El ejercicio El ejercicio, al igual que el aire, el agua y el alimento, es

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El ejercicio
El ejercicio, al igual que el aire, el agua y el alimento, es una necesidad vital para el hombre, y en
este sentido nadie puede gozar de salud si no hace ejercicio regular. Por ejercicio no se entiende
solamente el andar, o los juegos de equipo. Designamos con este nombre todo género de
actividad física e intelectual. El ejercicio, como el alimento, es tan indispensable al cuerpo como al
espíritu. La falta de ejercicio debilita el uno y el otro; tener un espíritu débil es seguramente una
clase o enfermedad.
Supongamos un experto en el arte de la lucha; no puede ser considerado como un hombre
verdaderamente sano si su espíritu no es igualmente vigoroso. Tal como hemos explicado, la
fórmula “una mente sana en un cuerpo sano” es el resumen de lo que debe ser la verdadera salud.
Así, pues, ¿cuáles son estos ejercicios que mantienen el cuerpo y el espíritu en un buen equilibrio
de actividad? La naturaleza ha hecho de manera que pudiéramos efectuar al mismo tiempo un
trabajo intelectual y un trabajo físico. La mayor parte de la humanidad vive del trabajo del campo.
El labrador que trabaja durante ocho o diez horas y a veces más para ganar el pan y el vestido,
tiene que realizar un vigoroso esfuerzo físico. Un trabajo eficaz le sería imposible si su espíritu no
se hallara también en buena salud. Debe velar por los más pequeños detalles, que son del dominio
de la cultura; debe tener un profundo conocimiento del terreno, de las estaciones, y muchas veces
del movimiento del Sol y de la luna. Desde este punto de vista el labrador se eleva al nivel de los
hombres más hábiles. Puede orientarse durante la noche por medio de la posición de las estrellas;
las costumbres de los pájaros y de todos los animales e indican un sinfín de cosas.
Por ejemplo: sabe que lloverá pronto cuando ciertos pájaros cuelan en grupos y gritan. Conoce del
cielo y la tierra todo lo que resulta útil a su trabajo. Como debe educar a sus hijos, tiene que haber
estudiado un poco la religión. Porque vive libremente bajo la inmensidad de los cielos, tiene una
justa idea de la grandeza de Dios.
Ya comprendo que no todo el mundo puede ser labrador; este capítulo, además, no ha sido escrito
para él. Sin embargo, hemos explicado brevemente su vida, convencidos de que es la única vida
natural… Cuanto más y más nos alejamos de ella, más pierde nuestra salud. De esta vida podemos
sacar muchos ejemplos; entre otros, que debemos dedicar ocho horas al trabajo manual, durante
las que nuestro cerebro debe también trabajar.
Los comerciantes, y otras personas que llevan una vida sedentaria, tienen la obligación de producir
una cierta tarea intelectual, pero su trabajo es demasiado particular, demasiado especializado
para que pueda propiamente llamarse ejercicio.
Para esta clase de gente en occidente algunos hombres inventaron juegos como el tenis y el
futbol, y otros menos violentos. Los deportes sin duda favorecen el ejercicio corporal, ¿pero son
igualmente favorables al ejercicio del espíritu? ¿Hallaríamos muchos individuos de espíritu selecto
entre los futbolistas y los jugadores de tenis? Estos príncipes hindúes que se han hecho célebres
en los medios deportivos, ¿nos han dado muchas pruebas de su inteligencia? Por otra parte,
¿cuántos verdaderos sabios se interesan por estos juegos? Afirmamos por experiencia que hay
muy pocos deportistas en la aristocracia del espíritu. Los ingleses son muy aficionados al deporte,
pero su poeta Kipling habla con desprecio de las pocas facultades de los hombres deportistas.
¡En la India es todo lo contrario! Nuestra gente trabaja mucho intelectualmente, pero se olvidan o
sacrifican el ejercicio corporal. El exceso de esfuerzo mental debilita su cuerpo; acaban siendo la
presa de peligrosas enfermedades; en el momento en que el mundo espera un provecho de sus
trabajos, los dejan para siempre.
Nuestro trabajo no debe ser ni exclusivamente físico, ni exclusivamente intelectual, ni llevado por
el impulso del momento. El ejercicio ideal es el que fortalece el cuerpo al mismo tiempo que el
espíritu; sólo este ejercicio puede mantener al hombre en buena salud, y el hombre
perfectamente sano es el labrador.
Entonces, ¿qué debe hacer el que no es labrador? El ejercicio que se efectúa practicando juegos
como el fútbol es demasiado imperfecto; es necesario buscar otra cosa. La mejor solución para la
mayoría de la gente es poseer un pequeño huerto al lado de su casa y trabajar en él durante
algunas horas. “¿Pero cómo nos arreglaremos si habitamos una casa que no es de nuestra
propiedad?", me diréis sin duda. Es una tontería; sea quien sea, en efecto, el propietario de la
casa, no puede oponerse a que se mejore su tierra con el arado y el cultivo.
Al mismo tiempo tendremos la satisfacción de pensar que hemos ayudado a alguien a cuidar su
tierra. Los que no tienen tiempo libre para entregarse a ese trabajo tienen como recurso el andar,
que es, después del cultivo de la tierra, el mejor ejercicio. Precisamente se le ha llamado el rey de
los ejercicios. Si nuestros faquires tienen tanta resistencia es porque van de un lado a otro del país
siempre a pie. Thoreau, el gran escritor americano, ha dicho cosas muy interesantes referentes al
andar como ejercicio. “Los escritos de aquellos que no salen jamás a tomar el aire libre, serán dice
él- débiles como sus cuerpos.” Refiriéndose a su experiencia personal, asegura haber escrito sus
mejores obras en el momento en que más andaba Era un caminante empedernido, para quien
cuatro o cinco horas de este deporte eran una bagatela. Sería necesario que nuestra pasión por el
ejercicio fuese tan poderosa que nada en el mundo pudiera obligarnos a prescindir de él.
Tendríamos que darnos perfecta cuenta de la mediocridad e inutilidad de nuestro trabajo
intelectual cuando no va acompañado de un serio ejercicio físico. El andar pone en movimiento
todas las partes del cuerpo, y activa la circulación de la sangre. Cuando andamos de prisa, el aire
puro entra mejor en nuestros pulmones. Y gozamos al mismo tiempo el placer inestimable de
contemplar las bellezas naturales.
Evidentemente resulta inútil andar por calles y callejuelas, o tomar cada día el mismo camino.
Debemos salir al campo, al bosque, donde podamos gozar plenamente de la naturaleza. Andar dos
o tres kilómetros no es andar. Para hacer ejercicio es necesario, a lo menos, caminar diez o doce
kilómetros. Los que cada día no pueden consagrarse a andar todo este tiempo, podrían a lo menos
dedicar este ejercicio los domingos.
Un hombre que padecía de digestiones difíciles, consultó a su médico, el cual le ordenó andar un
poco cada día. Pero el enfermo le contestó que se sentía demasiado débil para eso. Entonces el
médico le hizo subir en su coche y los dos salieron de paseo. En el camino, el médico fingió que se
le caía su látigo por torpeza, y nuestro hombre, por cortesía, bajó del coche para recogerlo. Pero el
médico continuó su camino sin esperarle, y el pobre hombre tuvo que arrastrarse penosamente
detrás del coche. Cuando el doctor juzgó que había andado lo necesario, lo dejó subir y le explicó
que había hecho uso de este subterfugio para obligarle a hacer ejercicio. Y el hombre, que en un
principio se sentía ofendido, comprendió el valor del consejo de su médico y olvidó el asunto del
látigo. Regresó a su casa y comió con buen apetito. Que hagan un ensayo con este ejemplo todos
los que padecen de malas digestiones y trastornos semejantes, y comprenderán el valor del andar
como ejercicio.
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