47 IX En geometría no hay causas eficientes Suelen darse en los diccionarios definiciones de la causalidad tales como “ley en virtud de la cual se producen efectos” o “vínculo que une la causa al efecto”. Los filósofos la definieron de muchas maneras a lo largo de la historia. Para nuestro propósito, carece de especial interés conocer qué entendían y qué entienden por causalidad los filósofos. Nos basta saber que para todos ellos, de una u otra manera, la causalidad implica tiempo no espacial, es decir “tiempo” que nada es. Para ti, lector, y para mí — para quienes el tiempo no es “tiempo”, sino espacio—, tal causalidad no existe, es imposible, es inconcebible. Vamos a desmenuzar (al menos en parte) el porqué. En los western hemos visto diligencias, y caballos que tiran de ellas. Todos hemos pensado que los animales ejercían sobre la diligencia una tracción, y que ésa era la causa de que el carruaje marchara detrás de aquéllos. Estábamos en un doble error. En primer lugar, el tiro de los caballos no podía ser causa del desplazamiento de la diligencia, porque nunca hubo desplazamientos de diligencia, según quedó probado en el capítulo VIII, cuando llegamos a la conclusión de que nada se mueve en el universo. Pero ahora no nos importa esto, y —razonando como si existiera el movimiento— vamos a ver dónde está el otro error. Dado que el tiempo es genuino espacio, ya tenemos la certeza de que marchaba detrás de los caballos la diligencia sin que los animales ejercieran tracción sobre ella. No podían ejercerla. Para ello hubieran tenido que existir durante algún tiempo, siquiera brevísimo, ya que nada se puede hacer en un instante único. Tenían que existir más de un instante, para poder ejercer eso que llamamos “tracción”. Cada caballo existió sólo un instante (capítulo VII). Luego es imposible que el carruaje avanzara porque los animales tiraban de él: tuvo que avanzar por sí solo. La hilera de cubos que es el tiempo (capítulo VI) viene a ser esencialmente lo mismo que un trozo de cinta que cortáramos de una película western. Imaginemos que aquí está el trozo de cinta, en nuestras manos. Vemos que en ella los fotogramas aparecen todos alineados al igual que los cubos de nuestra hilera. En el fotograma f 1 se ven los caballos y la diligencia ubicados en determinado lugar. En el fotograma f 2 , caballos y carruaje aparecen ligeramente adelantados con respecto a su ubicación en f 1 . Es evidente que la fotográfica imagen “caballos” impresa en el celuloide no ejerce tracción sobre la fotográfica imagen “diligencia”, ni está causando el “desplazamiento” de ésta: dentro del celuloide no ocurre nada de eso. Es evidente que, dentro del celuloide, la diligencia “se mueve” sola, sin que nada le hagan los caballos. Pues bien, exactamente lo mismo acaeció en la vida real del Far West histórico. 48 Tampoco allí las diligencias iban arrastradas. Iban, simplemente. Iban adonde fuesen los caballos, pero sin que éstos las hubieran arrastrado. Semejante “milagro” parece demasiado milagro, y nosotros lo vemos como totalmente imposible. Pero, si hemos admitido que el tiempo es de naturaleza espacial, estamos lógicamente obligados a reconocer que se movían las diligencias motu proprio: que no podían ser arrastradas por los animales. Además, juzgada la cuestión con espíritu rigurosamente crítico, uno acaba dándose cuenta de que no hay satisfactorios argumentos para demostrar que el tal “milagro” sea imposible. ¿Por qué ha de ser imposible que existan leyes físicas —todavía no descubiertas por la ciencia, y aunque nunca se descubrieran— según las cuales un cuerpo A deba marchar delante de otro cuerpo B, sólo porque se encuentra en determinada posición relativa a él, y sin que medie ninguna “fuerza” (ni de tracción, ni otra) que le “haga” nada? ¿Por qué ha de ser imposible que la Tierra gire alrededor del Sol sin que exista “fuerza” de gravedad, y sólo porque se dan determinadas circunstancias puramente geométricas entre los elementos constitutivos del Sol y los constitutivos de la Tierra? No sólo no es imposible, sino que su posibilidad tal vez nos permita descubrir la existencia de una Ley Suprema (física), según la cual el universo es técnicamente perfecto. Algún día hablaremos de esto. Por lo pronto, a la ciencia no le consta la existencia de “fuerzas” en la naturaleza. Le consta que se mueven los caballos y que se mueve la diligencia, pero no que los caballos tiren de ésta: de ninguna manera puede constatar que existe ahí una fuerza. Asimismo, el científico ve que se mueven los astros, pero no puede ver ninguna fuerza de atracción entre ellos. Las presuntas “fuerzas” nunca han sido vistas, ni tocadas, ni fotografiadas por nadie. Se dedujo por lógica su existencia, pero no hay constatación empírica de ellas. Podría esta carencia ser un hecho sintomático, y hasta revelador, como hemos de ver más adelante. Con respecto a otros ejemplos de “efecto causado”, el razonamiento marcharía por los mismos derroteros. Dado que el tiempo es en verdad espacio, el fuego no puede ser causa de que hierva el agua. Nosotros pensamos que una supuesta “energía calorífica”, proveniente del fuego, “hace” al agua algo (llamado “efecto”) que la obliga a agitarse borbotando. Pero eso es imposible, porque un único instante no basta para “hacer” algo, sea lo que fuere. Nada se puede “causar” en un instante único. Para “hacer” algo, para “causar” algo, se necesita durar, existir en más de un instante. Y ya vimos (capítulo VII) que sólo se puede existir en un instante: lo que existe en un cubo-instante no existe en otro. El fuego que sólo existe un instante no puede quemar, no puede calentar: nada puede “hacer”. Es posible que el agua hierva “sola”, sin que nada ni nadie le “haga” nada. Sin causa. No sólo es posible, sino que así tiene que ser, necesariamente, porque sólo espacio es el tiempo. El tapón de corcho suelto en el fondo de la palangana tiene que subir a la superficie “solo”, 49 sin que la presión del agua lo haya “empujado”. Cuando el huevo se me escapa de las manos y cae sobre el suelo de baldosas, la cáscara se tiene que romper “sola”, sin que la baldosa le haya “hecho” nada. Los kamikazes de aquel memorable 11 de septiembre nada “hicieron” a las Torres Gemelas de New York: “solas” cayeron las torres. La energía —calorífica u otra— no puede existir. Existe sólo una determinada proximidad física de átomos o moléculas —entre los caballos y el carruaje, entre el agua y la cacerola puesta al fuego, entre el huevo y la baldosa, etcétera—, donde esa mera proximidad, y no una presunta energía, es la “causante” del correspondiente “efecto”. Nada “hace” el Sol a los planetas. Giran éstos alrededor de aquél, simplemente en obediencia a las órdenes —leyes— que les tiene dadas la naturaleza, según las cuales un cuerpo A debe encontrarse, en un momento dado, a una determinada distancia de otro cuerpo B, según cuáles fueren sus correspondientes masas, y la distancia que separaba a ambos en el instante precedente. No puede haber energía, no puede haber gravitación universal, ni interacciones, ni acción a distancia... Sólo hay ubicación. Sólo hay espacio (puesto que el tiempo es únicamente espacio). Sólo hay geometría. No hay causas eficientes. Tampoco esto es teoría surrealista que yo haya inventado. Es conclusión lógica innegable que obliga a replantearse cuestiones aparentemente resueltas. Lo que podría llamarse “causalidad” es otra cosa esencialmente distinta de lo que hasta ahora hemos pensado. La causalidad es una relación puramente métrica, geométrica, espacial, entre lo causante y lo causado. Las “causas” no son causas propiamente, sino razones. La “causa” X es la razón (y no la causa) de que ocurra Z. La Tierra gira al rededor del Sol, pero gira únicamente por la razón de que el astro tiene una determinada masa y se encuentra a una determinada distancia de la Tierra. Algún día comprenderemos cómo, en efecto, es Logos —es decir la Razón—, y no las “fuerzas” de la naturaleza, lo que “pone en movimiento” los acontecimientos del universo entero: sin excepción, todos (incluso este que estamos viviendo tú, lector, y yo, con estos nuestros pensamientos y reflexiones).