DERECHO Y JUECES 16.07.08 LA EJECUCION DE LAS SENTENCIAS PENALES Javier Martínez Lázaro Vocal del Consejo General del Poder Judicial Un reciente informe del Consejo general del Poder Judicial sobre la situación en la que se encontraba la tramitación de las ejecutorias en los Juzgados de lo Penal ha generado un importante revuelo mediático. Recordemos los hechos. A raíz del terrible fallecimiento de la niña Mª Luz Cortés se puso de manifiesto el deficiente funcionamiento de un juzgado de lo Penal en el que se encontraba condenado por un delito de abusos sexuales, quien había sido detenido como presunto autor de los hechos. Este dato propició un gran debate sobre el cumplimiento o no de las condenas penales y en este marco se publicó un informe de la Inspección del Consejo General del Poder Judicial en el que se ponía de manifiesto que aproximadamente 250.000 sentencias de las dictadas por los Juzgados de lo Penal se encontraban pendientes de ejecutar. La expresión “pendientes de ejecutar”, de por sí equívoca, fue interpretada por los medios de comunicación como sentencias cuyo trámite de ejecución ni siquiera había comenzado y cuyos pronunciamientos se encontraban por lo tanto pendientes de cumplir. La alarma social ante este panorama de decenas de miles de delincuentes condenados, a los que el sistema judicial no era capaz de aplicar las penas impuestas, resultaba bastante razonable. Ahora bien, dicha alarma se encontraba en parte injustificada pues la expresión “pendientes” que utilizaba el Consejo General del Poder Judicial en su informe no significaba que no se hubiesen cumplido los pronunciamientos de las sentencias sino que éstas se encontraban en trámite de ejecución, y este trámite podía alargarse, dependiendo de la naturaleza de la pena impuesta, durante varios años: Así en los casos de cumplimiento de penas de prisión, multas aplazadas, suspensiones de condenas y otros supuestos en los que el cumplimiento de la sentencia se prolonga en el tiempo. Puede resultar un poco farragoso pero convendría realizar algunas aclaraciones. En el año 2007 se dictaron en España un total de 634.811 sentencias penales de las que 132.756 fueron dictadas por los Juzgados Penales y el resto por los demás tribunales de la jurisdicción penal; Tribunal Supremo, Audiencias Provinciales, Juzgados de Instrucción, de menores y de Violencia de Género. Estas 364.811 sentencias penales dieron lugar a que se registrasen 348.597 ejecutorias, número sensiblemente inferior al de total de sentencias dictadas pues las sentencias absolutorias en la mayoría de los casos no dan lugar a procedimiento de ejecución y las sentencias que se dictan en segunda instancia dan lugar a un único procedimiento de ejecución con aquellas que lo fueron en la primera. Pues bien, en el año 2007 se resolvieron 425.850 ejecutorias de las que 232.038 corresponden a los juzgados de lo Penal permaneciendo en trámite al final del periodo 403.591 sentencias, de las que 267.229 correspondieron a los Juzgados de lo Penal. Por lo tanto se resolvieron 77.253 ejecutorias más de las que ingresaron y en concreto los Juzgados de lo Penal resolvieron 34.056 más que las ingresadas. Este incremento de resoluciones, que se debe al esfuerzo de la mayoría de los jueces y funcionarios de los Juzgados Penales y a los planes de refuerzo acordados por el Consejo general del Poder Judicial y el Ministerio de Justicia, ha permitido absorber gran parte del atraso que se acumuló como consecuencia de la puesta en funcionamiento de los juicios rápidos que produjeron un incremento sustancial de las ejecutorias penales en muy poco tiempo. No obstante lo dicho, la ejecución de las sentencias penales dista mucho de ser plenamente satisfactoria, lo que contribuye a que la pena pierda su función de prevención general y de rehabilitación del penado. El caso de Mari Luz lo ha evidenciado. Es obvio el escaso interés de quién es condenado por una sentencia penal en que ésta se ejecute rápidamente. Por el contrario, lógicamente tratará de retrasar en lo posible la ejecución de la pena lo que se traduce en múltiples incomparecencias, sucesivos recursos y peticiones, y la utilización de cuanto medio retardatorio encuentre a su alcance. Todo ello obliga a una mejor dotación de la oficina judicial lo que es particularmente complicado en este momento. Debe recordarse que la modificación de la Ley orgánica del Poder Judicial efectuada por Ley de 23 de diciembre de 2003 encomendó la dirección de la Oficina Judicial al secretario judicial al que también atribuyó importantes funciones en la tramitación de los procedimientos. La falta de desarrollo de esta Ley ha creado una zona de indefinición en la que es difícil de determinar quién es el último responsable del funcionamiento de la Oficina Judicial. Esta zona de indefinición crea confusión entre las del juez y las de los secretarios judiciales y, especialmente, sobre sus correspondientes responsabilidades de forma que resulta difícil determinar quien es el responsables de la deficiente marcha de los asuntos. Además en los juzgados penales existe un elevadísimo porcentaje de interinidad entre los funcionarios lo que complica más la tramitación de los casos. Otra carencia particularmente grave es la ausencia de programas informáticos que permitan tramitar con celeridad los asuntos y, sobre todo, que posibiliten una interconexión entre los distintos órganos de la jurisdicción penal de todos los territorios, de forma de que cada uno de ellos pueda conocer toda la información que los demás órganos jurisdiccionales dispongan sobre una persona condenada por sentencia firme. Un programa de estas características debería ser capaz de ofrecer una visión completa del estado de los asuntos y de generar las necesarias alarmas cuando los procedimientos se retrasen o cuando estuviesen próximos los vencimientos de plazos como los de cumplimiento de las penas de prisión. Sería igualmente necesaria la vigilancia y control de los penados a los que se le concede la suspensión de la condena. El juez en España carece de los instrumentos precisos para saber si el penado a quien se le concedió la suspensión de la condena o cualquier otra medida alternativa a la prisión ha vuelto nuevamente a delinquir o está cumpliendo las obligaciones que pudieron imponérsele. A diferencia de otros países en los que existen funcionarios dedicados especialmente a esta finalidad, nuestro ordenamiento penal no cuenta con ningún sistema eficaz de seguimiento y control de los que se encuentran en estas situaciones lo que aumenta su peligrosidad y diminuye sus posibilidades de reinserción. para este seguimiento podría ser útil la anotación en un registro central de las detenciones del penado, las medidas cautelares adoptadas e incluso las sentencias no firmes dictadas y la forma en que están ejecutando las penas, al efecto de poder acordar o no la suspensión de la condena o la adopción de otras medidas en el Código Penal prevé dirigidas a quienes habiendo cometido algún delito quieren abandonar su actividad criminal. Este seguimiento individualizado por personal especializado de aquellos con los que se acordaron medidas tendentes a su rehabilitación contribuiría a pone límite a la impunidad y podría ser un eficaz instrumento de reinserción social. Y también sería preciso que el legislador adecuase el catálogo de penas a aquellas que efectivamente pudiesen cumplirse con los medios de lo que dispone el sistema legal, el sistema judicial y el sistema penitenciario. Recuérdese la imposibilidad, en si día, de cumplir la pena de arresto de fin de semana por la inexistencia de centro adecuados y las enormes dificultades que plantea actualmente el cumplimiento de penas como las de realización de trabajos en beneficio de la comunidad ante la falta de puestos de trabajo adecuados y la inexistencia de una normativa que posibilite el eficaz cumplimiento de la pena. En definitiva no hay motivos especiales de alarma en la medida en la que las penas se vienen ejecutando de la forma habitual, de lo que pueden dar fe los más de 60.000 presos ingresados en las prisiones españolas; pero esto no significa que nuestro sistema penal está actuando adecuadamente. Quizás el elevado número de presos y el incremento de los índices de criminalidad sean una muestra de las deficiencias de nuestro sistema penal y particularmente de nuestro sistema de ejecución de penas.