Referencia: Acuerdos de reestructuración y sus efectos sobre los procesos de restitución de tenencia contra el empresario deudor, bajo la ley 550 de 1.999. Me refiero a su escrito radicado en esta entidad bajo el número 425387, por el cual solicita la opinión de este Despacho, en relación con el asunto de la referencia en particular en cuanto a la suerte de los procesos de restitución cuando el demandado se ha acogido al trámite de un acuerdo de reestructuración, solicitud que se concreta en los siguientes interrogantes: "1. Qué efectos procesales y sustanciales se producen en los procesos de restitución en curso o que se adelanten con posterioridad a la vigencia de la Ley 550, la iniciación de la negociación de los acuerdos de reestructuración? 2. ¿Con la iniciación de la negociación de acuerdos de reestructuración se suspenden los procesos judiciales de restitución ya iniciados? ¿Se anulan los que se inicien con posterioridad? 3. ¿Si con la iniciación de la negociación de acuerdos de reestructuración no se suspenden los proceso judiciales de restitución ya iniciados ni se anulan los iniciados con posterioridad en contra del empresario, que debe hacer éste dentro de dichos procesos, atendiendo el artículo 17 de la Ley 550?" A fin de dar respuesta a los interrogantes formulados, el Despacho estima necesario efectuar las siguientes consideraciones: En primer lugar, debemos señalar que la ley estableció consecuencias de carácter procesal por la iniciación de la negociación de un acuerdo de reestructuración, lo cual en modo alguno desnaturaliza su carácter sustancial pues tan solo corresponde al aseguramiento de los objetivos previstos por la ley mediante este instrumento. Si se examina el artículo 14 de la ley 550 de 1.999, se tiene que el efecto procesal de la iniciación de la negociación se contrae a los procesos ejecutivos, bien en curso o que lleguen a iniciarse con posterioridad, estableciendo que a partir de ese momento no es posible continuar con los procesos ejecutivos ya iniciados, los cuales quedan suspendidos por mandato legal y que tampoco es posible con posterioridad, presentar nuevas demandas ejecutivas. Esta disposición no contiene regla alguna en relación con los procesos de restitución de tenencia, como sucedía con la ley 222 de 1.995, razón por la cual se hace necesario analizar el alcance de este silencio legal. Una primera interpretación que pudiera derivarse de la falta de regulación permitiría inferir que los procesos de restitución en curso no terminan ni se suspenden y que tampoco se impide la iniciación de nuevos procesos, como quiera que la ley no previó esos efectos, los que requerían de regla expresa y particular. Una segunda interpretación, llevaría a colegir que la falta de una regla expresa no puede ser argumento para llegar a la conclusión ya expuesta, en el entendido que una interpretación sistemática de la ley 550 y del estatuto procesal civil, permiten llegar a una conclusión diversa, como enseguida se explicará. Es necesario precisar desde ya que la tesis que se expone corresponde única y exclusivamente a aquellos casos en los cuales la restitución procede a causa del no pago de los cánones de arrendamiento, motivo por el cual si ésta tiene origen en causas distintas, como sería la indebida utilización del bien o el subarriendo no resulta dable afirmar que la restitución se impida como consecuencia del acuerdo de reestructuración, pues no existe en ese evento conexidad entre este instrumento y las causas que dan lugar a la restitución. En efecto, la interpretación sistemática que se invocó atrás parte del supuesto de que el acuerdo de reestructuración tiene carácter universal y colectivo; universal en el entendido que todo el patrimonio del deudor está afecto a los fines propios del instrumento que se consagra y como tal continúa sirviendo de garantía de todas y cada una de las acreencias insatisfechas. En razón a esta circunstancia es que la Ley 550 prevé que a partir de la iniciación de la negociación al deudor no le es posible efectuar actos que no correspondan al giro ordinario de sus negocios, de manera que aquellos actos que desatiendan tal regla son considerados ineficaces de pleno derecho; esta restricción y sanción son sin duda el reconocimiento de la función de garantía del patrimonio y se erige en un mecanismo de protección de los derechos de los acreedores. En lo que hace a la colectividad, cabe precisar que si bien y dada la naturaleza contractual del acuerdo de reestructuración, no existe un término para que los acreedores hagan valer sus acreencias y aporten las pruebas a que hubiere lugar, las reglas de la ley propugnan por una presencia real y efectiva de los acreedores dentro del escenario de la negociación, pues en esa medida podrán formular objeciones a los derechos de voto y a la fijación de acreencias que haga el nominador, así como manifestar su anuencia o reparo en relación con la propuesta de acuerdo que llegue a adoptarse. En otras palabras, esta presencia entendida como sustancial y no procedimental, se torna en un requisito previo para el ejercicio de los derechos concebidos a favor del acreedor, como los ya expuestos. Es de advertir que la posibilidad de cuestionar el acuerdo mediante demanda, está circunscrita a los acreedores que hubieren votado negativamente el acuerdo, lo cual implica un motivo para intervenir dentro de la negociación, pues no hacerlo impide atacar luego las reglas allí convenidas. En este orden de ideas y expuesto lo atinente a los presupuestos de la colectividad y la universalidad que se predican del acuerdo, se hace necesario ubicar el proceso de restitución dentro de las reglas establecidas por el estatuto procesal civil. Si bien el Código de Procedimiento Civil incluye los procesos de restitución de tenencia dentro de los procesos declarativos, específicamente en el abreviado, es importante analizar algunas de sus reglas y confrontarlas con las previstas por la ley 550. La circunstancia de que el proceso de restitución tenga carácter declarativo, no es óbice para considerar que él mismo de manera indirecta procura la satisfacción de la obligación cuyo incumplimiento da lugar a su iniciación. En efecto, de conformidad con el numeral 2 del parágrafo segundo del artículo 424 del C. de P.C., si la causal invocada se fundamenta en el no pago, el demandado no podrá ser oído dentro del proceso hasta tanto demuestre que ha consignado a órdenes del juzgado el valor total que tienen los cánones adeudados o acredite el pago previo. Esta medida, se erige en un mecanismo de presión para el pago de las acreencias, pues el demandado sólo podrá plantear una oposición válida en la medida que satisfaga sus acreencias o acredite su atención previa. Así mismo, mientras dura el proceso deberá consignar a órdenes del juzgado los cánones posteriores, sin lo cual tampoco podrá ser oído dentro del proceso. De otra parte y a fin de asegurar el pago de los cánones adeudados e impagados, se establece en el numeral 3 del parágrafo primero del artículo 424 ibídem, la posibilidad de pedir el embargo y secuestro de los bienes con los cuales el demandado hubiere ocupado o habitado el inmueble, cautela que no tiene razón de ser en este proceso sino en relación con el proceso ejecutivo que se adelante para asegurar el pago de las acreencias. De acuerdo con la ley 550, no es posible la satisfacción separada de las acreencias por parte del deudor, puesto que únicamente procede en el escenario del acuerdo de reestructuración (artículo 17 ibídem). Bajo este entendido es claro que los procesos ejecutivos resultan contrarios a esta regla, así como todos aquellos instrumentos contractuales o procesales que procuren la satisfacción de la acreencia por fuera del escenario colectivo y propio de un acuerdo de reestructuración. De ahí que admitir la postura según la cual los procesos de restitución tienen cabida, so pretexto de la ley 550 no impidió su iniciación, comportaría el desconocimiento de los principios fundamentales en ella previstos (universalidad y colectividad) y se erigiría en un fraude a la ley, en la medida en que sería el instrumento adecuado para provocar o exigir el pago de la acreencia por fuera del acuerdo, generando además un trato desigual frente a los demás acreedores que solo cuentan con el proceso ejecutivo, al que no tienen acceso para lograr el pago. De otra parte, debe advertirse que la imposibilidad de adelantar procesos ejecutivos también se justifica en la necesidad de proteger el patrimonio del deudor de los actos de los acreedor como las medidas cautelares, que en muchos de los casos impedirán el cumplimiento de la finalidad de recuperación de los negocios del deudor, V. gr. embargo de dineros en cuentas corrientes bancarias, secuestro de bienes muebles no sujetos a registro, etc., lo cual resulta a todas luces contrario con la posibilidad ya comentada del proceso de restitución de practicar medidas cautelares. Por ello no tendría sentido que la protección de los negocios del deudor se encontrara restringida única y exclusivamente a los procesos ejecutivos y se permitiera en cambio su afectación con los procesos de restitución. Con base en las razones anteriores, resulta dable concluir a juicio de este Despacho que no es posible continuar con los procesos de restitución ya iniciados, así como tampoco iniciar nuevos procesos, cuando un deudor hubiere sido admitido a un acuerdo de reestructuración, siempre y cuando la causal que se invoque sea el no pago de los cánones. Ahora bien, respecto de los cánones que se causen con posterioridad a la iniciación de la negociación, debe anotarse que el acreedor conserva la posibilidad de iniciar el proceso de restitución en la medida que estos cánones deben pagarse de preferencia, y el numeral 9 del artículo 34 de la ley 550 de 1.999 legitima de manera expresa al acreedor para acudir ante la jurisdicción para hacerlos efectivos. Se ha preguntado si los procesos de restitución en curso se suspenden y si los posteriores se anulan. Al respecto debe tenerse en cuenta que no compete determinar la suerte de estos procesos al nominador, ni tampoco a esta Superintendencia, sino al juez que conoce del mismo, siendo necesario precisar que en el primer evento y si se acoge la tesis que se expone, habrá lugar a una terminación atípica del proceso y en el segundo, al rechazo de la demanda por falta de jurisdicción. El último interrogante, hace relación a la actitud del empresario deudor frente a la no suspensión de los procesos y la imposibilidad de iniciar nuevos procesos, y en particular a las limitaciones y restricciones a que alude el artículo 17 de la ley 550, respecto de lo cual habrá de tenerse en cuenta que el empresario deberá pedir autorización al nominador para efectuar el pago de las acreencias del arrendador-demandante, hipótesis que como excepción al principio de la igualdad de los acreedores y por implicar la alteración en los privilegios y preferencias de ley, debe ser manejada por el nominador con rigidez extrema, que se traduce en el análisis de la conveniencia, urgencia y necesidad de la operación. rad. 425387