• afros • feminismos • migrantes • sexualidades • Viernes 30 de setiembre de 2016 · Nº 13 Federico Murro Censo trans y narrativas diversas Se caen las caretas 02 Viernes 30·set·2016 afros / feminismos / migrantes / sexualidades « FICCIONES PROPIAS » Amores periféricos Erguida, pálida y europea, más que apoyar los pies, acariciaba el suelo. Entró al comedor cuando el sol se apoderaba de la bruma santiagueña. Peinada como una niña llevaba dos cintas colgando entreveradas en el pelo y entre la boca y la nariz destellaba uno de esos lunares asesinos. De esos que vienen al mundo a funcionar como carnada para gente como yo, a la que le vuelven loca los lunares cuando viven en la periferia de los labios. La vi sobrevolar las mesas con los ojos más azules del salón. Mirar aquel bufete, que olía a carne picante, a maíz y a fruta. La vi estudiar con minucia la silla vacía más conveniente. La encontró, y al llegar, saludó con una sonrisa fulminante. De todas las mesas en aquel encuentro de mujeres era la única en la que había un varón. Retuve el pensamiento tóxico y celebré que el lugar vacío me permitiera contemplarla aunque fuera más lejos de lo que me hubiera gustado. Apoyó sus codos y trenzó sus dedos. “Yo soy Julia y vengo de España”. Yo tenía razón y venía de Uruguay. Ella tan nuevos movimientos y yo tan discusiones inocuas. Ella tan podemos y yo tan no podemos más. Navegó con gracia el ritual protocolar de escuchar nombre y país, sonrió y tuvo preguntas para cada comensal. Julia la de España, una muñeca perfecta con dones de Mirtha Legrand. Soltó sus manos y llegó al gesto. Llevó uno de sus dedos largos justo al lunar y lo rozó casi haciéndole un mimo, bajó con el dedo hasta sus labios donde lo dejó reposar por un segundo y volvió al lunar (mi lunar) otra vez. Siempre me gustaron las mujeres que se tocan la cara. Las que sin procurarlo se sienten con las yemas la fachada que le muestran al mundo. Algo, quién sabe qué, impulsa a sus manos a comprobar que allí sigue la boca, que allí siguen los párpados y las narinas, las arrugas y los pómulos. Me atrapan los gestos sencillos y delicados. No me gustan los que hacen ruido ni los que contraen la cara. El hotel estaba lleno de mujeres, todas soldadas de batallas hostiles en una guerra que viene ganando el que la tiene más grande. Todas servidoras del largo plazo, hijas ingratas de democracias plebeyas, compañeras valiosas cuando carne de cañón, locas de mierda cuando disputan privilegios, y sin excepción, todas putas. Mucha calle y poco amor, mucha lucha y poca vida. Mucha torta y nada de empalago. No me había dejado absorta la mueca histriónica de la paraguaya, lanzando cólera a las vacas sagradas del feminismo. No me habían cautivado los dedos extendidos al cielo de Yaiza, dueña de una mezcla exquisita de piel árabe tostada Jornada previa a la Marcha de la Diversidad, ayer, en la plaza Independencia. / foto: pablo vignali por el sol parejo del trópico. No me habían encandilado aquellas bocas de encendidos carmines. No, me había embrujado Julia la de España, la niña de piel blanca y de labios discretos. Yo tan Edipo colonialista y ellas tan empoderadas. Las horas del espejismo antipatriarcal corrieron veloces y cálidas, cargadas de rabias, cargadas de astucias y de desencantos, de rotundos fracasos y de escasos éxitos. Corrieron hasta la hora en que Julia la de España y yo estábamos convocadas a sentarnos en la misma mesa a hablar de nuestras batallas contra los lugares comunes. A anunciar lo ya sabido: no hay leyes que por bien no vengan, pero no se ganan las batallas en el mármol si el músculo de la calle no permanece tonificado, se combate desde el desayuno hasta la cama o se cuelga la toalla de la ambición. Yo, como todas las veces que me exigen aventurar relatos, padecía la incertidumbre de saber si lo que iba a decir era justo o banal hasta que llegó ella y detuvo mi propio flagelo para apoderarse de mi atención. Mientras hablaba repitió el gesto una, dos, tres, cuatro veces, hasta que giró la cara hacia mí. Me miró a los ojos buscando aprobación y yo le miré la boca buscando el lunar. Entendió que me tenía comiendo de la mano, y yo en ese preciso instante rompí el hechizo. Y es que tendré una erótica un poco racista para que justo me guste la blanca. Puedo vivir con ciertas contradicciones, pero todo tiene un límite para desear una boca y el mío son los pelos en los lunares que la rodean. ◆◆◆ Él me juraba deseo antes de conocerme, me tomaba antes de tocarme, me acariciaba antes de llegar a casa y golpear la ventana. El timbre no anda, le respondí en un men- saje de texto junto a mi dirección, el día que me preguntó si quería seguirla en mi casa. Para esa noche teníamos en nuestro haber 74 horas de chat. Paramos sólo para dormir. Yo estaba de vacaciones, él vivía en lo de papá y mamá. De perfil tenía una foto de espaldas, miraba una bahía celeste, amplia, llena de pájaros y de selva, de sol y de verde. Llena de esa grandilocuencia que sólo se ve en los bordes de los continentes y que sólo pagan los salarios de gerentes. De espalda ancha sobre su cintura delgada, robustecida por años de rugby, la delgadez endémica superada a puro fierro. La mía con la modesta altura de 35 centímetros y el recuerdo estampado de haber quedado chica para la gestación. Cuando cayó el mensaje diciendo que venía, procuré darle a mi casa otra apariencia que no fuera la desidia. Puse todos los platos sucios en la pileta y dejé correr el agua, metí los chiches en el cuarto de la niña, intacto desde su partida a la casa paterna a pasar las fiestas, junté almohadones, ropa sucia y migas de desayuno. Enjuagué los rastros de pasta de dientes, vacié la papelera del baño. Lavé vasos y limpié las huellas de los pies de las copas. Escondí con velocidad y precisión quirúrgica todo lo que le diera más información de la que yo quería darle. Cuando se trata de la cama, más tira un prejuicio hijo del sentido común que una convicción revolucionaria. Dos personas mayores de edad con diez años de diferencia que se gustan. Pero los diez años más los tenía yo, como a la hija y al trabajo, a la casa y a las cuentas. Metabolizaba la contradicción mientras enumeraba a todos los hombres que conocí en la vida con amantes diez años menores que ellos. Deseaba ser yo la que venía en camino, con sus 24 endemoniados años, sus cuentos de facultad, de malos viajes con malas drogas, de novias narcisistas, de maratones nocturnas, de firmes profecías contra el amor romántico, pero no. Un chiquilín atravesaba la ciudad encantado con la idea de irse a la cama con una tipa, con una M mayúscula, de mujer y de mamá. Él estaba en camino y yo me metía a la ducha con el tiempo y las herramientas necesarias para una depilación fugaz. Tarde pía la moral cuando el cuerpo sucumbe. Salí en pantuflas y lo estudié del otro lado del vidrio. Se sonrió con los labios primero y con los dientes después. Dientes parejitos, sonrisa de ortodoncia, carita de tarde echado, piel bronceada por el sol del horario de oficina. Yo tenía una vuelta al mundo y él estaba 0 km. No quedaban palabras para usar de preámbulo. Me calzó la mano en la nuca y me llevó directo a su boca. Agradecí en silencio que nos ahorrara la parte de los buenos modales. Cerré los ojos cuando estaba al borde del beso y me soltó. Me dejó con los labios en orsai y con una calentura inmoral. Me pidió agua y le dije que sí, que pasara y se sintiera como en su casa. Mientras bebía observaba cómo se escurrían las gotas de agua de los platos recién lavados. Me miró y sonrió sabiendo. Dejó el vaso en la pileta y me pidió para ir a la cama, le dije que sí, que pasara y que se sintiera como en su cama. Con admirable oficio me sacó toda la ropa y recorrió con la lengua todo mi territorio. Me estudió la piel, me dijo porquerías. Esperó a que le suplicara y justo antes de ponerla me preguntó dónde quedaba el baño. ◆◆◆ “Vos contame que yo te estoy escuchando”, me dijo mientras se paraba a buscar la segunda caja de cigarrillos que nos íbamos a fumar en la noche. Yo seguí hablándole mientras la miré esquivar las sillas del comedor contorneando su cuerpo entre ellas, desplazando con suavidad el aire tibio que la abrazaba todo lo que yo no me dejaba abrazarla. Otra vez la estupidez de encontrarnos. Otra vez rodeada de sus cosas y su casa, de su olor a comida casera. Hay una clase de deseo que funciona como cierto tipo de virus, del tipo de los que se alojan en el cuerpo, y si se sienten a gusto, se quedan agazapados. Se mimetizan y se acurrucan hasta que se vuelven imperceptibles y en los momentos de debilidad se exponen como divas. Aparecen orondos para recordarte que no estás haciendo nada para defenderte. Habito mis vidas todas y en ninguna le regalo un pedacito, pero cada vez que la veo me prometo no verla otra vez. Mientras camino a la parada repaso como un mantra todas las cosas que no me gustaron de las últimas 12 horas con ella. Repaso su obstinación en hablar de sí misma al punto de extraviarse en su abundancia. Repaso sus dedos finitos como piernas de gallina, sus narinas anchas y sus tetas chiquititas. Repaso su lenguaje pulcro, impoluto, sin una sola señal de que no más allá de la superficie es una rota, igual que yo. Cuando para el ómnibus me prometo no desearla nunca más. Se abren las puertas y como un bólido me atropella el recuerdo de su imagen, levantando sus brazos largos al aire, para tomarse el pelo con toda la mano y envolvérselo sobre dos de sus dedos que, rígidos, la ayudan a tornear un rodete perfecto, al que ata con un nudo hecho con su propio cabello. La muy perra, para estar hermosa no precisa ni siquiera una horquilla. Cada encuentro es la celebración de ese meridiano que divide la forma en que vemos el mundo. Nos convocamos a pelearnos, a tratarnos como el culo, a hundirnos el ego a las piñas, a dejarnos sin aliento de tanto berrinche. Y cuando el cuerpo apesta a tabaco, a encierro, a la salsa que se seca en los bordes de los platos, a cigarrillos retorcidos sobre las sobras de sus raviolones de calabaza, irremediablemente terminamos como dos gatitos redondos y jaspeados, con las pupilas como bolitas, pidiéndonos mimos en la nuca. Habito mis vidas sin ella, pero cuando respiramos el aire que la otra exhala, nos cagamos en cada mitad del mundo y todo vuelve a empezar otra vez, hasta la próxima caminata a la parada, hasta el próximo pedacito de vida que nos damos como ofrenda. ■ Romina Napiloti afros / feminismos / migrantes / sexualidades Viernes 30·set·2016 03 yo no soy Seriados Te podés parar frente al espejo un día y darte cuenta de todo. De que estás viejo, de los pelos en las orejas, de que la carne es evidencia de las cosas. Porque algunos no lo admiten, pero el cuerpo es evidencia de todo. Y mientras me miro las miserias, el dolor de los años, el odioso balance, cerrar las cuentas, llega desde la luz azul del televisor la noticia: los putos marchan. Los putos en todos lados. Los putos que casi son fabricados en serie por empleados explotados en algún sótano clandestino. Se venden barato. Algunas personas quieren un gato siamés, otras un pastor alemán. Otras un puto en el llavero del auto, como amigo, como conductor de televisión. Somos un fetiche lícito. Bah… Ustedes: yo no. No importa que ya no estemos en un catálogo de enfermedades. No importa nada una mierda. Entramos en el círculo retroalimentado de la automarginación, y por la puerta grande. Y después los ves en la calle, marchando. Algunos son putos. Otros no sé qué son, ataviados con plumas, con colores, desenvainando taco aguja, más agudos que el descaro, más altos que rascacielos. Las caras pintadas, tetas hechas con algodón, con medias. No entiendo. ¿Quiénes son estos seres? ¿De dónde salen? ¿Qué tienen que ver esos colores con los rincones lastimados de las habitaciones silenciadas? ¿Por qué no me encuentro a estas personas cuando voy al súper, entre la mayonesa y el atún? Detrás de esas caras que se hacen famosas, detrás de esas reivindicaciones, detrás de la semántica, ¿los putos mismos no nos damos cuenta de que somos tan artífices de nuestra condena como aquellos a los que llamamos otros? Tantas luchas de otras minorías y seguimos en la misma o una peor. Hasta la reivindicación de la libertad y el orgullo llevan código de barras. Pero vamos a decir que todo esto no nos importa, porque suena el teléfono. Es su voz. Dale, vení, estoy en casa, rescatame: no hay marcha, no hay padres que pesan sobre la vida. Vino Leonardo. Se me apretó contra el pecho, casi llorando. Me dejé mojar por las lágrimas. Él lloraba, yo lo consolaba, consolándome a mí también, olvidándome de las noticias, de todo. Me contaba alguna de sus tragedias menudas. Este gurí no sabe ni qué hacer con esa hombría que se le desparrama, como si fuera un médium amateur que no puede dominar todas las voces que le llegan, que no puede separar un mensaje de otro. Toda su psiquis necesita de un hombrón que lo contenga, y yo necesito un efebo para no sé qué mierda, aunque todos esos escrúpulos se callan cuando nos tiramos en la cama y lo veo desnudarse. No me obligues a ser la puta eterna que te lama desde los pies hasta la corona, pensé. Sin embargo, toda impostura fue en vano. No pasaron 15 minutos, y me arrodillé. Agarré, recibí, encontré el pene de manera extraordinaria. Cuerpo de Cristo. Amén. No había sólo gula lasciva; fue distinto. Acaso todo lo lascivo, pero mezclado con una sensación diferente, con un imperativo inmenso. Me aferré como si aquello fuera el único nexo a una realidad, a una certeza sospechada, pero nunca vista; a una dicha. En ese momento no, pero después uno teoriza la mezcla de cosas que sentía cuando estaba de rodillas: la furia edípica homosexual, el éxtasis rabioso de poseer, saborear el pene nunca encontrado. Y esa pudo ser la causa de esas lágrimas que se me empezaron a salir. La culpa incestuosa, el absurdo, la vergüenza de estar así, de tener un pene entre las piernas pero dejarme someter por otro. Saberse tan, tan puto. Quizá el orgullo de controlar los espasmos y los deseos todos del cuerpo de un hombre, por su parte más vil y vulnerable. ¿Qué podrán buscar las lesbianas en la cama? ¿Saben que aunque excaven en sus huecos blandos, babosos, en esas bocas mudas, jamás desenterrarán un pene? Este pibe es una droga. Y le pago, le pago, le pago. Le compro lo que me quiera vender al precio que me pida. A veces me vende pedazos de carne que sangran; otras veces carne seca, como un tasajo agrio que venía guardando para el momento del negocio, de esa prostitución descarada que te tira a la cara cuando se levanta de la cama, va, se echa una meada de caballo y se empieza a vestir. No me hagas eso, Leonardo. Esperá a que me duerma y sacame plata de la billetera. Pero no: el hijo de puta casi siempre se viste cuando yo tengo los ojos abiertos. Le aprieto las nalgas antes de que se las enfunde en ese blue jean malvado. A veces no me dice nada, a veces me dice que lo deje vestirse tranquilo. Cuando te diste cuenta de que tenía alguna lágrima en la cara, cortaste todo con la practicidad de quien sabe que el negocio no marcha. No te dije nada, me quedé mirándote ahí, aguantando un poco las ganas de llorar. El rito de retirada comenzó: agarraste el pantalón, unos billetes. Saliste. Cundo diste un portazo y te hundiste en la calle, entonces sí me tiré en la cama y lloré como hacía tiempo no hacía. No quise pensar nada. Sólo quería que el llanto me saliera todo, entero. Me salió de la boca en un bloque, como un monolito; así lo largué al mundo. Y después me dormí. ■ David Rodríguez Salles “Hacemos lo que nos gusta y queremos: preguntamos, nos detenemos en la sensibilidad de los sujetos y grupos abordados, pensamos con la mayor libertad de la que somos capaces. Nos detenemos en esa palabra bastardeada: sensibilidad; y en las ideas pero destinadas a los sujetos. Y a distintos territorios: buscamos al otro, su pensamiento y sensibilidad a través de colaboradores de muchas partes del mundo. Nuestro espejo no puede ser siempre el mismo río. ¿Todo muy correcto? Un poco. Es que Incorrecta quiere ser furia, rabia, amor y pensamiento”. ejemplares de la primera edición a la venta en la Feria del Libro (IM) 04 Viernes 30·set·2016 afros / feminismos / migrantes / sexualidades La cadena excluyente Censo de personas trans Uruguay realizó el primer censo nacional de personas trans en el mundo. El Ministerio de Desarrollo Social (Mides) contabilizó a todas las personas trans (travestis, transexuales y transgénero) que habitan en el país y recopiló información sobre sus características sociales, económicas y políticas. El censo tomó como punto de partida la base de datos de la Tarjeta Uruguay Social para personas trans (TUS Trans) y otras del Mides, ya que se registra la identidad de género en todos sus programas. También se sumaron las personas trans en situación de encierro (privadas de libertad), y se sirvió de otras acciones como el censo a personas en situación de calle. Paralelamente, se utilizó la estrategia de bola de nieve: se trabajó en conjunto con la sociedad civil, se recorrieron lugares de esparcimiento y de trabajo sexual, se enviaron mensajes de aviso impresos en los recibos de las TUS Trans, se mandaron mensajes por Facebook, Twitter, y en la página del Mides se habilitó la posibilidad de dejar los datos para ser contactados por los censadores. Se censaron todas las personas que afirman tener una identidad de género que no coincide con su sexo biológico. Hasta hace seis años no habían datos de ningún tipo sobre esta población en el país. No sólo no eran objetivo de las políticas específicas, sino que no accedían a las políticas sociales en general. En 2010 se empezó con investigaciones de corte cualitativo en convenio con el Instituto de Ciencia Política de la Facultad de Ciencias Sociales (Universidad de la República), y con el transcurrir de los años y la acumulación de conocimiento en el tema, se comenzó a evaluar la posibilidad de realizar un censo que sobre todo permitiera conocer el número exacto de la población trans en Uruguay. Las especulaciones en su momento hablaban de 3.000 personas trans y hoy podemos afirmar que la cifra en Uruguay es de casi 1.000. Cuantificar y conocer las características de este universo permite tomar medidas más efectivas y eficientes así como planificar mejor el gasto público y decidir cuándo se tienen que tomar acciones de seguimiento personalizado para contribuir a generar otros proyectos de vida lejos de la marginación y la transfobia. Este censo rompe el círculo de invisibilidad de las identidades no heteronormativas (especialmente la de los varones trans), y aporta conocimiento y reconocimiento que contribuyen a la igualdad. El Estado está obligado a que la identidad de género deje de ser un factor relevante a la hora de acceder a derechos y oportunidades. Hallazgos Al 31 de agosto, se censó un total de 774 mujeres trans (90%) y 79 varones trans (10%). De las 1.113 personas registradas inicialmente Jornada previa a la Marcha de la Diversidad, ayer, en la plaza Independencia. / foto: pablo vignali (mediante una base o por una persona que hacía referencia a ellas), resultó que 34 fueron inubicables, otras 34 han fallecido, 27 rechazaron responder el formulario y 23 se mudaron al exterior. Los datos que arrojó el censo son en su mayoría alarmantes, aunque no necesariamente novedosos. Confirman una situación de violencia y discriminación evidente y sistematizada por las recientes investigaciones cualitativas. El dato más dramático es el de las 34 personas fallecidas. Personas que hace no más de tres años habían solicitado la TUS Trans. Aún no se sabe si todas ellas son víctimas de la violencia más directa ni las causas exactas de sus muertes tempranas, pero sin duda es uno de los tópicos a investigar y cambiar. Las personas trans, quienes son expulsadas de sus hogares (en promedio a los 18 años, la misma edad en que se inician en el trabajo sexual), se ven expuestas a la violencia emocional, verbal y física, del sistema médico, de sus clientes y de la policía, al consumo de alcohol y sustancias psicoactivas, a conductas sexuales de riesgo, a niveles altos de estrés, depresión y ansiedad, situaciones que contribuyen a la mala calidad de vida y que desembocan en muertes prematuras. La Organización de Estados Americanos, por medio del Registro de Violencia, observó que en el 80% de los asesinatos cometidos contra mujeres Trans ellas tenían 35 años o menos (Disponible en http://www.oas.org/es/cidh/lgtbi/ docs/Registro-Violencia-LGBTI. xlsx), misma edad manejada por las organizaciones de la sociedad civil a nivel continental para referirse a la expectativa de vida de las trans. En el caso de Uruguay, la edad promedio de las personas censadas es 37 años. El censo confirma los altos niveles de discriminación que sufren las trans así como la exposición a la violencia y su naturalización: el 88% se sintió discriminada alguna vez, el 58% sufre discriminación por parte de un miembro de su familia nuclear, los 14 años es la edad promedio de la primera relación sexual (y el 21% confirma que fue sin su consentimiento), el 36% fue discriminada por los médicos de centros de salud y el 45% afirma haber sufrido violencia por causa de su identidad de género. El porcentaje de atención es un registro mucho mayor al esperado (casi 96% se atiende en el sistema médico y 88% lo hace en ASSE), lo que revela o confirma que las mutualistas no brindan la atención correspondiente. Sólo 22% se hormonizan pero casi 50% lo hacen con supervisión de un endocrinólogo. El 15% se realizó cirugías para modificar su cuerpo, el 17% se inyecta silicona líquida. ¿El resto escogió no hacerlo? ¿Saben que no todas las personas tienen las características sociales y/o fisiológicas para poder llevar adelante el proceso? ¿Están informadas sobre las consecuencias que tiene el consumo de hormonas sin indicación o controles? Sólo el 38% (322 personas) tiene expectativas de realizarse una operación de reasignación de sexo: ¿Cuál sería el costo que tendría para el Estado satisfacer este derecho? ¿Cuánto se ahorraría invirtiendo en cirugías planificadas en vez de interviniendo en situaciones de emergencia? Todos los aspectos que hacen a las transformaciones corporales decididas por las personas trans son indispensables para contribuir a su identidad. No son aspectos menores sino definitorios. Las consecuencias de devolver una imagen socialmente no acorde con el género que ellas y ellos habitan desatan burlas, agresiones, desprecio y violencia, lo que tiene inmediatas repercusiones negativas sobre su autoestima y su salud mental. El 60% de las personas trans no terminaron el ciclo básico, el 69% de los varones trans desertaron del sistema educativo, el 70% sufrió discriminación en el liceo por parte de sus compañeros y aproximadamente el 20% también la sufrió de docentes, ya sea en primaria o en secundaria. Todas estas situaciones son producto de la desafiliación familiar temprana. Cuando se realiza un seguimiento exhaustivo de los datos y las trayectorias de vida de las personas trans, este es un factor determinante. Al iniciar el “destape”, se dan, en mucho casos, situaciones de incomprensión y violencia dentro del hogar que terminan con la expulsión. Esto también genera desafiliación educativa, lo que a mediano plazo dificulta la inclusión laboral: casi 67% de las personas censadas declaran estar ocupadas, el 32% nunca realizó trabajo sexual y el 67% lo realizó o realiza. El 29% restante está desocupado. Las limitaciones laborales derivadas de la poca formación y la discriminación son muchas. La mayoría no tiene formación para el empleo debido al abandono temprano de los estudios, pero en aquellos casos en los que han logrado avanzar, igualmente las tasas de desempleo siguen siendo muy altas. El destape Es el momento en el que la persona comunica su identidad de género no esperada y comienza a realizar los cambios físicos que considera necesarios o posibles. Esta etapa está llena de conflictos internos (no sentir que se tiene el cuerpo apropiado) y externos: la familia, los centros educativos y la sociedad en general no están preparados para asumir estos cambios. Además, la persona que está experimentando las modificaciones físicas y sus efectos emocionales tiene la necesidad de centrar la atención en este con- junto de transformaciones estéticas y corporales que requieren de mucho tiempo y energía. Investigaciones cualitativas coordinadas por el Mides dan cuenta de que en los casos de mujeres trans muchas veces este proceso se da de la mano de las primeras incursiones en el comercio sexual, algo que modifica la realidad y genera entornos con mayores niveles de aceptación, nuevos vínculos e ingresos y cambios en la rutina (lo que es incompatible con los horarios escolares). En lo que refiere a los varones trans, aparentemente tienen más oportunidades de negociar con el entorno y lograr otras formas de camuflarse para tener mayor aceptación y continuar con los estudios. Aunque estas estrategias de invisibilidad generan serios problemas en la autoestima y muchas veces surgen ideas de suicidio. Cabe señalar que aparentemente existiría una mayor tolerancia con los varones trans por parte de sus familias, probablemente relacionada a los mismos patrones patriarcales que los obligan a permanecer en el seno del hogar. La realización de este censo es un gran paso en la garantía de los derechos humanos de las personas en Uruguay pero la recopilación de esta información debe ser incorporada en el censo nacional y en todos los registros administrativos. De lo contrario, el Estado está incumpliendo con los derechos y omitiendo sus responsabilidades. Es necesario que para la próxima ronda censal en 2020 el país, y específicamente el Instituto Nacional de Estadística, hayan discutido la relevancia de incorporar la variable de identidad de género para que esta información se actualice y amplíe de forma sistematizada. Hágase la pregunta ¿Por qué las personas trans son objeto de tanta violencia? ¿Por qué es tan difícil para la sociedad aceptar el relato y la práctica de una vivencia genérica ajena a la genitalidad dada? ¿Por qué la sociedad en su conjunto las condena a vivir en la exclusión? ¿Será que se toman el atrevimiento o cometen la herejía de romper la lógica binaria de hombre-mujer? ¿Será porque no hay nada más incomprensible para nuestra sociedad que el intento de romper con la concatenación de sexo-género-expresiones de género? ¿Será que la figura de una travesti es lo más antipatriarcal que hayamos visto? ¿Será porque rompen las condiciones básicas del patricarcado: la heteronormatividad y el contrato sexual? Y no menor: ¿no sería necesario que fueran abrazadas por los movimientos feministas? ■ Patricia P Gainza El Censo de Personas trans fue también reseñado en la diaria por Amanda Muñoz. Aquí, porque no se agota y porque es de orden para Incorrecta, se retoma el tema y se buscan más aristas. afros / feminismos / migrantes / sexualidades Viernes 30·set·2016 05 No es sólo la pena Se debate el proyecto de ley contra violencia de género El lunes 11 de abril el Consejo de Ministros aprobó el proyecto de ley integral con el objetivo de garantizar a las mujeres una vida libre de violencia de género. El texto actualmente se encuentra en proceso de estudio a cargo de la Comisión de Población y Desarrollo del Senado. La directora de Inmujeres, Mariela Mazzotti, señaló a Incorrecta que espera que esta iniciativa sea aprobada antes de fin de año. Sin embargo, la aprobación de este texto es apenas parte de un programa de mínimos ítems que aún está lejos de ser siquiera completado. Cuestiones como el andamiaje patriarcal que pesa sobre las instituciones judiciales y del Poder Ejecutivo, la falta de financiación de los programas de prevención y, en definitiva, la implementación deficiente del texto legislativo, son las principales amenazas que hacen que la ley conquiste logros sociales pero circunscriptos al terreno de lo simbólico. Este tipo de legislaciones tiene la virtud de visibilizar el problema de la violencia de género fuera del ámbito estrictamente doméstico y de las relaciones de pareja. En este sentido, supone un cambio de enfoque que parte de la premisa de que la violencia contra la mujer en sus diferentes formas es inherente al sistema sociocultural de corte patriarcal en el que vivimos, en la medida en que responde a su necesidad de reproducción. Así, el proyecto no se limita a atacar las caras más graves y visibles de este sistema de dominación, como son el maltrato físico y el asesinato de mujeres, sino que define por primera vez a nivel jurídico cuestiones hasta hace poco ignoradas por los diferentes organismos de poder, como el acoso callejero, la violencia patrimonial o la violencia obstétrica contra la mujer. Los proyectos integrales tratan de transversalizar la respuesta y la prevención de la violencia de género abordando ámbitos como el educativo, el sanitario o el mediático. Esto, según explicó la abogada y ex jueza Ana Lima, supone un avance importante en un país que a mediados del siglo pasado se adelantó a su tiempo reconociendo derechos civiles de igualdad para las mujeres respecto de los varones, pero que desde entonces hasta 2002 se caracterizó por el vacío en cuanto a reconocimientos y garantía de derechos. Según Lima, el código penal uruguayo se remonta a 1934 y fue copiado de la Italia fascista: “Tiene un capítulo de delitos contra el honor, las buenas costumbres y el orden de familia en el que se contemplan los delitos sexuales, pero vistos desde una condición estrictamente mecanicista”. Considera delitos como el estupro o el rapto y distingue mujeres doncellas, no doncellas, casadas y solteras, lo en materia de género. En el Poder Judicial todo lo vinculado con este tipo de crímenes generalmente es tomado como un asunto menor, y la mayoría de jueces interesados en esta materia han tenido que procurarse la formación por fuera de lo institucional. Por ello, la ex jueza demanda una mayor capacitación de los juristas, que tenga carácter obligatorio y que adquiera un peso relevante en los méritos requeridos para los ascensos laborales. Performance sobre el feminicidio. / foto: iván franco (archivo, marzo de 2016) que da una idea de la cosmovisión a la que obedece. Esta legislación convive con un proyecto de ley enviado en 2015 por el Poder Ejecutivo que incluye el femicidio como agravante, y con un código de procedimiento penal pensado para entrar a regir en 2017, que contiene importantes vacíos en cuanto a la protección de las damnificadas por violencia de género. Con este enredo legislativo de fondo, se presenta el nuevo proyecto de ley integral, lo que deriva en un panorama jurídico que hasta las propias autoridades de Naciones Unidas consideran confuso. Conquistando esferas de poder El sistema punitivo es uno de los principales medios por el que las sociedades definen y reafirman los valores esenciales que caracterizan su identidad. Para filósofos como Andrew Oldenquist, la principal funcionalidad del castigo no es tanto lograr reducir el número de crímenes que se cometen, sino fortalecer la identidad moral de una determinada comunidad, infringiendo determinadas formas de sanción a aquellos que vulneran sus valores esenciales. Por tanto, llegar a conquistar un ámbito de poder con la aprobación de un texto de este tipo es ya en sí mismo un hito histórico para el país. El proyecto, en caso de ser aprobado, supondrá un instrumento que permitirá a las mujeres exigir derechos que actualmente no se contemplan. “Esto las fortalece como ciudadanas y a los movimientos sociales en términos de su capacidad de exigencia al Estado”, explicó la directora de Inmujeres. La ley propone crear los juzgados multimateria, que reúnen en un solo tribunal a todos los procesos que tienen que ver con la materia penal del delito de violencia de género, además de los aspectos vinculados a lo civil y a la familia. “En este momento una mujer que denuncia violencia para sí misma o para sus hijos tiene que acudir al tribunal especializado en violencia doméstica, al juzgado de familia y al juzgado penal. Entonces, ese tránsito de la denunciante por un mecanismo completamente hostil con formalidades que no conoce y sin adecuada defensa se convierte en un infierno”, señaló Lima. Por ello, la entrada en vigor de esta legislación fortalecería el vínculo de la mujer con el Poder Judicial en la medida en que eliminaría la carrera de obstáculos que debe superar para realizar la denuncia. El texto también contempla la creación de organismos en los que participaría la sociedad civil, como la Comisión Nacional para una Vida Libre de Violencia de Género. Esto establece nuevas competencias y obligaciones en materia de género para un importante número de instituciones públicas que, en caso de ser incumplidas, implica una vulneración de la ley que podrá ser reclamada a nivel jurídico. “Sin esta ley hay muchas actuaciones vinculadas a la atención, a la protección y a la reparación de las mujeres que no podemos realizar. Pero sólo con la ley no alcanza. Esto es un marco de actuación. Después se abre toda la responsabilidad de los poderes Ejecutivo y Judicial para reorganizar sus servicios conforme a esto”, expresó Mazzotti. Miopía de género Otras voces del feminismo crítico reclaman la implementación de un sistema de protocolos de actuación por fuera de lo penal, que permitan identificar los crímenes de género mediante una política pública de ámbito más preventivo. En este sentido, varias medidas de prevención sencillas que no cuentan con la voluntad política del gobierno para ser implementadas correctamente anuncian de entrada resultados deficientes en la hipotética aplicación del texto legislativo. A modo de ejemplo, que el número de atención a víctimas 0800 no esté disponible las 24 horas durante los siete días de la semana y que carezca de un sistema de geolocalización da cuenta de un talante institucional inadecuado para que se pueda materializar la nueva legislación, en resultados y en la mejora real de las condiciones de las víctimas. El presupuesto del que dispone actualmente Inmujeres es de unos 95 millones de pesos, según señaló Mazzotti. No obstante, la jerarca no pudo especificar la parte de ese monto que el organismo dedica específicamente a prevención, un aspecto que deberá ser el principal foco de los reclamos del feminismo uruguayo en el marco de su lucha social compleja y multidimensional. Uno de los principales escollos para la correcta implementación de esta ley es la incapacidad del aparato judicial para hacer valer la justicia con mirada de género, debido a la tradición patriarcal que pesa sobre sus estructuras. Ana Lima denuncia cómo muchos casos que responden a los patrones de violencia establecidos quedan invisibilizados por la apreciación que realizan jueces y fiscales miopes. “Esta tendencia en parte se sigue perpetuando porque la especialización en violencia doméstica no se promociona en el Poder Judicial, no es un orgullo ser juez dedicado a este ámbito”, explica la ex magistrada. Si bien Lima no deja de considerar las excepciones que hay en el seno de este organismo, denuncia la indiferencia que la institución ha tenido hasta ahora respecto de la capacitación de sus funcionarios Experiencias extranjeras Las experiencias previas en la implementación de este tipo de legislación en otros países dan la razón en parte a quienes denuncian las carencias del marco institucional uruguayo. En el caso español, por ejemplo, se publicó el 28 de diciembre de 2004 la Ley Orgánica 1/2004 de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, pionera en Europa por su pretensión integral. Sin embargo, pasados más de diez años, los femicidios no han experimentado una reducción significativa en el país y varios expertos y organizaciones de víctimas denuncian la deficiente aplicación de este texto. Para la fiscal española Susana Gisbert y la abogada y directora del Centro de Estudios Multidisciplinares en Violencia de Género, Elena Martínez, “nada se han desarrollado durante estos años las políticas destinadas a la prevención de estas conductas, a pesar del extenso y afortunado desarrollo que el legislador les dio en esta ley”. Así, Amnistía Internacional señaló que desde la creación de los Juzgados de Violencia en 2005 y hasta 2013, el número de sobreseimientos provisionales (archivos del procedimiento realizados por no quedar acreditados los hechos) se ha incrementado 158%, que el número de denuncias y el de órdenes de protección han experimentado una caída progresiva con los años, y que el porcentaje de sentencias condenatorias fue mermando hasta situarse en 2012 diez puntos por debajo del registrado en 2006. Por su parte, las asociaciones de víctimas coinciden en denunciar la aplicación incorrecta de las órdenes de alejamiento, así como fuertes carencias en la inversión económica destinada a la prevención por parte del gobierno. Esta última cuestión, con el estallido de la crisis económica en 2008, experimentó una mengua importante, algo a tener en cuenta en la comparativa con el contexto uruguayo actual, marcado por un proceso de recesión económica. Una similar tendencia a la del caso español fue denunciada también en Brasil. Allí se implantó la Ley Maria da Penha, que celebró su décimo cumpleaños en agosto, con resultados bastante cuestionados. ■ Manuel González Ayestarán 06 Viernes 30·set·2016 afros / feminismos / migrantes / sexualidades Disputas por el territorio de la ciudad Gentrificación: control, clases, migrantes Ciudad Vieja palpita, ecléctica, seductora. Apenas unas hojas acarician su piel de cemento, los viejos edificios acumulan años, cicatrices, el polvo que van dejando a su paso las obras de nuevos emprendimientos, la rehabilitación urbana que irrumpe de la mano de las inversiones público-privadas. También están los edificios abandonados, cautivos de la especulación inmobiliaria. A lo que vive hoy este barrio portuario algunos le llaman gentrificación, un término acuñado por primera vez en los años 60 por Ruth Glass para explicar un proceso que se dio en Londres por el que muchos barrios obreros fueron revitalizados para formar nuevos enclaves poblacionales, con gente “más linda y creativa”. La fórmula del concepto aparentemente es sencilla: desplazamiento de cierta población y reinversión económica en las viviendas del barrio. Sitiados Si se hace por la avenida 18 de Julio, la entrada a la Ciudad Vieja muestra distintos paradigmas de la especulación inmobiliaria. Del lado izquierdo, está el edificio Royal, en Andes y 18, desalojado en setiembre del año pasado a partir de las acciones legales impulsadas por el empresario Juan Lestido. Justo unos meses antes del desalojo de las 25 familias que habitaban ese edificio, había sido destruido el proyecto habitacional del CH20, cuya demolición podría estar vinculada a la conveniente proximidad de un emprendimiento inmobiliario al que le faltaba vista al mar. También en Andes y 18, pero del otro lado de la avenida, se encuentra el Jockey Club, comprado a principios de 2000 y remodelado recientemente por el grupo Pestana. Cordialmente en su página web “invita a sus visitantes a emprender un viaje en el tiempo y el espacio [...] dentro de [esa] joya arquitectónica de la ciudad que ha sido cuidadosamente remodelada”. De acuerdo a lo señalado por diversos autores (Janoschka, Sequera, Slater), la gentrificación puede ser positiva pero sólo para los gentrificadores, los administradores de la ciudad y particularmente los dueños del capital. Más allá del rigor terminológico, en este barrio la cotidianidad muestra inevitablemente las tensiones de las luchas territoriales, la identidad, la apuesta del gobierno por la hipervigilancia, por la apropiación de los espacios y la diseminación de ciertos discursos que hoy parecen prédica eclesial. Tenemos entonces que lidiar con las contradicciones que impone la convivencia de un slogan que afirma que la ciudad es nuestra y las imperiosas reglas del mercado que exigen la relocalización de familias enteras. ¿Cómo se vincula la especulación inmobiliaria y la reivindicación de nuevas formas de propie- dad colectiva? ¿Cómo interactúa la normativa de limpieza social para preservar las calles libres de “lumpenaje”, como lo es la ley de faltas, y la expectativa popular de vivir la ciudad como un derecho? ¿Cómo se articulan los reclamos de vivienda de los nuevos migrantes sin que se propicie, con el aval del Estado, la construcción de guetos en función del origen nacional de los pobladores? ¿Cómo resuelve una ciudad pretendidamente inclusiva las tensiones del acoso callejero sin tener que recurrir a medidas punitivas como han reclamado algunos sectores feministas? Dos historias breves en Ciudad Vieja me conectan con este proceso. Mi cuerpo, ¿mi territorio? Está atardeciendo pero queda aún el eco del bullicio de las horas pico, quedan los rastros de los oficinistas apurados, los montacargas. Emergen los nuevos rostros del “cosmopolitismo herido”, ese concepto extraído de un libro de Homi K Bhabha, mientras veo los rostros tristes de los migrantes que me esquivan. Doblo en la calle Colón y sorprendo a un hombre sobre un colchón de basura. Devora todo lo que encuentra, escarba e introduce en su boca aquello que sea blando al tacto. Un líquido ocre se escurre por su boca. Según la ley de faltas, la 19.120, su presencia altera el orden público, la convivencia ciudadana, las buenas costumbres de la capital iberoamericana de la cultura. El legislador afinó el lápiz, y si fuera llevado ante un juez, sería posible que declararan a ese hombre culpable y deudor de más de 30 horas de trabajo comunitario: “Faltas por la afectación y el deterioro de los espacios públicos”, dicta el manual que codifica las penas. Me mira; más allá de las escleróticas amarillas, de los pelos que dominan sin tregua esa piel negra, hay unos ojos mirando. ¿De qué precipicio cayó, desde dónde viene rodando esa vida revuelta entre los desechos de una humanidad que lo desprecia? Me obligo a no cruzar la vereda, a no tener miedo, pero sin quitarme la mirada de encima aquel hombre empieza a tirar frenéticamente de su pene mugriento. Súbitamente él tiene el control de la situación. ¿Podría hablar de acoso callejero o de dominación patriarcal o de que este hombre me ha robado mi derecho a la ciudad, a transitar tranquila sin insinuaciones ni obscenidades de ningún tipo? ¿Cómo se vinculan iniciativas como la ley de faltas y la necesidad de implementar medidas contra el acoso? En los últimos años los reclamos sobre acoso callejero han centrado los debates sobre la necesidad de legislar al respecto, visibilizar esta forma de violencia en el espacio público y habilitar mecanismos de castigo contra los agresores. El albergar dos oficiales para pedir la cédula de identidad a una mujer inconsciente? Tardíamente fue trasladada al Hospital Maciel. En ese momento nos preguntamos qué hubiera ocurrido si Sofía hubiese sufrido el derrame cerebral en la Casona Mauá o en el local de CasaMario, predios ubicados en el mismo perímetro de una T imaginaria formada entre las calles Piedras y Bartolomé Mitre. La transición del proceso de “elitización” que constituye la gentrificación quizá sugiere que mientras no haya sido homogeneizado un barrio el número de puerta opera como un instrumento de segregación en una misma calle. En este caso, llevado a cabo por la Seccional 1a. Rodaje en la Ciudad Vieja. / foto: iván franco (archivo, agosto de 2016) acoso callejero ha sido considerado por activistas un tema de relevancia en la agenda de la seguridad ciudadana, pero paradójicamente es el único reclamo (junto con el feminicidio) que desde la sociedad civil incorpora en su tratamiento una aparente necesidad de mano dura. La ley de faltas, por su parte, es un buen ejemplo para visibilizar las dificultades que conlleva construir una narrativa común en torno a la convivencia en el espacio público. Sin duda, esta ley es un esfuerzo legislativo que fracasó, logrando consolidarse como una de las normativas más reaccionarias de los últimos años: al tiempo que justifica la limpieza social le da armas al proceso de criminalización primaria ejercido por la policía. Paraísos Los grafitis en las paredes daban testimonio de similares sufrimientos. “Golpe de dolor” estaba escrito en una pared junto a un pedazo de muro desgarrado donde permanecían las huellas de unos nudillos anónimos. Ese universo olía a enfermo, a pobreza y olvido. El hipoclorito no lavaba el olor a muerte que se colaba entre los corredores. Las figuras tristes esperaban en una sala donde de a ratos jesucristo, los santos y las virgencitas eran evocados, pero si es que hay un dios, en ese lugar su ausencia era evidente. La puerta se abrió para matar la incertidumbre de una separación inminente. Las noticias buenas no llegaron y a las 17.30 anunciaron la muerte de Sofía, una compañera migrante radicada en Uruguay hace más de 25 años. Las lágrimas desbordaron y vino el luto. Así terminamos la jornada de un día que se hizo eterno. Era agosto. Ese mismo día pero a las nueve de la mañana, junto a Sofía y otras 15 mujeres, asistimos a una jornada inspirada en el trabajo desarrollado por los Iconoclasistas, un dúo formado por Pablo Ares y Julia Risler, quienes han impulsado talleres de investigación colaborativa a fin de construir relatos colectivos críticos sobre el territorio. La actividad se desarrolló en la sede del Proyecto CasaMario1 (en pleno “Bajo” de Ciudad Vieja: Piedras 627). Esa mañana buscamos plasmar colectivamente los recorridos urbanos, lugares de trabajo, habitación, recreación, itinerarios burocráticos, de atención de salud y envío de remesas del grupo de mujeres migrantes. Después de desarrollar esta primera instancia de “mapeo colectivo”, durante el almuerzo, la compañera Sofía se levantó, atravesó la calle y fue al restaurante vecino Contigo Perú a pedir un condimento. En el mostrador del local gastronómico le dio un derrame cerebral, su cuerpo yacía a unos pocos metros de CasaMario y pudimos saberlo unos minutos después. Se pidió telefónicamente una ambulancia y acudieron dos patrullas. La violencia policial se respiraba. ¿Cuánto desprecio pueden Hologramas Diversos autores han afirmado que el término gentrification, al ser un concepto importado, tendría que adaptarse a la forma de comprender los procesos de desplazamiento en las ciudades de América Latina. Esto implicaría, según sugieren los especialistas, la profundización de tres dimensiones clave que son inherentes a los procesos de gentrificación en el continente: “(i) la creación y rearticulación de los mercados inmobiliarios; (ii) las dimensiones simbólicas de la gentrificación; y (iii) la importancia que tienen las distintas formas de desplazamiento”. En 2004 Mijal Tier escribió: “Por ahora no se puede constatar que la reestructuración urbana siga al modelo de la llamada gentrificación. Hasta el momento no existen propósitos de un recambio radical de la población residencial”. No sé qué tanto pueda defenderse esa afirmación hoy. Nuestra Montevideo latina, ¿vive hoy el mismo proceso que vivió Ciudad de México o Buenos Aires? Las miradas y expectativas de vecinos, clubes deportivos, organizaciones sociales, cooperativas de vivienda, empresarios y comerciantes, urbanistas, artistas y autoridades locales, ¿dónde se encuentran? ¿En qué espacios, en qué intersecciones? Aunque se pretenda sintetizar en un monograma armónico el modelo de ciudad que queremos habitar, hoy hay un territorio en disputa. Mientras tanto, las historias anónimas construyen un relato de ciudad de la ciudad que muta, que se aleja y que deviene otra, innombrable. ■ Valeria España 1. CasaMario es un proyecto de gestión autónoma para el desarrollo de la producción colectiva artística y en colaboración; elaboración de curadurías colectivas y procesos críticos en los modos de hacer. La cesión en préstamo de las casas forma parte del Programa de Apoyo a la Cultura de Casona Mauá que busca potenciar el sector artístico dentro del ámbito privado. afros / feminismos / migrantes / sexualidades Viernes 30·set·2016 07 Hablar con los ojos Haití relatado en primera persona “Haití, donde la negritud se pone de pie por primera vez y dice que cree en su humanidad”, relata Aimé Césaire (1962) impactado por la historia que tenía delante en un país tan marcado por sus revoluciones como por las dictaduras propias y abusos de extranjeros. Haití, donde la suerte y la condena se unen para ser el primero en Latinoamérica en levantarse y decir basta. Suerte, porque le da una identidad como pueblo, y condena, porque nunca lo dejarán levantarse nuevamente. Llegué a Haití el 8 de setiembre de 2014 con quién sabe qué intención y qué ideales locos de héroe. No tenía idea en ese momento de que nada volvería a ser lo mismo. Mirar el espíritu vudú a los ojos te conmueve y te remueve, porque en él se encuentra, aunque uno no lo busque (y sobre todo por esto) todo el espíritu latinoamericano, ese “ser más” de Paulo Freire. Minuto que piso tierra haitiana, minuto que me gritan “Blan, blan, ba’m dola” (Blanco, blanco, dame dólares). Una expresión que escucharía mucho en los dos años que me quedé, aunque la respuesta siempre sería distinta. Primero me dediqué a observar. Dicen que el alma entra por los ojos, y el contacto visual con el haitiano determina mucho. Digamos que la vista aprendió a descansar en los amigos, en los hermanos desconocidos que subían al tap tap conmigo cada día, aunque nunca dejó de indignarse cuando veía tres Porsches por semana en los mismos caminos de tierra que me llevaban a trabajar a las escuelas; nunca dejó de asustarse cuando militares con banderas uruguayas salían con sus escopetas, cascos, chalecos y camionetas con aquella rara creencia de que vivían en un país en guerra (nunca estuve seguro qué estaban viendo), y vivían dentro de su pequeña gran casa burbuja con mozo, asados, pizza, lengua a la vinagreta, cervezas y truco; nunca dejó de incomodarse con las fiestas que organizaba la cooperación internacional en sus casas de la montaña con vino francés, música house y charlas de cine; nunca dejó de sufrir, transformarse, enamorarse, todo eso junto y separado. Hijos de quiénes Recuerdo un día que me subí a un tap tap. Era uno de esos días que se sabía que el ambiente estaba revuelto. Ya habían pasado casi siete meses desde que había llegado a la isla, por lo que entendía del todo el idioma. En general, no es común ver a un “blan” subirse a un transporte público. Son muchas las risas que provoca este evento. Yo ya me había acostumbrado, pero esta vez nuestra presencia fue ampliamente discutida. Se escuchaban argumentos políticos a / foto: erika santelices, afp favor y en contra. Mantenían una conversación no muy habitual, ya que los espacios para discutir sobre la suerte de su propio país eran bastante reducidos. “Aristid tenía razón, nosotros somos hijos de la revolución, de un pueblo haitiano que ahora depende de extranjeros”, decía un joven sentado en el fondo. “Pero si no te hacen nada, han aportado, además de que estás juzgando a estas personas que están aquí sin conocerlas”, decía una señora sentada frente a mí. Yo me limitaba a escuchar, porque era hermosa la conversación aunque estuvieran hablando directamente de nosotros. A muchos compañeros les afectaba ser siempre el centro de atención, pero esta era una forma de que los haitianos debatieran y tomaran las riendas que otros les habían arrebatado. Después de mucho debate, les dije en su idioma: “¿Aquí es donde me tengo que bajar?”. Todos me quedaron mirando fijamente. En ese momento estalló una risa colectiva propia del pueblo haitiano. “¿Hablás kreyol?”, me decían algunos sorprendidos; “oh, bienvenido a Haití, hermano”, me decían otros, mientras unos más allá miraban con desconfianza. En ese momento los felicité por la conversación que estaban teniendo y me bajé. Constantemente me acordaba de las historias que en la escuela me contaban de Colón. Se dice que en sus notas ponía algo así: “Todos estaban bien formados, con magníficos cuerpos y caras hermosas. No portaban armas, ni saben de ellas. Serán buenos sirvientes, y cristianos, porque me parecieron que no tenían religión. Traeré media docena de ellos a Sus Majestades para que aprendan a hablar” (Bellegrade, 2004). Me contaban historias de cómo cambiaban espejos por trabajo esclavo. Creo que nunca lo había comprendido tan bien como cuando estuve en Haití, pero por la historia que otros habían dejado detrás de mí, yo era Colón, sólo que esta vez los espejos eran miles de recetas diferentes para salir de la pobreza y solucionar una crisis política constante. En la mente haitiana muchas veces se mezclaban los conceptos de cooperación y colonización. Es que en muchos de los que llegaban a “cooperar” la receta utilizada contenía los mismos ingredientes que la de Colón cuando describía que serían buenos porque no tenían religión ni sabían hablar; sólo que ahora “pobreza” era sinónimo de “incapaz”, lo que llevaría a una redacción inconsciente de “como es pobre, hará todo lo que le digo”. Entonces, con esa sensación, y habiendo comprendido ese engranaje, ¿por qué quedarnos? ¿Por qué me quedé después de haber comprendido que yo estaba metido en una historia de cientos de años de invasiones militares, políticas, ideológicas y morales? ¿Por qué quedarme después de entender que las armas de los militares eran parecidas a la asistencia de la cooperación internacional? Porque después de haber aprendido el idioma y darme la cabeza contra la pared insertándome en una cultura que me acogió, la pregunta se transformó e hizo que me interpelase a mí mismo y a un continente entero, dando vuelta la tortilla y planteando: ¿qué tiene Haití para el continente?, ¿qué tiene Haití para el mundo? Pero, ¿qué hacía con esta historia que otros me cargaban en los hombros día a día? No quedaba otra que hacerme responsable, decir que sí, que otros lo hicieron antes que yo, y quebrar constantemente estereotipos míos y ajenos. Como ninguna verdad tiene valor en sí misma, ninguna verdad es superior a la otra. Por esto, nos vemos forzados a hacer un análisis comunitario del ser humano. Quién otorga la libertad Nos encontramos con una intensa paradoja: ¿quién libera a quién? ¿Quién soy yo para liberar al otro? El voluntario viaja miles de kilómetros sólo para darse cuenta de que lo que su pasaje costó (en general, financiado por empresas multinacionales) podría haber pagado el trabajo de otros en esta tierra. Muchos entran en una gran crisis. Si alguien dijo que hay voluntarios sin crisis es porque algo está ocultando o porque quiere ocultar verdades. “Nadie puede liberarse cuando domina a otro […] Con el supuesto de que vamos a liberar a los otros […] ni siquiera nosotros nos liberamos” (Bondy, S, en Dussel, 2007). El caso haitiano, tanto por su historia como por su relevancia internacional, ha generado grandes debates y es terreno de discusiones prácticas y teóricas sobre cómo actúa la globalización en nuestro tiempo, cuáles son las verdades universales que deben primar y cómo los organismos internacionales, como el Banco Mundial, han sabido, bajo lógicas asistencialistas y en primer aspecto de buenas intenciones, generar proyectos y políticas de desigualdad. Es aquí cuando entra en juego la paradoja misma de los derechos universales, las políticas migratorias y las relaciones multiculturales. ¿Cómo promover y conservar el derecho a la diferencia estableciendo valores comunes-universales que en algún momento eran establecidos por una cierta territorialidad? Y al mismo tiempo, ¿quién decide estos valores universales y por qué? Las mis- mas preguntas que se realiza un voluntario o una ONG al ir a Haití: ¿son mis ideas más válidas o superiores a las que ya existen aquí? ¿Tengo algo que aportar? ¿Tienen algo que aportarme a mí? Incluso, una de ellas debe de someterse a la otra. Es curioso que en Haití sucede un fenómeno opuesto al que pasa con los movimientos migratorios actuales. Si un grupo de refugiados, por ejemplo, entrara a otro territorio, debe empezar a regirse por los valores y normas de este nuevo territorio, pero siempre lo hace con la esperanza de no perder algunos propios. En Haití la cooperación internacional ha ocupado el territorio y le dice al país cómo adaptarse. Por esto hay que aprender a hablar kreyol. Y eso fue lo que hicimos. Nos fuimos al norte de Haití a conocer uno de los lugares más pobres y hermosos que he visto y donde mi retina y mi corazón trabajaban al mil por ciento. Mi vista y mi corazón iban juntos, se exponían a la intensidad tanto visual como emocional. Este lugar se llama Jean Rabel y posiblemente no sea de los primeros lugares que veamos en los mapas. Pero la gente nos brindó toda su hospitalidad y empezamos a entender su territorio a través de su lengua, porque la lengua crea realidad y nos permite comprender la cosmogonía del otro: intensa, emocional, lenta y efervescente al mismo tiempo. Como su idioma: simple, pero con una historia que surge desde la esclavitud misma del pueblo haitiano. El kreyol es la lengua de los esclavos que escuchaban hablar a sus colonizadores franceses, y en la que mezclaban muchas lenguas con ánimos de revolución. Es por esto que antes de hacer nada debemos entrar en confianza. Estar meses y meses sentándonos a las aulas, compartiendo experiencias, hasta que un día una profesora viene a contarte su vida, sus ocho meses sin recibir salario, pero yendo cada día a trabajar, con esos ojos de docente que parecen tan universales, y que en Haití encarnan a la perfección. ¿Qué tiene Haití? ¿Qué tiene Haití que no tiene nadie más? La constante experiencia de la opresión que se combina con la experiencia de la rebeldía. No nos confundamos, Toussaint-Louverture sigue existiendo en cada revolución de emoción y humildad que aporta el haitiano al continente, en esa lección de epistemología que nos dan al saber cuál es el verdadero conocimiento que surge del día a día y que no se acumula en una universidad bajo mil libros polvorientos y algún artículo en Wok. Sigue existiendo en esa mirada que nos indaga como humanidad y nos pregunta cómo reaccionamos ante el otro. ■ Nicolás Iglesias 08 Viernes 30·set·2016 afros / feminismos / migrantes / sexualidades Refugiadas esperando los reinos La Comisión Española de Ayuda al Refugiado estimó en 1.321.600 las solicitudes de asilo en Europa sólo en 2015. Se resolvieron el 22,7%. El resto han sido abandonadas a su suerte en un muy cuestionable acuerdo con Turquía, mientras que la lucha por llegar al paraíso nórdico se convierte en la segunda fase del tormentoso viaje tras pisar suelo europeo. De los últimos informes con cifras alarmantes de compra-venta y tráfico ilegal de personas, a falta de números exactos, la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito establece que por cada persona rescatada hay 20 más por rescatar. En un contexto tan mediatizado los individuos que conforman las cifras de Euroestat, informes de la sociedad civil, artículos y noticieros, esconden historias de mujeres que le permiten a una viajar por territorios desconocidos: Somalía, Sudán, Irán, Zimbabue, Bangladesh, Albania, Tailandia, Brasil. Mujeres anónimas sin nexos ni conexiones que incomprensiblemente se encuentran en Reino Unido. Exploradoras sin ánimo de aventura, sin mochila y con lo puesto. ◆◆◆ Tuve “el lujo” de reunirme por primera vez con las recién llegadas en el living del refugio, del barrio sur de Belfast, conocido como “el multicultural”. Ofrecí una taza de té made in Britain (negro y con leche, azúcar opcional), esbocé una sonrisa, con un juguete en mano para los hijos, un pijama y un nécessaire con objetos de higiene básicos. Ahí se derriba un muro que arrastra un trayecto demasiado pesado. Gratitud en lo micro, negación en lo macro. Los procesos para adquirir el estatus de refugiado o víctima de tráfico ilegal de personas en Reino Unido lleva meses, hasta dos años en algunos casos. En ocasiones los estatus se conceden, en otras ocasiones no. Detención y deportación son la cruz de la moneda. licía le arrebatara el poco dinero que había podido esconder de su explotador sexual. Como muchas en su situación, iba sentada detrás de los oficiales de policía sintiéndose culpable. Durante el interrogatorio, sus ojos desbordaban terror al oír las palabras prisión, deportación, culpable. ◆◆◆ ◆◆◆ Alexandra, originaria de Brasil, vivía en Málaga desde hacía diez años con su marido y sus dos hijos. Creyó encontrar la gallina de los huevos de oro en Larne, un municipio obrero de Irlanda del Norte, donde, a Alexandra la engatusaron con el cuento de que la prostitución sí permitía enviar ahorros al núcleo familiar que quedó en España. De entre todos los miedos que reflejaban sus ojos, sentadas en la parte de atrás de un coche patrulla y yendo a una comisaría, temía que la po- Nina se destapaba la cabeza cuando me recibía en su apartamento. Su piel caoba contrastaba con sus rizos de puntas rubias resultado de las mechas californianas. Su hijo de ocho años correteaba con una camiseta del United mientras rellenábamos la solicitud para la subvención del uniforme escolar. A Nina le atormentaba que Mohammed, un amigo también somalí, rescatado niño soldado ahora vestido como un dandy a la moda e inspirando a jóvenes locales, la Apoyan: Federico Murro rondaba galantemente, aunque Nina supiese, cerca de la certeza, que su marido muy probablemente no se reuniera con ella. ◆◆◆ Fátima fue rescatada por la Cruz Roja en Mogadiscio, Somalía. A sus 28 años llevaba dos sin su marido, desparecido forzosamente por el grupo terrorista Al Shabab que opera en el cuerno de África. La noche que fue rescatada de una violación múltiple junto a su hija menor dejó atrás su vida y a sus cuatro hijos varones. Su teléfono se convirtió en una extremidad más de su cuerpo, una prótesis necesaria. En esta ocasión, no por Whastapp, Facebook o Gmail, esperaba una llamada con noticias de la Cruz Roja que le informara del rescate de los suyos, y el reencuentro. El ganchillo enganchó y al espacio que compartíamos Fá- tima y yo se nos unieron Myriam, Swili, Saeeda, Myada, Nyma, Walla. Las risas continuaron con las gesticulaciones de unas y otras como lenguaje común y universal. Vestimentas, color de piel, hijos de unas y otras, religión e idioma pasaban a un segundo plano una vez por semana. El temor en los ojos, la ansiedad por el teléfono, las persecuciones que habían sufrido cada una de ellas, las preocupaciones por los seres queridos, las distancias y la incertidumbre por el futuro a corto, medio y largo plazo se desvanecían y otorgaban un respiro de dos horas los viernes por la mañana. La variedad en la comida, y las miradas, nos unían. La problemática hacia la integración y el aislamiento por razones culturales, lingüísticas y sociales se mezclan con lo personal, en una espiral de sentimientos contradictorios entre la lucha incesable por recuperar lo que es de uno y fue arrebatado, frente a la posibilidad de la búsqueda de oportunidades, rescate o refugio. Así viven o atraviesan Europa. Con una sensación constante y perturbadora que divide a estas sociedades entre el welcome y el go home. A pesar de ello y de la inmovilidad burocrática y política, sólo queda la convivencia en lo cotidiano: pubs y halal, té negro con leche y té verde con hierbabuena. Minifaldas con tacones y cabellos cubiertos por pañuelos. Mujeres incansables y agotadas frente de una vida nueva, pendientes de la reunión con los suyos. Sus miradas, temerosas y temerarias. Historias injustas, y admirables. No son cifras, son retratos errantes. ■ Laura G Vilanova Redactor responsable: Lucas Silva / Edición y coordinación: Apegé / Diseño y armado: Martín Tarallo / Edición gráfica: Iván Franco Ilustraciones: Federico Murro / Textos: Valeria España, Laura G Vilanova, Manuel González Ayestarán, Nicolás Iglesias, Romina Napiloti, Patricia P Gainza, David Rodríguez Salles / Corrección: Magdalena Sagarra / Consejo asesor: Valeria España, Patricia P Gainza, Ana Karina Moreira