De día, un adorable payaso

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La Plata, miércoles 16 de junio de 2004
HISTORIAS DEL CRIMEN: JOHN WAYNE GACY
De noche, torturador, violador y asesino
De día, un adorable payaso
Para todos, era un simpático vecino que organizaba fiestas y animaba a los chicos en el hospital. Amante esposo y próspero empresario. Pero en sus ratos
libres secuestraba a jovencitos para someterlos a sádicos tormentos. Mató a 33. A uno le perdonó la vida. Lo detuvieron en 1978. Fue ejecutado
Algunos aseguran que una severa
lesión sufrida en la cabeza cuando
iba al jardín de infantes fue la causa
principal para que el cerebro de John
Wayne Gacy se haya convertido en
una mente psicopática capaz de los
más sádicos actos. La cuestión fue
que nadie adivinó que el implacable
asesino se escondía detrás de la noble
fachada de un payaso. Sus víctimas
fueron al menos 33 jóvenes a quienes les quitó la vida tras prolongadas
sesiones de torturas.
John había nacido en Chicago el 17
de marzo de 1942, era un eficaz
hombre de negocios, dedicado plenamente a hacer crecer su empresa
de albañilería y decoración, a cuidar
tumbrado a viajar haciendo dedo y,
sobre todo, harto de pasar frío, aceptó
la invitación sin sospechar que aquel
hombre, en un descuido, lo iba a atacar desde el asiento del conductor y lo
iba a inmovilizar con cloroformo.
Nadie sabe por qué John Gacy dejó
con vida a Jeff Rignall después de tor-
turarlo durante horas. Lo cierto es
que la declaración del joven llevó al
corredor de la muerte al asesino de
cuádruple vida: contratista, ciudadano ejemplar, payaso de hospital y criminal en serie. Pagó con una inyección letal por haber violado y asesinado a 33 adolescentes, a los que en-
El primer delito
que todos
habían olvidado
2
La nueva vida
de John Gacy
en Illinois
3
La vida de buen
vecino y próspero
empresario
Gacy fue condenado a 10 años de
prisión, de los que sólo cumple 3,
y cuando sale de la cárcel, se
divorcia y se traslada a Illinois.
Más tarde vuelve a casarse y a
reintegrarse en su comunidad de
vecinos organizando fiestas y
obras benéficas, aunque mientras
tanto sigue asesinando, sin que
nadie lo sospechara.
El error de John
Durante años, Gacy lleva una
doble vida. Sus amigables gestos
de bondad en el vecindario no
permiten descubrir el sangriento
asesino que se esconde detrás. Su
simpatía atraía a chicos a quienes
animaba vestido de payaso. Nadie
sospechaba que de noche torturaba, violaba y asesinaba de la forma
más cruel.
El 22 de mayo de 1978, Rignall decidió salir a tomar unas copas en alguno de los bares del New Town de Chicago. Mientras paseaba, ya de noche,
un coche le cortó el paso. Un hombre
de mediana edad y peso excesivo se
ofreció para llevarlo a la zona de bares
más
famosa
del
lugar.
Rignall, osado, despreocupado, acos-
Toda la vida de Gacy estuvo signada por las contradicciones. Se
inscribió en cinco universidades y
tuvo que abandonarlas todas; sin
embargo, terminó su último intento
y se recibió con las mejores notas.
Integró cuantas asociaciones caritativas pudo. Tuvo dos hijos a los que
amó y respetó, sin que eso interfiera en su eficacia para matar a
otros adolescentes. Resulta, incluso,
paradójico que un hombre obeso
con graves problemas en la espalda
fuera capaz de asesinar a jóvenes.
Cuando Rignall despertó se encontró con la imagen de aquel hombre
desnudo frente a él, exhibiendo una
colección de objetos de tortura sexual
y describiendo con exactitud cómo
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de su casa, a amar a su segunda esposa y a cultivar las relaciones sociales.
El tiempo libre siempre lo dedicaba a
los demás: organizaba las fiestas vecinales más famosas del barrio, se vestía de payaso y animaba las tardes de
los niños internados en el hospital local. Incluso fue tentado por la política y se presentó como candidato a
concejal. Y habría llegado a serlo si no
se hubiera cruzado en su camino el
joven Jeffrey Rignall y su tenaz lucha
por la supervivencia.
Signado por las
contradicciones
El salón del horror
En 1968, John Wayne Gacy fue
arrestado por haber violado a un
joven empleado y haberle pagado
para que no testificase en su contra. Sin embargo el muchacho terminó por denunciar al agresor, lo
que posteriormente llevó Gacy a
hundirse en una locura asesina, y
contratar a otro muchacho al que
asesinó para vengarse del anterior.
Tras separarse de su
segunda esposa, se
inicia en una serie de
asesinatos a ritmo
de uno por mes
ENTRE BRILLANTE Y ATERRADOR
terró en el jardín de su casa.
A la caza de adolescentes y jóvenes
John Wayne Gacy rondaba las
zonas de encuentros homosexuales
en busca de víctimas.
A veces los atraía a su casa y una
vez allí les ofrecía alcohol y drogas, luego les ponía películas
pornográficas.
Cuando la víctima estaba inconsciente, la ataba con esposas y cuerdas y la atacaba sexualmente.
Tras violarlos, los mataba y los
enterraba bajo su casa.
Mostraba un avanzado grado de
sadismo. Con frecuencia metía a los
jóvenes maniatados en la bañera
con una bolsa de plástico en la
cabeza. Una vez que el joven estaba casi ahogado, lo revivía para
infligirle diversas torturas.
Como muchos asesinos en serie,
Gacy creía que era invencible,
porque nunca iban a sospechar de
él. Se volvió más osado y arrogante.
No sólo recogía a jóvenes de las
zonas de homosexuales, sino que a
veces incluso los levantaba en la
calle y se los llevaba directamente a
casa sin preocuparse de lo que los
vecinos podrían pensar ni decir.
En el momento de su detención,
John Wayne Gacy tenía 36 años. Su
aspecto era agradable: bajo, gordito y con un gracioso bigote negro.
Más que un peligroso asesino
múltiple parecía un honrado hombre de negocios preocupado por el
bienestar de su familia.
Durante el juicio que se le siguió le
preguntaron por qué trataba así a
sus víctimas, y él respondió que
eran “despreciables mariquitas”,
unos inútiles vagabundos, mientras
él era un próspero hombre de
negocios que no disponía de
muchas horas libres.
funcionaban y cuánto daño podrían
llegar a producir. Rignall pasó toda la
noche aprendiendo sobre sus propias
carnes mancilladas, una y otra vez, la
dolorosa teoría que su secuestrador
iba explicando.
A la mañana siguiente, el joven torturado despertó bajo una estatua del
Lincoln Park de Chicago, completamente vestido, lleno de heridas, con el
hígado destrozado para siempre por el
cloroformo, traumatizado, pero vivo.
Tenía el triste honor de ser una de
las pocas víctimas que escaparon a la
muerte después de haber pasado la
noche en el salón de torturas de John
Wayne Gacy.
En sólo seis años, otros 33 jóvenes
Las víctimas
eran siempre varones.
Muchos fueron
atraídos por promesas
de trabajo
como él vivieron la misma experiencia, pero no pudieron contarla.
Tras la denuncia policial, la captura
de Gacy fue inmediata
En días posteriores a la detención,
buscando otras víctimas, los investigadores incluso procedieron a levantar el piso de la casa, donde encontraron varios cuerpos enterrados a poca
profundidad y recubiertos con cal viva para acelerar la descomposición.
Otros cadáveres fueron hallados en el
sótano de la casa y en un río cercano.
En el juicio que se le siguió en
1988, sus abogados alegaron inocencia por enajenación, y que su cliente
era inimputable por padecer un serio
trastorno de personalidad.
Sin embargo, los abogados de las
víctimas aseguraron que en sus crímenes había un seguimiento de la
víctima y premeditación, además de
que el acusado era consciente de diferenciar el bien del mal. Por lo tanto,
imputable por ser responsable de sus
actos. Gacy conservaba en todo momento su faceta asesina, incluso
cuando actuaba como payaso para los
niños: simplemente ocultaba esa parte de su vida al exterior.
Tras seis semanas de juicio, el jurado lo declaró culpable y fue sentenciado a 21 cadenas perpetuas y 12
penas de muerte.
Gacy negó su culpa alternadamente, mientras cumplía su larga condena. En la cárcel consiguió reconocimiento como pintor naïf. Sus cuadros, de temática circense, llegaron a
alcanzar precios muy elevados en el
mercado (300.000 dólares).
Por fin, en 1994, lo ejecutaron con
la inyección letal.
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