LA FILOSOFÍA MODERNA: KANT a) Resumen b) Explicación: Nociones: Metafísica y ciencia Experiencia y conocimiento c) Síntesis teórica o doctrinal: Temas: Teoría del conocimiento Crítica a la metafísica tradicional d) Contextualización KANT: CRÍTICA DE LA RAZÓN PURA; Prólogo segunda edición. KANT, Crítica de la razón pura, prólogo segunda edición, de B XIV, línea 8, a B XVIII, línea 11 (trad. P. Ribas, Madrid, Alfaguara, 1998, pp. 19-21). La metafísica, conocimiento especulativo de la razón, completamente aislado, que se levanta enteramente por encima de lo que enseña la experiencia, con meros conceptos (no aplicándolos a la intuición, como hacen las matemáticas), donde, por tanto, la razón ha de ser discípula de sí misma, no ha tenido hasta ahora la suerte de poder tomar el camino seguro de la ciencia. Y ello a pesar de ser más antigua que todas las demás y de que seguiría existiendo aunque éstas desaparecieran totalmente en el abismo de una barbarie que lo aniquilara todo. Efectivamente, en la metafísica la razón se atasca continuamente, incluso cuando, hallándose frente a leyes que la experiencia más ordinaria confirma, ella se empeña en conocerlas a priori. Incontables veces hay que volver atrás en la metafísica, ya que se advierte que el camino no conduce a donde se quiere ir. Por lo que toca a la unanimidad de lo que sus partidarios afirman, está aún tan lejos de ser un hecho, que más bien es un campo de batalla realmente destinado, al parecer, a ejercitar las fuerzas propias en un combate donde ninguno de los contendientes ha logrado jamás conquistar el más pequeño terreno ni fundar sobre su victoria una posesión duradera. No hay, pues, duda de que su modo de proceder ha consistido, hasta la fecha, en un mero andar a tientas y, lo que es peor, a base de simples conceptos. ¿A qué se debe entonces que la metafísica no haya encontrado todavía el camino seguro de la ciencia? ¿Es acaso imposible? ¿Por qué, pues, la naturaleza ha castigado nuestra razón con el afán incansable de perseguir este camino como una de sus cuestiones más importantes? Más todavía: ¡qué pocos motivos tenemos para confiar en la razón si, ante uno de los campos más importantes de nuestro anhelo de saber, no sólo nos abandona, sino que nos entretiene con pretextos vanos y, al final, nos engaña! Quizá simplemente hemos errado dicho camino hasta hoy. Sí es así ¿qué indicios nos harán esperar que, en una renovada búsqueda, seremos más afortunados que otros que nos precedieron? Me parece que los ejemplos de la matemática y de la ciencia natural, las cuales se han convertido en lo que son ahora gracias a una revolución repentinamente producida, son lo suficientemente notables como para hacer reflexionar sobre el aspecto esencial de un cambio de método que tan buenos resultados ha proporcionado en ambas ciencias, así como también para imitarlas, al menos a título de ensayo, dentro de lo que permite su analogía, en cuanto conocimientos de razón, con la metafísica. Se ha supuesto hasta ahora que todo nuestro conocer debe regirse por los objetos. Sin embargo, todos los intentos realizados bajo tal supuesto con vistas a establecer a priori, mediante conceptos, algo sobre dichos objetos algo que ampliara nuestro conocimiento desembocaban en el fracaso. Intentemos, pues, por una vez, si no adelantaremos más en las tareas de la metafísica suponiendo que los objetos deben conformarse a nuestro conocimiento, cosa que concuerda ya mejor con la deseada posibilidad de un conocimiento a priori de dichos objetos, un conocimiento que pretende establecer algo sobre éstos antes de que nos sean dados. Ocurre aquí como con los primeros pensamientos de Copérnico. Este, viendo que no conseguía explicar los movimientos celestes si aceptaba que todo el ejército de estrellas giraba alrededor del espectador, probó si no obtendría mejores resultados haciendo girar al espectador y dejando las estrellas en reposo. En la metafísica se puede hacer el mismo ensayo, en lo que atañe a la intuición de los objetos. Si la intuición tuviera que regirse por la naturaleza de los objetos, no veo cómo podría conocerse algo a priori sobre esa naturaleza. Si, en cambio, es el objeto (en cuanto objeto de los sentidos) el que se rige por la naturaleza de nuestra facultad de intuición, puedo representarme fácilmente tal posibilidad. Ahora bien, como no puedo pararme en estas intuiciones, si se las quiere convertir en conocimientos, sino que debo referirlas a algo como objeto suyo y determinar éste mediante las mismas, puedo suponer una de estas dos cosas: o bien los conceptos por medio de los cuales efectuó esta determinación se rigen también por el objeto, y entonces me encuentro, una vez más, con el mismo embarazo sobre la manera de saber de él algo a priori o bien supongo que los objetos o, lo que es lo mismo, la experiencia, única fuente de su conocimiento (en cuanto objetos dados), se rige por tales conceptos. En este segundo caso veo en seguida una explicación más fácil, dado que la misma experiencia constituye un tipo de conocimiento que requiere entendimiento y éste posee unas reglas que yo debo suponer en mí ya antes de que los objetos me sean dados, es decir, reglas a priori. Estas reglas se expresan en conceptos a priori a los que, por tanto, se conforman necesariamente todos los objetos de la experiencia y con los que deben concordar. Por lo que se refiere a los objetos que son meramente pensados por la razón y, además, como necesarios, pero que no pueden ser dados (al menos tal como la razón los piensa) en la experiencia, digamos que las tentativas para pensarlos (pues, desde luego, tiene que ser posible pensarlos) proporcionarán una magnífica piedra de toque de lo que consideramos el nuevo método del pensamiento, a saber, que sólo conocemos a priori de las cosas lo que nosotros mismos ponemos en ellas1. 1 Este método, tomado del que usa el físico, consiste, pues, en buscar los elementos de la razón pura en lo que puede confirmarse o refutarse mediante un experimento. Ahora bien, para examinar las proposiciones de la razón pura, especialmente las que se aventuran más allá de todos los límites de la experiencia posible, no puede efectuarse ningún experimento con sus objetos (al modo de la física). Por consiguiente, tal experimento con conceptos y principios supuestos a priori sólo será factible si podemos adoptar dos puntos de vista diferentes: por una parte, organizándolos de forma que tales objetos puedan ser considerados como objetos de los sentidos y de la razón, como objetos relativos a la experiencia; por otra, como objetos meramente pensados, como objetos de una razón aislada y que intenta sobrepasar todos los límites de la experiencia. Si descubrimos que, adoptando este doble punto de vista, se produce el acuerdo con el principio de la razón pura y que, en cambio, surge un inevitable conflicto de la razón consigo misma cuando adoptamos un solo punto de vista, entonces es el experimento el que decide si es correcta tal distinción. (Nota de Kant.) A) Resumen: Kant aborda en el texto el problema de la metafísica. La metafísica, conocimiento especulativo de la razón, al margen de toda experiencia y basado, por tanto, sólo en conceptos, no ha podido tomar aún el camino seguro de la ciencia y esto debido a que en ella la razón se atasca continuamente, no avanza y reina el desacuerdo; es un mero andar a tientas. Habría que plantear entonces si el empeño de la razón en hallar conocimiento cierto es una empresa imposible: ¿Se puede confiar en una razón que no sólo nos abandona, sino que nos entretiene y engaña? ¿Quizá simplemente hemos equivocado el camino hasta hoy? Y, si es así, ¿acaso cabe esperar mejor fortuna en nuevos intentos? Los ejemplos de la matemática y la física, que se han convertido en ciencias gracias a sus respectivas revoluciones metodológicas, nos invitan a considerar la posibilidad de proceder en metafísica también a un cambio de método semejante o análogo. En efecto, si el conocimiento se rige por los objetos, no vemos cómo se puede conocer nada a priori sobre dichos objetos, en cambio, si los objetos se rigen por el conocimiento entonces sí cabe conocer a priori algo sobre los objetos en cuestión. Se trataría en la metafísica (entendida como teoría del conocimiento o metafísica crítica) pues, de dar un giro parecido al que en su momento dio Copérnico (el célebre “giro copernicano”) cuando sustituyó la hipótesis geocéntrica por la heliocéntrica. En la metafísica (entendida aquí como teoría del conocimiento) se podría ensayar igualmente un cambio de hipótesis: si las intuiciones y los conceptos se rigiesen por los objetos de la experiencia, sería imposible establecer un saber a priori acerca de tales objetos; por el contrario si los objetos de la experiencia se rigen, en un primer momento, por nuestra facultad de intuición y, a la hora de determinar esas intuiciones y convertirlas en conocimiento, mediante el entendimiento, éste las refiere a conceptos a priori que ordenan la experiencia; entonces sí es posible ese saber a priori. En lo que respecta a los objetos de los que no podemos tener experiencia, pero que son pensados por nuestra razón como necesarios, Kant nos anuncia que habrá de tomarse el esclarecimiento del proceder de esta facultad, como “piedra de toque” del nuevo método de pensamiento que establece que sólo conocemos de las cosas lo que nosotros mismos ponemos en ellas. B) Explicación: 1. Metafísica y ciencia La metafísica es la rama más representativa de la filosofía; en ella la razón intenta conocer la realidad de manera especulativa o teórica: al margen de la experiencia sensorial. Kant ve, en contraste con el progreso de las ciencias, que esta disciplina apenas avanza, a menudo vuelve atrás y está dominada por los desacuerdos, todo ello debido al dogmatismo de unos filósofos y el escepticismo de otros. Tanto la lógica, la matemática, como la física han alcanzado el camino seguro de la ciencia, pero esto, sin embargo, no ha ocurrido con la metafísica, al contrario, esta disciplina es hoy campo de constantes disputas, sin unanimidad entre sus partidarios, objeto de desprecio y de indiferencia; pero esto no significa que Kant rechace sin más la metafísica, a la inversa, Kant insiste en que no es posible mostrarse indiferente ante los objetos de que trata la metafísica: Dios, libertad, inmortalidad. Es más, si viniera una barbarie que lo aniquilara todo, y todos los conocimientos científicos desaparecieran, dice Kant, la metafísica seguiría existiendo. Pero entonces, ¿Qué es lo que Kant pone en entredicho en la metafísica?: Su pretensión de ofrecer conocimiento científico de objetos que están más allá de la experiencia. La metafísica tradicional no ha hecho cuestión de sí misma y por ello cayó en el dogmatismo. Si se observa Kant hace uso del término metafísica en tres sentidos distintos: a) Metafísica dogmática o tradicional: Aquella que pretende ofrecer conocimiento de realidades suprasensibles, confiando que la razón posee facultad suficiente para establecer a propósito de éstas un conocimiento científico, es decir objetivo y universal. b) Metafísica como tendencia natural de la razón: Según Kant la razón no puede renunciar a plantearse cuestiones (Dios, alma, libertad, etc.), tiende de manera natural a querer responderlas. c) Metafísica Crítica: Investigación de las capacidades de la razón, para asegurarnos de si sus pretensiones son legítimas o no. Este último tipo de metafísica es el que emprende Kant: va a someter a la razón ante el tribunal de sí misma; sólo así podrá asegurarse respecto de sus pretensiones legítimas y acabar de una vez con arrogancias infundadas. Crítica es para Kant, demarcación, fijación de límites, establecer líneas divisorias que separen unos dominios de otros para que no se confundan entre sí. ¿Cómo va a orientar Kant su investigación?: La situación de la metafísica contrasta con la de las otras ciencias, pues la validez de éstas es incuestionable. Entonces, la tarea consiste en preguntarse ¿cómo son posibles las ciencias? No si son posibles, pues lo son (es un hecho en el caso de la física y la matemática, por ejemplo), y después preguntar: ¿Es posible la metafísica como ciencia? Para responder a la primera cuestión Kant tendrá que plantear las condiciones que hacen posible el conocimiento científico y, después, analizar si la metafísica cumple o no estas condiciones. Parece advertirse, ya de antemano, que la respuesta a la segunda cuestión es no; pero antes, dado su esfuerzo crítico, habrá que responder a la primera: La matemática se convirtió en ciencia en el pueblo griego, después de una etapa pre-científica (los egipcios), y ello se debió a una revolución metodológica: Los griegos comprendieron que las demostraciones eran construcciones de la mente, algo que el hombre no descubría en las figuras, sino que ponía en ellas desde un saber a priori, es decir, por medio de lo que él mismo pensaba y exponía (por construcción) en conceptos. La física o ciencia natural, después de los planteamientos empiristas de F. Bacon (1516-1626) también se convirtió en ciencia porque se produjo la misma revolución metodológica. Los físicos comprendieron que sólo se puede buscar y encontrar en la naturaleza lo que previamente se ha puesto en ella desde un saber a priori, las observaciones y experimentos han de estar regulados y guiados, en todo momento, por las leyes y principios teóricos de la razón (el caso de Galileo, con su fuerte impronta platónica es paradigmática en este sentido). Ambas disciplinas científicas demostraron, según Kant, que la necesidad y universalidad del conocimiento viene del lado de nuestra facultad cognoscitiva, del lado del sujeto, de lo que4 el sujeto pone para obtener conocimientos del objeto. 2. Experiencia y conocimiento a priori Según Kant, hay que proceder a un cambio radical de método, a un “giro copernicano” en el enfoque. Se trata de tomar como modelo las grandes revoluciones metodológicas que se dieron en la matemática y la física, revoluciones por las cuales estas disciplinas se constituyeron como ciencias. Como vimos aquellos cambios se debieron al constructivismo teórico, punto de vista que considera las demostraciones de la matemática y las leyes de la física como auténticas construcciones de la mente, es decir verdades puestas por la razón humana y no como verdades dadas por las figuras geométricas o por la naturaleza. Según Kant, todo nuestro conocimiento comienza con la experiencia, pero no por eso se origina todo él en la experiencia. La experiencia la constituyen las impresiones sensibles, las cuales constituyen la materia del conocimiento, el dato empírico o elemento a posteriori. Ahora bien, la experiencia es incapaz de fundar conocimiento pues es incapaz de proporcionar necesidad y universalidad, puesto que siempre es particular y contingente. Kant está convencido del valor necesario y universal del conocimiento (las ciencias constituyen un ejemplo evidente de ello) y este valor le viene dado por su componente a priori, proporcionado por la facultad de conocer del sujeto. Lo a priori, en Kant, no es aquello que es independiente de esta o aquella experiencia, sino de toda experiencia posible; lo apriorístico no deriva de ésta, sino de la facultad de conocer del sujeto. No es tampoco, sin embargo, una idea innata (ideas que posee el sujeto antes de toda experiencia); lo a priori es independiente de la experiencia en tanto no se deriva de ella, pero aparece sólo con ocasión de la experiencia. Lo a priori se deriva de la propia facultad cognoscitiva y conforma (configura) los datos empíricos proporcionando universalidad y necesidad al conocimiento. En conclusión, el conocimiento es el resultado de la composición del elemento empírico (lo dado por el objeto: impresión sensible) y del elemento a priori (L o puesto por el sujeto: facultades cognoscitivas) Esto satisface los dos requisitos que Kant exige para el conocimiento científico: ampliar nuestro conocimiento de la realidad (elemento empírico) y universal y necesario (elemento a priori) Estos dos requisitos que posibilitan el conocimiento científico, se manifiestan, en la única clase de juicios posible, según Kant: los juicios sintéticos a priori, pues son aquellos que ampliando nuestro conocimiento de la realidad son universales y necesarios. Esto es así atendiendo al siguiente esquema: Por la relación entre sujeto y predicado, los juicios pueden ser: Analíticos: (de explicación) El predicado está contenido en el sujeto, no añade ningún conocimiento, no informa acerca del sujeto “Los solteros son no casados” Sintéticos: (de ampliación) El predicado no está incluido en el sujeto, añaden conocimiento, dan información acerca del sujeto “Los bosques son verdes”. Atendiendo a la verdad o falsedad, los juicios pueden ser: A priori: La verdad o falsedad es independiente de la experiencia, son por tanto universales y necesarios. A posteriori: la verdad o falsedad es dependiente de la experiencia: son, por tanto, particulares y contingentes. Para Kant los únicos juicios científicos son los juicios que siendo sintéticos son además a priori: pues amplían nuestro conocimiento y son universales y necesarios. “Todo lo que comienza a existir tiene una causa”, “7 más 5 igual a 12”. La matemática y la física elaboran juicios de este tipo precisamente porque determinan sus objetos de manera a priori, y esto supone la previa aceptación de esta hipótesis: no es el objeto quien conforma o rige al sujeto cognoscente, sino que es éste quien conforma o rige al objeto. Kant llama a esta hipótesis “revolución copernicana” porque es análoga a la que Copérnico llevó a cabo con su teoría heliocéntrica. Ahora bien, la revolución propuesta por Kant no significa que el objeto sea mera creación del sujeto o que el objeto se reduzca a las ideas del sujeto; lo único que hace el sujeto es conformar el objeto a su modo propio de conocer, a la forma natural de ser y proceder de su facultad cognoscitiva. Además, Kant distingue entre la cosa y su relación con el sujeto cognoscente y la cosa fuera de su relación con el sujeto cognoscente, es la famosa distinción kantiana entre fenómeno y cosa en sí (noúmeno). Sólo tras la previa aceptación de esta hipótesis se puede sostener que la necesidad y universalidad del conocimiento viene del lado de nuestra facultad cognoscitiva (a priori). Pues bien, la identificación de esos elementos a priori del conocimiento, así como la posibilidad de los juicios sintéticos a priori constituyen la estructura general de la CRÍTICA DE LA RAZÓN PURA, al menos en su primera parte: Doctrina Trascendental de los elementos. C) Síntesis teórica o doctrinal Teoría del conocimiento El conocimiento se estructura en tres niveles que coinciden con las distintas facultades cognitivas. El primer nivel es el de la sensibilidad por la cual recibimos las impresiones provenientes de los objetos. El segundo, el entendimiento que actúa sobre los datos provenientes de la sensibilidad dando lugar a lo que se llamará propiamente conocimiento. Explicado esto, Kant estudiará las pretensiones de la razón- tercer estadio- con respecto a ese conocimiento adquirido. Kant analizará estos tres momentos del conocer en un estudio riguroso que denominará investigación trascendental. Trascendental no porque sea algo trascendente, sino porque ese nombre designa, en la filosofía kantiana, a las condiciones que hacen posible que puedan darse juicios sintéticos a priori en la ciencia. Lo a priori es lo trascendental en Kant (“trascendental” es lo que, siendo independiente de la experiencia, se pone en comunicación con ella facilitando el conocimiento). Al analizar el nivel de la sensibilidad descubriremos cómo son posibles los juicios sintéticos a priori en la matemática, al analizar el nivel del entendimiento descubriremos cómo son posibles los juicios a priori en la física. El juicio al que somete Kant a la facultad de la razón (como facultad de la metafísica) está destinado a responder si son posibles los juicios sintéticos a priori en la metafísica. Atendiendo a estos tres niveles va a estructurar Kant su obra más importante: La crítica de la razón pura. Estética trascendental. La sensibilidad. Estética viene del griego “aiscesis”: que significa sensación. El término sensibilidad se suele usar en filosofía para designar la capacidad de recibir sensaciones por parte del sujeto. Kant llama sensibilidad a la capacidad de ser afectado el sujeto por las realidades externas. Por medio de la sensibilidad nos son dados los objetos exteriores. El efecto de los objetos en la sensibilidad son las sensaciones. Las sensaciones son pues a posteriori y constituyen la materia del conocer a nivel de la sensibilidad. Pero nosotros no recibimos las sensaciones en bruto, sino que aparecen ordenadas en ciertas relaciones que las conforman: la forma no es dada a posteriori; sino que está ya a priori en el espíritu como forma de la sensibilidad y que la aporta el sujeto que conoce con ocasión (y sólo con ocasión) de las impresiones que recibimos de los sentidos (materia). Gracias a la forma a priori de la sensibilidad: INTUICIÓN PURA (mientras la intuición empírica hace referencia a las sensaciones) La síntesis de sensaciones o datos empíricos como materia y de la forma a priori o intuición pura es el FENÓMENO. Las formas a priori de la sensibilidad o intuiciones puras son: ESPACIO Y TIEMPO como condiciones de posibilidad de toda experiencia. Espacio y tiempo no son propiedades objetivas de las cosas mismas; sino formas a priori de la sensibilidad que precisamente la posibilitan, pues sería imposible captar sensaciones si no es en un espacio y tiempo, mientras que es imposible tener sensación del espacio y del tiempo en sí mismos. ¿Dónde están espacio y tiempo? ¿En la realidad? No. Están en el sujeto que conoce esa realidad. ¿Son espacio y tiempo ideas innatas? Tampoco, porque se activan con ocasión de la experiencia sensible y sólo con ocasión de ella. Por tanto los axiomas de la geometría y la aritmética en tanto determinan las propiedades del espacio y del tiempo respectivamente son juicios sintéticos a priori. Ejemplos: “la línea recta es la distancia más corta entre dos puntos”, “5 más 7 igual a 12”. Queda así demostrado cómo es posible la matemática como ciencia. Analítica trascendental. El entendimiento. Supone el análisis de la cooperación entre la sensibilidad y el entendimiento en orden al conocimiento. Mediante la sensibilidad, los objetos nos son dados; mediante el entendimiento, estos objetos pueden ser pensados (conocidos). Para conocer es necesario, además de sentir, pensar, y esta labor la lleva a cabo el entendimiento. El entendimiento va a operar sobre la primera síntesis conseguida a nivel de la sensibilidad: el fenómeno, que se presenta ahora como materia para los conceptos del entendimiento. El entendimiento refiere o encaja los fenómenos en CONCEPTOS PUROS O CATEGORÍAS a priori para poder elaborar conceptos y hacer juicios. EL ENTENDIMIENTO es la capacidad activa de juzgar, de pensar lo particular como contenido en lo universal y poder conocer los objetos. Lo particular es el fenómeno: datos de la sensibilidad en el espacio y en el tiempo, que se convierten ahora en la materia del conocimiento. Lo universal es lo que a priori el sujeto pone para poder crear conceptos y hacer juicios: LAS CATEGORÍAS o conceptos puros del entendimiento. El resultado de esta síntesis entre lo particular y lo universal es el CONOCIMIENTO. Si la ciencia que estudia las leyes de la sensibilidad es la Estética Trascendental, la ciencia que estudia las leyes del entendimiento es la Lógica Trascendental, en la que Kant distingue dos partes. Analítica trascendental y Dialéctica trascendental. En la Analítica trascendental estudiará Kant los tipos de conceptos que solemos utilizar para determinar cuáles de ellos son a priori. Éstos son las categorías, conceptos puros a priori con los que opera el entendimiento. Representan todas las modalidades de actuación lógica que emplea el sujeto al conocer. Las deduce Kant de los diferentes tipos de juicios que, entiende, son los expuestos en la lógica de Aristóteles. Son entonces doce categorías que establece en su Deducción trascendental de las categorías y que se agrupan por las que se derivan de los juicios según la cantidad, según la cualidad, según la relación y según la modalidad. La síntesis experiencia-categorías del entendimiento da lugar a los juicios sintéticos a priori que fundamentan la Física, por ejemplo: “Todo cuanto comienza a existir tiene una causa”, principio fundamental en la ciencia de la naturaleza y que está basado en la categoría de causa (derivado de los juicios por relación). Hay que advertir sobre el límite que Kant establece en el conocer y que justifica el carácter idealista de la teoría kantiana (así llama él mismo a su teoría): Si bien las categorías son a priori, su uso no puede extenderse más allá de la experiencia. El único uso legítimo es el empírico que consiste en referirlas a fenómenos. Dicho de otro modo, solo hay conocimiento si las categorías son referidas a fenómenos, por el contrario, la aplicación de las categorías más allá de los fenómenos no funda conocimiento. Sólo conocemos las cosas tal como se representan en nuestra mente. Ahora bien, con esto no quiere decir Kant que la realidad se reduzca a fenómenos, ni que nosotros no pensemos cosas que están más allá de los sentidos, más allá de los límites de la experiencia; el correlato del fenómeno es a lo que Kant denomina noúmeno o cosa en sí. El concepto noúmeno es tomado en dos sentidos distintos según la distinción de Kant; un sentido negativo: aquello que escapa a nuestra intuición sensible, y un sentido positivo como aquello que puede ser alcanzado, no ya por una intuición sensible sino por una intuición intelectual, pero como nosotros carecemos de esta intuición, entonces el noúmeno, es en definitiva entendido como aquello que escapa a nuestra intuición sensible, como límite de la experiencia, como límite de lo que puede ser conocido (sentido negativo). No hay conocimiento de las cosas en sí, del noúmeno. El acceso a las cosas en sí no se halla sino en la razón práctica. Ese, y sólo ese, será el ámbito de actuación de la razón, facultad que se corresponde con las pretensiones de conocimiento de la dialéctica trascendental, tercer nivel del conocimiento y cuya facultad es la razón (en un sentido restringido). El argumento esgrimido aquí da cuenta de porqué la metafísica no puede pretender ser ciencia: su objeto no se muestra como fenómeno, pertenece al ámbito de la cosa en sí, y sin intuiciones los conceptos son vacíos, no hay conocimiento. Crítica a la metafísica tradicional En la dialéctica trascendental, última parte de la Crítica de la razón pura Kant responde a la pregunta de si es posible la metafísica como ciencia. Tenemos ya elementos para prefigurar una respuesta. Nos queda someter a crítica la facultad de la razón –ese tercer nivel del conocimiento-. Para concretarla, Kant distingue dos usos posibles de la razón, el uso lógico y el uso puro. La razón, en su uso lógico, no real, se define como la facultad de concluir silogismos, razonamientos, buscando, para un juicio dado, la condición general de dicho juicio, hasta llegar a una condición que no esté ella misma condicionada por una condición más general, es decir, hasta llegar a una condición incondicionada: esta pretensión caracteriza a la razón en su uso puro. Pero esto no significa que lo incondicionado exista ni que se pueda alcanzar, se trata sólo de una máxima lógica, de un modo de proceder o funcionar de la razón desde el punto de vista de su uso lógico. Este proceder de la razón es el que ha producido los conceptos puros de la razón, para los que Kant elige la denominación de IDEAS TRASCENDENTES: idea de alma o sujeto pensante, condición general incondicionada, del conjunto de fenómenos psíquicos; la idea de mundo, condición general, incondicionada, del conjunto de todos los fenómenos físicos, la idea de dios, condición primera, absolutamente incondicionada, de la posibilidad de todo lo pensable. Las ideas trascendentes son las formas puras a priori de la razón, su forma. El problema radica en que la razón no maneja elementos a posteriori ya que no existe fenómeno alguno atribuible al alma o yo, al mundo o a dios. Pensar (estas ideas) es, por tanto, suponer como real a pesar de ser incognoscible, y esto es propio de la razón, que tiende de manera natural a sobrepasar los límites de la experiencia. Por ello son producto de ésta las ideas de alma, mundo y dios, pero estas ideas son, como hemos dicho, transcendentes, y no puede ofrecerse conocimiento de las mismas, aunque no son caprichosamente fingidas, sino propuestas por la naturaleza misma de la razón. Kant no niega pues, estas ideas, sino la pretensión de la Metafísica dogmática o tradicional de ofrecer conocimiento de las mismas. La aplicación del cambio metodológico o “giro copernicano” a la metafísica ha demostrado: 1. Lo que conocemos a priori (universal y necesario) de las cosas es lo que nosotros mismos ponemos en ellas (Metafísica Crítica o única metafísica posible) kantiana 2. Este saber a priori no podemos extenderlo más allá de la experiencia; por lo tanto, es imposible la metafísica como ciencia que pretende ofrecer conocimiento de lo que es transcendente, de lo que rebasa los límites de la sensibilidad, del fenómeno, “no puede haber conocimiento de las cosas en sí (noúmeno) (Imposibilidad de la metafísica tradicional). Kant, siguiendo la línea iniciada por Hume, hace una crítica de la metafísica clásica. Los tres grandes problemas de la filosofía tradicional, desde Platón a Leibniz fueron el problema de Dios, el del mundo, y el del alma. Según Kant, si los metafísicos no se han puesto de acuerdo durante veintidós siglos de filosofía occidental en torno a la existencia o inexistencia de Dios, en torno a la libertad o no del alma. El origen, los componentes o los límites del mundo, ha sido porque han hecho un uso ingenuo o dogmático de la razón, usando sus ideas como si fueran conceptos del entendimiento para “conocer” los fenómenos. Las ideas de la razón son sólo reglas para sintetizar los conocimientos del entendimiento, permitiendo con ello el progreso del conocimiento (a esa función de las Ideas de la razón, le da Kant el nombre de “uso regulativo de las ideas”). No pueden emplearse como si denotasen realidades trascendentes, como si fuesen conceptos capaces de encontrar una intuición adecuada en la experiencia. El problema es que hay una tendencia congénita e ineludible a usar trascendentemente estas ideas. Es la inevitable tendencia humana al espejismo trascendental y al uso dialéctico -erróneo- de la razón especulativa. La razón incurre, pues, necesariamente en una serie de sofismas: Los paralogismos: tienen por objeto la unidad incondicionada de las condiciones subjetivas de todas las representaciones en general (el sujeto o alma) y las interpreta ilegítimamente como sustancia, simple y una. La antinomia: se refiere a la unidad incondicionada de las condiciones objetivas en la esfera del fenómeno, y así la razón exige antitéticamente en base a ello: a) que el mundo tiene un comienzo en el tiempo y límites espaciales, a la vez que es eterno e infinito; b) que toda sustancia compuesta consta de partes simples y que todo lo que existe o bien es simple o compuesto y lo contrario: c9 que hay causalidad natural y libre y lo contrario, y, por último, d9 que existe el ser necesario y que no existe. Su ideal: se refiere a la unidad incondicionada de las condiciones objetivas de la posibilidad de los objetos en general; y se remonta así al ideal de la “necesaria determinación completa de las cosas”, al arquetipo de toda cosa, el ser supremo, el ser originario o el ser de los seres. Dios. Pero todos los argumentos que han pretendido demostrar la existencia de Dios (los teológicos, los cosmológicos y el ontológico) son sofísticos, por desconocer que el ideal de la razón no es más que una idea regulativa sin objeto trascendente que le corresponda. La metafísica no es posible, por tanto, como ciencia. Las ideas trascendentes pueden adquirir un aspecto práctico porque es útil suponer un yo como substrato común de todas las realidades mentales, como conveniente es suponer una totalidad causal en el mundo, como es consolador suponer la existencia de Dios. 3. Pero es posible y necesario a la razón pensar lo que está más allá de la experiencia (Metafísica como tendencia natural). Sólo existe para Kant una vía posible de acercamiento al “noúmeno”: la ética. Los argumentos a favor de la metafísica sólo pueden darse, según Kant, desde la razón pura práctica, desde la moralidad. D) Contextualización 1. La obra: Kant publica por primera vez su obra “Crítica de la razón pura” en 1781. Se sabe que esta obra no obtuvo ni el éxito de público ni de la crítica que su autor esperaba de inmediato; muy al contrario, su publicación desató toda una oleada de indignación entre los ambientes filosóficos dominantes (partidarios de la filosofía racionalista, especialmente). Advirtiendo que esa actitud de rechazo a la obra era el fruto de una mala interpretación, a lo cual había que añadir la complejidad de su contenido doctrinal y lo desafortunado de un estilo farragoso y excesivamente denso o no demasiado bien elaborado, Kant se dispuso a escribir otra obra que resumiera con mayor claridad sus ideas. La tituló: “Prolegómenos a toda Metafísica futura que quiera presentarse como ciencia” (1783). Más tarde, en 1787, y aprovechando la 2ª edición de la “Crítica de la razón pura”, Kant escribe un segundo prólogo, gran parte del cual constituye el presente texto a comentar. ¿Qué añade este segundo prólogo en relación al primero? Desde luego, y desde el punto de vista de la doctrina (que fue lentamente elaborada durante doce años –aunque el escribir el libro le llevó tan sólo cinco meses-), no hay ningún cambio sustancial, sin embargo, Kant aprovecha esta 2ª edición para facilitar al lector la comprensión de su obra, dado que (lo que no hace en la 1ª edición) el autor avanza esquemática y sintéticamente la idea última de su doctrina: el Idealismo trascendental. La biografía intelectual de Kant se puede dividir en dos grandes períodos: sus escritos anteriores a 1770 constituyen la fase precrítica, de clara inspiración racionalista, abarcando una gran variedad de temas, incluido su interés por la física de Newton. Después de 1770 viene un período de silencio que dura once años, y tras los cuales publica la Crítica de la razón pura en 1781. Esta obra Inaugura lo que se conoce como fase crítica. La finalidad de la CRP es estudiar la estructura de la propia razón, y, en su parte más extensa, analizar dicha estructura buscando conocer los elementos que la componen y cómo se articulan en ella. Kant se propone responder a varias preguntas que estructuran todo su pensamiento crítico, a saber: a) ¿Qué puedo saber? b) ¿Cómo debo actuar? c) ¿Qué me cabe esperar? Para contestar a estas preguntas escribe: la Crítica de la razón pura, la Crítica de la razón práctica y La religión dentro de los límites de la mera razón. Frente a la Crítica de la razón práctica, que es una obra de ética, la Crítica de la razón pura, se presenta como una reflexión acerca de los límites y validez del conocimiento científico, situándose en una posición intermedia entre el Racionalismo y el Empirismo. ¿Qué es, pues, la Crítica de la razón pura? Es, dicho brevemente: a) Una teoría del conocimiento, síntesis superadora del racionalismo y del empirismo. b) Es también una fundamentación de la ciencia (matemáticas y física). c) Es una crítica de la Metafísica tradicional. En el período crítico (que dura hasta su muerte, en 1804) escribe además de las ya mencionadas, la Crítica del juicio, Respuesta a la pregunta ¿Qué es la Ilustración? y Metafísica de las costumbres. 2. Kant y la tradición filosófica. El planteamiento filosófico kantiano se encuentra vinculado a la Ilustración, que a su vez entronca con la actitud cartesiana que comenzó a gestarse en el Renacimiento. Kant se sitúa en la corriente que busca fundamentar la autonomía del hombre, la cual encontrará en la razón su instrumento emancipador, y la autonomía de la ciencia frente a otros tipos de saber. Es un pensador que se mantiene en gran medida dentro del conjunto de las inquietudes y problemas suscitados por sus contemporáneos y predecesores más inmediatos . En este mismo sentido podemos decir que el Idealismo Trascendental (título que recibe la filosofía kantiana) es un intento de solucionar, y hasta en cierto modo sintetizar (superar) las tesis contrapuestas del empirismo y del racionalismo. Así, como crítico del problema del conocimiento, Kant ha sido etiquetado como el filósofo que aportó en ese debate una síntesis creativa entre esas dos grandes corrientes filosóficas. Su formación filosófica, inicialmente ligada al racionalismo (Leibniz, Wolff) sufrió un acusado giro crítico desde el momento en que el escepticismo de los empiristas ingleses fue introducido en Alemania (Christian Crusius) y, especialmente, con la lectura directa de las obras de David Hume. "Hume me despertó del sueño dogmático", confiesa el propio Kant en la Crítica de la razón pura. Kant acepta de los empiristas el supuesto fundamental según el cual todo conocimiento procede de la experiencia. "No hay duda de que todo nuestro conocimiento comienza con la experiencia" es la afirmación con la que se abre la Crítica de la razón pura. No podemos traspasar las fronteras de la experiencia posible, solamente podemos conocer fenómenos. Ahora bien, según Kant "aunque todo nuestro conocimiento empiece con la experiencia, no por eso procede todo él de la experiencia". Kant establece también como condición necesaria para el conocimiento la existencia de elementos a priori o transcendentales, esto es, conocimiento independiente de la experiencia y de los sentidos y que el sujeto pone. Éste pasa a ser parte activa en el conocimiento y no mero receptor (su llamado “giro copernicano”). Este modo de entender la actividad del sujeto en la construcción de la objetividad, tanto en el terreno teórico de los juicios científicos, como en el práctico de las normas universales de la moral, no sólo supuso una superación de la oposición entre racionalismo y empirismo, así como de las ingenuidades del realismo metafísico, sino que significó un giro decisivo para el pensamiento posterior de los siglos XIX y XX. El idealismo alemán de Fichte, Schelling y Hegel, desarrolla el concepto de razón pura kantiana. Por otra parte, atendiendo a la vertiente crítica de su concepción, el positivismo (iniciado por Comte, pero con un amplio desarrollo a lo largo de los dos siglos) recogió su herencia en busca de una razón científica, asentada sobre los hechos de la ciencia y reacia a superar los límites de la experiencia. En la estela de este rechazo a los excesos del idealismo alemán, la vuelta a Kant se encuentra en el movimiento neokantiano, y es un claro referente del método fenomenológico de Husserl. Incluso en un pensamiento tan crítico con la tradición como el de Nietzsche encontramos las profundas huellas de Kant, pues difícilmente puede negarse que el perspectivismo nietzscheano tiene una de sus matrices en el giro copernicano de Kant. Por último, en las últimas décadas del siglo XX, encontramos un renovado interés en la obra kantiana en los teóricos de las éticas dialógicas (K.O. Apel y J. Habermas) que vuelven explícitamente a Kant y a su concepción formal de la ética en la búsqueda de una nueva formulación que fundamente la universalidad del discurso moral con pretensiones de fundamentar el orden de lo político. 3. Kant y su época Se puede considerar a Kant como un genuino representante de su época, el siglo XVIII, el siglo de la Ilustración, movimiento cultural que tiene como valores supremos la razón y la libertad. Kant había nacido en Prusia, país en el que todavía existía un gran atraso social y económico, aunque políticamente hubiera sido gobernada durante muchos años por Federico II el Grande, modelo de “despotismo ilustrado”. La monarquía prusiana, al tiempo que se servía de las ideas ilustradas para reforzar su poder, impulsaba asimismo la cultura. Y fue ese clima de notable libertad el que benefició, sin duda, la tarea de Kant, enamorado de las ideas de la Ilustración, singularmente de las obras de Rousseau. Se afanó en la lucha por la salida del hombre de su minoría de edad, situación en la que se encontraba por la incapacidad de servirse de su propio intelecto sin la dirección o tutela de otras instancias; según Kant, el hombre mismo es responsable de esta incapacidad, puesto que la causa de ella reside, no en un defecto del intelecto, sino en una falta de decisión y coraje para atreverse a pensar con independencia. De ahí que, a juicio de Kant, ésta sea la consigna de la Ilustración: “Atrévete a pensar, ten el valor de servirte de tu propio intelecto”. Por eso, Kant, desde Alemania, se entusiasmó con la Revolución francesa, el acontecimiento social y político más importante de su tiempo, un acontecimiento que había sido preparado ideológicamente por la Ilustración. -