Cosas Simples - Juliette Schmitz

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Cosas Simples
Por Julio Trujillo*
Esto no es una pipa, declaró Magritte famosamente, y pintó una pipa (pero
¿quién puede fumarla?). Estas son cosas simples, declara Juliette Schmitz, y nos ofrece el
complejo prisma de su imaginación fotográfica (¿pero qué tan complejos son los
colores?). Si rascamos, si nos deshacemos de los velos retóricos, descubriremos el mundo
de la representación. Por supuesto que eso no es una pipa, y por supuesto que las cosas
de Juliette no son cosas simples: tan simples como el ojo las desee, tan simples como una
lente quiera representarlas.
Pero hay más. Estas fotografías parecen discrepar del célebre dictum de
Gertrude Stein: una rosa es una rosa es una rosa. No, ante las fotos de Juliette Schmitz
no podemos afirmar que un botón es un botón es un botón. Podemos arriesgar, por
ejemplo, que un botón es un satélite es un fruto es un simpático personaje. Porque de
tanto acosar a sus cosas simples, de tanto observarlas y representarlas de mil y un
maneras, Juliette Schmitz ha logrado reventarlas, dispararlas al infinito, llevarlas a otras
frecuencias donde también, eso sí, son bellamente simples, pero otras. Tomemos el
ejemplo de un reloj. Los relojes siempre han sido imanes hipnóticos, hermosas
maquinarias metafísicas (nos recuerdan que somos efímeros). Algunos obsesos podemos
observar un reloj durante minutos y minutos, trascendiendo así su primera y deleznable
función de dar la hora. Si te fijas bien, si tienes paciencia, un reloj ya no es un reloj sino
un abismo, una espiral centrípeta y un espejo. Juliette se obsesiona con su reloj, lo
escruta durante un largo tiempo y sobreviene la metamorfosis: su reloj es ya otra cosa,
un contrapunto de fuerzas sobre fondo negro, un aroma de hélices. Con el lenguaje
sucede igual: si repetimos una palabra una y otra vez, una y otra vez, perderá sentido,
pero ganará algo más: su fonética, su arquitectura sonora, triunfará sobre el significado.
Eso es exactamente lo que Juliette Schmitz ha hecho con la flor, la almohada, los lápices,
el reloj, la ventana, los globos, el encendedor, el botón, el libro...
¿Quién habla en estas fotografías? Los colores, por supuesto. Una indagación así,
en blanco y negro, arrojaría extraordinarios pero huérfanos matices. Si hemos de
estallar el grano, ¡hagámoslo en technicolor! No lo sabemos bien ni pretendemos
explicárnoslo, pero una ventana es ahora los anillos de saturno, una ráfaga curveante
de morados, azules, lilas, tímidos verdes y un asomo de amarillo. Un almohadón se ha
transformado en la sobria, casi monolítica, convivencia de tres masas de color, muy al
estilo de Rothko. Un libro ha sido descompuesto en caprichos geométricos y cítricos,
esdrújulamente azules, verdes y anochecidos. La fiesta cromática de Juliette Schmitz
pone a girar al iris sobre su eje, pero también al cerebelo: plantea ritmos y misterios,
historias posibles, emblemas que ondean. Y no lo olvidemos, hay lo que hay: figuras y
colores en movimiento que resultan ser muy apetecibles en sí mismos. Cosas simples con
las que convivir, objetos para el ojo.
Y el ojo, después de asistir a esta indagación, no será el mismo.
Felizmente, será otro.
* Jefe de Redacción.
Revista LETRAS LIBRES, España.
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