El PAPA ES CRISTO EN 1A TIERRA

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El PAPA
ES CRISTO
EN 1A TIERRA
P.Pedro Arrupe, Prepósito Gral,
de la Compañía de Jesús
El Superior General de la Compañía de Jesús, con ocasión del 15°
aniversario del pontificada de S. S. Paulo VI, evocó lo que significa el Papa para la Compañía de Jesús y cómo ésta está intimamente ligada al servicio de "Cristo en la tierra".
El documento está tomado de L'Osservatore Romano, n. 496, 2 de
julio de 197&.
Como jesuíta y como general de la Compañía
de Jesús, mi actitud y mi percepción de la figura
de Pablo VI viene inspirada, iluminada y, diría yo,
motivada por la intuición ignaciana de la persona
del Sucesor de Pedro. Cuando San Ignacio quería
designar en la forma más satisfactoria al Sumo
Pontífice, al Obispo de Roma, al Papa, lo hacía
con la palabra Vicario de Cristo. Para mí, Pablo
VI es sobre todo el Vicario de Cristo.
Cuando San Ignacio describe el fin de la Compañía en la redacción primitiva de los "cinco capítulos", primera explicación del futuro Instituto
de la Compañía, afirma que tal fin es el "servir
al Señor y a su Vicario en la tierra" (MI, Const.
I, 16). Expresión significativa que engloba en la
misma frase a Cristo y a su Vicario. El servicio
a Cristo y el servicio a su Vicario en cuanto lal
no son, para San Ignacio, dos servicios distintos,
sino uno solo.
El Papa actúa en nombre de Cristo (Const. de
missionibus, MI, Const. 1, 126), transmite a la
Compañía la voluntad de Cristo. "Voz (de Cristo)
en la cual resuena el cielo y en ningún modo la
tierra" (MI, Epp. I, 241). Nadal, el gran intérprete
de San Ignacio, lo. explica así: "Desea la Compañía seguir a Cristo y unirse a El lo más posible, y
como en esta vida no podemos verlo sensiblemente sino en su Vicario, nos sometemos a éste con
voto especial... Por él nos habla Cristo y nos hace
ciertos de su voluntad" (MHSI, Mon. Nad. V, 56).
Sorprende que cuando no era todavía opinión
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común que los religiosos están obligados a obedecer al Papa como a su Superior Supremo en
fuerza del voto ordinario de obediencia, San Ignacio nos exhorta a "poner todas nuestras fuerzas
en la obediencia del Sumo Pontífice primero y
después de los superiores de la Compañía"
(Const. 547).
Por tanto se aplica al Sumo Pontífice toda la
doctrina de obediencia de la Compañía: obediencia pronta "con mucha presteza y gozo espiritual
y perseverancia" (ib.); "no consideréis la persona
del superior como hombre .sujeto a errores y miserias..., antes mirad al que en el hombre obedecéis, que es Cristo, sapiencia suma, bondad inmensa, caridad infinita" (a los PP. y HH. de Portugal, MI, Epp. IV, 678); "prontos a buscar siempre razones para defender lo que el superior ordena" (ib., 678); "proceder, con el ímpetu y prontitud de la voluntad deseosa de obedecer, a la
ejecución de lo que es mandado" (ib., 679). Termina San Ignacio: "deseo tanto que se perfeccione
esta virtud, como si de ella dependiese todo el
bien de ella (la Compañía)" (ib., 681).
En el pensamiento de San Ignacio la doctrina
de la obediencia se aplica primero en manera especial y emincnle al Vicario de Cristo.
Para San Ignacio el 4" voto de obediencia al
Papa es "nuestro principio y principal fundamento" (MI, Const. I, 162), y esta visión sobrenatural
de la fe debe estar a la base de nucslras relacionas con el Sumo Pontífice. Por eso, aunque le temblaron los huesos cuando sintió la elección de Pablo IV (MI, FN I, 581-582) por las dificultades que
había tenido con él antes de su elección al pontificado, le bastó un momento de oración para serenarse y ser tan lie I a él como lo había sido a
Pablo 111, a Julio III o a Marcelo II, pues siguiendo sus principios de obediencia, todos deben ser
obedecidos igualmente, pues todos son Representantes y Vicarios de Cristo. Esa obediencia "holocausto", por estar basada en la le, debe actuarse
sobre todo cuando humananicnle se pueden seniir algunas dificultades.
El mismo Pablo Vi expresaba el valor del 4Ü
voto y de la fidelidad al Vicario de Cristo cu su
alocución a los PP. de la Congregación General
XXXII: "Es la unión al Papa, decía, la que ha
hecho a los miembros de la Compañía verdaderamente libres, es decir, puestos bajo la dirección
del Espíritu...; no sujetos a condiciones angostas
de tiempo y lugar, provistos de un respiro verdaderamente católico, universal" (Congregación General XXXII de la Compañía de Jesús, edic. española, Razón y Fe, Madrid, 1975, pág. 247).
Es muy consolador para nosotros, los religiosos y religiosas, ver la confianza que siempre nos
ha mostrado el Santo Padre y el ánimo que siempre nos ha dado con sus directrices y su comMENSAJE
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prensión. Las palabras que en diversas ocasiones
nos ha dirigido, y de modo especial la descripción
que hace de los religiosos en el magnífico documento Evangelii nuntiandi, nos obligan a mucho:
"esc testimonio (de ios religiosos) silencioso de
pobreza y de desprendimiento, de pureza y de
transparencia, de abandono en la obediencia, puede ser a la vez que una interpelación al mundo
y a la Iglesia misma, una predicación elocuente,
capaz de tocar incluso a los no cristianos de buena voluntad, sensibles a ciertos valores... Son generosos (los religiosos): se les encuentra no raras
veces en la vanguardia de la misión y afrontando
los más grandes riesgos para su santidad y su propia vida. Sí, en verdad, la Iglesia les debe muchísimo" (núm. 69). ¿Quién de nosotros no se sentirá
estimulado y confundido al mismo tiempo ante
una tal descripción y estima?
* * *
Refiriéndose a la Compañía de Jesús, no puedo olvidar cómo el Santo Padre ha tenido intervenciones providenciales a lo largo de estos 13
años de mi generalato. Por ejemplo, cuando nos
dio, al comenzar la Congregación General XXX1,
el encargo acerca del ateísmo, que ha estimulado
nuestro trabajo apostólico por considerarlo comu
una verdadera misión moderna de la Compañía:
hoc demandamus munus (AR XIV, 581); o cuando, duran (e l:i Congregación General XXXII, nos
decía: "Dondequiera que en Iglesia, incluso en los
campos más difíciles y de primera línea, en los
cruces de las ideologías, en las trincheras sociales, ha habido o hay confrontación entre las exigencias del hombre y el mensaje cristiano, allí
han estado y están los jesuítas" (Congregación
General XXXII de la Compañía de Jesús, edic. española, Razón y Fe, Madrid, 1975, pág. 248); cuando nos animaba a superar las dificultades, exhortándonos a mirar el mundo "con los mismos ojos
de Ignacio, sentid las mismas exigencias espirituales, usad las mismas armas: oración, elección
de la parle de Dios, de su gloria, práctica de la
ascesis, disponibilidad absoluta. Creemos (decía
el Papa) que no os pedimos demasiado" (ib., pág.
258); cuando nos advertía con solicitud paternal:
"la disponibilidad del servicio puede degenerar en
relativismo, en conversión al mundo y a su mentalidad inmanentisla, en asimilación con el mundo que se quería salvar, en seeularismo, en fusión
con lo profano. Os exhortamos a no dejaros envolver por el spiritus vertiginis (Is. 19, 14)" (ib.,
pág. 255).
Como nota personal recuerdo todavía cómo en
la alocución del 7 de mayo de 1965, antes de la
elección de general, nos decía el Santo Padre refiriéndose al oficio del futuro nuevo general: "Difícil tarea y asunto de trascendental importancia
(Congregación General XXXI de la Compañía de
Jesús, edic. española, Hechos y Dichos, Zaragoza,
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1966, pág. 11). Sentí yo entonces verdadera compasión por el que habría de ser elegido. Después
de 13 uño-; de mi elección, hago mías las palabras
de San Ignacio en La carta que escribió en 1545 a
San Francisco de Boi ja: "yo para mí me persuado,
que antes y después soy lodo impedimento" (MI,
Epp. I, 340), con la diferencia de que Ignacio lo
sentía así por humildad, y yo lo digo y lo siento
expresando lo que es una realidad, en la que sin
embargo me siento sostenido y dirigido por Su
Santidad Pablo VI, pues estoy convencido que
"por él nos habla Cristo" (MHSÍ, Mon. Nad. V, 56).
* *
La obediencia al Papa se hace todavía más fácil cuando se conocen y admiran las cualidades y
virtudes, incluso humanas, del Sumo Pontífice,
nuestro primer Superior.
Por eso considero como una gran gracia el contacto personal con Pablo VI, que he tenido a lo
largo de mis 13 años de generalato de la Compañía de Jesús; he podido admirar su humildad,
su realismo, su celo apostólico, su profundo sentido de responsabilidad, su amabilidad, fruto de
su candad evangélica. En el contacto personal directo aparece la verdadera personalidad del Pontí fice, tan diversa de la que se ha creado a veces
en algunos ambientes de la opinión pública. Por
eso dije en el Sínodo de 1969: "Un contacto directo con el Santo Padre ayudará no poco a corregir
la imagen que a veces, o por ignorancia o por
afán de lo sensacional, se ofrece de Su Santidad
;i la opinión pública por parte de no pocos escritores, que llegan hasta el punto de deformarla injustamente. ¡Qué ilisl iti;o aparece a quien se le
acerca personalmente!" (VII Congregación General: 22 octubre 1969; cf. C. Caprile: II Sínodo dei
Vescovi, 1969, pág. 202).
Esta imagen se hace más profundamente aliactiva, despierta una mayo] confianza cuando se ve
al Sanio Padre tomar posiciones profélicas en
todo el amplio sentido de la palabra, aunque sean
"impopulares", para defender con serenidad y valentía valores profundamente humanos y cristianos, y más aún cuando traía de corregir nuestros
defectos con la libertad y claridad evangélicas,
pero siempre como un padre que ama a sus hijos
y quiere enmendarlos y clirieirlos.
Ciertamente, Pablo VI aparece como el Buen
Pastor (cf. Jn. 10, 1-10), que es a la vez la puerta
por la que entran las ovejas; es el padre de familia, que para el bien de la Iglesia se sirve de todo,
de la tradición, de lo antiguo, de los progresos
actuales y de los últimos resultados de la ciencia:
proferí de lhesauro suo nova et vetera (Mt. 13, 52).
No es como el amigo del Evangelio, que se levanta a medianoche para atender molesto al amigo
que persistentemente golpea a la puerta (cf. Le.
11. 5-8), sino que se asemeja más al padre del
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hijo pródigo (cf. Le. 15, 20), que espera siempre,
dispuesto a abrazar al hijo arrepentido; se ve en
él la figura de Cristo "siervo", el gran "siervo de
Yavé" (cf- Is. 42, 1-4; Mt. 12, 17-21), que no titubeó
en lavar los pies de sus discípulos (cf. Jn. 13, 5)
o en entregar su vida por el perdón de los pecados (cf. Mt. 20, 28).
El Papa es asimismo el Pastor universal, que
siente fa problemática y las oportunidades de
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toda la Iglesia, que tiene, en expresión de San
Ignacio, "mayor conocimiento de lo que conviene
al universo cristiano" (MI, Epp. I, 132).
Para San Ignacio como para Santa Catalina de
Siena —santa tan leída por las primeras generaciones de jesuítas— el Papa es "Cristo en la tierra" (El Diálogo, caps. 115, 154, odie, española
BAC, 143, págs. 402 y 517). Así lo siento yo también.
MENSAJE N" 272 SEPTIEMBRE 1978
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