La Fragua de los Tiempos 27 de mayo de 2012. N° 954 Ignacio Herrerías, periodista de la revolución. Jesús Vargas Valdés. No tengo la fecha de nacimiento de Ignacio Herrerías, solo sé que nació más o menos en 1880 y que murió a la edad de 32 años. Lo que he podido averiguar de su breve paso por la vida se refiere casi exclusivamente a los años de 1910 a 1912 y no es que me haya faltado interés para investigar los datos de su biografía, la realidad es que su nombre y su obra han quedado, hasta ahora, fuera de la historiografía. Tal pareciera que no mereció la atención de los historiadores y eso lo he sospechado al revisar las obras más importantes dedicadas a los personajes ilustres de México; el nombre de Ignacio Herrerías Velasco no está en el Diccionario Porrúa, reconocido como la obra más documentada. Tampoco aparece en la Enciclopedia de México ni en otras recopilaciones dedicadas a los personajes más relevantes de la revolución. Lo más sorprendente es que no se incluye su nombre en las obras modernas donde supuestamente han intervenido investigadores más informados y de más elevado profesionalismo y prestigio, por ejemplo no aparece en Milenios de México, colección de tres gigantescos tomos coordinada por Humberto Musacchio; tampoco aparece en el Diccionario de México de Juan Palomar de Miguel. He buscado en Google y tampoco hay información, ni siquiera encontré la fecha de nacimiento. Revisé varios libros dedicados a la historia del periodismo en México y sólo encontré el nombre y la fotografía de Ignacio Herrerías hijo. Como si alguien se hubiera propuesto borrar su nombre de la historia, Ignacio Herrerías Velasco no aparece por ninguna parte, a pesar de que dejó su impronta en la historia del periodismo mexicano con dos grandes reportajes de la revolución: el que hizo en la ciudad de Puebla en noviembre de 1910, y el que hizo en el estado de Chihuahua durante los primeros meses de 1911. A estos reportajes me he referido en las dos “Fraguas” anteriores presentando la información más relevante en cada caso. Tuve que interrumpir temporalmente la serie de Los Gaytán porque en el próximo mes de agosto se cumplen cien años de la muerte de Herrerías y en ese contexto deseo contribuir a que se conozcan sus méritos como precursor del periodismo moderno en México. Se comprenderá que me queda muy poco tiempo para resolver dudas y para recabar los datos básicos de la biografía que acompañará a un libro del Programa Editorial “Biblioteca Chihuahuense”, donde publicaremos los dos reportajes mencionados. Por lo pronto, en “La Fragua” voy a concluir esta miniserie refiriéndome a la muerte trágica y absurda de Herrerías, pero antes presentaré algunos datos de su trayectoria como periodista, así como de la participación que tuvo en la fundación de la Asociación de Periodistas Mexicanos, quizá la primera agrupación de este tipo en nuestro país. El historiador Felipe Gálvez escribió en su libro Avanzada de la aurora, editado por la UAM (Unidad Xochimilco), algunos datos sobre la trayectoria en el periodismo: Herrerías se inició en el periodismo como ayudante del reportero Agustín Casasola en El Tiempo, de Victoriano Agüeros. De allí pasó a El Popular, de Francisco Montes de Oca. Trabajó enseguida para Las Dos Repúblicas, La Prensa y El Diario, de Alfredo Híjar y Haro y Ernesto T. Simondetti. La Actualidad, un periódico innovador en el que la imagen cobraba importancia, fue uno de sus proyectos editoriales más ambiciosos. Para cuyas páginas, el 21 de junio de 1911, visitó y entrevistó a Emiliano Zapata. La de El País, de don Trinidad Sánchez Santos, fue su última redacción. Allí se desempeñaba al morir. Su talento y actividad le hicieron descollar entre los reporteros Miguel Necoechea, Alberto Leduc, Federico García y Alva, Néstor González, Antonio Rivera de la Torre, Adolfo Méndez, Carlos Valle y Gagern, Gerald Brandon, Mario Vitoria, Humberto León Strauss y muchos otros más. Celoso de su profesión y deseoso de progresar, Herrerías no perdía la ocasión para cazar la noticia sensacional, como se hiciera en aquellos tiempos en que el reportero tenía que recorrer de extremo a extremo la ciudad de México, a fin de obtener la noticia más relevante para su periódico. Su carácter le ayudaba mucho para alcanzar los objetivos que le dieron fama como uno de los mejores reporteros de su tiempo. Joven, elegante, correcto, sabía abrirse paso y vencer dificultades porque tenía el don y la sagacidad del periodista que acecha el momento de descollar, sin recurrir a las ventajas que molestan, ni a las intrigas que dañan. La Asociación de Periodistas Metropolitanos. Esta sociedad surgió al calor del triunfo de la revolución maderista probablemente durante la segunda mitad del año 1911. Por el carácter centralista y represivo del porfirismo era casi imposible que se fundara una agrupación de este tipo durante los años de la dictadura. Tampoco localizamos en los libros de historia general o del periodismo información sobre el origen y actividades de esta agrupación, solamente en algunos diarios de la ciudad de México encontré datos dispersos, por ejemplo, en el periódico Tiempo del 12 de enero de 1912 se publicó la reseña de la inauguración de la sala de sesiones de la Asociación de Periodistas Mexicanos ubicada en el primer piso de la calle Isabel la Católica número 8. En el mismo periódico se menciona que el evento lo había organizado el señor Ignacio Herrerías, presidente de la agrupación, quien se había referido a las dificultades que habían enfrentado inicialmente cuando tenían que reunirse en el pórtico de un teatro pero –celebraba– que las cosas habían cambiado porque disponían de un local y del mobiliario adecuado que había donado Venustiano Carranza, gobernador electo del estado de Coahuila: sillería de encino, americanas; ocho sitiales para la Mesa Directiva, un sillón para el presidente, una mesa Ministro, dos libreros Globe, un reloj de pared, elegante escribanía y ganchos en derredor donde cuelgan todos los periódicos de la capital. También se hizo reconocimiento a don Antonio Bellato por un préstamo que les había facilitado para sufragar los gastos de acondicionamiento del local, y al doctor Aureliano Urrutia se le agradeció su generosidad porque había concedido un local para uso exclusivo de los periodistas enfermos. Después de esta intervención hizo uso de la palabra el periodista Buxó, quien dijo que en el discurso del señor presidente, por un rasgo característico de modestia, no había mencionado los grandes esfuerzos que él mismo había realizado para lograr todo lo que tenía la asociación y enseguida pidió un aplauso para Herrerías quien fue aclamado ruidosamente por toda la concurrencia. También se mencionó en la reseña la asistencia de varios miembros distinguidos de la Asociación de Fotógrafos de la Prensa, destacándose de manera especial la presencia del poeta y periodista argentino, Manuel Ugarte, quien había sido invitado aprovechando que se encontraba de visita en la ciudad de México. Seis meses después de este evento se publicó en el periódico El País, del 29 de julio de 1912, que habían celebrado reunión los integrantes de la Asociación de Periodistas Metropolitanos con el propósito de elegir a los miembros de la Mesa Directiva, quedando integrada de la siguiente manera: Presidente, Federico García y Alva; vicepresidente, José de J. Núñez y Domínguez; tesorero, reelecto, Marcos Jiménez; secretario, José Luis Velasco; prosecretario, Fortunato Herrerías; primer vocal, Gonzalo Herrerías; segundo vocal, Rogelio Meraz Rivera; tercero, licenciado Carlos Salinas; cuarto, Leopoldo Torquera; y quinto, Carlos Toro. En la Junta de Honor fueron nombrados: Presidente, Aureliano Esteban Abella; vocales, ingeniero Félix Palavicini y Ramón Álvarez Soto. Hasta aquí los datos que logré recabar sobre las actividades de Ignacio Herrerías durante el año 1912. Es pertinente insistir en que esta fue una de las primeras agrupaciones de periodistas, probablemente la primera que se fundó en México y es de hacerse notar que a pesar de la influencia que Herrerías tenía entre todos los socios, en las elecciones de la nueva Mesa Directiva no participó. Esto tiene una explicación muy sencilla: lo que más le interesaba era seguir adelante con sus reportajes y seguramente desde hacía meses se estaba preparando para lanzarse a un nuevo reto en su carrera: el uso de la cámara de cine. Aunque él no dejó nada escrito, puedo sugerir que fue durante la experiencia en el “Campo revolucionario” de ciudad Juárez donde empezó a vislumbrar la posibilidad de formar equipo con un camarógrafo. Durante los meses de abril y mayo de 1911 arribaron a ciudad Juárez y El Paso Texas, varios corresponsales de periódicos de Estados Unidos que cargaban la cámara de cine para registrar las imágenes de la guerra y hacer las entrevistas a los jefes revolucionarios. Esta forma de hacer periodismo seguramente deslumbró a Herrerías y de ahí en adelante no dejó de pensar en hacer lo mismo. De regreso a la ciudad de México buscó entre sus primos los Casasola y con sus amigos fotógrafos, alguien que tuviera experiencia en el uso de la cámara y se preparó para empezar. Debemos recordar que eran los primeros años del cine en México y muy pocos periodistas estaban interesados en cambiar sus hábitos tradicionales, pero Herrerías encontró al joven fotógrafo, Humberto León Strauss, que tenía cámara de cine y con él hizo planes para ir al estado de Morelos a buscar a Emiliano Zapata a quien había entrevistado un año antes quedando en muy buenos términos. El día 12 de agosto abordaron el tren número 21 que marchaba en viaje ordinario hasta Puente Ixtla. El convoy iba ocupado por veinte o treinta pasajeros en los coches de primera y segunda, y un carro ocupado por 36 soldados federales al mando del teniente Miguel Reynoso. Llegaron a Yautepec sin contratiempo alguno, sin embargo en esa estación el teniente fue llamado a la oficina del telégrafo y allí se le dijo que los zapatistas estaban a un kilómetro adelante con intenciones de atacar el convoy. El militar, que demostró ser un valiente, obrando con prudencia manifestó que él sólo llevaba 35 soldados listos para defender el convoy y el pasaje hasta morir acribillado a balazos, pues así lo obligaba su deber. Los demás empleados del convoy fueron avisados también, pero se creyó que aquella gavilla no les haría nada, por lo que resolvieron proseguir su marcha, llevando ya la conciencia de que corrían grave peligro, pero sin demostrarlo, para no alarmar el pasaje. Por su parte Herrerías no tenía ninguna reserva, pues estaba convencido de que si los zapatistas los detenían rápidamente podría aclararles quién era y lo dejarían seguir su misión hasta encontrarse con el general Zapata. Con toda clase de precauciones el maquinista siguió avanzando, pero al descender en una pendiente y aproximarse a Ticumán, una partida de zapatistas los estaba esperando perfectamente parapetados. Al momento de pasar el tren se desató una descarga infernal contra el convoy. Los atacantes detectaron el carro donde viajaban los soldados y en ese punto concentraron el fuego convirtiéndolo en poco tiempo en una verdadera criba. Por más esfuerzos que hacían los soldados por parapetarse atrás de los asientos, eran alcanzados por las balas y uno a uno fueron cayendo. Toda la información de estos hechos apareció en el periódico El País del día 13 de agosto y transcribimos tal y como se dio la noticia de la muerte de Herrerías y Strauss en aquellos momentos: Hemos llegado a la parte más triste y conmovedora, para nosotros, de esta información; la descripción de cómo fueron muertos los inteligentes periodistas Ignacio Herrerías, enviado de El País, y Humberto León Strauss, de nuestro colega El Imparcial. Estos dos luchadores del periodismo moderno han sido víctimas también de la furia de los zapatistas. Los referidos compañeros, aguijoneados por su habitual curiosidad reporteril y a efecto de informar con mayor profusión de detalles del siniestro, viajaban charlando con los soldados federales en el convoy que éstos ocupaban. Al iniciarse el combate, Herrerías y Strauss procuraron evitar ser blanco de los zapatistas tirándose en el suelo. En esa postura nuestros compañeros tuvieron que sufrir el nutrido tiroteo, esperando que de un momento a otro una bala enemiga los dejara sin vida. Por fortuna durante el combate, hasta que cayó muerto el último federal, no habían sufrido lesión alguna. Pero al invadir los zapatistas los carros, su perdición era casi segura. ¡Qué tristes momento debieron pasar nuestros queridos colegas! Los zapatistas inmediatamente los detuvieron y carabina en mano los obligaron a arrodillarse ante el jefe de la gavilla, llamado Amador Salazar. Este no pudo contener la furia de los bandoleros, quienes descargaron un terrible golpe con la culata de un fusil sobre nuestro enviado especial Ignacio Herrerías, que dejó sin sentido a nuestro infortunado compañero de redacción. El otro colega, Strauss, también recibió una herida en el cráneo, producida por una bala de pistola que alguien le disparó, cayendo también al suelo. Los zapatistas se arrojaron sobre los dos cuerpos y a tirones lograron despojarlos de cuanto encima llevaban, ropa, credenciales, dinero, todo, en una palabra. Mas el martirio de nuestros compañeros no terminó ahí. Los zapatistas, convencidos de que Herrerías y Strauss eran periodistas, lanzaron imprecaciones, y a un tiempo dispararon sus armas sobre los cuerpos de estas víctimas. Todo terminó ahí; los periodistas quedaron muertos en el acto. ¡Infames! Cuando comprendieron que su sangrienta hazaña había concluido marcharon sobre la locomotora y caboosse, y echándoles petróleo que en botes llevaban los maquinistas y volteándolos sobre los convoyes, comenzaron el epílogo de su obra: el incendio del convoy y la incineración de los cadáveres. Los zapatistas, después de esto, se marcharon muy tranquilos, llevándose todo su botín. El cabecilla de esta gavilla era el temible Amador Salazar, que con todo aplomo subió a los carros contemplando la obra de sus hordas. El periódico El País incluyó la copia del telegrama que envió el superintendente de esa división al presidente de las líneas nacionales donde se lee lo siguiente: “El tren de Puente de Ixtla, número 21 del Ferrocarril Interoceánico, que salió de Méjico a las siete y treinta minutos de la mañana de ayer, sufrió un ataque por parte de los zapatistas a las tres y quince minutos de la tarde, a un kilómetro al norte de Ticumán, y cuya estación queda a 42 kilómetros al este de puente de Ixtla.”