Redalyc. De nuevo los rendimientos decrecientes. Aportes

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Aportes
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla
aportes@siu.buap.mx
ISSN (Versión impresa): 1665-1219
MÉXICO
2001
Rogelio Huerta Quintanilla
DE NUEVO LOS RENDIMIENTOS DECRECIENTES
Aportes, septiembre-diciembre, año/vol. VI, número 018
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla
Puebla, México
pp. 73-90
APORTES: REVISTA DE LA FACULTAD DE ECONOMÍA-BUAP.
AÑO VI NÚM. 18
APORTES
De nuevo los rendimientos decrecientes
Rogelio Huerta Quintanilla
La ley de los rendimientos decrecientes es
una regularidad empírica ampliamente
observada más que una verdad universal
como la ley de la gravedad.
Samuelson y Nordhaus
Antecedentes
Examinando el debate sobre los rendimientos crecientes y decrecientes que el Doctor
Clapham reabrió con su artículo sobre las
“cajas vacías” publicado en 1922 (famoso
entonces, aunque poco conocido en la actualidad), una de las cosas que llama la
atención es que los economistas discutían
sobre la teoría económica y sus conexiones
con la realidad económica de su tiempo. Por
el contrario, en los manuales contemporáneos de microeconomía lo que llama la
atención es que la materia que se expone
versa sobre geometría y sobre los números
que sustentan los trazos en la superficie de
las coordenadas cartesianas. Por ejemplo,
en el manual de Microeconomía de Pindyck
y Rubinfeld, en el capítulo 7 titulado “El
costo de producción”, la exposición incluye
a los rendimientos decrecientes, ya se refieran al corto plazo como al costo promedio a
largo plazo. En el primer caso, el corto
plazo, los autores mencionan que “se puede
ver el efecto de la presencia de rendimientos
decrecientes en el proceso de producción al
observar los datos de los costos marginales”
(subrayado mío); ellos explican que el costo
marginal al principio es elevado porque hay
pocos insumos y mucho equipo, pero que
“Finalmente, el costo marginal aumenta
una vez más para niveles de producción
relativamente altos, debido al efecto de los
rendimientos decrecientes” [Pindyck y Rubinfeld, 1995: 232]. Esta es conocida como
la ley de los rendimientos decrecientes y
opera en el corto plazo cuando alguno de los
insumos es fijo. La demostración de la ley
consiste en un cuadro numérico construido
exprofeso (se trata pues, de los datos), y un
gráfico que se desprende de la información
de dicho cuadro y que representa la curva de
costo marginal, tanto en su parte descenden-
[ 73 ]
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te como en la que es creciente. Como se
sabe, a partir del cruce con el costo variable
medio, esta parte ascendente del costo marginal representa la curva de oferta individual. El productor expresa sus intereses de
mercado a través del costo marginal creciente en la medida en que aumenta su
producción motivado por los aumentos de
precio correspondientes. ¿Pero la realidad
económica avala dicha ley? Aparentemente
no es cosa que preocupe a los autores de
libros de texto como el comentado; interesa
más la coherencia lógica apoyada en el
espacio geométrico y la formalidad matemática. Se seleccionan números ad hoc
para respaldar los conceptos abstractos,
pero la información empírica o incluso el
sustento teórico de la ley, brillan por su
ausencia.
Aunque a Malthus y a David Ricardo los
recordamos como los precursores de la ley
de los rendimientos decrecientes, en realidad, según Birmingham, el primer enunciado claro de las leyes de rendimientos fue
hecho por el francés Turgot en el siglo XVIII,
aparecido en sus memorias, que probablemente fueron escritas en el año de 1768
[Birmingham, 1978: 58]. En esta breve
referencia a los orígenes intelectuales de la
ley, encontramos que en el año de 1815
fueron publicados por cuatro autores diferentes (West, Torrens, Malthus y Ricardo),
sendos ensayos donde se hacían señalamientos sobre la renta diferencial de la tierra
como una resultante de los elevados precios
de los granos. Para los cuatro articulistas
mencionados, la explicación de fondo de
ambos fenómenos, es el principio de los
rendimientos decrecientes: “Cada cantidad
adicional de trabajo igual dedicada a la
agricultura —explicaba enseguida West—
ROGELIO H UERTA Q UINTANILLA
genera un rendimiento disminuido... Mientras que es obvio que una cantidad igual de
trabajo fabricará siempre la misma cantidad de manufactura” [Blaug, 1985: 112].
El mismo Blaug señala tres características de la ley de los rendimientos decrecientes que eran compartidas o sostenidas por
los cuatro autores ya nombrados. La primera es que pensaban que esta ley “sólo se
aplica a la agricultura”; la segunda es que es
válida para el mediano y largo plazo aún
con la inclusión del progreso técnico, y la
tercera es que era resultado de la observación de la vida económica del campo. Blaug
concluye: “... la mayoría de los economistas
clásicos consideraban la ley de los rendimientos decrecientes como una simple generalización de las experiencias consuetudinarias, mientras que los economistas modernos la definen como una aseveración de
lo que ocurriría si aumentáramos la cantidad de un insumo mientras se mantienen
constantes todos los demás; la definición
moderna no puede verificarse simplemente
con una mirada al mundo real” [Blaug,
1985: 113].
David Ricardo partió de que los terrenos
utilizados en la agricultura en cualquier
país tenían una extensión dada, lo cual
significaba que no podían ampliarse sus
linderos y por ende eran una magnitud fija.
Con base en tal apreciación, consideró que
si a esa cantidad constante de tierras se le
iba añadiendo más y más cantidad de trabajo, debido al crecimiento poblacional, este
proceso iba a llegar un momento en que al
añadir un trabajador más, el resultado productivo no mejoraría. ¿Qué quiere decir que
no mejoraría? Que el producto obtenido con
una unidad más de trabajo iba a ser menor
que el obtenido con la unidad de trabajo
DE NUEVO LOS RENDIMIENTOS DECRECIENTES
anterior. O sea, que el rendimiento del trabajo tendería a bajar, luego de que se acumulara cierta cantidad del mismo. En la
terminología moderna, esto quiere decir que
la productividad marginal del trabajo, llegando a un punto de máximo aumento,
finalmente tiende a bajar. Y se emplea la
palabra “finalmente” porque algunos economistas llaman a esto, la ley de los rendimientos finalmente decrecientes porque
cuando se incorporan las primeras unidades
de trabajo a las unidades fijas de tierra, el
producto marginal tiende a crecer y sólo
después de cierta cantidad de unidades adicionales de trabajo, empieza a disminuir,
hasta llegar a ser nulo.
Ahora bien, la preocupación de Ricardo
no se reducía a una relación técnica-operativa entre los insumos y la producción, pues
buscaba una explicación amplia del origen
de la renta de la tierra, es decir la explicación de un fenómeno económico real que
afectaba a la sociedad en su conjunto. Esta
fue una de las explicaciones que encontró: el
producto marginal del trabajo en la agricultura sirve para fijar el precio de los bienes
agrícolas; cuando se presentan los rendimientos decrecientes por la ampliación de la
frontera agrícola hacia tierras menos fértiles, para responder a una mayor demanda de
alimentos por el crecimiento demográfico,
la producción obtenida en las tierras con
menores rendimientos va a servir para fijar
el precio, que obviamente va a ser más alto
que en las tierras donde se tienen mayores
rendimientos . El producto se va a vender a
ese precio más alto y los que producen con
rendimientos mayores se apropiarán de una
renta diferencial (diferencia entre el precio
y su costo marginal). En otras palabras, los
propietarios de las tierras con mayor pro-
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ductividad del trabajo empleado, venderán
al mismo precio fijado por las de menor
productividad y obtendrán así una renta,
dados sus costos menores.
En el caso de Ricardo el fenómeno de los
rendimientos decrecientes se refería a un
problema económico real que preocupaba
mucho en esa época, (son famosos sus
debates con Malthus a este propósito). Este
problema era el de la explosión demográfica
y su incidencia en la posible incapacidad de
las dotaciones fijas de tierras para producir
suficientes alimentos a un precio que ya no
generara rentas para los terratenientes. Era
un asunto relacionado con la productividad
decreciente del trabajo que se presentaba en
el mediano o largo plazo como consecuencia de las dotaciones dadas de tierra y que
repercutía en los ingresos de los rentistas
agrícolas; éstos, desde el punto de vista de
Ricardo, eran improductivos económicamente, pues sólo se apropiaban de una parte
del ingreso nacional por ser propietarios.
Cannan, en el capítulo V de su célebre
Historia de la Teoría de la Producción y la
Distribución, presenta y discute de manera
amplia y extensa el debate teórico y las
condiciones históricas en las que surgió y se
difundió la ley de los rendimientos decrecientes en la “industria agrícola”. Llega a la
conclusión de que dicha ley es pseudohistórica y pseudo-científica. Según Cannan, fue el Dr. Chalmers, “el primer escritor
importante que atacó de frente la creencia
de que el rendimiento de la industria agrícola ha disminuido por lo general y continúa
disminuyendo como consecuencia del aumento de población” [Cannan, 1942: 188].
Esta ley, según el Dr. Chalmers, “no está de
acuerdo con la verdad histórica”. Más adelante, Cannan expone que, desde Estados
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Unidos, H.C. Carey se mostró en contra de
la teoría malthus-ricardiana, afirmando que
“la experiencia demostraba que los aumentos de población siempre eran favorables a
la productividad de la industria” [Cannan:
1942; 190]. En definitiva para Cannan, la
regla general de los rendimientos decrecientes ni tiene demostración histórica ni se
puede sustentar lógicamente, aún en la industria agrícola.
La situación actual
En el enfoque actual de los neoclásicos, los
rendimientos decrecientes han sido reducidos a un problema técnico de la producción
y su pretendida validez ha sido generalizada
para cualquier proceso productivo. Inclusive en los manuales, su estudio se ubica en el
capítulo sobre la producción, que es donde
se revisan las relaciones técnicas o físicas
del proceso productivo. Por ejemplo, al
estudiar la teoría de la producción en el
capítulo 6 de su libro de Microeconomía,
Maddala y Miller nos definen formalmente
la ley: “Si se mantienen constantes la tecnología y las cantidades de todos los otros
insumos, según se utilicen incrementos iguales del insumo variable se llegará con el
tiempo a un punto donde los aumentos de la
producción comienza a declinar” [Maddala
y Miller, 1989: 162].
Así también, en el ya citado texto de
Microeconomía, de Pindyck y Rubinfeld,
tercera edición, se afirma: “El producto
marginal del trabajo (y de otros factores) es
decreciente en la mayoría de los procesos de
producción; para describir este fenómeno
suele utilizarse la expresión “ley de los
rendimientos decrecientes” en contextos
anglosajones. La ley de los rendimientos
decrecientes establece que cuando aumenta
ROGELIO H UERTA Q UINTANILLA
el uso de un factor (y los demás se mantienen
fijos), acaba alcanzándose un punto en el
que son cada vez menores los incrementos
de la producción” [Pindyck y Rubinfeld,
1995: 175]. “La ley de los rendimientos
decrecientes se aplica normalmente al corto
plazo, período en el que al menos uno de los
factores se mantiene fijo. Sin embargo,
también puede aplicarse al largo plazo”
[Pindyck y Rubinfeld, 1995: 176].
Como se aprecia, la ley se ha generalizado para la “mayoría” de los procesos de
producción y se puede pensar, que son
excepcionales los bienes producidos fuera
de las condiciones de dicha ley. Dada esta
generalización ya no hay que preocuparse,
como lo hacía Clapham, por encontrar y
clasificar a las industrias que estén bajo
condiciones de rendimientos crecientes, decrecientes o constantes. Aún más, como la
ley opera tanto en el corto como en el largo
plazo, sale sobrando también la preocupación del profesor D.H. Robertson, al terciar
en el debate sobre las llamadas cajas vacías:
“Si se hubiese limitado el uso de la expresión “ley de los rendimientos decrecientes”
para designar los resultados de: a) la aplicación de sucesivas dosis de un factor a una
cantidad fija de todos los demás o, b) la
aplicación de sucesivas dosis de todos los
factores menos uno a una cantidad fija de
este último, ¡cuántas confusiones superfluas sobre la aparición de una renta económica pura en las industrias manufactureras
y qué lamentables confusiones sobre las
enseñanzas de la ciencia económica respecto a la relación del progreso de la agricultura
con el problema de la población se habrían
evitado!” [Robertson, 1968: 133]. Es decir,
para Robertson, era claro que la ley opera
en el corto plazo, donde al menos uno de los
DE NUEVO LOS RENDIMIENTOS DECRECIENTES
factores es fijo, pero para el largo plazo está
desechada, aún y cuando se trate de la
agricultura. Es claro también, que para él, si
la ley de los rendimientos decrecientes fuera
válida en las industrias manufactureras, se
tendría que dar cuenta en ellas de una renta
económica pura, tal y como existe en el
sector agrícola.
Ahora bien, ¿por qué discutir nuevamente esta ley? La importancia teórica de la
ley de rendimientos decrecientes reside en
su respaldo a la curva de oferta. La pendiente positiva de la curva de oferta del mercado
está apoyada en la parte ascendente de la
curva de costo marginal, que a su vez se
explica por los rendimientos decrecientes.
Sin embargo en el corto plazo la ley no opera
para la manufactura y los servicios, y actúa
solamente en algunos tipos de producción
agrícola, quiere decir que el costo marginal
es constante y coincidente con el costo
variable medio, lo cual le da forma a una
curva de oferta también constante y sin
sensibilidad a las variaciones de la demanda. En el corto plazo entonces, la curva de
oferta es horizontal para la mayoría de los
procesos productivos. Si en el largo plazo,
los rendimientos son constantes o crecientes
como resultado de las economías técnicas
de escala, la curva de oferta de largo plazo
es horizontal o tiene pendiente negativa.
Robertson, al agradecer la reimpresión de
su artículo, 26 años después de que lo
publicó, afirma que con respecto al tema
“hace ya largo tiempo que me he adherido al
concepto de la curva (verdadera o hipotética) de oferta descendente a largo plazo con
la condición de que en su deducción convendría eliminar el efecto de las grandes invenciones que no se deriven del volumen de la
industria” [Robertson, 1968: 132]. Así pues,
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si los rendimientos decrecientes no son efectivos ni en el corto ni en el largo plazo, la
curva de oferta no tiene pendiente positiva.
En esto estriba la importancia de la rediscusión de la ley; su debate tiene que ver con las
formas en que supuestamente funcionan los
mercados.
Ya desde 1926, Sraffa señalaba las serias deficiencias que mostraba “la curva de
oferta basada en las leyes de los rendimientos crecientes y decrecientes” [Stigler y
Boulding, 1968: 166]. El mismo Sraffa
hacía referencia a las críticas acumuladas
por la teoría de la oferta, pero aclaraba que
la dispersión de las observaciones y enmiendas impedía apreciar el conjunto de las
objeciones. En este mismo sentido, después
de la crítica sraffiana a la teoría de la
formación de precios con una oferta de
pendiente positiva, se ha acumulado un
sinnúmero de indicaciones para tratar de
superar los errores que se cometen al aceptar sin más sus predicciones. Se trata entonces, de averiguar que queda en pie de la
teoría convencional de la formación de precios, después de exponer los comentarios
vertidos sobre sus limitaciones y errores
lógicos.
En la teoría neoclásica que se expone en
los libros de texto que se elaboran continuamente en las universidades de los Estados
Unidos, el capítulo sobre la teoría de la
producción antecede al capítulo de teoría de
los costos. Esto obedece a que la producción
tiene sus leyes técnicas o físicas, que se
pretende son independientes de los elementos monetarios. La manera como se combinan los factores de la producción o insumos
para obtener un producto, responde a determinadas leyes tecnológicas que pueden expresarse en una función de producción. Se
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supone que existe una empresa promedio o
típica (“representativa”, en términos de
Marshall) y que la tecnología es accesible a
cualquier empresa típica, y que de lo que se
trata, es de aclarar las condiciones bajo las
cuales esa empresa es eficiente; esto quiere
decir, que dados los insumos, el objetivo es
lograr el máximo producto posible, determinado por las leyes técnicas de la producción. La función de producción expresa
todos los puntos eficientes.
En el análisis neoclásico de la producción, desde Marshall se distinguen el corto
y el largo plazo. Para el corto plazo, la ley
de los rendimientos decrecientes es técnicamente la más influyente en las decisiones
que sobre el nivel de producción tiene que
tomar el empresario; en el largo plazo, los
cambios en la producción son resultado de
cambios en todos los insumos; cuando los
insumos se modifican en la misma proporción los resultados en la producción dependen de los rendimientos a escala. Esta ley de
los rendimientos a escala en el largo plazo,
es el fundamento para explicar técnicamente la producción según la visión neoclásica.
Así pues, la ley de los rendimientos decrecientes y la ley de los rendimientos a escala,
son para la escuela neoclásica, la base para
explicar técnicamente la producción, independientemente de los precios, de los mercados y de las relaciones monetarias.
Manteniéndonos en el nivel puramente
técnico del proceso de producción a corto
plazo, cabe preguntarse en cuáles industrias
podría considerarse que uno de sus factores
de producción es constante. Esto depende en
realidad de la definición de industria. Si por
ésta entendemos a toda empresa que produzca algo, sin importar en cuál sector esté
ubicada, entre más amplio sea el campo de
ROGELIO H UERTA Q UINTANILLA
cobertura del análisis, mayor será la probabilidad de que se encuentre un factor de
producción fijo. Así, por ejemplo, si consideramos la agricultura de un país, en el
corto plazo la tierra es un elemento constante, que al combinarse con otros variables
dará lugar a rendimientos decrecientes. Pero
si se parte de una definición estrecha de
industria, aún en el corto plazo, el aumento
de producción puede lograrse sin aumentar
los costos de manera significativa, pues se
puede conseguir el factor cuya disponibilidad inicial resulte limitada, atrayéndolo de
otros sectores, que pueden desprenderse de
ellos en dosis marginales sin afectar sus
operaciones, y por supuesto sin que se pretenda aumentar la producción al unísono en
todos los sectores [Sraffa, 1968].
Los rendimientos decrecientes sólo operarían en aquellas industrias donde se empleara completamente el factor de producción considerado fijo (suponiendo pleno
empleo de los factores). Además, mientras
más largo sea el período en cuestión (y con
el aumento de la producción de la industria),
crece más la probabilidad de que el factor de
producción fijo se convierta en variable.
Siguiendo, para concluir, con el razonamiento de Sraffa, la falta de explicaciones
convincentes para entender por qué las industrias normales pueden aumentar o reducir sus costos de producción, lleva a plantear que “el costo de producción de los
artículos producidos en régimen de competencia habrá de considerarse constante con
respecto a las pequeñas variaciones de la
cantidad producida” [1968, 170].
Por su parte, en el régimen de competencia perfecta teorizado por los neoclásicos, el productor es tomador de precios y
por tanto enfrenta una curva de demanda
DE NUEVO LOS RENDIMIENTOS DECRECIENTES
horizontal. Esto quiere decir que al precio
determinado por el mercado, cualquier productor puede vender la cantidad que produzca. Ahora bien ¿por qué no aumenta su
producción? Por la simple y sencilla razón
de que, rebasando su escala mínima eficiente, sus costos son crecientes es decir, porque
más allá existen los rendimientos decrecientes. Sin embargo, en condiciones de competencia real, cualquier productor desearía
aumentar su producción para vender más y
ganar más mercado; todo productor sueña
con apropiarse de todo el mercado que él
pueda surtir. No obstante, en régimen de
competencia perfecta el objetivo de la empresa no es el de aumentar su producción
sino situarse en una posición de equilibrio
maximizador de sus ganancias. Lo que parece absurdo es que el empresario en la
teoría convencional, no busca producir más
porque lo frena el incremento de los costos
directos de la producción, cuando en realidad no lo hace por la dificultad de vender esa
mayor cantidad producida. Para incrementar sus ventas tiene dos opciones no excluyentes: o disminuir el precio o realizar un
mayor esfuerzo de ventas. Ambas significan costos pero no de producción.
Si por el contrario asumimos, como es la
realidad, que no existen los rendimientos
decrecientes, el costo unitario disminuye al
aumentar la producción como resultado de
la absorción del costo fijo entre mas unidades se produzcan y, por tanto, la empresa
estará en posibilidades de disminuir el precio. Pero, ¿lo hará?
Trascendencias del debate
Volviendo a las cajas vacías económicas del
Dr. Clapham, vale la pena volverse a preguntar ¿qué tiene que ver la ley de los
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rendimientos, sean estos constantes, crecientes o decrecientes, con la realidad económica? ¿Podemos saber o sabemos qué
industria o producción trabaja con rendimientos decrecientes? ¿En la manufactura o
en la agricultura, o en la producción de
materias primas existe algún producto que
se elabore bajo condiciones de costos crecientes? El Dr. Clapham afirma “yo creo
que el no haber aclarado debidamente que
las leyes de los rendimientos nunca se han
referido a industrias concretas; que las cajas
están en realidad vacías; que no sabemos en
este momento, p. ej., si el carbón o los
zapatos se producen con rendimientos crecientes o decrecientes; creo, digo, que ha
producido mucho daño” [1968, 118]. Esto
quiere decir que los conceptos no tienen
contenido, que son palabras vacías y que “A
menos que se presenten perspectivas razonables de llenar las cajas vacías en futuro
próximo, creo que la ciencia esencialmente
práctica que es la economía se enfrenta con
un grave peligro en la elaboración de conclusiones hipotéticas sobre, digamos, p. ej.,
el bienestar humano” [1968, 119].
Como podemos constatar, a pesar del
tiempo transcurrido desde lo dicho por Clapham, no ha sido posible encontrar demostraciones empíricas irrebatibles de la teoría
de los rendimientos decrecientes, aunque
ésta ha conservado su presencia en todos los
libros de texto de microeconomía. El propio
Clapham concluye, de manera irónica, refiriendo lo que un analítico de su época le
respondería: “(...) nuestra doctrina conservará su valor lógico y, permítasenos añadir
pedagógico. (...) como usted sabe, resulta
muy bonita en gráficos y ecuaciones” [1968,
118].
Antes de pasar a contrastar la teoría con
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la realidad, conviene reiterar que la preocupación sobre la enseñanza de la microeconomía viene dada porque los estudiantes se
ven obligados a aprenderse categorías y
nociones económicas que están vacías de
contenido y que no les explican el mundo
real. Esta no es una preocupación marginal
(para no dejar este vocablo en manos de los
neoclásicos), el premio Nobel Herbert Simon dijo: “Creo que los manuales de microeconomía/ son un escándalo. Creo que
someter a jóvenes influenciables a este ejercicio escolástico como si dijera algo sobre el
mundo real, es un escándalo ... No conozco
ninguna otra ciencia que se proponga tratar
fenómenos del mundo real y que parta a
menudo de afirmaciones que están en flagrante contradicción con la realidad” [Barceló, 1990: 78].
¿Y qué ocurre en el proceso
de producción?
Uno de los grandes interrogantes que debe
hacerse a los textos de microeconomía, es el
porqué presentan de manera separada el
análisis de la producción del de los costos,
y además el porqué deben de aprenderse
primero las leyes de la producción. La respuesta es simple: en su afán de ser una teoría
que se aplique o sea válida para cualquier
tipo de proceso productivo, en cualquier
lugar y en cualquier tiempo, los neoclásicos
pretenden estudiar la producción con base
en sus leyes físicas o naturales. Es decir,
para ellos existen regularidades físicas inexorables en todo proceso de producción, independientemente de la existencia del dinero o
de las relaciones monetarias; por tal razón,
se puede estudiar la producción antes de
contemplar sus costos. La teoría de los
costos de producción en los textos neoclási-
ROGELIO H UERTA Q UINTANILLA
cos no es mas que una derivación de las
leyes físicas que regulan la producción. Así,
las formas del costo marginal creciente y del
costo variable medio de corto plazo, son tan
sólo expresiones derivadas de la ley de la
productividad marginal finalmente decreciente y de las deseconomías de escala condicionadas por los rendimientos decrecientes.
Obviamente, la idea de unas leyes físicas
de producción, inamovibles y validables en
todo tiempo y lugar, es, cuando menos,
debatible para la ciencia económica, aunque tal vez no para otras disciplinas como la
ingeniería; pero aún fuera de esto, se puede
retomar la propia metodología neoclásica
para intentar desmontar algunas de sus verdades “incuestionables”.
Retomando la antes citada afirmación
de West, acerca de que en la manufactura se
obtiene la misma cantidad de producto con
el mismo trabajo, es posible construir un
escenario productivo que ejemplifique lo
que realmente ocurre en el interior de una
planta productiva, sea de bienes manufacturados, que de servicios o de algunos procesos primarios.
Para el corto plazo, tenemos dos tipos de
factores de la producción: los factores directos, que incluyen la mano de obra operativa y los materiales con que se elabora el
producto final; y los factores indirectos, que
incluyen máquinas, equipos y terrenos, así
como a los empleados no operativos, ocupados en el área contable-administrativa y en
la gerencia de la empresa.
A los obreros se les puede contratar de
dos formas: a destajo o por tiempo. Esta
división de trabajo por tiempo y trabajo a
destajo, puede ser asimilada a la concepción
de estrategias de desarrollo tecnológico de
DE NUEVO LOS RENDIMIENTOS DECRECIENTES
la producción en serie contrapuesta a la
producción artesanal. Más adelante se revisará esta perspectiva.
Cuando el contrato es a destajo, el rendimiento o productividad del trabajador estará determinado por él mismo. Es claro que
no todos los días tendrá fuerza, ánimo o
disposición para laborar al mismo ritmo y
que en algunos días su desgaste físico será
mayor o menor a otros, pero al considerar
un período de una semana o más de tiempo
de trabajo, se puede afirmar que, en términos promedio, cada trabajador y el conjunto
de trabajadores tendrán una productividad
media más o menos constante.
Si a los obreros se les contrata por
tiempo, ya sea por día, semana, quincena o
año, la situación dentro del proceso de
producción no cambia mucho. La productividad de cada trabajador se medirá por el
producto total que se obtiene con cierto
número de trabajadores. El tipo de maquinaria y la cantidad de material incorporado
al producto final, obligan de alguna manera, a la obtención de un producto promedio.
No cabe duda que la fuerza de trabajo no es
homogénea y que entre los trabajadores
contratados existen diferencias de capacitación, habilidad y disposición para el trabajo, pero también es cierto que estas diferencias son potenciales y que en el trabajo
realmente ejecutado, tienden a desaparecer
por efecto del ritmo particular que establece
el grupo de trabajo y/o los propios supervisores. El hecho es que, dentro de un grupo
laboral, establecidos los puestos y el centro
de trabajo, se establecen ritmos que rara vez
se rompen, acarreando como consecuencia
que el producto promedio por trabajador en
activo se mantenga constante a través del
tiempo. A veces, como ya se mencionó,
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habrá trabajadores que disminuyan su rendimiento, pero éstos serán cubiertos por los
que tengan energías supletorias y en general
el producto medio se mantendrá constante.
En los casos en que se incorpore un
nuevo trabajador y éste sea más productivo
que la mayoría ya contratada, “por lo general se acomodará al ritmo reinante en la
fábrica. Fuerzas completamente normales
reprimirán en él toda tendencia a demostrar
un celo excesivo que comprometa la situación establecida, la que se puede justificar si
se mira como el ritmo de trabajo que deben
mantener los operarios día tras día” [Andrews, 1949: 96]. Por el contrario, si el
recién llegado es notablemente menos capaz
que la mayoría, será despedido a menos que
su presencia sea indispensable para la marcha de la empresa.
En definitiva, los rendimientos físicos de
los trabajadores dentro del proceso de producción, no tienen por qué variar, manteniéndose constantes dentro de los niveles de
producción eficientes establecidos por el
equipo de capital utilizado. Más adelante
veremos ésto con detenimiento.
Para terminar con los factores directos,
se puede decir que, según las especificaciones de cada producto, éste requiere de determinada cantidad de material y no de otra, y
si los métodos de fabricación no cambian, la
cantidad de material empleado será siempre
la misma. Lo mismo puede decirse del trabajo: la misma cantidad de trabajo producirá siempre la misma cantidad de producto.
El elemento de la producción que hemos
denominado directo ( la mano de obra más
las materias primas y auxiliares), permanece en proporción constante en el rango
eficiente de la planta productiva instalada.
La cantidad de material empleado en cada
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unidad producida será la misma, no importa
que se elaboren 10, 20 o 100 unidades, y el
mismo trabajo, al producir siempre la misma cantidad, no muestra rendimientos decrecientes.
En términos del producto físico, para el
corto plazo, los factores directos en el proceso productivo tendrán un rendimiento
constante. El uso de materiales por unidad
es constante, y la cantidad de trabajo para
elaborar una mercancía también es constante. En el corto plazo, el producto promedio
del trabajo será una línea horizontal, igual
que el producto marginal, el cual no jugará
ningún papel en la elección del nivel de
producción.
El costo directo, que para propósitos de
comparación con la teoría neoclásica, puede ser similar al costo variable medio, sería
la utilización de cierta cantidad de trabajo y
de materia prima para obtener un nivel dado
de producto, multiplicados por sus respectivos precios de mercado o de adquisición
por parte de la empresa. Cuando se compra
el monto de materia prima para elaborar
dicho nivel de producto, se adquiere en
bloque y a un mismo precio, así como el
salario entre trabajadores no debería cambiar si su desempeño es similar. El hecho es
que en el caso del salario, la nómina que se
paga debe ser la misma si se contrata mano
de obra para producir el mismo nivel de
producto.
Con respecto a los factores indirectos de
la producción, éstos pueden ser clasificados
como sigue:a) la maquinaria y el equipo;b)
los locales;c) los terrenos; d) el personal de
oficina y e) la gerencia.
Una vez que se define la cantidad de
producto que se quiere elaborar, según las
apreciaciones o información que se tengan
ROGELIO H UERTA Q UINTANILLA
del tamaño del mercado y de su expansión,
se selecciona la maquinaria y el equipo que
pueda dar esos rendimientos. Es claro que
cada máquina está programada para producir una cantidad promedio mas o menos
estipulada. Es decir, cada máquina se diseña para tener una capacidad productiva
preestablecida. El empresario o el supervisor, saben lo que puede producir cada máquina en términos promedio y lo que significa el hacerla trabajar horas extraordinarias en cuanto a desgaste y mantenimiento.
Esto quiere decir que en tiempos normales la
máquina puede producir “x” cantidad de
mercancías, pero que no aparecerán rendimientos decrecientes dentro de esos límites
normales. Lo que sí puede ocurrir y de
hecho ocurre, es que la máquina no sea
usada al 100 por ciento de su capacidad,
pues ésto depende de los movimientos cíclicos y/o temporales del mercado. En este
sentido se puede decir que los empresarios,
en previsión de los vaivenes de la demanda
y de su crecimiento natural, normalmente
compran máquinas que puedan producir
más de lo que en un primer momento piensan vender, a lo que se llama tener lista una
capacidad de reserva. Esta capacidad de
reserva está aún más justificada por los
tiempos muertos que la máquina requiere
para su mantenimiento y reparación y por el
tiempo que se necesita para solicitar, fabricar e instalar una nueva máquina. Normalmente la maquinaria se adquiere bajo pedido y especialmente con las estipulaciones
que el comprador fija.
Ahora bien, la importancia de mantener
esta capacidad de reserva o capacidad ociosa planeada, es que resulta posible aumentar la producción con más insumos variables sin que el rendimiento descienda. Las
DE NUEVO LOS RENDIMIENTOS DECRECIENTES
horas de trabajo o los trabajadores que se
emplean para hacer funcionar esa capacidad de reserva, tienen el mismo rendimiento
que el trabajo que ya se venía aplicando a la
máquina; para eso está diseñada. Lo que se
quiere decir es que si con cinco horas de
trabajo (físico y humano), el hombre y la
máquina producen diez unidades, con el
doble de trabajo, el producto será el doble.
La productividad del trabajo se mantiene
constante a pesar de que al factor fijo se le
aplique más cantidad de trabajo, siempre y
cuando la maquinaria contenga esa capacidad de reserva.
Para concluir con los factores indirectos
de la producción, diremos que los locales y
los terrenos tienen también una capacidad
de reserva acondicionada para afrontar la
expansión de la demanda. Y la mano de obra
indirecta se acomodará a las necesidades de
la producción
Las estrategias tecnológicas
Las formas de organización del trabajo en la
producción que el sistema de mercado ha
desarrollado durante el siglo XX, han sido
diseñadas para mantener constante la productividad del trabajo a lo largo de toda la
jornada laboral. El taylorismo, el fordismo,
el neofordismo, el toyotismo, la especialización flexible y otras formas de organización
del trabajo dentro del proceso de producción, no son mas que esfuerzos para sostener un mismo nivel de productividad del
trabajo y aún para aumentarla bajo las
condiciones tecnológicas existentes.
Desde el taylorismo hasta el neofordismo, la preocupación de los organizadores
de la producción ha sido la reducción de los
costos de producción. Desde la búsqueda de
métodos que reduzcan los tiempos muertos
83
del trabajo, hasta la construcción de las
cadenas productivas con sus resultados de
producción en serie y de producción masiva
de mercancías, aparte de las innovaciones
tecnológicas, el trabajo siempre ha sido
organizado para incrementar su rendimiento, es decir para que un trabajador dentro del
proceso de producción mejore sus resultados por hora de trabajo realizada. Lo que se
quiere mostrar con ésto es que, aún manteniendo la tecnología, las formas de organización del proceso de trabajo al interior del
proceso productivo han tenido como norma
buscar los medios para que el trabajador
promedio tenga, cuando menos, el mismo
rendimiento durante todas las horas contratadas. Con la automatización y robotización de la producción, es más claro que el
ritmo de trabajo está cada vez más impuesto
por el funcionamiento y los tiempos de la
maquinaria, de tal manera que con esto
menos se esperaría que se presenten rendimientos decrecientes del trabajo dentro del
proceso de producción.
De acuerdo con Piore y Sabel, (1984)
“...el deterioro actual de los resultados económicos se debe a los límites del modelo de
desarrollo industrial que se asienta en la
producción en serie: la utilización de máquinas especiales (específicas de un producto)
o de trabajadores semicualificados para
producir bienes estandarizados” [Piore y
Sabel, 1990: 12]. La otra estrategia de
desarrollo tecnológico, que es “potencialmente contradictoria” con la primera, regresa a los métodos de producción artesanales. Esto es lo que denominan especialización flexible, la cual “Se basa en un equipo
flexible (polivalente); en unos trabajadores
cualificados, y en la creación, por medio de
la política, de una comunidad industrial que
84
sólo permita las clases de competencia que
favorecen la innovación. Por éstas razones,
la difusión de la especialización flexible
equivale a un resurgimiento de las formas
artesanales de la producción que quedaron
marginadas en la primera ruptura industrial” [Piore y Sabel, 1990: 29].
A lo largo de todo el sigloXIX, existieron
y se desarrollaron estas dos clases de estrategias tecnológicas. En los Estados Unidos
fue en donde más rápidamente se difundió el
sistema de fabricación en serie que terminó
por desplazar mundialmente a la producción artesanal. “Las primeras grandes empresas de producción en serie surgieron
después de la Guerra Civil; desde finales del
siglo XIX, esta forma organizativa se difundió rápidamente... En 1930, la mitad de la
producción industrial de la economía americana provenía de éstas gigantescas compañías” [Piore y Sabel, 1990: 76]. ¿ Cuáles
son entonces las características de la producción en serie y cómo se relaciona con los
rendimientos decrecientes de corto plazo y
con los rendimientos a escala de largo plazo? Veremos enseguida estas características con la intención de demostrar que en la
producción en serie no aparece la productividad marginal decreciente ni tampoco las
deseconomías de escala. La pregunta que
tendríamos que responder es ¿por qué los
teóricos neoclásicos de esa época, padres
fundadores de la teoría actual, hicieron caso
omiso de la que ocurría en los procesos
reales de producción y construyeron conceptos y categorías que se alejaban de la
realidad?
Una de las principales características de
la producción en serie es que busca incrementar la productividad. Esto significa que
con los mismos recursos se obtiene mas
ROGELIO H UERTA Q UINTANILLA
producción. El principio determinante de la
producción en serie es que “el coste de
producir un bien podía reducirse espectacularmente sólo con sustituir las cualificaciones humanas necesarias para producirlo por
maquinaria. Su objetivo era descomponer
todas las tareas manuales en sencillos pasos, cada uno de los cuales pudiera realizarse con mayor rapidez y precisión mediante
una máquina dedicada a ese fin que por la
mano del hombre” [Piore y Sabel, 1990:
31].
Otra característica de la producción en
serie es que requiere de grandes inversiones
en maquinaria especializada. Esto implica,
además de montos de capital financiero
extraordinarios, un enorme costo fijo inicial
para cualquier empresa. Lo que quiere decir
que el tamaño de la empresa creció, que la
escala de planta se expandió y que apareció
la producción en masa estandarizada (a
mediados de la década de 1880, en la industria de cigarrillos la producción de unas
treinta máquinas podía saturar el mercado”) [Piore y Sabel, 1990: 77]. Entre los
costos fijos, que son independientes del
nivel de producción, se encuentran los desembolsos en “planta y equipo especializados que ya haya comprado y del trabajo
especializado que ya haya formado” [Piore
y Sabel, 1990: 79]. Si comparamos los
costos medios de la producción artesanal
con los de la producción en serie, lo importante en la primera son los costos variables,
por los que la curva de costos medios variables sería una línea recta horizontal, mientras que en la producción en serie lo preponderante son los costos fijos, por lo que la
curva de costos fijos medios es una curva
suave que desciende conforme se va incrementando la producción hasta que se utiliza
DE NUEVO LOS RENDIMIENTOS DECRECIENTES
toda la capacidad productiva instalada. Al
llegar a este punto la curva se eleva verticalmente o bien la producción, cesa.
Otro aspecto importante de la producción en serie es que requiere de relaciones
laborales que le permitan el control de los
trabajadores. “(...) la estrategia laboral de
las grandes empresas era una extensión de
los principios básicos de la producción en
serie. La descomposición de la producción
en operaciones discretas sólo tenía sentido
si las distintas operaciones podían reintegrarse en un todo, un proceso que primara
fundamentalmente por la coordinación de la
gestión” [Piore y Sabel, 1990: 94]. Lo que
los empresarios querían era impedir la intromisión de los sindicatos en la gestión y en
la coordinación del proceso de trabajo para
que ellos se pudieran asegurar el control y
mando sobre todas las operaciones internas
que se necesitaban para mantener el ritmo
de trabajo, y que este diera como resultado
el nivel de producción predeterminado por
la máquina especializada. Es decir, que el
ritmo de trabajo no se modificara para
asegurar un cierto nivel de producción con
costos unitarios constantes y aún decrecientes.
Para la producción en serie es determinante que los directivos de la empresa tengan el control del centro de trabajo. Este
control tiene que ver con la utilización de las
máquinas y herramientas, con las normas de
reclutamiento y ascenso de los trabajadores
y, lo más importante para nuestros propósitos, con la definición de los rendimientos
laborales y las sanciones que se aplican
cuando los trabajadores no cumplen con los
rendimientos estipulados. El control del centro de trabajo está relacionado con el tipo de
maquinaria que se usa. Los dirigentes del
85
proceso de trabajo podrán asegurar un rendimiento parejo o constante si la maquinaria
usada es más especializada y es específica
para un sólo producto. Tendrán menos control si los trabajadores pueden organizar,
según sus tiempos y costumbres, el flujo de
la producción. La discrecionalidad de los
trabajadores dentro del proceso de trabajo
será mayor en la medida en que la maquinaria sea mas flexible y no sea ella la que
imponga el ritmo de producción. Dadas las
especificaciones de la maquinaria es más
fácil para los directivos establecer metas de
producción y definir puestos de trabajo con
tareas claramente estipuladas. Los puestos
y las tareas se definen tomando en cuenta las
habilidades y destrezas de los trabajadores,
así como los riesgos y responsabilidades
que implica el proceso de trabajo en su
conjunto. “La lógica del sistema de clasificación de los puestos de trabajo y de las
normas de antigüedad y el proceso judicial
por el que se supervisan deja atrapada una
parte cada vez mayor de la vida fabril en una
red de reglas tejidas con una malla cada vez
más fina” [Piore y Sabel, 1990: 165].
La ley de los rendimientos decrecientes,
también apela al cansancio físico de los
trabajadores, (es normal encontrar como
ejemplo en los libros de texto el caso similar
de los estudiantes cuando preparan exámenes). Se afirma que la segunda hora de
estudio rendirá menos que la primera y así
sucesivamente, hasta que, después de varias
horas de estudio, la capacidad de asimilación y retención o de atención, resulta nula.
Cabe aclarar que en este razonamiento no se
están negando los efectos del trabajo sobre
el estado físico y mental del trabajador; lo
único que se quiere señalar es que a pesar de
éstos y de la fatiga o el cansancio, los
86
procesos de producción se organizan para
tratar de asegurar una productividad promedio constante de todos y cada uno de los
trabajadores durante y a través de todas las
jornadas de trabajo. Se organizan, pues,
para que una hora de trabajo tenga el mismo
rendimiento promedio que cualquier otra
hora de trabajo, y para que un día de trabajo
rinda, en promedio, lo mismo que cualquier
otro día laboral, y para que además cada
trabajador produzca lo mismo, no importando que Pedro sea contratado después que
Juan o después de que se contrataron 3, 4 o
5 trabajadores, según se acostumbra ejemplificar en los manuales de microeconomía.
Como colofón, podemos asegurar que
para una empresa que utiliza sólo un tipo de
tecnología, los rendimientos del trabajo en
el corto plazo son constantes. Por lo tanto,
la función de producción será una recta que
parte del origen para ascender de manera
constante hasta llegar a la plena utilización
de la capacidad instalada. El producto medio y el producto marginal serán idénticos y
estarán representados por una recta horizontal que muestra lo que se va agregando
al producto, conforme se incorporan más
unidades de trabajo a los factores fijos de la
producción.
De hecho, al no existir los rendimientos
decrecientes, deja de tener sentido el concepto de productividad marginal. Éste fue
ideado para explicar la parte esencial del
comportamiento productivo de los factores,
con una pretendida base técnica-operativa
gobernada por la ley de los rendimientos
decrecientes. Al no operar esta ley, es un sin
sentido seguir pensando y estimando la productividad marginal de los factores de la
producción.
Para el largo plazo, la función de pro-
ROGELIO H UERTA Q UINTANILLA
ducción neoclásica o de competencia perfecta supone que la tecnología está disponible para todas las empresas, inclusive para
las entrantes o de nueva creación. También
supone que existe un tamaño óptimo de
planta con el cual se obtienen los costos por
unidad más bajos posibles. Ésto quiere decir que, mientras existan economías de escala, la firma o planta seguirá creciendo,
hasta alcanzar un tamaño que será el más
eficiente posible dada la tecnología disponible. Así, eficiente quiere decir que, con los
recursos empleados, se obtiene el máximo
producto posible. De esta manera, en el
largo plazo la planta crecerá hasta alcanzar
un tamaño que siga siendo acorde con las
condiciones de competencia perfecta. Un
tamaño que no interfiera para nada con el
funcionamiento de los mercados de productos y de factores. Las variaciones en la
demanda serán cubiertas por la entrada y
salida de firmas, ya que las existentes seguirán produciendo lo que el tamaño óptimo les
permite y las entrantes tendrán acceso a la
tecnología existente para complementar la
oferta requerida.
Sin embargo, si abandonamos los supuestos restrictivos que exige la persistencia de la competencia perfecta, podemos
encontrar que la consecución de economías
de escala es un objetivo permanente en la
mayoría de las industrias. El tamaño de
planta óptimo fue una obsesión marshaliana que generó años de discusión académica
(principalmente en Cambridge, Inglaterra),
sobre la naturaleza y el tamaño de la firma
representativa. El crecimiento desproporcionado de la firma y de la planta productiva, podría llevar a la desaparición de las
condiciones de competencia perfecta. En
efecto, el crecimiento ilimitado de la planta
DE NUEVO LOS RENDIMIENTOS DECRECIENTES
productiva, apoyado principalmente en la
búsqueda de economías de escala, impide la
prevalencia de los criterios de competencia
perfecta pues da lugar al poder de marcado.
En otras palabras, la existencia de las economías de escala de la planta productiva es
contradictoria con los principios que sostienen la competencia perfecta. Hicks lo expresó muy francamente: “(...) un abandono
general del supuesto de la competencia perfecta, una adopción universal del supuesto
del monopolio, debe tener consecuencias
muy destructivas para la teoría económica”
[Hicks, 1952: 83].
En términos de la exposición diagramática, la persistencia de los rendimientos
crecientes a escala, lleva al diseño de una
curva de costos medios de largo plazo en
forma de una “L” suavizada, expresando un
continuo crecimiento de la eficiencia física
de los factores de la producción. Las implicaciones teóricas de ésta búsqueda por mayores economías de escala, significan el
abandono de la idea de un tamaño óptimo de
planta con costos medios minimizados en el
largo plazo, así como la construcción de una
curva de oferta de largo plazo con pendiente
negativa, esto es con costos decrecientes.
Nótese que para dibujar los rendimientos crecientes a escala se recurre a una
función de costos. Lo cierto es que aún un
gráfico que contenga sólo dos factores de
producción (como las isocuantas neoclásicas), puede expresar distintos tipos de rendimientos a escala con sólo variar las cantidades de factores y mostrar sus efectos en la
variación —igual, menor o mayor— del
producto. La representación geométrica
acepta las tres posibilidades sin implicaciones aparentes para el razonamiento económico. Sin embargo, si nos fijamos en las
87
curvas de costos medios de largo plazo, los
resultados pueden ser más contundentes
ante todo porque integra la realidad monetaria que no puede —ni debe— desvincularse de las condiciones técnicas y físicas de la
producción. Por ejemplo, el ritmo de expansión de la demanda en un mercado particular tendrá repercusiones totalmente contrarias si la industria en cuestión tiene rendimientos crecientes a escala (los precios
tenderían a bajar), a que si tiene rendimientos decrecientes (los precios tenderían a
subir).
Ahora bien, la teoría neoclásica reconoce la existencia de rendimientos crecientes a
escala, aún cuando sus modelos de equilibrio se construyen principalmente sobre la
suposición de rendimientos constantes. El
problema radica en que su visión estática,
basada en el equilibrio, no le permite reconocer y poner en el centro de su análisis el
hecho de que el impulso del cambio económico dentro del proceso de producción, y
también fuera de él, está dado por la obtención de rendimientos crecientes a escala.
¿Producción o distribución?
Pero tal vez las fallas que le atribuimos a la
teoría neoclásica de la producción no se
deban tanto a sus propias limitaciones y
lagunas, sino a que las respuestas que proporciona no son las que le preocuparon en
sus orígenes y entonces tenemos que replantear, como hace Shackle, la siguiente interrogante: “¿A qué pregunta da respuesta la
teoría de la producción?” [Shackle, 1976:
66]. En sus propias palabras: “Cuando consideramos esta 'teoría de la producción' y su
procedimiento maximizador o minimizador, vemos que quedan completamente sumergidas y menospreciadas todas las de por
88
qué o cómo conjuntos particulares de cantidades de agentes proporcionan cantidades
particulares de producto. La teoría no se
ocupa de las artes del agricultor, del carpintero o del sastre como tales. No es, en
ninguna acepción plena del término, una
teoría de la producción. Es una teoría de la
determinación de los valores del cambio
marginal de los servicios productivos, una
determinancia cuya demostración hace posible la solución del problema de cómo el
valor del producto puede distribuirse precisamente y exhaustivamente entre los agentes de la producción de acuerdo con un
principio que puede pretender contar con la
'sanción del mercado'.” [Shackle, 1976: 67].
De acuerdo con lo anterior, la teoría de
la producción neoclásica es en realidad una
teoría de la distribución. Su propósito no es
únicamente explicar por qué determinadas
cantidades de insumos se convierten en determinadas cantidades de productos, sino
ante todo, solucionar el problema de los
mecanismos mediante los cuales el producto es repartido entre los que participan en su
elaboración. Y no se trata sólo de aclarar los
mecanismos, sino de justificar teóricamente
por qué a cada agente o factor de la producción le toca la parte que le toca, estando
todos los ingresos sancionados por el impoluto mecanismo del mercado.
En este sentido se puede afirmar, que la
teoría de la producción neoclásica es el
eslabón que enlaza el mercado de los insumos o factores de la producción, con el
mercado de los bienes y servicios que producen las empresas.
La teoría de la producción neoclásica
explica cómo se construye la oferta individual y por tanto la oferta del mercado con
pendiente positiva, pero también resuelve el
ROGELIO H UERTA Q UINTANILLA
problema de la demanda de factores de la
producción y la determinación de su precio
(el salario y el beneficio). En otras palabras,
así como existen leyes técnicas que definen
la asignación óptima de los recursos en el
proceso de producción, también existen leyes que determinan la contratación (cantidad y precio) de los insumos. Éstas últimas
se basan en la productividad de los factores
de la producción. Es la productividad del
trabajo y del capital la que resuelve el
problema de la distribución del ingreso.
La teoría de la producción es en
realidad una teoría de la desutilidad
En la óptica neoclásica, la teoría de la
utilidad marginal es suficiente, para explicar los intercambios de los individuos. Guiados por el principio de la maximización de
la utilidad subjetiva, estos individuos optimizan sus decisiones y concomitantemente
determinan los precios relativos de las mercancías para alcanzar el equilibrio. El lado
de la demanda en el mercado se resolvió
homogeneizando a los individuos consumidores mediante su búsqueda de la máxima
utilidad al comprar bienes y servicios. Con
la teoría de la utilidad marginal se estableció
el vínculo entre el precio de las mercancías,
la demanda de las mismas y la satisfacción
del consumidor. Pero faltaba el lado de la
oferta. Se requería una teoría que explicara
la oferta del mercado tomando en cuenta los
diversos costos de producción, y ésta tendría que ser compatible con la teoría de la
utilidad.
Para construir una teoría de la producción se recurrió a establecer que los costos
eran en realidad una desutilidad. El costo de
los factores de la producción es una desutilidad para los empresarios que los compran,
DE NUEVO LOS RENDIMIENTOS DECRECIENTES
teniendo una magnitud equivalente al sacrificio de la utilidad de los bienes que podrían
adquirir con ese gasto (de aquí nace la idea
del costo de oportunidad). En efecto, según
Blaug, “La teoría del costo alternativo hacía depender de la utilidad tanto la demanda
como la oferta, al imputar todos los costos
a las utilidades sacrificadas” [Shackle, 1976:
610]. Pero se justificaba porque con esos
factores productivos se crean bienes que
tienen utilidad. Esta capacidad para generar
bienes útiles tiene que ser recompensada.
¿Cómo? El sacrificio por la desutilidad
tiene que recibir a cambio una parte de la
utilidad creada. Según la aportación marginal de cada factor de producción, será lo que
se reciba del valor total producido.
Lo que aparenta ser un problema de
costos y de producción, es en verdad un
problema de distribución. Con el principio
de la productividad marginal, los factores
de la producción adquieren significado económico porque producen utilidad (contenida en los bienes y servicios). Los factores de
producción son tomados en cuenta en la
teoría de la producción no porque sean un
costo (desutilidad), sino porque son un ingreso futuro es que en realidad, lo que se
construyó así fue una teoría de la distribución de esos ingresos futuros. Como bien lo
afirma Franco Donzelli: “...el principio de
la utilidad marginal, en el momento en que
explica el fenómeno de los costos, explica
también automáticamente el problema de la
formación de las rentas o de la distribución;
dentro de la teoría neoclásica la distribución
deja de ser considerada un capítulo aparte
(como era dentro de la teoría clásica) y pasa
a ser, para todos los efectos un aspecto de la
teoría de los precios, carente de toda autonomía” [Donzell, 1985: 85].
89
La “teoría de la producción” basada en
los principios de la utilidad y la desutilidad
marginal, del beneficio del consumo y de los
costos de la producción, es una teoría del
intercambio en donde si se quiere una utilidad se paga por ella y si se enfrenta una
desutilidad se recibe un ingreso. La teoría de
la producción es, entonces, una teoría de los
precios de las utilidades y desutilidades que
se intercambian. No es en absoluto una
teoría de la producción basada en las condiciones físicas o humanas del proceso y por
tanto no responde a las circunstancias reales en las que transcurre la producción. Por
ello sus creadores no tomaron en cuenta la
realidad productiva de su época, ni mucho
menos sus seguidores incorporaron los cambios que han tenido los procesos de trabajo
a lo largo del siglo XX.
Ni en el corto plazo existen los rendimientos decrecientes del factor variable (normalmente el trabajo), ni en el mediano o
largo plazo existen necesariamente los rendimientos decrecientes a escala. Éstos últimos pueden existir en algún tipo de producción que generalmente no es la producción
más dinámica, ni es la producción que comanda estratégicamente el proceso de crecimiento, ni siquiera es la producción en serie
que realiza la producción en masa o la tan en
boga, especialización flexible.
ROGELIO H UERTA Q UINTANILLA
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