LA OBEDIENCIA SEGÚN SANTA CATALINA DE SIENA, DE LA ORDEN DE PREDICADORES Y DOCTORA DE LA IGLESIA. Santa Catalina habla de una obediencia común y una obediencia especial o particular (Cfr. El Dialogo, Parte V. De la obediencia). La primera nace de la dignidad de ser hijos de Dios, dignidad que se adquiere en el Bautismo. Cuando oímos lo que Dios quiere de nosotros, sentimos la necesidad de obedecer esta Palabra de Dios. Y la Palabra de Dios se expresa a lo largo de toda la Sagrada Escritura pero especialmente en Jesús, el Señor, Palabra Viva del Padre Misericordioso. Para Santa Catalina, la obediencia tiene una nodriza que es la humildad. “Es obediente el que es humilde” y es esto en la medida que sea aquello. El que no es humilde vive instalado en la soberbia, en el amor propio, y aquella y este son los primeros enemigos de la humildad. La soberbia engendra y alimenta la desobediencia, precipitando al hombre por el camino “de las tinieblas de infidelidad, a la muerte eterna”. La señal de que uno posee la virtud de la obediencia a la voluntad de Dios es la paciencia. Y cuando uno es obediente y la paciencia anida en su interior, su rostro y su hacer reflejan la paz que Dios da a aquellos que le obedecen de corazón. Una persona obediente es una persona que refleja la alegría de Dios, se muestra tranquila y la impaciencia no muda su semblante. “Es una persona afable por la paciencia y serena por la fortaleza”. Para Santa Catalina, donde hay soberbia no puede haber obediencia, porque el hombre es obediente en cuanto que es humilde. La humildad va siempre acompañada de la modestia, y la modestia no es otra cosa, que saber distanciarse de los valores mundanos y presentarse a los pies del Señor, siendo consciente de lo poco que es uno ante la presencia de nuestro Señor. “La soberbia hace llevar alta la cabeza de la voluntad”, afirma la Santa doctora. Ahora Santa Catalina habla de una obediencia especial o particular, que es la obediencia profesada en la Orden, su Orden y nuestra Orden. La persona desobediente y, por lo mismo, carente de humildad, es una persona triste, tiene remordimientos de conciencia y vive instalada en una constante confusión de espíritu. Al hablar de un fraile desobediente la Santa se muestra con un tono un tanto áspero: “como necio…” llega a afirmar. Y un fraile desobediente es necio porque “se ha abandonado en los brazos de su miserable saber y no quiere navegar en los brazos de la Orden. Esta, ciertamente, en la nave de la Orden con el cuerpo, pero no con su espíritu. Con su deseo, está fuera de ella”. Y Santa Catalina no se detiene aquí, “este no es un fraile, sino un hombre vestido de fraile”, llega a afirmar rotundamente. Lo que priva a un fraile de la luz de la humildad, necesaria para ver su desgracia, es el amor propio que le conduce a la desobediencia a Dios, no aceptando su voluntad y a la desobediencia a la Orden, no aceptando su espíritu de vida y de misericordia. Y Santa Catalina concluye: “¿Qué fruto produce el árbol de este miserable? Fruto de muerte, dice la Santa, porque ha plantado la raíz de su afecto en la soberbia, si ha de anunciar la Palabra de Dios, procura hacerlo con elegancia, no con sencillez, más preocupado de su grandielocuencia que de apacentar las almas con esta semilla de la Palabra de Dios”. Bueno sería para nosotros, dominicos del siglo XXI, que meditáramos esta vivencia de nuestra hermana del siglo XIV, para poder realizar la fidelidad al espíritu de nuestra Orden, la Orden de Santo Domingo de Guzmán. Fr. Benito Medina, O.P.