La Atlantida

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LA ATLANTIDA
Y EL DESCUBRIMIENTO DE AMERICA
Manuel Bticeñ~> Jáuregui, S.}."
Hace qz4inientos afíos, uno wm:rior al Descu})rimieitto. num~rosos
navegantes de España y Portug<i/ recordarían -asf la creemosuna historül eme. pura los griegos de veinte siglos antes, era Vl!l'da•
dera. 14 habia r.e{erttlo Pfatón en 1.1no de sus diálogos. Crttlo:J -uno
de los interloczuotes- comaba que /a hobfa recogido (je labios tle
Solón, y .éste a su vez.deuna tradición venerable de nueveMil años.
Era cotiServaiJ¡¡. por los ancianos sacerdDtes- egipcios: el mito
encantador de la At!Jintida. Los atenienses contemporáneos no
guardaban (era una lástima), rernl!rdo alguno de la brillante hazaña
de sus amepasados preh~tóricos. Pla<ón, flieto de Drbptdas. la
llab!a ol'du ct~<JIIdV leníu 1 O <VIVS de edad y, ahora >'a l~Wfu, 1..
eonsigl!aba por escrito.
•
l. EL PAfS QUE LOS GRIEGOS LLA-
MARON ATLANTIDA
..
Hubo unu isla. un pals mucho rnás
extenso que el Asia y Litia unidas, situado más allá de las Columnas <k Hércu\e.$
(hoy Gibraltar), con un archipiélago de
islas menores. Los griegos J¡l denomina·
ron At!ántid·a.
•
Dicha isla gigantesca fue un reino
poderoso de larga historia, hasta que un
cataclismo la sumer"&ió en el mar donde
apenas bancos de aren a seft alan et lugar_
De \lsta manera se irücib con Platón
una intel'J1linable serie de illquietudes y
se alerHó la irnagil1ación de los marinos.
La idea de la existencia de pueblos ape-
Oir~ctor de la Academia Colombiana de la Le"gua,, Wembro de Númaro de la Academia de
tli<toria <le Colamh\~. ele la E~le>\~stica ~ ll• la Real Academia Española. Master of Arts de ¡a
Universidad de úxford.
49
nas soñados estimuló a los v1a¡eros y
navegantes, ~n especial a los antiguos
marineros a buscar el contecto con lo
desconocido. Los inet>.ntivos de esta
búsqueda eran, en gen~ral, económicos y
debían fundarse en la posibilidad de que
el mundo fuera mayor de lo que se
pensaba, basados en las nociones geográficas y astronómicas de entonces sobre
la forma y extensión de la tietra.
Los mismos griegos - testigo Pindaro-
c.refan que " nadie se podía atrever a
allá de las Columnas de
av~nt\U"arse má~
Hércules, de hondfsimos curuentos,
rumbo al inaccesible mar, donde no
ltabfa sino ti nieblas. . ."Mas, tornando a1
diálogo platónico, uno de los sacerdotes
de Sais en el Delta del Nilo, había dicho
a Solón, el más sabio de los Siet~, que los
helenos eran unos nifios, ya que un griego jamás era viejo_: por eso no tenían
opinión alguna de las antiguas tradicio·
nes que les suministraran una cien~-ia
fruto de canas venerables. Solo que esta
ignorancia 11ra en ellos una enfermedad
incurable. Pues en épocas ant~riores
hubo catástrofes gigamescas, tragedias
devastadoras y diluvios que el ciclo había.
enviado para purificar la tierra, en las
cuales Jos hombres, sorprendidos por los
cataclismos, perecieron en todas las
regiones habit adas. Ca<ia una de esas
crtlamidadet hizo desaparecer los monu·
mentos escritos )' aún la tradición oral
de las grandes hazafias de otros tiempos.
Esta era la razón de que Atenas ig,norara
a<.¡uel período de la más aJta antiguedad,
el de la al10rada Atlántida . ..
e\Critor y dramatutgo de comienzos del
siglo 1 de nuestra era, el más alto exponente de\ estoicismo de la época imperial,
ttae un pasaje celebérrimo en todas \as
edades, que parecería profetizar el
h.alíazgo de esa Atlántida mister1osa. En
su tragedia Medea termina el acto 11
con estas palabras que vale la pena recor·
dar:
•
"En edades tardias. han de venir unos
sig!Ds en que el Océano relajará las cadenas del mundo y se abrirá una tierra
inmensa: Tetis (la diosa del mar) tev\\Jará
un nuevo mundo y Tule {el último
confiii sepcentr.ional del universo) ya no
será la postreta de las tierras".
Y en otro pasaje de !as CuesticJrtes
Naturales (Vll, 25) dice que ''tiempo
vendrá en que un día venturoso y un
estudio atento y seguido durante muchos
siglos sacará a la lu~ de todos estos
míster(os de la Naturaleza". Y ailade:
"Vendrá un dfa en que. nuestros descendie.n tes se admirarán de nuestra ignoran·
cia en cosas tan claras".
Así los romanos. Los e.scrltores
medievales recibieron esa noticia (le
parte de los geógrafos árabes, junto co~
otras tradtciones de ISlas en el occidente
del océano, probablemente aquellas que
Jos lll;lenos denominaban de Los .l3ienaventmados o las Islas Afortunadas, de
verano pemmnente y envidiable abundancia, o de Jos Feacios quizás, de quie-
nes havla Homero.
E11 ~a
Edad Media, cristianos, arabes
y judí os hicieron del diálogo de Platón
- d Timeo principalmente- uJJo de SllS
2. LOS ROMANOS PROFETIZARON
SOBRE UNA ATLANTlDA MISTERIOSA
Los romanos parece que tuvieron
alguna notici~, así hubiera. sido vaga pero
esperanzador4 de. un continente desapa·
recido. Lucio Anneo Séneca, filó&ofo,
so
lnvesti~3dÓn y
libros canón.icos: lo conocieron, leyeron
y releyeron, si no en el t~xto original
griego al menos en 13 traducción !atina
de Ca1cidio, del siglo Vl de nuestra era.
Para ciertos ca.rtógrafos de los siglos
XIV y XV estas se identificaban ~on
Madeira y las Canarias o las Azores, o
OC$3troUo Social, Santafé de Sogotá. CM.. Vo. 3 No. 1 EN"E'RO-AQ ftll.- t ~2
•
•
con San Brendano, Avalón, Antilla o la
de las Siete Ciudades, y algunas más.
gañado, buscó en su fantasía poética un
mundo diferente donde siíuar sus suellos.
Los pueblos precolombinos ignoraron, hasta el Descubrimiento, la existencia de otro mundo. El oriente asiático y
las poblaciones que vivían más allá del
territorio musulmán fueron una incógnita para los pueblos occidenta les y medi temtneos.
Es imposible, por lo visto, decidir
qué es leyenda o realidad. Más la cuestión sigue preocupando a los hombres de
ciencia y a los de cultura media.
3. EL RENACIMIENTO CREYO EN
LA AAORADA ATLANTIOA
•
•
En el Renacimiento se quiso racionalizar el mito y se creyó que la anorada
Atlántlda era real, y que los viajeros
podlan pasar de esta a las demás para
ganar todo el Con tinente, en la costa
opuesta de un mar que merecía de veras
ese nombre. Se sabía además que en uno
de los lados, dentro del estrecho de que
hablamos, no babia más que un puerto
de boca muy cerrada y que, del otro lado
hacia afuera, existia un gran océano
desconocido. La tierra que lo rodeaba se
podia llamar con exactitud un Continente.
La Inquietud de Jos eruditos de todos
los tiempos se ha apasionado con esas
narraciones legendarias de la antigüedad.
Los mismos griegos prehistóricos - afladc
la leyenda- hubieron de habérselas con
el pueblo de los Atlsntes, procedentes de
esa isla portentosa que exhtió más aJJ:l
de las Columnas de Hércules. Y se
preguntan los sabios: ¿fue rea l, o una
simpl~ alegoría mitológica? ¿tuvo como
punto de partida un acontec imiento
auténtico? ¿Era un continente intermedio de Europa y América? Muchos, que
interpretan a la letra y dan valor de
relato histórico a Jos textos de Platón.
responden que en época antiquisima
existió ese continente, la patria primitiva d~ un pueblo, cuya civilización fue el
origen de todos los que han venido
después. Otros, no "en sino una creación
m( tíen de Plató n quien, ya viejo y desen-
4. EL MITO GRIEGO Y LOS RITOS
EN I..A POUS PRINCIPAL
Pero remontémonos más arriba. El
mito griego nos lleva a Jos orígenes
donde, si bien obseiVamos, nos va a
parecer encontrar lejanas reminiscencias
de los monumentos y fortalezas incaicas
y aztecas, y de nuestras cordiUeras y
volcanes y pampas y sabanas y fortifica·
ciones costaneras.
Porque sucedió, dice la leyenda, que
los dioses echaron a suerte la tierra entre
ellos. Poseidón recibió como heredad la
isla Atlántida e instaló en el macizo
central montanoso de la ínsula los hijos
que había engendrado de Clito, una
joven mortal de quien se había enamorado y la cual había perdido a sus padres
Evenor y Leucipe. Cerca del mar, pero a
la altura del centro de toda la isla, había
una ~ran llanura -son palabras de
Platón - , la más bella de todas las llanuras y la más fértil: contigua a esa planicie, distante su centro como unos
cincuenta estadios, había una montalla
que tenia en todas sus partes una altura
mediana. Y para defenderla "fortificó y
aisló circularmente la acrópolis en que
ella vivfa. Con ese fin hizo recintos de
mar y de tierra, grandes y pequetlos,
unos en torno de otros. Dos de tierra,
tres de mar. Y, por así decirlo, los redon·
deó comenzando por el corazón de la
isla, del cual esos recintos distaban en
todas partes de manera igual. En esta
fonna resultaban infranqueables para los
hombres, pues en aquel entonces no
había barcos todavía ni se conoc!a la
navegación". Aqú! vivió con ella largo
tiempo el divin o Poseidón.
ln•·utl¡t•d6n y O.nnollo S<>cial, Son,.re do Bo~oú. Col. Vo. J No. 1 E~RO·ABRIL ·1992
SI
Para los hijos que engendró, cinco
pares de gemelos, él mismo dividió la
Ath1ntida en diez partes que fueron habi·
radas por numerosas generaciones y
concedió la supremacia a quien denominó
Atlas. Este varón prudente que, como
di ce Homero, "conocía todos los abis·
mos del insondable océano", moraba 11n
el Jardín de las Hespérides, en compaflfa
de lss l'lé)•lldes, sus b.ijas y dr las deseen·
diente~ de Héspero. el lucero de la larde.
Jard!n florido situado donde cada atar·
decer el sol desaparece, región ignota
poblada de mislerios. más allá de los
linderos de la tierra, en los extremos
límites del mar, donde - según Eurlpides
en una úc sus tragedias- "hay un punto
en qu~ el supremo señor del mnr veda a
Jos navegantes continuar su camino:
porque en él está el augus10 confín del
universo,,
As{ lo imaginó la bella mitología de
los griegos. Por su parte, los atlantes, los
b.ijos del titán, adquirieron tal abundancia de riqu~¿as como nunca antes naclie
disfrutó, ni probablemente después las
conseguirá. Porque la isla poseíu u na
opulencia extrema por su nora y tesoros
minera les. Pu~:s cuanto era necesario par~
vivir lo proporcionaba espontám•anwntc
el suelo, además de todos los metales
duros o maleables que se pueden extraer
de las minas: entre ellos el oricalco que
brillo como el fuego y el oro, lo más
precioso que cxistfa en esa época.
Además, el derroche de cuanto pueden
dar los bosques para el trab¡¡Jo de carpinteros y ebunistas, junto con numorosisimos animales salvajes y domésticos, de
toda clase y pasto para todas las especies
que viven en las mon tafias, en los bos·
ques, en los pei!ascos, rocas y llanuras, o
las que se mueven en los lagos, pantanos
y rlos. Y esencias aromáticas, resinas,
raices, frutas, olivos, vides, flores, cerea·
les, semillas... , pues aquella isla iluminada por el sol, daba todo fruto, vigoroso, soberbio, magnifico, en cantidades
inagotables.
52
Con tantas riquezas los habitantes de
la Atlántida construyeron ciudades mag·
níficas, templos gigantescos con estatuas
de oro y piedras preciosas, pala.cios
esplendorosos, jardines, muelles, arsena·
les y embellecieron el resto del pa{s.
Fabricaron galerías subterráneas o túne·
les complicados para facilitar la defensa
y el comercio; y escalinatas o graderías
de piedra. y canales y puentes; rodearon
las orillas del mar con muros circulares
de roca y torres y pucrras sobre los
puentes, en los lugares donde pasaba el
mar. Y levantaron murallas.
•
Habla piedra blanca, negra y roja.
Las construcciones unas eran populares,
sencillas; en otras entremezclaron las
diversas clases de mármoles y variaron
los colores para agradar a la vista dándolos
una apariencia natmalmente atrnctiva.
Las ciudades estaban del todo cubier·
ras de casas en ¡¡can número y apretadas
unas contrn otras. Las multitudes produ·
cían, día y noche, un continuo alboroto
de voces, tumultos incesantes y diversos.
En el resto del país, el territorio que
l~vantado en al¡¡unas
panes. ~r¡¡uido como cortado a pico.
mientras el terreno en tomo a las ciuda·
des era plano. La llanura misma a su vez
estaba cercada de cadenas de montanas
que se prolongaban hasta el mar. La
región, en toda la isla. estaba orientada
de cam al sur, al abrigo de los •ientos del
norte. Muy alabadas eran las altas monto·
ñas que las protegían, las cuales en
número, en grandeza y en belleza aventa·
jaban a todas las que existen en la aciUa·
daba al mar era
lidad. Pero también en las montanas
había buena cantidad de villas bien
pobladas, y ríos. lagos, praderas capaces
de alimen1ar toda clase de animales de
alli originarlos y un gran número de
bosques extensísimos y sustancias tan
diversas que proporcionaban abundante
material propio para todos los trabajos
posibles.
Investigación y Desarrollo Soobl, Santaféde Bo¡;o!i, Col. Vo. 3 So. t ENERO-ABRIL· J 992
•
•
•
Lo~ habitantes cos.e~naban do~ veces
al tilo los productos del a~t'(). Lot de las
montal\&.s y del cesto del pac~. sumaban.
~e&ún te decía. un mimero inm~n'lO.
Todos, de acuerdo con lo$ empi•Lanuen·
tos y los poblados. hablan sido rtpanidos en tr~ los distritos y puc1tos bajo el
mando de sus Jefes. Cada ar\o se rcunian
en la polls principal para urta c~rcn,o nia
ritunl sa¡rada, despué~ de la cual se
juzgaban recfprocamcnt,., r~l'l~~tlo.lo\ de
un ¡¡ran m3nto color azul os.;uro, en
plena noche. que tcmllnabll cuando
toda~ la• antorchas se 1\abísn exttn¡¡uufo
y bs cemz.u cálidas aún. de l0¡ sacnliciO&, quedaban humeante>.
Durante mu cho tiempo lo~ r~yes
¡¡oberrwron sc¡lun j11sticia. 1 llos poclf~n
custil!ar y condenar a mucne :1 qu ien
les ven la en voluntad. Era en e;as rcunionn .:uanclo deliberaban <i al~unt. de lo>
monarcas había cometido mtraccJOn<"-'
de ~u~ deberes. r era jutgado tuml:li~n.
Gntin a la consranr~ pr4:S<'rlCI:t enlfl.'
tll~ lld principio di•·illo, no deJaban de
MH'I\>;n\dr ~n provecho propio y en d ,,k
los hubuilos los bienc~ dd cid u.
piensa que la cl~be como una 151a, por
más gi[!antesca que fuera. Al fin y al
cal><> en un Q()ntmtnte todeado por dos
océano~.
Y Pf,¡on prosigue refimndo ~~
fascínantc mno que lo; ancianos S3terdot~s -egipc1~ 1t contaron a Sc>lón. PU<)
bien. anade ,¡ue por culpa d~ los hombres se de~l\1\aron guerras y vinieron
terrible~ 1~111bl1>r~$ d~ lierru catuclislllcls.
Durante un dCa y una noche hom·llclO\,
todas lo\ ll•bltan\~~ fueron lr•g•do• Jc
golpe l\(lr el •udo que pisaban )' la
Atlánuda se sumcr~ en 1:15 a~!l~. Los
ab.orbtó b tcyend~. ~o quedó de ¡u
llisroruJ rná~ qu~ un fo11do limos<> lnlran·
qucable dlf(O:II obstáculo para 101
navcgJrllc> que lHt.dan sus singlolll\1111~
nacl!l el ~rnn u,~a!lo.
''Fsr:. hi.•wriJ. decía Hcrmó·~ral~'
a Critra~ n rl lrmeo de Plat•'n d(bcn
conrarscl~ a Sócurcs para qu, el ¡ut.¡,"1.te
si es utWL~ble o no pBTa lo que no' 11&
prescrJro ''
\ <d J<tuf IJ 2nrig113 k renda d~ la
Atlánt1tlu <IW tdnl<> parecido pudJ,·ra
rener en muchos 11spcctos ~on nue~rra
AmO::ricu l' q 11 ~ hoy ~sramos rcc()nlnrr
en e~\ a i~IJ ,\ ll~nrida.
uno., r~yc~ ho.bísn f<lrmadu un unrerio
llfllnde, pró$¡let'(), mara,iUQ>l), qut &luró
mue hu ~:cneraciort<:s ~ ~ con,'!rtl6 .-n, l
donunador de toda ('>4 tlern y lle
muchaS Olta• isla:, \'o!Cin~, r .. ro fi:CJOI"
dcten<'Undo y entone.,~ .:o:~1~n1ó a
~r~c~r en los monarcJs y en t.Jú,r. ch1sc d~
¡1oiJcrnHJ1lcs d orgullo, la umbid<'IJI y
muyo¡ nnsür de poder llu~w ltc¡!.ut u
convertirse en rirano5. cort ln rcnd6tl <.l<!
subyu~ur las resranres ,,acionc~ Jd
Do
man~raqu~
un,verso.
Jn~paces,
enronccs, Jc
~>tc­
Mr la rr~pc;idad pre<cnrc, incurrwron
t'l'l la 1ra de lcU$. quitn 'e vió oJ>h~Jo a
castJprJo •.
tlustu uqu(, resumid •. la narración
del filósofo-poeta que se w pcrr,·ch\mcnIC· t<nfocudn con mcn tali,la,l jll'IC!W, ~11 la
cuul nu podla faltar el rnnr, mdximr si se
vfsp~ r·u, del V Cenrcnario. C'cnr~ ·
n,:¡¡jo. ¡•r,·~uru Jlll<)~. ¿ d~ la ·\ rláJlli<l3 '1
¡.d!l mun<lo~. ,,<.k"''· ~ue,·o ~orlllo,·nt~ ·•
do en
S. [L Al.\QUf l>E
L~
A\I,\/0\,\S
o,odor,, ~lculo un htstonotlor ¡;ric¡:o
di!! ~t$1o 1 Je !ll>•'ltra .:rl. <]Uien e<e·rbi(>
una fllbii<>t<'< ~ <if lu~ll)rW5 ~n ~lr;rT<-nt.r
libro.\, C(lll !11~ qu~ pt~S\ó impl)r!,>nlc~
.>ervicios .~ .¡uq ~nntc~-npo r,\~\x-:~)~ J· '' h''
mod~rnu' illl o'llil!adore~. rcco¡:~ Ul)a \la•
Jicióu .:ur .o~, 1>~11.;.11 t< diferent!, 1'~'"
<¡u.- C<'mplcmC'nts l;t pot!tica itna)linac¡'.\n
<k/ arcnrcnsc. Orce (ll. S.;t que 10\
atlanrcs, fueron a1u..:a<.l<>s pcr la.. ,\m:¡~o­
nas. \fu4~a . la noma. oblllli) <;<l- ' "
t;íércuo d< rnurcrt\. ¡¡randes l'iCtOriJ\ Y,
en¡u-dd:~, d~cluró In guerra tt lo> ucl~nt<'~.
un paj,, >ill.rodo al borde del o~•':wo.
donde hubt'an nacido numerosos dio~'''
Con un batallón de tres mil amazonas
combatieron a pie y veinternil a cabaUo
hasta lograr denotar al enemigo, y conquistar el territorio y apoderarse de la
capital, donde Mirina hiz.o :pa~ar por la
espada a todos los hombres y se !levó
cautivas solo a las mujeres, para luego
poner fuego a la ciudad. Los demás
atlantes capítularon.
El mito continúa deleitándonos, pero
no es del caso proseguir con él, pues
debemos retornar al romance filosófico
de Platón, quien colo<:a la Atlántida
donde estaría11 las islas de los Bienaventurados, 5egún la tradidón griega, o las
islas Afortunadas,
E.~ el mome-nto de decir con el poeta:
"Sofiemos, alma, soñemos. , ." como sin
duda so.ñó Colón y sus ilusos aventureros
cont-emporáneos hace quinientos años ...,
como sofiaron portugueses, italíanos y
tantos más.
Peto, tal vez no fue una mera ilttsíón.
En tiempos recier\tes se ha buscado con
ansiedad la manera de situar la Af!ántida,
si de veras existió y se. ha Investigado por
todas partes, induso en el Mediterráneo
oriilnta.l y husta en. el océano fndi()O, Lú
crítica moderna cl'eyó en un vnncipio
insoluble el problema. Sin embargo, en
1865 el médico y botáriico austriaco
Francisco Unger comen taba que hasta
entonces no se había dado al pasaj~ del
Tfmeo ninguna explicación satisfactoria
ni por parte de los historiadores, ni de
los filólogos, ni de los naturalistas y
afladfa - son palabras textuales- que
"habría osadía en suponer que toda la
tradición es imaginaria, habiéndose probado que hay en eUa un fuJJdamento
seguro'·'. Y explica que la hipótesis de
un continente central tiene observaC-iones en su favor: las faunas litor&les de
Europa y Améria ~e asemejan muc)Jo.
sobre todo !as de la época terciaria; la
misma observación puede hacerse f\Jl la
54
pobfación ind{g~:na . , . ; Jos !)otánlcos lo
confirman aún rnás, deducido del exame-n
de las plantas que aparecen en Europa en
forma fósil ~· las americanas de. la actualidad, pertcnecientlls aque-l las al período
tetci:trio y en Amérlc.a al actual. Unger
conclu}'e que. "en e.J período terciario
existía un continente intermedio de
E4Topa y América, que podemos llamar
,41/onJJ,r, y que se extendía, hacia el
norte., .hasta lslandia, comprendiendo
además las islas Atlánticas" .
•
Los geólogos, apoyados en lo.s datos
que suministra la distribución ¡¡eográfica
de las esrec!es de la. fauna, afirman que
los archipiél~gos atlántlcos estuvieron en
otro ciempo soldados en un continente
unido a Portugal y a Manuecos y que al
sur se hallaba limitado por una costa
entre Cabo Verde y Venewela.
6. EL GEOLOGO 'fERNIER: SI f:XlSTIO LA ATLANTlDA
El sabio gcólo~w M.O . Tcrn ier ha
Uegado a la conclusión de que la famosa
i~la de la cual tratamos sí existió, precisamente en el lugar en que !a sitúa Pllltón
en el Timeo (Bulletin del tnstítut Océa·
nograplüque, j unio de 191 3). "En una
~poca relatívament() rC!cíente, hacia el fin
de la era cuaternaria - escribe el sabio- ,
al oeste de! Estrecho de G ibraltar se
hundió una vasra región continental D
formada de gtandes islas y las hu~llas de.
este cataclismo quedan l'isiblcs todavJa
para el geólogo,
L¡¡s dos riberas .este u oeste del Océano Atlánricocstán vord~adas por profundas fosas longitu<Hnales. Desde las islas
Coug h11sta el islote de Jan Mayen hay
aún una seri~ de vokanes que jalonan el
A frica, el borde oriental de la fosa oceanica. St-ncleos de 1898 al notte de las
A<cores han sacado a la luz fragmentos de
la~a vitrificada_
, de UM especie que solo
Investigación y Desanollo Social, SanWé de llogotá, Col. Vo. 3 No, 1 t NERQ·ABRU. - J<J'J2
•
se fo nna baio la influencia de la p resión
dtwu:.(éd ca, anterio r, por tanto, a la
época del hundimiento de Jos ,rolcancs.
Y los cuatro a rchipiélagos, que serian los
últimos vestigio s del conllnente desaparecido -Azores, Made ra , Canarias, Cabo
Verde- conservan aún u na fauna de
origen c.:ontirl~n tal, parecid n a In d e las
Antillas y a fas de las cos tas d e Senegal.
Todavía mas. el Critias (otro diálogo eJe
Platón) comienc una des..'Tipción geológica de la Atlántida, que corresponde
exactamente a la estructuro actual del
suelo de esos archipiélagos". Hasta aquí
~ 1 sabio geólogo.
•
•
Modernamente hay la te nde ncia de
c reer que en el re lato pla tón ico ex iste un
fo ndo de verdad o de realidad le¡¡Mdaria,
mezclado corl w1a gran dosis de invención pQé.tica. Mas la~ o¡li!ÜO"es ,;.e llalla"
divididas dado que, segun Rcné Vcrneau,
célebre médico y anrropólogo francés,
existe el obstáculo de 13 gran profundidad que separa actu31mente 3 estos diversos archipi~lagos, profundidades de n\áS
de tres mil metros. " Esti mo, concluye
Vcrncau, que ninguna de Jas observaciones clcr1\ Jfica>, re lacionadas an tcrio rmcnre. ad uce pr uebas en favor de la 1\tlántida tle Platón. La batimctrla, ~~ verdad,
ha revelado enue el anti{lUO y el nuevo
mundo. lu presencia de mesetas wbmarinas que han hecho pen~ur a muchos
geólogo~ en la cxistenci~. duralltc la
épocu terciaria. dt! tierra. más o menos
vustas. hoy d{a sepul tadas bajo las aguas:
pero esta A tlántida r erCi(lria. no tiene
!'lada qu e ver con la de\ fílósofo gr'rego.
l..a su mersió n se remon tarla en u na
época tan lej¡ma que los más viejos atenien<;cs no h3brfan podido ser iesrigos
dtl cataclismo que, en decir de los
sl\C~:rdotcs de Sah. provocó d ~úbíto
cn¡Eullimienro··.
Verneau
afirma ba Jo anterior ~n
1934. Tul es la cuestión en la
époc~
actual, 'mo> -c0 mo \\emo~ víslo - ofilin<.l os a u nu teorfa, otros a o t ru, sin dar
aün la solución definitiva del asunto.
Pero el mito en si produce en nosotros
una fascinación de la cual es muy difícil
<.>scapar, y 1eguúnos aprovechándonos
del crédito universal que los lec!Ores de
todos Jos tiempos ha n acordado n las
obras del Maestro.
Y hay más ro davfa. Segün la fantnsla
de los griego>. Poseidón, d ivinidad del
mar. fundador de la Atlántida, había
tomado precauciones para mantener en
su fnsula el reino de la justicia y pre$Crito una serie de ceremonias religiosas
paro contribuir a esra conservació n.
Precaucíon~s. sin embargo, que resultaron insu ficl~n t es, porqu e al fin triunfó
la barbo ric, la insolencia y el crin1e n que
ocasion~ron el castigo d ivino.
7. LA ISLA DE JACINTO VEROAGU ER
No podtmos terminar sin un reglllo
p<Jétioo. Jacinlo Verrlaguer, dc.licioso
ba rdo catuliln, mspirado en la leyenda
platónica compuso una o bra de fam8
u niversal, con el nom bre de la isln. Se
inicia con u na in troducción - alegre
fant~!.!a que ~apta la ~ur1osidad ?OI h>
insólito de la aventura imsginar~~ -. l::n
alta mar. cu~nta el felibre, .;e encuentran
una n:.vc veneciana y otra genowsa que
acometen ~n batalla. De pronto sobre·
viene recio temporaL Un rayo 111.1oela el
po lvorín de una de e llas. la cual se rl!Ja
por la n 1do1.a eJe la ca tástrofe, y arrastra
co nsigo la o tra a los a bismos. Barco$.
soldados y marineros son tragados poi
las a guas. Solo un ioven genovés, t~br:lu•
do a un troto de mástil consigue arribar
a lierra. A orillas del mar vive un sabio
anacoreta en una choza de rocas y ramaje. Recibe el náufrago, lo conduce a una
rüsrica ermita de la Virgen, lo conforta
y, luego de ~rn refrigerante descanso,
d istrae al anigido huésped conrándolc la
antigua h is\or\~ d e nl¡uell as a11ua s turbulentas. E l joven se llama CriStóbal,
lnvc•:ts :aclon y O.m rotlo So.:bl, S..ntaft de Do¡.ootó. CoL Vo. 3 No 1 1 'ERO·AURIL- 1992
SS
oriundo de Génova, quien oye por primera vez el legendario mito de un continente sepultado en e.J océano por un
cataclismo geológico y concibe la idea de
.ir a bu.s car un d fa el otro extremo del
mundo, más allá del que fue absorbido
por el mar.
El poema, de brillante fuerza imaginativa, comprende diez soberbios cantos
y una conclusión, en el cual no debemos
ex tendernos más.
8. EN LOS UMBRALES DEL V CENTENAR lO DEL I)ESCUBRIMJEN.
TO DE AMERICA
En cuanro al pensamknro griego, él
sí supo llegar a la raíz de la hlstoria: sin
fe, sin Dios no hay justicia duradera. Y.
cosa curiosa, fuera de las del Mediterrá-
neo, de las Cicladas y Espórades helenas,
los hebreos, los del Antiguo Testamento,
no conocieron otras islas. &, pues, posible que a ellos hubiera llegado la noticia
exótica de esa legendaria utop!a de
Platón perdida en el océano, rodeada de
islotes fantástico~. Tal vez a ella aluda el
profeta Jeremías cuando exclama:
•
"Oíd la palabra de Yallweh, naciones,
y anuneiadla por las islas lejanas. , .
(31' 10),
Y el salmista cuando canta que "el
Senor reina, la tierra goza, se alegran las
islas innumerables. .. (96, 1 ).
Ventutosamente escuchó la palabra
de Yabweh la supuesta Atlá.ntida redi'liva, o la 1ierra inc:ógnila que habitamos...
•
•
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lnvonlpclón y lleunollo SocW, Son~é de llof,ot,, Col
Vo.
3 No.)
ENUO.AB!UL ·
1 ~92
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