¿Por qué no cree el cristiano en la reencarnación? La reencarnación, que es afirmada por muchas religiones orientales, la teosofía y el espiritismo, es muy distinta de la resurrección ¿Por qué no cree el cristiano en la reencarnación? A esta pregunta respondió el teólogo Michael F. Hull de Nueva York al intervenir en la videoconferencia mundial de teología organizada el 29 de abril de 2003 por la Congregación vaticana para el Clero. Estas fueron sus palabras. La integridad de la persona humana (cuerpo y alma en la vida presente y la futura) ha sido y sigue siendo uno de los aspectos de la revelación divina más difíciles de entender. Son todavía actuales las palabras de san Agustín: «Ninguna doctrina de la fe cristiana es negada con tanta pasión y obstinación como la resurrección de la carne» («Enarrationes in Psalmos», Ps. 88, ser. 2, § 5). Dicha doctrina, afirmada constantemente por la Escritura y la Tradición, se encuentra expresada de la manera más sublime en el capítulo 15 de la Primera carta de San Pablo a los Corintios. Y es declarada continuamente por los cristianos cuando pronuncian el Credo de Nicea: «Creo en la resurrección de la carne». Es una expresión de la fe en las promesas de Dios. A menudo, aun sin el auxilio de la gracia, la razón humana llega a vislumbrar la inmortalidad del alma, pero no alcanza a concebir la unidad esencial de la persona humana, creada según la "imago Dei". Por ello, a menudo, la razón no iluminada y el paganismo han visto «a través de un cristal, borrosamente» el reflejo de la vida eterna revelada por Cristo y confirmada por su misma resurrección corporal de los muertos, pero no pueden ver «la dispensación del misterio escondido desde siglos en Dios, creador del universo» (Ef 3,9). La noción equivocada de la metempsícosis (Platón y Pitágoras) y la reencarnación (hinduismo y budismo) afirma una transmigración natural de las almas humanas de un cuerpo a otro. La reencarnación, que es afirmada por muchas religiones orientales, la teosofía y el espiritismo, es muy distinta de la resurrección de la fe cristiana, según la cual la persona será reintegrada, cuerpo y alma, el último día para su salvación o su condena. Antes de la parusía, el alma del individuo, entra inmediatamente, con el juicio particular, en la bienaventuranza eterna del cielo (quizá después de un período de purgatorio necesario para las delicias del cielo) o en el tormento eterno del infierno (Benedicto XII, «Benedictus Deus»). En el momento de la parusía, el cuerpo se reunirá con su alma en el juicio universal. Cada cuerpo resucitado será unido entonces con su alma, y todos experimentarán entonces la identidad, la integridad y la inmortalidad. Los justos seguirán gozando de la visión beatífica en sus cuerpos y almas unificados y también de la impasibilidad, la gloria, la agilidad y la sutileza. Los injustos, sin estas últimas características, seguirán en el castigo eterno como personas totales. La resurrección del cuerpo niega cualquier idea de reencarnación porque el retorno de Cristo no fue una vuelta a la vida terrenal ni una migración de su alma a otro cuerpo. La resurrección del cuerpo es el cumplimiento de las promesas de Dios en el Antiguo y el Nuevo Testamento. La resurrección del cuerpo del Señor es la primicia de la resurrección. «Porque, habiendo venido por un hombre la muerte, también por un hombre viene la resurrección de los muertos. Pues del mismo modo que por Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo. Pero cada cual en su rango: Cristo como primicia; luego los de Cristo en su venida» (1 Cor 15,21–23). La reencarnación nos encierra en un círculo eterno de desarraigo corporal, sin otra certidumbre más que la renovación del alma. La fe cristiana promete una resurrección de la persona humana, cuerpo y alma, gracias a la intervención del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, para la perpetuidad del paraíso. En la carta apostólica Tertio millennio adveniente (14 de noviembre de 1994), escribe Juan Pablo II: «¿Cómo podemos imaginar la vida después de la muerte? Algunos han propuesto varias formas de reencarnación: según la vida anterior, cada uno recibirá una vida nueva bajo una forma superior o inferior, hasta alcanzar la purificación. Esta creencia, profundamente arraigada en algunas religiones orientales, indica de por sí que el hombre se rebela al carácter definitivo de la muerte, porque está convencido de que su naturaleza es esencialmente espiritual e inmortal. La revelación cristiana excluye la reencarnación y habla de una realización que el hombre está llamado a alcanzar durante una sola vida terrenal» (n° 9). Creo en la resurrección de los muertos Cada domingo en Misa decimos en el Credo: “Creo en la resurrección de los muertos…”. ¿Qué significa esto? Artículo relacionado: La vida eterna Con la muerte se experimenta una separación real de cuerpo y alma. El cuerpo continúa un proceso de corrupción, mientras que su alma va al encuentro de Dios. Cuando muere un familiar o un amigo, solemos estar tristes por su muerte. La muerte nos hace pensar en lo desconocido y, muchas veces, nos preguntamos si nuestro ser querido estará ya en el cielo con Dios, si tendrá que esperar para resucitar, qué pasará con su cuerpo y con su alma, etc. Hoy en día, estamos acostumbrados a darle una respuesta a todo. Sin embargo no podemos dar respuesta a muchas interrogantes sobre la muerte y la vida después de la muerte. Por lo mismo, esta realidad suele incomodarnos y angustiarnos. De acuerdo con el Catecismo de la Iglesia Católica, los hombres mueren y “los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación.” Dios nos dio una vida temporal en la tierra para ganarnos la vida sobrenatural. Con la muerte termina nuestra vida en la tierra. ( Juan 5, 29, cf. Dn. 12,2). Cristo resucitó con su propio cuerpo, pero no volvió a una vida terrenal, su cuerpo era ya un cuerpo glorioso, un cuerpo incorruptible, un cuerpo que ya no estaba sujeto al tiempo y al espacio. Por esto, podía aparecer y desaparecer en los lugares, pero a la vez, seguía siendo un cuerpo humano que podía beber y comer. Dios nos ama a nosotros como seres humanos en cuerpo y en alma. Al resucitar a la vida, vamos a tener un gran gozo en cuerpo y en alma. En Cristo, “todos resucitarán con su propio cuerpo, que tienen ahora” (Concilio de Letrán IV: DS 801), pero este cuerpo será “transfigurado en cuerpo de gloria” (Filipenses 3, 21). Con la muerte se experimenta una separación real de cuerpo y alma. El cuerpo del hombre continúa un proceso de corrupción –como cualquier materia viva– mientras que su alma va al encuentro de Dios. Esta alma estará esperando reunirse con su cuerpo glorificado. Con la resurrección, nuestros cuerpos quedarán incorruptibles y volverán a unirse con nuestras almas. Nos podemos preguntar: ¿cómo resucitarán los muertos? ¿cuándo resucitarán? El “cómo” no lo podemos entender con la razón, solamente con la fe. Nos puede ayudar a acercarnos a este gran misterio nuestra participación en la Eucaristía que nos da ya, un anticipo de la transfiguración de nuestro cuerpo por Cristo. El pan que viene de la tierra, después de haber recibido la invocación de Dios, ya no es pan ordinario, sino Eucaristía. El “cuándo” será en “el fin del mundo” (LG 48). El último día, el fin del mundo, los hombres no sabemos cuándo va a ser, sólo Dios lo sabe. Hay quienes afirman que tiene que ser en el año 2000 porque “dicen que las profecías lo dicen”. Se habla de que se va a acabar el agua, que vendrán pestes, terremotos, etc. Pero no son más que invenciones de los hombres, pues Cristo nos dijo, claramente, que nadie puede saber el día ni la hora en que “la resurrección de la carne” sucederá, ni siquiera Él mismo, sino sólo el Padre. No debemos preocuparnos tanto de conocer la fecha, sino que lo importante es trabajar en nuestra santidad para estar siempre preparados y así poder alcanzar la gloria de Dios al morir. ¿Qué es la Parusía? La Parusía de Cristo es la palabra con la que se designa la segunda venida de Cristo a la tierra. Y, por lo mismo, la resurrección de los muertos está íntimamente asociada a ésta. Pero, mientras tanto ¿podemos gozar de la gloria, de la vida celestial de Cristo resucitado? Gracias al Bautismo, quedamos unidos a Cristo y podemos participar en la vida celestial de Cristo resucitado. Gracias al Espíritu Santo, la vida cristiana en la tierra es, desde ahora, una participación en la muerte y en la Resurrección de Cristo. Dios nos alimenta con su cuerpo en el Sacramento de la Eucaristía. La Eucaristía es el alimento del alma que llena nuestra vida de gracia. Al terminar la vida en la tierra, viene la muerte. Con la muerte se acaba nuestro peregrinar en la tierra. Se acaba el tiempo de gracia y de misericordia que Dios nos ofrece para vivir nuestra vida de acuerdo a lo que Jesucristo vino a enseñarnos; para poder ganarnos el premio de la vida eterna y la gloria. La Iglesia nos anima a prepararnos para nuestra muerte. San Francisco de Asís decía que era mejor huir de los pecados que de la muerte. ¿Por qué existe la muerte? La muerte fue contraria a los designios de Dios. Dios nos había destinado a no morir. Sin embargo, la muerte entró en el mundo como consecuencia del pecado del hombre. La muerte fue transformada por Cristo. Jesús quiso morir por amor a nosotros en la cruz. Cumplió libremente con la voluntad del Padre. Su obediencia transformó la muerte en una bendición. El sentido de la muerte cristiana lo podemos expresar con estas frases: “Para mí, la vida es Cristo y morir, una ganancia”. ( Flp. 1,21) “Dejadme recibir la luz pura, cuando yo llegue allí, seré un hombre”. (San Ignacio de Antioquía) “Yo no muero, entro en la vida” (Santa Teresita del Niño Jesús). “Deseo partir y estar con Cristo” (San Pablo). En la muerte, Dios llama al hombre hacia sí. El hombre puede transformar su propia muerte en el momento anhelado de unión y amor hacia el Padre. Algunas personas te podrán decir que la doctrina católica no se opone a la reencarnación. Afirmarán que la reencarnación puede ser un fenómeno. Recuerda que los hombres viven una sola vez, mueren una sola vez y son juzgados para ir a la vida eterna (de felicidad, si fueron justos, y de infelicidad, si no cumplieron lo que debían hacer). Al final de los tiempos resucitarán los muertos (Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1022 y 1038). ¡No hay reencarnación después de la muerte! Cada uno de nosotros somos uno, único e irrepetible