Billy se quedó impresionado por la calidad de las fortificaciones alemanas. Tenía ojo de minero para valorar una estructura segura. Las paredes estaban reforzadas con tablones, las traviesas eran cuadradas y los refugios subterráneos tenían una profundidad sorprendente: de entre seis y hasta nueve metros, con puertas provistas de dintel y escalones de madera. Eso explicaba cómo habían sobrevivido tantos alemanes durante siete días de bombardeos ininterrumpidos. Supuestamente, los alemanes cavaban sus trincheras y construían redes gracias a las trincheras de comunicación, mediante las que se vinculaba la primera línea destinada al al macenamiento con las zonas de servicios de la retaguardia. Billy debía asegurarse de que no había tropas enemigas esperando para lanzar una emboscada. Dirigió a los demás en una patrulla de exploración, con los fusiles en ristre, pero no encontraron a nadie. La red de trincheras acababa en la cumbre de la colina. Desde ese punto, Billy echó un vistazo a su alrededor. A la izquierda de su posición, más allá de la zona en peores condi ciones a causa de los proyectiles, otros soldados ingleses habían tomado el sector siguiente; a su derecha, la trinchera terminaba y la ladera descendía hasta un valle con un arroyuelo. Miró hacia el este, en dirección a territorio enemigo. Sabía que a dos o tres kilómetros había otra red de trincheras: la segunda línea de defensa alemana. Estaba listo para seguir avanzando con su grupo, aunque lo dudó por un instante. No veía a otros soldados ingleses avanzando, y se preguntó si sus hombres ya habrían usado casi toda la munición. Supuso que, en cualquier momento, llegarían los camiones de suministros dando tumbos por los cráteres del terreno con más munición y órdenes para la siguiente acción. Elevó la vista al cielo. Era mediodía. Los hombres no habían comido nada desde la noche anterior. - Vamos a ver si los alemanes han dejado algo de comer -dijo. Situó al Seboso Hewitt en lo alto de la colina como vigía por si los alemanes con traatacaban. No había mucho que echarse al estómago. Al parecer, los alemanes no estaban muy bien alimentados. Encontraron pan negro enmohecido y salami seco. No había ni una triste cerveza. Se suponía que los alemanes eran famosos por su cerveza. El general de brigada había prometido que a las tropas que avanzaran les seguirían las cocinas de campaña, pero cuando Billy echó la vista atrás con impaciencia hacia tierra de nadie, no vio ni rastro de los suministros. Se sentaron a comer sus raciones de pan seco y ternera en lata. Se dio cuenta de que debía enviar a alguien de vuelta para informar de lo ocurrido. Pero antes de poder hacerlo, la artillería alemana cambió su objetivo. Habían empezado a lanzar proyectiles desde la retaguardia de los ingleses. En ese momento, se centraban en tierra de nadie. Volcanes de tierra hacían erupción entre la línea británica y la alemana. El bombardeo era tan intenso que nadie podría haber retrocedido y haber salido con vida. Por suerte, los artilleros estaban evitando dar a su propia primera línea. Seguramente no sabían con certeza qué sectores habían sido tomados por los ingleses y cuáles seguían en poder de las tropas alemanas. El grupo de Billy estaba atrapado. No podían avanzar sin munición, y no podían retro ceder por el bombardeo. Aunque Billy parecía ser el único preocupado en su posición. Los demás empezaron a buscar recuerdos. Recogían los cascos acabados en punta, las insigni as de las gorras y las navajas de bolsillo. George Barrow registraba todos los 323