2009 Alexandra González Barros Experiencias Agridulces Mis primeras vivencias en los años de universidad. La vida está llena de experiencias. Algunas sólo nos resultan amargas, y deseas dar paso al olvido para expulsarlas de tu memoria… Otras, sin embargo; pueden llegar a ser agridulces. Estas últimas son las preferidas para muchos. ¿Por qué? Pues porque los buenos momentos son bonitos, pero sin más. Sin embargo, los momentos agridulces nos hacen pasar por varios estados emocionales. cometadigital.com La vida está llena de experiencias. Algunas sólo nos resultan amargas, y deseas dar paso al olvido para expulsarlas de tu memoria… Otras, sin embargo; pueden llegar a ser agridulces. Estas últimas son las preferidas para muchos. ¿Por qué? Pues porque los buenos momentos son bonitos, pero sin más. Sin embargo, los momentos agridulces nos hacen pasar por varios estados emocionales. Primero rabia, te rebelas contra el mundo y crees que tú eres el único con mala suerte. En segundo lugar nos invade la tristeza o decepción porque es en el momento en que somos conscientes de que ya ha pasado y no podemos hacer nada para evitarlo… Y luego, está la tercera fase, mi preferida, le buscas el lado positivo y creas tu propia historia de lo ocurrido haciendo de ello algo divertido y cómico. Y ver las cosas así es lo que nos ayuda a poder reírnos a veces de la vida, en ocasiones de nuestros seres queridos y de vez en cuando, de nosotros mismos. UNA EXPERIENCIA AGRIDULCE… Una de mis experiencias agridulces ocurrió hace unos años cuando yo cursaba primero de carrera. Por aquella época yo vivía en un Colegio Mayor que, además, era del Opus. No es que mis padres fueran cristianos extremistas, sólo que yo era hija única, me iba a estudiar y vivir a otra ciudad y papá quería tenerme vigilada. Se puede decir que el tiro… le salió un poco por la culata. Es cierto que al principio era una pobre novata que no tenía ni idea de lo bien que se podían aprovechar los años universitarios, hasta que una de las últimas personas que me podía imaginar, me “abrió los ojos”. Alexandra González Barros 2 Su nombre era Fátima, como la virgen de Fátima sí, aunque de santa tenía más bien poco… Sus padres también habían decidido ingresarla en el mismo colegio que yo, además ambas íbamos a la misma universidad y a la misma clase. Así que, inevitablemente, surgió la amistad. Su virginidad era lo más sagrado y así sería hasta que decidiese dar el paso hacia el matrimonio. Bueno, esto es lo que pensaba a las primeras semanas de llegar al colegio, algo que puedo entender pues su familia también colaboraba con el Opus. Sin embargo, no duró más de un mes. Conoció a un portugués degenerado que supo comprar su virginidad con una botella de champán y pétalos de rosa sobre un amago de cama. La relación duró casi dos años, aunque el pobre chaval no tenía mucha experiencia a nivel sexual. En menos de tres meses tuve que ir con ellos a planificación familiar por una suma total de cinco píldoras del día después. Con el paso del tiempo me enteré de que el problema era que él utilizaba el mismo preservativo para varias ocasiones… Menos mal que a día de hoy está a punto de ser médico. Y a raíz de esta relación surgió el comienzo de nuestras fiestas universitarias inmemorables. El portugués y sus amigos se convirtieron en nuestros aliados de fiesta y las salidas universitarias nocturnas empezaron a abarcar más días que la segunda mitad de la semana. Por aquella época yo no tenía compañero, amigo especial… bueno, lo que formalmente se denomina novio. Yo estaba demasiado ocupada conociendo mundo. Alexandra González Barros 3 Una noche, Fátima y yo conseguimos escaparnos de lo que a veces llamábamos “nuestra cárcel”. Fue después de cenar. Una amiga nuestra salió al rellano de la salida como si fuera a fumarse un cigarro y la portera estaba demasiado despistada para vernos a Fátima y a mí rodar por el suelo del rellano hacia la calle como dos gatos en celo. Una vez fuera nos dirigimos hacia el centro con ganas de fiesta, ya que habíamos acabado los exámenes y había que celebrarlo. Nos fuimos hacia la casa del portugués, yo nunca lo llamaba por el nombre, y cuando llegamos nos encontramos con lo que acabaría siendo mi perdición al final de la noche… Un piso lleno de estudiantes portugueses y, una cocina tan pequeña como la ducha de nuestros baños compartidos con un tremendo campanote. En la jerga universitaria, formar parte de un campanote es encerrarse en un habitáculo diminuto de cuatro paredes lleno de humo como consecuencia de una suma considerable de porros fumados. Para llegar al estado en el que acabé sólo hicieron falta dos cubatas y el ambiente hizo el resto. He de añadir que no fue aquí donde fumé mi primer porro, aunque tampoco fue necesario. Cuando salimos de la casa camino a nuestro pub preferido mi estado de felicidad rebosaba el clímax. Y llegamos al pub. De diez que empezamos la noche sólo quedábamos el portugués, Fátima y yo. Nunca me gustó ser carabina de parejas, así que decidí dar una vuelta para contemplar el ambiente. Para mi sorpresa allí estaba ÉL. ÉL era uno de los chicos mayores que estudiaban en mi facultad. Nunca habíamos entablado conversación, yo me limitaba a mirarle Alexandra González Barros 4 de reojo por los pasillos de la universidad en los cambios de clase, y ÉL se limitaba a repeinarse el pelo y mirar cuántas chicas lo observaban. En definitiva estaba bueno, al sexo femenino de nuestra universidad nos tenía loquitas y ÉL lo sabía. A partir de aquí, Fátima y mis lagunas mentales de los días posteriores tuvieron que ayudarme a reconstruir el final de la historia. Parece ser que nos pusimos a hablar y acto seguido las palabras no fueron necesarias… Yo acabé siendo la envidia de primero de carrera porque me había enrollado con ÉL, pero yo nunca llegué a recordar ninguno de los cientos de besos que debimos de darnos. El único recuerdo que mantengo a día de hoy es despertarme con Fátima a mi lado, hacer un sprint al baño y acto seguido… expulsar todo de mis adentros por más de un orificio… Y que la imaginación haga el resto. Después de esa noche, ÉL y yo no volvimos a tener ningún tipo de trato. ÉL me miraba con cara de incógnita y yo decidí que ese asunto se me quedaba grande en aquel momento. Así que cuando ahora hacemos una reunión de amigos y rememoramos viejos recuerdos cuento mi historia. Y ninguno puede evitar las carcajadas al imaginarme en el baño, con una resaca increíble y sin poder recordar lo que pudo haber sido una noche inolvidable. Y si mi madre lee esto, es hora de que le diga la verdad acerca de sus perlas. No me las robaron… se me cayeron en un momento de la noche en el que Fátima tuvo que meterme la cabeza en una fuente para que pusiese algo de mi parte al volver a casa y no tener que llevarme en brazos. Alexandra González Barros 5