, por estos años, comienza a hacerse explícito mediante el discurso de la Falange. Lo nuevo, entonces, no radica en la sensación de malestar –ampliamente expresada en el ensayo nacionalista de N. Palacios, T. Pinochet, A. Venegas, Encina o MacIver– sino en la actitud moral que subyace a ese malestar. Esa actitud moral –esa llaga secreta– es la del resentimiento, según Jocelyn Holt. El resentimiento posee, conforme al esquema heurístico adoptado por el autor, una doble dimensión: por una parte, expresa una falta de reconocimiento; por la otra, constituye una subversión de los valores. El problema del reconocimiento es antiguo en la reflexión filosófica –aparece, desde luego en Hegel, en la conocida dialéctica del amo y del esclavo– pero con toda seguridad quien lo expresa con mayor lucidez es Rousseau. En su conocida Carta a D´Alembert, Rousseau critica el teatro al ver en él una forma imperfecta de reconocimiento, una forma de representación que rehusa la aceptación plena. Por eso en esa carta se ha podido ver una crítica de la concepción liberal del Estado que ofrecería, nada más, un reconocimiento bajo la ficción de la ciudadanía. A esta dimensión del resentimiento –como una frustración provocada por la falta de reconocimiento– apunta el texto de Scheller citado por Jocelyn Holt: “La máxima carga de resentimiento deberá corresponder, según esto, a aquella sociedad en que, como la nuestra (...) los derechos políticos –aproximadamente iguales– y la igualdad social, públicamente reconocida, coexisten con diferencias muy notables en el poder efectivo, en la riqueza efectiva y en la educación efectiva; en una sociedad donde cualquiera tiene derecho a compararse con cualquiera y, sin embargo, no puede compararse de hecho” (pág. 78). Es obvio que en esta parte, el análisis histórico sólo aparentemente coincide con los diagnósticos habituales relativos a la falta de correspondencia entre el desarrollo político y el desarrollo económico, a la distancia entre el crecimiento de las expectativas y la incapacidad del sistema productivo para satisfacerlas. Jocelyn Holt arriesga una hipótesis mayor: esa diferencia provoca una falta de reconocimiento y, por esa vía, una actitud moral específica que en este caso se traduce en una inversión de los valores: Perspectivas 258 -Reseña de Peña: El Chile Perplejo de Alfredo Jocelyn-Holt “En efecto, el resentimiento puede ser paralizante, como cuando la víctima se contenta, encuentra placer incluso (...) en el mero pretexto de desahogarse, cuando no importa siquiera atender a posibles remedios. Esta es su variante más radical. Pero el resentimiento puede ser también creativo, como cuando lo positivo se transmuta en negativo, cuando, por inversión, ejerzo una ‘sublime venganza’ al decir de Nietzsche. Lo que no puedo alcanzar, lo termino por despreciar; así me libero de una pasión que me atormenta” (pág. 79). El resentimiento tiene así su hora, dice Jocelyn Holt. Los grupos medios, hasta ahora cooptados por las elites tradicionales, esperando siempre arribar, son erigidos mediante el discurso de la Falange, en la medida de todos los valores. Ese discurso recogería la prédica antioligárquica –algunos de sus orígenes se encuentran en la propia derecha– pero adquiriría ahora la forma de un mesianismo redentor; de una tecnología política que pretende apurar el tiempo histórico; que rompe con el pasado y que, mediante un discurso plagado de imágenes, acentúa en cambio el rostro sin facciones del futuro. El fenómeno, según Jocelyn Holt, significa un cambio radical en la manera de concebir la política. Mientras en el siglo XIX la política habría sido una manera de construir el país y de gobernar (mediante un estilo que supongo Jocelyn Holt asimila al del piloto aristotélico que nos libra “de esas rocas y de esa espuma”); el gesto que inaugura la Falange importaría concebir la política como mero instrumento de participación y de movilización (más tarde, según veremos, la política se habría transformado en una forma decaída de pragmatismo, en una forma de ironía que renuncia al espacio público). III Aquella es una tesis –dicho sea de paso– consistente con el trabajo ensayístico e historiográfico de Jocelyn Holt. Como es sabido, este autor ha defendido la idea que la derecha en Chile impulsó, durante buena parte del siglo XIX, un genuino proceso de modernización, cuyo origen sería posible reconducir a la propia independencia. Un manejo sabio del peso de la noche le habría permitido a la derecha sentar las bases de la modernización y del republicanismo en Chile. Consistente con esa idea, ahora Jocelyn Holt advierte el abandono de esa forma de hacer política: la sensatez que él advierte en los grupos liberales de derecha, atentos a las circunstancias –no para rendirse ante ellas, sino para modificarlas, aprovechando incluso su inercia– es sustituido por el constructivismo, por la idea de que es posible premeditar el futuro y el conjunto del orden social desde el poder, concebido como la capacidad de movilizar voluntades. Es fácil comprender, entonces, por qué Jocelyn Holt ve en el gobierno de la Unidad Popular nada más la culminación dionisíaca de un proceso iniciado por la Democracia Cristiana y que se caracteriza por el intento de construir premeditadamente el orden social, pretendiendo que ello dejará incólume el orden institucional. Perspectivas 259 -Reseña de Peña: El Chile Perplejo de Alfredo Jocelyn-Holt “... no se entendió que una cosa es movilización y otra es gobernar. Movilizar desde luego no garantizaba un ordenado manejo de demandas. Tampoco aseguraba un disciplinado accionar político. En efecto, lo que se generó, particularmente después de 1967, fue una avalancha de expectativas, de ilusiones, que resultaron imposibles de satisfacer y de frenar”. “No pudieron ser retribuidas porque por un lado se predicaba gradualismo a la vez que se aceleraba el cambio a nivel de estructuras (...) Se planteaba la necesidad de reformar el agro supuestamente dentro de los cauces legales, pero a la vez se predicaba a los campesinos que ellos eran los artífices de su futuro. El mensaje era equívoco. Revolucionar lo social sin alterar lo político, a la vez que buscar en lo político el medio para revolucionar lo social, no era otra cosa que una flagrante contradicción. Lo político aparecía, por consiguiente, como cauce y como freno del cambio, a un mismo tiempo. Esto, lejos de aliviar la frustración que se acarreaba de la década anterior, la terminaría por acelerar” (pág. 101). La sobriedad apolínea que alguna vez Jorge Millas diagnosticó para el carácter chileno, se niega en este momento dionisíaco provisto de una especial densidad histórica. En ese momento todo se expresa y, junto con ello, acaba, consumiéndose. La radicalización del proceso de la Unidad Popular no consistiría tanto en los medios de que pretendió servirse, sino, más bien, en el abandono de los grupos medios que la Falange habría logrado seducir. Si la Falange había transformado la política en un mesianismo redentor, en una forma de joaquinismo, y si la Unidad Popular no fue sino la culminación de ese proceso, el régimen militar habría importado una forma de racionalidad tecnocrática, “fría, eficiente, calculadora, pero sin carisma ni entusiasmo popular”. El neoliberalismo –que habría logrado la hegemonía hacia fines de los ‘70– constituiría una forma de optimismo desaprensivo, centrado en el consumo a que tradicionalmente aspiraban las capas medias. Nada hay en él de la redención épica e histórica que se consumió violentamente el año 1973. El discurso es sustituido por una cruel astucia y las promesas de futuro por la oferta de masificar el consumo. En vez de la grandilocuencia redentora, se extiende un silencio espeso y opaco en el que la palabra es sustituida por la muda elocuencia de los hechos. “El nuevo Chile se volvía fáctico. Había nacido fáctico. Lo habían parido agentes desprovistos de ese don de la palabra, sujetos de habla parca, económica, hombres taciturnos, no elocuentes, carentes de un léxico sofisticado, capaces de violentar o tolerar los más grandes atropellos (...) a cambio de que esa misma carencia de locuacidad pudiera también proveer el mayor grado de bienestar posible para el mayor número también posible” (pág. 191). Alfredo Jocelyn Holt cree ver en esa mudez del régimen militar los inicios de un proceso que aún hoy padeceríamos: la disolución de la política. Si el concepto de resentimiento fue el modelo heurístico para comprender las décadas de los ‘50 y ‘60, Perspectivas 260 -Reseña de Peña: El Chile Perplejo de Alfredo Jocelyn-Holt el decaimiento y el abandono de la política es, me parece a mí, el otro concepto clave de la reflexión de Jocelyn Holt. No es posible, según creo, comprender la importancia de este aspecto en su análisis sin recordar la reflexión previa del autor acerca de la historia y la trayectoria de nuestro país. Es fácil ver en sus análisis acerca de la “razón fáctica” y en sus burlas acerca de las apelaciones a “lo posible”, un mero afán iconoclasta, un ejercicio deliberado de lo “políticamente incorrecto”. Pero esa forma de lectura –a la que, por otra parte, invita el tono provocador de su escritura– arriesga el peligro de pasar por alto la densa continuidad que exhibe su reflexión histórica. A diferencia de lo que sostuvo la historiografía aristocrática (que vio en la independencia el olvido del orden social hispánico) y a diferencia también de quienes ven en la modernización de Chile una vuelta de espaldas a una síntesis social constituida en el barroco del siglo XVI; Jocelyn Holt ha defendido la tesis que la independencia logró constituir un genuino principio de modernidad en Chile, cuyo agente habría sido una derecha liberal y pragmática, en el buen sentido de esa palabra3. Una derecha capaz de articular espacios de reflexión pública y de aprovechar la inercia del peso de la noche para, de esa forma, constituir un principio de modernidad y de republicanismo en Chile4. Esa derecha, creo ver en sus análisis, habría logrado gobernar, es decir, subordinar el orden social a la política, concebida no como una forma de tecnología histórica, sino como un ejercicio de moderación y, al mismo tiempo, de cooptación continua. “Concebir el poder en términos pragmáticos implicó no angustiarse frente a los cambios, sino cooptarlos, hacerlos propios; en otras palabras, dirigir el proceso modernizador durante todo el siglo pasado. Esto último de acuerdo a cada una de las fórmulas progresistas que se fueron ofreciendo, pasadas por el cedazo correspondiente, amortiguador, a fin de que no perjudicaran, sino, por el contrario, aseguraran, cuando no magnificaran, incluso, el poder tradicional” (pág. 250). El resentimiento de los grupos medios habría alterado esa forma de concebir la política para sustituirla, en cambio, por una forma de mesianismo redentor. Éste, al enajenar a la derecha el dominio del voto popular y campesino, habría animado la sociedad de masas en la que lo público –concebido como un espacio de deliberación– habría comenzado a desaparecer. La clausura del sistema político impuesta por el régimen militar y la hegemonía de los grupos tecnocráticos ligados al dinero y al consumo, habrían consumado la desaparición de la política así concebida para instituir, en cambio, una forma de administración doméstica. Entonces, la economía política – 3 Jocelyn Holt, A. (1992), La Independencia de Chile: tradición, modernización y mito. Ed. Mapfre, Madrid. Cf. Peña González, Carlos, “La historia de la historia y el problema de la modernidad”, en Estudios Públicos Nº·53, 1994, págs. 313-327, Centro de Estudios Públicos, Santiago. 4 Jocelyn Holt, A. (1997), El peso de la noche. Nuestra frágil fortaleza histórica. Ed. Ariel, Buenos Aires. Perspectivas 261 -Reseña de Peña: El Chile Perplejo de Alfredo Jocelyn-Holt una expresión que a un antiguo le resultaría incomprensible– pasa a sustituir a la política. La administración de la escasez y la provisión de bienes –el modelo de administración familiar que parte de la escolástica generalizó hacia el conjunto del Estado– sustituye, ahora, a la política; es decir, a la construcción de decisiones públicas sobre la base de un intercambio deliberativo. Es H. Arendt –en vez de Tocqueville– quien mejor provee de conceptos para entender el giro que Jocelyn Holt advierte en la política chilena. Arendt, como se sabe, ha mostrado de qué forma la concepción del espacio público de los antiguos como un espacio deliberativo –en el que es posible la construcción racional de preferencias sociales– fue sustituido persistentemente por una concepción de la política como administración y provisión de bienestar. Este giro habría importado un desplazamiento de la idea de lo público. En vez de gestarse un espacio de deliberación independiente del Estado y del mercado –ése es el ideal de lo público– la política contemporánea se habría deslizado hacia la mera administración. La idea del político como un “gestor” más o menos astuto que se mueve en la inmediatez del instante, hipnotizado por el reality show, y atento y dócil a los límites de lo posible, está lejos, claro está, del mesianismo redentor; pero constituye –y en eso Jocelyn Holt lleva toda la razón– una negación del ideal de lo público5. 5 Arendt, H. (1993), La Condición Humana. Ed. Paidós, Buenos Aires, pág. 37 y siguientes. Perspectivas 262