Una gran promesa: pedid, llamad, buscad (Mt. 7:7-12) por Pedro Puigvert Pocas afirmaciones en la Biblia son tan alentadoras y consoladoras para poder enfrentarse a las incertidumbres y azares en nuestra vida en este mundo que las contenidas en estas palabras de Jesús. Pero inmediatamente debemos decir que tenemos que ir con cuidado a la hora de apropiarnos estas promesas porque corremos el peligro de frustrarnos si sacamos las palabras del contexto en que se hallan. Porque si las tomamos sin tener en cuenta algo tan elemental, puede suceder que formulemos alguna petición al Señor y si ésta no es concedida nos podemos hundir en la depresión y la desesperanza o pensar que Dios nos ha engañado por incumplir sus promesas. Para empezar debemos relacionar este texto con el precedente y recordar lo que dijimos al exponerlo: en esta vida vivimos siempre bajo el juicio o escrutinio de Dios, tanto si nos gusta como si no nos gusta. Por eso Jesús empezó refiriéndose a la cuestión de juzgar a los demás y que debíamos ir con cuidado porque nosotros mismos estamos bajo juicio. Señala el peligro de condenar a los demás como si nosotros fuéramos jueces y en consecuencia debíamos quitar la viga de nuestro ojo antes de querer quitar la paja del ojo ajeno. Entonces nos damos cuenta que hemos fallado y que seremos juzgados. Somos pecadores y nos vemos impotentes para alcanzar el nivel del Sermón del monte. Necesitamos ayuda y gracia. ¿Dónde conseguirla? La respuesta es: "pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá". Pero a la vez nos lleva a preguntarnos: ¿Por qué somos lo que somos si existen tales promesas? ¿Por qué es tan pobre la calidad de nuestra vida cristiana?¿Qué lecciones encierra este texto? Nos enseña que debemos darnos cuenta de nuestra necesidad (v. 7) Hay personas muy religiosas que sólo buscan obtener lo que el Señor promete sin darse cuenta que ellas se encuentran en necesidad porque no perciben que el problema básico del ser humano es el pecado y su efecto en nosotros. Si no toman en consideración que son pobres y necesitados nunca acudirán a Cristo para recibir de pura gracia la salvación. A muchos les gusta escuchar acerca de Cristo, pero no que les digan que ellos son tan incapaces que Cristo tuvo que ir a la cruz y morir para que pudiesen ser salvos. Por eso lo primero que debemos admitir es nuestra necesidad y la suficiencia de la gracia que hay en Cristo. Sólo el que se da cuenta de estas cosas, puede pedir, buscar y llamar para recibir, hallar y entrar; los otros no son conscientes de su necesidad y no pedirán ni recibirán. Algunos comentaristas distinguen entre estos tres verbos, pero en realidad se trata de tres aspectos de la misma cosa con que nuestro Señor, Nos enseña que debemos ser perseverantes (v. 8) Ello se ve con toda claridad en el hecho de que al persistir se obtiene lo que se busca. Para ilustrar este texto y verlo con más claridad, situémoslo en el marco general de las parábolas de Le. 11:5-13 y 18:1-8. En la primera vemos como un hombre a quien llega de repente un huésped a medianoche y como no tiene pan para él, sale a llamar a la puerta de un amigo que ya estaba acostado. Por la insistencia del amigo consigue algo de pan. Lo mismo enseña la parábola de la viuda persistente en busca de justicia. Estos tres verbos, pues, subrayan el elemento de la perseverancia. En algún momento de nuestra vida nos paramos a pensar y nos damos cuenta que no es como debiera. Entonces nacemos el propósito sincero de leer la Biblia y orar con regularidad y así se lo decimos al Señor. Pero al poco tiempo empezamos a flojear y pronto lo olvidamos. Esto es preocupante y, por tanto, lo que Jesús nos dice aquí es que si deseamos alcanzar las bendiciones que el Señor nos tiene reservadas, debemos seguir pidiéndolas. "Buscar" significa seguir pidiendo, "llamar" es lo mismo. Es como una intensificación de "pedir". La perseverancia es fundamental en la vida cristiana porque no podemos contentarnos con deseos pasajeros y no Iglesia Evangélica de Hermanos, avd. Mistral 85,87-Barcelona www.iglesiamistral.org/index2 Pág. 1 Una gran promesa: pedid, llamad, buscad (Mt. 7:7-12) por Pedro Puigvert obtener las bendiciones del Señor si no perseveramos en pedírselas. Es en la perseverancia donde podemos ver si la vida cristiana es genuina o no. Nos enseña que Dios es nuestro Padre (vv.9-11) El argumento de Jesús sigue el conocido método de ir de menos a más. Si un padre terrenal hace tanto por su hijo, ¿cuánto más no hará Dios? Quizás uno de los problemas principales de los creyentes es que no conocemos debidamente a Dios como Padre. Claro que lo sabemos y lo creemos, pero ¿lo experimentamos en nuestra vida cotidiana?¿Somos conscientes de ello? ¿Cómo sabemos que Dios es nuestro Padre? Ciertamente, Jesús no está diciendo que Dios es el Padre de toda la humanidad, aunque lo sea por creación. Por eso se refiere primeramente a todos los hombres al decir: "si vosotros, siendo malos" que significa que no solamente el ser humano hace cosas malas, sino que es malo por naturaleza. Nuestra naturaleza como hombres está corrompida por el pecado hasta que el Señor nos da una nueva naturaleza moral al regenerarnos. Ahora bien, Dios es nuestro Padre cuando satisfacemos ciertas condiciones: a) al recibir a Cristo como Salvador y Señor, cuando se nace de nuevo nos da la potestad de ser hechos hijos de Dios (Jn. 1:11-12). b) Cuando nos da su Espíritu Santo. En cuanto conocemos esto podemos tener la seguridad de que Dios es nuestro Padre (Ro. 8:14-16). Pero eso no agota la afirmación: como Dios es nuestro Padre nunca nos dará nada malo, sino sólo lo bueno. Por tanto, todo lo que recibimos de Dios, aunque a veces no lo entendemos, siempre es bueno porque él no comete errores. El padre terrenal no da piedras en vez de panes, pero a veces comete errores aunque lo haga con la mejor intención. Pero nuestro Padre celestial nunca nos dará nada que nos resulte dañino y cada día debemos recordar y agradecerle todo lo que recibimos y por la manera que nos cuida. Nos enseña que debemos seguir una regla de oro (v.12) Notemos que empieza con "así que" dos pequeñas palabras que actúan como conjunción para significar "en consecuencia". No se trata, pues de una afirmación aislada, sino que está vinculado con lo acaba de decir, especialmente trata aún sobre el juicio a los demás. Así, pues, nos encontramos delante del aforismo (sentencia doctrinal breve) final de Jesús respecto a juzgar a los demás y nuestra relación con ellos. ¿Por qué se le llama "regla de oro"? Por ser una afirmación extraordinaria y notable al ser un compendio de los mandamientos que Jesús resume en otro lugar: "ama a tu prójimo como a ti mismo". En realidad está diciendo: "si tienes algún problema en cómo deberías tratar a los demás, tienes que actuar de este modo".No hay que empezar por la otra persona, sino por ti mismo. De manera práctica, como hijos del reino, deberíamos hacer una lista con todas aquellas cosas que nos agradan y las que nos desagradan cuando pasamos a tratar a otras personas y ponernos en su piel. En nuestra conducta respecto a ellas debemos tener cuidado en hacer lo que hemos visto que nos agrada y no hacer aquello que nos desagrada a nosotros mismos. Si uno hace esto nunca se equivocará. Por ejemplo, si no nos gustan las personas conflictivas, empecemos nosotros por no crear problemas. En esto se resume la ley y los profetas, es decir abarca todo el propósito de la Escritura. Conclusión. A nosotros nos corresponde buscar en la Biblia las cosas buenas y pedirlas y por encima de todo conocer a Dios porque en esto consiste el reino y su justicia. Iglesia Evangélica de Hermanos, avd. Mistral 85,87-Barcelona www.iglesiamistral.org/index2 Pág. 2