Había una vez un cuento Adriana Gabrielli Hace muchos muchos años, en el siglo XVII, para ser más precisos entre los años 1575 y 1632 había en un reino lejano un escritor llamado Giambattista Basile que se dedicaba a escribir relatos en dialecto napolitano; era éste el idioma que se hablaba entonces en las calles y los alrededores de la ciudad de Nápoles. Y como sucede en los cuentos de hadas, en ese reino de Nápoles también había un ogro, el ogro que amenazaba a la región en ese tiempo era la dominación española, que ya llevaba muchos años allí y que había dejado su impronta en la economía y la literatura. Tan lindos eran los cuentos de Giambattista que otros escritores alemanes y franceses, quienes lo admiraban, retomaron esas historias escritas por él en dialecto, rescatadas de la tradición popular y re-elaboradas en clave de picaresca; y muchos años después escribieron sus propias versiones. Esas versiones, son los cuentos que hoy conocemos como “El Gato con Botas”, “La Bella Durmiente” y “Cenicienta” entre otros. Y esos escritores alemanes y franceses a los que nos referíamos anteriormente eran nada menos que Charles Perrault y los hermanos Jacobo y Guillermo Grimm. Es sumamente curioso ver como estos pícaros cuentos populares rescatados de la tradición oral, donde Basile incluye párrafos sobre sentimientos tales como la ingratitud, los celos, la envidia, la curiosidad malsana de las mujeres y aún su astucia puesta al servicio del engaño; devinieron en los cuentos infantiles que hoy conocemos. No sólo los sentimientos impropios eran expuestos en estas fábulas, sino también encontramos en ellas un extenso catálogo de actividades corporales donde lo cómico popular nos trae a la memoria las imágenes rabelesianas tan profusamente descriptas por Bajtin en su obra sobre la cultura popular. Érase éste Giambattista hombre de nombrar al pan, pan y al vino, vino. En el Pentámeron, describía con toda crudeza las patadas, las cuales eran debidamente dadas en el culo, de allí también salían las ventosidades y las descargas de vientre que sufrían los personajes de sus cuentos. Tampoco dudaba él a la hora de calificar a las malas mujeres con epítetos tales como: pelandrusca, mujerzuela y gorrina; términos que, traducidos a nuestro castellano actual, resultan ser todos ellos sinónimos de prostituta o puta. Hete aquí que príncipes y plebeyos, brujas y damiselas, todos en fin, sin distinción de clases, participaban de ese carnaval denigrante y divertido al que la sátira del pícaro Giambattista los sometía. 1 Cabe aclarar que estos cuentos no eran como alguna vez se supuso, escritos para niños, sino que estaban compuestos para hombres literatos y expertos que podían captar las formas complicadas e ingeniosas, y eran leídos en las Academias a las que Basile pertenecía: la “Academia de los Ociosos” y la “Academia de los Extravagantes de Candia”, espacios culturales con una profusa historia en la península. Estas sociedades literarias eran numerosísimas en Italia, constituían curiosos sitios de reunión de hombres letrados donde se imponían normas y rituales, donde las prácticas intelectuales adquirían una dinámica social propia. Las Academias del Setecientos eran espacios diversificados puesto que en cada una de ellas se producían diversos tipos textuales; pero eran homogéneas entre sí, en tanto que sus integrantes se caracterizaban por ejercitar una literatura en la que se desplegaba la desenvuelta artificiosidad, la contraposición oximorónica, la articulación de la paradoja, el gusto por el juego y la gracia de la comunicación artificiosa, tan preciados en la época. Incluso los nombres de estas Academias eran a menudo la contraseña de su identidad, tenían una economía propia que se relacionaba con los fines para los que éstas eran creadas, y se solían elegir entre los más bizarros y curiosos, alimentando así el mito de la artificiosidad. En el Mediodía italiano del siglo XVII la relación entre intelectuales y poder político mantenía una dialéctica compleja. Nápoles era el centro hegemónico, desplazando a otros centros provinciales empobrecidos por la política de la dominación, pero, a su vez estaba integrado ampliamente al sistema español. Es así que Francisco de Quevedo llega a frecuentar la “Academia de los Ociosos”, y conocedor de la obra de Basile publicará en 1626 con el título de Cuento de los cuentos una antología de términos y frases vulgares de lengua española. Claro que “ni tanto ni tan fácil”; a pesar del reconocimiento que la obra cuentística de Basile tenía, la publicación de ésta llegó dos años después de su muerte, aunque se sostuvo a través de diversas reediciones durante casi doscientos años, con críticas diversas. Uno de sus más acerbos críticos, el abate Ferdinando Galiani, considerará a Basile un servil imitador de Boccaccio y añadirá que esos relatos “son monstruosos, obscenos y de depravadísimo gusto”. Pero tal como en los cuentos de hadas, habrá de aparecer un ayudante para nuestro héroe, esta vez bajo la figura de uno de los hermanos Grimm, que en 1822 se ocupará de prologar generosamente una de esas ediciones, y será a través de los conceptos que Grimm vierta en ella que Basile gozará de buena reputación entre los estudiosos del cuento popular. 2 Retomando la historia de nuestro héroe se puede decir que luego de varios intentos literarios, que evidentemente no lo satisfacían e inducido por el poeta Cortese, amigo y compañero de la infancia de Giambattista, éste inicia su producción literaria en dialecto. Esta forma de expresión era empleada hasta ese momento sólo por los narradores plebeyos, algunos muy apreciados por su ingenio, tal como era el caso del Velardinello, conocido “cantastorie”, que recorría calles y plazas musicalizando cuentos. Así comienza entonces su producción en dialecto, casi por juego; luego Giambattista se aferrará a este modo de decir que no le imponía “obligaciones literarias” ni lo sujetaba a cánones y por lo contrario le permitía expandir lo que llevaba en su corazón, tal como él afirmaba. No sólo escribió en dialecto El cuento de los cuentos, sino también una serie de églogas que tomarían el nombre de Musas napolitanas, puesto que cada una de ellas llevaba el nombre de una Musa. Se incluyen en estas églogas vivaces cuadros de corte popular, las escenas transcurren en bodegones de oscura fama, se satirizan situaciones tales como el casamiento de un viejo con una jovencita y se pone críticamente de relieve la ostentación de unos y la humildad de otros. De la misma manera en El cuento de los cuentos podemos decir sin temor a equivocarnos que Giambattista acerca la fábula a la realidad cotidiana, a la vida común y a su particular época y ciudad. Veamos cómo en su relato describe a Cenicienta: “...fastuosamente arreglada con el encopetado atuendo que el hada le proporcionara, con su espléndido cortejo de servidores y pajes, asemejaba una hermosa cortesana napoletana...”. Benedetto Croce dirá de la obra de Basile: “...lleva implícito un refinamiento que proviene de la particular visión de su escritor como re-lector y re-escritor de antiguas fábulas. El texto está atravesado por la metáfora barroca, la hipérbole; las descripciones se suceden como en un inventario y los epítetos abundan. Sin embargo, Basile amparado en la forma dialectal, logra transformar la pesadez del estilo barroco en un relámpago de ingenio, lo transforma en límpido humor”. El cuento de los cuentos es una narración que nos recuerda ya al Decamerón, por su estructura, ya a Las mil y una noches, por el contenido fantástico de las historias. Se recopilan allí, como en la obra de Boccaccio, cincuenta historias maravillosas narradas por diez viejecitas durante cinco días, es por eso que el libro se denomina también Pentámeron. El último cuento del quinto día no será narrado por una viejecita sino por la protagonista de la historia, quien recurre al ardid del disfraz haciéndose pasar por una narradora más y es por ese medio que logra aclarar el engaño del que fuera víctima, vengándose así de una sierva desleal que ocupaba su lugar junto al 3 príncipe. Este desenlace también nos remite al recurso del “teatro dentro del teatro” tan caro a Shakespeare, a la hora de desenmascarar villanos usurpadores. Pasemos ahora a esta versión original de la Gata Cenicienta, que se narra en una de las jornadas del libro El cuento de los cuentos o Pentamerón. En esta historia una huérfana maltratada por su madrastra acepta la propuesta de la nodriza de asesinar a la esposa de su padre, para luego hacerlo casar con la instigadora del delito. La malévola nodriza una vez logrado su propósito y a pesar de haber prometido cuidarla, abandona a la niña a su suerte y ésta pasa “...del dosel al fogón, de los fulgores de la seda a lo harapos. ...-y agrega Basile- No sólo mudó estado, sino además de nombre y así pasó a ser llamada Gata Cenicienta”. Bruno Bettelheim en su obra Psicoanálisis de los cuentos de hadas recoge esta versión señalando especialmente la actitud de esta Gata Cenicienta, y de ella dice: “La historia de Basile es una de las pocas versiones de Cenicienta en que la propia heroína es culpable de su destino, su situación es el resultado de sus maquinaciones y delitos”. Y es así que en este reino de Nápoles, dominado por España, feudalizado y empobrecido, Cenicienta será la culpable de su suerte. La historia tendrá que esperar dormida durante sesenta años para que reaparezca otra Cenicienta, esta vez sí inocente y maltratada; esto ocurrirá en la Francia de Perrault, quien al calor del Romanticismo imperante dotará a la nueva protagonista de brillantes virtudes. En esta versión de Basile se cumple además lo prescripto por Propp cuando enuncia que el cuento maravilloso “se transforma en un desarrollo de tal manera que, partiendo de una fechoría, de una carencia o de una trasgresión y pasando por distintas funciones culmina con el matrimonio, la fortuna o la felicidad del héroe o la heroína”. Efectivamente, Gata Cenicienta tras las peripecias de rigor se casa con el príncipe, y Giambattista sentencia: “más puede la hermosura/ que billetes y escritura”. Y colorín colorado, esta historia sobre El cuento de los cuentos ha acabado. BIBLIOGRAFÍA A.A. Atlante Storico De Agostini, Edit. 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Es Profesora Interina de Lengua y Literatura en el CENS Nro. 52. Fue expositora en las Jornadas de Didáctica de la Literatura y en las Jornadas de Cultura Popular realizadas en septiembre de 2004, 2005, 2006, 2007 y 2008 en el Instituto de Enseñanza Superior “Alicia M. de Justo”. Autora de manuales para la Editorial Puerto de Palos. Ha asistido a numerosos cursos complementarios. En la actualidad se encuentra realizando la Especialización Superior en Literatura Infantil y Juvenil de CePA. 6