GOLES FANTASMAS Por Andrés Burgo Nota publicada en la

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GOLES FANTASMAS
Por Andrés Burgo
Nota publicada en la edición de noviembre de 2013 de El Gráfico Nº 4440
Varios goles que cimentan la mitología del fútbol argentino no pueden revivirse porque los registros
televisivos o fílmicos han desaparecido. Pero cuanto menos se los ve, mayor vigor cobran sus
leyendas. Aquí los repasamos con resignación.
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Es un grupo fantasmagórico. El de los goles invisibles. Todos saben cuáles son, pero nadie los
puede ver, nadie los verá y nadie los vio. O, a lo sumo, sólo fueron disfrutados (o sufridos) en
tiempo presente, hace 30, 40 o 50 años, por los testigos directos que estuvieron en la cancha, por los
televidentes de los noticieros del día siguiente o, en el atípico caso de que el partido haya sido
emitido en directo, por quienes siguieron aquella transmisión en vivo.
Y entonces los goles se esfumaron. Se desvanecieron. Nunca volvieron a la tele ni llegaron a
YouTube. Si perduran en el imaginario es por un puñado de fotos que cada tanto se publican en
diarios, revistas y webs (la mayoría perteneciente al archivo de El Gráfico), o gracias al código
ancestral al que recurren los hinchas, el de la tradición oral y la transmisión de generación en
generación para mantener viva una épica a la que nunca contrastarán. Un relato ciego: en el fútbol,
como toda fe, no es necesario ver para creer.
En esta antología de jugadas perdidas en un agujero de la historia (y en las telarañas de los archivos
televisivos), en contraste con su vigencia en la memoria popular, están varios de los goles que
construyen la mitología del fútbol argentino. Suena a ese tipo de liturgia islámica que prohíbe el
culto a las imágenes que en ningún sótano de ningún canal estén grabados los dos primeros goles
oficiales de Diego Maradona en Primera, aquellos de Argentinos contra San Lorenzo de Mar del
Plata, en 1976.
Tampoco se puede comprobar empíricamente ese rapto inspirativo que nuestros padres o abuelos
nos contaron más de una vez: el taquito goleador de José Sanfilippo, todavía en San Lorenzo, a los
pocos segundos de un partido contra Boca en 1962. Ni el desesperado gol que Luciano Figueroa le
hizo a River en el tiempo suplementario de la final del Nacional 1972 para lacrar el bicampeonato
de San Lorenzo.
Incluso la versión original de la palomita de Aldo Pedro Poy contra Newell’s, tantas veces recreada
por el propio jugador (en un barco, en un campito, en Cuba o en donde sea), parece más
protagonizada por fantasmas que por futbolistas. La única filmación del 19 de diciembre de 1971
arrastra una pésima calidad, no dura más de dos segundos y su origen supone un misterio: está
tomada enfrente de un televisor en blanco y negro, por lo que se desprende que alguien la grabó en
tiempo real a comienzos de los 70 y varias décadas después readaptó su formato y la cedió a algún
medio de comunicación que, acto seguido, la viralizó por Internet. Un holograma similar, aunque
ligeramente más visible (y en colores), es la grabación de la Némesis de esa palomita: el zurdazo de
Mario Zanabria para que Newell’s se consagrara campeón del Nacional 74 en una cancha de Central
que estaba en plena construcción para el Mundial 78. Los expertos creen que esa reliquia de 3
minutos, tomada desde detrás de un arco y a la altura del campo de juego, fue registrada y
conservada originalmente por un hincha de Newell’s.
Más allá de los goles ausentes (o en estado espectral), en los canales y en las productoras también
falta el registro fílmico de jugadas insoslayables, como la mano-penal de Luis Gallo que Guillermo
Nimo no cobró en el Vélez-River terminal del Nacional 68. Pero si hay dos momentos icónicos que
millones de argentinos elegirían para ver al menos una vez, en orden cronológico y circunscribiendo
la búsqueda a River y a Boca, serían los goles de Norberto Alonso a Independiente en 1972 y de
Rubén Suñé a River en 1976.
Tal vez los más jóvenes no lo sepan, pero se trata de goles que merecen estar, como mínimo, en el
Top Five del ranking de cada club. Al Beto le salió el truco de magia que Pelé no había podido
efectivizar dos años atrás, en el Mundial de México 70: eludir al arquero sin tocar la pelota. El del
Chapa no fue tan estético ni artístico, pero tuvo más valor: significó un campeonato en la única vez
en que el superclásico se jugó por la final de un torneo. Los dos goles tuvieron la duración de un
cometa: aparecieron y desaparecieron en un segundo. Pero, en cierto sentido, todavía están en algún
cielo.
EL RIVER del Nacional 72 era una fábrica mayorista de goles. En las 10 fechas previas a la tarde
en que Alonso pasó a ser conocido como el Pelé blanco, el Beto y sus pistoleros (Oscar Mas, Carlos
Morete, Víctor Marchetti) habían convertido 40 goles, 20 de ellos agrupados en los primeros tres
partidos, una fertilidad que hoy parece una provocación a la desnutrición ofensiva del River de
Ramón Díaz versión 2013: el mítico 5-4 a Boca, 7-1 a Mitre de Posadas y 8-0 a Independiente de
Trelew. Hasta que llegaron el 3 de diciembre y el 7-2 a Independiente, entonces vigente campeón de
América y próximo ganador de las tres Copas siguientes, un resultado magnánimo que igual quedó
empalidecido frente a la obra maestra de un joven prodigio de 18 años y patillas estilo Beatles.
“Fue el quinto gol, el del 5 a 0, al comienzo del segundo tiempo (recuerda Alonso, 40 años
después). El pase largo fue de Jorge Dominichi. Me salió Pepé Santoro pero yo dejé correr la pelota.
El arquero hizo la lógica, que era seguirme a mí, pero la pelota siguió su curso normal mientras yo
hacía mi movimiento de distracción, y cuando la fui a buscar de nuevo ya estaba enfrente del arco y
sólo tuve que empujarla al gol. Por supuesto que dos años antes había visto a Pelé contra Uruguay
(esta jugada sí puede verse en Internet: semifinal de México 70, Guadalajara, pase de Tostao, Pelé
finge, el arquero Ladislao Mazurkiewicz se desubica y el 10 brasileño retoma la pelota aunque
define milimétricamente desviado mientras el 2 uruguayo, Atilio Ancheta, aterriza de cabeza). Pero
lo que siempre aclaro es que en el momento en que hice mi jugada no recordé a Pelé ni a nadie. ¡Yo
qué sabía cómo venía el pase de Dominichi y cómo me iba a picar la pelota! ¡Y encima querían que
me acordara de algo que había pasado dos años atrás! Lo mío fue pura inspiración. Recién después
del partido todos me dijeron que sí, que había hecho el gol que Pelé no pudo”.
-¿Volviste a ver tu gol? ¿Aunque sea en algún noticiero de los días siguientes?
-No, nunca. Lo que pasó es que, como en ese momento había una sola cámara, la transmisión de ese
día fue Racing-Boca.
El Beto tiene razón en que en ese domingo también jugaron Racing 2-Boca 3, pero se equivoca en
creer que el simultáneo River 7-Independiente 2 no fue televisado. De hecho, ese día Alonso
convirtió otro gol, el del 3-0 parcial a los 32 minutos del primer tiempo con un zurdazo desde la
media luna, que en el siglo XXI puede verse por Internet todas las veces que uno quiera: se emitió
hace algunos años en 25, el programa de TyC Sports conducido por el periodista Gonzalo Bonadeo,
dueño además de una enorme colección de videos del deporte argentino. El misterio se multiplica
porque Bonadeo también mostró otros goles de aquel 7-2, pero a lo que nunca pudo acceder –ni él
ni nadie– es a la clonación Pelé-Alonso. ¿Por qué hay otros goles de ese partido, pero no “el” gol?
Es un todo enigma.
“Esos partidos enteros, o incluso el resumen de dos o tres minutos que después pasaban los
noticieros, se grababan en latas (de 16 pulgadas). El tema es que en esa época no existía el copy y
paste, así que lo más probable es que cortaran una parte determinada, casi seguro la más importante,
para pasar en otro programa. Por eso creo que falta ese famoso gol de Alonso, como muchos otros
históricos. Hay varias imágenes de esos partidos, pero no todas. Por ejemplo, el gol de Suñé a
River”, responde Bonadeo, y abre la puerta al otro gran misterio. El que desvela a la otra mitad del
país.
ALGUNOS FOROS de hinchas de Boca iniciaron en 2011 la búsqueda arqueológica de aquel gol
de Suñé, una avivada del bravo cacique que en los preparativos de un tiro libre en la plenitud de la
final del 76, y aprovechando que Ubaldo Fillol armaba la barrera junto a un palo, pispeó el
consentimiento del árbitro Arturo Iturralde (levantó las manos en señal de “usted es libre, haga lo
que quiera”) y el Chapa pateó al gol con el arco semivacío. Los espeleólogos de archivos todavía no
tuvieron suerte, y tal vez nunca la tengan, pero no se desaniman y, mientras tanto, tejen diversas
teorías: las lógicas, las conspirativas y las delirantes. Que los militares hinchas de River mandaron a
cortar esa cinta (el golpe de Estado había sido pocos meses antes). Que alguna vez 25 emitió ese
gol. Que el partido nunca fue televisado. Que el clásico sí fue televisado, pero las cámaras
apuntaban a la mitad de cancha para seguir un tumulto entre los jugadores. Que un incendio
destruyó la cinta. Y que, según la versión del mismo Suñé a un medio partidario, su tiro libre fue tan
misilístico e inesperado que la transmisión, como Fillol, no pudo captar el recorrido de la pelota.
Pero para agregarle más confusión a los investigadores, Suñé atiende el teléfono de su casa una
mañana de octubre y agrega una nueva pista.
-Yo sé que el gol está, pero no voy a ser botón y no voy a decir quién lo tiene. Pero que está, está.
Eso me dijeron.
-¿Pero te lo dijeron o lo sabés de primera mano?
-Lo sé. Ese gol está. Pero tengo códigos y no soy botón.
-¿Alguna vez lo volviste a ver?
-No, nunca. Tendría que pedírselo a quien lo tiene. Yo no se lo quiero robar.
Imágenes fílmicas de aquella final en la cancha de Racing hay muchísimas, y navegan en YouTube:
de diferentes ángulos y cámaras, detrás del arco o en mitad de cancha, y a colores o blanco y negro.
Crónicas de la época señalan que el partido fue televisado en vivo por Canal 7 gracias al pago de 11
millones de pesos y el trabajo de 16 técnicos, seis periodistas y productores, y tres camiones de
exteriores. Más de 35 años después también podemos ver un gol anulado a Juan Taverna, pero lo
que nunca apareció es el tiro libre de Suñé y, hasta que se demuestre lo contrario, la interpretación
debería ser la misma que se esgrime para la gambeta fantasma de Alonso: esa jugada seguramente
fue recortada del resto del partido original (o del resto del resumen seleccionado para los noticieros
del día siguiente) para ser emitida en un programa posterior que, a su vez, nunca fue encontrado.
Lo que sí está claro es que el gol fue transmitido en vivo durante la televisación de la final, y varios
hinchas de Boca recuerdan en las redes sociales haberlo visto (y acá no hay motivos para desconfiar
de la presunta falta de memoria), de la misma manera que también hay veteranos de River que
detallan cómo, cuatro años atrás, habían visto el gol brasileño de Alonso: “En esa época
esperábamos los noticieros del lunes para que editaran secuencias del partido, que hasta las pasaban
en velocidad más lenta. El gol del Beto fue tan rápido y sorpresivo que solo se veía cuando la pelota
pasa a Santoro y Alonso la empuja”, evoca Oscar Corletti, historiador del club.
NADA ASEGURA que algún día (o algún siglo) podamos ver esos goles perdidos, pero tampoco lo
contrario. Hay imágenes que, como sucede ahora con las de Alonso, Suñé y el bautismo goleador de
Maradona, también se creían imposibles hasta que una mañana, y sin preaviso, resucitaron entre el
polvo de los archivos. Algunas gracias a la búsqueda periodística, como en el caso de Despertate,
también por TyC Sports, que hace algunos años mostró lo que no se veía desde hacía décadas: el gol
de Rodolfo Fischer a Estudiantes en la final del Metropolitano 68, el del San Lorenzo de los
Matadores campeón. Otras filmaciones abandonadas, en cambio, resurgieron gracias a la
maratónica militancia de los hinchas: es la historia de cómo un día de 2009 aterrizó en internet la
hermosa doble pared entre Ricardo Bochini y Daniel Bertoni que tumbó a la Juventus en la final de
la Copa Intercontinental 1973.
Ese partido se jugó en Roma y fue transmitido en directo por Canal 7 a través de la señal que
generaba la RAI, unas imágenes que durante casi cuatro décadas, para desesperación de la logia
bochinesca y del resto de los hinchas de Independiente, estuvieron aisladas del mundo como si se
hubiesen caído en la isla de Lost (en realidad, en Argentina sí había retazos del partido, pero no del
gol, o sea una línea de continuidad de la saga de los cofres perdidos de Suñé y Alonso). La
reconstrucción de su regreso a las pantallas fue relatada en la revista Selecciones Reader’s Digest
por el periodista y escritor Daniel Riera, que justamente había intentado escribir una novela, trunca
por ahora, basada en un protagonista que se enfrentaba a su esposa, a la mafia y al mundo entero
para conseguir ese gol y fracasaba en el intento: le vendían un gol falso, lo estafaban con latas de
viejos noticieros, quedaba en la ruina.
Literatura al margen, ese gol no apareció en los archivos argentinos, sino italianos, y fue el premio
final a una conjunción de casualidades y perseverancia de un hincha de Independiente, Mariano
Asch, manager de bandas de punk que, al terminar de ver el DVD de un concierto de los Ramones
en Italia, asoció dos nombres que aparecían en la lista de títulos y agradecimientos: el de Paolo, un
viejo conocido italiano a partir de su fanatismo mutuo por la banda neoyorquina, con el de la RAI,
la cadena que había emitido aquel Juventus-Independiente. Entonces, sin ninguna otra punta en
común, Asch creyó que Paolo debía tener algún contacto en la RAI y comenzó una trepidante
pesquisa que, después de decenas de correos electrónicos, pedidos de dinero para digitalizar el
material y el fantasma de que le envíen imágenes incompletas (le ofrecían el partido pero,
maldición, no el gol), terminó con un videocasete negro en la puerta de su casa.
Así fue como la gesta de Bochini volvió al mundo. Así es como, tal vez algún día, aparezcan los
otros goles invisibles. O seguramente nunca: por algo son la épica fantasmagórica.
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