TRAS LA SAGA DEL CAPITÁN ALATRISTE FEDERICO ZERTUCHE Arturo Pérez Reverte, El sol de Breda, Alfaguara, México, 1999. CON LAS ANTERIORES novelas de Pérez-Reverte siempre me sucedió que una vez concluida su última ya abrigaba el deseo de leer la siguiente. Lo mismo ocurre con la saga del capitán Alatriste, aunado al hecho objetivo de que conforme avanzan sus entregas nos encontramos con una obra más acabada y pulida, más sorprendente y bellamente escrita. El sol de Breda, la tercera de la serie, lo confirma a plenitud. Con inusitada fuerza y vigor narrativos discurre a lo largo de sus páginas el relato de Iñigo de Balboa, paje delcapitán, a quien los años de servir al lado de tan bragado personaje, incluso en la guerra en la que participa como mochilero, le han conferido, pese a su temprana edad, temple y precoz experiencia más que suficientes para narrar descarnada y lúcidamente los bélicos episodios que conducen a la rendición de Breda, de la que ha quedado plástico testimonio en el soberbio lienzo de Diego Velázquez. La magnífica reconstrucción de esa parte de la campaña de Flandes, vista desde la óptica de los soldados de apie, esos levantiscos, andrajosos, mal y poco pagados, pero arrojados, valientes y disciplinados a la hora de tomar aceros, arcabuces y mosquetes y hacer tornar la artillería para destazar al infiel y hacerlo volar en mil pedazos —la fiel infantería de las Españas tan temida en Europa durante el áureo siglo—, sólo es posible por quien ha sido testigo excepcional de guerras y revueltas, posee fina pluma, talento narrativo, sensibilidad, oficio y rigor en la investigación histórica, así como buena dosis de imaginación creativa. En efecto Pérez-Reverte, veterano reportero de guerra, incansable lector de toda la vida, diestro narrador de aventuras en la mejor tradición occidental de Dumas, Kipling, Verne o London, ha revitalizado y recreado a fin de siglo y de milenio posindustrial cibernético y mediático, las novelas de capa y espada, la vena aventurera y romántica proyectada por un hombre plenamente plantado en su época, en los tiempos que le ha tocado vivir. De ahí, creo yo, la fascinación de millones de lectores en las más dispares lenguas y geografías. El sol de Breda, un astro que se muestra avaro, huidizo, lánguido y breve en esas nórdicas latitudes, ilumina oblicuamente entre frías brumas, nieblas y pertinaces lluvias, el fragor y la atroz carnicería de las batallas que libran imperialistas tercios españoles al servicio de la Católica Majestad y de la vera fe, junto a sus aliados valones y eternos separatistas, contra los patriotas protestantes neerlandeses que resisten al extranjero imperio. Entre cruentos asaltos, escaramuzas, emboscadas, batallas en regla, el prolongado sitio a Breda y otras bélicas acciones, descritas con crudo realismo, verosimilitud y apego histórico, discurren las andanzas del capitán Alatriste y su fiel escudero, enrolados en el tercio de Cartagena que, en un momento dado, a falta de pago por largos y sufridos meses y maltratos por el maestre decampo, se amotina hasta su conjura por el mismísimo don Ambrosio Spínola y Grimaldi, capitán general del ejército; quien, por cierto, portando armadura negra, es figura central en el cuadro de Velázquez e inmortalizado por el genio sevillano. Don Francisco de Quevedo y Villegas, el insigne poeta, bravucón, malhablado e intrigoso amigo de correrías y lances de Alatriste, no podría faltar en la historia, aunque en esta ocasión aparece sólo a través de misivas, sonetos y recuerdos, pues pasado de edad y menguado en salud para la guerra, permanece en la villa de Madrid atento a las noticias del frente flamenco y ocupado en sus eternas diligencias en la corte. En todo caso, esta tercera novela sobre la saga de Alatriste trata directa y enfáticamente de la guerra, no en los mapas, planos o tienda del militar estratega, ni de sus consecuencias políticas o consideraciones históricas, sino de la matanza y el degüello, de la sangre vertida, del miedo y el horror, los sudores, la impiedad y la carnicería desatados en el campo de batalla por la infantería que mata para vivir, para "no ser acuchillada como oveja en el matadero", o bien para morir con dignidad y honra. El capítulo "El degüello" es una de las narraciones más vívidas, verosímiles, espeluznantes y sangrientas que he leído acerca del desarrollo de una batalla y de su desenlace final: la persecución, remate, degüello y saqueo del derrotado. Impresionante descripción de la batalla ocurrida en el molino de Ruyter; sólo a través de los recursos que la ficción novelística confiere pueden lograrse los efectos y la proximidad a los hechos, acciones y personas magistralmente resueltos por el autor. No es casual ni mero resultado mercadotécnico que las de Pérez-Reverte sean las novelas en español más vendidas y leídas en el mundo entero. Por otro lado, salta a la vista que no se trata de literatura light, como algunos envidiosos escritores afirman, sino de novelas históricas y de aventuras escritas con depurado estilo, fluida y transparente prosa, rigor y prolija investigación en lo que toca a la reconstrucción histórica, refrescante humor, prodigiosa imaginación en la elaboración de la ficción y, sobre todo, tensión y acción permanentes que mantienen en vilo al lector, de las cuales suelen carecer muchos aburridos y/o desabridos detractores. "Entretener, divertir, distraer: muchos escritores modernos se indignarían si alguien les recuerda que ésa es también obligación de la literatura", advierte Mario Vargas Llosa.