1 CIUDADANÍA PARITARIA ¿UNA CUESTIÓN DE CONCEPTO

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CIUDADANÍA PARITARIA ¿UNA CUESTIÓN DE CONCEPTO?
Frédéric Mertens de Wilmars (Univ. Valencia / Univ. catholique de Louvaine)
Elena Cantarino (Univ. Valencia)
El trabajo analiza, con brevedad, la relación entre la categoría de ciudadano, el principio de
igualdad, la noción de universalidad y el nuevo concepto de paridad en la perspectiva de la
crisis de la representación y de la representatividad políticas en las sociedades democráticas.
El principio de igualdad no impide el mantenimiento o la adopción de medidas que supongan
ventajas concretas a favor del sexo menos representado, la paridad política permite un avance
importante en el desarrollo de una igualdad real de género en la participación en la vida
pública. En este sentido, se relacionan algunas tesis desarrolladas por los adversarios de la
paridad que alegan que el proyecto de la paridad iría contra la universalidad pues removería
los principios fundadores de nuestra democracia, ya que ésta no reconoce más que al
ciudadano abstracto, es decir, un ser que no puede ser reconocido por ninguna característica
social, religiosa, cultural o sexual. Para los partidarios de la democracia paritaria, significaría
continuar con una ciudadanía recortada y una democracia deficitaria1, si no se toman medidas
que incluyan a las mujeres puesto que el problema no reside tanto en el concepto de
universalidad sino en el déficit de universalismo para las mujeres, el verdadero problema
consiste en la reformulación de los conceptos de individuo y ciudadano como elementos
nucleares de las sociedades que aspiren ética y políticamente a la libertad y la igualdad.
-.-.-.-.-.-.La idea según la cual un sistema político realmente democrático es, o debe ser, paritario
se ha abierto camino en estos últimos años2. Los partidos políticos y también algunos
Estados han adoptado textos – constitucionales en su caso – y medidas que consagran la
1
Cobo, R.; “Multiculturalismo, Democracia paritaria y participación política”: Política y sociedad, 32 (1999),
pp. 1-11.
2
Sevilla Merino, J.; Mujeres y ciudadanía: la democracia paritaria, Valencia, Institut Universitari de la Dona,
2004.
1
paridad3. ¿Se trata de un simple mecanismo corrector de una desigualdad sexual o de un
principio que refleja, más allá del contexto de la representación política, el carácter de la
sociedad? La paridad pone en cuestión y permite discutir la lectura clásica y formal del
principio de igualdad ya que obliga a tener en cuenta una realidad que transciende la vida
privada y la vida pública: el género.
-.-.-.-.-.-.A continuación intentamos definir los términos y las apuestas de la paridad en una
perspectiva polémica desde la reflexión actual de la filosofía política y jurídica. De hecho,
habrá que determinar si ésta sólo concierne la representación (política) de hombres y
mujeres o si traduce una aproximación inédita del principio de igualdad entablada por la
introducción de acciones (o discriminaciones) positivas, lo cual revolucionaría un principio,
o más bien un valor - el de la igualdad – de las sociedades democráticas.
En el terreno filosófico y político, la batalla por la igualdad desarrolló en el siglo
XVIII el principio jurídico fundador de la democracia. El principio de igualdad junto con el
principio de libertad, ambos distintos pero ambos básicos del constitucionalismo, se realizaron
en el continente europeo inicialmente bajo una institución única, el principio de legalidad4. La
igualdad de todos ante la ley se concibió para poner fin a la arbitrariedad. Pero fue sólo a
partir del siglo XX, particularmente después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el
derecho a la igualdad comenzó a comprenderse también como un derecho frente al legislador
de forma que, desde entonces5, cabe distinguir entre un derecho a la igualdad ante la ley (o en
la aplicación administrativa o judicial de la misma) y un derecho a la igualdad en la ley
(derecho frente al poder del que emana la norma) y que no es sinónimo de recibir el mismo
trato por la ley, pues la igualdad obliga a tratar igual lo que es igual pero permite u obliga
también, según los casos, a tratar de modo diferente lo que es diferente.
3
Francia modificó su Constitución al adoptar la Ley Constitucional nº 99-569, de 8 de julio de 1999 relativa a la
igualdad entre mujeres y hombres (J.O., 9 de julio de 1999); así como la Ley nº 2000-493 de 6 de junio de 2000
que tiende a favorecer el igual acceso de las mujeres y de los hombres a los mandatos electorales y a las
funciones electivas (J.O., 7 de junio de 2000). Por su parte, Bélgica adoptó unos artículos 10bis y 11bis de la
Constitución, el 28 de febrero 2002 (M.B., 28/02/2002). Véase, entre otros, Mertens de Wilmars, Fr.; Cuotas y
paridad: medidas a favor de una mejor representación política de las mujeres (Trabajo de investigación de
Tercer Ciclo, Facultad de Derecho), Valencia, Universitat de València, 2002, 158 pp.
4
Rubio Llorente, Fco.; “La igualdad en la aplicación de la ley”, en García San Miguel, L. (ed.), El principio de
igualdad, Madrid, Dykinson, 2000, pp. 47-58.
5
Aceptado por el Tribunal Constitucional Español desde sus primeras decisiones: SSTC 22/1981, 49/1982,
144/1988.
2
La idea de igualdad se extiende también, en el siglo XX, al ámbito económico y social,
y concierne a la igualdad de los derechos económicos, sociales y culturales y, posteriormente,
a la igualdad de oportunidades. El Estado del Bienestar que, en los países con democracia
liberal, había posibilitado el ideal del “ciudadano social”; es decir, aquel que veía respetados
sus derechos civiles y políticos pero también los económicos, sociales y culturales, y que se
sentía por ello ciudadano integrado y participante en su comunidad política, entra en crisis a
partir de los años 70.
Las críticas al Estado-Providencia insistían en que éste genera ciudadanos pasivos que
reclaman derechos pero que no asumen responsabilidades. Otras críticas acusaban al Estado
de Bienestar de intervencionismo para defender los derechos económicos, sociales y
culturales (los llamados derechos de “igualdad”) socavando los derechos civiles (los llamados
derechos de “libertad”)6. Sea como fuere, el Estado-Providencia ocupa un lugar importante en
el sistema jurídico pero entra en crisis porque nuevas desigualdades encierran a los individuos
concernidos en situaciones inextricables. Aunque la acción pública ha luchado y lucha contra
esas desigualdades, el fundamento jurídico de la democracia puede debilitarse o se debilita.
Frente a este peligro, se han realizado esfuerzos más allá de la igualdad de derechos, para
intentar garantizar mejor la igualdad de oportunidades. Así, como afirman Fitoussi y
Rosanvallon: “el debate sobre la igualdad no se opone, como a veces puede interpretarse
superficialmente a los ‘pro’ y a los ‘contra’, sino que se refiere a la variable de referencia, es
decir, la verdadera cuestión es entonces: qué igualdad o, más precisamente, igualdad de
qué?”7.
Ahora bien, en la perspectiva de esta cuestión se sitúa la crisis de la representación y
de la representatividad políticas en las sociedades democráticas así como las medidas tomadas
por las autoridades e instituciones políticas para remediarla. Uno de los síntomas de esta crisis
es la desigualdad de género en la participación en la vida política, o más concretamente, la
escasez de oportunidades para las mujeres de participar en el ejercicio del poder político y en
los cargos públicos. Su infrarepresentación en la política se debe, entre otras razones, a un
reconocimiento tardío de su derecho de voto debido, por lo esencial, a la concepción
tradicional del papel de la mujer que ha hecho que, prácticamente hasta la segunda mitad del
6
Cortina, A.; “Prólogo” a Igualdad y Justicia de Gustavo Pereira, Valencia, Nau Llibres, 2001, p. 5.
7
Fitoussi, J. P., y Rosanvallon, P.; Le nouvel âge des inégalités, Paris, Seuil, 1996, p. 97.
3
siglo XX, su actividad se limitara a la esfera privada y a las tareas domésticas mientras que la
esfera política era de la incumbencia casi exclusiva del hombre.
Esta crisis se traduce en el alejamiento de los ciudadanos de la “Res Pública” y en la
desnaturalización progresiva y consecutiva de la noción de ciudadanía. En la actualidad, ésta
cubre tres sentidos: la ciudadanía como estatuto (conjunto de deberes y derechos), la
ciudadanía como identidad (sentimiento de pertenencia a la comunidad política definida por
una nacionalidad y un territorio determinado), y la ciudadanía práctica que se ejerce a través
de la representación y de la participación políticas.
El actual debate sobre la ciudadanía y las relaciones sociales de sexo ha llevado a
volver a definirla apoyándose sobre los trabajos relativos al Estado-Providencia8. Según T. H.
Marshall, la expresión total de la ciudadanía no puede limitarse a sus dimensiones civiles y
políticas, y necesita la existencia de un Estado-Providencia democrático y liberal que
garantice los derechos sociales. Así, confiere a cada miembro de la comunidad un estatuto que
le da el sentimiento de ser un ciudadano completo, capaz de participar en la vida en sociedad
y estar integrado en ésta9.
La apuesta de la redefinición de la ciudadanía consiste especialmente en la articulación
de las dimensiones social y política de la ciudadanía10. Y en la cuestión que nos atañe, se trata
de dar cuenta de la capacidad de las mujeres para imponer una definición de la ciudadanía que
integre una dimensión social11. Éstas entonces llegan a ser sujetos políticos cuando consideran
los derechos sociales como terreno de luchas y negociaciones: su capacidad de tener peso en
el espacio público y político por su participación en las instancias de la democracia
participativa, las hacen actrices del Estado-Providencia y no sencillamente “clientes”.
8
Como es sabido, el debate sobre la ciudadanía no se circunscribe a esta cuestión, tuvimos ocasión de tratar
otros aspectos en los trabajos titulados: “Soberanía, ciudadanía e inmigración: un reto ético para la política
comunitaria”, en XIII Congrés Valencià de Filosofia, E. Casaban (ed.), Valencia, SFPV, 2001, pp. 273-282; y
“Egalité de chances dans l’accès a la citoyenneté? (Reflexions sur la nationalité, l’identité et la citoyenneté)”,
International Conference « Beyond Nationalism? Sovereignty, Governance and Compliance », Málaga, 1999. Un
volumen muy importante de títulos sobre el concepto y la teoría de la ciudadanía se ha publicado desde la
aparición, por ejemplo, del trabajo de Adela Cortina, Ciudadanos del mundo. Hacía una teoría de la ciudadanía,
Madrid, Alianza, 1997; hasta el más reciente de Andrés de Francisco; Ciudadanía y democracia. Un enfoque
republicano, Madrid, Catarata, 2007.
9
Marshall, T. H.; “Social Class and Citizenship”, Bottomore (ed.), Social Class and Citizenship, Londres, Ed.
Verso, 1974.
10
Del Re, A. y Heinen, J. (eds.); Quelle citoyenneté pour les femmes ? La crise des Etats-providence et de la
représentation politique en Europe, Paris, L’Harmattan, 1996.
11
Marques-Pereira, B. (ed.) ; Citoyenneté, numéro spécial de Sextant, nº 7, 1997 ; Scott, J. ; La citoyenneté
paradoxale, Paris, Albin Michel, 1998.
4
Por lo tanto, la ciudadanía femenina tiene que recubrir un carácter participativo y no
pasivo. En otros términos, las mujeres deben poder representar a la sociedad civil en su
conjunto y no sólo contentarse con expresar sus votos cuando se les solicita con ocasión de un
referéndum, de las elecciones legislativas y locales. Se trata de reivindicar una presencia
efectiva en los recintos políticos. Entre la evolución de las mentalidades y la necesidad de
renovación de la clase política, el conjunto de partidos políticos – sea cual sea su tendencia –
y los gobiernos buscan las medidas para asegurar la efectividad de la ciudadanía. Una de estas
medidas ha sido la adopción de la paridad política. En su forma numérica, está pensada como
una modalidad específica de la igualdad, y debería contribuir a refundar un sistema
democrático deficiente que no ha podido integrar a la mitad de los ciudadanos.
Si bien la primera vez que apareció el término « parité » fue en 1885 con la pluma de
la feminista francesa Hubertine Auclert (1848-1914) que escribió que era necesario componer
las asambleas de tantas mujeres como de hombres12; la idea paritaria contemporánea ha
nacido, en 1989, de los trabajos del Consejo de Europa13. Dichos trabajos, sobre la cuestión de
la igualdad entre hombres y mujeres como condición previa política, se inscriben como una
etapa decisiva, en nombre de un imperativo de mixidad (carácter mixto), que llevaría hacia
una sociedad co-gestionada a la vez por las mujeres y los hombres, en la perspectiva de una
renovación del sistema democrático.
En el marco de la paridad, la representación política proviene de la figuración y no de
la copia, porque no se trata de reproducir exactamente la cosa sino más bien inventar una
figura que la exprese y pueda remplazarla. “La representación equilibrada de los hombres y
mujeres (…) no es el reflejo fiel de los diversos componentes de la población considerada en
su realidad empírica y puntual, sino que debe ser una figura pertinente de lo que es el pueblo,
universalmente, es decir, un pueblo hecho de hombres y mujeres”14. Por muy abstracta que
sea, la ciudadanía política no podría borrar lo radical de la naturaleza humana. Es más allá de
ésta, y no en sus alrededores, donde la ciudadanía debe construirse.
12
Figura emblemática de la lucha por los derechos políticos de las mujeres, Hubertine Auclert, fundó en 1881,
La Citoyenne el primer órgano de las sufragistas en Francia (Auclert, H. ; Egalité sociale et politique de la
femme et de l’homme, Discours prononcé au Congrès ouvrière socialista de Marseille, Marsella, ed. A. Thomas,
1879).
13
CONSEILL DE L’EUROPE, Rapport sur les idéaux démocratiques et les droits des femmes, séminaire sur la
démocratie paritaire, quarante années d’activités du Conseil de l’Europe, Strasbourg, 6-7 novembre de 1989.
14
Commaille, J. ; “Les régimes de genre dans les politiques du droit”, Deville, A. y Paye, O. (eds.) ; Les femmes
et le droit : constructions idéologiques et pratiques sociales, Bruselas, Publication des Facultés universitaires
Saint-Louis, 1999, p. 264.
5
En términos concretos, la paridad constituye en el terreno político una obligación
positiva impuesta a los actores del juego político y, en particular, a los partidos. Trata de
subordinar la validación de una lista a la presencia de un minimum cuantitativo de candidatos
de cada sexo. Naturalmente es un tipo de intervención jurídica muy difícil de manipular, al
menos por dos razones: la primera, porque constituye una obligación positiva que supone una
colaboración efectiva de los destinatarios que generalmente se muestran reacios (se entiende
porque son mayoritariamente hombres!); la segunda, reside en la idea de que este tipo de
obligación provine de la estrategia de la desigualdad compensatoria; o sea, no se trata ya de
una simple “igualdad-protección” sino de la “igualdad-promoción” 15.
La reivindicación de la paridad entre los sexos enriquece la reflexión sobre la igualdad
con nuevas y múltiples implicaciones a la vez políticas, filosóficas y jurídicas. Desde el punto
de vista político, la paridad moviliza a las mujeres, despierta la opinión pública, y molesta a
los gobernantes porque cuestiona la legitimidad del ejercicio del poder, atrayendo la atención
sobre el descrédito de la clase política y de la política en general. Ahora bien, cuando el
ciudadano no se fía de la política, la democracia está en peligro. Como recuerda Lefort: “La
democracia tiene su fuerza como también su fragilidad ya que no es un modelo fijo e inmóvil
y hay que mejorarlo sin cesar, inventándolo cada día”16. En este sentido, la reivindicación
paritaria aporta una piedra imprescindible a esta reconstrucción conceptual.
-.-.-.-.-.-.En el marco de dicha reconstrucción, la paridad nos interpela sobre el principio de
igualdad poniendo en cuestión la lectura clásica de éste porque, al pretender crear un
equilibrio de representatividad entre hombres y mujeres en la vida política, constituye un
cambio radical en la percepción tradicional del principio de igualdad y de no-discriminación
conduciendo a la consagración de una igualdad de género concreta. Lo que llevaría a una
distinción que desnaturalizaría el principio de igualdad, en su configuración tradicional, en la
medida en que trataría de la igualdad formal y de la igualdad substancial, siendo ésta última la
que desde ahora debería atraer y retener la atención de los que velan por el respeto del
principio de igualdad.
Sin embargo, estos mismos sienten un malestar profundo en cuanto proceden a esta
nueva lectura, debido seguramente a la introducción de conceptualizaciones mal definidas o
15
Demichel, Fr. ; « A parts égales: contribution au débat sur la parité », Chronique, Recueil Dalloz-Sirey, 12º
Cahier, 1996, p. 95.
16
Lefort, Cl.; L’invention démocratique, Paris, Fayard, 1981.
6
imprecisas no controladas por ellos y que derivan de la distinción que acabamos de
mencionar. De hecho, al consagrar una distinción – ¿discutible? – entre esas dos igualdades,
la introducción de la paridad se ha enfrentado a una cierta hostilidad de una buena parte de las
doctrinas, jurisprudencias e informes de reformas legislativas y/o constitucionales de los
países concernidos. También, y debido al temor de la aparición del comunitarismo, consideran
la igualdad como principio absoluto que prohíbe cualquier alteración en nombre del
universalismo. Cuando, en 1982, el Consejo Constitucional francés se pronunció en contra de
la introducción de las cuotas electorales, se hizo manifiesta esa preocupación: la de asistir al
final de la indivisibilidad del electorado o al comienzo de las reivindicaciones de
representatividad por parte de distintos grupos sociales (homosexuales, desempleados,
mayores, minusválidos, etc.)17. En suma, traduce su miedo a la desaparición de la cohesión
social y política que su ordenamiento jurídico pretende garantizar.
En este sentido, hay tesis paritarias que intentan contribuir a esa invención permanente
de la democracia, a la que aludía Lefort, y que pretenden no oponer la paridad a la filosofía
republicana (universalista); sino, al contrario, declararla conciliable con los principios
republicanos y susceptible de hacer retroceder los “restos antidemocráticos del gobierno
republicano”18.
La democracia paritaria replantea la representatividad en el poder político. La paridad
implica que el titular o el sujeto de los derechos fundamentales inalienables ya no sea el
individuo abstracto sino la persona concreta por el reconocimiento de la dualidad sexual del
género humano. De esta forma transcendería la representación por grupo porque todas las
categorías socio-legales, así como los grupos sociales discriminados están constituidos sin
excepción por individuos de uno u otro sexo emplazados en una dinámica de relaciones de
género.
En este sentido, el reto de la paridad no es afirmar que las mujeres representarían a las
mujeres, y los hombres, a los hombres; sino que, paritariamente, mujeres y hombres
representarían a todo el pueblo19. En esta perspectiva, la paridad participa en la edificación de
una nueva forma de gobierno representativo, la “democracia del público”, que se caracteriza
por la personalización de la elección electoral en la medida en que el (la) candidato(a) se
17
Consejo Constitucional francés: CCF, 18 de noviembre de 1982 (decisión nº 146, D.C.), Rec., p. 66; véase,
Favoreu, L., y Philip, L.; Les grandes décisions du Conseil constitutionnel, Sirey, Paris, 1989, p. 256. El Consejo
consideró el proyecto contrario al principio de igualdad a la luz del artículo 3 de la Constitución y del artículo 6
de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789.
18
Kriegel, Bl. ; “Les femmes et la citoyenneté”, Parité-Infos, 8 diciembre 1994.
19
Gaspard, Fr. ; “La parité, pourquoi pas?”, Pouvoirs, nº82, 1997, pp. 115-126.
7
presenta, no sólo como persona concreta sino también propone una diferencia que es una
diferencia de género. Sin embargo, ésta no debe entenderse como una confrontación o una
alternativa respecto al otro género representado ya que esto sería contrario al objetivo
pretendido: acabar con el encasillamiento de las mujeres – y también de los hombres – en su
característica sexual.
-.-.-.-.-.La paridad no deja indiferentes a los defensores de la igualdad universal que enuncian
en contra un número considerable de argumentos de naturaleza distinta (política, jurídica,
histórica, filosófica, etc.). Así, por ejemplo, en el ámbito de la participación en la vida política
democrática, se critica que los “paritaristas” realizan una confusión entre “representación” y
“representatividad”; por otra parte, la oposición entre universalismo y comunitarismo
constituye la tela de fondo de las críticas; así como una interpretación errónea de la historia;
en fin, y no es la menor de las críticas, aquella que recae sobre la naturaleza de la paridad al
amparo del principio de igualdad. Desde esta última perspectiva, se ha señalado que en el
espíritu de muchos partidarios de la paridad, no se trata de compensar provisionalmente una
desigualdad pasada sino de establecer definitivamente una representación cuantitativamente
igual entre hombres y mujeres. La paridad es un fin en sí mismo. Es lo que expresaba
perfectamente la proposición de ley constitucional francesa según la cual: “el igual acceso de
las mujeres y de los hombres a los mandatos políticos está garantizado por la paridad”20; “la
mixidad universal de nuestra humanidad… encuentra su traducción política en la paridad”21.
Esto significa que las obligaciones jurídicas no están movilizadas temporalmente para
cambiar las mentalidades: son un elemento permanente del sistema porque hombres y mujeres
no deben fusionarse en la noción genérica de persona sino ser jurídicamente distintos. El
objetivo no es obtener, de hecho, una repartición equilibrada en el seno del cuerpo político,
que continua, en derecho, a estar compuesto por ciudadanos intercambiables; sino llegar, en
derecho, a una representación paritaria de mujeres y hombres. Lógicamente el resultado final
sería designar a las representantes por mujeres y a los representantes por hombres en el seno
de asambleas paritarias, como lo propusieron algunos grupos feministas en Estados Unidos y
en Francia.
20
En realidad, el texto constitucional (art. 3 Const.) modificado prevé que “la ley favorece el igual acceso de los
hombres y de las mujeres a los mandatos electorales y funciones electivas”. El artículo 10bis de la Constitución
belga va en el mismo sentido: “la ley, el decreto (…) favorecen el igual ejercicio de sus derechos y libertades y
entre otros su igual acceso a los mandatos electivos y públicos” (subrayados nuestros).
21
Agacinski-Jospin, S. ; ”Citoyennes, encore un effort”, Le Monde, 12 juin 1996.
8
De esta forma, la paridad parece distinguirse de la igualdad. No se pide a las mujeres y
a los hombres poder, juntos e igualmente, tratar las cuestiones políticas; sino que puedan
hacerlo, al lado uno de otro, y de modo distinto, cada uno con las cualidades que les son
propias. En esta perspectiva, la democracia no es ya el acto de ciudadanos intercambiables
sino de hombres y mujeres paritariamente representados. La paridad no puede analizarse
como una inflexión provisional del principio de igualdad: reemplaza a la igualdad. De este
modo, con la paridad asistiríamos a la consagración de otro valor, otro principio, de mismo
estatuto o nivel que el de igualdad.
Ello supondría que la paridad como principio no se limitaría a la igual participación
entre hombres y mujeres en el poder político; sería un nuevo principio que, más allá de la
igualdad, llevaría un complemento necesario al principio fundador de cualquier sociedad
democrática. En la literatura francesa, el libro “Au pouvoir citoyennes! Liberté, égalité,
parité” de Fr. Gaspard, C. Servan-Schreiber y A. Le Gall es muy ilustrativo, en este sentido,
al modificar la divisa de la República: “Libertad, igualdad, fraternidad”22. Los partidarios de
la paridad pretenden substituir el principio de la fraternidad – versión masculina de la
sociedad – por la paridad erigida como principio. Es más que un concepto, es una herramienta
para fabricar la igualdad que tiende simultáneamente a compartir el poder político y a
compartir cualquier situación de poder masculino dentro y fuera de lo político. La paridad es
tanto un objetivo como un instrumento, un fin como un medio23.
Sin embargo, se reconoce la dificultad conceptual de dar a la paridad el estatuto de
principio; o sea, parece imposible fundar filosóficamente la paridad. Como ha escrito
Geneviève Fraisse, a pesar de su posición a favor, la paridad no puede ser un nuevo principio
y tampoco tener valor de concepto demostrable. No se puede fundar lo político en lo
biológico, como tampoco en el hecho natural de la diferencia de sexos. La paridad no es un
nuevo principio ni una alternativa a la ‘fraternidad’, tampoco un complemento a la igualdad24.
Ella reconoce así los límites de la naturaleza de la paridad.
Por otra parte, si las mujeres que reivindican la paridad no constituyen una categoría
como las demás, puesto que forman la mitad de la humanidad, la concretización del universal
que reclaman podría aplicarse a otras categorías así como, por ejemplo, a la de la raza. En este
sentido, la paridad no debería ser una reivindicación identitaria, en caso contrario, podría
22
Gaspard, F., Servan-Schreiber, C., y Le Gall, A. ; “Au pouvoir citoyennes! Liberté, égalité, parité”, Paris,
Seuil, 1992.
23
Fraisse, G. ; La controverse des sexes, Paris, Col. Quadridge, PUF, 2001, pp. 317-319.
24
Idem, op. cit., p. 320.
9
“contagiar” a otros grupos excluidos. Lo que significa que, aunque limitándose a ser un
instrumento – y no un principio –, la paridad podría generar efectos no sólo contrarios al
objetivo a perseguir - la igualdad -; sino también a sus propios partidarios porque colocaría a
las mujeres en la misma consideración que las categorías sociales – de las que el sexo estaría
supuestamente a parte según ellos. Los límites conceptuales de la paridad son tan estrechos
que, en ocasiones, queda debilitada tanto en su campo de aplicación como en su naturaleza.
Así, los y las que se oponen a la introducción de la paridad en la vida política
consideran que, al amparo del análisis realizado por los paritaristas según el cual la civitas se
separa en dos sexos, la paridad supone una definición homogénea tan arbitraria como
imposible, del masculino y del femenino. Esto contribuye no a abrirse al pluralismo, sino, al
contrario, a ocultar la diversidad de las posiciones individuales, tanto las de las mujeres como
las de los hombres: “renaturalizando” el sentido propio de la política, la reivindicación de la
paridad puede “desnaturalizar” ese mismo sentido.
Pero el reto de una democracia liberal igualitaria no es tanto renaturalizar el sentido de
la política como reinventarse cada día dando cabida a las nueva(s) ciudadanía(s) que nacen de
los nuevos retos emergentes que debe afrontar: desde la ciudadanía social hasta la ciudadanía
ambiental pasando por la ciudadanía inter e intra cultural o -la aquí tratada- ciudadanía
paritaria. Sin duda, ello no será posible sin una educación para una ciudadanía responsable
que desarrolle y potencie los aprendizajes, las habilidades, las sensibilidades y los valores de
todos los ciudadanos y las ciudadanas de la tierra.
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