Derecho de defensa: María Graciela Cortázar Sumario: I. Alcance conceptual de la garantía. II. Materialización del derecho de defensa en el proceso penal. I. Alcance conceptual de la garantía. El derecho de defensa aparece en la Constitución Nacional reconocido en forma directa y expresa al decirse en el artículo 18: “Es inviolable la defensa en juicio, de la persona y de los derechos”. Esta recepción en nuestro texto, surge de los principios ya asumidos por el movimiento reformista del enjuiciamiento penal del siglo XVIII, que se plasman luego en el siglo XIX. Puede observarse previamente su recepción en la Declaración de Derechos del Estado de Virginia en 1776, que la Constitución de los Estados Unidos de América confirmó en su texto: ”Enmienda VI: el acusado gozará del derecho a ser informado de la naturaleza y la causa de la acusación y a confrontar con los testigos contrarios, a que se adopten medidas compulsivas para la comparecencia de los testigos de descargo y a la asistencia de abogados para su defensa”. La cláusula que otorga a la ciudadanía el inviolable derecho a la defensa, necesita ser desarrollada en su concreto alcance a través de la noción de debido proceso penal. Esta garantía de defensa que será analizada en el marco del proceso penal, no aparece constitucionalmente limitada a éste. La fórmula es expresamente amplia y comprende al procedimiento civil, laboral o administrativo. Esto es de tal modo ya que la expresión constitucional hace alusión a la defensa en juicio, de la persona y de los derechos, abarcando en ella todo atributo de aquella (vida, libertad, bienes), libertad, bienes) o los derechos que le correspondan, le sean negados o discutidos, aludiendo además a la posibilidad de su intervención o menoscabo por una decisión estatal1. En el Sistema Interamericano de Protección de Derechos Humanos, también se ha fijado estándar en relación a la aplicación de los principios del debido proceso, entre los cuales se encuentra como elemento esencial la garantía de defensa, para procesos de naturaleza diversa a la penal2. En la reforma de la Constitución Nacional Argentina, que se produjo en 1994, se brinda jerarquía constitucional a todos los tratados sobre derechos humanos suscriptos hasta entonces por la Argentina (la Declaración Americana de Derechos y Deberes del Hombre, la Declaración Universal de Derechos Humanos, la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio, el Pacto Internacional de Derechos Económicos Sociales y Culturales, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, la Convención Internacional sobre todas las Formas de Discriminación Racial, la Convención Americana sobre Derechos Humanos, la Convención sobre la Eliminación de todas las formas de Discriminación contra la Mujer, la Convención sobre la Tortura y otros Tratos o Penas crueles, Inhumanos o Degradantes, la Convención sobre los Derechos del Niño y la Convención Interamericana sobre la Desaparición Forzada de Personas) y se establece un mecanismo para que se le otorgue tal calidad a los nuevos documentos internacionales de ese ámbito que se suscriban. Cuatro de esos once instrumentos efectúan referencias expresas al derecho de todo acusado por la comisión de un delito a contar con una defensa adecuada. Así: la Declaración Universal de Derechos Humanos habla de “juicio público en el que se le hayan 1 La Corte Suprema de Justicia de la Nación extendió el derecho de defensa aún a las actuaciones administrativas que ponen en juego atributos o derechos personales, por caso, el procedimiento disciplinario o el que tiene como finalidad la cesantía de un agente administrativo ( CSJN, Fallos 247. 52, 257: 275). 2 La Corte Interamericana en el caso López Mendoza con Venezuela del 1° de septiembre de 2011 dijo: “todos los órganos que ejerzan funciones de naturaleza materialmente jurisdiccional, sean penales o no, tienen el deber de adoptar decisiones justas basadas en el respeto pleno a las garantías del debido proceso establecidas en el artículo 8 de la Convención Americana. Asimismo, la Corte recuerda lo expuesto en su jurisprudencia previa en el sentido que las sanciones administrativas y disciplinarias son, como las penales, una expresión del poder punitivo del Estado y que tienen, en ocasiones, naturaleza similar a la de éstas”. Este criterio había sido ya sostenido anteriormente en los casos: Ïvchter Bronstein c/Perú del 6/2/2001, Caso Tribunal Constitucional c/ Perú del 31/1/2001; Baena, Ricardo y otros c/Panamá del 2/2/2001 y caso Vélez Loor c/Panamá del 23/11/2010. asegurado todas las garantías necesarias para su defensa,. (art. 11, inc. 1°).El Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos establece como garantías mínimas de la persona imputada :” disponer del tiempo y de los medios adecuados para la preparación de su defensa y a comunicarse con un defensor de su elección y hallarse presente en el proceso y a defenderse personalmente o ser asistido por un defensor de su elección; a ser informada, si no tuviera defensor del derecho que le asiste a tenerlo y, siempre que el interés de la justicia lo exija, a que se le nombre defensor de oficio, gratuitamente, si careciere de medios suficientes para pagarlo” (art. 14, inc. 3, ap. b y d); la Convención Americana sobre Derechos Humanos (Pacto de San José de Costa Rica) estatuye como garantías judiciales: “ el derecho del inculpado de defenderse o de ser asistido por un defensor de su elecci´´on y de comunicarse libre y privadamente con su defensor y el derecho irrenunciable de ser asistido por un defensor proporcionado por el Estado, remunerado o no según la legislación interna, si el inculpado no se defendiere por sí mismo ni nombrare defensor dentro del plazo establecido por la ley” La Convención sobre los Derechos del Niño preceptúa: “Todo niño privado de su libertad tendrá derecho a un pronto acceso a la asistencia jurídica y otra asistencia adecuada, así como derecho a impugnar la legalidad de la privación de su libertad ante un tribunal u otra autoridad independiente e imparcial y a una pronta decisión sobre esa acción ( art. 37 inciso d )“, para agregar, en su art. 40, que los Estados Parte garantizarán: “Que será informado sin demora y directamente o, cuando sea procedente, por intermedio de sus padres o sus representantes legales, de los cargos que pesan contra él y que dispondr´de asistencia jurídica u otra asistencia apropiada para la preparación y preparación de su defensa” y que “la causa será dirimida sin demora por una autoridad u órgano judicial competente, independiente e imparcial en una audiencia equitativa conforme a la ley y en presencia de un asesor jurídico u otro ti de asesor adecuado” ( art. 40, b. II y III)”“ La Corte Suprema de Justicia de la Nación Argentina, por su parte, ha establecido que “la garantía de defensa en materia penal exige que el juicio se desarrolle en paridad de condiciones respecto de quien ejerce la acción pública y quien debe soportar la imputación mediante la efectiva intervención del defensor.” Esta afirmación implica que el Estado debe asegurar a todo ciudadano involucrado en un proceso penal una defensa real y eficaz, que en modo alguno se perfecciona colocando a un funcionario incompetente, desentendido de su rol o agotado por la obligación de llevar adelante un número de tareas imposible de asumir por una sola persona. Dicho en términos claros: el Estado debe garantizar al acusado una verdadera defensa y no legitimar condenas cumplimentando un ritualismo formal al que se vacía de todo contenido. El Estado es garante no sólo de la provisión efectiva de defensa técnica sino de la calidad de ésta. En esta misma línea de pensamiento, una de las Salas de la Cámara Nacional de Casación Penal efectuó una acabada relación de lo que debe ser la función del defensor: “La asistencia es consejo; es transmitir desde el punto de vista técnico aquellos elementos que obran en su detrimento. Es labor desarrollada siempre a favor del imputado, dentro del marco de la legalidad y al amparo de la Constitución Nacional….la representación se refiere a la actuación del abogado en los actos que practica en su ministerio por el imputado, en una particular representación conforme las leyes procesales. Son todos los actos del proceso controlados y vigilados por los ojos del defensor, y mirados desde la óptica de éste, son pretensiones, requerimientos, resistencias y demás actuaciones útiles en procura de un logro a favor del imputado”. Puede verse a la luz de los Instrumentos de Derechos Humanos, que los estándares de aplicación efectiva del derecho de defensa en la región garantizan básicamente los siguientes derechos: a) el derecho del acusado a ser informado de los cargos que pesan en su contra; b) el derecho a defenderse personalmente, en caso de que la legislación interna así se lo permita; c) el derecho a escoger un abogado de confianza: en el caso: “López Burgos, Sergio Rubén vs. Uruguay “de 1981 el Comité de Derechos Humanos consideró contraria al Art. 14 (3) (d), PIDCP la conducta de un tribunal militar que había compelido a un acusado a aceptar como defensor a un militar determinado, quien había sido designado de oficio, a pesar de que se hacía aparecer el nombramiento como una elección del imputado efectuada sobre los enumerados en una lista; d) el derecho a que el Estado le designe un abogado sin costo para él si careciere de medios suficientes para pagarlo o si, contando el acusado con medios suficientes para solventarlo, la imposibilidad de acceder a asesoramiento técnico reconociere otras motivaciones, por ejemplo, haber cometido crímenes aberrantes o encontrarse en situaciones en las que exista un temor generalizado en los círculos jurídicos de un determinado país a ser perseguidos o a sufrir males de gravedad por hacerse cargo de la defensa de un imputado o de cierta clase de imputados. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos sobre el punto afirmó que “la defensa de un acusado…en modo alguno puede servir de base para atribuir maliciosamente y sin fundamento alguno, una vinculación del abogado defensor con actividades ilícitas que falsamente se le imputen a u patrocinado” y que “la falsa acusación …constituye una amenaza allibre ejercicio de la profesión de abogado y afecta, además, una de las garantías fundamentales de la administración de justicia y del debido proceso, como es el derecho a la defensa establecido en el artículo 8.(2) d de la Convención Americana” ( Informe Nro. 27/94 caso 11084, 30 de noviembre de 1994, Salinas Sedó, Jaime y otros c/ Perú). Con claridad, sentando una línea jurisprudencial que no debería admitir discusión en cada uno de aquellos países en los cuales están vigentes los instrumentos de protección de los derechos humanos de referencia, la Corte Interamericana de Derechos Humanos, en el caso “Castillo Petruzzi”, del 30 de mayo de 1999, señaló específicamente: 1) que el numeral 8 de los Principios Básicos sobre la función de los Abogados, relativo a las salvaguardias especiales en asuntos penales, que fija los estándares pertinentes para el ejercicio adecuado de la defensa en estos casos, establece que a toda persona arrestada, detenida, o presa, se le facilitarán oportunidades, tiempo e instalaciones adecuadas para recibir visitas de un abogado, entrevistarse con él y consultarle, sin demora, interferencia ni censura y en forma plenamente confidencial. Estas consultas podrán ser vigiladas visualmente por un funcionario encargado de hacer cumplir la ley, pero no se escuchará la conversación de la Sala; 2) que un ejemplo de imposibilidad del efectivo ejercicio de la defensa radica en la circunstancia de que el inculpado fuera condenado en base a una prueba nueva que el abogado defensor no conocía ni pudo contradecir; 3) que en el caso se encontraba perfeccionada la violación al derecho de defensa en juicio en virtud de la restricción a la labor de los abogados defensores y de la escasa posibilidad de presentación de pruebas de descargo. Resaltó que los inculpados no tuvieron conocimiento oportuno y completo de los cargos que se les hacían; las condiciones en que actuaron los defensores fueron absolutamente inadecuadas para su eficaz desempeño y sólo tuvieron acceso al expediente el día anterior al de la emisión de la sentencia de primera instancia. En consecuencia, la presencia y actuación de los defensores fue meramente formal. No se puede sostener que los acusados contaran con una defensa adecuada. 4) En casos en que ha quedado demostrado que los abogados defensores tuvieron obstáculos para entrevistarse privadamente con sus defendidos, la Corte ha declarado que hay violación del Art. 8.2.d de la Convención. Al hablar de estándar en materia de derecho de defensa y vinculado a la defensa técnica, debe partirse de la base de que nuestro sistema garantiza la efectividad de los derechos consagrados constitucionalmente. La exigencia alcanza a la “efectiva defensa técnica y se dijo en ese sentido que “no basta para cumplir con las exigencias básicas del debido proceso, que el acusado haya tenido patrocinio letrado de manera formal, sino que es menester que aquel haya recibido una efectiva y sustancial asistencia de parte de su defensor”3 En el caso en comentario, se sostuvo: “frente a la expresa manifestación del recluso de recurrir a la vía extraordinaria local y federal, encontrándose en término para hacerlo, ante la negativa del defensor oficial de cumplir su cometido, por no contar con tiempo material, le corresponde al tribunal reemplazar al letrado y brindar la posibilidad real de apelación, pues de lo contrario se viola el derecho de defensa en juicio”. Este supuesto involucró, por un lado, el derecho del condenado a recurrir de un pronunciamiento judicial que le afecta, y por el otro, la forma en que se encausa correctamente la impugnación. En definitiva, la decisión del imputado debe primar siempre por sobre la del defensor, porque la omisión en presentar la pieza recursiva daría lugar a un estado probable de indefensión. El sentido perseguido aquí por la Corte es que la asistencia 3 CSJN, 17/12/1992 : “O.G.J.M. y otros s/ robo calificado” ( causa 29123) técnica sea precisa y fundada y no el solo cumplimiento de una etapa requerida, que se agota en la misma formulación, y pese a sus deficiencias. La propia Corte Suprema, expresó también en un importante precedente4, que: “carece de valor la confesión prestada sin intérprete por quien no sabe expresarse correctamente en idioma español”. Este criterio, que sienta la importancia del derecho a la expresión y conocimiento de los cargos en su idioma original, sirve de base de apoyo para analizar la importancia de una defensa cierta, efectiva y real que necesariamente debe estar precedida, de la posibilidad, también real que el imputado se comunique con su defensor, de entender lo que se le explica y hacerse entender, cuestiones que van implicadas en el verdadero alcance que posee la defensa en el caso concreto. Debe rescatarse también lo resuelto por la Corte Suprema de Justicia de la Nación, en un viejo, aunque siempre vigente fallo sobre el tema de la defensa5, cuando expresó que: “A Rojas Molina, que se encontraba detenido en la cárcel, sólo se le ha notificado la designación de defensor, ha ignorado la negligencia de éste y recién se le notifica la sentencia condenatoria dictada sin defensa, casi dos años después de producida la acusación”. La Corte nulificó todo lo actuado, girando las actuaciones para proceder a una nueva y correcta defensa, lo que realza la importancia de contar con una efectiva defensa técnica, afirmándose que no es suficiente que se llene la fórmula de defensa con un patrocinio de oficio, aún cuando fuera inteligente, diligente y recto, si este no produce defensa ni aporta prueba, no concurre al “informe in voce” previo al llamado de Autos, ni interpone recurso contra la sentencia condenatoria. Se asienta así, el principio de la efectividad de la defensa como contenido de dicha garantía Una especial atención a la efectividad del derecho de defensa ha dado la CSJN en relación a personas con mayor vulnerabilidad en cuanto a sus derechos, específicamente aquellas privadas de libertad. La Corte ha considerado especialmente su situación por la imposibilidad material de controlar y verificar la actividad de su defensor que implica estar detenido, y dado que se encuentra con mayor frecuencia en estos procesos, estados de indefensión, por carencia de 4 . CSJN Autos “Colman, Francisco y otro s/Homicidio” Fallos 181:181, año 1938. 5 CSJN Fallos 189:34, LL.21-556, 7/2/1941 (Rojas Molina). defensa técnica eficaz. Al resolver el caso “Juan Carlos Vilar” (Fallos 314:797), la Corte sostuvo…“Resulta atendible que el recurso extraordinario contenga deficiencias técnicas, si fue interpuesto por un lego privado de su libertad, que carecía de defensor.” En el caso “Fernández” (Fallos 310: 492), la Corte concluyó que:” La garantía de la defensa en juicio impone un especial cuidado cuando se encuentran involucradas persona privadas de su libertad y que carezcan de asistencia legal particular; rechazar el escrito de interposición del recurso extraordinario constituye una lesión al derecho constitucional a ser oído de acuerdo con las formas previstas por la ley”. También el caso “Gordillo” (Fallos 310: 1934) reviste especial importancia ya que en él la CSJN estableció, reafirmando la doctrina del primer fallo que contempla este tema en 1868, que: 1) “Es práctica considerar bien establecidas las peticiones informales presentadas por personas detenidas como recursos extraordinarios in forma pauperis cuya debida tramitación con la pertinente asistencia letrada, han de realizar los tribunales de la causa”. 2) “No basta para cumplir con las exigencias básicas del debido proceso que el acusado haya tenido patrocinio letrado de manera formal, sino que es menester además que aquél haya recibido una efectiva y sustancial asistencia de parte de su defensor”. A esta conclusión también se ha arribado al resolver el caso “Ciriaco M Agüero”6, oportunidad en la que la CSJN expresó, reiterándolo posteriormente y en el caso “Goicochea Malpica, Guillermo: “ Los reclamos de quienes se encuentran privados de libertad, más allá de los reparos formales que pudieran merecer, deben ser considerados como una manifestación de voluntad de interponer los recursos de ley, y es obligación de los tribunales suministrar la debida asistencia letrada que permita ejercer la defensa sustancial que corresponda”7 Adoptando una postura más restringida, la Corte ha dicho en el caso “Ricardo Ripodas y otros”8 que si bien se ha resuelto reiteradamente: “que no cabe extremar las exigencias formales al considerar peticiones de personas privadas de libertad. Esa doctrina no es aplicable sino a las carencias que puedan atribuirle a la prisión misma y por consiguiente, resulta ajena a la falta de oportunidad o fundamentos de sus presentaciones, 6 Fallos. 311.2502 Fallos 314: 1514 8 Fallos 303:2053 7 máxime cuando el condenado es letrado y además, contó con la asistencia de dos colegas no afectados por restricción alguna para ejercer el ministerio” II. Materialización del derecho de defensa en el proceso penal. A esta altura del análisis sobre el contenido de la garantía de defensa en juicio es de suma importancia determinar, para que la garantía sea tal, los alcances concretos del derecho de defensa de una persona dentro de un proceso, así como definir las dimensiones del mismo y las posteriores consecuencias de su violación o falta de observación. El derecho de defensa es un principio garantizador tan básico para todo el sistema que, de no cumplirse con él, las restantes garantías quedan neutralizadas o dejan de cumplir su específica función. El derecho de toda persona a defenderse de los cargos que se le realicen en un proceso penal es un derecho inalienable, que no admite restricción a riesgo de vulnerar todo el sistema de garantías. En los procesos concretos, el derecho de defensa cumple un doble papel: como una garantía específica, en conjunto con el resto de las otras garantías constitucionales del proceso penal y también como una garantía que torna operativa a todas las restantes. El derecho de defensa entonces, como sostiene Binder9 no puede ser puesto en el mismo plano que las otras garantías procesales. La inviolabilidad del derecho de defensa es la garantía fundamental con la que cuenta el ciudadano, porque es la única que permite que las demás garantías tengan una vigencia concreta dentro del proceso penal. Las normas procesales receptan en sus textos esa garantía, tanto en su aspecto personal o material, relacionada con las facultades de ejercitar su descargo la persona imputada, controlar prueba, conocer para ello la acusación, etc., como en su aspecto formal o técnico, en referencia a la actuación de profesionales de la abogacía en el proceso penal, resguardando los derechos de quien lo afronta. Ahora bien, tal como se ha dicho, no alcanza con definir el derecho a la defensa sino que es necesario verificar su efectividad concreta. En idéntico sentido es necesario reconocer que además de analizar las normas procesales en los distintos ordenamientos con el fin de hallar en ellas el reconocimiento del derecho de defensa, debe realizarse un estudio sistemático del proceso para verificar, primeramente a 9 Binder, Alberto, “Introducción al Derecho Procesal Penal”, Buenos Aires, Editorial Ad-Hoc, 1999, página 155 y siguientes. nivel normativo, si otras normas o el juego de distintos institutos procesales aparecen afectando el derecho de defensa, lo cual incidiría en el debido proceso. Y en segundo lugar, resulta necesario un control judicial activo en pos del resguardo concreto de ese derecho en términos efectivos. Los fiscales, como garantes de la legalidad, los jueces como directores del proceso y guardianes de la igualdad de armas y los defensores y defensoras como responsables de los intereses de quien defienden, han de operar en resguardo, en definitiva, del debido proceso legal que no existe sin una defensa cierta. Un presupuesto esencial del derecho de defensa es el hecho de que, para que pueda ser ejercido plenamente, el imputado debe tener acceso a la imputación que le es formulada. Debe serle posible conocer cuáles son los hechos imputados y en base a qué pruebas se fundamenta dicha imputación. Esto deriva en la exigencia procesal concreta de brindar al imputado la mayor libertad de acceso a la información que se acumula durante el procedimiento. Y es necesario comprender, por las consecuencias que esto tiene, que el acceso del imputado a la información no puede ser restringido bajo pretexto o causal alguna. Una investigación en la cual el imputado no pueda saber cuál es el hecho que se le imputa y cuáles son las pruebas que sostienen la acusación es inconstitucional en forma absoluta. En términos de procedimientos concretos, existen evidencias normativas de desconocimiento de un postulado tan básico como el descrito previamente. Y pueden verse sistemas normativos en los cuales se regula o se admite por ligereza en el análisis o aceptación de la práctica, que se sorprenda al imputado mediante el ocultamiento de prueba o el retaceo de información. Las referidas prácticas son contrarias al juego limpio (fair tral) que debe informar todo proceso penal y desnaturalizan el debido proceso transformándolo en una serie de reglas de aparente protección que no tienen el sentido que les exigen la Constitución y los Tratados Internacionales de Derechos Humanos. La restricción del derecho a la información del proceso debe ser excepcional, limitada en el tiempo y a los actos a los que rige y debe estar basada en verdaderas razones de urgencia o necesidad imperiosa de garantizar la eficacia de un determinado acto del proceso. En tal sentido es cuestionable la constitucionalidad de las normas que admiten, por ejemplo, los secretos genéricos de actuaciones investigativas, aun cuando sean limitados en el tiempo. Conforme la amplitud que debe darse al derecho de defensa para que sirva de base de sustentación al debido proceso entiendo que un secreto de actuaciones sólo será admisible en relación a un acto concreto, con acreditación de riesgo y limitado en el tiempo hasta que el acto de investigación se produzca10. El derecho de defensa es, como se viene diciendo, un derecho de la persona imputada que esta debe poder ejercer personalmente, a lo que se ha dado en llamar “defensa material”. Esta se concreta especialmente mediante lo que se conoce como el derecho a ser oído o el derecho a declarar. Esta declaración es sin duda-y así se reconoce en todas las legislaciones procesales-un acto central y el momento particular en que se ejerce el derecho de defensa. La posibilidad de declarar, en la medida en que constituye una emanación del derecho a ser oído, debe ser entendida del modo más amplio y afirmar que la persona imputada tiene derecho a declarar en cualquier momento del proceso. Esta garantía cobra especial importancia en la etapa de la investigación puesto que es en ese momento en que será relevante el aporte de elementos que favorezcan un esclarecimiento de los hechos tomando en cuenta la versión y el interés del imputado La declaración es siempre un derecho de aquel y nunca una obligación y de ella no puede derivar ninguna consecuencia negativa para sus intereses. Es importante relacionar la efectividad y plenitud del derecho que una persona puede ejercer en relación defensa material mediante la declaración, con el conocimiento de 10 Con ese alcance, el artículo 280 del CPPBA no parece cumplir con los estándares de respeto a la libre información que debe brindarse al imputado para que pueda ejercer efectivamente su defensa de forma plena y desde el inicio de la investigación que se dirige en su contra, dado que se admite un secreto genérico por un período de tiempo en el cual se podría producir información cuyo conocimiento resultaría relevante para la defensa. las actuaciones y la comprensión de los cargos en su contra, a partir de lo anteriormente analizado al referirse a la plena apertura de las actuaciones al control del imputado, porque de esto depende el conocimiento de los cargos y la posibilidad del ejercicio pleno de su defensa. El derecho de defensa es tanto una manifestación del respeto a la dignidad humana como una aplicación legítima del poder punitivo estatal. Es coherente que por dicha razón la Constitución exija, además de que el imputado pueda ejercer su derecho de defensa, que sea obligatoria su asistencia letrada durante todo el proceso. Esta obligatoriedad abarca la provisión y verificación de la actuación de un abogado en defensa de los intereses de la persona imputada, para que aporte su conocimiento de las leyes acrecentando las posibilidades de resistir la acción penal dirigida en su contra. Como hemos visto, la defensa en juicio debe entenderse no solo como un derecho de la persona imputada sino como una condición de legitimidad del juicio y del proceso en general. Desde esta perspectiva debe analizarse la admisión de la autodefensa, toda vez que, si el Juez entendiera que este derecho legal del imputado podría perjudicar el equilibrio del proceso, en el sentido de no operar correctamente como resistencia adecuada a la acusación, debería en ese caso imponer la asistencia letrada obligatoria, en razón de la esencialidad que el derecho de defensa tiene para la existencia del debido proceso. Conforme el diseño constitucional, el defensor no es un auxiliar del juez o de la justicia, si se considera que esta expresión es algo más que un giro metafórico. La concepción inquisitiva del defensor como auxiliar de la justicia, ha distorsionado la figura del defensor y del propio proceso ha distorsionado la figura del defensor y del propio proceso que demuestra además la pervivencia del sistema inquisitivo. En el sistema constitucional que nos rige, el defensor es un asistente directo del imputado y debe guiarse por los intereses y necesidades de defensa de la persona que representa. No cumple –aun cuando sea defensor oficial– una función pública en el proceso concreto en el que actúa, sino que asesora a una persona en particular. Las manifestaciones esencialmente derivadas del derecho de defensa que deben verificarse en todo proceso penal son: en primer lugar, la existencia de instancias procesales (audiencias) en las que se posibilite el ejercicio del derecho a ser oído, ya que la base del derecho a defenderse reposa en la posibilidad de expresarse libremente sobre cada uno de los extremos de la imputación. En segundo término, un proceso legislado de modo que posibilite el ejercicio del derecho de defensa ha de garantizar la igualdad de posiciones, la igualdad de armas, tanto desde lo normativo como en las prácticas, de modo que la existencia de normas que declamen el derecho a defenderse no sea simplemente una manifestación teórica que no pueda llevarse a la práctica por una desigualdad en las posiciones de las partes dentro del proceso. Un Estado que posee monopolizado en la institución fiscal, todo el poder de persecución, debe diseñar y poner en marcha un sistema de contrapesos y defensas reales que signifiquen la verificación de la defensa en dicho proceso. Esto significa que, si se trata de la defensa oficial, es necesario que se la provea de los medios suficientes, no solo humanos sino técnicos y científicos para que, por ejemplo, las posibilidades de realización y confrontación de pruebas puedan ser similares a las de la Fiscalía. Deben ser ampliadas las facultades defensistas en todas las etapas del proceso. Y reguladas de dicho modo amplio de forma tal que su ejercicio real y efectivo sea exigido y controlado por los jueces. Alfredo Vélez Mariconde11 ha clasificado y sintetizado las consecuencias procesales que deben materializarse en el proceso para que se mantenga en él la inviolabilidad de la defensa y el debido proceso se garantice: 1.- Debe existir una participación oportuna del imputado en el proceso. Esto es, debe poder ejercer su resistencia a la imputación desde los primeros momentos de su iniciación y esta intervención debe ser de la mayor amplitud posible en todas y cada una de las etapas del proceso. Debe además existir una amplia y plena libertad de manifestación del imputado, para que pueda ser oído a lo largo de todo el proceso, haciendo efectiva su defensa material. 11 Velez Mariconde, Alfredo, “Derecho Procesal Penal”, Córdoba, 1986, Editorial Lerner. 2.- El proceso debe ser auténticamente contradictorio y eso se evidencia cuando la persona imputada puede proponer, producir, controlar y alegar, o interpretar y mostrar a los jueces el sentido de las pruebas aportadas. 3.- Es necesario un ejercicio de la acción concreta y directa. Es decir que la imputación debe ser precisa y detallada para permitir la efectiva resistencia a los cargos y para servir de límite a la decisión jurisdiccional. Es imprescindible que la imputación sea conocida y comprendida por el imputado. En este sentido, favorecer la comprensión implica no solo el lenguaje en que se formaliza (derecho a un traductor), sino también el alcance intelectual, el estado mental del imputado, todos presupuestos que deben ser verificados para que aquella pueda darse por efectivizada. Sin comprensión no hay conocimiento y en consecuencia, no es posible la defensa efectiva. 4.- Debe existir congruencia entre sentencia y acusación, ya que es la acusación lo que permite que el acusado se defienda de lo que en ella se encuentra como imputación en su contra, de modo que una sentencia material que no sea aquello contenido en la acusación, ya que sólo de lo allí vertido se defiende el acusado. Una sentencia que carezca de congruencia respecto de la acusación, avasalla el derecho de defensa porque aborda cuestiones que al no estar contenidas en aquella, no han podido ser objeto de descargo o defensa. 5.- La sentencia debe basarse en las pruebas que se han producido en el juicio, ya que sólo estas han podido ser controladas por la persona imputada y su defensor.