CIUDADANÍA PARITARIA ¿UNA CUESTIÓN DE CONCEPTO? Frédéric Mertens de Wilmars (Univ. Valencia / Univ. catholique de Louvaine) Elena Cantarino (Univ. Valencia) El trabajo analiza, con brevedad, la relación entre la categoría de ciudadano, el principio de igualdad, la noción de universalidad y el nuevo concepto de paridad en la perspectiva de la crisis de la representación y de la representatividad políticas en las sociedades democráticas. El principio de igualdad no impide el mantenimiento o la adopción de medidas que supongan ventajas concretas a favor del sexo menos representado, la paridad política permite un avance importante en el desarrollo de una igualdad real de género en la participación en la vida pública. En este sentido, se relacionan algunas tesis desarrolladas por los adversarios de la paridad que alegan que el proyecto de la paridad iría contra la universalidad pues removería los principios fundadores de nuestra democracia, ya que ésta no reconoce más que al ciudadano abstracto, es decir, un ser que no puede ser reconocido por ninguna característica social, religiosa, cultural o sexual. Para los partidarios de la democracia paritaria, significaría continuar con una ciudadanía recortada y una democracia deficitaria1, si no se toman medidas que incluyan a las mujeres puesto que el problema no reside tanto en el concepto de universalidad sino en el déficit de universalismo para las mujeres, el verdadero problema consiste en la reformulación de los conceptos de individuo y ciudadano como elementos nucleares de las sociedades que aspiren ética y políticamente a la libertad y la igualdad. -.-.-.-.-.-.La idea según la cual un sistema político realmente democrático es, o debe ser, paritario se ha abierto camino en estos últimos años2. Los partidos políticos y también algunos Estados han adoptado textos – constitucionales en su caso – y medidas que consagran la 1 Cobo, R.; “Multiculturalismo, Democracia paritaria y participación política”: Política y sociedad, 32 (1999), pp. 1-11. 2 Sevilla Merino, J.; Mujeres y ciudadanía: la democracia paritaria, Valencia, Institut Universitari de la Dona, 2004. 1 paridad3. ¿Se trata de un simple mecanismo corrector de una desigualdad sexual o de un principio que refleja, más allá del contexto de la representación política, el carácter de la sociedad? La paridad pone en cuestión y permite discutir la lectura clásica y formal del principio de igualdad ya que obliga a tener en cuenta una realidad que transciende la vida privada y la vida pública: el género. -.-.-.-.-.-.A continuación intentamos definir los términos y las apuestas de la paridad en una perspectiva polémica desde la reflexión actual de la filosofía política y jurídica. De hecho, habrá que determinar si ésta sólo concierne la representación (política) de hombres y mujeres o si traduce una aproximación inédita del principio de igualdad entablada por la introducción de acciones (o discriminaciones) positivas, lo cual revolucionaría un principio, o más bien un valor - el de la igualdad – de las sociedades democráticas. En el terreno filosófico y político, la batalla por la igualdad desarrolló en el siglo XVIII el principio jurídico fundador de la democracia. El principio de igualdad junto con el principio de libertad, ambos distintos pero ambos básicos del constitucionalismo, se realizaron en el continente europeo inicialmente bajo una institución única, el principio de legalidad4. La igualdad de todos ante la ley se concibió para poner fin a la arbitrariedad. Pero fue sólo a partir del siglo XX, particularmente después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el derecho a la igualdad comenzó a comprenderse también como un derecho frente al legislador de forma que, desde entonces5, cabe distinguir entre un derecho a la igualdad ante la ley (o en la aplicación administrativa o judicial de la misma) y un derecho a la igualdad en la ley (derecho frente al poder del que emana la norma) y que no es sinónimo de recibir el mismo trato por la ley, pues la igualdad obliga a tratar igual lo que es igual pero permite u obliga también, según los casos, a tratar de modo diferente lo que es diferente. 3 Francia modificó su Constitución al adoptar la Ley Constitucional nº 99-569, de 8 de julio de 1999 relativa a la igualdad entre mujeres y hombres (J.O., 9 de julio de 1999); así como la Ley nº 2000-493 de 6 de junio de 2000 que tiende a favorecer el igual acceso de las mujeres y de los hombres a los mandatos electorales y a las funciones electivas (J.O., 7 de junio de 2000). Por su parte, Bélgica adoptó unos artículos 10bis y 11bis de la Constitución, el 28 de febrero 2002 (M.B., 28/02/2002). Véase, entre otros, Mertens de Wilmars, Fr.; Cuotas y paridad: medidas a favor de una mejor representación política de las mujeres (Trabajo de investigación de Tercer Ciclo, Facultad de Derecho), Valencia, Universitat de València, 2002, 158 pp. 4 Rubio Llorente, Fco.; “La igualdad en la aplicación de la ley”, en García San Miguel, L. (ed.), El principio de igualdad, Madrid, Dykinson, 2000, pp. 47-58. 5 Aceptado por el Tribunal Constitucional Español desde sus primeras decisiones: SSTC 22/1981, 49/1982, 144/1988. 2 La idea de igualdad se extiende también, en el siglo XX, al ámbito económico y social, y concierne a la igualdad de los derechos económicos, sociales y culturales y, posteriormente, a la igualdad de oportunidades. El Estado del Bienestar que, en los países con democracia liberal, había posibilitado el ideal del “ciudadano social”; es decir, aquel que veía respetados sus derechos civiles y políticos pero también los económicos, sociales y culturales, y que se sentía por ello ciudadano integrado y participante en su comunidad política, entra en crisis a partir de los años 70. Las críticas al Estado-Providencia insistían en que éste genera ciudadanos pasivos que reclaman derechos pero que no asumen responsabilidades. Otras críticas acusaban al Estado de Bienestar de intervencionismo para defender los derechos económicos, sociales y culturales (los llamados derechos de “igualdad”) socavando los derechos civiles (los llamados derechos de “libertad”)6. Sea como fuere, el Estado-Providencia ocupa un lugar importante en el sistema jurídico pero entra en crisis porque nuevas desigualdades encierran a los individuos concernidos en situaciones inextricables. Aunque la acción pública ha luchado y lucha contra esas desigualdades, el fundamento jurídico de la democracia puede debilitarse o se debilita. Frente a este peligro, se han realizado esfuerzos más allá de la igualdad de derechos, para intentar garantizar mejor la igualdad de oportunidades. Así, como afirman Fitoussi y Rosanvallon: “el debate sobre la igualdad no se opone, como a veces puede interpretarse superficialmente a los ‘pro’ y a los ‘contra’, sino que se refiere a la variable de referencia, es decir, la verdadera cuestión es entonces: qué igualdad o, más precisamente, igualdad de qué?”7. Ahora bien, en la perspectiva de esta cuestión se sitúa la crisis de la representación y de la representatividad políticas en las sociedades democráticas así como las medidas tomadas por las autoridades e instituciones políticas para remediarla. Uno de los síntomas de esta crisis es la desigualdad de género en la participación en la vida política, o más concretamente, la escasez de oportunidades para las mujeres de participar en el ejercicio del poder político y en los cargos públicos. Su infrarepresentación en la política se debe, entre otras razones, a un reconocimiento tardío de su derecho de voto debido, por lo esencial, a la concepción tradicional del papel de la mujer que ha hecho que, prácticamente hasta la segunda mitad del 6 Cortina, A.; “Prólogo” a Igualdad y Justicia de Gustavo Pereira, Valencia, Nau Llibres, 2001, p. 5. 7 Fitoussi, J. P., y Rosanvallon, P.; Le nouvel âge des inégalités, Paris, Seuil, 1996, p. 97. 3 siglo XX, su actividad se limitara a la esfera privada y a las tareas domésticas mientras que la esfera política era de la incumbencia casi exclusiva del hombre. Esta crisis se traduce en el alejamiento de los ciudadanos de la “Res Pública” y en la desnaturalización progresiva y consecutiva de la noción de ciudadanía. En la actualidad, ésta cubre tres sentidos: la ciudadanía como estatuto (conjunto de deberes y derechos), la ciudadanía como identidad (sentimiento de pertenencia a la comunidad política definida por una nacionalidad y un territorio determinado), y la ciudadanía práctica que se ejerce a través de la representación y de la participación políticas. El actual debate sobre la ciudadanía y las relaciones sociales de sexo ha llevado a volver a definirla apoyándose sobre los trabajos relativos al Estado-Providencia8. Según T. H. Marshall, la expresión total de la ciudadanía no puede limitarse a sus dimensiones civiles y políticas, y necesita la existencia de un Estado-Providencia democrático y liberal que garantice los derechos sociales. Así, confiere a cada miembro de la comunidad un estatuto que le da el sentimiento de ser un ciudadano completo, capaz de participar en la vida en sociedad y estar integrado en ésta9. La apuesta de la redefinición de la ciudadanía consiste especialmente en la articulación de las dimensiones social y política de la ciudadanía10. Y en la cuestión que nos atañe, se trata de dar cuenta de la capacidad de las mujeres para imponer una definición de la ciudadanía que integre una dimensión social11. Éstas entonces llegan a ser sujetos políticos cuando consideran los derechos sociales como terreno de luchas y negociaciones: su capacidad de tener peso en el espacio público y político por su participación en las instancias de la democracia participativa, las hacen actrices del Estado-Providencia y no sencillamente “clientes”. 8 Como es sabido, el debate sobre la ciudadanía no se circunscribe a esta cuestión, tuvimos ocasión de tratar otros aspectos en los trabajos titulados: “Soberanía, ciudadanía e inmigración: un reto ético para la política comunitaria”, en XIII Congrés Valencià de Filosofia, E. Casaban (ed.), Valencia, SFPV, 2001, pp. 273-282; y “Egalité de chances dans l’accès a la citoyenneté? (Reflexions sur la nationalité, l’identité et la citoyenneté)”, International Conference « Beyond Nationalism? Sovereignty, Governance and Compliance », Málaga, 1999. Un volumen muy importante de títulos sobre el concepto y la teoría de la ciudadanía se ha publicado desde la aparición, por ejemplo, del trabajo de Adela Cortina, Ciudadanos del mundo. Hacía una teoría de la ciudadanía, Madrid, Alianza, 1997; hasta el más reciente de Andrés de Francisco; Ciudadanía y democracia. Un enfoque republicano, Madrid, Catarata, 2007. 9 Marshall, T. H.; “Social Class and Citizenship”, Bottomore (ed.), Social Class and Citizenship, Londres, Ed. Verso, 1974. 10 Del Re, A. y Heinen, J. (eds.); Quelle citoyenneté pour les femmes ? La crise des Etats-providence et de la représentation politique en Europe, Paris, L’Harmattan, 1996. 11 Marques-Pereira, B. (ed.) ; Citoyenneté, numéro spécial de Sextant, nº 7, 1997 ; Scott, J. ; La citoyenneté paradoxale, Paris, Albin Michel, 1998. 4 Por lo tanto, la ciudadanía femenina tiene que recubrir un carácter participativo y no pasivo. En otros términos, las mujeres deben poder representar a la sociedad civil en su conjunto y no sólo contentarse con expresar sus votos cuando se les solicita con ocasión de un referéndum, de las elecciones legislativas y locales. Se trata de reivindicar una presencia efectiva en los recintos políticos. Entre la evolución de las mentalidades y la necesidad de renovación de la clase política, el conjunto de partidos políticos – sea cual sea su tendencia – y los gobiernos buscan las medidas para asegurar la efectividad de la ciudadanía. Una de estas medidas ha sido la adopción de la paridad política. En su forma numérica, está pensada como una modalidad específica de la igualdad, y debería contribuir a refundar un sistema democrático deficiente que no ha podido integrar a la mitad de los ciudadanos. Si bien la primera vez que apareció el término « parité » fue en 1885 con la pluma de la feminista francesa Hubertine Auclert (1848-1914) que escribió que era necesario componer las asambleas de tantas mujeres como de hombres12; la idea paritaria contemporánea ha nacido, en 1989, de los trabajos del Consejo de Europa13. Dichos trabajos, sobre la cuestión de la igualdad entre hombres y mujeres como condición previa política, se inscriben como una etapa decisiva, en nombre de un imperativo de mixidad (carácter mixto), que llevaría hacia una sociedad co-gestionada a la vez por las mujeres y los hombres, en la perspectiva de una renovación del sistema democrático. En el marco de la paridad, la representación política proviene de la figuración y no de la copia, porque no se trata de reproducir exactamente la cosa sino más bien inventar una figura que la exprese y pueda remplazarla. “La representación equilibrada de los hombres y mujeres (…) no es el reflejo fiel de los diversos componentes de la población considerada en su realidad empírica y puntual, sino que debe ser una figura pertinente de lo que es el pueblo, universalmente, es decir, un pueblo hecho de hombres y mujeres”14. Por muy abstracta que sea, la ciudadanía política no podría borrar lo radical de la naturaleza humana. Es más allá de ésta, y no en sus alrededores, donde la ciudadanía debe construirse. 12 Figura emblemática de la lucha por los derechos políticos de las mujeres, Hubertine Auclert, fundó en 1881, La Citoyenne el primer órgano de las sufragistas en Francia (Auclert, H. ; Egalité sociale et politique de la femme et de l’homme, Discours prononcé au Congrès ouvrière socialista de Marseille, Marsella, ed. A. Thomas, 1879). 13 CONSEILL DE L’EUROPE, Rapport sur les idéaux démocratiques et les droits des femmes, séminaire sur la démocratie paritaire, quarante années d’activités du Conseil de l’Europe, Strasbourg, 6-7 novembre de 1989. 14 Commaille, J. ; “Les régimes de genre dans les politiques du droit”, Deville, A. y Paye, O. (eds.) ; Les femmes et le droit : constructions idéologiques et pratiques sociales, Bruselas, Publication des Facultés universitaires Saint-Louis, 1999, p. 264. 5 En términos concretos, la paridad constituye en el terreno político una obligación positiva impuesta a los actores del juego político y, en particular, a los partidos. Trata de subordinar la validación de una lista a la presencia de un minimum cuantitativo de candidatos de cada sexo. Naturalmente es un tipo de intervención jurídica muy difícil de manipular, al menos por dos razones: la primera, porque constituye una obligación positiva que supone una colaboración efectiva de los destinatarios que generalmente se muestran reacios (se entiende porque son mayoritariamente hombres!); la segunda, reside en la idea de que este tipo de obligación provine de la estrategia de la desigualdad compensatoria; o sea, no se trata ya de una simple “igualdad-protección” sino de la “igualdad-promoción” 15. La reivindicación de la paridad entre los sexos enriquece la reflexión sobre la igualdad con nuevas y múltiples implicaciones a la vez políticas, filosóficas y jurídicas. Desde el punto de vista político, la paridad moviliza a las mujeres, despierta la opinión pública, y molesta a los gobernantes porque cuestiona la legitimidad del ejercicio del poder, atrayendo la atención sobre el descrédito de la clase política y de la política en general. Ahora bien, cuando el ciudadano no se fía de la política, la democracia está en peligro. Como recuerda Lefort: “La democracia tiene su fuerza como también su fragilidad ya que no es un modelo fijo e inmóvil y hay que mejorarlo sin cesar, inventándolo cada día”16. En este sentido, la reivindicación paritaria aporta una piedra imprescindible a esta reconstrucción conceptual. -.-.-.-.-.-.En el marco de dicha reconstrucción, la paridad nos interpela sobre el principio de igualdad poniendo en cuestión la lectura clásica de éste porque, al pretender crear un equilibrio de representatividad entre hombres y mujeres en la vida política, constituye un cambio radical en la percepción tradicional del principio de igualdad y de no-discriminación conduciendo a la consagración de una igualdad de género concreta. Lo que llevaría a una distinción que desnaturalizaría el principio de igualdad, en su configuración tradicional, en la medida en que trataría de la igualdad formal y de la igualdad substancial, siendo ésta última la que desde ahora debería atraer y retener la atención de los que velan por el respeto del principio de igualdad. Sin embargo, estos mismos sienten un malestar profundo en cuanto proceden a esta nueva lectura, debido seguramente a la introducción de conceptualizaciones mal definidas o 15 Demichel, Fr. ; « A parts égales: contribution au débat sur la parité », Chronique, Recueil Dalloz-Sirey, 12º Cahier, 1996, p. 95. 16 Lefort, Cl.; L’invention démocratique, Paris, Fayard, 1981. 6 imprecisas no controladas por ellos y que derivan de la distinción que acabamos de mencionar. De hecho, al consagrar una distinción – ¿discutible? – entre esas dos igualdades, la introducción de la paridad se ha enfrentado a una cierta hostilidad de una buena parte de las doctrinas, jurisprudencias e informes de reformas legislativas y/o constitucionales de los países concernidos. También, y debido al temor de la aparición del comunitarismo, consideran la igualdad como principio absoluto que prohíbe cualquier alteración en nombre del universalismo. Cuando, en 1982, el Consejo Constitucional francés se pronunció en contra de la introducción de las cuotas electorales, se hizo manifiesta esa preocupación: la de asistir al final de la indivisibilidad del electorado o al comienzo de las reivindicaciones de representatividad por parte de distintos grupos sociales (homosexuales, desempleados, mayores, minusválidos, etc.)17. En suma, traduce su miedo a la desaparición de la cohesión social y política que su ordenamiento jurídico pretende garantizar. En este sentido, hay tesis paritarias que intentan contribuir a esa invención permanente de la democracia, a la que aludía Lefort, y que pretenden no oponer la paridad a la filosofía republicana (universalista); sino, al contrario, declararla conciliable con los principios republicanos y susceptible de hacer retroceder los “restos antidemocráticos del gobierno republicano”18. La democracia paritaria replantea la representatividad en el poder político. La paridad implica que el titular o el sujeto de los derechos fundamentales inalienables ya no sea el individuo abstracto sino la persona concreta por el reconocimiento de la dualidad sexual del género humano. De esta forma transcendería la representación por grupo porque todas las categorías socio-legales, así como los grupos sociales discriminados están constituidos sin excepción por individuos de uno u otro sexo emplazados en una dinámica de relaciones de género. En este sentido, el reto de la paridad no es afirmar que las mujeres representarían a las mujeres, y los hombres, a los hombres; sino que, paritariamente, mujeres y hombres representarían a todo el pueblo19. En esta perspectiva, la paridad participa en la edificación de una nueva forma de gobierno representativo, la “democracia del público”, que se caracteriza por la personalización de la elección electoral en la medida en que el (la) candidato(a) se 17 Consejo Constitucional francés: CCF, 18 de noviembre de 1982 (decisión nº 146, D.C.), Rec., p. 66; véase, Favoreu, L., y Philip, L.; Les grandes décisions du Conseil constitutionnel, Sirey, Paris, 1989, p. 256. El Consejo consideró el proyecto contrario al principio de igualdad a la luz del artículo 3 de la Constitución y del artículo 6 de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789. 18 Kriegel, Bl. ; “Les femmes et la citoyenneté”, Parité-Infos, 8 diciembre 1994. 19 Gaspard, Fr. ; “La parité, pourquoi pas?”, Pouvoirs, nº82, 1997, pp. 115-126. 7 presenta, no sólo como persona concreta sino también propone una diferencia que es una diferencia de género. Sin embargo, ésta no debe entenderse como una confrontación o una alternativa respecto al otro género representado ya que esto sería contrario al objetivo pretendido: acabar con el encasillamiento de las mujeres – y también de los hombres – en su característica sexual. -.-.-.-.-.La paridad no deja indiferentes a los defensores de la igualdad universal que enuncian en contra un número considerable de argumentos de naturaleza distinta (política, jurídica, histórica, filosófica, etc.). Así, por ejemplo, en el ámbito de la participación en la vida política democrática, se critica que los “paritaristas” realizan una confusión entre “representación” y “representatividad”; por otra parte, la oposición entre universalismo y comunitarismo constituye la tela de fondo de las críticas; así como una interpretación errónea de la historia; en fin, y no es la menor de las críticas, aquella que recae sobre la naturaleza de la paridad al amparo del principio de igualdad. Desde esta última perspectiva, se ha señalado que en el espíritu de muchos partidarios de la paridad, no se trata de compensar provisionalmente una desigualdad pasada sino de establecer definitivamente una representación cuantitativamente igual entre hombres y mujeres. La paridad es un fin en sí mismo. Es lo que expresaba perfectamente la proposición de ley constitucional francesa según la cual: “el igual acceso de las mujeres y de los hombres a los mandatos políticos está garantizado por la paridad”20; “la mixidad universal de nuestra humanidad… encuentra su traducción política en la paridad”21. Esto significa que las obligaciones jurídicas no están movilizadas temporalmente para cambiar las mentalidades: son un elemento permanente del sistema porque hombres y mujeres no deben fusionarse en la noción genérica de persona sino ser jurídicamente distintos. El objetivo no es obtener, de hecho, una repartición equilibrada en el seno del cuerpo político, que continua, en derecho, a estar compuesto por ciudadanos intercambiables; sino llegar, en derecho, a una representación paritaria de mujeres y hombres. Lógicamente el resultado final sería designar a las representantes por mujeres y a los representantes por hombres en el seno de asambleas paritarias, como lo propusieron algunos grupos feministas en Estados Unidos y en Francia. 20 En realidad, el texto constitucional (art. 3 Const.) modificado prevé que “la ley favorece el igual acceso de los hombres y de las mujeres a los mandatos electorales y funciones electivas”. El artículo 10bis de la Constitución belga va en el mismo sentido: “la ley, el decreto (…) favorecen el igual ejercicio de sus derechos y libertades y entre otros su igual acceso a los mandatos electivos y públicos” (subrayados nuestros). 21 Agacinski-Jospin, S. ; ”Citoyennes, encore un effort”, Le Monde, 12 juin 1996. 8 De esta forma, la paridad parece distinguirse de la igualdad. No se pide a las mujeres y a los hombres poder, juntos e igualmente, tratar las cuestiones políticas; sino que puedan hacerlo, al lado uno de otro, y de modo distinto, cada uno con las cualidades que les son propias. En esta perspectiva, la democracia no es ya el acto de ciudadanos intercambiables sino de hombres y mujeres paritariamente representados. La paridad no puede analizarse como una inflexión provisional del principio de igualdad: reemplaza a la igualdad. De este modo, con la paridad asistiríamos a la consagración de otro valor, otro principio, de mismo estatuto o nivel que el de igualdad. Ello supondría que la paridad como principio no se limitaría a la igual participación entre hombres y mujeres en el poder político; sería un nuevo principio que, más allá de la igualdad, llevaría un complemento necesario al principio fundador de cualquier sociedad democrática. En la literatura francesa, el libro “Au pouvoir citoyennes! Liberté, égalité, parité” de Fr. Gaspard, C. Servan-Schreiber y A. Le Gall es muy ilustrativo, en este sentido, al modificar la divisa de la República: “Libertad, igualdad, fraternidad”22. Los partidarios de la paridad pretenden substituir el principio de la fraternidad – versión masculina de la sociedad – por la paridad erigida como principio. Es más que un concepto, es una herramienta para fabricar la igualdad que tiende simultáneamente a compartir el poder político y a compartir cualquier situación de poder masculino dentro y fuera de lo político. La paridad es tanto un objetivo como un instrumento, un fin como un medio23. Sin embargo, se reconoce la dificultad conceptual de dar a la paridad el estatuto de principio; o sea, parece imposible fundar filosóficamente la paridad. Como ha escrito Geneviève Fraisse, a pesar de su posición a favor, la paridad no puede ser un nuevo principio y tampoco tener valor de concepto demostrable. No se puede fundar lo político en lo biológico, como tampoco en el hecho natural de la diferencia de sexos. La paridad no es un nuevo principio ni una alternativa a la ‘fraternidad’, tampoco un complemento a la igualdad24. Ella reconoce así los límites de la naturaleza de la paridad. Por otra parte, si las mujeres que reivindican la paridad no constituyen una categoría como las demás, puesto que forman la mitad de la humanidad, la concretización del universal que reclaman podría aplicarse a otras categorías así como, por ejemplo, a la de la raza. En este sentido, la paridad no debería ser una reivindicación identitaria, en caso contrario, podría 22 Gaspard, F., Servan-Schreiber, C., y Le Gall, A. ; “Au pouvoir citoyennes! Liberté, égalité, parité”, Paris, Seuil, 1992. 23 Fraisse, G. ; La controverse des sexes, Paris, Col. Quadridge, PUF, 2001, pp. 317-319. 24 Idem, op. cit., p. 320. 9 “contagiar” a otros grupos excluidos. Lo que significa que, aunque limitándose a ser un instrumento – y no un principio –, la paridad podría generar efectos no sólo contrarios al objetivo a perseguir - la igualdad -; sino también a sus propios partidarios porque colocaría a las mujeres en la misma consideración que las categorías sociales – de las que el sexo estaría supuestamente a parte según ellos. Los límites conceptuales de la paridad son tan estrechos que, en ocasiones, queda debilitada tanto en su campo de aplicación como en su naturaleza. Así, los y las que se oponen a la introducción de la paridad en la vida política consideran que, al amparo del análisis realizado por los paritaristas según el cual la civitas se separa en dos sexos, la paridad supone una definición homogénea tan arbitraria como imposible, del masculino y del femenino. Esto contribuye no a abrirse al pluralismo, sino, al contrario, a ocultar la diversidad de las posiciones individuales, tanto las de las mujeres como las de los hombres: “renaturalizando” el sentido propio de la política, la reivindicación de la paridad puede “desnaturalizar” ese mismo sentido. Pero el reto de una democracia liberal igualitaria no es tanto renaturalizar el sentido de la política como reinventarse cada día dando cabida a las nueva(s) ciudadanía(s) que nacen de los nuevos retos emergentes que debe afrontar: desde la ciudadanía social hasta la ciudadanía ambiental pasando por la ciudadanía inter e intra cultural o -la aquí tratada- ciudadanía paritaria. Sin duda, ello no será posible sin una educación para una ciudadanía responsable que desarrolle y potencie los aprendizajes, las habilidades, las sensibilidades y los valores de todos los ciudadanos y las ciudadanas de la tierra. 10 11