JUAN IGNACIO MOLINA. PRIMER CIENTÍFICO CHILENO. Zenobio Saldivia M. U. Tecnológica Metropolitana El nombre del abate José Ignacio Molina, es frecuentemente asociado con la orden religiosa de los jesuitas, por una parte, y por otra, con la génesis de la ciencia en la República de Chile y en ambos contextos hizo historia. La obra de este autor que vivió entre los años 1740 y 1829, constituye un claro hito de la ciencia chilena. En efecto, para muchos estudiosos Molina sería el primer científico chileno, toda vez que antes de él, prácticamente no se observan expresiones referentes a la historia natural o a la descripción de los referentes orgánicos del país, que hayan sido formuladas expresamente por autores nacidos en el Chile colonial. Entre sus obras se destacan: Compendio della storia geografica, naturale et civile del regno de Chile (1776), Saggio sulla storia naturale del Chile (1782) y Memoire di Storia Naturale (Bolognia,1822). Al leer y analizar estas y otras fuentes bibliográficas del autor, no queda más que reconocer que se está ante un auténtico estudioso de la Historia Natural que logra entregar a la comunidad científica ilustrada, un corpus teórico con aspectos relativos a la gea, flora y fauna del país, que en su conjunto, constituye una visión científica de la naturaleza chilena. El Hombre y el científico Molina nace en la hacienda Huraculén, en la actual provincia de Linares; hijo de Don Agustín de Molina y Doña Francisca González Bruna, recibe desde muy joven una fuerte formación religiosa. En 1748 ingresa al Colegio de la Compañía de Jesús en Talca, y siete años más tarde se incorpora al colegio Noviciado de la Orden, en Santiago, donde estudia retórica y humanidades. En 1760 el joven Juan Ignacio principia a estudiar filosofía, teología y cosmografía en el Colegio Máximo de San Miguel, en Santiago. Siete años después, lo sorprende el decreto de Carlos III, que ordena la expulsión de los Jesuitas de todos los dominios de la Corona española. Molina, por tanto, es detenido, enviado a Valparaíso y expulsado de Chile al año siguiente. Luego de deambular por Cádiz, Florencia, Pisa y otras ciudades europeas, se radica definitivamente en Bolonia. A partir de 1803 se despeña como catedrático de la Universidad de Bolonia y se vuelca definitivamente al estudio y a las investigaciones propias de la Historia Natural; labor que ya había comenzado brillantemente con su primera publicación en 1776. Como académico, refuerza su condición de estudioso de las ciencias de la vida y de conocedor de la flora y fauna chilenas. Tales preocupaciones pasan a ser sus más caros anhelos, la pasión de su vida; tanto es así, que a menudo algunos autores han insinuado que Molina descuidaba sus obligaciones propias de religioso, por dedicarse a la ciencia.(1) Esta misma pasión por las ciencias; en especial por las ciencias naturales, le acarrea en 1815, una acusación de heterodoxia “cuyo origen estaría en la publicación de la Memoria “Analogías menos observadas de los tres reinos de la Naturaleza”. En este ensayo, Molina postula una cosmovisión evolucionista de los exponentes del mundo orgánico e inorgánico. Así, a partir del exhaustivo análisis de una gran cantidad de analogías entre las producciones de los denominados tres reinos de la naturaleza (mineral, vegetal, animal), llega a colegir que la naturaleza tienen un solo universo donde se manifiesta la vida, y que los distintos exponentes de estos tres reinos puramente pedagógicos, se vinculan y progresan entre sí. Al respecto, señala : “...no existe ni puede existir ninguna distinción absoluta entre los seres creados... todos están conjuntamente encadenados por recíprocos vínculos, de modo que existe entre ellos una progresión gradual, en virtud de la cual los minerales llegan insensiblemente a vincularse con los vegetales, y éstos con los animales.”(3) Lo anterior, ilustra el énfasis transformista o evolucionista de los exponentes del mundo natural; aunque su discurso explicativo en lo referente al fenómeno de la vida, trasunta además una visión mecanicista y animista; en especial en la relación que observa entre la gea, los minerales y los seres vivos. La acusación lo obliga a encauzar sus energías hacia una adecuada defensa y finalmente, luego de los informes presentados, sumado a la opinión de otros colegas, se deja constancia de la falta de base de dicha imputación y se le restablece la plena confianza religiosa y la facultad académica para enseñar. Como científico, el abate Molina es el primer autor que da cuenta de los exponentes endógenos de la flora y fauna chilenas, aplicando el rigor y la metodología científica. Su taxonomía se basa en las nociones teóricas de los naturalistas Feuillé y Frezier, y en la nomenclatura binaria de Linneo. Para ejecutar dicha sistematización, utiliza los criterios metodológicos imperantes en la comunidad científica del siglo XVIII, vinculados a los principios teórico-filosóficos de la Ilustración y el Racionalismo. Imbuido de este marco epistémico, logra presentar a la comunidad estudiosa europea, un amplio espectro del cuerpo físico de Chile. En las obras de Molina, el nivel de interpretación subjetiva ha disminuido enormemente; sobre todo si lo comparamos con los cronistas y descriptores de la naturaleza vernácula del país, propios del siglo del Iluminismo, como por ejemplo Ovalle o Rosales; pero no lo suficiente, si lo comparamos con el botánico francés Claudio Gay, del siglo XIX. Empero, esto último sería extrapolar inadecuadamente el contexto de la obra analítica y descriptiva de Molina, y significaría exigirle al discurso científico del mismo, la inclusión de elementos epistemológicos que aún no se manejan en la comunidad científica del siglo decimoctavo. Molina es un ilustrado a cabalidad y un romántico en cuanto a su visión de la naturaleza del Chile Colonial; un naturalista que desea insertar lo viviente autóctono de su país, en al ámbito de la cultura y el saber del europeo bien informado; pero no aún específicamente en la ciencia universal. El cuerpo físico del país, a través de los exponentes de la flora y fauna seleccionados por el autor, aparece levemente idealizado, como si la naturaleza de Chile representara un lugar idílico, donde no existe la contaminación incipiente de las grandes urbes europeas que están entrando en la Revolución Industrial, ni donde tampoco existe la perversión moral en el plano social. Esto, parece ser parte de una noción comprometida con el arquetipo del “buen salvaje”, del nativo no contaminado por los cánones de la convivencia europea; utopía concebida a partir de Montaigne, como parte del ideario filantrópico ilustrado, que persigue la obtención de la felicidad y del progreso humano. Las obras de Molina, persiguen llamar la atención de los europeos cultos hacia la naturaleza del continente americano y del reino de Chile en particular. Y específicamente, con respecto a la publicación del texto: Saggio sulla storia naturale del Chile, el propósito del abate, parece ser además, corregir una desfiguración de América y de Chile, difundida previamente por Cornelio de Pauw, en su obra: Investigaciones Filosóficas sobre los Americanos.(4) Su discurso científico Desde el punto de vista del discurso científico, la clasificación de lo viviente en la prosa de Molina, si bien cumple con los cánones de presentación descriptiva implantados por Linneo, para dar cuenta de cada especie; carece de una sección o de un trozo descriptivo en latín, que acompaña a la tipificación de cada espécimen, como sucede por ejemplo en el propio Linneo. El discurso científico de Molina, puede comprenderse mejor, si traemos a presencia algunos trozos seleccionados del autor; por ejemplo en la Historia Natural y Civil de Chile, señala: “El flamenco, Phoenicopterus chilensis, es uno de los pájaros más hermosos que se ven en las aguas dulces de Chile, no sólo por su magnitud, más por el vivo color de fuego de aquellas plumas que le cubren la espalda y la parte superior de las alas, campeando maravillosamente un color tan hermosos sobre el blanco brillante de todas las demás pluma. El largo de éste pájaro, medido desde la punta del pico hasta la extremidad de las uñas, es de cinco pies, bien que el cuerpo no tiene verdaderamente más que la quinta parte de esta dimensión; la cabeza es pequeña, prolongada y coronada de una especie de cimera o copete; los ojos son sumamente pequeños, pero vivos; el pico dentado, corvo la punta, de cinco pulgadas de largo y cubierto de una película encarnada...”(5) O bien, en la misma obra expresa: “El gevuin, Gevuina avellana gen. nov., que los españoles llaman avellano en consideración a su fruta, se cría en los Andes y en las marismas, donde adquiere una altura mediana; sus hojas son aladas como las del fresno, y terminantes en una impar; pero las pequeñuelas son más redondas, más firmes, levemente dentadas, y colocadas a cuatro o cinco pares en un piesecillo común; las flores que lleva son blancas, cuadripétalas, y están asidas de dos a una espiga, que sale de la concavidad de las hojas; y la fruta es redonda, de nueve líneas de diámetro...(6) Las citas precedentes ilustran la estructura de la prosa científica de Molina. El autor parte indicando el nombre vernáculo del observable, luego identifica a la especie con un nombre científico, y continúa con una descripción amplia en lenguaje culto, pero no especializado. En su discurso se percibe claramente la fase descriptiva y el cumplimiento de algunas exigencias de mensuración sobre el objeto de estudio taxonómico; pero ésta no es muy exacta; en rigor, la cuantificación de las dimensiones de los especimenes de la flora o de la fauna chilenas, no quedan aún debidamente señalizadas; a lo más, la prosa del autor insinúa un determinado volumen o dimensión, o sugiere una analogía para comprender el porte real del observable; v. gr.: “La loica, Sturnus loyca, es un pájaro algo mayor que los estorninos, al cual se parece en el pico, en la lengua, en los pies, en la cola, y aun en el modo de vivir y alimentarse. El macho es de color de gris obscuro, manchado de blanco, a excepción de la garganta y del pecho, que son de color escarlata, o más bién de un color de fuego muy vivo...”(7) En todo caso, el modelo explicativo de Molina, incluye sistemáticamente, las tres fases que estamos comentando, para lograr la presentación taxonómica de un individuo. Estas son: 1. Nombre vernáculo 2. Nombre científico en latín. 3. Descripción minuciosa del observable, en lenguaje culto. La secuencia anterior, descansa en la canónica exigida por los naturalistas del Siglo de la Ilustración, y satisface los requerimientos de divulgación relativamente especializada, de un tipo de naturaleza desconocida en Europa. Dentro de las características que sustentan su clasificación de las especies, no se aprecia con claridad un énfasis pragmático y positivista; aunque eventualmente describe algunos especimenes y sugiere ciertos modos prácticos de utilizarlos. En rigor, prima más bien, el ideario del saber ilustrado y el romanticismo como bases de un modelo interpretativo para penetrar intelectualmente en la naturaleza bullente e inexplorada del Chile colonial. Ello es concordante con las ideas de su tiempo y con una noción de ciencia más ilustrativa y verbalizante, que con la noción de una ciencia operativa y utilitarista que vendrá en el siglo XIX. El lector bien informado de nuestro tiempo, por su parte, percibe en el discurso de Molina, una indefinición acerca de cual especie ha sido visualizada personalmente por el autor y cual no. Ello obedece al hecho de que un alto porcentaje de las descripciones del jesuita naturalista que analizamos, se sustentan tanto en el relato previo tomado de los lugareños que han estado en contacto con el observable; o bien, en los recuerdos que descansan en su memoria, como producto de sus propias observaciones de la naturaleza en el Chile colonial. Muchas de estas experiencias acontecieron en su infancia y en su adolescencia, en largos paseos por la costa y los valles de la zona central del país. En otros casos, sus descripciones corresponden a informes que elabora a partir de conversaciones con viajeros. Y justamente en eso radica gran parte de su mérito: ese vasto poder ordenador de todo lo observado, escuchado y recordado del mundo orgánico del Chile lejano, que desde su psiquis logra consignar un peculiar universo de la naturaleza de su país, en el papel. Dicha capacidad de síntesis por un lado, y de ordenación globalizante por otra, “le permite elaborar, en un todo organizado con admirable concisión científica, un gran número de datos desperdigados que su prodigiosa y tenaz memoria ha conservado de sus estudios anteriores, conversaciones y observaciones personales...”(8) En general, la diagnosis de Molina, es un halago a la originalidad y peculiaridad de los exponentes de la flora y fauna chilenas, para despertar las inquietudes y fantasías de los naturalistas europeos. Tal vez por esto, algunos estudiosos estiman que el discurso taxonómico del abate Molina, contribuye a fomentar el interés por conocer estos lugares de América, principalmente en investigadores como Humboldt o Darwin por ejemplo.(9) Ello no debe parecer extraño, si se tiene en cuenta que a fines del Siglo de la Ilustración, América era “la obsesión de muchos científicos europeos que soñaban con poder pasar a estas tierras para estudiar sistemáticamente la naturaleza y la sociedad del Nuevo Mundo”.(10) Y por cierto, dentro de esta ansiedad global de aprehensión cognoscitiva que manifiestan muchos exponentes de la comunidad científica europea; el Reino de Chile es uno de los puntos geográficos relevantes, en la tarea de extender el ámbito explicativo de la historia natural. La obra de Molina, se inserta en el plano del doble desafío imperante en la comunidad científica europea en el siglo XVIII. Esto es, por una parte, el anhelo de contar con una descripción y un adecuado conocimiento de los referentes del mundo orgánico existentes en el Nuevo Mundo; y por otra, en los esfuerzos por crear y fortalecer sus propias instituciones científicas, pero vinculadas a organismos políticos o gubernativos. Para lo primero, podemos recordar las diversas expediciones científicas y geopolíticas que las monarquías europeas financian para actualizar los conocimientos sobre el Nuevo Mundo, y para lo segundo, es posible reforzar dicha aseveración, al observar el fenómeno de instauración de academias científicas en Europa que buscan la especialización y la actualización cognoscitiva de sus miembros, así como también la cooperación económica de las monarquías imperantes. Este es el universo cultural y político en el que se inserta su producción. Empero, Molina -como estudioso de la Historia Natural- no se propone ni se concibe a sí mismo como un científico que organice su labor en pos de alguna de las variantes del ideario científico ilustrado del período. Su objetivo es aparentemente más modesto: dar a conocer la naturaleza vernácula de su querida y lejana patria, a los lectores cultos de Italia y Europa en general. Por esto, en su prosa conserva los nombre autóctonos que los araucanos utilizan para designar a distintos exponentes de la flora y fauna chilenas; v.gr.: peumo, boldo, huemul, maitén, chinchilla, diuca ...(11) Entre las especies vernáculas del Chile colonial, que clasifica Molina, y que da a conocer al público culto de su época; figuran algunos mamíferos como el gato montés (felis guigna); aves como la loica (Sturnus loyca), el papagallo (psittacus cyanalysies), el jilguero (fringilla barbata) y el flamenco (phoenicopterus chilensis); árboles como el temo (temus moscata), la patagua (crinodendron patagua) y la palmera (palma chilensis). O plantas alimenticias como la curagua (Zea curagua) y la papa (Solanun tuberosum). E incluso menciona algunas plantas utilizadas para tinturas, como el degul (Phaseolus vulgaris) y el rimú (Sassia perdicata). Con respecto a especies marinas, es el primero en clasificar la navajuela (solen macha), la jaiba peluda (cancer setisis), el picoroco (lepas psittacus) y el piure (Pyura chilensis). La comunidad científica de mediados del siglo XVIII, tanto de España como del resto de Europa, muestra un manifiesto interés por conocer la geografía de América y por la creación de instituciones científicas cada vez más específicas, como se ha mencionado. Entre estas, por ejemplo, se instituyen Jardines Botánicos, Observatorios Astronómicos, Gabinetes de Historia Natural y de Física, Academias de Medicina, Colegios de Cirugía, Sociedades de Amigos del País y otras. Este proceso, se complementa con la aparición en las universidades del viejo continente, de cátedras de Botánica, Agricultura, Química y otras.(12) La obra de Molina, por tanto, se presenta justo en pleno período expansivo de la institucionalidad científica y del fortalecimiento del carácter social de la misma. Por otra parte, a fines del Siglo de las Luces, se observa una nueva disposición política hacia las ciencias; esta se caracteriza por una decisión gubernativa que fomenta diversos viajes científicos por América y Oceanía y por el apoyo económico a las diversas academias científicas que venían perfilándose desde el siglo anterior. Los países más interesados al respecto -por razones geopolíticas, navales y científicas- son España, Francia, Inglaterra y Estados Unidos. España, por ejemplo, financia entre 1735 y 1810 “casi 60 viajes y expediciones a América y Filipinas para ampliar los conocimientos que tenía de sus vastos dominios de ultramar”.(13) Entre estas, recordemos las expediciones botánicas y geográficas de Hipólito Ruiz y José Antonio Pavón, a los reinos de Perú y Chile (1777-1787); o la de Alejandro Malaspina (17891794). Tales experiencias dejaron como resultado, completísimos herbarios, plantas, semillas, animales disecados, conocimiento cartográfico actualizado, y láminas de especimenes endógenos de América. Pero lo más relevante, es que tales viajes permitieron a la comunidad científica europea, replantearse la antigua visión de la naturaleza y la etnología americanas, saturada de mitos y de una gran imaginería folclórica. Luego, el marco epistémico y cultural en que se presentan los libros de Molina, no puede ser más propicio. Hay un ansia por conocer los especimenes autóctonos de la flora y fauna americanas y de contar con algunos de ellos en vivo en las recién creadas instituciones científicas. Dentro del contexto epistemológico del siglo XVIII chileno, la obra del abate Molina descuella frente a la escasa dedicación y conocimientos científicos existentes en el país, y porque permite difundir el conocimiento de los exponentes orgánicos del cuerpo físico de Chile, fuera del territorio; de este modo, contribuye por adición, a incrementar el universo taxonómico de la flora y fauna americanas. En este último sentido, su labor se homologa con el propósito de la comunidad científica europea, aunque no es su interés fundamental. Tal vez por este aspecto de inserción de su diagnosis con la taxonomía europea sobre América, Molina es reconocido entre sus pares del Viejo Mundo. Con razón, lo visitan Humboldt y otros estudiosos de las ciencias de la vida, y lo designan miembro de número de la Accademia delle scienze dell Istituto, (1802). Son las expresiones de reconocimiento que le prodigan sus pares dedicados al estudio de las ciencias de la vida y a la Historia Natura. Estos ven en el sabio chileno, al iniciador, al pionero que instaura el método científico en la taxonomía sobre la naturaleza del Chile colonial; y lo perciben además como un exponente de la difusión científica; tanto de los especimenes del mundo orgánico chileno, cuanto de las costumbres de las principales clases y grupos sociales de dicho país. Y es un difusor científico en tanto da a conocer parcialmente el clima, la flora, la fauna, la mineralogía y la geografía del Chile de la época. En este último plano, el énfasis costumbrista y sociológico del autor, lo lleva a incluir en su prosa los detalles de la vida del huaso chileno, de los campesinos de la zona central y de los payadores. Con razón Hanisch -destacado estudioso de la obra de Molina- sostiene que el trabajo de este último trasunta un cierto “aire de nostalgia de la vida de campo, perdida en el tiempo y la distancia, pero viva en el corazón”(14). A manera de conclusión. El abate Molina, representa un hito significativo en lo referente al desarrollo de la ciencia en Chile, puesto que su obra corresponde a una aproximación ilustrada para abordar una cuestión pendiente en el marco cultural y cognoscitivo nacional; esto es la sistematización y clasificación de lo viviente. Con ello se consigue una sinopsis del cuerpo físico del país y una mirada global sobre la naturaleza vernácula. Y aunque cronológicamente hablando no es el primero en presentar descripciones sobre los referentes orgánicos del Chile colonial, puesto que a fines del Siglo XVII, podemos encontrar algunos exponentes al respecto, como Alonso de Ovalle o Diego de Rosales, entre otros.(15) Empero, si es el primero que utiliza la metodología científica y los principios taxonómicos imperantes en Europa para la diagnosis sobre lo viviente. En este sentido, es uno de los pioneros en la tarea de la construcción de la ciencia en el país, y su esfuerzo marca un rumbo definido para las posteriores investigaciones taxonómicas que se sucederán en el siglo del positivismo en el país, pero ahora en su condición de República independiente. Bibliografía. 1.Cf. Briones T., Hernán: El Abate Juan Ignacio Molina, Ed. A. Bello, Stgo.,1968, p.75. 2.Cf. Hanisch,Walter: “Lo que no se sabe del Abate Molina”, Rev. Mapocho, Nº 27, Biblioteca Nacional, Stgo.,1979,p.66. También en Briones T., Hernán, op. cit.; pp.5455. 3. Molina, Juan Ignacio: “Analogías menos observadas de los tres reinos de la naturaleza”, en: Anales de la Universidad de Chile ,Stgo., Nº134,1965. 4.Cf. González,José: La compañía de Jesús y la ciencia ilustrada.... Ed. U. Católica del Norte, Antofagasta,1993; p.45 5.Molina, Juan Ignacio: Historia geográfica, natural y civil de Chile, Ed. Universitaria, Stgo.,1978; p.51. 6.Ibidem.; p.46. 7.Ibidem.; p.59. 8.Briones. T.,Hernán; op.cit. p. 82. 9.Ibidem.; p.84. 10.Capel, Horacio: “El desafío de América al pensamiento científico”, Rev. Universitaria, P.U.C.Ch., Stgo., Nº27,1989; p.34. 11. Cf. Suwalsky, Mario: “Panorama histórico del desarrollo científico en Chile”, Rev. Atenea, Concepción, Nº469; p.37. 12.Cf. Sotos. S., Carmen: “La Botánica y el dibujo en el siglo XVIII”; en : La Botánica en la Expedición de Malaspina, Ed. Turner, Real Jardín Botánico, Madrid,1989; p.71. 13. Pilar de San Pío, María: Expediciones españolas del S.XVIII, Ed. Mapfre, Madrid,1992; p.31. 14. Hanissch,W.: “Lo que no se sabe del abate Molina”, op.cit.; p.64. 15. CF. Saldivia, Zenobio: “Descripción de la naturaleza en el Reyno de Chile”, Rev. Creces, Nº5, Vol. 19, Stgo., 2001.