Gloria Fuertes - Su obra

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Las princesas traviesas
Hace mucho tiempo sucedió este cuento, que os cuento.
Esto era un rey que tenía cuatro hijas y las cuatro tontas de remate.
Brunilda, la madre reina, era tan tonta como ellas, pero más gorda, mandona y
autoritaria, en el castillo sólo se hacía su regia voluntad.
Rosauro, el rey padre, adusto, seco y arisco, pertenecía a la rancia rama de los
berrugosos, lo único que le adornaba no dejaba de ser su nulo historial bélico, pues
durante su reino no hubo guerras, quizá más que por amor a la humanidad porque se
decía a sí mismo:
- ¿Dónde voy yo con lo que está cayendo y éste mi canijo ejército armado tan sólo
con tres cañones oxidados, trescientas lanzas sin punta y siete escopetas
encasquilladas?
Brunilda y Rosauro eran reyes de un país muy pobre debido a que no llovía y a que
no tenían ni chumberas, ni minas, ni olivares, ni nada; pues la reseca tierra de su
pequeño reino, sólo daba boniatos y bastante pequeños.
La real mansión, donde vivían, era un castillo ruinoso, cubierto de yedra por fuera y
de polvo, por dentro, todo destartalado y lleno de sorpresas, tanto es así, que el conde
abuelo murió de un misterioso arañazo, no porque le picara tal bicho, sino porque se le
cayó una araña de bronce sobre la cabeza.
Estaba el castillo rodeado de un foso que hace siglos tuvo dragones y ahora no tenía
más que dos o tres lagartijas.
Las princesas traviesas, Fitina, Florindina, Casildina y Benjamina -estos eran sus
nombres- eran cuatro muchachas como cuatro alcachofas, pues debido a la ropa y al frío
que pelaba llevaban numerosas faldas, maxifaldas, miriñaques, corpiños, chalecos y
jubones, pareciendo gordinflas y hermosas, las que sólo eran delgaduchas y canijas.
Las cuatro princesas, además de ser tontas y delgaduchas eran traviesas.
¡ATENCIÓN! AHORA EMPIEZA LO DIVERTIDO
Por mandato del rey Rosauro se habían colocado en las almenas del castillo, una
especie de anuncios luminosos con los retratos de las cuatro princesas para llamar la
atención de los caballeros nobles que por allí pasaran, ya que el único deseo del rey
Rosauro era casar al cuarteto.
Fitina era la menor, canija, repipi, marisabidilla y coqueta, tenía veinte años y tocaba
el clavicornio.
Florindina melliza de Casildina era díscola y traviesa -la más traviesa- se escapaba
con frecuencia del castillo para ver las fiestas y danzas del pueblo, tocaba la cornamusa.
Casildina al contrario de su melliza era dócil, obediente y bastante melancólica, sólo
tocaba el arpa -y muy mal por cierto-. A veces formaban un cuarteto de cuerda que era
para ahogarlas.
La inquieta Benjamina era la mayor. (¿Por qué iba a ser la menor?). Benjamina era el
terremoto del medievo, nerviosa, larga y rubia como una jirafa. Escribía en su cuarto
versos y versos dedicados a las hierbas del campo y a su desconocido príncipe.
Benjamina era la más zángana y la más ocurrente.
Las cuatro princesas, como dije, tocaban varios instrumentos. Las cuatro llevaban
varios tirabuzones y las cuatro llevaban varios años esperando al príncipe azul, o de otro
color.
Hablaban constantemente de dicho príncipe, y con más intensidad cuando se reunían
al atardecer en el cuarto de música, mientras tañían sus instrumentos, desafinada y
disimuladamente, hablaban, de cómo querían que fuese su elegido haciendo mil inventos
sobre el mozo (príncipe) y sus posibles encantos.
Diariamente repetían poco más o menos los mismos diálogos:
FITINA.- ¿Cómo le quieres tú Florindina? ¿Cómo te gustaría que fuese tu príncipe?
FLORINDINA.- ¡Ay! Ya os lo dije; le quiero ni alto ni bajo, ni gordo ni flaco, ni pobre ni
rico, ni rubio ni moreno, ni listo ni tonto, ni feo ni guapo, ni guerrero ni atontolinado, ni
fresco ni pavo... le quiero... peludo y atleta.
BENJAMINA.- ¡Ay hija! ¿Y dónde vas a encontrar esa ganga?
FITINA.- ¿De qué país te va a venir esa suerte? ...Y la gachí del arpa. ¿Qué nos dice?
Contesta Casildina. ¿Cómo quieres que sea tu prometido?
CASILDINA.- Yo no le quiero atleta, le quiero poeta. Le quiero débil y tierno, muy tierno...
BENJAMINA.- ¡Uy hija! Ni que te le fueras a comer...
CASILDINA.- (Ensimismada.) Sí... me gustaría que supiera bordar.
(¿BORDAR? -preguntaron las otras tres princesas a coro.)
CASILDINA.- Sí, bordar. Bordar madrigales poéticos con su áspera voz en mis orejas.
BENJAMINA.- Ah, pues yo no lo quiero poeta, porque yo me basto sola en poesía. Y con
un poeta que haya en la casa sobra. Mi ideal es que sea tosco, brutote, primitivo y como
el de Florindina, ¡peludo!
FITINA.- (Junto al ventanal lanza una tiernísima mirada hacia el sitio crepuscular
-quiero decir hacia donde se esconde el sol-.) -¡Ay!... Yo le quiero... Yo le quiero...
BENJAMINA.- ¿Pero cómo le quieres Fitina? ¡Termina de una vez que viene padre!
FITINA.- Le quiero... ¡Le quiero ya! Aunque no le conozco. Le quiero desde antes de
quererle. Sé que es largo, barbudo, lleva melenita de Colón y tiene no sé qué en la
mirada.
BENJAMINA.- ¿Será bizco?
CASILDINA.- ¿Será moderno?
FITINA.- No, tiene un poder extraterrestre, es así, como le estoy viendo cuando entorno
los ojos. Así y cantador de flamenco.
(¡¡¡FITINA!!! -dijeron las otras tres princesas a coro.)
FITINA.-Sí, es de esos que llevan la guitarra a cuestas y van de galas, cantando
romances por los pueblos.
CASILDINA.-Tú le quieres trovador como el mío y eso no vale.
BENJAMINA.- Ahora escuchad hermanas, escuchad esta oda (esta poesía) que he
escrito sobre el mismo tema. Se titula «El caballero debe ser». Empiezo:
El caballero debe ser con su caballo,
con su caballo y también con su cabello,
nunca pelón, ni calvo, ha de ser bello,
lo de «el hombre y el oso» es horroroso.
Con su caballo, lanza y con escudo,
debemos elegirle muy forzudo,
delicado a la vez, y sin paperas.
Al hombre la que espera desespera.
El hombre debe ser muy poderoso,
escogerle aguerrido y valeroso
y seréis muy feliz por las almenas.
No importa que doblones (pesetas) no posea,
ni que su bolsa nunca tenga oro,
vos debéis elegir, que es un tesoro,
casar con quien el alma lo desea.
(-¡Bravo! ¡Chachi! ¡Qué tía! -dijeron las otras tres princesas a coro. Las barbas
largas y lisas del rey ROSAURO, interrumpieron el jolgorio del cuarto de lectura.
BENJAMINA, turbada, hizo una pelotilla con el pliego de pergamino y la tiró a la
chimenea. Vio el padre rey la maniobra y se dispuso a recoger aquello, lo leyó y
bufó:)
ROSAURO.- ¿Quién ha escrito esta porquería?
(Las cuatro princesas se callaron.)
¿Quién ha escrito esto? ¡Contestad o mando que os corten los cabellos al rape!
(Como el rey ROSAURO era muy bruto, las princesas, temiendo perder los
veintitrés tirabuzones que reunían entre todas, exclamaron. -¡Lo ha escrito
Benjamina!
El rey se acercó a la culpable hasta rozar su regia nariz con la no menos regia de
su hija y la recriminó, la regañó.)
ROSAURO.- ¡Zángana! ¡Más que zángana! ¡Mema! ¡Qué horror! ¡Una poetisa en la
corte! ¡Una cursi en la familia! (Aparte.) Esta no se nos casa. ¡Y es la mayor! ¿Quién va
a cargar con esto? ¡Haber escrito esa inmundicia que ni pega ni nada! De vergüenza...
¿No se te cae la cara?
BENJAMINA.- No padre. No se me cae.
ROSAURO.- ¡Debiera hacerte monja en ese claustro!
BENJAMINA.- Y usted debiera hacerse tirabuzones en esa lisa barba. Créame padre,
estaría más guapo, -le aconsejó la hija para cambiar de conversación.
ROSAURO.- ¡Insolente!
(Y dando media vuelta a la derecha y un fuerte golpe a la puerta de la izquierda
salió el rey ROSAURO de la cámara.
Salió de la cámara dispuesto a llevar a efecto lo que ya tenía planeado; pero antes,
ordenó a sus criados que le hicieran tirabuzones en las barbas.
Lo que el rey ROSAURO tenía planeado era que, dentro de tres días, llegarían al
castillo, cuatro nobles príncipes de distintos países y razas, príncipes que
ROSAURO con su extraño talento y perfecta intuición en relaciones públicas se
habían encargado de buscar.
Aquella misma tarde el rey llamó a BERLINA, el Mago, y habló con él en voz baja,
más de cuarenta y dos minutos. Lo poco que se les pudo cazar de todo lo que
dijeron era esto:)
ROSAURO.- Así ha de ser Berlina, en eso quedamos. Haces el brebaje (refresco
mágico) y se lo das a beber a las princesas, cuando las tengas hipnotizadas, pero bien
hipnotizadas, para que nuestros deseos sean los suyos... para que cuando los vean, se
enamoren como tontas -que son- de los cuatro príncipes que las he agenciado
(buscado)...
BERLINA.- ¡Que todo nos salga de maravilla, Alteza!
ROSAURO.- Si así sale, te nombraré ministro.
BERLINA.- ... No sé qué decir Alteza, a mí los cargos, se me suben a la cabeza....Lo
que hay que procurar es que una vez que yo les dé a beber el brebaje, no vean a nadie,
hasta que les presentemos a sus prometidos.
ROSAURO.- ¡Claro, claro! ¡Si no, vaya negocio!
BERLINA.- Antes de irme Alteza, ¿puedo añadir a la bebida un vasito de cerveza?
ROSAURO.- ¡Añade cerveza y anisete, pero vete!
(Cuando el Mago BERLINA, entró en la cocina, donde estaban cuchicheando las cuatro
princesas, éstas se sospecharon algo raro. Y al verle hacer tantas tonterías con las
manos y con los ojos pensaron que se había vuelto loco de tanta ciencia.)
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