Título: Montoneros y Fuerzas Armadas Peronistas

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Título: Montoneros y Fuerzas Armadas Peronistas: diferencias y solidaridad...
Del libro Montoneros, la buena historia.
Autor: Amorín José. Médico sanitarista y docente universitario. Autor de
Testimonios y parodias (cuentos, Instituto Nacional de Bellas Artes, México, 1981);
Sueño de Invierno (estrenada 1981 y 1982 en el teatro Félix Azuela, Tlatelolco, D.
F., México); "ay, gatito" (cuento, 1981); "Tiroteo en Castelar" (cuento, 1982)¸ "¿Qué
fue de aquellos héroes que escaparon para no morir?" (novela, el CID editor, Buenos
Aires, 1984); "Che bandoneón Pichuco", (guión, obra musical estrenada en el
Complejo Cultural San Martín de la MCBA, Buenos Aires, 1989); "La ventana sin
tiempo" (novela, 1998-2003) y “La noche del alunizaje”, primer premio del concurso
literario “Eduardo Wilde” auspiciado por la Facultad de Filosofía y Letras (UBA) y
AMM (Buenos Aires, 2003). Colaborador “El Porteño”.
Montoneros y Fuerzas Armadas Peronistas:
diferencias y solidaridad...
Fernando era un tipo convencido de que en boca cerrada no entran moscas y,
por lo tanto, hubo un montón de mates entre nosotros pero no me contó mucho
acerca del Aramburazo. Y de lo poco que me contó, mucho no recuerdo. En
aquel tiempo hacíamos una profesión de la desmemoria y yo, después de
pasar por la experiencia de la tortura en 1971, me especialicé en el tema.
Aramburu, a quien se trató con sumo respeto, se había bancado el secuestro
aunque no entendía bien qué pasaba, no estaba arrepentido de haber
ordenado los fusilamientos del ’56, sabía que el cadáver de Evita estaba en un
cementerio de Italia pero no podía, o no quería, precisar el lugar y, a la hora de
ser fusilado, murió con entereza. En síntesis, esto es lo que recuerdo. No muy
diferente de lo que, a través del relato de Firmenich1, todo el mundo conoce. En
todo caso en aquel momento Fernando estaba preocupado por ciertos
conceptos de la conducción de las FAP que cuestionaban el policlasismo del
movimiento peronista y una cierta tendencia al aislamiento del conjunto del
movimiento, un relativo vanguardismo focalizado en los sectores más
combativos y conscientes de la clase obrera. Esto se contraponía con nuestra
idea de ser el brazo armado del movimiento peronista en su conjunto el cual
incluía a todos los que respaldaban la liberación nacional, entre ellos sectores
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Firmenich, en su relato del Aramburazo, minimiza la importancia de algunos compañeros en el hecho.
Lo cual puede ser justificable en el caso de algunos de ellos que para la época vivían. Sin embargo omite
la mención del chofer operativo que condujo a Aramburu hasta Timote, donde fue juzgado y ejecutado.
Con Lucas Lanusse discutimos el tema y llegamos a la conclusión de que tal chofer era el Negro Sabino
Navarro. Recordemos que, a la sazón, el Negro era el número tres en la jerarquía nacional de la
Organización. Y que Firmenich quedó como número uno a causa de la muerte del Negro. Muerte en la
cual Firmenich tuvo su cuota de responsabilidad.
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de la burguesía. Desde el punto de vista de Fernando -compartido por el resto
de los compañeros de la Organización- resumir el proceso de liberación a la
clase obrera -aunque la misma fuera el potencial motor y la principal
beneficiaria de cualquier revolución- restaba fuerzas para obtener la victoria.
Esto es, era necesaria una relativa alianza de clases cuya lucha se centrara en
la liberación nacional así como en lograr el mayor poder político y bienestar
económico-social posibles para la clase trabajadora. Poder y bienestar que
sustentaba nuestra posición anticapitalista, nuestra particular concepción del
socialismo, nuestra ideología.
Perdía, más allá de la transmutación ideológica de Montoneros que a partir de
1973 él acompañó, sobre el pensamiento montonero en 1970 escribe: “En
aquella época, para escándalo de la izquierda de entonces, defendíamos el
pluripartidismo, como parte de los imperativos democráticos contemporáneos.
Sosteníamos el policlasismo a través de las políticas frentistas o la
conformación de bloques sociales. Planteábamos políticas multisectoriales y
reivindicábamos distintas formas de participación de la sociedad civil en el
Estado”2.
Además, a Fernando también lo preocupaba el cuestionamiento de las FAP
acerca del significado y la oportunidad de la ejecución de Aramburu. Era como
que no entendían la realidad íntima, anímica, de la mayoría del movimiento
peronista, de sus bases. Sin cuya activa participación resultaba imposible
implementar una estrategia de guerra integral. Un ánimo decaído, una
esperanza cada vez más frustrada por quince años de resistencia en los
cuales, a duras penas y en el contexto de un permanente retroceso en cuanto a
los logros obtenidos durante el gobierno peronista, se habían sostenido unas
pocas conquistas y ello, en lo fundamental, sobre la base de tiras y aflojes de
los sindicatos, a negociaciones que sólo podían establecerse siempre y cuando
estuvieran despojadas de cualquier matiz revolucionario o, lo que era lo mismo,
de cualquier intento de modificar las relaciones de poder. Al menos hasta el
reciente surgimiento de la Confederación General del Trabajo de los Argentinos
la cual, si bien era convocante de los cuadros y la militancia, peronista o no, de
los sectores políticos combativos y espacio de confluencia entre los mismos, en
el plano del sindicalismo, resultaba minoritaria.
Para sintetizar, era como que, la conducción de las FAP tamizaba la realidad
mediante el sobredimensionamiento de acciones de rebeldía popular
protagonizadas por sectores estudiantiles y obreros de vanguardia. Por cierto,
muchas de estas acciones eran espectaculares y de la mayor importancia,
como lo fue la secuencia de características insurreccionales que culminó en el
Cordobazo; secuencia la cual, cabe mencionarlo alguna vez, estuvo precedida,
acompañada y estimulada por una serie de atentados explosivos y operativos
armados realizados por las proto-organizaciones político-militares. Pero de
estas acciones, aunque fueran vistas con simpatía, no participaba, ni mucho
menos, la mayoría del pueblo. Ni los sectores obrero-estudiantiles de
vanguardia eran representativos del conjunto popular.
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Perdía, "La otra historia, testimonio de un jefe montonero". Ed. Agora, 1997.
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Conjunto popular, pueblo peronista, sobre cuyo ánimo, sobre cuya subjetividad,
sobre cuya esperanza en la victoria, era menester actuar. Las condiciones
objetivas para realizar una revolución estaban dadas por la injusticia y la
relativa conciencia acerca de la injusticia que poseían los oprimidos. Pero ellas
solas no alcanzaban. Resultaba imprescindible que los oprimidos reemplazaran
la resignación por la lucha y, para que ello fuera posible, tenían que vislumbrar
la posibilidad de la victoria: nadie lucha si no tiene la esperanza de ganar.
Excepto los mártires, que no faltaron en la historia montonera a partir del ’74.
En lo puntual, a partir de que la conducción de Montoneros abandonó el
pensamiento original de su propia Organización. Y se acercó a las posturas
que en aquel 1970 sostenía la conducción de las FAP.
Organización, las FAP, que se atomizó en varios grupos entre el ’71 y el ’72. Y
cuyo fundador y líder histórico, Cacho El Kadri, en mayor o menor medida y
con diferentes matices, para 1974 coincidía con la amplitud de criterios de los
montoneros del ’70 y criticaba con acritud a los montoneros transmutados del
‘74. En palabras de Cacho: “La legitimidad de nuestra violencia se basaba en
que representábamos la voluntad mayoritaria del pueblo, que se expresaba
políticamente en el peronismo (...) nunca utilizamos la violencia como un
objetivo en sí, sino como medio para hacer respetar la voluntad popular. Por
ejemplo, cuando asumió el gobierno constitucional en el ’73, no continuamos
desarrollando una acción violenta, porque consideramos que con ese gobierno
el pueblo podía alcanzar sus objetivos por otros medios (...) La idea de
vanguardia, la posibilidad de que una élite exprese a las mayorías, nos es
ajena; nosotros somos parte del pueblo, para nosotros el peronismo era el
pueblo organizado y no nos distinguíamos de él, no éramos una patrulla
adelantada"3.
Tal era la postura de las Fuerzas Armadas Peronistas en 1968, en sus
orígenes, y por ello nos sorprendieron sus opiniones posteriores al
Aramburazo. Ignorábamos que poco tiempo antes había comenzado en las
FAP un proceso de discusión interna que culminó con el desplazamiento
-primero de la conducción y después de la propia organización- del sector
“movimientista”, los “obscuros” en la jerga fapiana, mayoritario en cuanto a
desarrollo político y liderado por Eduardo Moreno, Ernesto Villanueva, el cura
Soler y Alejandro Peyrou, cuya posición política se asemejaba a la de
Montoneros y Descamisados. Organizaciones a las cuales se integraron en
1971.
En todo caso, nuestra popularidad inicial -la cual se tradujo en la incorporación
a la militancia de millares de viejos compañeros que se despojaron de la
resignación y de otro tanto de nuevos compañeros que percibieron un horizonte
alcanzable- no tuvo que ver con hechos militares, toma de cuarteles, batallas
ganadas. Tampoco tuvo que ver con un exhaustivo, minucioso, largo trabajo de
base para organizar a la clase obrera. Tuvo que ver con la muerte de
Aramburu, un hecho que apuntó al corazón de la subjetividad política que unía
3
“¿Quién mató a Envar el Kadri?. Ana Lorenzo. Citado por Alberto Lapolla en el “Cielo por asalto”,
Editorial de la Campana.
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al peronismo. Y sobre el cual, ahora sí, se montó nuestro trabajo de base en el
nivel territorial y dio lugar a ese fenómeno político-cultural masivo que fue la
Jotapé. Hecho que no entendió, o compartió, la conducción de las FAP ni
muchos compañeros -por ejemplo, Gustavo Rearte- que fundaron y
desarrollaron el Peronismo Revolucionario. Pero, al respecto, discutieron con
nosotros en términos políticos, en forma abierta y honesta, sin inventar
sinuosas teorías conspirativas.
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