El derecho a no emigrar Ejerce el derecho a la libertad religiosa

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El derecho a no emigrar
Ejerce el derecho a la libertad religiosa tanto el creyente como el ateo. La libertad de
asociación se ejerce lo mismo asociándose que no participando en ninguna asociación en
contra de la propia voluntad. El derecho al matrimonio libre se ejerce lo mismo casándose que
manteniéndose soltero. Hay derechos que sólo son vigentes cuando pueden ejercerse tanto
activa como pasivamente.
Esto no pasa con todos los derechos humanos. El derecho a la libertad sólo puede ser positivo:
la esclavitud no es ningún derecho. El derecho a no ser sometido a penas crueles sólo se puede
afirmar positivamente: la tortura no es ningún derecho. El derecho a la educación sólo se
puede ejercer educando y siendo educado: la ignorancia no es ningún derecho (y permitidme
que lo recuerde a aquellas familias que pretenden hacer valer un falaz derecho a que los hijos
ignoren el catalán, cuando su aprendizaje no va en detrimento de ningún otro idioma). Hay
derechos cuyo ejercicio es unidireccional, y su opuesto es inhumano.
Durante las Jornadas sobre el trabajo decente que se celebraron en Lérida los pasados días 11
y 12 del mes de abril, Betina Beate, del Movimiento Mundial de Trabajadores Cristianos,
explicó la gran tarea que lleva a cabo este movimiento en diversas realidades del mundo. En el
coloquio fue interrogada sobre las migraciones desde su perspectiva y su doble respuesta era
para ponerse a aplaudir de pie. En primer lugar afirmó que en Europa estamos obsesionados
con el tema. Y en segundo lugar, que el derecho a emigrar es fundamental, pero que antes
tenemos que reivindicar otro: el derecho a no emigrar.
Efectivamente, el derecho a emigrar se tiene que gestionar con una política fronteriza flexible
y humana, y con una acogida efectiva e integradora. Pero hay un derecho anterior, que es el
de no verse obligado a marchar de su país a causa de unas condiciones políticas y económicas
que impiden el desarrollo humano. Este otro derecho también tiene unas políticas que lo
garantizan: se llama cooperación y el principal peligro para la cooperación no es la reducción
de los presupuestos estatales y de las ONG, sino la implementación de acuerdos
internacionales que agravan las desigualdades entre países de muchas formas: imponiendo
condiciones comerciales y financieras, alimentando conflictos bélicos o explotando recursos
naturales.
Nos horrorizamos ante la gravedad de los naufragios en el Mediterráneo, de los campos de
refugiados en el próximo Oriente, de las condiciones deplorables de muchos extranjeros sin
papeles en el Norte y aún más miserables en los países que reciben más inmigrantes, es decir,
otros países en el mismo Sur. Pero todo esto “sólo” son “accidentes” frente a una política
deliberada de concentración de poder, prescindiendo de los derechos de millones de personas.
Nuestra sociedad del bienestar es un privilegio para los que se pueden quedar, a costa de los
que no pueden entrar y de los que tienen que irse. Y más que favorecer que los extranjeros
puedan venir a disfrutar este bienestar y los jóvenes compatriotas puedan marchar para
encontrarlo, tenemos que favorecer que cada uno pueda disfrutar de un desarrollo sostenible
en su país. La afirmación del derecho a no emigrar no parte del principio racista de cada uno
en su casa, sino del derecho humano a la paz y a no ser expulsado de su propio país. Porque
recorrer el mundo es precioso…cuando uno vive bien en su casa y puede vislumbrar un futuro.
Joan Gómez i Segalà
Miembro de Justícia i Pau de Barcelona
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