Universidad Central de Venezuela Facultad de Humanidades y Educación Escuela de Historia Tesis de Grado Japón y su participación en la Primera Guerra Mundial Relaciones con Estados Unidos y Reino Unido (1914 – 1922) Autor: Br. José Gregorio Maita Ruiz Tutor: Prof. Dr. Julio López Tesis para optar al título de Licenciado en Historia Ciudad Universitaria de Caracas, Octubre de 2009 Dedicatoria A mi padre por incentivar en mí, desde muy pequeño, el gusto por la historia y las cuestiones intelectuales. A mi hermana Roymar por ser siempre mi apoyo moral más firme en el largo camino recorrido hasta este punto. A mi madre por mostrarme desde muy temprano la importancia del espíritu competitivo, de esforzarse por lograr la excelencia y que los sueños no se alcanzan soñando, sino trabajando por ellos. A ellos tres les dedico mi último trabajo como estudiante y mi primer trabajo como profesional, pues este triunfo nunca lo hubiera alcanzado sin ellos. A ti mamá, a ti Roymar y a ti papá, mi eterna gratitud. Agradecimientos Llegar tan lejos es imposible sin ayuda. Por eso, quiero expresarles un profundo agradecimiento a todas aquellas personas que de una manera u otra hicieron posible que este trabajo fuera completado. En especial a personas como el Prof. Dr. Julio López Saco, de quien no tengo ninguna queja como tutor y a quien le agradezco mucho sus precisas correcciones y su diligencia a la hora de leer y supervisar mi trabajo. Le agradezco también a mi buen amigo Jesús Camejo, quién al aceptar delegar conmigo representando a Japón ante la Conferencia de París del VI Modelo Venezolano de Naciones Unidas, hizo posible que encontrara este significativo tema para la tesis y que comenzara mi investigación. Todo esto, además, sin demérito de un inestimable ánimo constante para avanzar. Debo agradecerle además a la Dra. Tomoko Asomura, quien con gran amabilidad leyó buena parte de mis borradores aún estando en Japón, ofreciéndome consejos importantes y apoyo moral. Mis agradecimientos también para mi hermano Roy Maita, quien aún estando lejos me apoyó mucho con la tesis, tanto moral como materialmente, de una forma decisiva. De la misma manera, le agradezco a los profesores Dr. Ismael Cejas y Hernán Lucena de la Universidad de Los Andes por sus opiniones y sugerencias, así como a todas las personas del Centro de Estudios de África, Asia y Diásporas Latinoamericanas y Caribeñas “José Manuel Briceño Mozillo”. De igual forma, le doy las gracias al Prof. Dr. Eduardo Camps por su apoyo y buenos consejos para la investigación. Al Sr. Máximo Taylhardat y la Sra. Yuko Murakoshi de Blanco, Asistentes del Departamento Cultural de la Embajada de Japón y a la Srta. Maki Ashida, Agregada Cultural, por su amable atención y valiosa colaboración durante mis visitas a la biblioteca de la embajada y a las charlas de información sobre becas de postgrado. Y finalmente, a mi amigo el Lic. Fulvio Scarcia, quien me regaló el tan oportuno y productivo consejo de tomar esta investigación sobre Japón, que tanto me apasiona, como tema de tesis de licenciatura. Índice Introducción……………………………………………………………………………...….5 I) Japón frente a la Primera Guerra Mundial. Una oportunidad para la expansión……..….11 I-A) Situación geopolítica de Asia oriental y el Océano Pacífico para 1914……………....11 I-A.1) La situación semi-colonial de China (desde la rebelión de los bóxers hasta 1914)………………………………………………………….………………………...….12 I-A.2) La presión europea y estadounidense en el área Asia-Pacífico………………..……16 I-A.3) La reciente expansión japonesa en la zona…………………………………..…..….23 I-B) Motivaciones japonesas para entrar en la Primera Guerra Mundial…………………..26 I-B.1) La alianza con Gran Bretaña y la entrada en la guerra, ¿compromiso con el aliado o instrumento para la expansión?.............................................................................................26 I-B.2) Qingdao, una cuenta pendiente de Alemania…………………………...…………..31 I-B.3) El imperialismo del gobierno japonés………………………………………….…...33 I-C) Japón en la guerra. Las operaciones militares del Imperio del Sol Naciente contra Alemania…………………………………………………………...…….......……..36 I-C.1) Asedio de Qingdao……………………………………………………….....…........38 I-C.2) Operaciones en el Pacífico…………………………………………………….....…42 I-C.3) Patrullaje en el Mediterráneo………………………………………………..........…44 II) Impacto en Gran Bretaña y Estados Unidos ante la participación japonesa en la Primera Guerra Mundial……………………………...…...48 II-A) Relaciones Japón-Reino Unido desde la Restauración Meiji hasta la Conferencia de París………………………………………………………….…………....48 II-A.1) Relaciones británico-japonesas desde la Restauración Meiji hasta la Alianza Anglo-Japonesa de 1902…………………………………………......................49 II-A.2) La guerra ruso-japonesa y el enfriamiento de la alianza………………….……......60 II-A.3) La Exhibición Británico-Nipona de 1910. Gran Bretaña le abre la “Puerta Grande” del club de potencias a Japón…………………………...……….……66 II-A.4) La anexión de Corea y la renovación de la alianza en 1911…………………...…..69 II-A.5) Relaciones británico-japonesas durante la Primera Guerra Mundial……………...75 II-A.6) Japón y Gran Bretaña de cara a la Conferencia de París………………..…………81 II-B) Relaciones Japón-Estados Unidos desde la Restauración Meiji hasta la Conferencia de París……………………………………………………………....82 II-B.1) Relaciones Japón-Estados Unidos: 1868-1898……………………………………83 II-B.2) La coyuntura de la guerra ruso-japonesa. El acuerdo Taft-Katsura y el Tratado de Portsmouth……………..…………………….…84 II-B.3) La coyuntura del Acuerdo de Caballeros…………………………………….…….91 II-B.4) Impacto en Estados Unidos por la entrada de Japón en la guerra y relaciones norteamericano-japonesas durante la Primera Guerra Mundial………………...95 II-B.5) Japón y Estados Unidos de cara a la Conferencia de París……..………………...112 III) El expansionismo japonés frente al muro anglo-estadounidense………………….…113 III-A) La Conferencia de Versalles. Japón como uno de los “Cinco Grandes”………......114 III-A.1) La propuesta japonesa de igualdad racial, primera gran colisión de Japón con el muro anglo-estadounidense……….…………..….129 III-A.2) El Mandato sobre las Islas del Pacífico. El triunfo de Japón en la Conferencia……………………………………………………...………………..…149 III-A.3) El puesto permanente de Japón en el Consejo de la Sociedad de Naciones, confirmación de Japón como potencia mundial………...……..…160 III-A.4) La disputa sino-japonesa en Shandong. El asunto no resuelto en Versalles…………………………………………………………………...……….......…164 III-B) La Conferencia Naval de Washington. Maniobras de contención……...……….....172 III-B.1) El Tratado de las Cuatro Potencias, un instrumento para sustituir la Alianza Anglo-Japonesa…………………………………...……………..………….....193 III-B.2) El Tratado de las Cinco Potencias, una “camisa de fuerza” para el poderío naval japonés………………………................................................................…..198 III-B.3) El Tratado de las Nueve Potencias, el establecimiento oficial de la “Puerta Abierta” en China…………………………….…………………………….209 Conclusiones…………………………………………………………..……………...…..218 Bibliografía…………………………………………………..………………………...…231 Anexos………………………………………………………………………….…….......241 Introducción En occidente, y en particular en Venezuela, son conocidos los sucesos que marcaron la participación de Japón en la Segunda Guerra Mundial, aunque sea de manera superficial. En líneas generales, el gran público maneja la idea básica de que para la época Japón era una especie de “versión asiática de la Alemania Nazi”, que agredió a Estados Unidos en el famoso episodio de Pearl Harbor y que, aunque mostró un valor y una determinación bastante heroicas en la contienda, debía ser detenido para que pudieran triunfar los ideales democráticos de los Aliados. El episodio de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki completa este cuadro, si bien las opiniones que suscita son menos homogéneas. Este cuadro general se ve alimentado por los medios audiovisuales masivos. El gran público también tiene una visión, creemos que superficial, de las primeras décadas del Japón moderno, debido a la precariedad y divergencia de interpretaciones de los medios audiovisuales e impresos, perdiendo de vista la historia japonesa antes de la guerra con China de 18941895. Por otro lado, varios historiadores de Venezuela han tenido cierto dominio de la historia moderna japonesa, manejando los rasgos generales de la Restauración Meiji y la formación del imperialismo nipón, además de conocer con bastante acierto y buen criterio, las consecuencias de la guerra ruso-japonesa de 1904-1905, quizá por sus efectos en el imperio zarista y cómo facilitó la caída del Zar Nicolás II, el surgimiento de la URSS y el avance del comunismo, un tema que parece despertar pasiones encontradas, francamente periclitadas, en la Venezuela de principios del siglo XXI. Sin embargo, cuando superponemos la visión del gran público con los datos manejados por la gran mayoría de los historiadores y académicos venezolanos, observamos que la historia japonesa tiene, en Venezuela, un inmenso agujero negro que, cubre más o menos, desde 1905 hasta 1941, haciéndose menos oscuro en las cercanías de estos años. Es por las razones expuestas más arriba, es decir, por el casi completo desconocimiento de este episodio de la historia japonesa en nuestra Escuela de Historia y en nuestro país, que consideramos necesaria y pertinente la realización del presente trabajo. Aunque el tema ya ha sido plenamente estudiado por autores japoneses, estadounidenses y británicos, sus obras no han tenido mayor impacto en Venezuela, por lo que consideramos nuestra investigación 5 un aporte necesario y útil para la Escuela de Historia de la UCV, la comunidad nacional de historiadores y el gran público en general. En lo que se refiere a la Primera Guerra Mundial, en Venezuela se maneja una óptica demasiado centrada en Europa y un poco menos en la entrada de Estados Unidos en la contienda en 1917 que, según la historiografía tradicional, le confirió un giro a la guerra, si bien cada vez más estudios recientes difieren de esa tradicional idea. Para la comunidad académica, y el gran público en general, son casi desconocidas las luchas en otros frentes fuera de Europa, cómo África, el Imperio Otomano o el Lejano Oriente, así como la participación de otros países, incluido nuestro vecino Brasil. Mucho menos se conoce la de Japón, que fue bastante limitada en lo militar, pero muy importante por su peso político y por el carácter global que le confirió a la contienda. “La Gran Guerra europea se convertiría en mundial veinte días después de iniciada. Fue cuando Japón, que contaba con una alianza con Gran Bretaña, declaró la guerra a Alemania.”1 Pero la importancia de Japón en la Primera Guerra Mundial no se limitaría, como veremos, a reforzar el carácter global de la misma al ser la primera nación extra europea que entró en la contienda. El origen de esa entrada se remontaba a 1902, cuando Gran Bretaña y Japón firmaron por primera vez un tratado de alianza, dirigido, en ese momento, contra el expansionismo ruso en Asia central y el Lejano Oriente. La alianza se renovaría en 1905, luego de la guerra entre Rusia y Japón y, finalmente, en 1911. Este pacto resultó relevante en su momento, ya que además de romper el casi cuarto de siglo que Gran Bretaña llevaba en su “Espléndido Aislamiento”, mostraba varias realidades: primero, que el Imperio Británico ya no era capaz de dirigir al mundo en solitario de forma tan cómoda como antes; segundo, que Europa ya estaba perdiendo fuerza como centro de poder ante nuevas núcleos (como Estados Unidos y Japón), y tercero; que había una nueva potencia en Asia, Japón, con la que los occidentales debían contar antes de tomar cualquier acción en el Lejano Oriente. 1 Guerrero, J., “Cuatro años en el infierno” en Muy Historia, Número 17, 2008, pp. 43 - 47, en particular, p. 44. 6 Cuando la guerra estalló en Europa, los japoneses, en parte presionados por Gran Bretaña, y en parte guiados por sus propias ambiciones, le declararon la guerra a Alemania, pensando adueñarse de las posesiones germanas en China y el Pacífico. Aunque la guerra en el Lejano Oriente no duró ni seis meses, cambió totalmente el equilibrio de fuerzas en la región al causar la brusca desaparición de Alemania en la zona y al generar el engrandecimiento de Japón, para desconfianza de Estados Unidos y Gran Bretaña. Sin embargo, no todo sería tan fácil para los nipones, ya que al finalizar la Gran Guerra, sus aliados británicos empezaron a temer grandemente su creciente poder, empezando a aunar esfuerzos para contenerlos con el viejo rival de Japón: Estados Unidos. Así, las dos potencias anglosajonas buscaron limitar las ganancias de Japón en la Conferencia de Paz de París de 1919, restringiendo luego su poder e influencia regional en la Conferencia Naval de Washington de 1922. Se formaría, así, un auténtico “muro angloestadounidense” en el ámbito político que buscó, y logró, contener el poder de Japón. Esto a su vez, traería impredecibles consecuencias políticas dentro del país asiático, que lo llevarían por el camino de la guerra hasta la invasión de China en 1937, al inicio de la guerra en el Pacífico en 1941, y hacia la consiguiente catástrofe de las bombas atómicas en 1945. Es decir, en el período que estudiamos se encuentran buena parte de los orígenes de los sucesos que marcarían la Segunda Guerra Mundial en aquella región del mundo. He aquí, por tanto, la importancia de estudiar este período que, como antes comentábamos, es un agujero negro historiográfico en Venezuela. Es en dicho agujero negro historiográfico que esta investigación se centra. La misma persigue, entre otros fines, dar a conocer, e interpretar, una parcela de la historia japonesa, y mundial, no demasiado conocida. Ilustrar cómo fue la participación de Japón en la Primera Guerra Mundial y responder interrogantes del siguiente tenor: ¿qué condujo a Japón a entrar en dicho conflicto?; ¿qué papel jugaron en tal decisión las grandes potencias de occidente?, o; ¿qué obtuvo Japón tras la guerra? Pero si este fuera el único fin de la presente investigación, bastaría entonces con revisar, con un poco de paciencia y detenimiento, varias obras de divulgación, además de fuentes electrónicas. Tendríamos, de este modo, una mera repetición secuencial de un relato rico en detalles y muy emocionante para un lector al que le gusten las guerras pero, en realidad, poco trascendente para la historia del Asia-Pacífico. Este trabajo pretende ir algo 7 más allá. Busca descifrar y explicar las complejas relaciones de Japón con las grandes potencias de occidente, específicamente el Imperio Británico y Estados Unidos, en los años inmediatamente posteriores a la Primera Guerra Mundial, y mostrar cómo en esos acontecimientos se encuentran buena parte de las claves de un proceso histórico que nos conduce a Pearl Harbor, la gran guerra en el Pacífico de 1941-1945, el bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki y el encumbramiento de Estados Unidos como la mayor potencia naval del Pacífico. En otras palabras, nuestra investigación pretende sumergirse en el punto clave del, etiquetado así por nosotros, agujero negro historiográfico de Japón y encontrar la raíz de los sucesos posteriores, mucho mejor conocidos e interpretados. A lo largo de esta tesis de grado trataremos cuestiones relevantes que la opacidad del cristal de la Segunda Guerra Mundial no ha dejado ver muy bien al ojo occidental, en general, y al venezolano en particular. Estudiaremos como entre 1914 y 1922 Japón atravesaba un período de profunda democratización, conocido como la Democracia Taisho, demostrando ser un país no menos democrático, y no más imperialista, de lo que podía ser cualquier monarquía europea del momento. Todo ello, en claro contraste con el Japón fascista que ataca Pearl Harbor, en la típica visión que se extendió en la posguerra. Estudiaremos también cómo fue que Gran Bretaña le abrió las puertas del club de potencias a Japón hacia 1902, al firmar con ese país una alianza militar, al aprobar su expansión a costa de Rusia en 1905, y al invitarlo a entrar en la Gran Guerra en su desesperación por vencer a la poderosa flota alemana. Además analizaremos de qué manera Gran Bretaña fue confiando cada vez menos en su aliado asiático, hasta unir esfuerzos con Estados Unidos para contenerlo, de modo que su política exterior se convierte en clave en un complejo juego triangular de poder. Finalmente, se estudiará la raíz de la rivalidad americano-japonesa en el área del Pacífico, que se fue manifestando con fuerza con cada paso de expansión en la región de las dos potencias, como la guerra chino-japonesa (18941895), la guerra hispano-norteamericana (1898), la guerra ruso-japonesa (1904-1905) y la primera guerra mundial (1914-1918), para desembocar en el punto culminante tratado en esta investigación: la Conferencia Naval de Washington de 1921-1922. En general, cruzaremos datos, hechos y comentarios de fuentes bibliográficas, con aquellos de fuentes de primera mano, para obtener una visión más clara de los acontecimientos, aplicando útiles herramientas de análisis internacional. Se trata, en 8 consecuencia, de una metodología que mezcla el clásico método de la historia con el análisis geopolítico. En relación así mismo, con los aspectos metodológicos, debemos explicarle al lector que los nombres de los personajes históricos japoneses han sido adaptados a la onomástica occidental, con la finalidad de estandarizar las listas de delegaciones diplomáticas y demás, de ninguna manera como un irrespeto a la costumbre nipona de anteponer el apellido al nombre de pila. Por otra parte, aclaramos que todas las referencias web han sido fechadas al 10 de marzo de 2009. Aunque en realidad se recopilaron días, semanas o meses antes, la última revisión se realizó en esa fecha, o en los días inmediatamente anteriores o posteriores, por lo que resulta un punto de referencia útil para referir y contrastar lo obtenido en la Red. Antecedentes directos de nuestro trabajo debemos mencionar y resaltar varias obras en inglés: Turbulence in the Pacific. Japanese-U.S. Relations During World War I, de Noriko Kawamura; Japan, Race and Equality. The racial equality proposal of 1919, de Naoko Shimazu; Japanese Foreign Policy in the Interwar Period y Alliance in Decline. A Study in Anglo-Japanese Relations 1908-1923, de Ian Nish; Japan and the League of Nations: Empire and World Order, 1914-1938, de Thomas W. Burkman; The Washington Conference, 1921-22: Naval Rivalry, East Asian Stability and the Road to Pearl Harbor, de Erik Goldstein; y Royal Navy Strategy in the Far East, 1919-1939, de Andrew Field. De antecedentes indirectos podríamos catalogar varias obras en castellano, como el caso de: Japón en la era Showa. 1926-1989, de Margarita Escobar, y La construcción de una potencia. Un estudio histórico sobre la transformación del Japón propiciada por los líderes del gobierno Meiji, 1868-1912, de Inri José Hernández ambas, tesis de la Escuela de Historia de la Universidad Central de Venezuela. Otra obra de referencia en nuestro idioma sería, esencialmente, Historia de Japón, 1450-1990, de Eduardo Camps. Aunque sea de un modo un tanto anecdótico, consideramos oportuno mencionar como se produjo el primer acercamiento del autor a este tema. Fue en el marco del V Modelo Venezolano de Naciones Unidas (MOVENU 2008), en el que mi persona, junto a otro estudiante de la Escuela de Historia de la UCV, representó a Japón ante una simulación de la Conferencia de Paz de París de 1919, obteniendo, y vivenciando así, una primera experiencia bastante peculiar para lo que usualmente es visto en la disciplina histórica. Tal simulacro ofreció a todos los que participaron una experiencia vivencial única de un destacado episodio del siglo XX, 9 despertando en el autor de este trabajo la inspiración necesaria para la investigación, y dándole una conexión empática que, según nuestro propio criterio, es absolutamente imprescindible en el historiador a la hora de abordar cualquier tema y realizar determinada investigación. Las fuentes utilizadas para esta investigación de grado fueron bastante variadas. Aunque predominan las bibliográficas, se pueden contar varias fuentes de primera mano, tratados originales en inglés, traducidos por nosotros al castellano, como, por ejemplo, el Tratado de Shimonoseki (1895), Alianza Anglo-Japonesa (1902, 1905 y 1911), Tratado de Portsmouth (1905), el Ultimátum Japonés a Alemania (15 de agosto de 1914), las Veintiuna Demandas a China (1915), el Acuerdo Lansing-Ishii (1917), el Discurso de los Catorce Puntos de Woodrow Wilson (1918), el Tratado de Versalles (1919), el Tratado de las Cuatro Potencias (1922), el Tratado de las Cinco Potencias (1922) y el Tratado de las Nueve Potencias (1922). También fueron revisadas diferentes fuente hemerográficas, entre ellas, varias noticias del archivo digital del New York Times. Entre los centros de documentación, físicos y virtuales, consultados, podemos mencionar las Bibliotecas Central y Miguel Acosta Saignes, de la Universidad Central de Venezuela, la Biblioteca Nacional, la Biblioteca de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad de los Andes, la Biblioteca del Centro de Estudios de África, Asia y Diásporas Latinoamericanas y Caribeñas, “José Manuel Briceño Mozillo”, de Mérida, los Archivos Digitales del Ministerio de Asuntos Exteriores de Japón y del Departamento de Estado de Estados Unidos, la Colección Digital de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, la Colección Digital del Proyecto Avalon, de la Universidad de Yale y la página especializada en la Primera Guerra Mundial www.firstworldwar.com, entre otras páginas y foros web de prestigio. Finalmente, deseamos que el trabajo que se presenta sea un verdadero aporte para la comunidad académica venezolana y que merezca la atención del gran público, que es a fin de cuentas, el motivo final de cualquier investigación histórica. 10 I) Japón frente a la Primera Guerra Mundial. Una oportunidad para la expansión El 4 de agosto de 1914 el Reino Unido rompió relaciones con Alemania por la entrada de tropas alemanas en territorio belga. Para el 15 de ese mismo mes, los japoneses hacían lo propio, enviándole un ultimátum a Alemania en el que le exigían la evacuación de sus fuerzas de territorios y aguas japonesas, además de la entrega del territorio arrendado de Jiaozhou: “Ayuda del Cielo en la nueva era Taisho para la realización del destino de Japón” Con estas palabras el gabinete de Okuma Shigenobu dio la bienvenida al rompimiento de hostilidades en Europa en agosto de 1914.” 2 En efecto, el inicio de la guerra en Europa, así como la entrada de Gran Bretaña en la misma contra Alemania, constituían una excelente oportunidad de expansión territorial y económica para Japón, con un riesgo muy bajo. Para entender tal oportunidad, debemos estudiar en detalle cómo era la situación geopolítica de la región en 1914, qué razones tuvo Japón para entrar en la contienda y cómo fue su desenvolvimiento en ella. I-A) Situación geopolítica de Asia oriental y el Océano Pacífico para 1914 En 1914, no sólo Asia, sino el mundo entero ya había sido completamente colonizado por las grandes potencias imperialistas o estaba ocupado por Estados modernos, capaces de imponer sus leyes y definir fronteras claras; es decir, para 1914 la repartición colonial del planeta ya había llegado al límite, quedando fuera de las fronteras de algún estado moderno sólo las regiones polares y ninguna región sin explorar. Asia y el Océano Pacífico, en particular, no escapaban a esta situación, siendo muy significativo que para esa fecha en el continente sólo existían China, Japón, Persia, Siam y 2 Burkman, T., Japan and League of Nations. Empire and World Order, 1914-1938, University of Hawaii Press, Honolulu, 2007, p.1 11 Turquía como Estados independientes, mientras el resto de los pueblos asiáticos permanecía en situación de colonias, protectorados o provincias de Rusia, Gran Bretaña, Francia, Alemania, Países Bajos, Estados Unidos, Portugal, Japón o la misma Turquía. Aunque en América aún subsistían varias colonias con mayor o menor grado de autonomía, y en África sólo quedaban dos países realmente independientes (Liberia y Etiopía), era en Asia donde las principales potencias obtenían el grueso de sus ganancias. Mientras África era un continente inmenso y despoblado, sin antiguas civilizaciones, con riquezas ocultas y una imperante necesidad de inversiones, Asia, en cambio, ofrecía a las metrópolis inmensas riquezas de más fácil alcance y grandes poblaciones con milenios de civilización que podían ser considerados como mercados ideales. El continente asiático era, pues, en 1914 el área “periférica” (desde la visión europea) de mayor importancia mundial debido a la rentabilidad de su dominio. Asia se conformaba como la mayor “área de repartición” del mundo. Para complicar aún más las cosas, en este continente no existía un equilibrio real de potencias producto de una conferencia internacional, como la Conferencia de Berlín de 1884-1885 para África. Además, aquí dos nuevas potencias extra europeas, Estados Unidos y Japón, tenían una presencia cada vez más marcada y no estaban para nada de acuerdo con las reglas del juego geopolítico impuestas por las potencias más antiguas, tal y como demostrarían la guerra hispano-estadounidense de 1898 y la ruso-japonesa de 1904-1905. Como último ingrediente en esta fórmula debemos agregar la inexacta repartición de China y el creciente nacionalismo del pueblo chino. Creemos que resulta bastante preciso afirmar que en 1914, la región del Asia-Pacífico era un polvorín que podía estallar de un momento a otro. I-A.1) La situación semi-colonial de China (desde la rebelión de los bóxers hasta 1914) En el año 1914 China pasaba por una particular situación política. Era, formalmente, una república independiente y soberana, pero tenía una gran cantidad de poderes fácticos que se repartían su territorio. En primer lugar, el gobierno “legítimo”, es decir el del primer 12 presidente de la República de China, Yuan Shikai, cuyo poder no se extendía en realidad muy lejos de Pekín. Yuan Shikai había sido un alto general del ejército imperial que se unió a la revolución republicana de 1911 y que terminó tomando el poder por la fuerza intentando ser un nuevo emperador. Su autoridad no fue nunca respetada del todo por los republicanos nacionalistas leales a Sun Yat Sen. En segundo lugar, no podemos olvidar la presencia de los “Señores de la Guerra”, que no eran más que caudillos provinciales al frente de ejércitos personales. Muchos de ellos habían sido generales del ejército de la dinastía manchú (Qing), o funcionarios regionales. Estos caudillos sembraban la anarquía por todo el país y facilitaban la penetración de las potencias al ser verdaderos gobiernos paralelos. A su vez, varias potencias extranjeras, como Gran Bretaña, Francia, Alemania, Rusia, Japón o Portugal controlaban porciones del territorio chino, bien fuera como partes integrales de sus imperios, como territorios arrendados o como simples esferas de influencia económica reservadas únicamente a sus inversiones. Así pues, la República de China aparecía configurada más como una ficción legal que como una realidad material. Estas áreas de influencia eran zonas de dominio económico exclusivo de una sola potencia. Los británicos controlaban la región más grande, que iba desde el Tíbet y la frontera de la India Británica hasta la desembocadura del Yangze, partiendo en dos el territorio chino e incluyendo sus áreas más ricas. Los franceses controlaban la zona más meridional, dominando varios puertos de importancia y teniendo acceso a varias de las zonas más fértiles y ricas del país. Los rusos controlaban, después de la guerra de 1905 con Japón, la parte oeste y norte de Manchuria, toda Mongolia y el actual Xinjiang uigur, zonas desérticas, con muy poca población y escasos recursos naturales. Los alemanes hacían lo propio con la provincia de Shandong, que tenía gran importancia portuaria, mucha población y abundantes recursos naturales; los alemanes, además, habían convertido su sector en un lugar floreciente debido a sus inversiones y su buena administración. Japón, por su parte, dominaba la parte sur y oeste de Manchuria y un sector de la costa sur frente a Taiwán. Además de estas áreas de influencia, que eran de dominio indirecto, las potencias extranjeras tenían posesiones muy pequeñas bajo dominio directo, algunas por arrendamiento y otras cedidas a perpetuidad. He aquí una lista de ellas: 13 Año de ocupación Año de entrega a China o cesión a otra potencia Hong Kong 1842 1997 (a China) Weihai 1897 1922 (a China) Francia Zhanjiang 1897 1922 (a China) Portugal Macao 1557 1999 (a China) Rusia Port Arthur 1897 1905 (a Japón) Alemania Jiaozhou 1897 1914 (a Japón) Taiwán 1895 1945 (a China) Islas Pescadores 1895 1945 (a China) Port Arthur 1905 1923 (a China) Jiaozhou 1914 1922 (a China) Potencia ocupante Gran Bretaña Japón Territorio 14 Llegado a este punto, creemos necesario, en consecuencia, hacer un breve recuento de cómo China pudo llegar a esta situación y efectuar un análisis de cómo influyeron tales especiales circunstancias en el equilibrio internacional. Desde el siglo XIX China se había visto sometida a la expansión militar y económica de las potencias occidentales, que encontraron en el tráfico de opio la manera de ajustar a su favor el comercio con el imperio Qing, que les era desventajoso. Luego de las guerras del opio (1839-1842 y 1856-1857), la penetración occidental en China se hizo cada vez mayor, imponiéndole al país la apertura de puertos, derechos de extraterritorialidad para los bienes y súbditos occidentales y descomponiendo totalmente la estructura de poder del Estado manchú. Intentos por cambiar la situación no faltaron, como la Rebelión Taiping, que fue aplastada por el gobierno imperial con ayuda occidental, y la Rebelión Bóxer, entre 1899 y 1900. Los bóxers se llamaron a sí mismos Yihequan o “puños rectos y armoniosos”, pero fueron llamados bóxers por los británicos por sus rituales de artes marciales que, supuestamente, les hacían inmunes a las balas. Sus actividades comenzaron en 1898 en la provincia de Shandong y pronto se extendieron a la capital. Al principio, los bóxers tuvieron fuertes encuentros con las fuerzas imperiales, pero a partir de 1900 la emperatriz viuda Cixi decidió apoyarlos clandestinamente, esperando que pudieran liberar China del yugo occidental. Libres de cualquier acción gubernamental en su contra, se centraron en atacar a los occidentales y a los chinos conversos al cristianismo. En junio de 1900 los bóxers cercaron las embajadas occidentales en Pekín y las mantuvieron bajo violento asedio hasta agosto, cuando una fuerza multinacional integrada por soldados de Gran Bretaña, Japón, Francia, Alemania, Austria-Hungría, Rusia, Italia y Estados Unidos liberó las delegaciones occidentales del cerco y ahogaron la rebelión en un baño de sangre. Después de esto, el gobierno imperial chino debió entregar más concesiones a los occidentales, que se repartieron zonas de la propia Pekín y de Tianjin. Esta fue la situación que heredó la República de China en 1911, cuando la revolución derrocó a la dinastía manchú. En 1912, el líder nacionalista Sun Yat Sen regresó de Estados Unidos para ponerse al frente de los revolucionarios y asumir el mando como presidente provisional, pero Yuan Shikai tomó el control efectivo de la situación amparado en sus tropas y controlando casi todo el norte del país. Antes de 1914, Sun Yat Sen tuvo 15 que volver al exilio, mientras Yuan Shikai intentaba deshacerse de los Señores de la Guerra y proclamarse emperador. La particular situación de China tuvo efectos regionales e incluso mundiales. China era un país gigantesco, lleno de recursos naturales y muy poblado, el lugar ideal para que cualquier potencia obtuviera las materias primas requeridas por su industria y consiguiera mercados para sus manufacturas. Tenía todo para ser una gran potencia y, de hecho, lo fue hasta el siglo XIX, pero su desorden interno y la voracidad occidental la habían convertido en un objeto pasivo de sus ambiciones, generándose así una “zona de reparto” demasiado tentadora como para que cada una de las naciones más poderosas del mundo se resignara a dejarla en manos de un solo competidor. El país asiático era un área de vital importancia estratégica a comienzos del siglo XX, más que África, y tan crucial como el Medio Oriente. Si China no se repartió y desmembró por completo, fue por el temor de las grandes potencias a un enfrentamiento directo con una inmensa población, difícil de someter y a medio mundo de distancia. Resultaba más práctico, por lo tanto, mantener una ficción de gobierno en China que les otorgara beneficios y que tuviera el peso específico de controlar la población. Y en medio del área colonial mas apetecida del mundo se encontraba el joven imperio japonés. Podría pensarse que si Japón hubiera estado en África, Asia Central o el Medio Oriente, las desconfianzas y el choque posterior con Occidente no hubieran sido tan profundos. Pero las apetencias de los europeos y norteamericanos sobre Asia Oriental eran muy grandes, y Japón, a diferencia de los demás imperios coloniales, no tenía posesiones más allá del Pacífico y su único mercado lo constituía China. En resumen, la extrema debilidad militar de China creaba, en aquella época, una situación de tensión y conflicto entre las grandes potencias al convertirse la región AsiaPacífico en la zona de reparto colonial más crítica del planeta. I-A.2) La presión europea y estadounidense en el área Asia-Pacífico Para 1914 Gran Bretaña, Francia, Países Bajos, Portugal, Alemania y Estados Unidos tenían colonias propiamente dichas en Asia y el Océano Pacífico. Estas colonias se diferenciaban de las áreas de influencia sobre China en que no eran concesiones, puertos 16 libres o zonas en arrendamiento, sino territorios plenamente incorporados a los respectivos imperios coloniales. Estudiemos, con cierto detalle la presencia de cada potencia en la zona. Gran Bretaña El imperio británico era, con mucho, el imperio más extenso y poderoso de la zona (y del mundo); sus posesiones más cercanas a Japón eran: Hong Kong, Singapur, Brunei, Sarawak (parte de la actual Malaya), el Borneo Septentrional Británico (actual Borneo malayo) y Malaya (la actual Malasia continental), a lo que se agregaban las posesiones en el Pacífico Sur: los Dominios (entidades autónomas del imperio) de Australia y Nueva Zelanda, la Nueva Guinea Británica (mitad sur de la actual Papúa-Nueva Guinea), las Islas Ellice (actual Tuvalu), Fiji, las Islas Gilbert (actualmente parte de Kiribati), Nauru, Pitcairn, las Islas Salomón, Tonga y Maraco. Además, en el continente contaba con la India Británica (actuales Pakistán, India y Bangladesh), Birmania (actual Myanmar), Bután, Adén (sur del actual Yemen), Kuwait, Omán, Qatar y los denominados Estados de la Tregua (actuales Emiratos Árabes Unidos); finalmente contaba en el Océano Índico con Ceilán (actual Sri Lanka) y las Islas Maldivas. Con territorios tan extensos, y tan estratégicamente situados, Gran Bretaña dominaba las rutas del Océano Indico, así como las rutas entre éste y el Pacífico, en especial, casi todo el Pacífico Sur. Al controlar Sudáfrica, el Canal de Suez, el Golfo Pérsico y el Estrecho de Malaca podía cerrar, si quería, las puertas de Asia a Occidente, quedándole a este continente sólo las rutas terrestres, dominadas por Rusia, y las rutas del Pacífico central hacia América, dominadas por Estados Unidos, para comunicarse a gran escala con el resto del mundo. Los británicos contaban con los inmensos recursos, naturales y humanos de India, a la vez que con su mercado, detentando la supremacía en el comercio de especias. Posesiones como las del Golfo Pérsico y las del Sudeste Asiático tenían un valor comercial como puntos de distribución de manufacturas y de recolección de materias primas. 17 Birmania y las islas menores del Pacífico Sur servían para cubrir zonas más importantes, como India y Australia, en tanto que los dominios de Australia y Nueva Zelanda tenían un status muy peculiar dentro del imperio por ser colonias de alta población blanca y autónomas; Australia y Nueva Zelanda tenían sus propias necesidades y particularidades siendo competidoras de la economía metropolitana en varios rubros. Esta situación requería de la metrópoli un gran esfuerzo para defenderlas. La política exterior de Gran Bretaña en Asia tenía dos pilares fundamentales: garantizar la defensa de India, que era la “Joya del Imperio”, y mantener el equilibrio de poderes en China y el Pacífico. Estos principios determinarían, eventualmente, el acercamiento de Gran Bretaña a Japón, así como también su posterior distanciamiento. Francia El imperio colonial francés en Asia era mucho más pequeño que el británico, pero también era muy sólido. Contaba con la privilegiada situación de tener bajo su control una puerta directa a China: la Indochina Francesa. Este territorio comprendía las actuales Vietnam, Camboya y Laos, y ofrecía al país galo la plataforma para penetrar de forma directa al rico sur de China y hacerles cierto peso económico en la zona a los británicos. La Indochina Francesa estaba separada de los posesiones inglesas de Birmania y Malaya por el Reino de Siam, que fue utilizado por ambas potencias como “Estado almohada” para evitar ser vecinas. Este territorio, aunque ofrecía un inmenso mercado a la industria francesa y gran cantidad de productos tropicales, fue poco explotado, y se usó más bien como base para la penetración en China, esto, quizás, debido al estado de atraso político y tecnológico de sus habitantes en relación a China, factor que requería una mayor inversión. Además de la Indochina Francesa, esta metrópoli también contaba con muchas islas en el Pacífico Sur, que constituían la Polinesia francesa; estas eran: las Islas de la Sociedad, el Archipiélago de Tuamotú, las Islas Gambier, las Islas Australes y las Islas Marquesas. Este conjunto territorial, por su ubicación remota y su reducida superficie y población, tenía muy poca rentabilidad para Francia, pero permitía el control de las rutas entre Nueva 18 Zelanda y Chile, a la vez que constituía una base ideal para hostigar el comercio y las posesiones de una potencia rival en caso de guerra. La política francesa en la zona era un tanto vacilante. Se alió con Rusia en 1894 buscando un apoyo contra Alemania, luego lo hizo con Gran Bretaña y no apoyó a Rusia en la guerra con Japón de 1904-1905. En términos generales, los franceses buscaban competir con los británicos sin enemistarse totalmente con ellos, a la vez que siempre deseaban mantener un apoyo firme contra Alemania. El imperio francés representaba un escaso peligro para Japón; de hecho, las relaciones franco-japonesas fueron cercanas, sobre todo en los años inmediatamente posteriores a la Primera Guerra Mundial. Países Bajos Holanda contaba en el área con una única, pero inmensa colonia: las Indias Orientales Holandesas (actual Indonesia). Comprendiendo las islas de Java y Sumatra, la mitad occidental de Nueva Guinea, la mayor parte de Borneo e innumerables islas menores, las Indias Orientales Holandesas conformaban una colonia de enorme importancia en la zona. Sólo como una referencia útil podemos tomar en consideración el poder económico de la actual Indonesia. La enorme colonia holandesa contaba con grandes yacimientos petroleros, gran variedad de productos tropicales y una gran población organizada, que constituía un excelente mercado para su metrópoli. A todo eso debemos añadir que era fronteriza con posesiones de Estados Unidos, Gran Bretaña y Alemania, lo que suponía una posición estratégica de primer orden. Buena parte del poder económico del que Holanda gozaba aún en 1914 se debía a la minuciosa explotación de este conjunto territorial. Sin embargo, para los Países Bajos, un país pequeño y poco poblado, era muy difícil mantener el control de una colonia tan extensa. El mantenimiento de la actual Indonesia bajo control holandés hasta la Segunda Guerra Mundial, podría explicarse también por la 19 inteligente política de neutralidad llevada a cabo por ese país desde las guerras napoleónicas, lo que le ganó el apoyo británico y luego francés. Aunque no debemos olvidar, del mismo modo, la estrecha amistad que unía al Káiser Guillermo II con la Reina Guillermina. En resumen, se trataba de un conjunto territorial rico, muy poblado, unido por la religión islámica y cuyo dominio era incontestado gracias a la hábil diplomacia holandesa. Los holandeses no representaban ninguna amenaza para Japón, pero a medida que este país fue extendiéndose hacia el sur, fue mostrando cada vez más interés por los recursos del archipiélago indonesio, hasta convertirse, a finales de los años 30, en su principal objetivo imperialista después de China. Portugal Las posesiones portuguesas en Asia eran auténticas “reliquias” de la época de gloria del país luso en el siglo XVI. Portugal contaba en la zona con las colonias de Macao y Timor (actual Timor Oriental). Macao consistía en una península y las islas de Coloane y Taipa, en el estuario del Zhu Jiang, frente a la costa sur de China, no lejos de Hong Kong. Macao fue conquistado por los portugueses en 1557, y su conquista fue reconocida por China en 1887. Macao era la colonia europea más antigua en Asia y, por mucho tiempo, fue un gran centro mercantil, hasta que el activo comercio británico en Hong Kong lo eclipsó, convirtiéndose en un puerto secundario. El Timor portugués comprendía la parte oriental de dicha isla, situada entre Papúa, Java y Australia. Los portugueses la tomaron en el siglo XVI. Luego, portugueses y holandeses sostuvieron una larga disputa por la isla, que terminó en 1859 con la división de la misma, tocándole a Portugal el lado oriental. Timor era un puesto colonial de muy poca importancia, rodeado por las ricas Indias Orientales Holandesas y Australia. Ni la presencia portuguesa en Macao, ni mucho menos en Timor, representaron nunca un peligro para los japoneses, que tampoco mostraron en esta época ambición alguna 20 por los dominios portugueses. Es digno de mención que Gran Bretaña era la principal garante de la integridad del imperio colonial portugués. Estados Unidos Si se puede hablar de un “imperio colonial norteamericano” en el Pacífico, debemos esperar al año 1898. En dicho año Estados Unido anexó las Hawái (12 de agosto) y, según el Tratado de París (10 de diciembre), recibió de España el archipiélago de Filipinas y la isla de Guam, además de Puerto Rico, por haberla vencido en la guerra hispanoestadounidense, que también selló, como bien se sabe, el fin del dominio español en Cuba. Ya en 1867 Estados Unidos había ocupado el atolón de Midway, pero no fue hasta 1898 que el país anglosajón pudo realmente considerarse una potencia colonial. La entrada de los norteamericanos en la carrera colonial, además de señalar la grave decadencia española, implicó el surgimiento de un nuevo imperio en el área del Asia-Pacífico y, por lo tanto, un nuevo competidor para los europeos en el mercado chino. De hecho, Hawái, Midway, Guam y Filipinas no fueron al principio más que bases navales para proteger la ruta comercial hacia China. Mientras que Gran Bretaña era un aliado, Francia y Portugal no constituían amenazas, y las posesiones holandesas sólo fueron de interés mucho después. Sin embargo, Estados Unidos y sus recién conquistadas posesiones fueron una seria amenaza para Japón desde el principio. En efecto, Tomoko Asomura nos dice que Japón protestó a nivel internacional por la anexión de Hawái y luego se alarmó bastante por Filipinas. “…en Hawái vivían unos sesenta mil inmigrantes japoneses bajo contrato, quienes representaban cerca de un 40% del total de la población. El gobierno de Japón protestó la anexión del territorio de Hawái por Estados Unidos sobre la base de que los derechos de dichos inmigrantes, en relación con su residencia, comercio e industria, serían afectados 21 negativamente. Japón invitó a Gran Bretaña, Francia y Alemania a protestar conjuntamente, aunque sin ningún éxito.” 3 El imperio de los norteamericanos en la zona, aún sin ser tan rico como el de los británicos o el de los holandeses, era el más amenazador para Japón por varias razones. Primero, porque Estados Unidos era una nación emergente igual que la suya, y un serio competidor por el mercado coreano (antes de las guerras chino-japonesa y ruso-japonesa) y el chino; segundo, porque los japoneses habían tenido serias aspiraciones de anexar Hawái y les preocupaba el trato que recibirían sus inmigrantes en el territorio bajo la administración norteamericana, pues ya en California venían presentándose problemas con sus nacionales; tercero, porque al ocupar las Filipinas, los norteamericanos podrían amenazar muy de cerca la recién adquirida isla de Taiwán y la propia metrópoli japonesa. El conjunto insular dominado por Estados Unidos tenía, en consecuencia, una gran importancia estratégica, y constituía una importante cadena que conectaba, sin interrupciones, al continente americano con el Lejano Oriente, a través de una ruta muy difícil de bloquear. Cuando en 1914 entró en funcionamiento el Canal de Panamá, las posiciones norteamericanas se vieron reforzadas, y no faltaron opiniones a nivel internacional que afirmaban que se había construido no tanto para incentivar el comercio entre las dos costas de Norteamérica (pues ya existía el ferrocarril de la Unión Pacific), sino pensando en reforzar a la flota del Pacífico ante una eventual guerra con Japón. Alemania Se pudiera sugerir que el advenimiento de la presencia colonial alemana en el Pacífico se vio facilitada por la victoria norteamericana de 1898. Ya en 1884 los alemanes habían tomado el Archipiélago de Bismarck y la parte norte de Nueva Guinea (la Nueva 3 Asomura, T., Historia política y diplomática del Japón moderno, Monte Ávila Editores, Caracas, 1997, pp. 116-117. 22 Guinea Alemana); para el siguiente año habían adquirido parte de las Islas Salomón y, en 1899, le compraron a España las Islas Marianas, Marshall, Carolinas y Palau, país que decidió venderlas a la nación germana al no poder mantenerlas y para evitar que cayeran en manos de Estados Unidos. Así, de esta manera, se formó el “imperio” alemán en el Pacífico. Este conjunto territorial no tenía gran importancia económica, pero sí una relevancia militar de la que Alemania era muy consciente: permitiría, en caso de guerra con Gran Bretaña (la rival naval del Reich), aislar a Australia y Nueva Zelanda de las principales rutas comerciales del imperio británico, pues dichos territorios constituían una auténtica cuña entre las posesiones estadounidenses, holandesas y británicas, a la vez que permitían tener un punto de apoyo para los buques comerciales en ruta a China. Esta importancia estratégica no pasó desapercibida para Japón ni para Estados Unidos. El imperio alemán en Asia y el Pacífico era, además, el menos defendible debido a la inmensa distancia con la metrópoli, la debilidad de la Marina Imperial Alemana (Kaiserliche Marine) frente a sus contrincantes y lo disperso de las posesiones alemanas. I-A.3) La reciente expansión japonesa en la zona El otro imperio en la región, el que nos ocupa, es el japonés. Fue, por fechas formales, el más reciente. Japón ocupó las Islas Ryukyu (Okinawa) en 1874, las Islas Kuriles en 1875; por la guerra con China obtuvo, en 1895, Taiwán, y a través de la guerra con Rusia, la mitad sur de la isla de Sajalín, en 1905. En 1910 anexó formalmente Corea. Adicionalmente, contaba con la base naval de Port Arthur, cedida por Rusia en 1905, que le permitía controlar el Mar Amarillo y la entrada naval a Pekín. Estudiemos parte por parte la expansión del imperio japonés en la zona. Las Islas Ryukyu eran, para 1868, un reino primitivo y semi independiente que tenía una doble dependencia tributaria hacia Japón y China. En 1874, Japón envió una expedición naval que ocupó el archipiélago y terminó con la indefinición políticoadministrativa de las islas. Esta acción no causó demasiadas inquietudes en las potencias 23 europeas, pero sí en China y en Estados Unidos. Las Ryukyu eran una posición excelente para dominar la costa china desde Nanking hasta la altura de Taiwán, en tanto que Estados Unidos ya tenía proyectada la instalación de una base naval en el archipiélago. Por su parte, China protestó la ocupación, que le amputaba otro territorio, pero no tuvo capacidad para eliminarla. Esta primera expansión de Japón no tuvo un carácter colonialista, se trataba, más bien, de una operación de seguridad nacional, pues al dominar las Ryukyu, el gobierno Meijí podía proteger más eficazmente el sur del país. El siguiente paso fueron las Kuriles. Su incorporación no se llevó a cabo mediante la fuerza sino de la diplomacia. Ya desde el siglo XVIII los barcos rusos rondaban el archipiélago y todas las aguas al norte de Japón, ante la indiferencia del shogunato Tokugawa, que ni siquiera podía controlar totalmente la septentrional isla de Hokkaido. Pero esta situación cambió con el impulso modernizador del gobierno Meijí, que necesitaba fronteras claras y reconocidas para su Estado. Así, sin demasiada tensión, rusos y japoneses se sentaron a negociar la delimitación de sus países. Japón también aspiraba a parte de la isla de Sajalín, pero debió ceder en ese territorio para asegurarse el control de todas las Kuriles. Este acuerdo fronterizo se cerró en 1875. Hasta el momento, Japón sólo estaba buscando delimitar de manera firme sus fronteras y garantizar su seguridad. Pero ya para la década de 1880, la situación sería otra. Es necesario explicar que desde tiempos antiguos, Corea era un estado vasallo de China, y que desde la invasión a la península coreana de Hideyoshi en el siglo XVI, Japón nunca volvió a intentar cambiar esa situación. Pero una vez más el gobierno Meijí y su proyecto modernizador trastocaron el equilibrio de la región. En 1869 los japoneses intentaron establecer relaciones comerciales y diplomáticas de tipo moderno con Corea, pero el gobierno coreano del Taewon-gun (Rey Padre) se opuso firmemente. El gobierno Meijí esperaría a consolidarse y lo volvió a intentar; tras enviar seis barcos de guerra al puerto de Seúl e intimidar a los coreanos, lograron la firma de un tratado acorde a las leyes internacionales en 1876. Es relevante que Japón lograra la apertura de Corea antes que alguna potencia occidental, ya que Francia y Estados Unidos habían tenido intentos fallidos en 1866 y 1871. 24 El tratado firmado con Corea en Kanghwa, proclamaba que Corea al ser un Estado independiente, disfrutaría de los mismos derechos que Japón. En los demás artículos Japón obtuvo las clásicas ventajas de una potencia intervencionista en un país atrasado: apertura de puertos, extraterritorialidad judicial para sus súbditos e intereses, derechos de navegación establecimiento de una representación diplomática permanente, ventajas fiscales y derechos de circulación de la moneda japonesa en Corea. Esta acción le mostró al mundo lo rápido que Japón aprendía de las estrategias occidentales de dominación, pues le hizo a Corea lo mismo que Estados Unidos le había hecho, solo dos décadas antes. Además de eso, marco el inicio del apoderamiento japonés de Corea, lo que enfrentó pronto al país insular con el imperio chino que aún consideraba la península como su vasallo. A partir de aquí las convulsiones dentro de la propia Corea fueron en aumento junto con las tensiones entre China y Japón, lo que llevaría a la guerra chino-japonesa de 1894-1895, que puso en manos japonesas la isla de Taiwán y las islas Pescadores, además de consolidar la teórica independencia coreana. Luego vendría el enfrentamiento con Rusia, que puede considerarse el segundo episodio de la misma campaña de expansión japonesa sobre Corea y Manchuria. Ya en 1895, cuando la guerra con China finalizaba, Rusia intervino junto con Francia y Alemania para limitar las ganancias japonesas y establecer un equilibrio favorable a Occidente en el norte de China. Rusia y Alemania cohersionaron a Japón para que devolviera la península de Liaotung a China a cambio de una indemnización mayor. Rusia por su parte reclamó para sí dicha península y estableció una base naval en Port Arthur. Las tensiones entre Rusia y Japón siguieron creciendo, pues los rusos no reconocían los intereses especiales de Japón en Corea y constantemente intentaban desestabilizar el país a través de sus misioneros. Las negociaciones se vieron estancadas y para 1904 Japón estaba de nuevo en pie de guerra, en un año logró una aplastante victoria sobre Rusia y obtuvo por el Tratado de Portsmouth la base de Port Arthur, el ferrocarril de Mukden, la mitad sur de la isla de Sajalín y el reconocimiento de su influencia sobre Corea. 25 Con el camino libre, la península coreana fue anexada formalmente a Japón en 1910. Este era pues, el imperio japonés para 1914; la potencia de más reciente surgimiento en la zona y también la que parecía crecer más rápidamente. I-B) Motivaciones japonesas para entrar en la Primera Guerra Mundial Antes de abordar estas motivaciones, sería necesario preguntarnos ¿qué razones impulsan, en la gran mayoría de los casos, a una potencia industrial a entrar en guerra? La respuesta más extendida es que descienden al campo de batalla cuando sus intereses geopolíticos, en general, se encuentran amenazados, o cuando su aparato económico necesita más recursos o mercados. Es decir, podríamos responder en una frase la interrogante de por qué Japón entró en la Primera Guerra Mundial; tal frase sería: por intereses económicos. Sin embargo, el asunto no es tan simple. Debemos responder otros interrogantes subordinados al mencionado arriba. Preguntas como, ¿Gran Bretaña llamó a Japón al conflicto, o Japón entró solo?; ¿qué intereses tenía Japón sobre las posesiones alemanas en Asia?; y ¿cómo vieron los líderes japoneses el estallido de la guerra en Europa? Respondamos estas preguntas una a una, y tendremos una respuesta mucho más completa del motivo por el que Japón entró en la Primera Guerra Mundial. I-B.1) La alianza con Gran Bretaña y la entrada en la guerra, ¿compromiso con el aliado o instrumento para la expansión? De acuerdo a los procedimientos diplomáticos de principios del siglo XX, cada nación beligerante de la Gran Guerra tuvo su motivo, su excusa legal, su “casus belli” para entrar en la contienda. Austria-Hungría, por la negativa serbia a su ultimátum; Alemania, por la movilización rusa que consideró una amenaza; Gran Bretaña por la violación alemana a la neutralidad de Bélgica, y así en cada caso. La excusa japonesa fue ayudar a su aliado según los términos de la alianza anglo-japonesa. Aquí comienza una verdadera controversia entre los expertos que se mantiene hasta el día presente. Los sucesos de la 26 Segunda Guerra Mundial, de alguna manera, han condicionado la visión de los expertos sobre esta época de la historia japonesa. Existe un consenso en que fue, precisamente, en el período estudiado en esta investigación cuando el imperialismo de Japón despegó y se hizo imparable. Como ya hemos mencionado en la introducción, la imagen japonesa de la Segunda Guerra Mundial está bastante deteriorada ante los estudiosos de la época, lo que hace que se busquen culpables de “la liberación del monstruo”. Es de esta manera como un juicio bastante sesgado de Japón sobre la Segunda Guerra Mundial, conduce a que el análisis de la Alianza anglo-japonesa como factor clave de la entrada de Japón a la Primera Guerra Mundial se termine convirtiendo en un tribunal para los diplomáticos británicos de comienzos del siglo XX que, según la visión occidental más radicalmente anti-japonesa, no supieron ponerle freno a las ambiciones imperiales niponas, sino que más bien las alimentaron y le abrieron al país asiático las puertas del “club de potencias”. Surgieron, así, dos corrientes: una, en la que los británicos aparecen absueltos de toda culpa y que nos presenta a los japoneses como “aves de rapiña oportunistas” que, valiéndose de la alianza con Gran Bretaña, se apoderaron de un gran botín. En la otra, se reconoce que Gran Bretaña, empeñada en vencer a Alemania a toda costa, solicitó la ayuda de Japón, y que este país aprovechó la ocasión sin más oportunismo o deseos de expansión que las demás potencias aliadas. De este debate emerge la interrogante que abre este cuestionamiento. Examinemos algunas opiniones destacadas: “Japón afirmó haber participado en la guerra de conformidad con el espíritu de la alianza de anglo - japonesa, aunque no era su letra escrita;”4 “El 23 de agosto de 1914, Japón declaró la guerra a Alemania, a pesar de la oposición de Gran Bretaña.”5 “Al principio, Gran Bretaña confiaba en mantener a Japón alejado de la guerra, pero el 7 de agosto de 1914 se vio obligada a invocar la ayuda japonesa, según las condiciones de la alianza, contra las incursiones comerciales alemanas en las aguas de 4 Nish, I., Japanese Foreign Policy in the Interwar Period, Praeger Publishers, Londres, 2002, p. 17 5 Escobar, M., Japón en la era Showa. 1926-1989 (Trabajo de Licenciatura Inédito), Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1994, p. 47 27 Extremo Oriente. El ministro de Asuntos Exteriores, Kato, puso de relieve ante el consejo de ministros que aunque no se daban las condiciones para que Japón tomara parte en la guerra, sería un gesto de amistad respecto a Gran Bretaña y una oportunidad para apoderarse de las posesiones alemanas en China y el Pacífico. El gobierno japonés decidió ir a la guerra, pero fue retenido por Gran Bretaña que puntualizó que sólo esperaba protección del comercio en el mar y pidió a Japón que dejara en suspenso la declaración de guerra. Los japoneses rechazaron esta propuesta y enviaron un ultimátum el 15 de agosto”6 Es evidente que son muchas las posturas sobre la polémica entrada de Japón en la guerra. Pero dejemos que una voz oficial japonesa de la época nos ofrezca su versión. Se trata de la explicación ofrecida a la Dieta por el Ministro de Relaciones Exteriores de Japón, Barón Takaaki Kato. He aquí algunos fragmentos de su alocución: “A comienzos de agosto el Gobierno británico le pidió ayuda al Gobierno Imperial según las condiciones de la alianza anglo-japonesa. Las tropas y buques de guerra alemanes estaban rondando alrededor de los mares de Asia Oriental, amenazando nuestro comercio y el de nuestro aliado, mientras en Jiaozhou se estaban llevando a cabo operaciones, al parecer, con propósitos bélicos en Asia Oriental. Una grave preocupación se sentía así por el mantenimiento de la paz en el Lejano Oriente… …ya que nuestra ayuda fue solicitada por nuestro aliado en un momento en que el comercio en Asia Oriental, que Japón y Gran Bretaña consideran por igual uno de sus intereses especiales, está sujeto a una amenaza constante, y considerando Japón la alianza como un principio guía de su política extranjera, no pudo sino cumplir la solicitud hecha. La posesión de Alemania de una base para actividades bélicas en un rincón del Lejano Oriente no sólo era un obstáculo serio al mantenimiento de la paz permanente sino también una amenaza a los intereses inmediatos del imperio japonés. Japón no tenía ningún deseo o inclinación a involucrarse en el conflicto presente, sólo creyó que debía ser fiel a la alianza y fortalecer su fundamento asegurando la paz permanente en el Oriente y proteger los intereses especiales de las dos potencias aliadas.”7 Las palabras de Kato resumen muy bien la postura de Japón al respecto. Ellos acudieron en ayuda de su aliado según los términos de la alianza. Veamos, en 6 Allen, L., Japón en los años de triunfo: apogeo del sol naciente 1853 – 1930, Ediciones Nauta, BarcelonaEspaña, 1970, p. 68 7 Sin autor, “Explicación del Ministro Japonés de Relaciones Exteriores sobre la declaración de guerra”, www.firstworldwar.com (Revisado el 10 de marzo de 2009) On line. 28 consecuencia, algunos fragmentos relevantes de la alianza que pudieron aplicar a la coyuntura de 1914: “Los Gobiernos de Gran Bretaña y Japón, estando deseosos de reemplazar el Acuerdo que concluyeron entre ellos el 30 de enero de 1902, por estipulaciones frescas, han estado de acuerdo en los siguientes artículos que tienen para su objeto: a) La consolidación y mantenimiento de la paz general en las regiones de Asia Oriental e India; b) La preservación de los intereses comunes de todas las potencias en China asegurando la independencia e integridad del imperio chino y el principio de oportunidades iguales para el comercio e industria de todas las naciones en China; c) El mantenimiento de los derechos territoriales de las altas partes contratantes [viz., Gran Bretaña y Japón] en las regiones de Asia Oriental y de India, y la defensa de sus intereses especiales en dichas regiones: Artículo 2 Si, por causa de un ataque no provocado o acción agresiva, siempre que surja, por parte de cualquier otra potencia o potencias, cualquiera parte contratante debe ser involucrada en la guerra de defensa de sus derechos territoriales o intereses especiales mencionada en el preámbulo de este acuerdo, la otra parte contratante vendrá en seguida a la ayuda de su aliado, y dirigirá la guerra en común, y hará la paz en acuerdo mutuo con ella.”8 El resto del documento se centra en los intereses de Japón y Gran Bretaña en Asia, sin abrir ni cerrar la posibilidad de que Japón interviniese en un conflicto puramente europeo, quedando el artículo 2 subordinado a la libre interpretación de su contenido. Sin embargo, el hecho de que Alemania poseyera colonias en Asia y el Pacífico le daba argumentos a Japón para intervenir hasta ciertos límites, los cuales no eran intervenir 8 Sin autor, “Alianza Anglo-Japonesa”, www.firstworldwar.com (Revisado el 10 de marzo de 2009) On line 29 directamente en Europa, cosa que jamás se planteó el gobierno japonés, cuyo discurso siempre estuvo enmarcado en su política de mantener la paz en Asia oriental, en concordancia con la alianza. Las operaciones en el Mediterráneo fueron algo posteriores, y se realizaron por la brutalidad de la guerra submarina alemana. Para el gobierno japonés estas maniobras fueron sólo una moneda de cambio con que comprar garantías a Occidente para sus planes de expansión en Asia. Después de contrastar algunas visiones referentes a la entrada de Japón en la Primera Guerra Mundial por causa de la Alianza anglo-japonesa, y de revisar el propio texto de la misma, podemos decir que el país asiático cumplió a cabalidad lo establecido por el acuerdo, sin ir más lejos de lo que establecía. Sin embargo, existen ciertas subjetividades que debemos tomar en cuenta en el caso de Japón, y que marcan un contraste con la entrada al conflicto de otros países como Italia, Rumania, Portugal, Grecia o Brasil, que también se unieron al bando aliado con claras ambiciones territoriales o económicas. Quizá el caso italiano sea el más destacado, pues para 1914 Italia formaba, junto con Alemania y Austria-Hungría, la Triple Alianza, pero el país peninsular se negó a ayudar a sus aliados alegando el carácter defensivo del pacto, de modo que en 1915 entró en la contienda con los aliados. ¿Fue criticada Italia en Europa o fue tildada de oportunista con la misma intensidad que Japón? Realmente no, ni fue criticada y ni fue llamada oportunista; el pacto de los italianos con Gran Bretaña en 1915 pareció borrar de la mente europea que Italia había sido aliada de Alemania y Austria-Hungría hasta hacía solo unos meses atrás. Sin embargo, el caso italiano es más controvertido que el japonés, pues Italia cambió de bando en pleno conflicto, mientras que Japón tenía una sólida relación con la mayor potencia de la Entente desde 1902. Podríamos entonces pensar que la corriente historiográfica que condena la ambición y el oportunismo de Japón es un eco del pensamiento eurocentrista de principios del siglo XX que, en realidad, vio al Imperio del Sol Naciente como un intruso amarillo y asiático en una guerra de blancos y europeos, como un país periférico involucrándose en las disputas del centro del mundo; en resumen, como un advenedizo en un duelo de nobles de rancio abolengo. De tantas versiones y corrientes historiográficas, sólo queda considerar una postura equilibrada que tome en cuenta los intereses y las mentalidades de los actores involucrados 30 en los sucesos. Así, podemos señalar que Japón sí recibió una petición de ayuda británica, pero que esta se dio más por las presiones del Almirantazgo que por decisión del gabinete o el Parlamento, y que Japón actuó, lógicamente, en función de sus intereses, sin desvirtuar la alianza con Gran Bretaña, obteniendo el máximo beneficio de una situación favorable. Todo esto en una dinámica política para nada distinta de la que movió los hilos de la diplomacia europea durante la guerra. I-B.2) Qingdao, una cuenta pendiente de Alemania Anteriormente, se explicó que la Alianza anglo-japonesa fue la excusa legal, el casus belli, para que Japón entrara en la Primera Guerra Mundial, y que esto respondió a sus intereses como potencia; ahora bien ¿cuáles eran esos intereses?; ¿desde cuándo estaban presentes en la política exterior japonesa? y, ¿qué tan importantes eran para Japón? Intentemos responder una por una estas interrogantes. Si repasamos el equilibrio de fuerzas en la región Asia-Pacífico desde 1905 a 1914, observaremos que Rusia ha sido prácticamente sacada del tablero por Japón; que Francia, Holanda y Portugal no tuvieron fricciones con los nipones, y que sus posesiones no fueron del interés de Tokio; que Estados Unidos desempeñó un papel cada vez más activo en la zona, mientras que Gran Bretaña siguió como la potencia más fuerte de la región y el mundo. Sólo quedaba, por consiguiente, Alemania como un próximo rival real para la expansión japonesa. Alemania, como antes explicamos, poseía una cierta presencia colonial en China que, si bien no era muy grande en extensión, poseía un importante valor estratégico. En efecto, el territorio arrendado alemán de Jiaozhou se encontraba a poca distancia de la recién anexada Corea, del otro lado del Mar Amarillo, siendo la única base naval no aliada en la zona. Si Japón tomaba Qingdao, el Mar Amarillo quedaría bajo su completo control, reforzando la seguridad de Corea y de las meridionales islas de Kyushu y Shikoku. Además de eso, las islas en poder de Alemania al norte del Ecuador (Islas Marianas, Marshall, Carolinas y Palau) eran vecinas casi inmediatas de Taiwán y la metrópoli japonesa. Ciertamente, las posesiones alemanas en el área eran una presa muy apetecible y codiciada por el expansionismo japonés. Pero el interés de Japón no sólo era el de una simple expansión territorial, sino también económico. Alemania era un fuerte 31 competidor en el mercado chino, tenía amplios derechos económicos especiales en Shandong y un importante parque industrial instalado en Qingdao, mientras que Japón únicamente contaba con la árida y pobre Manchuria. Es decir, el imperio colonial alemán en Asia tenía no sólo importancia cuantitativa sino cualitativa para Japón. Creemos que es relevante destacar cómo Alemania obtuvo el territorio arrendado de Jiaozhou y desde cuando Japón tuvo ambiciones sobre el mismo. Tras la aplastante victoria japonesa en la guerra contra China de 1894-1895, Rusia, Francia y Alemania presionaron al gobierno japonés para que moderara sus exigencias y le devolviera a su rival la península de Liaodong. A esta situación se la conoció como Intervención Tripartita, y fue sentida en Japón como una gran humillación, pues tanto el gobierno como el pueblo sentían que las potencias occidentales les robaban lo que se habían ganado con sangre, reforzando con ello los sentimientos anti-occidentales que ya venían desarrollándose a causa de los Tratados Desiguales firmados por el país décadas atrás. Alemania, Francia y Rusia no sólo se limitaron a frenar de golpe a los japoneses, sino que aprovecharon la coyuntura para exigirle al gobierno chino la entrega de bases navales y, así, con diferentes excusas (en el caso de Alemania fue la compensación por la muerte de dos clérigos), recibieron Qingdao, Zhanjiang y Port Arthur respectivamente, a lo que se agregó la petición de una base por parte de Gran Bretaña en Wei Hai Wei, que tenía como finalidad vigilar a rusos y alemanes en el Mar Amarillo. No olvidemos que en 1895, cuando el imparable avance de las tropas japonesas fue detenido por la presión occidental, el gobierno japonés estaba preparando un desembarco en Qingdao con el fin de reclamar su ocupación definitiva tras la guerra, junto con Port Arthur, y de este modo, controlar la vía marítima hacia Pekín. Para 1914, los japoneses habían logrado vengarse de los rusos y tomar el control de Port Arthur, mientras que la presencia británica en Wei Hai Wei no era una amenaza por la Alianza anglo-japonesa; sin embargo, en la mente de los líderes nipones seguía fresco el recuerdo de la Intervención Tripartita y la ambición de tomar Qingdao no había sido en absoluto abandonada. Por todo lo que hemos expuesto, podemos decir que, desde el punto de vista japonés, Qingdao era una cuenta pendiente de Alemania con su país, que debía ser saldada, tal como se había saldado la de Port Arthur con Rusia diez años después de la guerra chino-japonesa. De hecho, si estudiamos los planes estratégicos y los movimientos de Japón en la guerra con Rusia y en la campaña asiática de la Primera Guerra Mundial, 32 vemos que no fueron más que la completación del plan estratégico planteado desde la guerra chino-japonesa de 1894-1895. Fueron, en consecuencia, las ambiciones de Qingdao las que motivaron a Japón a entrar en la Gran Guerra, quedando las demás posesiones alemanas en el Pacífico como objetivos secundarios, y siendo el compromiso de la Alianza Anglo-Japonesa una mera excusa que, de no haber estado soportada por tales ambiciones, hubiera podido quedar en letra muerta, tal como lo hizo el compromiso de la Triple Alianza para Italia al tener ésta intereses opuestos a los de Austria-Hungría. I-B.3) El imperialismo del gobierno japonés Explicar la entrada de Japón a la Primera Guerra Mundial no estaría completo sin tomar en cuenta el factor ideológico. Comúnmente, se ve este período a través del cristal de la Segunda Guerra Mundial, como se ha mencionado con anterioridad; sin embargo, en un nivel ideológico podríamos dividir la historia japonesa de 1868 a 1945 en varias etapas. La primera abarcaría toda la Era Meiji (1868-1912); la segunda, ocuparía la Era Taisho y parte de la Era Showa (1912-1931), mientras que la última se desarrollaría desde el conflicto de Manchuria hasta el final de la Segunda Guerra Mundial (1931-1945). Cada período, tuvo sus propias características al respecto de las ideologías políticas; en cada etapa el programa para el desarrollo de Japón respondió a diferentes motivaciones, encontrándose en todas el factor imperialista aunque con matices distintos. Mientras en la Era Meijí el principal objetivo del desarrollo era conseguir cierta paridad con las potencias occidentales y eliminar los Tratados Desiguales, en la época posterior a 1931 el programa político de la élite gobernante respondió a un plan militarista y ultranacionalista para dominar Asia a la vez que liberarla de la opresión colonial occidental. En el período que nosotros estudiamos la situación se hace un tanto más compleja. En la Era Taisho, sobre todo después de 1918, Japón vive un extraordinario florecimiento de diversas ideologías políticas que proponen distintos proyectos nacionales para el país. Por aquellos años, el pueblo japonés cobró consciencia de sí mismo, entrando en escena los movimientos sindicales y feministas. Sin embargo, en 1914 en Japón, 33 gobernaba una segunda generación de líderes políticos que, aunque en líneas generales seguían los lineamientos de sus antecesores de la Era Meiji, apartaron del poder lo que quedaba del liderazgo de la época anterior. Los líderes de la temprana Era Taisho ya no buscaban el fin de los Tratados Desiguales, algo que ya se había obtenido, sino satisfacer los intereses de la élite empresarial que había tomado el poder efectivo a través de partidos políticos que respondían a sus intereses. Por otra parte, ya los militares en esos años hacían cierta presión al gobierno para conseguir los presupuestos deseados para la Armada o el Ejército, así como también para imponer sus ideas sobre cómo conducir el país. También en 1914 una nueva ideología, que venía desarrollándose desde el siglo XIX, comenzó a tomar forma definitiva: el panasianismo. Esta corriente ideológica buscaba liberar el continente de la presencia colonial de Europa y Estados Unidos, manifestándose con fuerza en el Japón de los años 10 del pasado siglo XX. Muchos círculos de intelectuales y de políticos mostraron su solidaridad con los movimientos nacionalistas e independentistas de la actual Indonesia, India, Vietnam o la misma China. Recordemos que Sun Yat Sen pasó varios años en Japón, donde encontró varios amigos y apoyos a su causa. El panasianismo en Japón contó con destacados representantes, como Tenshin Okakura, el cual, en su libro Los Ideales del Oriente, divulgaba la idea de que Asia era una sola y tenía un destino común. No debemos confundir, no obstante, este panasianismo de comienzos del siglo XX con la doctrina de la época de la Segunda Guerra Mundial, aunque le brindó un sentido imperialista a estas ideas para formar el concepto de la Gran Esfera de Coprosperidad de Asia Oriental. Este pensamiento panasianista estaba en franca contradicción con los intereses de la élite empresarial que ya dominaba Japón por aquella época, aunque la misma usaba ya un discurso levemente panasiático para justificar su expansión, pues el gobierno japonés no podía declararse paladín de las independencias en Asia siendo aliado “formal” del Imperio Británico. En resumen, para 1914, Japón presentaba un cuadro político-ideológico realmente complejo, con un gobierno dirigido por las élites empresariales y los restos del liderazgo Meiji que, en general, tenían una visión moderada o liberal, aunque no precisamente pacifista o no imperialista, de las relaciones internacionales, que ya empezaba a verse presionado por los militares en relación al tema de la expansión territorial y comenzaba a 34 recurrir de forma vaga al panasianismo como soporte a su expansión. Todo esto, además, unido a un sentimiento de superioridad de la identidad japonesa en Asia que demandaba la total igualdad política y militar con las grandes potencias del momento. “En poco tiempo se fue incubando en el japonés el sentimiento de superioridad que estaba asociado a su nuevo orgullo nacionalista, el gran progreso económico que evidenciaba su éxito en la modernización del país, y, su adhesión profundamente sentida a los valores tradicionales.”9 Creemos que sólo así, analizando los factores estratégicos, las ideologías presentes en Japón y las relaciones internacionales para la época, podremos responder de forma más clara a nuestra interrogante inicial, referida a por qué Japón entró en la Primera Guerra Mundial. Una respuesta equilibrada sería afirmar que Japón decidió unirse a la Entente por los beneficios económicos, estratégicos e incluso ideológicos que le reportaría eliminar por completo de la región Asia-Pacífico a una potencia europea (en este caso Alemania), adquiriendo sus territorios y derechos comerciales; una decisión tomada a raíz de una petición de ayuda británica considerada esencialmente por presión del Almirantazgo, todo esto, además, en plena y absoluta concordancia sobre el papel con lo estipulado en la Alianza anglo-japonesa. 9 Escobar, M., Ob. cit., p. 37. 35 I-C) Japón en la guerra. Las operaciones militares del Imperio del Sol Naciente contra Alemania El 15 de agosto de 1914, con la decisión de entrar en guerra, Japón envió un ultimátum a Alemania. Este ultimátum fue redactado por el conde Okuma, Primer Ministro de Japón, y por su contenido era evidente que los alemanes jamás lo aceptarían. El ultimátum decía lo siguiente: “Nosotros consideramos altamente importante y necesario en la presente situación tomar medidas para eliminar las causas de toda perturbación a la paz en el Lejano Oriente, y salvaguardar los intereses generales como se contempla en el Acuerdo de Alianza entre Japón y Gran Bretaña. En orden de asegurar una paz firme y duradera en Asia Oriental, la cual es el objetivo del establecimiento de dicho acuerdo, el Gobierno Imperial Japonés cree sinceramente que es su deber aconsejar al Gobierno Imperial Alemán llevar a cabo las siguientes dos proposiciones: (1) Retirar inmediatamente de aguas japonesas y chinas las tropas alemanas y los buques armados de todos los tipos, y desarmar aquéllos que no puedan retirarse en seguida. (2) Entregar en una fecha no posterior al 15 de septiembre, a las autoridades imperiales japonesas, sin condición o compensación, el territorio arrendado entero de Jiaozhou, con miras a la restauración eventual del mismo a China. El Gobierno Imperial Japonés anuncia al mismo tiempo que en caso de no recibir, para el mediodía del 23 de agosto, una respuesta del Gobierno Imperial Alemán que signifique la aceptación incondicional del consejo anteriormente ofrecido por el Gobierno 36 Imperial Japonés, Japón se verá forzado a tomar tal acción como pueda estimarlo necesario para afrontar la situación.”10 El día 16 de agosto, el gobernador general de Jiaozhou, Alfred Meyer-Waldeck, telegrafió a Alemania diciendo: “Confirmo ultimátum. Cumpliré mi deber hasta lo último.”11 Este documento, en el que Japón “aconseja” a Alemania, causó gran indignación, tanta, que según un sitio web especializado, el Káiser Guillermo II expresó, "Me avergonzaría más rendir Qingdao a los japoneses que Berlín a los rusos"12 Las palabras de Meyer-Waldeck y de Guillermo II también nos indican la determinación de Alemania de defender su imperio asiático. Los japoneses tendrían más complicaciones de las que imaginaban. Como era de esperarse, llegó el 23 de agosto y Alemania no respondió al ultimátum japonés. Japón declaró la guerra al Reich ese mismo día. Dos días después también le declaraba la guerra a Austria-Hungría por negarse a desarmar el crucero Kaiserin Elizabeth que se encontraba en Qingdao. 10 Sin autor, “Ultimátum enviado por Japón a Alemania el 15 de agosto de 1914”, www.firstworldwar.com (Revisado el 10 de marzo de 2009) On line 11 Sin autor, “Japón y la Primera Guerra Mundial”, http://www.elgrancapitan.org/foro/viewtopic.php?t=4497 (Revisado el 10 de marzo de 2009) On line 12 Sin autor, “Campañas desconocidas de la Primera Guerra Mundial”, http://www.armchairgeneral.com/backwater-battles-unknown-campaigns-of-the-first-world-war.htm/3, (Revisado el 10 de marzo de 2009) On line 37 Las operaciones militares de Japón contra los Imperios Centrales pueden dividirse en tres campañas bien diferenciadas: la campaña de Qingdao, la del Pacífico, y la campaña del Mediterráneo. Estudiemos cada una de ellas por separado. I-C.1) Asedio de Qingdao Acaso por eurocentrismo, quizá por desconocimiento, las fuentes bibliográficas disponibles en Venezuela apenas mencionan el largo combate que enfrentó a los japoneses, y sus refuerzos británicos, con los alemanes en la provincia china de Shandong. Sin embargo, esta fue la batalla moderna más grande de Asia hasta ese momento, puesto que incluyó operaciones navales, la participación de grupos comando y barcos de guerra equipados con hidroaviones. Para 1914 el ejército japonés contaba con 250.000 hombres y 1.500.000 en caso de movilización general. Por su parte, la Armada Imperial Japonesa (Dai-Nippon Teikoku Kaigun) sumaba un total de 460.000 T.m. siendo una de las primeras cinco del mundo. En general, las fuerzas japonesas carecían de armamento de última generación, pues faltaba artillería pesada. Concretamente para la batalla en Shandong los japoneses dispusieron de una fuerza naval muy poderosa en la que destacaban 5 acorazados y un portaaeronaves equipado con hidroaviones. A eso se sumaba una importante dotación de artillería, infantería y caballería. Los británicos añadieron a la fuerza atacante el acorazado Triumph, movilizado desde Hong Kong, y 4 destructores desde Wei Hai Wei. El Reino Unido apoyó también a Japón con unos 1.500 hombres. Esta ayuda inglesa se debió más al deseo del Almirantazgo de quedarse con los buques alemanes capturados y evitar que Japón tuviera todo el crédito de la victoria, que a una genuina solidaridad. Las fuerzas japonesas y sus refuerzos británicos estaban bajo el mando del general Mitsuomi Kamio. 38 Los alemanes, por su parte, contaban con fuerzas eficientes pero reducidas, en claro contraste con sus poderosos y gigantescos ejércitos en Europa. La situación alemana en el Lejano Oriente era muy delicada, sus colonias estaban muy dispersas, eran muy pequeñas y la Marina Imperial Alemana (Kaiserliche Marine) no estaba a la altura de la Royal Navy, de manera que no podía defenderlas. Las fuerzas navales alemanas estacionadas en Qingdao estaban constituidas por 2 cruceros pesados, 3 cruceros ligeros, 6 cañoneras y un destructor. En tierra, la base tenía imponentes baterías y la guarnición defensora se componía de cerca de 4.000 hombres. Es digno de destacar que la Escuadra de Asia Oriental de la Kaiserliche Marine, al mando de Maximilian von Spee, salió de Qingdao justo antes de la batalla, intentando salvar la mayor parte de su flota del cerco anglo-japonés, a la vez que pretendió proteger las Islas Marianas de un ataque británico. El 14 de noviembre von Spee se enfrentó a la flota británica frente a las costas de Chile en la batalla de Coronel. En el combate fueron hundidos 2 acorazados británicos, pero la flota de von Spee sería derrotada en las Islas Malvinas, y él mismo moriría, el 8 de diciembre de 1914. Al inicio de la guerra, el gobernador Meyer-Waldeck tomó una estrategia defensiva, concentrando la mayor cantidad de hombres y armas en Qingdao. Meyer-Waldeck desarmó todos sus barcos disponibles, y bajó su munición y tripulaciones a tierra, incluida la del crucero austro-húngaro Kaiserin Elizabeth. Los alemanes, además, minaron toda la rada del puerto. La batalla se inicio formalmente el 30 de agosto, cuando los japoneses bloquearon Qingdao. Desde ese momento hasta finales de septiembre, la lucha se caracterizó por una tenaz, aunque poco efectiva, defensa alemana que no pudo contener el ordenado avance japonés a pesar de las complicaciones que varios tifones les ocasionaron a los atacantes; como la pérdida de un destructor. Para el 21 de septiembre llegaron los refuerzos terrestres británicos al mando del Brigadier-General Nathaniel Walter Barnardiston. En la noche del 27 al 28 de septiembre ocurre el episodio más violento de todo el asedio: la batalla de la Colina Prinz Heinrich. Esta colina era mucho más alta que su entorno y ofrecía un punto de vigilancia excelente para coordinar el disparo de la artillería, por lo que Meyer-Waldeck dispuso en ella un puesto de observación muy bien defendido. 39 Esa madrugada el clima volvió a empeorar, y los japoneses aprovecharon la oscuridad y el ruido del tifón para cavar muy silenciosamente escalones en una ladera de la colina. Gracias a esto, a la mañana siguiente la infantería japonesa estaba lista para el ataque al abrigo de una cornisa. El asalto japonés fue muy virulento ya que se valió del factor sorpresa; aún así, el combate duró todo el día, hasta que el oficial alemán al mando decidió negociar la rendición. Para su sorpresa, los japoneses ignoraron la bandera blanca y continuaron el asalto. Al obtener el emplazamiento, la artillería japonesa obtuvo una ventaja decisiva. Durante el mes de octubre, los japoneses e ingleses estrecharon el cerco sobre Qingdao y continuaron su avance pese a más complicaciones causadas por tifones, como la muerte de 25 japoneses al inundarse la vía férrea. En la primera semana de noviembre el avance japonés se hizo imparable, aún así, Meyer-Waldeck estaba decidido a resistir hasta el final. El 5 de noviembre la flota combinada destruyó las últimas baterías costeras, y para el 6 los japoneses y británicos asaltaban la última línea de defensa alemana con suerte diversa en cada sector. Aquí se produjo un evento, digamos, curioso, “Un teniente alemán que dirigía a una compañía de infantería espada en mano se encontró con un capitán japonés que atacaba también con la espada de samurái en sus manos; como si fuera un combate de otra época ambos hombres iniciaron un duelo a espada ante la atónita mirada de los soldados de ambos bandos. Finalmente, el japonés mató al oficial alemán, lo que hizo que la tropa se rindiera”13 Esta anécdota nos muestra la determinación de ambos ejércitos por alzarse con la victoria, además de indicar qué tipo de valores caballerescos se observaban aún en el mundo industrial. Muy acorde con esta mentalidad, Alfred Meyer-Waldeck salió de un reducto y rindió Qingdao la mañana del 7 de noviembre de 1914. 13 Sin autor, “Japón y la Pri…” (Revisado el 10 de marzo de 2009) On line 40 Los alemanes padecieron 493 bajas (199 muertos) y 3600 soldados fueron hechos prisioneros; los japoneses, por su parte, sufrieron 2300 bajas (715 muertos) y perdieron un crucero ligero, un destructor, una lancha torpedera y 2 minadores; finalmente, los británicos contaron 83 bajas (16 muertos). Es curioso lo que la propaganda de guerra mostró de esta batalla; mientras que en Alemania se sostuvo que Qingdao cayó al precio de 12000 muertos para los aliados, en Gran Bretaña se presentó como una gran victoria producto de la estrecha colaboración de Japón, al tiempo que en el país asiático se mostró como una prueba de que el espíritu superior del combatiente nipón era invencible y que por eso se había ganado, sin tomar en cuenta la abrumadora ventaja material y humana con que había contado Japón. Pero esta propaganda estaba muy lejos de la realidad. Resulta muy revelador que ya en el propio campo de batalla Gran Bretaña y Japón comenzaran a tener asperezas. Hacia el 2 de octubre las siguientes noticias se muestran elocuentes: “En este momento se produjeron incidentes entre las fuerzas japonesas y británicas, en primer lugar motivados por diferencia de criterios: los británicos demandaban que la artillería japonesa respondiera al fuego alemán, mientras que Kamio estaba reservando la artillería para la fase final del asedio. Por otro lado, los soldados en las trincheras no llegaban a diferenciar el alemán del inglés y se produjeron incidentes armados entre las tropas (lo que se solventó obligando a los soldados ingleses a llevar puestos abrigos japoneses). Junto a ello, la diferencia en procedimientos (incluso sanitarios), alimentación, y la típica arrogancia británica estuvo a punto de causar un serio revés en la moral de las tropas. Curiosamente, la Royal Navy no experimentó este tipo de problemas y sus fuerzas se integraron a la perfección con sus homólogos japoneses.”14 Estos hechos se unieron a otros, como las excesivas bajas británicas y que la Royal Navy reclamara para sí todos los barcos capturados, dejándole sólo a Japón la base naval. Estos factores nos muestran lo incómodo de las relaciones anglo-japonesas por debajo de la alianza formal, y cómo ambas naciones se tenían desconfianza. La armónica convivencia de 14 Ídem 41 la Marina Real Británica y la Armada Imperial Japonesa fue sólo una pequeña excepción provocada por la formación totalmente inglesa de la fuerza naval nipona. La tensión anglo-japonesa se incrementó en los meses siguientes, cuando el Reino Unido le pidió a Japón que le vendiera el crucero de batalla Kongo, lo cual fue tomado como un insulto por el gobierno japonés. “El orgullo nacional japonés fue insultado por las peticiones británicas de 1916 para comprar su moderno crucero de batalla clase Kongo, con el fin de tener equipos británicos que desplegar con la Gran Flota para reemplazar sus pérdidas de guerra. En la Armada Imperial Japonesa no sólo vieron la asignación de personal de barcos japoneses para equipos británicos como un insulto a la nación y la eficiencia de su propia flota, sino que también pensaron que la pérdidas de buques, incluso temporalmente, eran un revés a la expansión naval japonesa, fundamentada en el plan 8:8, destinado a proveer una flota de guerra poderosa que igualara la fuerza naval de Estados Unidos.”15 En resumidas cuentas, esta batalla puso en manos japonesas casi todo el imperio colonial alemán de Asia y el Pacífico, demostró, de nuevo, a las naciones occidentales la fuerza militar de Japón y también inquietó tremendamente a sus aliados británicos. I-C.2) Operaciones en el Pacífico Paralelamente a la huida de la flota de Maximilian von Spee y al asedio de Qingdao, las fuerzas navales de Australia, Nueva Zelanda y Japón convergieron sobre las posesiones alemanas del Pacífico occidental. Los australianos y neozelandeses concentraron sus ataques sobre la Nueva Guinea Alemana, el Archipiélago de Bismarck, Nauru, la Samoa Alemana y las Islas Salomón, también alemanas. Por su parte, los japoneses atacaron las Islas Marshall, Marianas, Carolinas y Palau que estaban más cercanas a su territorio 15 Field, A., Royal Navy Strategy in the Far East, Frank Cass edit., Londres, 2004, p.19 42 metropolitano y a Taiwán. Esta campaña naval de Japón se hizo extremadamente sencilla una vez que la escuadra de von Spee se alejó hacia Sudamérica, y que la escuadra anglojaponesa bloqueara Qingdao. Sin patrullas navales alemanas en la zona, los japoneses ocuparon rápidamente una isla tras otra, sin encontrar resistencia real. Para el 6 de octubre ya todas las posesiones alemanas al norte del Ecuador estaban en manos niponas. Esta maniobra militar quizá sea la menos documentada de toda la Primera Guerra Mundial, aunque terminó transformando totalmente todo el equilibrio estratégico en el Pacífico. Como señalamos más arriba, las posesiones alemanas, al encontrarse tan lejos de su metrópoli, eran difíciles de defender, y tenían poca importancia económica; pero con una metrópoli más cercana y con mayor fuerza naval, se volvían excelentes bases para controlar el comercio entre Asia, América y Australia, además de ser mercados suplementarios de Corea, China y Taiwán para la industria japonesa. Evidentemente, la campaña del Pacífico contra las colonias japonesas le daba sentido al ataque contra Qingdao. Resulta interesante que ya en ese momento, Australia y Nueva Zelanda empezaron a presionar a Gran Bretaña para que contuviera a Japón. “Sin embargo, el empleo de barcos japoneses había provocado una respuesta mixta en Australia y Nueva Zelanda. Aunque agradecidos por la contribución japonesa, los gobiernos de los Dominios eran temerosos de la expansión japonesa hacia sus territorios y desaprobaban la ocupación de las posesiones alemanas de las islas Marshall, Marianas y Gilbert, y especialmente la importante estación de cables de la isla de Yap.”16 La Armada Imperial Japonesa seguiría activa en aguas del Pacífico y el Índico hasta el final de la guerra. Ayudó a trasladar tropas ANZAC (Australian and New Zelandian Army Corps) a Mesopotamia, participó en la caza del crucero ligero alemán Emden, y hasta ayudó al ejército británico a reprimir un motín en Singapur, en febrero de 1915. 16 Ibídem., p.19 43 I-C.3) Patrullaje en el Mediterráneo La alianza anglo-japonesa no obligaba al país asiático a entrar en una guerra europea, ni siquiera en su apéndice colonial, mucho menos a enviar fuerzas a Europa. Teniendo Japón ambiciones de una hegemonía regional, resultaba muy poco creíble que los japoneses enviaran tropas a occidente para continuar la lucha con Alemania. El mismo Barón Kato, Ministro de Asuntos Exteriores de Japón, expresó el 19 de noviembre de 1914 lo siguiente: “Si nos hemos visto obligados al combate con Alemania, es porque deseamos el mantenimiento de la paz en Oriente. Pero ¿qué necesidad hay de enviar tropas japonesas a Europa si allí no tenemos intereses directos desde el punto de vista de la seguridad de nuestro país y de la paz en Oriente? Por estas razones, me opongo al envío de tropas a Europa”17 Sin embargo, hacia 1916-1917, la guerra submarina llegó a extremos de brutalidad nunca vistos, y el Almirantazgo británico requirió a su gobierno que le solicitara formalmente su ayuda a Japón. Los japoneses no aceptaron movilizar a las primeras de cambio una parte de su flota, ni disminuir la capacidad defensiva de su nación. Llegaron, incluso, a enviar oficiales a Europa para verificar el desgaste alemán y, sólo así, el gobierno nipón aceptó enviar ayuda, pues aún a comienzos de 1917 no había seguridad de que Alemania pudiera ser, finalmente, vencida. Evidentemente, la decisión de enviar fuerzas a occidente fue meramente política, puesto que, aunque Alemania hubiera vencido en Europa, la destrucción de su flota después de la batalla de Jutlandia (1916), le hubiera hecho casi imposible lanzar una contraofensiva en el Lejano Oriente contra Japón. Es lógico pensar, en consecuencia, que Japón decidió enviar parte de su armada al Mediterráneo para poder tener un mayor peso en la futura repartición del mundo tras el conflicto. No es casualidad que los acuerdos secretos con Reino Unido y Francia, que le 17 Sin autor, “Japón y la Pri…” (Revisado el 10 de marzo de 2009) On line 44 aseguraban sus ocupaciones en el Pacífico y la transferencia de todos los territorios y privilegios alemanes en China, daten de los primeros meses de 1917: “Sumamente deseoso de asegurar los antiguos derechos económicos alemanes y sus empresas en Shandong y anexionar formalmente las antiguas islas alemanas al norte del Ecuador, Japón lanzó audaces maniobras diplomáticas para asegurarse el éxito en la conferencia de paz posterior a la guerra. Los amargos recuerdos de la Intervención Tripartita de 1895 aún estaban grabados en los corazones de los funcionarios del Ministerio de Relaciones Exteriores cuando una coalición de imperialismos europeos después de la guerra había forzado a Japón a devolver territorios tomados en la guerra chino-japonesa. A comienzos de 1917, Japón aceptó escoltar a los convoyes aliados en el Océano Indico y el Mediterráneo a cambio de confidenciales garantías de Gran Bretaña, Francia, Rusia e Italia que respaldaran las demandas de Tokio sobre Shandong y las islas del Pacífico.”18 La flota japonesa destinada a Europa salió de Singapur el 11 de marzo de 1917. Estaba a su mando el Almirante Sato, y se componía del crucero Akashi y 8 destructores. En su camino por el Océano Indico los japoneses tuvieron varios encuentros con corsarios alemanes hasta que, al fin, alcanzaron el Canal de Suez. El 10 de abril Sato recibió una solicitud de escolta para el barco de transporte HMS Saxon, en ruta desde Port Said a Malta. La escolta fue encargada a dos destructores, mientras el resto de la flota se dedicó a la caza de submarinos alemanes en la zona. Los barcos japoneses fueron de gran ayuda para Francia, país que por aquellos meses había sufrido las batallas de Arras, Chemin des Dames y Champagne. El crucero y los 8 destructores permitieron el traslado directo de tropas desde Egipto hasta Francia sin escalas en Malta. El 4 de mayo, el buque de transporte HMS Transilvania fue torpedeado por un submarino alemán frente a la costa francesa. Los destructores Sakaki y Matsu acudieron al rescate, salvando a unos 2500 marineros británicos. De los 3000 hombres a bordo solo perecieron 413, siendo el resto rescatado por otros barcos japoneses, así como franceses e italianos. Ese mismo día, el Almirantazgo telegrafió a Sato, agradeciéndole formalmente el 18 Burkman, T., Ob. cit., p. 6 45 rescate. Es de suponer el enorme peso político que el rescate del Transilvania tendría en las negociaciones venideras. En junio, el Akashi fue relevado por el crucero Izumo y se enviaron a la zona otros destructores para reforzar al grupo de combate. Por esa fecha, los alemanes incrementaron sus ataques submarinos, lo que ocasionó que la Royal Navy le cediera dos cañoneras y dos destructores a la Armada Imperial Japonesa, lo que elevó el número de buques con bandera japonesa en la zona a 17. Para 1918, varios combates decisivos se estaban llevando a cabo en el norte de Francia, lo que requirió un traslado masivo de soldados desde el Medio Oriente a Europa (pues ya el Imperio Otomano estaba siendo vencido). Las unidades japonesas escoltaron a los transportes, realizando innumerables misiones entre abril y mayo. Después, prestaron escolta a los traslados británicos de Egipto a Grecia. La escuadra japonesa permaneció en aguas europeas hasta 1919. Después de que se firmara el armisticio, los barcos japoneses supervisaron la rendición de la flota alemana, trasladándose 2 destructores y el crucero Izumo a la base naval británica de Scapa Flow para vigilar los barcos alemanes. En Scapa Flow también prepararon el regreso a Japón junto a 7 submarinos alemanes entregados como botín de guerra. Por otra parte, cuatro destructores partieron a Brindisi para supervisar la rendición de la flota mediterránea de Alemania y Austria-Hungría, mientras que el crucero Nisshin y el resto de los destructores fueron hacia Estambul. A fines de marzo, la flota de Sato con los submarinos navegó hasta Malta. Desde esta isla el transporte Kwanto, el Nisshin y varios destructores iniciaron el regreso a Japón, a donde llegaron el 18 de junio de 1919. El resto de la flota zarpó el 5 de mayo, llegando a Yokosuka el 2 de julio de ese mismo año. Para el final de la guerra, los japoneses habían escoltado 788 barcos, se habían enfrentado a los submarinos austriacos y alemanes 34 veces y habían sufrido daños únicamente en dos destructores. En resumen pues, como bien sintetiza Margarita Escobar: “Con esas operaciones militares, Japón reforzaba su presencia en el Pacífico en menoscabo del imperialismo occidental.”19 19 Escobar, M., Ob.cit, p. 47 46 Estas acciones tuvieron su recompensa para Japón, como comenta el historiador Eduardo Camps, “La participación japonesa en el patrullaje del Mediterráneo, también durante la Primera Guerra Mundial, le había dado acceso a los más importantes tratados firmados después del conflicto y un puesto importante en la recién creada Liga de las Naciones.”20 Sin importar en que teatro de operaciones combatieran las fuerzas japonesas, cada una de sus acciones tenía un solo objetivo: aumentar y consolidar su imperialismo en Asia y el Pacífico en detrimento de los occidentales. Sus ambiciones no quedaron ocultas ante las potencias de Occidente, que pronto tomarían acciones para restablecer el equilibrio resquebrajado en la región. 20 Eduardo Camps, Historia de Japón, 1450-1990 en “Historia de Japón” en http://www.eduardocamps.com (Revisado el 10 de marzo de 2009) On line 47 II) Impacto en Gran Bretaña y Estados Unidos ante la participación japonesa en la Primera Guerra Mundial. Tras el ultimátum japonés a Alemania, en agosto de 1914, se produjeron diversas reacciones entre las grandes potencias del mundo. De todas ellas nos interesan particularmente las del Reino Unido y Estados Unidos. Para entender mejor las reacciones de británicos y estadounidenses ante la entrada de Japón en la contienda, debemos revisar cómo fueron los contactos de estos dos países con Japón desde un tiempo antes. II-A) Relaciones Japón-Reino Unido desde la Restauración Meiji hasta la Conferencia de París Desde los mismos comienzos de la Restauración Meiji en 1868, las relaciones británico-japonesas fueron un caso aparte en el marco de la interacción de Japón con las potencias occidentales. Gran Bretaña fue la potencia que más ayudó en el proceso de industrialización de Japón; fue el sistema parlamentario inglés el que tomaron como ejemplo los líderes del gobierno Meiji para organizar su país; fueron también los británicos los que construyeron los barcos de la Armada Imperial Japonesa y entrenaron a sus marinos; fue, así mismo, Gran Bretaña la primera potencia que eliminó su tratado desigual de comercio con Japón; y, más importante aún, fue Reino Unido el primer país occidental que firmó una alianza militar con Japón. Podemos decir, entonces, que el Reino Unido fue para Japón un verdadero puente hacia el concierto de las grandes potencias en la segunda mitad del siglo XIX y los primeros años del XX. Pero las relaciones entre ambos países, de 1868 a 1919, supusieron un largo y complejo proceso que se divide en varias etapas, con características propias que deben ser estudiadas por separado. Con este, entendemos necesario, recuento de la historia diplomática, comprenderemos mejor la situación con la que se encontraron los diplomáticos japoneses en la Conferencia de Versalles de 1919 y la Conferencia de Washington de 1922. 48 II-A.1) Relaciones británico-japonesas desde la Restauración Meiji hasta la Alianza Anglo-Japonesa de 1902 Las relaciones entre Gran Bretaña y Japón de 1868 a 1902 se caracterizaron por un continuo acercamiento de los dos países, quizá estimulado por la admiración hacia el Reino Unido de los líderes Meiji, que tomaron ejemplo de la organización política y naval inglesa. Por su parte, el Reino Unido vio con creciente simpatía cómo aquel lejano país asiático imitaba su cultura, se modernizaba y progresaba; es decir, se “civilizaba” desde el particular punto de vista inglés. Este período está marcado por varios acontecimientos que debemos tomar en cuenta. La Misión Iwakura visitó el Reino Unido en 1872 como parte de su largo viaje por Estados Unidos y Europa. Está misión se compuso de relevantes líderes políticos japoneses que recorrieron los países más poderosos de ese entonces para aprender todo lo que fuera útil para la nación asiática. Fue esta avanzadilla diplomática la que trajo al Japón Meiji los conocimientos y herramientas teórico-políticas para transformar al país. La Misión Iwakura fue determinante para la adopción del sistema parlamentario inglés en la década siguiente, así como un derecho civil al estilo francés y una constitución muy beneficiosa para el emperador, en este caso siguiendo el estilo prusiano. Los efectos de la Misión Iwakura no tardaron demasiado en verse. Para el año siguiente observamos otro acontecimiento destacado: la apertura del Colegio Imperial de Ingeniería, con el inglés Henry Dyer como director. Este hecho representa sólo una muestra de cómo por aquella época Japón se llenó de asesores y técnicos occidentales, siendo los ingleses los más numerosos. En 1891 otro suceso se hizo relevante, la fundación de la Japan Society of London por parte de Arthur Diosy, que se dedicó a fomentar las relaciones culturales entre Japón y Gran Bretaña, llegando a desempeñar un papel muy importante durante los años de la alianza anglo-japonesa. En 1894 se firmó el Tratado Anglo-Japonés de Comercio y Navegación que abolía la extraterritorialidad en Japón para los súbditos británicos. Este tratado fue el principio del fin de los “Tratados Desiguales” de comercio entre Japón y las potencias de occidente. Como los últimos factores destacados de este período antes de la alianza anglo-japonesa debemos reseñar la negativa británica a participar en la intervención de potencias que limitó las ganancias japonesas tras la guerra con China (la Intervención Tripartita de Alemania, Francia y Rusia) y la participación de grandes fuerzas japonesas, junto a los occidentales, 49 en el sofocamiento de la rebelión Bóxer en China (1900). Estos tres últimos acontecimientos acercaron mucho a Gran Bretaña y Japón, y sentaron las bases para la posterior alianza. Creemos imprescindible, en consecuencia, analizarlos detenidamente. En el capítulo anterior mencionábamos la Intervención Tripartita que limitó la expansión japonesa tras la guerra chino-japonesa de 1894-1895. Podemos decir que en 1895 Japón obtuvo una aplastante victoria militar sobre China, y que con el Tratado de Shimonoseki obtuvo de aquella el reconocimiento de la independencia de Corea, la cesión de Taiwán, la península de Liaodong, una cuantiosa indemnización y varias ventajas comerciales. Sin embargo, esta victoria inesperada no agradó para nada a Rusia, que tenía intereses vitales en el área, en virtud de que Manchuria, Corea y la península de Liaodong constituían salidas naturales para Rusia hacia mares cálidos libres de hielo, lo cual complementaba sus escasas ventanas hacia el mar en Europa. Fueron esos intereses especiales de Rusia los que atrajeron a Alemania y Francia. Alemania animó a Rusia a “poner en su lugar” a Japón en función de esos intereses primordiales: canalizar el expansionismo ruso hacia el Lejano Oriente, suavizando así las relaciones ruso-alemanas y austro-rusas en los Balcanes; buscar un acercamiento con Rusia que disminuyera la amenaza de un cerco franco-ruso, e intentar arrancarle alguna concesión territorial a China al quitarle de encima a este último país la amenaza japonesa. Por su parte, Francia se vio arrastrada a intervenir por la simple razón de apoyar a su aliado ruso y no dejarle toda la iniciativa a los alemanes pero, obviamente, también buscaba ventajas en China. De forma concisa, podemos decir que la Intervención Tripartita hizo que Japón se llevara un “botín incompleto”, el primero de varios, tras una completa victoria militar. Renunció a ocupaciones de cualquier tipo en el continente chino, teniendo que conformarse con la anexión de Taiwán, las Islas Pescadores y una indemnización aumentada. Por su parte, las tres potencias, como dijimos en el capítulo anterior, aprovecharon para obtener de China, en 1897, los enclaves de Port Arthur (para Rusia), Jiaozhou (para Alemania) y Zhanjiang (para Francia). El impacto de la Intervención Tripartita en Japón fue inmenso. La clase gobernante y el pueblo en general se resintieron con las potencias occidentales y el país entero llegó a la conclusión de que la modernización de su sociedad no era suficiente para alcanzar la igualdad con las potencias occidentales. Pensaron que sólo el lenguaje de la fuerza era el que sus enemigos entenderían, y por ello se determinaron a superar el poder 50 militar de los europeos y norteamericanos. Es de destacar que los japoneses le agradecieron mucho a Gran Bretaña el hecho de haberse mantenido al margen de la intervención en su contra. Ahora bien, ¿por qué los británicos no participaron en la intervención? Por azares de la geopolítica, y para fortuna de los japoneses, Reino Unido tenía los mismos enemigos que Japón. Analicémoslos brevemente uno a uno. Francia era, desde al menos el siglo XVIII, el mayor rival de Londres en la carrera colonial; sus avances desde 1871 eran causa de una gran preocupación para los británicos. Las más recientes adquisiciones de Francia en Asia amenazaban la rentabilidad del comercio británico y la estabilidad del imperio en esa zona del mundo. Era entendible, por tanto, que Gran Bretaña vigilara muy de cerca los pasos de Francia y que desconfiara de cada uno de sus movimientos. Por otra parte, Rusia era el mayor imperio terrestre de Eurasia y del mundo. Su extenso territorio y sus puntos de presión imperialista afectaban los intereses británicos en lugares tan distantes entre sí como los Balcanes, Persia, Asia Central, Tíbet y el norte de China. Además, para complicar más las cosas, Rusia era aliada de Francia desde 1871, constituyéndose así un binomio marítimo-terrestre capaz de poner en serias dificultades al Imperio Británico en caso de guerra. Por último, quizá la más amenazante de las tres potencias en cuestión, era Alemania. Esta nación, desde su unificación en 1871, se había convertido en el mayor rival comercial y naval del Imperio Británico lo que, unido a las manifiestas ambiciones de dominación mundial del Káiser Guillermo II, creó gran alarma entre los políticos británicos. Era evidente, pues, que Gran Bretaña jamás apoyaría una repartición de China tramada por sus tres mayores competidores. A tal circunstancia debemos añadir la simpatía que Japón despertaba ya por esos años entre la clase gobernante británica. Fue esta coincidencia de intereses estratégicos entre japoneses y británicos lo que condujo a la alianza de 1902, pero aún faltaba otro punto de coincidencia, la colaboración de Japón con occidente durante la rebelión Bóxer. En 1899 estalló en China la rebelión Bóxer, que buscaba la liberación de ese país del yugo económico y político de occidente. En junio de 1900 los bóxers y algunas tropas imperiales atacaron y pusieron bajo asedio a las legaciones occidentales en Tianjin y Pekín. Es de destacar la masacre del personal diplomático alemán, incluido el propio embajador. Hasta agosto de ese mismo año, las embajadas de Austria-Hungría, Gran Bretaña, Japón, Estados Unidos, Francia, Países Bajos y Rusia estuvieron cercadas. Ese mes, una fuerza 51 multinacional integrada por japoneses, rusos, británicos, franceses, estadounidenses, alemanes, italianos y austro-húngaros, además de 5000 chinos contrarios a los bóxers, ocupó las ciudades afectadas, liberó las legaciones asediadas y terminó ahogando en sangre la rebelión nacionalista y xenófoba en China. A esta coalición se le llamó “Alianza de las Ocho Naciones”. Es de destacar la estrecha cooperación de Japón hacia las potencias occidentales, en especial con Gran Bretaña, al enviar el contingente más numeroso, que funcionó a la perfección bajo el mando del general británico Alfred Gaselee. Además de eso, Japón fue la potencia que se mostró más moderada en sus exigencias a China después de aplastar la rebelión. Esto quizás les haya otorgado confianza a los diplomáticos británicos de que las ambiciones japonesas eran canalizables y de que Japón podía ser un aliado útil contra sus competidores. En el cierre de este período hay que señalar el punto cumbre de las relaciones anglo-japonesas: la firma de la alianza anglo-japonesa de 1902. Para empezar, es importante explicar que lo que llamamos en bloque “Alianza Anglo-Japonesa” no fue un único tratado, sino tres, que datan de fechas distintas, 1902, 1905 y 1911, y que respondieron a situaciones geopolíticas diferentes. Aunque los tratados firmados en 1905 y 1911 fueron formalmente renovaciones revisadas de la alianza original, los cambios en el escenario internacional y la actitud entre los firmantes fueron tan relevantes que bien podríamos hablar de “las alianzas anglo-japonesas”. En una primera parte, nos centraremos en la de 1902, pues las de 1905 y 1911 constituyen episodios aparte en la historia de las relaciones entre Japón y el Reino Unido. La Alianza Anglo-Japonesa fue firmada originalmente el 30 de noviembre de 1902 en Londres, y contenía los siguientes puntos principales: “Artículo 1 Las altas partes contratantes, habiendo reconocido mutuamente la independencia de China y Corea, declaran estar completamente libres de la influencia de tendencias agresivas en cualquier país, teniendo en miras, sin embargo, sus intereses especiales, de los cuales de Gran Bretaña se relacionan principalmente a China, aunque Japón, además de los intereses que posee en China, está interesado en un grado peculiar, políticamente así como comercial e industrialmente en Corea, las altas partes contratantes reconocen que será admisible para ambos tomar ciertas medidas indispensables para salvaguardar esos intereses si son amenazados por la acción agresiva de cualquier otra potencia, o por 52 perturbaciones que se levanten en China o Corea, haciendo necesaria la intervención de ambas altas partes contratantes para la protección de las vidas y propiedades de sus súbditos. Artículo 2 Declaración de neutralidad si cualquier signatario se involucra en la guerra a través del Artículo 1. Artículo 3 Promesa de apoyo si cualquier signatario se involucra en la guerra con más de una potencia. Artículo 4 Los signatarios prometen no entrar en acuerdos separados con otros poderes en perjuicio de esta alianza. Artículo 5 Los signatarios se comprometen a comunicarse franca y totalmente entre sí cuando cualquiera de los intereses afectados por este tratado esté en riesgo. Artículo 6 El tratado permanecerá en vigor por cinco años y entonces a un año se avisará para su renegociación, a menos que se notifique el final del mismo durante el cuarto año.”21 21 Sin autor, Ob. Cit., (Revisado el 10 de marzo de 2009). On line. 53 En resumen, el documento contenía un reconocimiento mutuo de los intereses imperialistas de Gran Bretaña y Japón en China y de Japón en Corea, además de crear un mecanismo de defensa contra alguna coalición enemiga, aunque no así para una guerra de uno contra uno. Es necesario que veamos la alianza desde la perspectiva de cada potencia firmante. Desde la óptica inglesa podemos observar que Gran Bretaña tenía serías preocupaciones por la expansión de potencias rivales europeas alrededor del mundo y que se estaba empezando a sentir amenazada en el Lejano Oriente por más de un competidor. Es muy probable que la Intervención Tripartita contra Japón en 1895 causara grandes desconfianzas en el gobierno británico. No debemos olvidar, por otra parte, y en este mismo contexto, el sistema de alianzas en Europa para aquel entonces: como ya mencionamos, desde 1871 Rusia y Francia estaban aliadas, constituyendo un binomio terrestre-naval muy amenazador para el Imperio Británico; además de eso, desde 1882 la Triple Alianza agrupaba a Alemania, Austria-Hungría e Italia, otorgándole a los alemanes un importante respaldo en Europa, lo que les permitía tener más libertad de acción en escenarios coloniales. Esta situación se hacía aún mas comprometedora porque Gran Bretaña se encontraba sin ningún aliado en el continente europeo o fuera de él, siendo Estados Unidos, para ese momento, únicamente un importante socio comercial, cuya política aislacionista y de no compromiso hacía desconfiar a los líderes británicos. “Había habido un crecimiento inmenso de las armadas del mundo: Rusia, los Estados Unidos, Francia y Alemania ahora tenían formidables fuerzas navales y Gran Bretaña no podía más permitirse el segundo lugar de construcción contra las próximas dos flotas más fuertes. Además estaba el aspecto político: Rusia y Francia eran aliados; y Rusia estaba enviando gran parte de su flota a aguas de Asia Oriental. Esto presentó un problema para la escuadra de China de Gran Bretaña, la unidad más costosa que tuvo que operar.”22 Podemos considerar que Gran Bretaña era la mayor potencia colonialista del mundo, que la base de su poder era el dominio del comercio transoceánico, amparado en la mejor armada existente, pero en los últimos treinta años del siglo XIX la ventaja sobre sus competidores se había acortado tremendamente. Además, el Imperio Británico poseía las 22 Ian Nish, “The First Anglo-Japanese Alliance Treaty”, Simposio conmemorativo del Centenario de la Alianza Anglo-Japonesa, Londres 22 de febrero de 2002, p. 3, en “Anglo-Japanese Alliance”, en “International Studies”, en “Publications”, en http://sticerd.lse.ac.uk/ (Revisado el 10 de marzo de 2009) On line 54 fuerzas terrestres más reducidas de las grandes potencias. En definitiva, el “Espléndido Aislamiento” y su política de darle la espalda a Europa para concentrarse en el escenario colonial, se había vuelto peligrosa e insostenible. Ahora bien, si Gran Bretaña necesitaba un aliado, ¿por qué elegir Japón? Podríamos pensar que sería más coherente que los ingleses buscaran un aliado occidental. Veamos, en este sentido, qué clase de aliado necesitaba el Reino Unido entre 1895 y 1902. Como se mencionó en el capítulo anterior, en África reinaba una cierta tranquilidad entre las potencias coloniales desde la Conferencia de Berlín de 1884-1885, que había repartido el continente; en América, los británicos habían ido aceptando poco a poco la Doctrina Monroe y le habían cedido el Caribe y Centroamérica a Estados Unidos, llegando Washington y Londres a cierto entendimiento (no exento, en cualquier caso, de roces como los de 1899 y 1902 por Venezuela); en el Medio Oriente la situación con el Imperio Otomano estaba controlada, restando únicamente como áreas de preocupación y disputa para los británicos el Lejano Oriente y la frontera norte de India. Ambas zonas estaban recibiendo presión por parte del Imperio Ruso desde mediados del siglo XIX (recordemos el llamado “Gran Juego” entre Gran Bretaña y Rusia por Asia Central), hecho que causaba gran preocupación en Londres. En el caso de la disputa por Asia central la preocupación se debía a la posibilidad muy clara de amenazar India, territorio que obtendrían los rusos si toda la región caía en sus manos. Por esta razón Afganistán quedó consolidado como otro “Estado Almohada” más en el mundo de aquel entonces. Por su parte, en China Gran Bretaña venía disfrutando de una posición dominante desde las guerras del opio, si bien en las últimas décadas la competencia del resto de Europa la amenazaba, particularmente la de Rusia. Hasta 1895 el resto de las potencias había mantenido una actitud más o menos prudente, pero la Intervención Tripartita lo cambió todo, mostrándose una voracidad en Rusia, Alemania y Francia no vista anteriormente. Es muy posible que en Londres vieran el fantasma de la formación de un “gran eje terrestre” París-Berlín-San Petersburgo. Si Gran Bretaña tenía en Asia sus mayores preocupaciones, en Rusia su mayor amenaza, y si en Europa no podía contar con Francia, por ser su mayor competidor histórico y por ser ella misma aliada de Rusia, ni con Alemania (por la agresividad manifestada por Guillermo II y porque este país buscaba aislar a Francia y no enemistarse con Rusia), ni fuera de Europa con Estados Unidos, debido al aislacionismo de los gobiernos republicanos y su rotunda 55 negativa a involucrarse en los sistemas de alianzas de Europa, entonces Londres debía buscar un aliado con una sólida presencia en Asia, con un gran poder marítimo y que fuera enemigo de Rusia. Sólo Japón cubría esos precisos requerimientos. En este orden de cosas, debemos observar ahora la óptica japonesa de la situación, y de qué manera llegó Japón a la alianza. Para Japón fue un golpe muy duro que Francia, Alemania y Rusia limitaran sus ganancias tras la guerra con China; sus líderes obtuvieron la convicción de que sólo fortaleciendo sus fuerzas armadas obtendrían el respeto de occidente. No olvidemos, en este sentido, que casi un 63% de la indemnización pagada por China fue usada para comprar armas. Los líderes Meiji estaban resueltos a convertir Japón en una potencia y lograr el respeto de Occidente, por lo cual necesitaban a un aliado formidable, con gran poder naval, que complementara las carencias de una Armada Imperial Japonesa aún en desarrollo, y que tuviera un gran prestigio mundial, para que, de esta manera, su alianza fuera un disuasivo para sus enemigos, como Rusia y, en menor, medida Estados Unidos y que, finalmente, fuera también un serio enemigo de Rusia. En este caso, únicamente Gran Bretaña cumplía tales especificaciones. Más allá de la “simpatía” que existiera entre japoneses y británicos, no puede afirmarse, sin embargo, que la alianza se forjara sólo por emociones encontradas entre los pueblos y los líderes. Resulta más racional, e histórico, atribuir el surgimiento de la alianza anglo-japonesa a la coincidencia de intereses estratégicos entre los dos países. “No había ninguna fatalidad sobre la alianza. Gran Bretaña y Japón no eran socios naturales. Los estadistas involucrados no se precipitaron en esta nueva política; opciones y alternativas fueron consideradas por ambos lados. Efectivamente había grupos de presión a favor y en contra en cada país; y había pruebas de renuencia y precaución. Pero el consenso fue alcanzado al final.”23 A pesar de lo que nos dice Nish en el fragmento arriba presentado, aunque Gran Bretaña y Japón no fueran “socios naturales” desde el punto de vista cultural, sus armadas sí lo eran. Esta circunstancia es reconocida por el propio autor: “Japón había construido sustancialmente desde 1895 usando la indemnización de China y ahora tenía en construcción en el extranjero una flota de seis acorazados de 23 Ibídem, p. 1 56 primera clase. El Mikasa, el último de éstos, estaba a punto de ser lanzado de astilleros británicos - quizás la nave más poderosa a flote en su clase. Pero Japón había llegado al final de su programa de construcción y no tenía las finanzas para continuar, mientras que los rusos podían supuestamente seguir con el suyo. Así que había una presunción en Gran Bretaña de que Japón podía estar buscando un socio naval. Selborne hizo hincapié en el valor para Gran Bretaña de una suerte alianza con Japón y llegó a la conclusión de su que su política de espléndido aislamiento no era ya más posible.”24 A comienzos del siglo XX, la carrera armamentista entre las grandes potencias se estaba volviendo insostenible desde el punto de vista económico, por lo que una alianza con Japón le ahorraría una gran cantidad de dinero a Gran Bretaña, le permitiría formar una dupla naval que contrarrestara el poder unificado de Francia y Rusia, y le facilitaría la defensa de la parte más oriental del Imperio. Así pues, por muy diferentes que fueran culturalmente hablando Japón y Reino Unido, la Armada Imperial Japonesa (Dai-Nippon Teikoku Kaigun) y la Armada Real Británica (Royal Navy), estaban destinadas a colaborar y complementarse en la región en virtud de los intereses y enemigos comunes que tenían sus respectivos países. Podría pensarse, entonces, que la alianza fue únicamente ideada por los líderes militares de cada país, pero como nos explica Ian Nish esta afirmación tan extendida no es del todo cierta. “Es a menudo dicho que del lado británico la alianza fue una iniciativa del Almirantazgo. Esto no es completamente verdadero. Para estar seguro, había interés en algún arreglo naval con Japón para razones presupuestarias y políticas. Pero también había razones estratégicas relacionadas con las preocupaciones sobre la expansión rusa en Asia, particularmente Afganistán, y la amenaza que planteaba a la defensa de India. Políticos británicos como un todo y el ejército en particular estaban conscientes de la dificultad máxima de arreglárselas con una Rusia expansiva sobre las fronteras del norte de India. Para ellos, Manchuria y Corea eran asuntos menores, aunque eran, por supuesto, el principal origen de las preocupaciones de Japón.”25 Todo esto nos sirve para entender mejor las razones de cada país para suscribir la alianza, sin embargo, el análisis no estaría completo sin evaluar el impacto que la alianza 24 25 Ibídem, p. 3 Ibídem, p. 4 57 tuvo en el equilibrio mundial y su importancia para Japón como un gran logro diplomático. En 1900, Gran Bretaña llevaba ya un cuarto de siglo, aproximadamente, con su famosa política de “Esplendido Aislamiento”, impulsada por grandes personalidades como Salisbury o Disraeli. Tal política consistió, de forma resumida, en aislarse de los conflictos europeos, siempre y cuando el equilibrio continental no estuviera en peligro, para centrarse en el mantenimiento de la supremacía naval y colonial del Reino Unido. Este mecanismo de acción no se cambió ante situaciones tan impactantes como las guerras de unificación alemana e italiana o los conflictos entre rusos y turcos en los Balcanes; incluso el gobierno de Londres le cedió, de algún modo, a Alemania el papel de árbitro de los litigios en Europa. Si tomamos en cuenta lo anterior, podemos encuadrar en su justa medida el particular “logro” japonés: había conseguido que la mayor potencia colonial del mundo dejará de lado unos 30 años de aislamiento para aliarse con un poder emergente que no era ni europeo, ni blanco, ni cristiano, sino asiático. Más allá de las negociaciones formales de la alianza, tuvo una importancia fundamental la gira por Europa de Hirobumi Ito. Ito visitó San Petersburgo para medir el calibre de la amenaza rusa y hacer un último intento de negociación, tras lo cual se dirigió a Londres e influyó en destacados políticos ingleses para que firmaran la alianza con Japón. Así habla Ian Nish de esa gira: “Así terminó uno de los episodios más interesante de la historia diplomática. Como alguien que ha gastado su carrera en estudiar la astucia de Bismarck y Talleyrand, para no mencionar a Disraeli, Lloyd George y Henry Kissinger, tengo que admitir que éste fue uno de los eventos más extraordinarios. Ito sujetó el curso de la historia por un mes y más. Estaba, por supuesto, en la cima de su carrera y tenía un poder de indefinible en Japón como el más influyente del Genro. Gran Bretaña, de la misma manera que otros gobiernos extranjeros, no pudo saber qué influencia todavía llevaba, pero estaba evidentemente poco clara con respecto al resultado de su presencia en Europa.”26 En cuanto al impacto internacional de la alianza, Margarita Escobar señala lo siguiente: 26 Ibídem, p. 8 58 “Esa alianza fue un golpe maestro de la diplomacia japonesa y un hecho por el cual entraban en la Historia Universal.”27 “Inglaterra al unirse con Japón, daba fe de la existencia de un nuevo interlocutor diplomático y mostraba en la práctica, la imposibilidad para las potencias europeas de seguir rigiendo la suerte y los destinos del mundo frente a las energías nuevas de otros países, destacándose entre ellos, Japón y Estados Unidos, fuerzas que gravitaban directamente en el Océano Pacífico, y lograron en poco años desplazar el centro de gravedad del poder internacional.”28 En efecto, son muchos los autores que afirman que “la entrada al club de potencias” por parte de Japón se produjo con la guerra ruso-japonesa, pero al estudiar de cerca el impacto de la alianza con Gran Bretaña, podemos decir que el conflicto con Rusia más bien vino a confirmar el nuevo estatus adquirido por el país asiático con el acuerdo. No es de extrañar la alegre acogida que tuvo entre los líderes japoneses y el pueblo. El avance diplomático de 1902 parecía ser la recompensa al largo trabajo del gobierno Meiji y un símbolo del reconocimiento internacional de que Japón ya no era más aquella nación atrasada que visitara el comodoro Perry. “Al final, el 12 de febrero el acuerdo fue anunciado al parlamento y la prensa en ambos países. La reacción en Japón fue de júbilo desenfrenado. El gobierno de Katsura estaba en medio de una sesión de la Dieta en la cual estaba siendo atacado extensamente por la oposición del Seiyukai, decidió maximizar su publicidad sobre la alianza. Los miembros del Seiyukai, ante la ausencia de su líder, Ito, se reservaron su opinión. El Jiji Shimpo, el periódico que había estado más a favor constantemente de un enlace con Gran Bretaña, le dio la bienvenida. Kato Takaaki que podía en muchos sentidos ser descrito como el padre de la alianza lo describió como muy ventajoso para Japón. En un artículo detallado y bien informado, lo definió como una alianza ofensiva - defensiva (koshu domei) de la misma manera que la alianza franco-rusa y la triple alianza de Alemania, Austria e Italia, excepto que su alcance era ilimitado. Mientras su interpretación era sospechosa, parecía dar la bienvenida a la posibilidad de que soldados japoneses pudieran tener que ir a la ayuda de Gran Bretaña en Sudáfrica. Fue para él un reconocimiento de que Japón después de su éxito en la guerra chino - japonesa y la revisión de sus tratados era digno de una alianza.”29 27 Escobar, M., Op.cit., p.40 Ibídem, pp. 40 – 41 29 Ian Nish, “The First…”, p. 10 28 59 II-A.2) La guerra ruso-japonesa y el enfriamiento de la alianza En 1902 Japón y el Reino Unido alcanzaron la cima de sus relaciones. El equilibrio de fuerzas en Asia Oriental se mantuvo hasta 1904, cuando la guerra entre Rusia y Japón lo trastocó, influyendo rápidamente en las relaciones de poder en Europa. Con mucha celeridad, hacia 1904 las tensiones entre el imperio zarista y Japón aumentaron como nunca antes, haciendo imposible un entendimiento sobre la base de una demarcación de las áreas de influencia en Manchuria y Corea. Los japoneses aspiraban a que los rusos reconocieran su supremacía en Corea; a cambio, ellos reconocerían la supremacía rusa en Manchuria, pero el gobierno del Zar se negó en redondo. El gobierno japonés, por su parte, se cansó de esperar, lo que motivó el ataque a la base naval rusa de Port Arthur de forma sorpresiva el 8 de febrero de 1904. Tras la campaña en la península de Liaodong, que terminó con la caída de la base rusa en enero del siguiente año, se desarrolló otra mucho más larga y sangrienta en Manchuria, cuyo episodio más destacado fue la batalla de Mukden (21 de febrero-10 de marzo de 1905), y que terminó con gran número de bajas por ambos lados. El episodio final de la contienda lo representa la batalla de Tsushima (27 de mayo de 1905) en la que la flota japonesa aplastó a la rusa. Finalmente, ambos países, agotados militarmente, y con grandes desórdenes internos uno (Rusia) y al límite de sus capacidades financieras el otro (Japón) aceptaron la mediación de Estados Unidos y se firmó el Tratado de Portsmouth. Esta introducción debe servirnos para estudiar el impacto de la guerra en Japón y en Asia, así como la forma en que cambiaron las relaciones entre las grandes potencias, afectando a la alianza entre Gran Bretaña y el país nipón. En Japón, y en toda Asia, la guerra tuvo gran impacto en un nivel ideológico y psicológico sin precedentes que es necesario analizar. La guerra ruso-japonesa fue la primera en la historia moderna en la que un país asiático derrotaba a uno occidental, echando por tierra el mito de la superioridad del “hombre blanco”. “En aquel momento las victorias bélicas, y especialmente la de Japón sobre Rusia, fueron consideradas no sólo por los japoneses sino también por los pueblos que se encontraban bajo la opresión de las grandes potencias, un acontecimiento de notable éxito. 60 Especialmente para aquellos asiáticos que estaban bajo la dominación colonialista de Occidente, esta victoria de un pequeño país asiático generaba una gran expectativa. Por primera vez en la historia moderna, una nación asiática había derrotado en guerra a una potencia europea. Alentados por los sucesos en el Este, algunos movimientos patrióticos lanzaron campañas anticolonialistas en la India, Indochina, las Filipinas y las Indias Holandesas (Indonesia de hoy).”30 Para Gran Bretaña y las demás potencias, la guerra ruso-japonesa fue una demostración del poder que había alcanzado Japón, hecho fundamental que ocasionó que el país asiático obtuviera cierto respeto de Occidente y que su aliado británico le tuviera más confianza en cuanto a su capacidad militar. Gran Bretaña cumplió con su deber durante las hostilidades y, aun manteniendo la neutralidad, apoyó de forma indirecta a Japón. “Con respecto a la guerra en el mar, Gran Bretaña mientras permanecía dentro de los límites de la neutralidad, tuvo un papel seguro y provechoso. Antes de que las hostilidades comenzaran, Gran Bretaña impidió que Rusia comprara dos buques de guerra, disponibles de Chile debido a una orden cancelada... De nuevo, Gran Bretaña actuó como un agente para Japón al comprar dos lanchas, desarrolladas en Italia, y dirigidas a Argentina originalmente... Gran Bretaña hizo el todo lo posible para obstruir y retrasar el viaje de la flota de Rozhdestvensky del Báltico al Lejano Oriente... Gran Bretaña no puede tener ningún crédito directo por Tsushima, pero puede reclamar un poco de crédito por el hecho de que retardó la llegada de los rusos al Pacífico… Había un poco de observación de los movimientos navales rusos durante la guerra, y la información fue pasada a los japoneses.”31 Gran Bretaña y Japón estrecharon sus contactos durante la contienda y firmaron una renovación de la alianza en 1905. Esta nueva alianza establecía principalmente que. “Los Gobiernos de Gran Bretaña y Japón, estando deseosos de reemplazar el Acuerdo que concluyeron entre ellos el 30 de enero de 1902, por estipulaciones frescas, han estado de acuerdo en los siguientes artículos que tienen para su objeto: 30 Asomura, T., Ob. cit., p. 120. 31 David Steeds, “The Second Anglo-Japanese Alliance and the Russo-Japanese War”, Simposio conmemorativo del Centenario de la Alianza Anglo-Japonesa, Londres 22 de febrero de 2002, p. 5, en “Anglo-Japanese Alliance”, en “International Studies”, en “Publications”, en http://sticerd.lse.ac.uk/ (Revisado el 10 de marzo de 2009) On line 61 a) La consolidación y mantenimiento de la paz general en las regiones de Asia Oriental e India; b) La preservación de los intereses comunes de todas las potencias en China asegurando la independencia e integridad del imperio chino y el principio de oportunidades iguales para el comercio e industria de todas las naciones en China; c) El mantenimiento de los derechos territoriales de las altas partes contratantes [viz., Gran Bretaña y Japón] en las regiones de Asia Oriental y de India, y la defensa de sus intereses especiales en dichas regiones: Artículo 3 Japón, poseyendo superiores intereses políticos, militares y económicos en Corea, Gran Bretaña reconoce el derecho de Japón para tomar medidas de guía, control y protección en Corea cuando pueda juzgarlo apropiado y necesario para salvaguardar y adelantar esos intereses, cuidando siempre que tales medidas no sean contrarias al principio de oportunidades iguales para el comercio e industria de todas las naciones. Artículo 4 En vista de que Gran Bretaña tiene un interés especial en todo lo que concierna a la seguridad de la frontera india, Japón reconoce su derecho para tomar medidas en la proximidad de esa frontera cuando pueda encontrarlo necesario para salvaguardar sus posesiones indias. Artículo 6 Con respecto a la guerra presente entre Japón y Rusia, Gran Bretaña continuará manteniendo estricta neutralidad a menos que alguna otra potencia o potencias se unan en hostilidades contra Japón, caso en el cual Gran Bretaña vendrá a la ayuda de Japón y dirigirá la guerra en común, y hará la paz en acuerdo mutuo con Japón.”32 32 Sin autor, “Alianza Anglo-Japonesa”, en www.firstworldwar.com (Revisado el 10 de marzo de 2009). On line. 62 Como explica David Steeds, la alianza de 1905 contenía significativas diferencias con la de 1902: “No puede ser enfatizado suficientemente que la alianza de 1905, la segunda alianza, era una nueva alianza, no sólo una renovación de la de 1902. Los términos eran diferentes, y la idea central fue muy diferente: La nueva alianza era ofensiva en el tono. Éste no era acuerdo de "Mantener el anillo". El artículo III proveía que cualquier ataque sobre el territorio o intereses cubiertos en el tratado de cualquier signatario obligaba al otro signatario inmediatamente para hacer la guerra al lado de su aliado. El alcance geográfico de la nueva alianza era mucho más amplio con la inclusión de India. La nueva alianza aceptó la postura japonesa sobre Corea. No había ninguna referencia a la independencia de Corea, mejor dicho había reconocimiento de los "Intereses políticos, militares y económicos primordiales" en ese país de Japón. La nueva alianza duraría diez años.”33 Con todo esto, podríamos pensar que la guerra con Rusia sólo trajo beneficios para Japón en sus relaciones con Gran Bretaña pero, en realidad, únicamente a muy corto plazo. La guerra terminó trastocando el equilibrio en la región y enfriando la alianza. Primeramente, debemos analizar como reaccionaron ante la guerra las potencias que no tenían una implicación directa en la misma. “Las potencias más importantes estaban ansiosas de llevar el conflicto a un final. Francia, el aliado de Rusia, estaba temerosa de que un fracaso ruso la dejaría sola en Europa, y también el conflicto estaba poniendo una tirantez muy importante en su sistema bancario. Alemania, también, estaba a favor de la paz. Temía que una fuerte derrota rusa podría resultar en la revolución, y que esto podía ser contagioso. Los Estados Unidos no querían que ningún bando obtuviera una victoria decisiva.”34 Sin embargo, la hábil negociación de Estados Unidos produjo un tratado de paz en el que ninguno de los contendores obtenía esa temida victoria total, pues Rusia quedaba al borde de la revolución, aunque con sus fuerzas militares destruidas, mientras que Japón 33 34 David Steeds, Ob. cit., p. 6 Ibídem, p. 3. 63 quedaba sin la necesaria indemnización y, de momento, su máquina de guerra estaría paralizada hasta que solventara su delicada situación financiera. Fue esa misma paz equilibrada, negociada por el gobierno de Theodore Roosevelt, la que terminó cambiando el balance de fuerzas en Asia Oriental y haciendo que Rusia dejara de ser el principal enemigo común de Japón y Gran Bretaña. En efecto, desde la mitad del siglo XIX, el Imperio Ruso había sido el mayor temor de Gran Bretaña en el continente asiático, pues se pensaba que su avanzada en Asia Central buscaba llegar hasta la India Británica. Esta espiral de temores y desconfianzas mutuas entre Londres y San Petersburgo, originó lo que más tarde se llamó “El Gran Juego”, una gran contienda geopolítica por Afganistán y sus regiones vecinas. Pero este miedo de los británicos a la “amenaza rusa” se reveló infundado, de manera repentina, con la indiscutible victoria japonesa. Cabría resaltar que los analistas occidentales han manifestado, desde al menos el siglo XVIII, un considerable temor hacia las grandes capacidades bélicas de Rusia, llegando, no obstante, a sobreestimarlas. En este sentido, podríamos comparar el desengaño de 1905 con el de la guerra de Crimea (18531856), cuando el imperio zarista quedó como un gigante con pies de barro ante las fuerzas franco-británicas, o el de 1991 cuando colapsó la Unión Soviética y la OTAN observó que su archienemigo no era tan fuerte y poderoso como temía. En definitiva, no descartamos que este constante “miedo al ruso” de la mente del occidental estuviera presente, hasta cierto punto, detrás de la alianza anglo-japonesa, pero al desmoronarse el poderío ruso en 1905, tanto este sentimiento como la alianza quedaron debilitados. “El resultado fue un grupo de contratos en 1907, que se puede decir fueron resultado de la alianza de 1905: en junio, un tratado franco-japonés; en julio, un tratado ruso-japonés; y en agosto, una convención anglo-rusa. Ha sido dicho que un examen de los textos de los tres contratos "Muestra el mejor y más sofisticado imperialismo". Fue posiblemente la marca de marea alta del proceso imperialista pre-1914. Había reconocimiento mutuo y soporte de cada uno de los intereses de los otros, un trato confidencial sobre Manchuria, y el arreglo de problemas destacados que se relacionaban con Afganistán, Persia y Tíbet.”35 Es importante reseñar un poco estos tratados y sus razones de ser. Al ser derrotada Rusia, el binomio marítimo-terrestre franco-ruso quedaba seriamente debilitado, lo que ponía a Francia en un doble aprieto: su respaldo anti-alemán en Europa estaba ahora 35 Ibídem, p. 8. 64 seriamente disminuido, y ella misma aparecía señalada casi como enemiga de Gran Bretaña. Tal situación motivó una serie de cambios en la diplomacia gala que terminaron redibujando el sistema de alianzas en Europa y en ultramar, llevando a París a la búsqueda del entendimiento con Tokio. Gran Bretaña, por su parte, buscó aprovechar la debilidad de Rusia para llegar a un cierto entendimiento y obtener garantías para sus áreas de influencia. Esta situación provocó la delimitación de áreas de influencia en el corazón de Asia. Rusia y Japón, en consecuencia, buscaron un equilibrio posbélico que perdurara y les permitiera atender sus asuntos internos. Los cambios se evidenciaron en Europa con la formación de la Entente Cordial, en abril de 1904, entre Gran Bretaña y Francia, que indirectamente aliaba a Rusia con el Reino Unido. ¿Tenía sentido, entonces, una alianza con Japón si ya Rusia no era un enemigo a temer? Realmente lo tenía, ya no el mismo sentido que en 1902, pero lo mantenía. Ahora, cada signatario tenía nuevos intereses y enemigos, pero la complementariedad estratégica entre la Armada Real Británica y la Armada Imperial Japonesa seguía siendo fundamental para ambas potencias, al igual que el poder de disuasión de las dos juntas. Sin embargo, la nueva situación mundial que se fue dibujando después de Portsmouth, y que se evidenció con la Entente Cordial, afectó a otros países y tuvo más implicaciones de las que originalmente se podría esperar. “Las alianzas pueden tener una vida propia. La meta principal de la alianza de 1905 era Rusia; la alianza se centraba en el Lejano Oriente o el Asia Central, en disuadir cualquier clase de ataque de venganza de los rusos. Sin embargo, al final de 1907, en parte debido a la alianza, una revolución diplomática había ocurrido, y Rusia, junto con Francia, estaba ahora en el mismo bando. Pero la alianza continuó, y los estados ahora más adversamente afectados por ella eran Alemania, los Estados Unidos y China.”36 Precisamente, eran estas nuevas potencias, Alemania y Estados Unidos, los nuevos enemigos principales de los signatarios. “Para Gran Bretaña, después de 1907, el contexto principal para la alianza era la amenaza de Alemania; para Japón, el contexto era cada vez más el desafío de los Estados Unidos.”37 36 37 Ibídem, p. 2 Ibídem, p. 8 65 Como anteriormente comentamos, para comienzos del siglo XX, Gran Bretaña tenía tres grandes competidores: Francia, como tradicional rival en la carrera colonial; Rusia como gran adversario terrestre en Asia, y Alemania, que había surgido como un nuevo poder comercial, industrial y colonial, amenazando el liderazgo de Londres, tanto en Europa como en ultramar. Pero hacia 1910, con el “oso ruso” enjaulado e incluido en su bando junto a Francia, sólo quedaba Alemania como una seria amenaza para los ingleses. Por su parte, Japón, habiendo derrotado a Rusia y asegurado el dominio de Corea, volteaba su rostro hacia el este, donde las posesiones estadounidenses se acercaban peligrosamente a las suyas, creándose, de este modo, una fricción en ascenso, alimentada además por el problema migratorio de los japoneses en Hawai y California. En resumen, pues, podemos decir que la coyuntura de la guerra ruso-japonesa produjo un acercamiento entre Londres y Tokio, además de una ampliación del marco y los compromisos de la alianza, pero terminó eliminando a Rusia como enemigo común de ambos países, convirtiéndola, más bien, en aliado indirecto. Esta circunstancia, a su vez, mostraba una divergencia de objetivos estratégicos entre Gran Bretaña y Japón, que se manifestó en sus diferentes políticas hacia China, así como en relación a las naciones que ambos países catalogaron como sus mayores enemigos potenciales de ahí en adelante. Este factor hizo que la alianza anglo-japonesa perdiera gran parte de su sentido original, lo que, al final, la debilitó. “Las alianzas trabajarán si los signatarios coinciden en el programa. Los socios no tienen que tener los mismos objetivos, pero, para usar el estereotipo, deben estar cantando de la misma partitura. Esto ocurrió con las alianzas de 1902 y1905. Antes de 1911, los programas estaban empezando a bifurcarse: sobre China, sobre la relación con los Estados Unidos, y sobre los problemas imperiales británicos.”38 II-A.3) La Exhibición Británico-Nipona de 1910. Gran Bretaña le abre la “Puerta Grande” del club de potencias a Japón. Un capítulo breve, pero relevante, de las relaciones anglo-japonesas lo constituye la Exhibición Japonesa-Británica de 1910. Recordemos que por aquella época las grandes ferias, exhibiciones y exposiciones causaban gran sensación, tanto entre la gente común como entre las élites gobernantes. Se destacaron la famosa Exposición Universal de París 38 Ibídem, p. 2 66 de 1878, y la siguiente en 1889, que brilló ante el mundo gracias a la torre construida por el ingeniero Gustave Eiffel. En aquellos años finales del siglo XIX e iniciales del XX, una exposición como la de París constituía la oportunidad ideal para que un país mostrara su progreso, prosperidad y poderío, de modo análogo a como lo facilitan los Juegos Olímpicos hoy en día al país anfitrión. Tal como explicamos en el capítulo anterior, después de 1905 la Alianza AngloJaponesa se había debilitado por las inquietudes que causaban las ansias expansionistas de Japón en Occidente, además del comienzo de algunas divergencias de intereses entre el país asiático y Gran Bretaña. Cinco años después, Japón deseaba asegurarse la continuidad de la alianza, mientras que los sentimientos anti-orientales crecían en el Reino Unido y el pueblo entendía cada vez menos la razón de ser de la alianza, sobre todo, si desde 1907 el país estaba aliado con Francia y Rusia. Estas particularidades condujeron a que se pensara, especialmente del lado japonés, que era necesario promocionar la sociedad ante el pueblo británico. En el gobierno japonés, personas como el ministro del exterior, Komura, creían que los sentimientos anti-orientales se debían a la ignorancia sobre Asia que había en Europa, y que si le mostraban a los ingleses en concreto, y a los europeos en general, los avances de su nación, la actitud hacia su país cambiaría. La Exhibición Británico-Nipona se llevó a cabo en White City, Gran Bretaña, desde el 14 de mayo al 29 de octubre de 1910. Fue la exposición universal más grande en la que Japón había participado hasta ese momento. El despliegue de la misma incluyó dos gigantescos jardines japoneses, que se agregaban a los 22,550 m2 del resto de la exhibición, lo que convirtió sus dimensiones en más de tres veces las de la Exhibición de París de 1900. Hubo 2271 expositores japoneses; se montaron exposiciones de las posesiones coloniales de Japón (Corea, Taiwán y el área de influencia en Manchuria), en una sección llamada “Palacio del Oriente”; se le dedicaron stands especiales a cada departamento del gobierno japonés y a la Cruz Roja Japonesa; se presentaron varios miembros de la etnia Ainu de Hokkaido y también nativos de Taiwán, y casi 500 compañías enviaron productos a Londres, cuidándose de mostrar únicamente lo de mejor calidad para combatir la idea popular de que los productos japoneses eran baratos y de mala calidad. La Armada Imperial Japonesa envió al Reino Unido el primer crucero hecho totalmente en Japón, el Ikoma, con 800 marineros a bordo. El mismo fue anclado en Gravesend; tal despliegue buscaba 67 enfatizar el carácter naval de la alianza y mostrar el poderío militar japonés. La exposición fue visitada por la propia familia real inglesa, lo que disparó su popularidad. Su relevancia fue de tal magnitud que propició los comentarios de Ayako Hotta-Lister, que le dedicó una obra entera al evento: “El 15 de marzo de 1910, The Daily Telegraph informó la visita de la Reina al sitio del "Jardín de Paz", actualmente bajo la restauración, uno de los jardines japoneses que se construyó bajo la vigilancia del diseñador japonés de jardines, Izawa Hannosuke, en Shepherd Bush: Se le dio a la Reina la gratificante noticia de las excelentes relaciones que existían entre los artesanos japoneses y británicos que trabajaron juntos con la mayor amigabilidad y buena voluntad. Cuando dijo a sus camaradas británicos más fornidos que la Reina de Inglaterra estaba viniendo hacia ellos, los obreros japoneses mostraron un deleite ilimitado, y cuando Su Majestad pasó, ellos estaban de pie rígidamente en saludo, con la gorra del obrero inglés asegurada en su mano suelta… También provocó que el gobierno japonés hiciera hincapié en que Japón era una nación formidable y civilizada que era respetable como un aliado británico, presentando los modernos sistemas asumidos por todos los departamentos gubernamentales, incluidos los ministerios del ejército y la armada, el servicio postal y la Cruz Roja… podemos suponer que el público británico que visitó la exposición en masa en 1910, totalizando más de 8 millones, desde todas partes del país, abandonó la misma sabiendo algo nuevo sobre Japón.”39 En 1902 y 1905, fueron las élites asociadas al gobierno las que estuvieron informadas de las negociaciones y firmas de los tratados de alianza, pero el pueblo llano seguía siendo, en gran medida, ignorante de la relación Londres-Tokio. En un nivel popular el impacto de la exhibición fue, en consecuencia, muy grande. Sin embargo, más allá de la descripción de la monumental Exhibición de 1910, nos interesa su trasfondo político. La exposición en cuestión ratificó a Japón como potencia mundial mediante un cuidado despliegue mediático. 39 Ayako Hotta-Lister, “The Anglo-Japanese Alliance of 1911” (Simposio conmemorativo del Centenario de la Alianza Anglo-Japonesa, Londres 22 de febrero de 2002), pp. 2 y 3, en “Anglo-Japanese Alliance”, en “International Studies”, en “Publications”, en http://sticerd.lse.ac.uk/ (Revisado el 10 de marzo de 2009) On line 68 “La exhibición fue organizada como una celebración de la Alianza AngloJaponesa, enfatizándola como una alianza de pueblos… Uno de los objetivos principales de la exposición era educar al público británico sobre Japón corrigiendo la falsa idea de occidente de que Japón era un nuevo país que había aparecido repentinamente y en poco tiempo.”40 El hecho de que el gobierno británico se coordinara con el japonés para organizar un evento aún más fastuoso que las célebres exposiciones de París, nos dice mucho. Nos indica cómo Gran Bretaña quería demostrar a su pueblo, y a los demás países de Europa, que tenía un aliado digno de su historia y poder. Por su parte, Japón buscaba ser reconocido como igual a su aliado y mostrarle al mundo sus progresos. La exhibición fue, en este sentido, la mejor oportunidad para que los dos aliados reforzaran sus vínculos, que desde hacía algunos años venían perdiendo fuerza. Preparó, en definitiva, el escenario para la renovación de la alianza al año siguiente. II-A.4) La anexión de Corea y la renovación de la alianza en 1911 Antes de que la Exhibición Británico-Nipona de Londres cerrara el 29 de octubre de 1910, los japoneses anexaron formalmente Corea, el 22 de agosto, creando con ello nuevas desconfianzas en el gobierno británico y afectando las negociaciones para la renovación de la alianza. En efecto, hacia 1910-1911 la desconfianza de Gran Bretaña y, sobre todo, de sus Dominios, hacia Japón, había vuelto a aumentar en vista del expansionismo mostrado por el país asiático. Esta situación terminaría por producir el más débil de los acuerdos entre Londres y Tokio, limitado por numerosas cláusulas, destinadas más a contener a los japoneses que a socorrerlos en caso de guerra contra otra potencia, como Estados Unidos. La alianza de 1911 contuvo varios puntos de diferencia con respecto a las de 1902 y 1905. Una de ellas es que fue iniciativa de Japón; otra, que fue movido a presentarla ante el temor de que los ingleses la dejaran vencer sin renovarla. Además, el acuerdo no se renovó por aprobación directa del gobierno de Londres, sino que el asunto fue sometido a consulta con los Dominios en una conferencia imperial. Esta decisión respondió a las preocupaciones que ya en 1908 Australia y Nueva Zelanda habían mostrado hacia la expansión nipona. 40 Ibídem, p. 3 69 “La preocupación de los Dominios fue revelada evidentemente cuando la flota estadounidense viajó por el Pacífico visitando Australia y Nueva Zelanda en agosto de 1908. El público mostró un enorme entusiasmo de como Estados Unidos fue visto en círculos políticos como un potencial aliado contra las ambiciones del “Sol Naciente”… Otro punto importante es que el Ministerio de Asuntos Exteriores británico, que no había involucrado a los Dominios en las negociaciones para la alianza, consultó a los Dominios por primera vez en 1911. Después de la guerra ruso-japonesa, mientras el Ministerio de Exteriores fue alertado por las actividades japonesas en el Lejano Oriente, no era indiferente a las preocupaciones que afligían a los Dominios en el Pacífico, los problemas de la inmigración japonesa y la amenaza de la expansión naval de Japón”41 Aunque desde 1905 la victoria japonesa frente a Rusia, en conjunción con el memorándum Taft-Katsura y otros acuerdos entre Japón y las grandes potencias, le habían asegurado a los nipones el dominio casi exclusivo de Corea, la anexión tuvo un gran impacto para Occidente, aunque tampoco se puede decir que fuese sorpresiva. Al anexar Corea, Japón mostraba a las grandes potencias que sus ambiciones imperiales eran serias, que su determinación por posicionarse entre los grandes del mundo era muy fuerte. Después de todo, Corea les había costado dos grandes guerras en menos de 15 años. Pero esta actitud alarmó al resto de las potencias con intereses en China, ya que con la anexión de Corea, Japón obtenía una base territorial a las puertas de China, análoga a lo que suponía Indochina para Francia, que le permitía extender su influencia sobre el Celeste Imperio, a la vez que, prácticamente, sacaba a Rusia de la carrera colonial en esa región, dificultándole las cosas a Estados Unidos en el área, amenazando la pequeña zona de influencia alemana e, incluso, cuestionando la supremacía británica en la zona. Ahora bien, creemos que el problema de los temores de los Dominios británicos hacia Japón debe ser analizado de una manera un tanto distinta. Para 1910, el imperio británico se había convertido en un conglomerado de territorios con administraciones muy diversas, según el caso. En tal mosaico de tierras, pueblos, lenguas y culturas destacaban Canadá, Australia y Nueva Zelanda por ser las colonias más antiguas, y por poseer una abrumadora mayoría de población blanca y angloparlante, con un estado tan avanzado de autogobierno que, a veces, parecían estados totalmente independientes, con intereses incluso contrarios a Gran Bretaña. Mientras que en la élite gobernante inglesa se generó un sentimiento pro-japonés, 41 Ibídem, p. 2 70 que se mantuvo por casi una década, en Australia y Nueva Zelanda se fue desarrollando un temor y una aversión cada vez más grandes hacia Japón. Quizá este sentimiento contaba con poca base real, tal vez por el miedo a la inmigración japonesa, quizá por racismo. Entre los australianos y neozelandeses se fue gestando la idea de que el japonés era un enemigo, una amenaza al imperio británico, en general, y para la seguridad de ambos países en particular, un concepto que implicaba que no se podía confiar en Japón, y que Estados Unidos podía ser un aliado más confiable por la afinidad cultural, conformándose, entonces, como un mejor protector de los intereses británicos en el Pacífico, en virtud de que los intereses de ellos eran también los suyos. Es muy probable que la anexión de Corea hiciera pensar a los líderes del imperio en Londres que sus colegas de Camberra y Wellington tenían razón. Con este escenario de fondo arrancaron las negociaciones para renovar por segunda vez la Alianza Anglo-Japonesa. En Londres hubo, desde el inicio, voces a favor y en contra de la alianza con Japón, predominando siempre aquellas del bando pro-japonés. Para defender el acuerdo, los últimos esgrimían argumentos como el de los beneficios económicos para el Reino Unido si la Royal Navy seguía siendo auxiliada por la Armada Imperial Japonesa; la seguridad adicional que adquirían las colonias más lejanas del imperio al contar con el auxilio de Japón; la disuasión al respecto de la sobre-expansión de otras potencia europeas en la región Asia-Pacífico. Este sector pro-japonés, en el que se destacó propio ministro de exteriores del Reino Unido, Sir Edward Grey, llegó incluso a emplear un nuevo argumento a partir de esta época, cuando se vio que el imperialismo nipón era una cuestión seria y que Japón ya no era una aliado dócil: mientras que el archipiélago oriental fuese aliado de Gran Bretaña, el imperio británico no estaría amenazado, y el gobierno inglés podría utilizar la tácita amenaza de no renovar la alianza para mantener a Japón dentro de ciertos límites, en función de que el acuerdo se había vuelto un pilar esencial de la política exterior nipona. Se pretendía, en consecuencia, usar la alianza como una camisa de fuerza, como un mecanismo de control de la expansión japonesa. Con esta sucesión de eventos, y otros que vamos a reseñar, podemos comprender mejor como en 1911 la alianza estuvo cerca de desaparecer y se debilitó tremendamente, marcando un punto de inflexión en las relaciones anglo-japonesas. Hacia 1910, Estados Unidos le había propuesto a Gran Bretaña un tratado de arbitraje sobre la construcción de 71 líneas férreas en China. Esta iniciativa, que ya le había interesado al gobierno británico, volvió a repetirse con fuerza, siendo uno de los puntos candentes que debilitó la alianza con Japón, pues desde Londres se presionó bastante a Tokio para que aceptara una cláusula muy especial, aquella que señalaba que la alianza no aplicaría a países con los que el Reino Unido tuviera tratados de arbitraje. Gran Bretaña se desentendía, así, de cualquier ayuda a Japón en caso de guerra contra Estados Unidos, pero sin nombrar de forma evidente a ese país. El margen de maniobra de Japón se iba reduciendo al pasar de los meses. Los más anti-nipones del gobierno inglés hablaban de esperar incluso hasta 1912 o 1913 para desesperar a los japoneses y hacerlos más dóciles ante los intereses y presiones británicas. Al final, el gobierno del Reino Unido se decidió por una solución más flexible que, incluso, podía liberarle de parte de la “responsabilidad” ante Japón, si la alianza no llegaba a ser renovada: discutir el asunto de la renovación del acuerdo en una conferencia imperial. “La importancia de esta consulta para la tercera alianza es que, en una magnitud pequeña, Australia causó que Gran Bretaña "moderara su indeseada simpatía por Japón" y "el interés que Australia tenía en el área del Pacífico hizo conveniente que el gobierno Imperial consultara a sus ministros en la alianza". Sin embargo, parece que, de no haber estado allí una conferencia imperial en 1911, los dominios no podrían haber sido consultados. Durante esta reunión especial, el primer ministro canadiense declaró a los otros países de dominio el 25 mayo que, hasta donde la inmigración japonesa estaba interesada, en el gobierno japonés podría confiarse, y él se informó para haber animado Grey incluso para proseguir con la firma de la alianza sin esperar por el tratado americano. Convencido por Grey, y quizás, a un grado pequeño, por el primer ministro canadiense, los dominios unánimemente aprobaron la renovación de la alianza.”42 Grey se basó, ante todo, en los beneficios económicos de la alianza, alegando que sin el auxilio de la Armada Imperial Japonesa en el área Gran Bretaña tendría que duplicar el presupuesto de su propia fuerza naval. Grey también lograba así desmontar la idea de que Japón era el único beneficiario de la alianza. Su tesis de que el acuerdo funcionaba como mecanismo de control para Japón fue menos apoyada, en tanto que revelaba, en realidad, su propio miedo de tener que ir a la guerra con Japón en un futuro cercano, pues según él, al 42 Ibídem, p. 6 72 romperse la alianza, Japón pasaría de ser un aliado poderoso a ser un peligroso enemigo potencial. Analicemos ahora brevemente la manera en que procedió Japón. La tríada que orquestó está alianza estuvo compuesta por Takaaki Kato, que era Embajador de Japón en Londres, Jutaro Komura, Ministro de Asuntos Exteriores y Taro Katsura, Primer Ministro. Los tres tuvieron una participación crucial en la negociación de los dos primeros acuerdos con Japón. Además de tener una larga experiencia como diplomáticos, conformaban un equipo de trabajo compacto y muy eficiente siendo, quizá, los mejores políticos del momento en Japón. Con gran habilidad, además de mostrar un borrador de la nueva alianza, el trío japonés presentó a los británicos la propuesta de un nuevo acuerdo comercial con grandes ventajas arancelarias para el Reino Unido. Los japoneses habían aprendido, sin duda, las sutilezas del capitalismo, y no veían obstáculo alguno en comprar voluntades si era necesario. Este tratado comercial se firmó en abril de 1911. Aún con todas las habilidades de Katsura, Kato y Komura, Japón trabajó considerablemente para obtener muy poco: la nueva alianza no garantizaba seguridad contra Estados Unidos, fue condicionada a la aprobación de los canadienses, australianos y neozelandeses (lo cual, ciertamente, podría haber sido considerado casi un insulto), y buscaba contener la expansión del país, no asegurarla como un disuasivo contra terceros. “Las tres alianzas anglo-japonesas fueron entre potencias imperialistas. El Reino Unido era la potencia mundial de la época, tanto en relación con el tamaño y la calidad de su imperio. Estaba más allá del cenit de su poder, pero no había llegado al mejor momento de la expansión territorial, que no llegó sino hasta 1919. Japón, en cambio, era un recién llegado a la escena imperial, pensando entre 1902 y 1925 en términos regionales del noreste de Asia, pero después de 1911, se fue moviendo a una perspectiva más amplia de Asia Oriental y el Pacífico. El Reino Unido estaba interesado en proteger los frutos del imperio; Japón estaba interesado en adquirir tales frutos. Todo estuvo bien mientras los dos estados estaban interesados en frutos diferentes, pero ese no fue el caso después de 1912.”43 43 Ibídem, p. 2 73 No debemos olvidar que ya en 1910 Estados Unidos era considerado como el primer rival de Japón, y desde 1908 se había incrementado el temor de una guerra entre ambos países: “Lo que no fue un factor en las alianzas de 1902 y 1905, pero que se hizo evidente en la alianza de 1911 fue que Estados Unidos se volvió un asunto importante. La propuesta de tratado de arbitraje anglo-americano inicialmente había sido hecha por Estados Unidos en el otoño de 1910 y Grey respondió con entusiasmo para adelantar la negociación. En vista del posible tratado, Japón hizo el favor a Gran Bretaña, después de muchos intercambios diplomáticos, de incluir la cláusula que la alianza no aplicaría a un país que tuviera un tratado de arbitraje con cualquiera de los dos países contratantes, aunque sin mencionar específicamente a Estados Unidos en la tercera alianza. Gran Bretaña y Estados Unidos le dieron la bienvenida a esta decisión. Japón había reconocido plenamente que Gran Bretaña no lucharía contra Estados Unidos para ayudar a Japón en caso de guerra entre los dos países.”44 El tono y naturaleza del tratado de alianza firmado puede sintetizarse en esta cita: “La alianza de 1911 fue la más débil de los tres tratados y la naturaleza principal de la alianza de 1911 cambió respecto a las dos alianzas previas. Mientras que el motivo principal de las alianzas de 1902 y 1905 había sido la defensa contra Rusia, la tercera en cambio respondió a la defensa del Imperio Británico en el Pacífico contra Japón. Era la más débil de las tres en relación con los compromisos que ambos países fueron obligados a tomar. Mientras que Japón ya no tenía que enviar sus soldados a defender la frontera india, Gran Bretaña ya no tenía que ir a la guerra en ayuda de Japón en caso de una guerra con Estados Unidos.”45 Si la alianza con Gran Bretaña no podía ofrecerle garantías a Japón contra su principal rival, Estados Unidos, perdía gran parte de su sentido. Sin embargo, es probable que los líderes japoneses aun valoraran el pacto como un paraguas contra las demás potencias y como un mecanismo de mediación que disminuyera la posibilidad de una guerra contra el nuevo poder angloparlante. 44 45 Ibídem, p. 5 Ibídem, p. 9 74 II-A.5) Relaciones británico-japonesas durante la Primera Guerra Mundial Como hemos visto anteriormente, cuando estalló la Gran Guerra en Europa, Japón y Gran Bretaña estaban asociados por la más débil de las tres alianzas firmadas desde 1902; aún así, Japón entró en la guerra por sus propios intereses y ante una necesidad de ayuda del imperio británico que sobrepasaba sus temores y/o prejuicios hacia el país asiático. Aunque el período 1914-1919 pueda parecer corto, estuvo lleno de acontecimientos que marcarían los años venideros en las relaciones anglo-japonesas. En esos años de conflicto mundial podemos remarcar tres períodos con características propias, signados por sus propios sucesos. El primer período abarcaría desde el envío del ultimátum japonés a Alemania (15 de agosto de 1914) hasta las Veintiuna Demandas a China (18 de enero de 1915); el segundo, desde las Veintiuna Demandas hasta la salida de la flota japonesa rumbo al Mediterráneo (11 de marzo de 1917) y, finalmente, el tercero, desde esa fecha hasta la instalación de la Conferencia de París (18 de enero de 1919). La primera y segunda etapas no duraron demasiado. Estuvieron marcadas por las campañas militares de Japón en China y el Océano Pacífico contra Alemania y por la imposición de las Veintiuna Demandas. Salvo fricciones menores en el nivel de los mandos militares y los soldados, como los que ya mencionamos, en el asedio de Qingdao o las desconfianzas de Australia y Nueva Zelanda por la captura de las posesiones alemanas en el Pacífico al norte del Ecuador (llegando el gobierno australiano a exigir la entrega de las islas ocupadas por Japón sin que los británicos le hicieran el menor caso), las relaciones entre Gran Bretaña y Japón fueron, podríamos decir, excelentes; es evidente que el esfuerzo de la guerra dejó en segundo la plano las diferencias entre los dos países y en un olvido momentáneo el distanciamientos de los años inmediatamente anteriores. Entre agosto de 1914 y enero de 1915, Japón fue prácticamente dueño de la situación, ocupando territorios alemanes desde Shandong hasta Yap sin que nadie pudiera cuestionarle, y obteniendo inmensos beneficios a muy bajo costo y con poco riesgo. Pero el fuego de los cañones se apagó, y el humo de la batalla se disipó muy rápidamente, dejando espacio de nuevo a las desconfianzas de Occidente hacia el archipiélago. Pero sería, en realidad, el propio gobierno nipón el que despertara de nuevo esas desconfianzas en 1915. En enero de ese año, sintiéndose totalmente dueño de la situación en Asia Oriental, el gobierno japonés 75 extendió a China las Veintiuna Demandas. Este tratado impuesto no era muy diferente de los que se le venían exigiendo a China desde las Guerras del Opio, salvo por unas cuantas diferencias. Las Veintiuna Demandas trastocaban totalmente el equilibrio de fuerzas entre las grandes potencias en China al conferirle poderes casi absolutos a Japón. Además de las tradicionales clausulas impositivas, encaminadas a lograr grandes beneficios económicos para la potencia agresora, las Veintiuna Demandas destacaron por el hecho de colocar bajo control japonés la policía china y por abrir el país a la predicación de monjes sintoístas japoneses. “Grupo I Artículo 1 El Gobierno chino se compromete a dar pleno consentimiento a todo lo que el Gobierno japonés pueda acordar de ahora en adelante con el Gobierno alemán respecto a la disposición de todos los derechos, intereses y concesiones que, en virtud de tratados o por otra vía, Alemania posee respecto a China en la provincia de Shantung. Grupo II Artículo 1 Las dos partes firmantes están de acuerdo mutuamente que el término del arriendo de Port Arthur y Dairen y el término respectivo de la Vía férrea de Manchuria del Sur y la Vía férrea de Antung-Mukden se extenderán respectivamente a un período adicional de 99 años. Grupo IV El Gobierno japonés y el Gobierno chino, con el objeto de conservar la integridad territorial de China eficazmente, aceptan el artículo siguiente: El Gobierno chino se compromete a no ceder o arrendar a cualquier otra potencia cualquier puerto o bahía o cualquier isla a lo largo de la costa de China. Grupo V Artículo 3 Ante el hecho las muchas disputas policiales que se han levantado hasta aquí entre Japón y China, causando no ninguna molestia pequeña, la policía en localidades (en China), dónde tal arreglo es necesario, será puesta bajo administración conjunta japonesa y china, o japonesa para ser empleada en el oficio policiaco en tales localidades, y ayudar a la vez a la mejora del Servicio Policiaco Chino; Artículo 7 76 China le concede a los súbditos japoneses el derecho de predicar en China.”46 Este despliegue tan agresivo hacia China causó dificultades a Japón en el plano meramente diplomático, pues puso en alerta a las demás potencias, aunque su capacidad de reacción fuera casi nula por la guerra en Europa. “Las 21 demandas con las que China fue amenazada en enero de 1915 afectaron fuertemente la imagen de Japón en el extranjero”47 Aunque las Veintiuna Demandas fueron aceptadas por el gobierno del general dictador Yuan Shikai, salvando algunas modificaciones en el Grupo V referidas al control de la policía y la predicación en China, Japón no logró un control total del país, como había esperado, por estas mismas modificaciones. Por su parte, las grandes potencias de Occidente, en especial Reino Unido, se limitaron a vigilar al gobierno japonés y a tomar nota, de cara a la futura reordenación del mundo tras la guerra. Para ello, sin embargo, debían derrotar a Alemania, y la contienda apenas comenzaba. Una vez más, la brutalidad de la guerra en Europa jugaba a favor de las ambiciones japonesas. A pesar de la incomodidad causada a sus aliados por la Veintiuna Demandas, Japón pudo realizar otro movimiento favorable en 1915, uno que sería decisivo. El 5 de septiembre de 1914, Gran Bretaña, Francia y Rusia suscribieron la llamada Declaración de Londres, en la que se comprometían a no acordar paces separadas con los Imperios Centrales y a trabajar en solidaridad absoluta hasta la total derrota del enemigo. Este documento sería el fundamento de la Entente y de la gran alianza mundial, que será conocida cuatro años más tarde como “Potencias Aliadas y Asociadas”. El documento establecía lo siguiente: “DECLARACIÓN entre Gran Bretaña, Francia y Rusia, comprometiéndose a no concluir la paz por separado durante la presente Guerra Europea. Firmado en Londres, el 5 de septiembre de 1914 Los abajo firmantes, debidamente autorizados para esto por sus respectivos Gobiernos, declaran por medio de la presente lo siguiente: 46 47 Sin autor, “Veintiuna Demandas”, en www.firstworldwar.com (Revisado el 10 de marzo de 2009). On line. Nish, Ian, Japanese Foreign Policy in the Interwar Period, Praeger Publishers, Londres, 2002, p. 17. 77 Los Gobiernos británico, francés, y ruso se comprometen mutuamente a no concluir la paz por separado durante la presente guerra. Los tres Gobiernos aceptan que cuando los términos de la paz lleguen a ser discutidos, ningún uno de los Aliados exigirá condiciones de la paz sin el acuerdo previo de cada uno de los otros Aliados. En fe de lo cual los abajo firmantes han firmado esta Declaración y ha puesto sus sellos. Hecho en Londres, en versión triplicada, este 5to día de septiembre de 1914” 48 Debido al enfriamiento evidente en las relaciones con Gran Bretaña, y con las demás potencias occidentales, Japón inició la negociación de una serie de acuerdos secretos encaminados al reconocimiento de su nueva posición en China. Pero para alcanzarlo, Japón se vio obligado a involucrarse más en la contienda global, pues aún no había asegurado lo que le interesaba en Asia. Parte de esa política de consolidación de su presencia en la Entente incluyó la adhesión de Japón a la Declaración de Londres a finales de 1915, más o menos en la misma fecha en que lo hizo Italia (9 de agosto de 1915), convirtiéndose así la Triple Entente en una quíntuple alianza anglo-franco-ruso-ítalo-japonesa. Es de destacar que la adhesión japonesa a la Declaración de Londres no se dio fácilmente, sino que ocurrió después de muchas insistencias de Gran Bretaña, Francia y Rusia, y de la renuencia gobierno japonés a verse involucrado más activamente en la guerra, aún siendo consciente de los beneficios que le reportaría al país suscribir tal declaración. Desde 1914 Gran Bretaña, Francia, e incluso Rusia, venían presionando a Japón para que enviara tropas a Europa y una importante fuerza naval al Mediterráneo. “En septiembre de 1914, Gran Bretaña le pidió a Japón despachar unidades de la armada japonesa al área mediterránea, y, en noviembre, a los Dardanelos, con los fines respectivos de apoyar las operaciones británicas en el Mar Báltico y bloquear las armadas germano-turcas… … Rusia pidió a Japón a través del Gobierno británico despachar tres cuerpos de ejército de tropas japonesas al frente europeo.”49 48 Kajima, M. The Emergence of Japan as a World Power 1895 – 1925, Prentice-Hall International, Londres, 1968, p. 235. 49 Ibídem, pp. 233-234 78 A pesar de estas exigencias de las potencias europeas y de las reticencias de Japón a enviar una gran cantidad de fuerzas a Europa, el gobierno nipón termino adhiriéndose a la Declaración de Londres, eliminando de este modo buena parte de las desconfianzas de Occidente tras las Veintiuna Demandas y asegurándose un lugar como uno de los grandes en la venidera conferencia de paz. Así escribió en sus memorias el Vizconde Kikujiro Ishii, Ministro de Relaciones Exteriores de Japón entre 1915 y 1916: “Que Japón fuera capaz de tomar parte en las importantes deliberaciones de la conferencia de paz de Versalles como uno de los miembros líderes de las Potencias Aliadas y Asociadas y más aún, asegurar su posición y honor como una de las mayores potencias del mundo fue principalmente debido a su adhesión a la Declaración de Londres”50 Esta acción estrechó los lazos entre los japoneses y sus aliados europeos, asegurando su posición en Asia y llevándolos a una nueva campaña militar: Japón envió parte de su flota al Mediterráneo en 1917 para escoltar a los convoyes aliados ante el recrudecimiento de la guerra submarina de Alemania. La tercera etapa, en medio del desenlace de la Primera Guerra Mundial, estuvo marcada por dos hechos fundamentales: la participación de Japón en el combate contra las fuerzas submarinas de los Imperios Centrales en el Mediterráneo, acontecimiento que fue detallado en el capítulo anterior, y la intervención en Siberia, junto a Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Canadá e Italia, para ayudar al ejército blanco contra los bolcheviques en la guerra civil rusa. Esta intervención japonesa en la guerra civil rusa, al lado de las grandes potencias de la Entente, ha originado un gran número de opiniones diversas, que la juzgan desde diferentes puntos de vista, todos ellos de relevancia. Una de esas opiniones afirma que. “Japón no se identificaba con este sistema y se adhiere en 1918, a la cruzada mundial contra el bolchevismo. Aceptando la invitación de los aliados, envió soldados de agosto de 1918 a Vladivostok, donde estaban acantonado desde diciembre de 1917 un ejército integrado por soldados ingleses, franceses y estadounidenses, para apoyar los 50 Ibídem, p 232 79 ejércitos contrarrevolucionarios; pero los avances victoriosos de los bolcheviques hacen que las tropas de los aliados se retiren, menos los japoneses.”51 La opinión de Margarita Escobar, arriba expresada, es la una de las más comunes acerca de la participación de Japón en la intervención en Siberia. Pero creemos que esta visión es un tanto simplista. Aunque el gobierno también observó desde el principio a la revolución bolchevique y a sus ideales como una seria amenaza al orden político y económico establecido en su país, debemos recordar que Japón era la única de las grandes potencias con intereses geopolíticos en las cercanías del territorio del ex imperio zarista. A diferencia de Gran Bretaña o Francia, que intervinieron en dicha guerra civil para reabrir el frente oriental contra Alemania e impedir, así, el inicio de lo que se temía fuera una revolución proletaria mundial, Japón buscaba claramente completar su proyecto de expansión, que databa de la guerra ruso-japonesa. Desde 1905, cuando el Tratado de Portsmouth limitó las ganancias territoriales japonesas tras la guerra con Rusia, el gobierno japonés aspiraba poder controlar todo el sudeste de Siberia al este del lago Baikal como una manera de garantizar la seguridad del norte de su territorio metropolitano y de sus intereses en Corea y Manchuria. El sueño nipón de una gran posesión continental en la cuenca del río Amur tuvo que ser, sin embargo, dejado a un lado en 1905, pero los desordenes internos en Rusia ofrecían una nueva oportunidad de materialización de esas ambiciones. Es por eso mismo que resulta curioso que Japón esperara tanto para unirse a la cruzada mundial antibolchevique, pues ya en 1917 Francia le había solicitado que desplegara tropas en Vladivostok, petición que no fue aceptada. No fue hasta julio de 1918, por iniciativa del presidente norteamericano Wilson, que el gobierno japonés aceptó enviar tropas (un contingente verdaderamente voluminoso) a Vladivostok. Aunque Japón buscaba mucho más que sofocar la primera revolución socialista de la historia, en líneas generales las potencias occidentales vieron con buenos ojos que colaborara en el esfuerzo mundial contra los bolcheviques, y hasta llegaron a pensar, un tanto ingenuamente, que ese país compartía su visión del mundo y sus intereses. Es muy probable que los líderes japoneses entendieran tal circunstancia, y por ello enviaran tropas, pero su motivo primordial era, sin duda, crear un estado tapón en el Lejano Oriente Ruso 51 Escobar, M., Ob. cit., p. 48. 80 que le brindara seguridad al norte de su país y a la recién anexada Corea, cuando no apropiarse directamente de todo el territorio ruso entre Vladivostok y el Lago Baikal. Es irónico, pero fueron los bolcheviques quienes lograron crear en abril de 1920 ese estado tapón que luego fue anexado a la URSS, en 1922: la República del Extremo Oriente.52 En general, por lo tanto, este período entre 1917 y 1919 de las relaciones entre Gran Bretaña y Japón se caracterizaron por la presencia de una diplomacia mucho más astuta por parte de los nipones, que supieron cómo comprometer a su aliado en los puntos que les interesaban mediante el auxilio en el campo de batalla, logrando así importantes acuerdos secretos, la mayoría en 1917, no sólo con Gran Bretaña, sino también con Francia, la Rusia Imperial, Italia y hasta Estados Unidos, lo cual les garantizaban las conquistas y privilegios obtenidos entre 1914 y 1915. II-A.6) Japón y Gran Bretaña de cara a la Conferencia de París Al producirse la instalación de la esperada conferencia de paz, Japón y Gran Bretaña llegaban con posiciones, objetivos y estrategias bien diferenciadas y casi incompatibles, aun siendo aliados. Mientras que Japón se presentaba como una potencia regional en auge, que aspiraba tener proyección mundial y consolidarse en Asia, Gran Bretaña llegaba desempeñando el rol de gran árbitro mundial, buscando poder maniobrar entre tantos aliados y tantos compromisos adquiridos con la finalidad de que ninguna potencia obtuviera una ventaja absoluta, tanto en Europa como fuera de ella, y que el imperio británico pudiera seguir siendo amo y señor de los océanos del mundo. No eran pocos los acuerdos suscritos por los británicos, ni eran escasos los que tendrían que dejar atrás para poder prevalecer. Debían mantener a Francia dentro de ciertos límites para evitar que se adueñara de Europa; con ese mismo país debían tener también, y 52 La República del Lejano Oriente, a veces llamada República de Chita, fue un estado nominalmente independiente fundado en Blagovéshchensk el 6 de abril de 1920, que cubría el antiguo Lejano Oriente Ruso y Siberia al este del Lago Baikal. Aunque teóricamente independiente, fue controlado en gran medida por la República Socialista Federativa Soviética de Rusia, siendo uno de tantos gobiernos fantasmas surgidos en medio de la Guerra Civil Rusa. Antes de octubre 1920, su capital era Verkhneudisnk (ahora Ulan-Ude), y después de esa fecha fue Chita. Después de que los japoneses evacuaron Vladivostok, el 15 de noviembre de 1922, la República del Lejano Oriente fue unida con la RSFSR. 81 a la par, una delicada repartición colonial en África y el Medio Oriente, además de controlar las ambiciones de Italia y los aliados balcánicos como Grecia, Serbia y Rumania. Para Gran Bretaña resultaron, en este sentido, muy útiles los Catorce Puntos de Wilson. Japón, por el contrario, tenía objetivos claros, pero reducidos, avalados por muchos acuerdos previos, pero todos de carácter secreto que, fácilmente, podían ser considerados letra muerta, sobre todo en virtud de la defensa de la diplomacia abierta de los Catorce Puntos del presidente norteamericano. Japón debía entonces moverse con astucia, dejar que las grandes potencias se ocuparan del reparto del botín europeo y africano, mientras que sus delegados, de forma sigilosa, se llevaran lo que les interesaba en China y el Pacífico Sur. La lucha por la igualdad racial en la futura Sociedad de Naciones se convertiría en un objetivo secundario del gobierno japonés en la Conferencia, meta que se revelaría, más tarde, como un auténtico quebradero de cabeza. II-B) Relaciones Japón-Estados Unidos desde la Restauración Meiji hasta la Conferencia de París Desde que el comodoro Matthew Perry llegara a Japón en 1852, las relaciones entre este país y Estados Unidos nunca fueron especialmente cordiales, cuando no claramente agrias y tensas. Con posterioridad al Tratado de Kanagawa (1854), impuesto por Perry, vinieron varios más de la misma naturaleza, humillante para la soberanía japonesa, tanto con Estados Unidos como con otras potencias. Los compromisos de estos acuerdos fueron heredados por el gobierno Meiji, y fueron llamados, en conjunto, “Tratados Desiguales”. Una de las metas principales del nuevo gobierno imperial fue la derogación de estos pactos, lo que desde el principio creó tensiones con Estados Unidos, que fue el país que abrió por la fuerza a Japón al mundo exterior y que, de cierta manera, ejercía el liderazgo en la penetración occidental en el archipiélago. Estos hechos marcaron la mentalidad japonesa y crearon una pésima imagen de Estados Unidos entre el pueblo, una imagen que costaría mucho cambiar, pues a diferencia de India o China, donde la típica representación del imperialista occidental recaía en el inglés, en Japón ese papel le había tocado al estadounidense. 82 Estudiaremos, de este modo, las relaciones entre los dos países, tomando en cuenta las principales coyunturas del proceso, desde 1868 a 1919. II-B.1) Relaciones Japón-Estados Unidos: 1868-1898 Desde la restauración Meiji hasta la guerra chino-japonesa, es ciertamente difícil establecer un patrón claro en las relaciones norteamericano-japonesas, pues los “Tratados Desiguales” datan de los últimos años de la era Tokugawa. Además, existen pocos documentos de importancia. Esta falta de documentación se debe en gran parte a que antes de 1898 no se habían dado grandes fricciones entre Estados Unidos y Japón, pues sus imperialismos no habían convergido en la misma zona. Como únicos elementos indicadores de un futuro roce podemos mencionar el Tratado de Kanghwa (1876), impuesto por Japón a Corea, que se adelantó a todas las potencias occidentales. Este tratado fue respondido por Estados Unidos en 1882 con el Tratado de Chemulpo y el Tratado Coreano-Americano de Amistad y Comercio firmado en Incheon. Es necesario explicar que ya en los años 80 del siglo XIX, Estados Unidos estaba intentando, aunque tímidamente, una penetración en Corea como parte de su expansión por el Pacífico, pero ese intento de establecerse en ese país se estrelló con las posiciones que Rusia y Japón habían tomado previamente. Estos hechos, en particular la lucha sigilosa por Corea, pueden tomarse como la primera desavenencia entre Estados Unidos y Japón. Es casi seguro que la pugna por Corea en la década de 1880 causó cierta inquietud en Estados Unidos; en efecto, un país que hacía unos treinta años estaba aislado del mundo y fue obligado a la apertura por una flota norteamericana, ahora amenazaba con volverse un competidor de Estados Unidos en Asia Oriental tras un vertiginoso proceso de cambios. El profundo impacto que causó en los occidentales la rápida modernización de Japón tras la restauración Meiji es algo bastante conocido, pero debemos pensar que ese impacto fue aún mayor en Estados Unidos, por dos razones esenciales. La primera, porque había sido Estados Unidos quién había forzado a Japón a la apertura; desde el punto de vista de los líderes norteamericanos, debió haberse dado el más usual proceso de colonización o subordinación de Japón, no el inesperado proceso de que el país insular se modernizara y fuera cada vez más dinámico en la zona. La segunda, debido a que para Estados Unidos, el 83 Océano Pacífico era el área natural de expansión colonial y comercial; había sido este Océano la meta de su rápida expansión continental, la razón de las guerras con los indígenas y los mexicanos, y ahora Japón se presentaba como un rival a corto plazo para las ambiciones norteamericanas. Si bien la Rusia Imperial, que también tuvo una extensa expansión terrestre para llegar hasta el Pacífico, podía ser calificada como un rival para Estados Unidos, su falta de buenos puertos y poderío naval disminuían mucho sus potencialidades, caso distinto al de Japón, que ya para 1885 tenía una flota en plena modernización y contaba con una excelente posición geográfica para ser un serio competidor de Estados Unidos. En resumen, podemos decir que de 1868 a 1898, las relaciones norteamericanojaponesas estuvieron signadas por un distanciamiento y una tensión creciente a nivel de ambos gobiernos, aunque con un inmenso incremento del comercio bilateral. Las tensiones antes mencionadas llegaron a un punto de no retorno en 1898, con las adquisiciones de Japón en la guerra con China (1894-1895) y de Estados Unidos en la guerra contra España (1898). II-B.2) La coyuntura de la guerra ruso-japonesa. El acuerdo Taft-Katsura y el Tratado de Portsmouth La primera gran interacción directa entre Japón y Estados Unidos llegó con la guerra ruso japonesa de 1904-1905. Aunque el Tratado de Portsmouth, que le puso punto final a la guerra y que fue posible gracias a la mediación estadounidense, podría ser una referencia suficiente sobre la posición de Washington frente al conflicto ruso-japonés, existen muchas posturas disímiles al respecto. Una de ellas, la más extendida, es la que corresponde a autores como David Steeds, que sostiene que ante todo Estados Unidos buscaba que ninguno de los dos contendores obtuviera una ventaja total, visión también compartida, a medias, por la historiadora Tomoko Asomura. 84 “para Estados Unidos, la Guerra Ruso-Japonesa no debía asegurarle el dominio en el noreste de Asia a ninguna de las partes.”53 En esta opinión, se nos presenta un gobierno norteamericano muy frío y calculador, que supo negociar muy bien entre los imperios en pugna, robándole al ganador buena parte de su victoria. Esta fue por mucho tiempo la postura adoptada por grupos de presión en Japón, que vieron en el gobierno norteamericano a un conjunto de hipócritas que les habían robado al país unos beneficios ganados con sangre en el campo de batalla. Sin embargo, una segunda óptica destaca, ante todo, cómo Japón recibió inmensos préstamos desde Estados Unidos para financiar la guerra contra Rusia, y el particular sentimiento pro-japonés de Theodore Roosevelt. La misma Tomoko Asomura nos dice al respecto de esa relación entre Roosevelt y Japón. “Otro elemento que alentó a Japón para entrar en guerra fue la toma de posesión de la presidencia de Estados Unidos por parte de Theodoro Roosevelt, luego del asesinato del anterior presidente W. MacKinley. Se dice que Roosevelt se interesó en los asuntos de los japoneses al leer un libro sobre el “espíritu de los samurai” (título en japonés, Hagakure) y otros libros del mismo género sobre Japón. De todas formas, un japonés que había sido compañero de clases de Roosevelt, en la Escuela de Leyes de Harvard, fue enviado como diplomático a Estados Unidos para mantener un buen contacto con el Presidente y, a través de este personaje llamado Kentaro Kaneko, los líderes japoneses pudieron obtener no sólo información sobre la posición de Estados Unidos frente a ellos, sino también sobre la posibilidad de una mediación en algún crítico momento que enfrentara el Japón.” 54 Louis Allen va aún más lejos al presentarnos a Theodore Roosevelt como alguien plenamente parcializado por Japón: “La intervención de las potencias europeas a favor de Rusia sería también vista con hostilidad por EE.UU., cuyo presidente Theodore Roosevelt era un decidido pro japonés. “Tan pronto como esta guerra comenzó”, dijo más tarde de la guerra ruso-japonesa, “notifiqué a Alemania y Francia que en el caso de que se produjera una confabulación 53 54 Asomura, T., Ob. cit., p. 119 Ibídem, pp. 117-118. 85 contra Japón, me pondría inmediatamente al lado de este y actuaría a su favor en la medida que fuera necesario” 55 Si Theodore Roosevelt era o no realmente pro-japonés, o si fue manejado por un viejo compañero de la universidad o no, son datos intranscendentes frente a la dura realidad de que en 1905 el gobierno estadounidense sólo deseaba un gran desgaste entre los contendores. Debemos repasar la sucesión de eventos y analizarlos paso a paso. Poco antes de desencadenarse la contienda con Rusia, y después de iniciadas las hostilidades, el gobierno japonés recibió inmensos créditos por parte de banqueros norteamericanos. Aunque estos préstamos no fueron otorgados por el gobierno estadounidense, sino por el sector privado de ese país, resulta muy difícil pensar que hubiesen podido ejecutarse sin, al menos, una leve aprobación de Washington. Es muy probable que el gobierno de Estados Unidos, considerando mucho más fuerte a Rusia, igual que todo Occidente, quisiera equilibrar un poco la balanza a fin de que ninguno de los contendores obtuviera la temida victoria total. Esta hipótesis es mucho más realista que la que aduce románticos sentimientos pro-japoneses por parte de Roosevelt. El siguiente episodio de esta coyuntura lo encontramos en julio de 1905, cuando la victoria japonesa ya se había completado con la batalla de Tsushima: el memorándum o acuerdo Taft-Katsura. Este acuerdo no se materializó en un tratado formal y público, sino que consistió en un arreglo informal basado en el canje de notas y en las conversaciones entre el Secretario de Guerra de Estados Unidos, William Howard Taft y el Primer Ministro de Japón, Taro Katsura. En el acuerdo, Japón reconoció plenamente la ocupación y soberanía de Estados Unidos en Filipinas, en tanto que éste reconocía los intereses especiales de Japón en Corea. Este acuerdo fue el primero que despejó el camino para la futura anexión japonesa de Corea en 1910. Según los historiadores coreanos de hoy en día, violó el tratado de amistad firmado entre Corea y Estados Unidos en 1882. Sin embargo, el tono de la negociación no fue precisamente amistoso. Para ese momento la guerra llegaba a un punto muerto por las contundentes derrotas rusas y el agotamiento financiero de Japón. El país asiático necesitaba guardarse las espaldas ante el que ya se había propuesto como mediador en el conflicto. Estados Unidos, por su parte, 55 Allen, L. Ob. Cit., p. 56. 86 buscaba cierto entendimiento con Japón para poder ser mediador, pero también para limitar las ganancias de este y evitar que su expansión rebasara los límites tolerables. Los intereses especiales de Japón en Corea fueron reconocidos porque sencillamente a Taft no le quedaba otra alternativa y porque sabía que un dominio incontestado de Japón en Corea le traería cierta estabilidad a Asia Oriental. Con Corea garantizada, que fue el motor de la guerra, el gobierno japonés podía acudir entonces más tranquilo a la mesa de negociaciones con Rusia. Pero antes de llegar al acuerdo en Portsmouth, revisemos las palabras de Theodore Roosevelt presentadas por Louis Allen. Según Allen, Roosevelt advirtió a Francia y Alemania que si había alguna “confabulación” contra Japón, su país apoyaría a este último. Resulta muy interesante que le hiciera esa advertencia, precisamente, a Francia y Alemania, las compañeras de Rusia en la Triple Intervención de 1895-97, y que usara la palabra “confabulación”, lo que en efecto fue la Triple Intervención. Es muy posible que Roosevelt observara que Japón y Estados Unidos compartían algo en el escenario asiático y mundial: ser potencias nuevas y emergentes, en gran manera marginadas por Europa, y que en virtud de eso pensara que si permitía que Japón volviera a ser humillado por una coalición europea, abría la puerta para que su propio país recibiera un trato semejante en un futuro cercano. Hacía sólo tres años de la intervención de Gran Bretaña, Alemania e Italia en Venezuela. Es así lógico pensar que por la mente de Roosevelt transitara la idea de que ayudar a Japón era ayudar a los propios Estados Unidos, pues de momento, los enemigos de Tokio era los de Washington, que sólo tres años antes habían puesto a prueba la doctrina Monroe al bloquear las costas venezolanas. Tras desentrañar parte de las bases de la peculiar postura de Theodore Roosevelt y del Acuerdo Taft-Katsura, veamos ahora algunos artículos destacados del Tratado de Portsmouth, firmado el 5 de septiembre de 1905, alrededor de seis meses después de la total derrota rusa en Tsushima y el Acuerdo Taft-Katsura. “ARTICULO II El Gobierno Imperial Ruso, reconociendo que Japón posee en Corea superiores intereses políticos, militares y económicos se compromete a no obstruir ni interferir con las medidas para la guía, protección y mando que el Gobierno Imperial de Japón pueda estimar necesarias tomar en Corea. Se entiende que se tratarán a los súbditos rusos en Corea exactamente de la misma manera como los súbditos y ciudadanos de otras potencias 87 extranjeras; es decir, ellos estarán en la misma situación que los súbditos y ciudadanos de la nación más favorecida. También es convenido que para evitar causas de malos entendidos, las dos altas partes contratantes se abstengan de tomar cualquier medida militar en la frontera ruso-coreana que pueda amenazar la seguridad del territorio ruso o coreano. ARTICULO III Japón y Rusia se comprometen mutuamente a: Primero. --Evacuar Manchuria completa y simultáneamente, exceptuando el territorio afectado por el arriendo de la Península de Liaotung, en conformidad con las previsiones del artículo adicional I anexado a este tratado, y, Segundo.--Restaurar completamente a la administración exclusiva de China todas las porciones de Manchuria que se encuentran bajo ocupación, o bajo el mando de las tropas japonesas o rusas, con la excepción del territorio antedicho. El Gobierno Imperial de Rusia declara que no tiene en Manchuria cualquier ventaja territorial o concesiones preferenciales o exclusivas en detrimento de la soberanía china, o en oposición al principio de igualdad de oportunidades. ARTICULO V El Gobierno Imperial Ruso transfiere y asigna al Gobierno Imperial de Japón, con el consentimiento del Gobierno de China, el arriendo de Port Arthur, Dalien y las aguas territoriales adyacentes, y todos los derechos, privilegios y concesiones conectadas con o que formen parte de tal arriendo, y también transfiere y asigna al Gobierno Imperial de Japón todos los trabajos públicos y propiedades en el territorio afectado por el arriendo antedicho. Las dos partes contratantes se comprometen mutuamente a obtener el consentimiento del Gobierno chino mencionado en la estipulación anterior. El Gobierno Imperial de Japón, por su parte, entiende que los derechos de propiedad de los súbditos rusos en el territorio referido serán perfectamente respetados. 88 ARTICULO IX El Gobierno Imperial Ruso cede a perpetuidad y plena soberanía al Gobierno Imperial de Japón la porción del sur de la Isla de Sajalín y todas las islas adyacentes y las obras públicas y propiedades. El quincuagésimo grado de latitud norte se adopta como el límite septentrional del territorio cedido. La alineación exacta de tal territorio se determinará de acuerdo con las previsiones del artículo adicional II anexado a este tratado. Japón y Rusia están mutuamente de acuerdo en no construir en sus posesiones respectivas en la Isla de Sajalín o las islas adyacentes cualquier fortificación u otras obras militares similares. Se comprometen también a no tomar cualquier medida militar que pueda impedir la libre navegación en el Estrecho de La Perouse y el Estrecho de Tartaria respectivamente. SUB-ARTICULO AL ARTÍCULO III Los Gobiernos Imperiales de Japón y Rusia se comprometen mutuamente a comenzar el retiro de sus fuerzas militares simultánea e inmediatamente del territorio de Manchuria después de que el tratado de paz entre en vigor, y dentro de un período de dieciocho meses después de esa fecha los ejércitos de los dos países serán completamente retirados de Manchuria, exceptuando los del territorio arrendado de la Península de Liaotung. Se retirarán primero las fuerzas de los dos países que ocupan las posiciones delanteras. Las altas partes contratantes se reservan el derecho a mantener guardias para proteger sus respectivas líneas ferrocarril en Manchuria. El número de tales guardias no excederá a quince por kilómetro y dentro de ese número el máximo de los comandantes de los ejércitos japoneses y rusos deberán fijarse por común acuerdo y el número de guardias a ser desplegados será tan pequeño como sea posible teniendo presente los requisitos reales. Los comandantes de las fuerzas japonesas y rusas en Manchuria estarán de acuerdo en los detalles de la evacuación en conformidad con los principios anteriores y tomarán por común acuerdo las medidas necesarias para llevar a cabo la evacuación lo más pronto posible, y en cualquier caso no después del período de dieciocho meses.”56 56 Sin autor, “Tratado de Portsmouth”, en http://wwi.lib.byu.edu/index.php/Treaty_of_Portsmouth (Revisado el 10 de marzo de 2009) On line. 89 Como podemos ver en estos artículos, que son los principales del tratado, Japón obtuvo en Portsmouth una victoria apreciable en lo territorial, pero una total derrota en lo económico. “Para esta guerra, Japón había previsto una inversión de cuatrocientos cincuenta millones de yenes por año; pero resulta que gastó mucho más de 1.900 millones de yenes durante alrededor de dos años. Más de la mitad de este gasto había sido obtenido a través de préstamos de Gran Bretaña y Estados Unidos. En realidad, el gobierno de Japón necesitaba de la indemnización para recuperarse económicamente.”57 Esta situación la conocían a la perfección los líderes norteamericanos. Con el recuerdo de que tras la guerra con China de 1894-1895, Japón utilizó un 62,8% de la indemnización en adquirir armas, es evidente que vieron en el pago de indemnización por parte de Rusia el punto clave para limitar a Japón tras su incuestionable victoria en el campo de batalla. Los estadounidenses debieron pensar algo simple: si Rusia había perdido rotundamente en el campo de batalla, y ya se habían comprometido con Japón a entregarle Corea (mediante el Acuerdo Taft-Katsura), debían encontrar una manera de evitar que el ganador se llevara el botín completo, lo que hubiera desequilibrado la relación de fuerzas en Asia Oriental. Creyeron que si Japón no se llevaba una cuantiosa indemnización por parte de Rusia, el imperio zarista podría atender mejor sus desórdenes internos y tardar menos tiempo en recuperarse militarmente y así restablecer un poco el equilibrio en la zona. Si no había indemnización, Japón, por el contrario, quedaría con su maquinaria militar paralizada por varios años, evitando cualquier expansión nipona más allá de Corea en los años inmediatamente posteriores. Como se puede observar, el hecho de que Japón quedara sin indemnización era totalmente beneficioso para Estados Unidos. Pero la victoria japonesa no sólo fue mutilada en lo económico, también lo fue en lo territorial. Según lo establecido en el tratado, ninguno de los dos contendores podría quedarse en Manchuria, a la vez que las ganancias territoriales japonesas se limitaban a la zona arrendada rusa en la península de Liaodong y la mitad meridional de la isla de Sajalín. Estas ganancias fueron vistas como una miseria por parte de los japoneses, pues la guerra con Rusia les había costado mucho, tanto en dinero como en sangre. Los más extremistas en Japón aspiraban a obtener todo el Lejano Oriente Ruso al este del Lago Baikal, y en 57 Asomura, T., Ob. Cit., p. 119. 90 cambio sólo habían conseguido la mitad de Sajalín, y con limitaciones militares que no le impedían a la flota rusa seguir teniendo poder en la región. En efecto, el artículo IX fue uno de los más hábilmente redactados y que más beneficiaba a Estados Unidos; con él ni la armada de Japón ni la de Rusia, serían dueñas absolutas del Pacífico noroccidental. Es un rasgo notable destacar que con el Tratado de Portsmouth, que le valió a Theodore Roosevelt el Premio Nobel de la Paz, Japón se llevaba de nuevo un “botín incompleto” tras una dura guerra. Es también interesante resaltar que la frustración nacional causó disturbios en Japón y provocó la caída del gabinete de Taro Katsura. Ya no fue una coalición europea la que le había quitado buena parte de sus ganancias, sino la otra gran potencia emergente del Pacífico, la misma que había forzado al país a la apertura hacía medio siglo. Tomando en cuenta que el resentimiento de los líderes japoneses hacia los países de la Intervención Tripartita siguió vivo por muchos años, es fácil suponer que 1905 impuso un punto clave en la formación de un sentimiento anti-estadounidense en Japón. II-B.3) La coyuntura del Acuerdo de Caballeros El llamado “Acuerdo de Caballeros” o Gentlemen´s Agreement, fue un acuerdo informal entre los gobiernos de Estados Unidos y Japón respecto a la inmigración desde este último país al primero. Las negociaciones abarcaron los años 1907 y 1908, y el acuerdo consistió en una serie de notas entre las cancillerías, no en un único documento formal, de ahí su denominación “acuerdo de caballeros”; es decir, un pacto sustentado sólo en el honor y la palabra. La negociación y cierre de este acuerdo marca otro hito de suma importancia en las relaciones Washington-Tokio. Revisemos críticamente los acontecimientos anteriores. En 1882 se aprobó en California la “Chinese Exclusion Act” o Ley de Exclusión China, diseñada para limitar la inmigración de chinos, que ya para aquella fecha había colmado la capacidad de absorción de California tras la construcción del ferrocarril hacia el Pacífico y el declive de la extracción de oro, las dos grandes fuentes de empleo para los inmigrantes chinos. Esta nueva ley fue una expresión de los sentimientos anti-orientales que se habían desarrollado en California, entre otras causas porque los norteamericanos sentían que los chinos les robaban oportunidades de empleo. A raíz de la Chinese Exclusion 91 Act, los niños chinos fueron obligados a asistir a escuelas separadas, además de sufrir otras medidas de segregación que fueron tomadas. Pero al margen de los sentimientos anti-orientales de los californianos, el estado norteamericano seguía requiriendo una gran cantidad de trabajadores, y por ello los empresarios estadounidenses pensaron en la inmigración de obreros desde Japón como una solución alternativa. Así, en 1894 Japón y Estados Unidos llegaron a un primer acuerdo que dejaba vía libre a la inmigración japonesa al país americano. Los nuevos inmigrantes japoneses se adaptaron mejor y más rápido a la vida norteamericana que sus antecesores chinos, llegando incluso a integrarse en iglesias protestantes. Por otra parte, su número comenzó a ascender rápidamente, generando de nuevo en los californianos brotes de xenofobia, alegando que los japoneses les robaban sus empleos. Esto no era del todo cierto, pero sí se tienen datos de que los japoneses trabajaban por la mitad del sueldo de los norteamericanos. Ahora bien, es realmente imposible saber si esto se debía a una astuta maniobra de los japoneses, que consistía en aceptar menos paga con tal de asegurar los puestos de trabajo, o si se debía a los intereses de los empleadores norteamericanos. Lo cierto es que para 1905 encontramos en los diarios de San Francisco referencias a una tal Liga de Exclusión Japonesa y Coreana, fundada el 7 de mayo de ese año, y que buscaba por todos los medios la extensión de la Chinese Exclusion Act a japoneses y coreanos, así como la separación de los niños japoneses de los “blancos” en las escuelas. Para lograr tales objetivos, los miembros de la liga se comprometían a no ayudar de ninguna manera a inmigrantes orientales, o a sus empleadores, y a presionar al Presidente y al Congreso para que sus demandas fueran escuchadas. Despliegues de racismo como este también fueron reportados en Hawái, donde la población de origen nipón era realmente alta. En general, el racismo institucional fue algo tristemente común en Estados Unidos y Europa hasta bien entrado el siglo XX. Pero el punto culminante del sentimiento anti-japonés en California llegó con el terremoto de San Francisco, el 18 de abril de 1906. Cuando la ciudad comenzó a ser reconstruida, se vio que buena parte de los pobladores del Barrio Chino habían huído, y que la Escuela Primaria China (la escuela segregada obligatoria para los niños chinos) tenía muchos cupos vacíos. Ante esta situación, la Superintendencia de la Administración Escolar, reorganizó esta escuela como “Escuela Pública Oriental”, ampliándola para los 92 coreanos y japoneses. Esto fue lo que llevó al límite la paciencia de los japoneses, que se sintieron gravemente insultados, ya que valoraban altamente la educación y no podían admitir que los niños japoneses recibieran una educación inferior. Les ofendía, además, recibir el mismo trato que China, un país atrasado y semi colonizado, siendo Japón en cambio una potencia emergente. Las quejas de los japoneses ante las autoridades norteamericanas no se hicieron esperar; declaraban que la segregación escolar violaba el acuerdo de 1894 que establecía un trato equitativo para los inmigrantes nipones. Las quejas de los japoneses residenciados en California pronto también se hicieron sentir en los medios de comunicación impresos de Japón, convirtiéndose así el asunto en un problema diplomático para ambos países. El gobierno Meiji, obsesionado con el prestigio del país y con lograr la igualdad con Occidente, estaba resuelto a evitar una humillación para sus nacionales, en tanto que el gobierno de Theodore Roosevelt veía cómo los propios valores de la identidad norteamericana, como la libertad y la democracia, se tambaleaban ante los ojos del mundo. Veamos algunas opiniones sobre esta crisis. “el súbito surgimiento del Imperio japonés, después de las guerras en Asia, atraía no solamente la atención y la admiración de la opinión mundial sino que generaba, en la mente de los euro-americanos, la sensación de que se trataba de una misteriosa e inexplicable amenaza. El argumento del “peligro amarillo”, originario de Europa, se había difundido ampliamente en Estados Unidos. Esta sensación se unía al ya existente sentimiento antioriental. En el estado de California y en los otros estados de la costa del Pacífico, tal sentimiento existía desde los años noventa del siglo XIX, y se convirtió en un quebradero de cabeza diplomático entre Japón y Estados Unidos: los estadounidenses rechazaron la naturalización de los orientales basándose en el racismo, y especialmente el estado de California y otros estados del Pacífico rehusaron reconocer a los orientales el derecho a la propiedad de la tierra. El estado de California además decidió, en 1906, segregar a los niños japoneses de las escuelas normales y mandarlos a las que habían sido originalmente destinadas para los niños chinos en décadas anteriores.”58 “Poco antes del estallido de la Primera Guerra [Mundial], Japón había tenido conflictos con Australia y los EE.UU, debido a la política aplicada por esos países a la inmigración japonesa. Si se detiene uno a pensar en las tácticas empleadas por esos países 58 Asomura, T., Ob. Cit., p. 147. 93 para disuadir la inmigración nipona sólo se puede concluir que eran injustos con Japón.”59 Para hacer frente a esta crisis diplomática, los gobiernos de Estados Unidos y Japón llegaron a un acuerdo que establecía lo siguiente: el gobierno japonés se comprometía a impedir la inmigración de sus nacionales a los Estados Unidos continentales, limitándose al entonces Territorio de Hawái y, por su parte, el gobierno estadounidense se comprometía a dar un trato justo y equitativo a los residentes japoneses en el país. Roosevelt logró un acuerdo mínimamente viable con Japón, y ya para 1907 los estudiantes japoneses volvían a las escuelas públicas regulares norteamericanas, pero no pudo impedir que el sentimiento anti-japonés siguiera creciendo en California y en todo el oeste del país. Tampoco logró ponerle fin a la Liga de Exclusión Japonesa y Coreana, y mucho menos logró evitar que los sentimientos anti-estadounidenses siguieran creciendo en el pueblo y el gobierno japoneses. Como vemos, la coyuntura del Acuerdo de Caballeros fue otro episodio en la escalada de tensión, resentimiento y desconfianza que marcaron las relaciones norteamericanojaponesas en la primera mitad del siglo XX. En este episodio, el gobierno japonés había logrado salvar el honor de su país y sus nacionales en el escenario público, pero había tenido que ceder a una condición amarga y humillante tras bastidores. Otro pacto al que llegaron los estadounidenses y japoneses en 1908 fue el Acuerdo Root-Takahira, firmado el 30 de noviembre, establecía un reconocimiento de la Política de Puertas Abiertas por parte de Japón, así como también un reconocimiento japonés de las anexiones de Filipinas y Hawái por parte de Estados Unidos y un compromiso del gobierno nipón para limitar la emigración a California. En contra partida, los norteamericanos reconocían implícitamente el derecho de Japón a anexar Corea y su posición oficial en Manchuria. Un detalle menor en apariencia, pero que no debe pasar inadvertido, fue el gran periplo de la flota estadounidense por el Pacífico en 1908. Veamos lo que el historiador Jean Baptiste Duroselle nos dice al respecto: 59 Eduardo Camps, Ob. Cit., (Revisado el 10 de marzo de 2009) On line. 94 “El periplo de la gran flota norteamericana en el Pacífico, de 1907 a 1909, destinado a inquietara los japoneses fue ordenado por Roosevelt con el acuerdo de Mahan.”60 ¿Pudo estar este periplo relacionado con las negociaciones del Acuerdo de Caballeros?; ¿fue una maniobra de intimidación del gobierno estadounidense a Japón para que disminuyera el énfasis de su reclamo con respecto a la discriminación de sus nacionales? Es posible que nunca se pueda probar la relación entre un hecho y el otro, pero la lógica del contexto nos lleva a pensar que sí; el solo hecho de esta navegación nos indica cuán tensas eran las relaciones Tokio-Washington hacia 1908. II-B.4) Impacto en Estados Unidos por la entrada de Japón en la guerra y relaciones norteamericano-japonesas durante la Primera Guerra Mundial Cuando en agosto de 1914 Japón dio el primer paso hacia el conflicto mundial, en Estados Unidos hubo una verdadera explosión de opiniones diversas, algunas de ellas manejadas por germanófilos y sectores del país que por diversas razones eran hostiles a Japón, y otras dirigidas por sectores favorables a Gran Bretaña, pero que de momento defendían la neutralidad norteamericana. Igual que en las relaciones anglo-japonesas durante la guerra, en las norteamericano-japonesas se pueden distinguir varias etapas. La primera, comprende entre agosto de 1914 y enero de 1915, aglutinando las operaciones militares japonesas en China y el Pacífico; la segunda, se desarrolla desde las Veintiuna Demandas, en enero de 1915, hasta la declaración de guerra de Estados Unidos a Alemania en 1917, y la tercera y última, desde este suceso hasta la instalación de la conferencia de paz. Apenas Japón envió el ultimátum a Alemania, el 15 de agosto de 1914, podemos decir que en Estados Unidos se despertó una gran inquietud, cuando no un claro temor, sobre las ambiciones japonesas en el Pacífico y China. Las posesiones alemanas en China tenían una posición clave al norte del país, no lejos de Pekín y junto al Mar Amarillo, mientras que en el Pacífico, las posesiones del Káiser eran una cuña entre Filipinas y 60 Duroselle, J.B., Política Exterior de los Estados Unidos. De Wilson a Roosevelt (1913 – 1945), Fondo de Cultura Económica, México, 1965, p. 19. 95 Hawái, compartiendo con Estados Unidos la soberanía sobre Samoa y las Marianas. Como una muestra de esta desconfianza a la participación nipona en la guerra, presentamos varias noticias del New York Times que datan del último trimestre de 1914. El 17 de agosto encontramos: “Tratado Anglo-Japonés. Texto completo del acuerdo que hace a Japón aliado de Inglaterra” y “Apelan a California. Germano-Americanos le dicen al Gob. Johnson que Inglaterra nos pone en peligro”. Esta última noticia se refería a una carta dirigida por el Presidente de la Cámara Germano-Americana de Comercio al gobernador de California, destacando la amenaza de Japón y cómo Gran Bretaña buscaba la destrucción de sus dos mayores rivales comerciales, Alemania y Estados Unidos. Finaliza diciendo que Estados Unidos debería entrar en la contienda del lado del Káiser. La mencionada carta inicia así: “Llamamos su atención respetuosamente a la acción de Inglaterra de empujar a Japón a la guerra actual. Ésta es la misma Inglaterra que durante la lucha de las colonias americanas por la independencia excitó a los indios y los armó contra los patriotas americanos. Inglaterra habiéndose negado a localizar los disturbios europeos a los Balcanes, no se contentó con haber movilizado a los semi-bárbaros rusos contra la civilización y cultura de Alemania, sino que arrastró al círculo de la guerra a los mongoles, y a través de ellos al Océano Pacífico.”61 Resultan muy significativas varias cuestiones; la primera, que la carta fuera dirigida al gobernador de California, el estado que más había hostilizado a los japoneses. Es muy posible que la Cámara Germano-Americana de Comercio buscara influir en el gobierno estadounidense a través de este personaje ante la resuelta declaración de neutralidad del presidente Wilson. La segunda, que el New York Times publicara la carta completa y que entrevistara, además, al presidente de la mencionada cámara de comercio, Hubert Cillis, dándole la oportunidad de reafirmar aún más su mensaje manipulador, racista, anti japonés y pro alemán. El 18 de agosto encontramos una nota que parece replicar la del día anterior y probablemente otras más; se titula “Movimiento de guerra de Japón. Hecho para preservar la “Puerta Abierta” en China”. Esta nota fue una carta al editor que parece firmar un 61 Nota de Redacción, “Appeals to California. German-Americans Tell Gov. Johnson England Imperils Us”, The New York Times, 17 de agosto de 1914, www.nytimes.com (Revisado el 10 de marzo de 2009) On line. 96 japonés residenciado en Estados Unidos, o quizá un nipón-estadounidense, apellidado Shimatani, y que defiende a su país. La misiva decía: “Haciendo referencia a su crítica a la propuesta de Japón a Alemania, diría que, aunque las reivindicaciones japonesas nunca han olvidado la injusticia hecha por los alemanes en 1895, las relaciones entre los dos países fueron siempre cordiales, y todos los japoneses han sido agradecidos hacia la nación alemana. Japón tiene una deuda incalculable con la civilización y ciencia de Alemania. Nuestra Constitución fue modelada después de que la de Prusia, y no es exageración decir que todos los soldados y médicos japoneses son discípulos del genio alemán. Creo, sinceramente, que la mayoría del pueblo japonés nunca desearía ser llamado el enemigo de la nación alemana. Japón no es ambicioso, y no desea ser arrastrado a la guerra, tan lejos como el ultimátum está interesado. Su intención única es que la paz del Lejano Oriente no será agitada por la guerra europea. A menos que la actividad alemana sea verificada, la paz nunca estará a salvo, y puede ser solamente conseguida por la rendición de Kiau-chau. Japón propone solamente que Kiao-chau deba ser devuelto a China, el propietario legítimo, cuyo territorio fue robado como una indemnización en 1899, sólo porque uno o dos misioneros fueron muertos por la muchedumbre. Ese territorio está situado en el auténtico corazón de China. La integridad territorial de China nunca estará asegurada a menos que sea recuperado. La presencia de la fuerza alemana es una amenaza constante a la independencia china. Los Estados Unidos fueron un campeón de la "Política de puertas abiertas" que rescató China de la división. Habrá algún malentendido y sospecha sobre la intención verdadera del gobierno japonés. Sin embargo es probable que la propuesta de que Kiauchau sea recuperado para China tenga la aprobación del pueblo americano, porque es la conclusión natural del principio de la política de puertas abiertas R. Shimatani”62 De esta carta podemos inferir que ya el New York Times venía adelantando una campaña destinada a condicionar a la opinión pública contra Japón, tal y como se hizo contra España antes de la guerra de 1898. El condicionamiento de la opinión pública contra una amenaza externa era, y es aún, algo característico de la política interna estadounidense 62 Nota de Redacción, “Japan´s War Move. Made to Preserve the “Open Door” in China, The New York Times, 18 de agosto de 1914, www.nytimes.com (Revisado el 10 de marzo de 2009) On line. 97 (como la de otras potencias). Se puede suponer también que el mencionado Sr. Shimatani era alguien muy preparado políticamente, quizá vinculado al gobierno japonés. Para el 30 de agosto encontramos otra nota anti-japonesa, que se titula: “Si Alemania debería ser golpeada”. Su parte más fuerte en cuanto a discurso contrario a Japón dice: “¿Si Japón, el aliado de Inglaterra, está ayudando ahora a la última con la armada y posiblemente con el ejército contra Alemania en aguas chinas, no quiere decir esto que en caso de una guerra en la que Japón podría estar involucrado esperaría una acción recíproca por parte de Inglaterra?. La nación en guerra con Japón podría ser Estados Unidos posiblemente”63 Aquí se manipula el temor de los norteamericanos hacia una posible combinación entre Gran Bretaña y Japón en su contra. Muy sutilmente, se empuja a la nación a aliarse con Alemania para romper la amenaza de este Eje Londres-Tokio. En los meses siguientes, al verse que el temido ataque japonés sobre posesiones norteamericanas en el Pacífico no ocurrió, los titulares y noticias del New York Times suavizaron su tono y se limitaron a narrar, más que a opinar, sobre lo sucedido. El 8 de octubre publicaron: “Japoneses toman las isla de Yap. Extienden sus operaciones en aguas del Pacífico para tomar base alemana en las Carolinas”; el 19 de octubre apareció: “Regulaciones japonesas. Relativas a la exención de captura de buques mercantes alemanes”; el 9 de noviembre: “Japón celebra la caída de Tsing-tau”, y el 20 de diciembre, “Vio caer Tsing-tau ante Japón. Corresponsal americano cuenta la primera historia detallada de la caída de la ciudad”. Así, al finalizar las operaciones militares de la Entente en el Pacífico, los temores de Estados Unidos se fueron despejando; pero serían los mismos japoneses los que terminarían confirmando buena parte del discurso anti-oriental de sectores de la sociedad norteamericana al imponerle a China las Veintiuna Demandas. Tras la Veintiuna Demandas los propios aliados de Japón desconfiaron de sus ambiciones, más aún Estados Unidos que era garante de la integridad del gigante asiático y rival natural de los nipones. El 21 de noviembre de 1915 apareció en el New York Times 63 Nota de Redacción, “If Germany Should Be Beaten”, The New York Times, 28 de agosto de 1914, www.nytimes.com (Revisado el 10 de marzo de 2009) On line. 98 este titular, que habla por sí mismo: “Japón es visto como la Alemania del Oriente. Observador americano declara que China es gobernada ahora desde Tokio y que Japón está desenmascarado con una nación puramente militar deseosa de poder”. Este observador fue Jefferson Jones, un norteamericano con muchos años de residencia en el Lejano Oriente, que vio la caída de Qingdao y escribió un libro sobre la misma. El diario neoyorquino llega a informar qué editorial publicó el libro y qué precio tenía. La noticia publicada hace un resumen de ese libro, que vende como la “Alemania del Oriente” a Japón. Veamos algunas partes de la nota: “Japón es meramente un poder militar, ambicioso y concienzudo; Japón es el práctico señor de China, un dominio obtenido a través de hipócritas apariencias de amistad: Japón, a través de su “bushido” o espíritu militar, es el oponente de Gran Bretaña en una guerra dentro de quince años; Japón es un posible antagonista de campo de los Estados Unidos, no debido a cualquier derecho genuino violado por las leyes de exclusión de California, sino por la agresividad de la tierra del Mikado en su búsqueda de la completa dominación del Oriente, Japón es un posible aliado de Rusia y Alemania en un intento de sacar a Gran Bretaña del Lejano Oriente.”64 Aquí el Sr. Jones llega un poco lejos, intentando predecir futuras guerras en la región y planteando la inverosímil existencia de una liga ruso-germano-nipona antibritánica. Pero la nota sigue en su discurso anti-japonés: “El Sr. Jones, en pocas palabras, vio una Alemania del Oriente en el Japón de 1915, eficiente, fuerte, ambicioso, ingenioso, tranquilo. Listo para embargar y luchar y sujetar, Japón puede obtener su lugar en el sol oriental hasta tal punto que las otras naciones caerán en la sombra… …La máscara japonesa se cayó, dice el Sr. Jones, y en sus famosas demandas de hace algunos meses sobre China se reveló "Simplemente como una nación militar, sin regir por ningún honor y guiada sólo por sus ambiciones egoístas… …Y sólo hay un obstáculo serio a la marcha de los japoneses hacia la subyugación completa de China y la dominación del Oriente, según el punto de vista del autor, ese obstáculo son los Estados Unidos. Apunta que con Alemania eliminada del Pacífico, con Rusia lista y deseosa para una partición de China, con Inglaterra forzada al silencio actualmente por sus obligaciones como aliado de Japón bajo el acuerdo anglo-japonés, 64 Nota de Redacción, “Japan Is Seen as the Germany of the Orient”, The New York Times, 21 de noviembre de 1915, www.nytimes.com (Revisado el 10 de marzo de 2009) On line. 99 Japón podía hacerse un total autócrata del Lejano Oriente inmediatamente como desea si no fuera por la sombra de los Estados Unidos. Más populoso y más adinerado que Japón, aunque menos listo para entrar en la guerra, la amenaza americana se vislumbra ante los ojos del Mikado y sus estadistas... …Y en esta parte de su libro el Sr. Jones expresa otra idea poco común - que hay la posibilidad de que Rusia y Alemania pueden hacerse socias de Japón en los próximos días en una liga para sacar a Gran Bretaña del Oriente. Hay plenitud de señales, cree, de que Rusia ha estado deseosa de llegar a un acuerdo con Japón mientras que el Sr. Jones en Tsing-tao observó la manera tan generosa en la que los japoneses trataron a los alemanes conquistados, y el espíritu de buena voluntad con la que ese trato fue recibido por los alemanes durante algún tiempo. La actitud de los japoneses y los alemanes en Tsingtao estaba en contraste sorprendente y casi asombroso, como el Sr. Jones personalmente vio y escuchó, con la actitud de los alemanes y los británicos.”65 En relación con lo dicho por el Sr. Jones, en Estados Unidos se habló mucho por esas fechas de una “inversión de las alianzas”, que pondría en breve a Japón del lado de Alemania, y que luego los nipones arremeterían contra Estados Unidos. Estos temores, aunque puedan pareces inverosímiles e injustificados (pues era casi imposible que Japón sacrificara lo que ya le había arrancado fácilmente a Alemania, para lanzarse a una incierta guerra contra Gran Bretaña y Estados Unidos), meses después mostrarían algo de cierto. Este tema en sí es otro “agujero negro historiográfico”, si bien hoy en día sabemos que Alemania intentó muchas veces llegar a una paz por separado con Japón, cuando no atraerlo al bando de los Imperios Centrales, como se mostraría en 1917 con el Telegrama Zimmermann. A todo esto debemos agregarle que Japón y Rusia concluyeron varios acuerdos secretos entre 1915 y 1917 que proyectaban la práctica repartición de China y la exclusión de otras potencias en el gigante asiático. Estos acuerdos fueron patrocinados al principio por Gran Bretaña que, preocupada por la debilidad interna de Rusia, buscó un entendimiento ruso-japonés que le permitiera al gobierno zarista contar con un apoyo seguro en cuanto a armas y dinero, aunque pronto los rusos y los japoneses negociaron en base a sus propios intereses. Estos pactos quedaron en el olvido tras la revolución bolchevique de 1917 y han sido poco o nada estudiados. Además de las opiniones reflejadas por el New York Times, es bueno examinar algunos de los comentarios hechos por el historiador Noriko Kawamura en su libro 65 Ídem 100 Turbulence in the Pacific. Japanese-U.S. Relations During the World War I. Después de darle su justo lugar a la rivalidad geopolítica entre Japón y Estados Unidos, Kawamura agrega como explicación al distanciamiento nipón-norteamericano los constantes cambios en el gabinete que sufrió el país asiático por estos años y que complicaron el entendimiento con los norteamericanos, que muy por el contrario contaron con un liderazgo claro y firme. Kawamura suministra además varios datos adicionales que es bueno traer a este análisis como que se dio un buen número de intercambio de notas entre Estados Unidos y Japón después del ultimátum a Alemania, que el Ferrocarril de Shandong fue tomado sin base legal por el ejército japonés, pues no era parte del territorio arrendado a Alemania, que Estados Unidos mantenía una estación carbonera para su flota en Fujian, la cual se veía directamente amenazada por las Veintiuna Demandas. A parte de esto, este historiador nipón reconstruye una larga y dramática negociación norteamericano-japonesa, en la que el gobierno de Wilson presionó fuertemente a Japón para que moderara sus demandas a China, a la vez que indica que a través del embajador ruso en Pekín, los japoneses pudieron conocer que Estados Unidos claramente animó al gobierno chino a resistir todo lo que pudiera la presión japonesa y nos informa que el gobierno japonés trató de ocultarle al resto del mundo el polémico Grupo V de las Veintiuna Demandas, y que cuando sus detalles fueron conocidos en Europa y Estados Unidos gracias a la prensa china y norteamericana, el gobierno de Wilson trató, sin éxito, de acordar una acción política conjunta con la potencias de la Entente para frenar a Japón. Al final, Kawamura sintetiza así la fricción norteamericano-japonesa por las Veintiuna Demandas: “La controversia sobre las Veintiuna Demandas se volvió el punto decisivo en las relaciones norteamericano-japonesas. El incidente había grabado en la mente oficial estadounidense una desconfianza irrevocable de las intenciones japonesas en China. El Presidente Wilson llamó bajó los principios de la política de Puertas Abiertas e independencia de China a anticiparse al intento de Japón de ampliar su influencia sobre China. La evocación de los principios de política de Puertas Abiertas por el gobierno de Wilson, sin embargo, sembró las semillas de la futura confrontación norteamericanojaponesa en Asia Oriental. Por consiguiente, las relaciones entre las dos potencias se enfriaron rápidamente. Esta cadena de infelices circunstancias contribuyó a los 101 sentimientos amargos que Japón y los Estados Unidos sujetaban hacia sí durante toda la Primera Guerra Mundial.”66 Ahora bien, con este clima de tensión, pero sin que ninguna acción drástica saliera de ambos países, Japón y Estados Unidos pasaron con cierta tranquilidad los años 1915 y 1916. El siguiente año traería nuevos acontecimientos, como el escándalo del Telegrama Zimmerman y la declaración final de guerra de Estados Unidos a Alemania, con lo que el primer país se volvía aliado indirecto de Japón, haciéndose necesario entonces un entendimiento norteamericano-japonés. Creemos que es imperante explicar, aun brevemente, como fue que Estados Unidos entró en la contienda. El presidente Wilson de Estados Unidos había venido haciendo grandes esfuerzos por mediar en la contienda global e imponer la paz, una paz desde su punto de vista idealista, que sustituyera y desmantelara la vieja diplomacia europea que había causado la guerra. Sin embargo, la brutalidad de la lucha, los intereses de los beligerantes y la idea que esta guerra era la última de las batallas, la que lo decidiría todo, la del “todo o nada”, le pasaron por encima a las tentativas de mediación de los norteamericanos. Aunque Woodrow Wilson intentó desde el inicio ser imparcial, además de neutral, la guerra submarina de Alemania, que afectó tremendamente al comercio norteamericano, fue empujando poco a poco al gobierno estadounidense hacia la causa de la Entente, con la que tenía mayores lazos económicos, políticos y culturales. El año 1917 comenzó con la amenaza de una guerra submarina sin restricción por parte de Alemania, que finalmente se decidió el 9 de enero, y se comunicó a Estados Unidos el día 19, causando gran inquietud en este último país. El día 3 de febrero el gobierno norteamericano rompió relaciones con Alemania, sin esperar al hundimiento de otro barco de su país, y dejando a ambas naciones al borde de la guerra. El 24 de febrero los norteamericanos recibieron de los ingleses un informe de que el Servicio de Inteligencia Naval había interceptado y descifrado un telegrama dirigido a la embajada alemana en México por la Secretaría de Asuntos Exteriores de Alemania. El telegrama decía lo siguiente: 66 Kawamura, Noriko. Turbulence in the Pacific. Japanese-U.S. Relation During the World War I, Londres, Praeger Publishers, 2000, p. 58 102 “Nos proponemos comenzar el primero de febrero la guerra submarina, sin restricción. No obstante, nos esforzaremos para mantener la neutralidad de los Estados Unidos de América. En caso de no tener éxito, proponemos a México una alianza sobre las siguientes bases: hacer juntos la guerra, declarar juntos la paz; aportaremos abundante ayuda financiera; y el entendimiento por nuestra parte de que México ha de reconquistar el territorio perdido en Nuevo México, Texas y Arizona. Los detalles del acuerdo quedan a su discreción [de Von Eckardt]. Queda usted encargado de informar al presidente [de México] de todo lo antedicho, de la forma más secreta posible, tan pronto como el estallido de la guerra con los Estados Unidos de América sea un hecho seguro. Debe además sugerirle que tome la iniciativa de invitar a Japón a adherirse de forma inmediata a este plan, ofreciéndose al mismo tiempo como mediador entre Japón y nosotros. Haga notar al Presidente que el uso despiadado de nuestros submarinos ya hace previsible que Inglaterra se vea obligada a pedir la paz en los próximos meses.”67 Este telegrama había sido enviado por el el Secretario de Asuntos Exteriores del Imperio Alemán, Arthur Zimmermann, el 16 de Enero de 1917, al embajador alemán en México, Heinrich von Eckardt. Los ingleses lo interceptaron en Estados Unidos, pero dijeron haberlo hecho en México para ocultar su espionaje a la Secretaría de Estado estadounidense. La diferencia de fechas entre el envío del telegrama y la notificación del gobierno británico al norteamericano fue producto de las dudas que tuvo el primero sobre la manera como debía informarle al segundo. Al final eso poco importó; los norteamericanos se sintieron gravemente amenazados y los acontecimientos se sucedieron rápidamente: el 27 de febrero dos norteamericanos murieron al ser torpedeado un buque de pasajeros inglés; el 4 de marzo el Congreso aprobó armar a los buques mercantes de Estados Unidos contra la amenaza alemana; el 12, un carguero estadounidense fue hundido, y el 19 otros tres. La presión del pueblo se hizo muy fuerte y, finalmente, el 6 de abril el Congreso aprobó la declaración de guerra a Alemania. No obstante, una minuciosa revisión del texto del telegrama alemán nos permite vislumbrar algo inquietante: el gobierno alemán no sólo pretendía que México atacara a 67 Sin autor, “Telegrama Zimmermann”, www.firstworldwar.com (Revisado el 10 de marzo de 2009) On line. 103 Estados Unidos y combatiera al lado de los Imperios Centrales, sino que pensaba que era posible que México actuara de mediador entre Alemania y Japón para que este último cambiara de bando. La idea de la “inversión de alianzas” volvía a aparecer, pero la reacción japonesa no se hizo esperar: “Declaración del Primer Ministro japonés Conde Terauchi sobre el asunto del Telegrama Zimmermann La revelación de la más reciente trama de Alemania, fijando la mira en una combinación entre Japón y México contra los Estados Unidos, es interesante en muchos sentidos. Nosotros estamos sorprendidos no tanto por los persistentes esfuerzos de los alemanes para causar un alejamiento entre Japón y los Estados Unidos como por su completo fracaso al apreciar los objetivos e ideales de otras naciones. Nada es más repugnante a nuestro sentido del honor y a la asistencia duradera de este país que traicionar a nuestros aliados y amigos en un tiempo de sufrimiento y volverse parte de una combinación dirigida contra los Estados Unidos, a quién nosotros estamos unidos no sólo por los sentimientos de verdadera amistad, sino también por intereses materiales de inmensa y trascendental importancia. La propuesta que es reportada ahora ha sido planeada por el Ministerio de Asuntos Exteriores alemán, no ha sido comunicada al Gobierno japonés hasta este momento, oficial o extraoficialmente, pero una vez conociéndolo, no podemos concebir otra forma de replicarlo sino rechazándolo de manera indignada y categórica.”68 Es muy seguro que esta declaración callaría muchos rumores, pero no las voces de los más suspicaces de la administración norteamericana. La situación era complicada; Estados Unidos y Japón se encontraban ahora en situación de aliados, luchando contra un enemigo común en la misma coalición, pero con las relaciones bilaterales en su peor estado hasta ese momento. Así describe Duroselle la situación: “En relación con la guerra en Europa, el problema del Extremo Oriente tenía una creciente importancia. Con el Japón, las relaciones empeoraban sin cesar. El hecho que 68 Sin autor, “Declaración del Primer Ministro japonés Conde Terauchi sobre el asunto del Telegrama Zimmermann”, www.firstworldwar.com (Revisado el 10 de marzo de 2009) On line. 104 hubiera conquistado las islas alemanas del Pacífico y Tsing-Tao en Chantung, en 1914, no complacía en absoluto a los Estados Unidos. Por otra parte, Japón suministraba armas a México; se sospechaba que fomentaba la agitación en Filipinas, a las que Wilson había prometido la independencia. Las “21 demandas” hechas a China el 18 de enero de 1915, tendientes a establecer un verdadero protectorado japonés en China habían molestado profundamente a Washington. Lo mismo el tratado de alianza ruso-japonés del 3 de julio de 1916, que de hecho excluía a los Estados Unidos de la China septentrional”69 Se hacía urgente, pues, que ambos países negociaran sus diferencias, pero antes de que lo hicieran ocurrieron más acontecimientos: el 22 de julio, el Reino de Siam (actual Tailandia), le declaró la guerra a Alemania y Austria-Hungría, buscando congraciarse con Gran Bretaña y Francia y obtener así la cancelación de los “tratados desiguales” de los que era víctima. Luego, el 14 de agosto, lo haría China, animada por la entrada de Estados Unidos en la guerra, buscando tener el amparo de Wilson que, según la política de “Puertas Abiertas”, debería apoyarla en su reclamo por la entrega de Qingdao. Ante una situación tan compleja, para Estados Unidos también era vital un entendimiento con Japón. Los norteamericanos habían elegido la indiferencia en 1915 para no reconocer de ninguna manera los “intereses especiales” de Japón en China y mantenerse firmes con la política de “Puertas Abiertas”, pero la nueva situación de beligerante de Estados Unidos exigía un cambio. El acercamiento entre los dos países comenzó hacia el 12 de mayo de 1917, cuando el embajador japonés en Washington, Aimaro Sato, se comunicó con el Secretario de Estado norteamericano, Robert Lansing, y este le hizo saber que su país estaba dispuesto a un entendimiento si Japón enviaba una misión especial a Estados Unidos. En comunicaciones posteriores, los estadounidenses propusieron un borrador de agenda, que incluía temas como el suministro a las naciones Aliadas y la reducción de costos superfluos, acciones comunes de patrullaje en el Océano Pacífico y la posterior retirada de la Flota del Pacífico de los Estados Unidos hacia el Océano Atlántico. En respuesta a la propuesta estadounidense, el gobierno japonés formó una misión especial con el Vizconde Kikujiro Ishii al frente. En apariencia, el encuentro norteamericano-japonés sería una simple reunión para discutir temas de rutina de dos países que están en la misma coalición, pero las instrucciones recibidas por Ishii muestran la verdadera realidad, eso sin dejar de lado el enorme despliegue de seguridad que fue necesario para el recibimiento del 69 Duroselle, J.B. Ob. cit., p. 99. 105 señor Ishii en San Francisco, un claro indicativo de los profundos sentimientos antijaponeses de los californianos por aquella época. Ishii fue instruido para aprovechar la coyuntura y negociar con los estadounidenses cuestiones concernientes al estatus de los japoneses en Estados Unidos y la definición de la posición especial de Japón en China, además de ajustar los futuros movimientos de los dos países. En efecto, la reunión LansingIshii enfrentaría la política de “Puertas Abiertas” con la doctrina de “Intereses Especiales” de Japón en China, no muy distinta a la Doctrina Monroe de Estados Unidos en América Latina, por lo que los japoneses confiaban en poder lograr un acuerdo. Tras unas largas negociaciones, que se prolongaron desde septiembre hasta noviembre de 1917, y que incluyeron un receso de una semana ante el estancamiento de las mismas, Lansing e Ishii pudieron alcanzar un acuerdo en forma de declaración conjunta binacional el 2 de noviembre. La misma decía: “Intercambio de notas que relacionadas con China (Acuerdo de Lansing - Ishii) Del Secretario de Estado al Vizconde Ishii. Excelencia: Tengo el honor de comunicar mi conocimiento del acuerdo alcanzado por nosotros en nuestras conversaciones recientes tocantes a las cuestiones de interés mutuo para nuestros Gobiernos que se relacionan con la República de China. En orden de silenciar informes maliciosos que han sido hechos circular de vez en cuando, nosotros creemos que es aconsejable un anuncio público una vez más de los deseos y las intenciones compartidas por nuestros dos Gobiernos con respecto a China. Los Gobiernos de los Estados Unidos y Japón reconocen que la proximidad territorial crea relaciones especiales entre países, y, por consiguiente el gobierno de los Estados Unidos reconoce que Japón tiene intereses especiales en China, particularmente in la parte contigua a sus posesiones. La soberanía territorial de China, sin embargo, queda intacta y el Gobierno de los Estados Unidos tiene confianza en cada una de las repetidas garantías del Gobierno Imperial Japonés de que mientras la posición geográfica da tales intereses especiales a Japón no tienen ningún deseo de discriminar al comercio de otras naciones o ignorar los 106 derechos de comercia hasta ahora concedidos por China en tratados con las otras potencias. Los Gobiernos de los Estados Unidos y Japón niegan que ellos tengan algún propósito de vulnerar de alguna manera la independencia o integridad territorial de China y ellos declaran además que siempre se adherirán al principio de las llamadas “Puertas Abiertas” o de igualdad de oportunidad para el comercio y la industria en China. Además, ellos mutuamente declaran que están opuestos a la adquisición por algún Gobierno de cualquier derecho especial o privilegio que pudiera afectar la independencia o integridad territorial de China o que pudiera negar a los sujetos o ciudadanos de cualquier país el completo disfrute de la igualdad de oportunidades en el comercio y la industria en China. Me alegraré de tener la confirmación de Su Excelencia de este entendimiento del acuerdo alcanzado por nosotros Robert Lansing Del Vizconde Ishii al Secretario de Estado. Señor: Tengo el honor de reconocer el recibo de su nota de hoy, comunicándome su entendimiento del acuerdo alcanzado por nosotros en nuestras recientes conversaciones tocantes a las cuestiones de mutuos intereses de nuestros Gobiernos relacionadas a la República de China. Estoy feliz de ser capaz de confirmarle, bajo autorización de mi Gobierno, el entendimiento en cuestiones partiendo de los siguientes términos: En orden de silenciar informes maliciosos que han sido hechos circular de vez en cuando, nosotros creemos que es aconsejable un anuncio público una vez más de los deseos y las intenciones compartidas por nuestros dos Gobiernos con respecto a China. Los Gobiernos de los Estados Unidos y Japón reconocen que la proximidad territorial crea relaciones especiales entre países, y, por consiguiente el gobierno de los Estados Unidos reconoce que Japón tiene intereses especiales en China, particularmente in la parte contigua a sus posesiones. La soberanía territorial de China, sin embargo, queda intacta y el Gobierno de los Estados Unidos tiene confianza en cada una de las repetidas garantías del Gobierno Imperial Japonés de que mientras la posición geográfica da tales intereses especiales a 107 Japón no tienen ningún deseo de discriminar al comercio de otras naciones o ignorar los derechos de comercia hasta ahora concedidos por China en tratados con las otras potencias. Los Gobiernos de los Estados Unidos y Japón niegan que ellos tengan algún propósito de vulnerar de alguna manera la independencia o integridad territorial de China y ellos declaran además que siempre se adherirán al principio de las llamadas “Puertas Abiertas” o de igualdad de oportunidad para el comercio y la industria en China. Además, ellos mutuamente declaran que están opuestos a la adquisición por algún Gobierno de cualquier derecho especial o privilegio que pudiera afectar la independencia o integridad territorial de China o que pudiera negar a los sujetos o ciudadanos de cualquier país el completo disfrute de la igualdad de oportunidades en el comercio y la industria en China. Yo acepto etc., etc., etc. K. Ishii”70 Resulta, si se quiere, risible, la redacción del acuerdo. ¿Cómo pueden caber en el mismo documento el reconocimiento de intereses especiales para Japón en China y el respeto a la política de Puertas Abiertas, así como a la independencia e integridad territorial de China? Más curioso se vuelve el análisis de este tratado cuando observamos declaraciones posteriores del mismo, según las cuales cada lado se atribuye el éxito. Los norteamericanos dicen haber logrado mantener la política de Puertas Abiertas, mientras que los japoneses afirman haber conseguido el reconocimiento de sus intereses especiales en China. El historiador Morinosuke Kajima nos ofrece varios comentarios interesantes. “La importancia principal del acuerdo estaba tendida en el primer punto bajo el que los Estados Unidos reconocieron los “intereses especiales” de Japón en China. Sin embargo, las palabras “intereses especiales” dieron muchas interpretaciones encontradas… Respondiendo a una pregunta de un senador en la Comisión de Política Exterior del Senado de Estados Unidos, el secretario Lansing dijo que los llamados “intereses especiales” mencionados en el Acuerdo Lansing-Ishii no tenían significado político o de otro tipo… 70 Kajima, M. Ob. cit., pp. 250-252. 108 Por otro lado, el Vizconde Ishii insistió en que el acuerdo era significativo en que reconocía los “intereses especiales” tanto políticos como económicos de Japón”71 El debate entre Lansing e Ishii cae ya en el terreno netamente jurídico, pero juzgando la nula trascendencia que tuvo el acuerdo, pues el tema volvió a debatirse sonoramente en Versalles en 1919, es posible afirmar que el Acuerdo Lansing-Ishii fue letra muerta desde el mismo instante se su redacción. Era un acuerdo incoherente y contradictorio en su redacción, e imposible de cumplir en la práctica; si Japón defendía sus “intereses especiales” rompía las “Puertas Abiertas”, y si respetaba las “Puertas Abiertas” renunciaba a sus “intereses especiales”. Era de esperarse que un acuerdo así no condujera a nada, como en efecto pasó, y es lógico pensar que tanto Japón como Estados Unidos lo suscribieron para suavizar la tensión entre ellos y ganar tiempo hasta que la guerra terminara, ya que para octubre - noviembre de 1917 la victoria de la Entente aún no era algo seguro o cercano y la situación rusa se tornaba bastante inquietante. En efecto, el 16 de diciembre el nuevo gobierno bolchevique de Rusia firmó un armisticio separado con los Imperios Centrales. Más tarde, el 3 de marzo de 1918, Rusia firmó el Tratado de Brest-Litovsk, abandonando de este modo la contienda. Poco después estalló la guerra civil en ese país entre los bolcheviques y sus enemigos contrarrevolucionarios. Este conflicto interno implicaba, de forma directa, a las naciones Aliadas por varias razones. La primera era que Rusia había violado la Declaración de Londres de 1915, que prohibía hacer la paz por separado con los Imperios Centrales, por lo que se hacía necesario intervenir en la contienda interna rusa para ayudar a los enemigos de los bolcheviques y así intentar restablecer el frente oriental. La segunda, era la presencia de la llamada “Legión Checoslovaca” en Rusia, que debía ser rescatada; esta legión estaba formada por voluntarios checos y eslovacos que lucharon contra Austria-Hungría, así como desertores de estas nacionalidades del ejército austrohúngaro. La complicación del asunto se dio por la imposibilidad de evacuar a los checoslovacos de Rusia hacia el oeste, pues no podían entrar a territorio enemigo, por lo que se decidió sacarlos de Rusia por el Transiberiano hacia Vladivostok, desde donde partirían hacia Estados Unidos, y de allí a Europa, para combatir en el frente occidental. De más está decir lo difícil que resultaría la 71 Ibídem, p 253. 109 evacuación de la Legión Checoslovaca en medio de un país en guerra civil. Muy pronto los checoslovacos se vieron involucrados en el conflicto interno ruso, tomando partido en el bando blanco anti-bolchevique, y quedando aislados en el corazón de Rusia, controlando grandes tramos del Transiberiano y capturando gran cantidad de pertrechos. La tercera razón de la Entente para intervenir era proteger la gran cantidad de armas acumuladas en puertos rusos como Múrmansk, Arjángelsk y, sobre todo, Vladivostok, donde se almacenaban unas 600.000 toneladas de armas y pertrechos que no debían caer, bajo ninguna circunstancia, en manos de los bolcheviques. Esto cimentó las condiciones para que los poderes de la Entente decidieran intervenir en distintos puntos de Rusia, como la costa del Océano Glacial Ártico, el Mar Negro y, por supuesto, Siberia. Pero debido al gran desgaste sufrido por Francia y Gran Bretaña, el mayor peso de una intervención en Siberia debería recaer en Estados Unidos y, especialmente, en Japón. Aunque al principio Woodrow Wilson fue bastante renuente a aceptar una intervención en Siberia y rechazó las peticiones de Gran Bretaña y Francia, al igual que se había negado inicialmente el gobierno japonés, finalmente el presidente norteamericano aceptó, y en julio de 1918 le solicitó a Japón que se uniera a la operación multinacional. El gobierno nipón aceptó al ver los grandes beneficios que podría obtener, enviando una fuerza de 70.000 soldados, muy por encima de los 7.950 de Estados Unidos, los 1.500 de Gran Bretaña o los 800 de Francia, que tuvieron una presencia más bien simbólica, y se limitaron a vigilar a los japoneses, previendo sus probables excesos, y a resguardar Vladivostok. Es interesante contemplar que mientras las relaciones británico-japonesas no se vieron afectadas por la participación de Japón en la Intervención Siberiana, las norteamericano-japonesas se resintieron aún más, pues Wilson tenían serias desconfianzas acerca de las verdaderas intenciones de Japón en la zona y, además, fue muy reacio a que su propio país participara y así echara por tierra el espíritu de los recién pronunciados Catorce Puntos (que de manera intrínseca consagraba la autodeterminación de los pueblos), e incluso su letra específica, pues en el sexto se pedía la evacuación del territorio ruso y la oportunidad para Rusia de su propio desarrollo. Veamos algunos comentarios sobre esta nueva fricción entre Tokio y Washington. 110 “El presidente (de Estados Unidos) se negó a reconocer la responsabilidad de Japón como un poder regional dominante en Asia Oriental, y lo trató como una amenaza potencial para el internacionalismo liberal wilsoniano. El presidente y la mayoría de sus consejeros, excepto el secretario of estado Robert Lansing, se opusieron a una operación militar por separado o predominantemente emprendida por los japoneses, sólo porque dudaban de las ambiciones territoriales de Japón en Siberia oriental y el norte de China, pero también porque eran temían que la intervención militar japonesa podría forzar a los rusos a ponerse de parte de los alemanes por razones raciales.”72 “Todo esto se complicaba aún más con el problema japonés. Los japoneses no pedían otra cosa que intervenir en Siberia, pero por motivos bastante particulares: para crearse eventualmente una base en Vladivostok, desarrollar sus pesquerías, obtener la libre navegación en el Amur, y sobre todo extender el dominio político-militar que tenían sobre el South Manchuria Railway, desde 1905, al ferrocarril del Norte de Manchuria, el Chinese Eastern Railway, más o menos bien manejado por el general Horvat y que constituía la rama sur del Transiberiano… …El Presidente, alentado por Lansing y aún por House, emprendió con los japoneses una negociación secreta – desde el 8 de julio – con vistas a desembarcar 7.000 japoneses y 7.000 norteamericanos para proteger a los checos contra los prisioneros alemanes y austriacos, sin intervenir en los asuntos internos de Rusia. Esto fue aceptado de inmediato por Japón, tolerado por los ingleses, acogido con satisfacción por los franceses y el 3 de agosto los desembarcos comenzaron.”73 “La decisión de Japón de enviar una expedición militar contra los bolcheviques en Siberia había sido tomada en julio de 1918. Tokio no quería ser anticipado y adelantado en Asia nororiental por Estados Unidos… …Wilson había sido persuadido a cambiar de opinión a causa de los aprietos de la Legión Checoslovaca la cual estaba marchando desde el frente ruso hacia el este y parecía necesitar apoyo exterior en Siberia central. Las potencias europeas no habían desanimado a Japón de enviar soldados ahí desde el comienzo… …Así, las tropas japonesas fueron enviadas a Vladivostok en agosto y en un número mucho más grande de lo que Wilson había negociado. Avanzando hacia el oeste, las tropas ocuparon cada estación importante a lo largo del ferrocarril Transiberiano hasta un punto tan lejano como Chitá. Para el otoño, Japón estaba en una posición estratégica dominante en Siberia.”74 Es significativo, que aunque el gobierno de Estados Unidos le concedió a Japón el mando de la expedición conjunta, el general estadounidense William S. Graves nunca 72 Kawamura, Noriko. Ob. Cit., p. 107 Ibídem, pp. 102 y 104 74 Nish, I. Ob. cit., pp. 22 – 23 73 111 recibiera notificación de eso, quedando por lo tanto las fuerzas japonesas bajo el mando del general Mitsue Yui, y el resto (británicas, canadienses, francesas e italianas) bajo el mando del oficial norteamericano. La Intervención Siberiana fue otro episodio en el que la dureza de la guerra se impuso a los ideales y/o intereses de Estados Unidos, y benefició a Japón, pero al costo de agudizar las tensiones entre las dos potencias a sólo unos pocos meses antes de la instalación de la conferencia de paz. II-B.5) Japón y Estados Unidos de cara a la Conferencia de París Tras la intervención en Siberia, la Entente siguió doblegando rápidamente a los Imperios Centrales y, finalmente, Alemania pidió el armisticio, que se firmó el 11 de noviembre de 1918. La guerra al fin terminaba y Estados Unidos y Japón pronto se verían las caras en la venidera conferencia de paz, con unos objetivos totalmente distintos. Estados Unidos acudía a la conferencia con el sustento de los Catorce Puntos de Woodrow Wilson, que pretendían sustituir, tanto en la práctica como en la parte ideológica, a la vieja diplomacia europea, basada en acuerdos bilaterales, casi siempre secretos, y en el principio de equilibrio de fuerzas, e imponer un nuevo orden mundial que ya dejaba ver un cierto respeto a la autodeterminación de los pueblos, que se fundamentaba en la diplomacia abierta y en la proyectada Sociedad de Naciones. Cabe destacar que el presidente norteamericano estaba firmemente convencido de la superioridad moral de su programa y de su país, lo que implicaba que no sería fácil hacerlo cambiar de opinión, ni siquiera para Gran Bretaña o Francia, países que gozaban de su simpatía; mucho más difícil sería para Japón que era el rival de Estados Unidos por excelencia. Por el contrario, Japón iba a la conferencia con la firme determinación de darle un basamento legal definitivo a sus ganancias de los cuatro años anteriores, amparadas por sus actuaciones en el campo de batalla y por una gran cantidad de acuerdos secretos, acuerdos que se veían directamente amenazados por el programa wilsoniano. Es relevante reseñar que las ideas de Wilson tuvieron un profundo impacto en los pueblos de Europa golpeados por la guerra, e incluso en sus líderes, que lo veían realizable en la medida en que no afectara directamente los intereses particulares de sus naciones; pero el caso japonés era distinto. La mayoría de los líderes japoneses eran hombres de la nobleza, poco conectados 112 con el sentir del pueblo llano, muy apegados al viejo realismo político bismarckiano, del que eran discípulos, mucho más por no haber contemplado en primera fila la barbarie de la Gran Guerra. Es decir, si había una nación altamente fiel a la vieja diplomacia y que viera con más recelos que ninguna las propuestas estadounidenses, esa era Japón, muy a pesar del carácter práctico de la mayoría de los políticos nipones y del liberalismo del Primer Ministro Takashi Hara, que empujaban al país hacia la negociación y la cooperación con las demás potencias. 113 III) El expansionismo japonés frente al muro anglo-estadounidense Cuando se disparó la última bala de la Gran Guerra a finales de 1918, y se procedió a “ordenar” el caótico mundo que la misma dejaba, restaba mucho por hacer en el plano de las relaciones internacionales, específicamente en el juego triangular de poder que venía involucrando al Reino Unido, Japón y Estados Unidos desde comienzos del siglo XX. Japón debía poner en marcha todo su potencial, tanto diplomático, como de disuasión militar y poder económico, para hacer efectivos los muchos acuerdos secretos con la Entente y lograr sus objetivos en Asia y el Pacífico. Gran Bretaña, por su parte, soportaba la enorme carga de ser el gran árbitro del mundo, debiendo ocuparse de mantener el equilibrio mundial desde Europa hasta el Pacífico y teniendo cada vez más desconfianzas hacia Japón. Finalmente, Estados Unidos, que emergía en 1919 como la potencia más rica y sólida del mundo, se proponía imponer el programa mundial de paz de su presidente y tomar acciones decisivas que limitaran el poder nipón, cada vez mayor, y que le diera al país la supremacía y, por consiguiente, la tranquilidad deseada en la importante zona del Asia-Pacífico. Esa desconfianza británica hacia los nipones y esa angustia estadounidense por contener a Japón, acercaría a ambas potencias anglosajonas después de la Gran Guerra, y aislaría al país asiático, precipitando grandes cambios en su política interna, que de una forma cada vez más rápida moverían los engranajes para una futura confrontación en el Pacífico. El período 1918-1922 en las relaciones británico-japonesas y norteamericanojaponesas está marcado por dos grandes eventos: la Conferencia de Paz de París de 1919 y la Conferencia Naval de Washington de 1922, y por un proceso: el debilitamiento y desaparición de la Alianza Anglo-Japonesa. Como veremos más adelante, en el primer evento Japón, pese a ciertos roces y derrotas ante los anglosajones, confirma su posición como una potencia mundial, logrando sus mayores objetivos en el Pacífico; pero estos éxitos agravarían las desconfianzas británicas y la preocupación norteamericana, provocando que el Reino Unido se acercara a Estados Unidos y que la alianza se debilitara. De este proceso surgiría el segundo acontecimiento, en el que los estadounidenses lograrían instaurar en el Pacífico el orden que no consiguieron establecer en 1919, dejando a Japón 114 con su potencial militar bastante limitado, sin aliados y, lo que es aun más importante, con una clase política liberal-parlamentaria humillada y desacreditada, incapaz de plantar cara los radicales y militaristas en los años posteriores. En efecto, se puede decir que entre 1919 y 1922 se formó un “muro anglo-estadounidense” contra el que Japón se estrelló luego de la caída del imperio alemán en Asia y el Pacífico. III-A) La Conferencia de Versalles. Japón como uno de los “Cinco Grandes” La Conferencia de Paz se instaló en París el 18 de enero de 1919, adquiriendo en la historiografía el nombre de su sede más específica: el Palacio de Versalles. Aunque a la conferencia asistieron todas las potencias de la Entente y aquellas asociadas, además de representaciones de países surgidos del derrumbe alemán y austrohúngaro, como Checoslovaquia y Polonia, en realidad las decisiones cruciales quedaron en manos del presidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson, el primer ministro de Francia, Georges Clemenceau, el primer ministro del Reino Unido, David Lloyd George y el primer ministro de Italia, Vittorio Emanuele Orlando. Estos cuatro personajes y, por extensión, las naciones que representaban, fueron conocidos como los “Cuatro Grandes,” formando un comité semi oficial denominado “Consejo de los Cuatro”, que fue el que tuvo el poder real en París. “A los japoneses les fue dicho que su exclusión de este cuerpo (el Consejo de los Cuatro) se debía a la ausencia del Jefe de Estado de Japón en la conferencia – pero la delegación interpretó esto como una afrenta a su prestigio.”75 Esta situación reflejaba el dominio que Europa, y más genéricamente Occidente, tenía aún sobre el mundo, factor que contrastaba de gran manera con el aislamiento que Japón sufría ya en 1919, no sólo por ser la única gran potencia no occidental, no cristiana y no blanca. Con todo y esto, el “Consejo de los Cuatro” recibió a los delegados japoneses para discutir los asuntos que trascendían a Europa, en especial aquellos de Asia, y por esto, y por sus propias capacidades militares y su indiscutible rol de potencia regional con 75 Burkman, T., Ob. Cit, p. 62 115 proyección mundial, Japón fue el “quinto grande,” hechos que quedaron reconocidos cuando se le otorgó un puesto permanente en el Consejo de la Sociedad de Naciones. Antes de analizar cómo funcionó la Conferencia de París y cómo fue la interacción entre Japón, Gran Bretaña y Estados Unidos, es necesario detenernos a estudiar como salieron estos países de la contienda, tanto militar, como económica y políticamente, y qué objetivos previos traían a Versalles. Empezaremos con Japón. Podemos decir que su economía creció prodigiosamente entre 1914 y 1918, como consecuencia del gran superávit comercial que experimentó el país al sustituir como proveedor de manufacturas en Asia a las industrias europeas (que en esos años apenas si podían abastecer a sus respectivas metrópolis de bienes de consumo y armamento), y en menor medida, por las voluminosas ventas de armas que hizo a los países aliados. Además de esto, Japón otorgó importantes préstamos a Francia y Gran Bretaña, lo que colocó al archipiélago en cierta posición de fuerza en el plano económico. Sin embargo, la gran cantidad de capital que entró a Japón desde 1915 no fue invertido debidamente, lo cual ocasionó una brutal inflación que terminó provocando revueltas populares a finales de 1918, las famosas “Revueltas del arroz”, que trajeron consigo la caída del gabinete de Terauchi, el ascenso de los liberales, con Takashi Hara a la cabeza, y mucha inestabilidad política. En el ámbito militar, Japón había demostrado la eficiencia de su armada y su ejército, colocándose en una posición de primer orden en el Pacífico, pero estos éxitos no se trasladaron a lo político. Las relaciones diplomáticas británico-japonesas se habían ido deteriorando progresivamente debido a las acciones agresivas tomadas por los nipones, que habían hecho desconfiar cada vez más a los británicos de sus aliados asiáticos. Por su parte, los norteamericanos habían perdido la ya escasa confianza que tenían en el gobierno japonés debido a sus acciones unilaterales y extralimitadas en el marco de la Intervención Siberiana76. En cuanto a sus objetivos, Japón perseguía la anexión de las colonias alemanas ocupadas, un arreglo con China que asegurara su posición en Shandong y el establecimiento del principio de igualdad racial en la Sociedad de Naciones. Los japoneses fueron representados en Versalles por el Príncipe Kimmochi Saionji, Jefe de la Delegación y Ex Primer Ministro; el Conde Nobuaki Makino, jefe de facto de la delegación y Ex Ministro de Relaciones Exteriores; Lord Sutemi Chinda, Embajador en el Reino 76 Véase capítulo anterior, donde se explica el punto. 116 Unido; el Barón Keishiro Matsui, Embajador en Francia y Hikokichi Ijuin, Embajador en Italia. Gran Bretaña, por su parte, salía de la contienda como el vencedor más sólido en Europa, pero no precisamente fortalecida. La guerra le había costado demasiado: tenía ahora una gran deuda con Estados Unidos, una flota mercante seriamente desgastada y su economía en general seriamente debilitada. En el aspecto militar la situación no era mucho mejor; aunque su armada seguía siendo la mayor del mundo, había perdido gran parte de su ventaja frente a la estadounidense por el desgaste sufrido contra Alemania, mientras que su ejército de tierra había quedado seriamente mermado. Sin embargo en lo político, la situación británica era, incluso, envidiable: era, sin duda alguna, el mayor árbitro en Europa, su liderazgo en la coalición vencedora era incuestionable y estaba en una posición ideal para extender más aún su imperio colonial a costa de alemanes y turcos. Sus objetivos eran restaurar y asegurar la independencia de Bélgica, garantizar la seguridad de Francia ante una posible revancha alemana (sin hundir demasiado a Alemania para no dejarle la hegemonía continental a los franceses), eliminar la amenaza de la flota alemana de altamar, arbitrar las disputar territoriales europeas, obtener ganancias coloniales en África y Asia, lograr una indemnización satisfactoria de Alemania y apoyar la propuesta norteamericana de la Sociedad de Naciones. La inmensa delegación del Imperio Británico en Versalles estaba conformada de la siguiente manera: por el Reino Unido: David Lloyd George, Primer Ministro; Arthur Balfour, Secretario de Asunto Exteriores; Andrew Bonar Law, Lord del Sello Privado y Jefe de la Cámara de los Comunes; George Barnes, Ministro del Gabinete y Lord Robert Cecil, Asesor Especial y un miembro rotativo por los Dominios Británicos e India. Por Canadá: Robert Borden, Primer Ministro; G.E. Foster, Ministro de Finanzas; A.L. Sifton, Ministro de Costumbres y C.J. Doherty, Ministro de Justicia. Por Australia: William Morris Hughes, Primer Ministro y Joseph Cook, Ministro de la Armada. Por Sudáfrica: Louis Botha, Primer Ministro y Jan Smuts, Ministro de Defensa. Por Nueva Zelanda: William Massey, Primer Ministro. Por India: Sir Ganga Singh, Maharajá de Bikaner y Subsecretario Parlamentario de Estado para India. Finalmente, Estados Unidos surgió de la Gran Guerra como una potencia en toda regla. No había sufrido daños ni devastaciones, su industria se había estimulado al abastecer a los Aliados y era el mayor acreedor del mundo por los voluminosos préstamos 117 dados a la Entente durante la guerra. Ciertamente, en 1919 Estados Unidos era económicamente el país más sólido del mundo. En el ámbito militar, su ejército había pasado de ser una fuerza secundaria y poco tecnificada a ser una maquinaria bien engrasada, de primer orden, que había salido casi intacta de la guerra, mientras que su flota había tomado el segundo lugar mundial, muy cerca del Imperio Británico. En la situación política, su posición internacional era de lo más ventajosa, contando su presidente con el apodo mundial de “Profeta de la Paz” debido a sus esfuerzos por mediar en la contienda; su papel de árbitro no era cuestionado, pues se pensaba que al no tener reclamaciones territoriales, ni en Europa ni en ultramar, era un árbitro desinteresado, mientras que la propuesta wilsoniana de la Sociedad de Naciones era vista como la base de lo que debería ser el nuevo orden mundial. Los objetivos de Estados Unidos eran menos específicos que los de las otras potencias, siendo el principal la creación de la Sociedad de Naciones y el trazado de nuevas fronteras de acuerdo con los principios de nacionalidad y autodeterminación de los pueblos. La delegación norteamericana estaba integrada por el Presidente Woodrow Wilson, el Coronel Edward House, Asesor Especial, el Secretario de Estado Robert Lansing, el General Tasker Bliss y el diplomático retirado Henry White. Al final del capítulo anterior, mencionábamos el choque de ideologías entre el internacionalismo wilsoniano y el nacionalismo japonés, heredero en gran parte del realismo político bismarckiano, que la escena en París servía. “Japón había subestimado las ideologías y se preparó para el arreglo posbélico con los ojos cegados a todo excepto Shandong, las islas del Pacífico, y Siberia. Japón estaba fuera del paso y era particularmente vulnerable a causa de su status de minoría racial y religiosa entre las potencias. Japón estaba también perjudicado en el nuevo juego a causa de que había perseguido la “expansión por medios militares”, ahora repugnantes al mundo. A menos que la política exterior japonesa fuera inmediatamente reformada, la conferencia de paz impondría restricciones sobre el imperio.” 77 Para analizar este delicado asunto es necesario que revisemos la piedra angular de la política exterior norteamericana en ese momento, que sirvió de base para el armisticio del 77 Ibídem, p. 52 118 11 de noviembre de 1918 con Alemania, y que guió en gran medida las discusiones en Versalles: los Catorce Puntos de Wilson. Estos catorce puntos fueron el resumen o síntesis del discurso pronunciado por Woodrow Wilson ante el Congreso de Estados Unidos el día 8 de enero de 1918, en el que se exponían los objetivos políticos del país tras el fin de la guerra que, al mismo tiempo, debían ser la base de la paz. Veamos a continuación algunos fragmentos que resultan de gran interés, porque podían afectar directamente a Japón. “Señores del Congreso... Es nuestro deseo y propósito que los procesos de paz, cuando ellos se inicien, sean completamente abiertos y que no involucren ni permitan acuerdos secretos de aquí en adelante. El día de la conquista y el engrandecimiento ha pasado; así que también el día de los acuerdos secretos, centrados en el interés de gobiernos particulares y probablemente el de alguno desconocido para el momento que perturbe la paz del mundo… …El programa de paz del mundo, por consiguiente, es nuestro programa; y ese programa, el único programa posible, como nosotros lo vemos, es este 1) Convenios abiertos y no diplomacia secreta en el futuro… …3) Desaparición, tanto como sea posible, de las barreras económicas 4) Garantías adecuadas para la reducción de los armamentos nacionales 5) Reajuste, absolutamente imparcial, de las reclamaciones coloniales, de tal manera que los intereses de los pueblos merezcan igual consideración que las aspiraciones de los gobiernos, cuyo fundamento habrá de ser determinado, es decir, el derecho a la autodeterminación de los pueblos. 6) Evacuación de todo el territorio ruso, dándose a Rusia plena oportunidad para su propio desarrollo con la ayuda de las potencias… …14) La creación de una asociación general de naciones, a constituir mediante pactos específicos con el propósito de garantizar mutuamente la independencia política y la integridad territorial, tanto de los Estados grandes como de los pequeños. 119 Con respecto a estas rectificaciones esenciales de mal y aserciones de derecho nosotros nos sentimos llamados a ser los compañeros íntimos de todos los gobiernos y pueblos asociados contra los imperialistas… …Un principio evidente atraviesa el programa entero que yo he perfilado. Es el principio de justicia a todas los pueblos y nacionalidades, y su derecho a vivir en condiciones iguales de libertad y seguridad entre sí, tanto si ellos son fuertes o débiles… …El pueblo de los Estados Unidos no podría actuar en ningún otro principio; y por la defensa de este principio el está dispuesto a consagrar sus vida, su honor, y todo lo que posee. El clímax moral de esto, la culminación y la guerra final para la libertad humana ha llegado, y ellos están listos para poner su propia fuerza, su propio propósito más alto, su propia integridad y devoción en esta prueba.”78 Si revisamos con detenimiento lo expuesto entenderemos por qué los Catorce Puntos crearon tantos recelos en el gobierno japonés. “(Los japoneses) Interpretaron los catorce puntos como retórica para ocultar la conspiración anglosajona contra el Mundo No Occidental, especialmente contra el poder recién aparecido del Pacífico, Japón”79 En la primera parte, Wilson denuncia los acuerdos secretos y la expansión territorial, una clara amenaza a los intereses de Japón, que buscaba respaldar sus políticas de expansión de los cuatro años anteriores precisamente a base de acuerdos secretos. En la segunda, justo antes de enumerar sus puntos, Wilson afirma rotundamente que el programa de paz de su país es el único programa posible, dando muestras de un convencimiento total de sus propias ideas e incluso de un fanatismo que lo alejaría de sus colaboradores más cercanos, como más adelante tendremos ocasión de ver. El primer punto amenazaba directamente a Japón de nuevo con la denuncia a la diplomacia secreta. El tercero podía alzarse como un obstáculo para la ambición del 78 Sin autor, “Discurso de los Catorce Puntos”, en www.firstworldwar.com (Revisado el 10 de marzo de 2009) On line. 79 Kawamura, N. Ob. Cit., p. 7 120 gobierno japonés de establecer zonas de influencia claras y bien delimitadas en China si se aplicaba en el Lejano Oriente; era, otra vez, la “Política de Puertas Abiertas” contra los “Intereses Especiales” de Japón en China. El cuarto punto también afectaba a Japón, pues con unas relaciones cada vez más tensas y/o deterioradas con Estados Unidos y Gran Bretaña, con la amenaza bolchevique en Rusia y con cada vez más animadversión hacia el país en China, era obvio que Japón sólo podía tener mínimas garantías de seguridad mediante unas poderosas fuerzas armadas. Este punto en particular resultaba irritante para los japoneses, puesto que en 1918 la Armada de los Estados Unidos estaba en plena expansión, siendo Japón el principal país amenazado. El quinto podía ser usado contra Japón, en mayor medida con respecto al complicado asunto de Shandong, y en menor medida con respecto a las capturadas islas alemanas en el Pacífico, amenazando a los nipones con dejarlos sin ganancia alguna tras la guerra. Aunque los Catorce Puntos fueron redactados mucho antes de la Intervención Siberiana, el sexto, aún refiriéndose a la evacuación de Rusia por parte de los Imperios Centrales, podía ser usado para presionar a Japón para que se retirara de Siberia, comprometiendo así sus intereses en la región y la seguridad de Manchuria, Corea y el sur de Sajalín. Finalmente, el décimo cuarto punto producía más desconfianzas por la naturaleza indeterminada que tenía el esbozo de la Sociedad de Naciones que por ser una amenaza clara y real para Japón. Esto lo ampliaremos más abajo. Wilson presenta a su país como aliado de toda nación que luche contra los imperialistas. Esta frase podía ser usada en el caso chino contra el imperialismo japonés, reapareciendo entonces la idea en Wilson de que Estados Unidos debía ayudar a China a defenderse de su “vecino egoísta” y a convertirse en una república democrática al estilo norteamericano. Esta idea de Wilson ya había causado grandes fricciones en 1915 tras las Veintiuna Demandas, y en 1917 con la negociación del Acuerdo Lansing-Ishii. Es necesario explicar que muchos líderes norteamericanos llegaron a comparar las Veintiuna Demandas con la invasión alemana a Bélgica en 1914, alegando que en ambos casos se trataba de un ataque injustificado a una nación neutral. Finalmente, los últimos fragmentos refuerzan la idea wilsoniana de una cruzada norteamericana por la autodeterminación de los pueblos, en la que Wilson parece totalmente convencido de que su fervor es absolutamente 121 compartido por su pueblo. Era de esperarse, en consecuencia, que el programa wilsoniano preocupara a los japoneses. “Goto fue Ministro de Interior y un miembro del Gaiko Chosakai cuando le dirigió un memorándum al Primer Ministro Terauchi en marzo de 1918, en el cual el reveló su ansiedad de que siniestros diseños subyacían en el programa internacional de Woodrow Wilson. El programa posbélico estadounidense, como él aseveró: “es nada más que un masivo monstruo hipócrita aferrado a la agresión moralista y oculto por la justicia y el humanismo… …Él predijo que la “agresión moralista” estadounidense inundaría Asia tan pronto como la presente guerra termine y amenazará la democracia única de Japón basada en el sistema de gobierno imperial”80 Sin embargo, la relación Japón-Estados Unidos en Versalles no fue sólo de realismo frente a idealismo, porque el mismo Wilson mostraría en la conferencia que también sabía ser muy pragmático para lograr sus objetivos. Este pragmatismo de Wilson se demostró en su capacidad de ser flexible y otorgar concesiones a las demás potencias en París. La mayor flexibilidad y pragmatismo los mostró hacia Gran Bretaña, quizá por sentir afinidad con la otra gran nación anglosajona y por pensar que sólo trabajando juntos los estadounidenses y británicos podrían reordenar el mundo. En un segundo lugar de pragmatismo y acomodación se encontraba Francia, muy respetada por Wilson al ser democrática y republicana como su país, y por haber sufrido, sin desmoronarse, el mayor daño económico y demográfico en la guerra; sin embargo, Wilson desconfiaba del vengativo pensamiento francés hacia Alemania. Con mucha menos disposición hacia la flexibilidad y las concesiones estaba Wilson hacia Italia, que al ser monárquica y tener claras ambiciones territoriales, no se adaptaba a su proyecto de mundo, pues Wilson no tenía un conocimiento realmente profundo sobre las complicadas cuestiones políticas y étnicas europeas, siendo un hombre más bien atrapado en la particularidades de su país y estando, por lo tanto, incapacitado para comprender las demandas italianas sobre áreas habitadas por italianos o ligadas históricamente a Italia en los Alpes y los Balcanes. Sin embargo, el hecho de que Italia fuera un país blanco y cristiano, y que hubiera sufrido mucho durante la guerra, hacía 80 Burkman, T. Ob. Cit., p. 28 122 que Wilson le tuviera un mínimo de consideración. Finalmente, Japón tenía el grado más bajo de comprensión y disposición a ceder por parte del presidente norteamericano, al ser un país monárquico, no occidental, ni blanco, ni cristiano, y al ser, además, desde su punto de vista, un país agresivo. Esta flexibilidad parcializada de Wilson reforzaría la desconfianza y la opinión japonesas de que los anglosajones eran hipócritas en su discurso. Es interesante observar que fueran precisamente Italia y Japón las potencias menos comprendidas por Woodrow Wilson, puesto que ambas eran potencias emergentes y muy dinámicas, pero que no tenían un espacio en el mundo acorde con su poder y dinamismo en el orden global anterior a 1914, y que tampoco lo tendrían en el inmediatamente posterior a 1919. “Las inclinaciones expansionistas pusieron a aspirantes potencias medias como Japón e Italia en un puesto único entre las potencias en el período de la Gran Guerra y los años que siguieron. Sus aspiraciones nacionales hegemónicas no podían ser realizadas sin los límites de el status quo territorial y los llevó a que presionaran los límites del decoro diplomático.”81 Anteriormente habíamos comparado los casos de Italia y Japón ante la Gran Guerra, pero es también imprescindible llevar la comparación a la Conferencia de París y observar la posición de ambas naciones ante los ojos de Wilson. Este fue poco comprensivo con las demandas de estas naciones por diferencias ideológicas, porque Italia y Japón representaban crecientes amenazas a la hegemonía anglo-francesa en Europa, África y el Mediterráneo y a los intereses anglo-estadounidenses en el Pacífico, respectivamente. Si analizamos esto con detenimiento, resulta fácil entender cómo los dos países terminarían aliados entre sí, y con Alemania, dos décadas después. También resulta evidente que el idealista programa wilsoniano seguía manteniendo tras bastidores las mismas maneras de la vieja diplomacia, y que su altruismo no iba más allá de las palabras si el control angloestadounidense del mundo era amenazado. 81 Ibídem, p. 18 123 Ya que empezamos a analizar las peculiaridades de Woodrow Wilson en relación a Japón, es necesario mencionar el peso que cada uno de los delegados y sus personalidades tuvieron en las negociaciones. En los capítulos anteriores realizamos nuestros comentarios en base a los intereses y concepciones de las naciones como un todo, abordando a sus pueblos y gobiernos como colectivos homogéneos, pero ahora debemos darles su justo lugar a los individuos. Y es que en la Conferencia de Versalles, como pocas veces en la historia, el destino de millones estuvo en las manos de unos pocos, y las interacciones entre estos pocos, condicionadas en gran parte por sus personalidades, fueron cruciales para formar el destino del mundo posterior a 1919. Por eso mismo, debemos, al menos, considerar con cierta celeridad a los miembros más prominentes de las delegaciones de Estados Unidos, el Imperio Británico y Japón. Además de la notoria figura de Wilson, en la delegación norteamericana se encontraban el Coronel Edward House, el Secretario de Estado Lansing, el general Tasker Bliss y el diplomático Henry White. Mientras que Bliss fue colocado como un simple asesor para tecnicismos militares y White lo fue para incluir al menos a un republicano y callar las protestas de ese partido en el Congreso, House y Lansing tuvieron un papel más importante. Lansing, como Secretario de Estado, estaba donde debía estar, pues era, al menos en teoría, el jefe de la política exterior del país; pero en realidad, sus posturas pragmáticas hacia los europeos, e incluso hacia los japoneses (llegando a abogar desde 1915 por dejarle al país asiático un espacio necesario como líder de su región para evitar una guerra en el Pacífico), le habían hecho ganar cierta desconfianza, cuando no clara antipatía, por parte de Wilson. House, por su parte, había sido íntimo consejero de Wilson desde una fecha tan temprana como 1911, antes de ser este último presidente. House muchas veces sirvió de vínculo entre Wilson y Lansing, y fue el encargado de dirigir la delegación norteamericana entre finales de febrero y mediados de marzo de 1919, cuando Wilson tuvo que volver a Washington. House caería en desgracia ante Wilson por esa fecha al dejar de lado las discusiones sobre la Sociedad de Naciones, por influencia de Clemenceau y Orlando, para atender las disputas territoriales y las condiciones a imponerse a Alemania. Cuando Wilson regresó a París y supo esto, se distanció de House, lo relegó a una posición secundaria y radicalizó su postura en varios puntos cruciales, llegando a situaciones realmente tensas con Clemenceau y Orlando, forzando a este último a 124 abandonar la conferencia al negarse a la incorporación de Fiume a Italia. Es importante remarcar que Wilson había asistido a la conferencia contra la voluntad de Lansing y House, que pensaban que él no debía comprometer directamente su prestigio en unas negociaciones de incierto resultado, pero el primer mandatario estadounidense estaba convencido de que su presencia era necesaria y de que él y su proyecto eran la gran esperanza de los pueblos del mundo. Menos pintorescos resultan los personajes de la delegación británica. El primer ministro del Reino Unido, David Lloyd George era un político veterano; venía de liderar una exitosa coalición parlamentaria en su país y de dirigir al imperio más grande del mundo durante el titánico esfuerzo bélico. Nunca destacó demasiado en las discusiones por crear polémicas, dando muestras de gran astucia y capacidades de liderazgo y negociación al lograr todos, o casi todos, los objetivos de su país. Más destacado fue el Secretario de Asuntos Exteriores, Arthur Balfour quién, con su famosa declaración, impulsó el establecimiento de un Estado judío en Palestina. Pero quizás los miembros más resaltantes de la delegación británica fueron Robert Cecil y William Morris Hughes, este último el primer ministro australiano. Cecil era otro político veterano, con gran experiencia en el gobierno bajo Lloyd George. En París asumió la representación británica ante la Comisión de la Sociedad de Naciones y fue un firme promotor de este proyecto. Hughes, por su parte, protagonizó un verdadero duelo con los delegados japoneses por la propuesta de igualdad racial, siendo quizá el personaje más complejo política, e incluso psicológicamente, de la delegación británica. Antes de comentar la presencia de los delegados japoneses, debemos dejar constancia de que Japón era la única de las grandes potencias que no estaba representada en París por su Jefe de Gobierno o su Jefe de Estado, lo que en opinión de muchos autores, como Naoko Shimazu y Thomas Burkman, sería determinante. “Chinda aconsejó a su gobierno el 21 de noviembre que las mayores potencias estaban enviando Jefes de Estado y que Japón debía enviar lideres con al menos el status de Ministro de Estado. Él también advirtió a Tokio de no incluir oficiales militares o alguien con pasada asociación alemana en un puesto alto de la delegación. El Primer 125 Ministro Hara insistió en que ni él ni el ministro de exteriores podrían permitirse dejar el país en un momento de inestables condiciones internas.” 82 El Primer Ministro Takashi Hara había sido elegido en septiembre de 1918, tras la caída del gabinete Terauchi. Es relevante destacar que el gabinete que formó Hara, fue el primero de la historia de Japón que respondía a la mayoría de un partido en la Dieta, el Seiyukai, y que Hara fue el primer Jefe de Gobierno del país de origen plebeyo y no noble. “El período de la Primera Guerra Mundial presenció un cambio político trascendental cuando el viejo Genro (estadistas superiores) disminuyó su vigor y un genuino gabinete de partido llegó al poder por primera vez en septiembre de 1918. La forma modificada de la autoridad política influiría en el estilo y el contenido de la diplomacia japonesa en el período subsiguiente a la Gran Guerra. Los gabinetes de partido supervisarían la entrada a la Sociedad de Naciones y la actividad de la nación como un miembro de la Sociedad hasta la víspera de su retirada en 1933.”83 También es destacable mencionar que Hara se había opuesto a las Veintiuna Demandas y a la Intervención Siberiana. La situación interna de Japón no era fácil para este nuevo líder político. Los disturbios del arroz, que habían provocado la caída de Terauchi, habían dejado una profunda inestabilidad en la política nacional, a la vez que Hara y los liberales del Seiyukai debían cumplir las expectativas del pueblo y acercarse a las potencias anglosajonas, sin enemistarse demasiado con la clase política tradicional, que aún tenía mucho poder. Fue por estas razones que ni Takashi Hara, ni su Ministro de Asuntos Exteriores, Kosai Uchida, fueron a París en representación de su país, teniendo que recurrir a un equipo de políticos liberales de larga experiencia en Europa. Veamos a cada uno de estos delegados. El príncipe Kimmochi Saionji, había sido Primer Ministro en 1906-1908 y 1911-1912. Fue uno de los últimos Genro (políticos expertos que eran asesores extra constitucionales del emperador), amigo del difunto Emperador Meiji (Mutsuhito) y había participado en las guerras que dieron paso a la Restauración Meiji. Para 1919 Saionji había 82 83 Ibídem, p. 57 Ibídem, p. 12-13 126 sido embajador ante Austria-Hungría, Alemania y Bélgica y había vivido en París una temporada desde 1871, entablando amistad con Georges Clemenceau. Kimmochi Saionji había sido uno de los fundadores del partido Seiyukai junto con Hirobumi Ito, en 1900. Es evidente por que Hara lo nombró jefe de la delegación enviada a Versalles, pues era un liberal de vieja data, un experto de la política europea, con contactos y vínculos importantes, y alguien de plena confianza para el premier japonés de turno. Sin embargo, el papel de Saionji fue muy limitado al encontrarse bastante enfermo para la fecha. El jefe real de la delegación japonesa era el Conde Nobuaki Makino. Makino había sido parte de la famosa Misión Iwakura, con la que viajó como estudiante a Estados Unidos; fue embajador ante Austria e Italia, Ministro de Educación, miembro del Consejo Privado del Emperador y pionero del liberalismo como Saionji e Ito. Makino fue el delegado japonés que más destacó en Versalles, encabezando las negociaciones por la cláusula de igualdad racial y el arreglo en Shandong. Menor relevancia tuvieron los delegados Sutemi Chinda, Keishiro Matsui e Hikokichi Ijuin, quienes eran embajadores en Gran Bretaña, Francia e Italia respectivamente. Ellos fueron incluidos en la delegación por ser embajadores ante las tres principales potencias europeas de la Entente, teniendo más bien un papel auxiliar de Makino, que era el delegado principal. Obviamente la estrategia política japonesa era que el príncipe Saionji le diera a Makino el respaldo de su experiencia, sus contactos y su prestigio, mientras que los tres embajadores le darían una visión actualizada de las tres naciones europeas en las que trabajaban, para que así el conde pudiera llevar a cabo su tarea como negociador principal. Es necesario explicar que estos eran los delegados más notables, pues la delegación japonesa pasaba de 60 personas, si contamos a los expertos y asesores de menor rango. Si miramos con mayor profundidad a la delegación nipona, resulta interesante destacar que estaba mucho más enfocada hacia Europa que hacia Estados Unidos. Makino, el delegado más importante, había sido sólo estudiante en Norteamérica, mientras que él mismo y los demás eran diplomáticos activos en Europa o con larga experiencia en ese continente. Es muy probable que la estrategia de Japón fuera usar los pactos secretos con los europeos como un escudo ante los norteamericanos, y así lograr sus objetivos; o 127 también, sencillamente, prescindir de personas con más experiencia ante los estadounidenses como Kikujiro Ishii por razones de política interna. En el caso particular de Kikujiro Ishii, viajó a París, pero tuvo un papel muy secundario con la delegación, pues estaba muy vinculado al gobierno anterior. Es muy posible que la ausencia de Hara y Uchida debilitara la posición de los delegados en París, algo que se vería complicado por la particular dinámica de toma de decisiones que tenía Japón en aquel momento. En el Japón de esos días, el gabinete tenía un escaso poder, si lo comparamos con el caso francés, inglés o italiano. En ese país existía una inestable combinación de poderes entre el gabinete, el Consejo Asesor Diplomático (Gaiko Chosakai) y el Genro. El Consejo Asesor Diplomático era una institución recién creada para 1919, que usurpaba gran parte de las funciones del Ministerio de Asuntos Exteriores y le permitía a la Corte Imperial vetar las decisiones del gabinete. De más está decir que esta institución era extra constitucional. Por su parte, el Genro estaba formado por políticos veteranos de la Restauración Meiji, que habían sido nombrados consejeros especiales por el Emperador Meiji y que, en esta época, eran una auténtica sombra tras el trono. Este grupo de élite política y nobiliaria, en la práctica, formaba y disolvía gabinetes, y pocas decisiones se tomaban en Japón sin su aprobación. Esta situación se había acentuado desde 1912, cuando el nuevo Emperador Taisho subió al trono, pues este nuevo monarca estaba incapacitado para gobernar por sus problemas de salud, aumentando así el poder del Genro y disminuyendo alarmantemente la coordinación entre éste, el gabinete y los líderes militares. Estas contradicciones se acrecentaron aún más con la subida al poder de Takashi Hara y el Seiyukai. Con esta confusa situación interna, muy distinta a la de Estados Unidos, no es de extrañar que el trabajo de la delegación en Versalles haya sido aún más difícil de lo que ya debía ser por la propia situación internacional. “Los Estados Unidos operaron bajo el liderazgo fuerte del presidente Wilson con su fe inquebrantable en la misión del país, y las directivas de Japón vacilaban entre un curso independiente arrogante en Asia Oriental y la política convencional de complacer los deseos de poderes occidentales” 84 84 Kawamura, N. Ob. Cit., p. 7 128 Otra importante cuestión que no podemos dejar de mencionar es la creciente desconfianza anglo-americana hacia Japón. He aquí algunas útiles referencias al respecto: “El aislamiento diplomático de Japón, atribuido a la agresividad en las Veintiuna Demandas y la Intervención Siberiana, fue exacerbado por la penetrante sospecha entre la Entente de que Japón simpatizaba con los Imperios Centrales. Las críticas de medios japoneses de los objetivos de guerra de la Entente y exoneraciones de la causa alemana causaron mucha irritación entre los residentes extranjeros en Japón. La admiración el espíritu marcial alemán y la máquina de lucha prusiana habían sido fuertes entre los oficiales del ejército japonés desde la época de la guerra franco-prusiana… … Los líderes de la Entente eran conscientes de las conversaciones exploratorias secretas germanojaponesas en Beijing, Estocolmo, y Tianjin concernientes a un arreglo bilateral. Alemania tomó la iniciativa en estas sondeos, Japón no hizo concesiones, y Tokio cuidadosamente mantuvo a Londres informado; pero la disposición de Japón a explorar opciones independientes parecía ser una violación del espíritu de la Declaración de Londres, en la que los Aliados rechazaron cualquier paz separada.” 85 Esta clase de opiniones entre los dirigentes de las potencias aliadas fueron un gran obstáculo para los objetivos japoneses, y se constituyeron en una de las razones de la cuidadosa selección de los miembros de la delegación por parte de Hara que, de manera explícita, evitó enviar, en puestos altos, a militares o personas con anteriores vinculaciones con Alemania. Sin embargo, debemos tomar con cuidado esta matriz de opinión acerca de Japón que intentó crearse en esos años, y que venía gestándose desde los tendenciosos artículos publicados por la prensa estadounidense desde 1915. En realidad, por mucha simpatía que la élite militar nipona sintiera por Alemania, era irreal pensar en un plan japonés de traicionar a la Entente que, al fin y al cabo, tenía mucho más que ofrecerle al país. También resulta necesario reseñar que los japoneses siempre mantuvieron informados a los británicos de sus negociaciones tras bastidores con los alemanes e, incluso, podría pensarse que estos encuentros no fueron más que sutiles medidas de presión hacia Gran Bretaña y Francia en pro de los objetivos nipones tras la guerra. 85 Burkman, T. Ob. Cit., p. 22 129 Una vez mínimamente explicada la situación de Estados Unidos, Gran Bretaña y Japón tras la guerra, así como la composición interna de las tres delegaciones, y cómo la cambiante política interna japonesa debilitó, desde el punto de partida, a la representación nipona, podemos entonces abordar directamente el desarrollo de la conferencia de paz. Para nuestro análisis nos centraremos en cada uno de los objetivos de Japón en la conferencia, pues cada uno de ellos produjo una “batalla diplomática” con características, alianzas y contra alianzas propias que determinarían el resultado final. Estas “disputas diplomáticas” en las que nos centraremos son: la Propuesta de Igualdad Racial, el mandato sobre las Islas del Pacífico, el puesto permanente de Japón en el Consejo de la Sociedad de Naciones y la disputa entre China y Japón por Shandong. III-A.1) La propuesta japonesa de igualdad racial, primera gran colisión de Japón con el muro anglo-estadounidense Empezamos con este punto porque fue el único objetivo japonés en Versalles relacionado plenamente con la propia fundación de la Sociedad de Naciones, en tanto que el Convenio de la Sociedad de Naciones constituyó la primera parte del Tratado de Versalles, y porque esta situación, y su desenlace, condicionaron en gran medida el resultado de los demás objetivos nipones en la conferencia. Como dijimos en el epígrafe anterior, en Japón, para comienzos de 1919, los políticos más conservadores y los más liberales libraban una batalla bajo la superficie, con la finalidad de controlar el país y dictar su política exterior. Concretamente, de cara a la conferencia de paz, nos encontramos con una información sorprendente: “En contraste con las otras grandes potencias, que habían invertido considerable tiempo y esfuerzo en preparativos para la paz, los gobiernos de Okuma y Terauchi, inmediatamente precedentes a Hara, tuvieron una visión limitada del papel de Japón en la guerra, la cual se reflejó en su actitud hacia la paz. Básicamente ellos tendieron a percibir la guerra como una guerra europea predominantemente, en la cual el rol de Japón se limitaba a confrontar a Alemania en el Oriente. Por lo tanto, fue generalmente asumido que Japón había logrado su objetivo fundamental para entrar en la guerra cuando capturó las posesiones alemanas en el Lejano Oriente y el Pacífico en 1914. Con tal objetivo 130 limitado en mente, el gobierno de Okuma empezó los preparativos para la paz en octubre de 1914, y estableció el Comité Preparatorio para la Paz Nipón-Germano (Nichidoku kowa jumbi iinkai) en septiembre de 1915 bajo el Ministerio de Relaciones Exteriores para deliberar sobre los términos de armisticio y paz. La agenda del comité reflejó la preocupación del gobierno por el deseo de mantener el equilibrio de Asia Oriental libre de las otras grandes potencias, a cambio de la no intromisión de Japón en el equilibrio europeo. El problema fue que el gobierno japonés continuó con esta visión, la cual estaba basada en suposiciones que se remontaban a 1914, tan tardíamente como noviembre de 1917 fue cuando el Ministerio de Relaciones Exteriores, después de haber asistido a la Conferencia Interaliada en París, finalmente se dio cuenta de que las potencias occidentales no podían ser mantenidas fuera del arreglo del Lejano Oriente. Debido a que el gobierno estaba asumiendo su plan de paz exclusivamente en términos prácticos de un arreglo en Asia Oriental, quedó en la confusión al descubrir a finales de 1918 que la venidera paz estaría basada en los Catorce Puntos wilsonianos de enero de 1918, los cuales no sólo incluían el importante principio de autodeterminación sino también una promesa de establecer un nuevo orden internacional en forma de una asociación de naciones.” 86 Así, vemos que desde el propio inicio, Japón iniciaba su marcha a Versalles de forma tambaleante, muy al contrario de las “Cuatro Grandes”. El mismo autor nos refiere cómo el gobierno japonés pudo fijar un rumbo mínimo hacia París: “(Se) estableció que dos miembros del consejo asesor diplomático, Makino Nobuaki e Ito Miyoji, rehicieran la política de paz. En segundo lugar, el consejo asesor diplomático fundó el segundo comité preparatorio de la paz el 13 de noviembre 1918, con el objetivo de proveer pautas de política exterior, sobre la base de los catorce puntos, al consejo asesor diplomático y a la delegación de paz. A saber, la política de paz cambiada comprendía tres principios muy importantes: (1) "condiciones de la paz en las que Japón solamente tiene interés por separado de los poderes aliados y asociados" que incluían la transferencia de los derechos en relación con las ex colonias alemanas de Qingdao y las islas del Pacífico al norte del ecuador; (2) "condiciones de paz en las que Japón no tiene interés directo" en las que Japón debe estar alerta y tratar de contribuir tanto como sea posible; y (3) "condiciones de la paz en las que Japón tiene común interés con los poderes aliados y asociado", para los que los delegados tienen orden de coordinarse tanto como sea posible con las otras naciones aliadas. En términos concretos, el primer principio era el más importante pues hacía referencia a la adquisición de los derechos a la península de Shandong y a las islas del Pacífico al norte del ecuador. El tercer principio, una referencia 86 Kawamura, Noriko. Ob. Cit., p. 44-45 131 para los catorce puntos wilsonianos, subrayaba la actitud internacionalista pro-occidental de Hara que reconoció la necesidad de Japón de cooperar con las grandes potencias occidentales en crear un nuevo orden internacional.”87 La presencia de los Catorce Puntos de Wilson creó un escenario nuevo dentro de la política japonesa debido a la gran desconfianza que la propuesta wilsoniana despertó. Es oportuno aclarar que este escepticismo japonés no se limitaba a las ideas de Wilson, sino también hacia las famosas “Tesis de Abril” de Lenin, que eran una especie de respuesta comunista a los Catorce Puntos. “un cauteloso escepticismo marcó las reacciones de las élites políticas japonesas a ambas, el liberalismo wilsoniano y el anti-imperialismo leninista. Dos factores condicionaron esta reacción: una indiferencia cultural hacia las ideologías de estilo occidental, y un cínico realismo desarrollado a través de la experiencia histórica… …El contenido ideológico del wilsonismo y el leninismo le pareció a la mayoría de los japoneses como irrelevante en el mejor de los casos y como hipócrita en el peor… …La accidentada experiencia de Japón en arreglárselas con Occidente había enseñado a los japoneses que el poder, no los valores morales o las leyes internacionales, dominaban la lucha de la diplomacia”88 Sin embargo, por mucha indiferencia, desconfianza, rechazo o escepticismo que los líderes japoneses sintieran hacia el programa de Wilson, y hacia sus reales amenazas a los intereses de Japón, como antes remarcamos, la realidad era que Europa, y especialmente el Reino Unido, apoyaba en mayor o menor medida este programa y que si la Sociedad de Naciones se formaba, Japón no podía darse el lujo de estar fuera de ella. Pero tampoco podía permitirse entrar sin garantía alguna a un sistema que muy posiblemente sería un instrumento de dominación anglosajona del mundo. De este dilema nace la propuesta de igualdad racial. Takashi Hara y sus colaboradores, viendo los antecedentes de roce entre Estados Unidos y su país por motivo de la inmigración, y considerando las ideas de “choque de razas” que rondaban en el Japón de esos días, diseñaron la propuesta como una manera de insertar una protección o garantía en la nueva organización que se formaría, permitiéndole a 87 88 Ídem Burkman, T., Ob. cit., p. 11-12 132 Japón entrar en ella, restaurar sus relaciones con las otras grandes potencias y devolverle en gran medida la armonía y el equilibrio geopolítico a Asia Oriental, obteniendo, así, más seguridad para el país, basándose no en las armas, sino en la diplomacia y la cooperación internacional. La propuesta les permitiría lograr todo esto blindándose ante las críticas de los más conservadores. Vemos, pues, que la propuesta no sólo pretendía asegurar la posición de Japón ante el mundo, sino también la de esta nueva generación de políticos dentro del propio archipiélago. En cualquier caso, explicaremos un poco más dos aspectos en este sentido, la teoría del “choque de razas” y las diferentes interpretaciones que se le han dado a la iniciativa japonesa de proponer la igualdad de razas en Versalles. Respecto al primer aspecto, podemos decir que desde que el Káiser hablara en 1895 y 1904 del “peligro amarillo,” e intentara presentar al mundo la guerra ruso-japonesa como una guerra de razas, la tesis de un enfrentamiento entre blancos y amarillos había cobrado mucha fuerza. Hay que recordar que en este tiempo el pensamiento racista era notablemente fuerte, e incluso legítimo y muy aceptado. Los europeos habían utilizado el argumento de su supuesta superioridad racial como una de las justificaciones de su expansión colonial, a la vez que en países como Estados Unidos, las colonias británicas y las francesas, las políticas de discriminación racial eran algo cotidiano. Todo ello fue creando, a manera de discurso de respuesta política, una especie de contra racismo amarillo en la clase política japonesa, que veía en su país al líder natural de los pueblos asiáticos, que algún día los dirigiría en una lucha mundial contra los blancos. Muchos pensadores nipones, como Aritomo Yamagata, estaban convencidos de que tras la Primera Guerra Mundial, vendría una gran guerra racial a escala mundial. “Kato predijo que Japón tendría algunos años de ventaja antes de que los exhaustos beligerantes europeos recuperaran su fuerza militar y financiera. Sin embargo, Japón podría esperar que las potencias persiguieran la recuperación renegociando su actividad comercial en China tan pronto como la lucha finalizara. Para mantener sus avances de los tiempos de guerra, Japón debe mantener la Alianza Anglo-Japonesa y ejercer el nivel de energía que en el período Meiji había llevado a la revisión de los tratados y la victoria sobre China y Rusia… …El Genro Yamagata fue más allá de la predicción de Kato de rivalidad comercial a prever un enfrentamiento racial e incluso una confrontación militar con Occidente. Sabiendo que Japón era una nación débil que nunca podría permanecer de pie militarmente frente a un concierto de potencias hostiles, la oligarquía Choshu a través de su larga carrera militar y política había urgido por la 133 prudencia en política exterior. Más temprano en la guerra sus informes habían revelado a un hombre casi obsesionado con el miedo de una confabulación por prejuicio racial y anti japonés. Describió la guerra como un conflicto final en Europa entre naciones de raza blanca, para ser seguido por una guerra racial entre coaliciones blancas y amarillas, su obstinado esfuerzo por una alianza ruso-japonesa fue motivado en parte por el deseo de prevenir la formación de un bloque blanco y anti amarillo.”89 En cuanto al segundo aspecto, los motivos de la propuesta japonesa, podemos decir, de partida, que se han manejado tres grandes interpretaciones: la primera, es que se trataba de un instrumento para darle entrada libre a sus inmigrantes en los países anglosajones; la segunda, es que consistía en una maniobra de presión hacia Estados Unidos y Gran Bretaña para obtener más fácilmente lo que a los japoneses les interesaba en el Pacífico y Shandong, y la tercera, es que la propuesta estaba encaminada a reforzar el estatus de gran potencia de Japón. Cada una de estas explicaciones nació de un punto de vista distinto en la conferencia, y las abordaremos una a una con mayor detenimiento, iniciando con la última, pues creemos que esta es quizá la raíz del asunto. La teoría de que la propuesta de igualdad racial fuera una herramienta para proteger a Japón dentro de la Sociedad de Naciones, y asegurarle un estatus igual al de las potencias occidentales es sostenida por autores como Thomas Burkman y Naoko Shimazu. Para ellos, es fundamental comprender que Japón venía enfrentando un desafío tras otro por parte de Occidente desde antes de la Restauración Meiji, tal y como vimos anteriormente. Estos desafíos a Japón como nación siempre habían rozado el racismo, como se constata en la teoría alemana del “peligro amarillo” de la época de la Triple Intervención y de la guerra ruso-japonesa, o en las políticas de segregación en California antes de 1910. Todo esto interesa no sólo por el maltrato o la difamación hacia el pueblo japonés, sino por cómo afectaba la posición de Japón a nivel mundial. Más que pensar en las personas, los líderes nipones pensaron en el prestigio de su nación frente a Occidente, puesto que, después de todo, el gran esfuerzo político de las seis décadas anteriores había tenido como objetivo fundamental alcanzar la paridad con los occidentales. Prueba de ello fue el Acuerdo de Caballeros de 1908 que, aunque no mejoró demasiado las restricciones de la inmigración nipona a Estados Unidos, si salvó el prestigio del país. Otra prueba de esta política 89 Ibídem, p. 26-27 134 gubernamental japonesa, que Shimazu llama “política del prestigio”, fue que aunque Australia tenía también políticas restrictivas hacia la inmigración japonesa, nunca hubo un roce directo entre los dos países antes de 1919, porque los australianos utilizaban tecnicismos jurídicos que no aludían directamente a los japoneses, por lo que el prestigio y el buen nombre del imperio no se veía comprometido. En virtud de la importancia de esta “política de prestigio” es que surge la propuesta de igualdad racial. Como se explicó más arriba, aún en 1918 el gabinete de Terauchi no había ponderado realmente la importancia del programa wilsoniano, por lo que cuando fue informado de que los Catorce Puntos serían la base de la conferencia de paz, el gobierno ordenó una casi total revisión del programa nacional de paz. Fue entonces cuando Nobuaki Makino y Miyoji Ito rehicieron el trabajo del anterior gobierno, ya bajo la supervisión del nuevo premier Hara. Es destacable el largo y áspero debate entre Makino e Ito sobre cómo Japón debía abordar el asunto de la Sociedad de Naciones. Para Ito, y para muchos en el gobierno, la Sociedad de Naciones no era más que una trampa de los occidentales para impedir la expansión del país y doblegarlo a sus deseos. En contraste, Makino afirmaba que Japón no podía quedarse atrás en la iniciativa de la Sociedad de Naciones, ya que si no mostraba una buena disposición, si tenía un papel pasivo, o si saboteaba su fundación, confirmaría las sospechas de las potencias occidentales y quedaría aislado en el nuevo orden que se diseñara en la conferencia. Makino y los demás liberales presentaron al gobierno la propuesta de igualdad racial como el escudo con el que Japón estaría a salvo de nuevas humillaciones, pudiendo entrar sin temor a la proyectada organización internacional. Debe resaltarse que muy pronto la propuesta de igualdad racial adquirió un peso importantísimo ante la opinión pública japonesa. Ya desde los años de la guerra, los más liberales en Japón venían interesándose por las propuestas de una Sociedad de Naciones que circulaban en Estados Unidos y Gran Bretaña aún antes de que Wilson presentara sus Catorce Puntos, pero esto no se había traducido en un interés activo por parte del gobierno, como ya mencionamos. Por otra parte, el asunto de la discriminación de los japoneses fuera de su país había sido, hasta estas fechas, un asunto más que todo del gobierno, poco conocido por el pueblo. Pero en los meses inmediatamente anteriores al armisticio, la propuesta de los liberales se difundió ampliamente entre los japoneses y se convirtió en un 135 tema recurrente en los periódicos del país, así como en un elemento de presión popular. De manera inesperada, el gobierno japonés pasaba de una indiferencia casi total hacia la Sociedad de Naciones, a llevar una propuesta muy polémica, y de suma importancia para el pueblo, llegándose a conformar importantes grupos de presión radicales como la Unión para la Abolición de la Discriminación Racial (Jinshuteki Sabetsu Teppai Kisei Domeikai) o Genyosha (Asociación Océano Oscuro) y otros más pacíficos, como la Liga por la Diplomacia del Pueblo (Kokumin Gaiko Domeikai), la Asociación para Publicistas de Asuntos de Paz (Kowa Mondai Yushikai) y la Asociación Nipón-Estadounidense (Nichiboshikai). Veamos algunos comentarios acerca de esta cuestión: “el Hochi en un editorial del 1º de diciembre aseveró que la campaña por el trato igualitario de la razas extranjeras por parte de los europeos y estadounidenses era más importante a los ojos del pueblo japonés que la adquisición de Qingdao y las islas del Pacífico. Esta fue una representación exacta del sentir popular.”90 “En general, los periódicos de gran formato apoyaban enérgicamente la propuesta para la igualdad racial del gobierno. La igualdad racial resultaba atractiva para el instinto nacionalista del público en general porque reflejó la experiencia del pasado compartido del público y parecía más inmediatamente relevante que las demandas territoriales estratégicas en Shandong y las islas del Pacífico.”91 Esta situación contrastaba totalmente con la de meses atrás, cuando de cara a la Conferencia Interaliada de París, los objetivos posbélicos de Japón habían sido muy limitados y bastante distantes del proyecto de la Sociedad de Naciones. “Una formulación más concreta de las condiciones de paz de Japón fue revelada en el momento de la Conferencia Interaliada, la cual se inició en París el 29 de noviembre de 1917. Anticipándose a una discusión de términos de paz, el Ministro de Exteriores Motono cablegrafió una declaración de “política general” a los delegados japoneses. Las instrucciones fueron sancionadas por el Gaiko Chosakai y siguió las líneas establecidas por la Comisión Preparatoria de Paz un año antes: 1. En materias de directa incumbencia a Japón y no a otras potencias: 90 Ibídem, p. 83 Shimazu, Naoko. Japan, Race and Equality. The Racial Equality Proposal of 1919. Routledge, Londres, 1998, p. 54 91 136 a. Asegurar la transferencia de los varios derechos y posesiones económicas tenidas por Alemania antes de la guerra en la provincia de Shandong. b. Asegurar la cesión de las islas del Pacífico Sur Alemán al norte del Ecuador y la transferencia de varios derechos y posesiones económicas relacionadas 2. En materias donde los intereses japoneses no estuvieran directamente involucrados, evitar cualquier participación innecesaria en las deliberaciones. 3. En materias donde los intereses de Japón y los aliados coincidan, actuar en unísono con los Aliados en concordancia con las tendencias generales del mundo.” 92 “Mientras el ministro de exteriores nunca dio unas instrucciones claras para o contra la Sociedad, los plenipotenciarios deducirían de las vagas instrucciones estas directivas: la delegación debía (1) intentar demorar la formación de la Sociedad, (2) evitar quedar fuera, si su establecimiento parece inevitable, y (3) trabajar dentro del contexto del asunto de la Sociedad para presionar por la igualdad racial. Las instrucciones oficiales quedaron sin cambio a través de la conferencia. En cumplimiento de estas instrucciones, la delegación primero arrastró sus pies a la cuestión de la Sociedad y entonces se dedicó a alterar la sustancia del Convenio hasta hacerlo receptivo a los intereses nacionales de Japón.”93 Es evidente, por tanto, que justo con el cambio de gabinete en Japón aumentó la influencia de nuevas ideas liberales que pretendían que el país tuviera una mayor participación en el nuevo orden mundial y que, incluso, contuviera implícita una propuesta que asegurara su estatus. Debemos comprender que para los líderes japoneses la igualdad racial era el único escudo fiable frente a los europeos y norteamericanos. En el gobierno japonés creían firmemente que, sin algún basamento legal que consagrara el nuevo estatus de Japón como una potencia igual a Estados Unidos, Francia o Gran Bretaña, su país quedaría indefenso en una organización dominada por sus rivales. De una manera no muy distinta pensaba el pueblo que, además, se entusiasmó con la idea de que su nación pudiera aportar algo a la nueva organización mundial. En pocas palabras, la propuesta de igualdad racial era, en la víspera de la conferencia de paz, la mayor bandera de los liberales japoneses siendo, a la vez, una manera de hacer participar a la nación en el programa 92 93 Burkman, T. Ob. Cit., p. 30 Ibídem, p. 64 137 posbélico ya perfilado en Occidente y una herramienta que callaría las voces de extrema desconfianza de los conservadores, consolidando el poder de los liberales. Es fácil imaginar entonces la suprema presión psicológica que cargaron consigo Makino Nobuaki y los demás por aquellos días. Aunque los japoneses traían su propuesta diseñada desde finales de 1918, esperaron para su presentación a que en la conferencia de paz se formara una comisión especializada, la Comisión de la Sociedad de Naciones, bajo la presidencia del propio Woodrow Wilson. “La arena formal para efectuar cambios en el Convenio fue la Comisión de la Sociedad de Naciones. El Presidente Wilson presidió las reuniones de esta comisión, la cual se reunió en el Hotel de Crillon. Estaba compuesta de quince miembros – dos de los Cinco Grandes, y uno de las cinco potencias más pequeñas. Los representantes de las potencias menores se reunieron el 27 de enero para elegir entre nueve aspirantes. China fue una de las cinco elegidas.”94 Cuando los debates comenzaron, Wilson propuso una enmienda al Artículo 21 del Convenio para garantizar la tolerancia religiosa. Fue entonces cuando Makino y Chinda le presentaron informalmente su propuesta al Coronel House, pues no se sentían con la influencia y los contactos necesarios para dialogar directamente con Wilson. Es reseñable referir que los delegados nipones se valieron de una cita de la constitución de los Estados Unidos, en la que se afirmaba que todos los hombres nacen iguales, para sustentar su propuesta. Este primer intento ocurrió en febrero, poco antes de la partida de Wilson a Washington, y se trataba de una modificación al mismo Artículo 21 del Convenio de la Sociedad de Naciones para incluir la igualdad de razas. Para gran sorpresa de los japoneses, ni House ni Wilson se opusieron inicialmente a su propuesta, señalando más bien que la misma era compatible con el espíritu de la Sociedad de Naciones. Pero eso no significaba que el éxito de su misión estuviera asegurado. En la Comisión de la Sociedad de Naciones, la mayor oposición llegaría de parte de Australia y su obstinado Primer Ministro. Para el año 1919, el gobierno australiano llevaba a cabo una política llamada popularmente “Australia Blanca,” que consistía en restringir la inmigración de personas no europeas o no blancas al país. Esta política era uno de los pilares del manejo interno del 94 Ibídem, 64 138 Dominio por parte del gobierno. Australia había obtenido el rango de Dominio, es decir, la plena autonomía interna, apenas en 1901, por lo que su gobierno era muy celoso de sus decisiones, y eso incluía la política migratoria. El gobierno australiano estaba firmemente convencido de que sólo preservando la homogeneidad racial de la población podría mantener la estabilidad política, manifestando una actitud hacia todos los pueblos no blancos muy parecida a la de la élite anglo-bóer en Sudáfrica. Llama la atención que esas políticas racistas fueran mucho más pronunciadas en los Dominios británicos que en la propia Gran Bretaña. Quizá el hecho de que estas minúsculas poblaciones de origen europeo se encontraran a tanta distancia de Occidente, y en medio de un mar de nativos de otras culturas y etnias, las hiciera estar a la defensiva. Sin embargo, dos factores adicionales a estos condicionaban esta práctica en Australia, y eran de índole económica. Para 1919 el Partido Laborista Australiano era el de mayor fuerza en el país y los sindicatos y uniones de trabajadores que lo respaldaban estaban muy preocupados porque los inmigrantes no europeos que entraban a Australia, con su mano de obra considerablemente más barata, ponían en peligro los empleos de los australianos y amenazaban con una disminución general del precio de la mano de obra. Aun así, eran sobre todo los indios y los chinos los que más encajaban en este cuadro general del inmigrante pobre y poco instruido, que podía abaratar la mano de obra en Australia, porque los japoneses, en general, estaban mucho más familiarizados con la cultura occidental y su nivel de instrucción era más alto que el de los demás inmigrantes asiáticos, factor que los hacía competir con las clases más ricas y poderosas del país. Quizá fuera esto lo que desde una fecha tan temprana como 1908 venía produciendo un profundo sentimiento anti-japonés en Australia, además de la clara amenaza geopolítica que Japón representaba para este Dominio y el de Nueva Zelanda, ambos muy alejados geográficamente de Gran Bretaña, con poca población blanca y rodeados de países con una cultura totalmente distinta. Sería entonces entendible que los australianos, y también los neozelandeses, se consideraran un puesto avanzado de Occidente en la región más remota del mundo y pensaran de una manera más defensiva que los propios europeos. Ahora bien, ¿cómo es que Australia no había sostenido una disputa clara con Japón antes de 1919 por razones de inmigración? Por una razón, la hábil mediación del gobierno metropolitano británico, pues aunque desde 1901 la inmigración era un tema bajo la 139 completa autoridad australiana, la política exterior de todo el imperio seguía siendo facultad del gobierno de Londres, y éste le había dado indicaciones claras a los australianos de que ni ofendieran a sus aliados nipones, ni crearan demasiada fricciones con los indios, que también eran súbditos de la Corona. De este modo, en Australia nunca se formaron ligas de exclusión asiáticas con un gran efecto en los medios de comunicación, como sí pasó, por el contrario, en California, ni se maltrató a los inmigrantes nipones que ya estaban en el país. Esto permitió que el prestigio y el honor de Japón quedaran intactos, y que la relación hubiera sido siempre más llevadera entre Australia y Japón que entre Estados Unidos y Japón. Esta flexibilidad en la relación australiano-japonesa fue permitida, en gran parte, por la peculiar manera en que los australianos restringieron su inmigración: la “Fórmula de Natal”. La “Fórmula de Natal” fue establecida en la región sudafricana homónima y estaba dirigida mayormente contra inmigrantes procedentes de India. Consistía en exámenes de lenguas europeas, a juicio de los funcionarios de inmigración, que muy difícilmente aprobaban los indios. Esta fórmula fue pronto adoptada por los demás Dominios británicos, incluida Australia, lo que le permitió a este último país tener un control de inmigración muy restrictivo, pero que no hería directamente el orgullo japonés. Sin embargo, este hábil formulismo legal no implicaba que el sentimiento anti-japonés en Australia fuera menos intenso y virulento que en Estados Unidos. Por coincidencias de la historia, todos estos factores parecieron reunirse en una sola persona, el primer ministro Hughes. Él no sólo parecía encarnar todo el racismo de las élites australianas y del Partido Laborista, sino que por el hecho de tener muy cercanas las elecciones generales en su país, convirtió su participación en la Conferencia de Versalles en una auténtica campaña electoral, basada en la defensa de la política de la “Australia Blanca”, llegando a protagonizar episodios tan escandalosos que cuesta relacionarlos con aquella época tan llena de formalidad. Veamos, al respecto, un comentario muy elocuente: “Los representantes de Japón en Versalles querían que la Conferencia de Paz se declarara a favor de la igualdad racial en el mundo nuevo que se estaba construyendo. La acalorada oposición del representante australiano Hughes lo impidió. “Si se reconoce la igualdad de razas en el preámbulo o en alguno de los artículos del convenio”, vociferó a Lloyd George, “yo y mi pueblo abandonamos la conferencia con armas y bagajes.”95 95 Allen, L., Ob. Cit., p. 78 140 Este no sería el único acto de gran vehemencia de Hughes. Diversos autores nos relatan que la insistencia de Hughes en defender la “Australia Blanca” y, con ella, la soberanía interna de las naciones, así como sus discursos descaradamente racistas, hicieron chirriar los engranajes de la delegación británica y llevaron la tensión con Japón hasta extremos alarmantes. De muy poco sirvieron las explicaciones de Makino acerca de que la propuesta se trataba de un principio universal y no de la intromisión en los asuntos internos de las naciones. Tampoco valieron de mucho los intentos de mediación de David Lloyd George y Robert Cecil. Para Hughes, la propuesta japonesa estaba indisolublemente ligada a la libertad de inmigración, cosa que el premier australiano no estaba dispuesto a conceder, pues en realidad él convirtió su participación en la conferencia de paz en una auténtica campaña electoral, basándose en tres ejes fundamentales: el mantenimiento de la “Australia Blanca”, el pleno ejercicio de la independencia australiana y la contención activa del poderío japonés. “Hughes no consentiría nada que pudiera satisfacer los deseos de Japón. Su nación tenía recientemente ajustadas restricciones anti japonesas y estaba determinada a prevenir la penetración económica japonesa en las antiguos territorios alemanes y el control del Pacífico Sur.”96 El asunto del ejercicio pleno de la independencia australiana debe ser comentado un poco más extensamente. Hughes respondía a las demandas del pueblo de que su país se viera bien representado y beneficiado en la conferencia, pues Australia, junto con Nueva Zelanda, tuvieron grandes pérdidas humanas en la contienda, especialmente en la campaña de 1915 en el estrecho de los Dardanelos. Pero Hughes no fue el único de la delegación británica que se opuso a la igualdad racial, sino que su oposición fue la más sonora. Cecil, Smuts y Lloyd George también mostraron sus desconfianzas. Sencillamente, no veían más allá de las posibles implicaciones prácticas de la propuesta, ni tampoco podían, y quizá no querían, entender el complejo sentimiento del pueblo y los líderes japoneses. Por su parte, los norteamericanos retiraron rápidamente su moderado apoyo inicial al ver la oposición dentro de la delegación británica. De todas maneras, la propuesta nipona nunca fue demasiado interesante para Wilson; más bien podría ganar la oposición de los 96 Burkman, T., Ob. Cit., p. 83 141 congresistas del oeste de su país hacia la Sociedad de Naciones, por lo que el muro levantado por Hughes le resultó muy útil a la delegación norteamericana, que así podría zafarse de una propuesta incómoda sin contradecir sus principios. Autores como Shimazu piensan que el hecho de que Makino y Chinda negociaran desde el principio con House fue contraproducente, puesto que cuando Wilson volvió de Washington y se distanció de House, dejó de lado todas sus ideas y las propuestas que él había apoyado; esto lo explica el autor nipón en el primer capítulo de su libro Japan, Race and Equality. The racial equality proposal of 1919. Ante este primer choque, Makino y Chinda, que representaban a Japón ante la Comisión de la Sociedad de Naciones, no se rindieron. Este hecho ha despertado muchas opiniones entre los diversos autores. Algunos afirman que Makino y Chinda fueron más allá de las instrucciones de Tokio, actuando por su cuenta; otros indican que Hara siempre estuvo enterado de la situación y que fue partidario de insistir en el punto de la igualdad racial. Este quizá sea un debate destinado a nunca resolverse definitivamente. Aún así, podemos intuir que Makino sabía perfectamente que sin la cláusula de la igualdad racial sería muy difícil que los más conservadores del gobierno ratificaran el tratado de paz y que Japón entrara a la Sociedad de Naciones. Si eso pasaba el país quedaría aislado, tal como él temía, y seguramente sería el fin del proyecto liberal del Seiyukai. En resumen, Makino debía insistir. El segundo intento llegó a mediados de marzo de 1919, cuando Wilson regresó a Francia. Esta segunda propuesta japonesa cambió la etiqueta de “igualdad de razas” por la de “igualdad de las naciones y justo trato de sus nacionales”, y ya no iría en un artículo del Convenio, sino como un principio general en el preámbulo. Hablando en términos estrictamente jurídicos, la nueva propuesta nipona no era vinculante en sí, sino que más bien establecía un principio abstracto. Esta nueva propuesta ganó mucho más apoyo que la anterior, incluso de países que habían rechazado la anterior versión, tales como Grecia, que se había negado a aceptar una igualdad de razas y religiones, quizá por su enfrentamiento con los turcos musulmanes, pero que sí aceptó la igualdad de los nacionales. Digno de mención resulta también el apoyo dado por Francia e Italia, cuyos representantes llegaron a afirmar que era imposible rechazar una propuesta así. Pero Francia e Italia, aunque simpatizaron con la propuesta japonesa reformada, no estaban comprometidas con su 142 aprobación. Muy por el contrario, sus delegados no estaban dispuestos a crear tensiones innecesarias con Gran Bretaña por una causa que no les afectaba directamente, que no era la suya. Un caso digno de una mención aparte fue el de China. Y es que los delegados chinos fueron personajes que se encontraron en una posición realmente contradictoria ante la propuesta japonesa. El delegado chino más importante era Vi Kyuin Wellington Koo. Este diplomático había vivido en Estados Unidos desde 1904, había estudiado en la Universidad de Columbia y era un brillante abogado internacionalista. Hablaba perfectamente inglés y entendía muy bien la cultura occidental. Koo era un liberal que aspiraba poder modernizar a su país, teniendo así una línea política no muy distinta a la de los liberales japoneses. Es lógico incluso pensar que Koo y Makino hubieran podido ser aliados si sus naciones no hubieran sido enemigas. Koo era el delegado más joven en Versalles y, a diferencia de los delegados japoneses, tenía larga experiencia representando a su país en Estados Unidos. Wellington Koo llegaría a ser representante de su país ante la Sociedad de Naciones, presidente de China en 1926 y representante de la China Nacionalista ante la Organización de Naciones Unidas en 1945. Cuando se retiró del servicio en 1956 ya era una leyenda entre los diplomáticos chinos. Wellington Koo y su compañero, Lou Zeng Ziang, que había tenido influencias protestantes desde su juventud, había visto la muerte de su mentor durante la rebelión bóxer, había sido embajador en Bélgica y Rusia y ministro de exteriores durante la presidencia de Yuan Shikai, abogaron por que las potencias terminaran con prácticas imperialistas como el principio de extraterritorialidad, las tarifas aduaneras desiguales, las concesiones abusivas y las enormes guarniciones de las embajadas. Por todo esto, los delegados chinos estaban naturalmente inclinados a defender una causa que les beneficiaba, pues los chinos habían sido mucho más maltratados por los occidentales que los japoneses, e incluso lo habían sido por los propios japoneses. Pero más allá de las demandas anti-imperialistas de los chinos, Koo y Zeng Ziang, sabían perfectamente que del apoyo norteamericano y británico dependía que su país recuperara el pleno control de Shandong y expulsara a los japoneses. Ese objetivo había sido el gran motivo por el que China le había declarado la guerra a Alemania en 1917. 143 “Parecía que el puesto de China fue complicado por dos factores opuestos. Por una parte, los chinos naturalmente querían igualdad racial porque eran discriminados racialmente por los extranjeros, incluidos los japoneses. Por otra parte, Koo no quería antagonizar con las sensibilidades de los británicos y estadounidenses pareciendo demasiado entusiasta porque necesitaba su apoyo para el reclamo de China en Shandong” 97 De esta manera fue como la política agresiva de Japón hacia China, materializada en la Veintiuna Demandas, le costó el apoyo de la otra gran nación amarilla en un momento de crucial importancia, justo cuando los líderes nipones aspiraban a consolidar a su país en el puesto de líder de Asia, de los “pueblos amarillos” y guía en la lucha de liberación e igualdad contra Occidente. La segunda propuesta japonesa ganó incluso el apoyo de los representantes de Sudáfrica y Canadá, que intentaron en vano convencer a Hughes. El premier australiano seguía insistiendo en que la propuesta japonesa comprometía la soberanía de su país. Fue en este momento que el antagonismo entre Australia y Japón llegó a niveles alarmantes, motivados también por la cómoda postura tomada por Cecil que, argumentando que la propuesta de Makino se trataba de inmigración, y que siendo la inmigración un asunto interno de los Dominios, debía dejarse el tema entre Australia y Japón. Cecil, junto con la representación de Gran Bretaña se desentendieron del asunto. Esta situación causó gran indignación entre la delegación japonesa en París y en el gobierno en Tokio, ya que Japón, que era una potencia de primer orden, estaba siendo obligado a negociar con una semi colonia británica en vez de con el gobierno de Londres, al que sí consideraban a su altura. Para mayor indignación de los japoneses, Hughes lanzó una contrapropuesta en la que las leyes de inmigración de los Estados miembros de la Sociedad de Naciones quedarían blindadas a cualquier disposición externa. Esta contrapropuesta fue tajantemente rechazada por Makino y Chinda, lo que aumentó las suspicacias de las delegaciones británica y estadounidense. Este suceso se presta, de nuevo, a debates; unos autores afirman que, en efecto, los japoneses buscaban lograr la libertad de inmigración, mientras que otros atribuyen el rechazo de la contrapropuesta de Hughes al hecho de que Makino ya había llegado al límite de su paciencia y consideraba demasiado humillante para Japón aceptar los 97 Ibídem, p. 29 144 términos de Australia. Para los norteamericanos, el apoyo a la propuesta japonesa se había vuelto totalmente inconveniente a estas alturas, debido a factores internos y externos. Entre los internos podemos mencionar las propias políticas racistas del gobierno y la sociedad estadounidenses del momento, las desconfianzas de que se abriera la puerta a una avalancha imparable de inmigrantes asiáticos y la propia hostilidad hacia Japón. Todo esto fue hábilmente manejado por la oposición republicana a Wilson y a su proyecto en el Congreso de Estados Unidos. En efecto, líderes como el Senador Phelan, Henry Cabot Lodge, William Howard Taft y Elihu Root, se estaban oponiendo fuertemente al proyecto de la Sociedad de Naciones. Sus argumentos eran que este organismo cercenaría la plena soberanía de Estados Unidos, que era una amenaza a la Doctrina Monroe, pilar de la política exterior norteamericana, y que la propuesta japonesa era una intromisión en los asuntos internos del país. No se trataba únicamente de la temida avalancha de inmigrantes asiáticos hacia Hawái y la costa del Pacífico, sino la propia política racista dentro de Estados Unidos; recordemos que, por aquella época, los afroamericanos aún no lograban la paridad jurídica total con los “blancos” (abarcando este término a las personas de piel blanca, anglosajonas y protestantes), que las reservaciones indias pasaban por uno de sus peores momentos y que los filipinos y puertorriqueños estaban bastante marginados. Ante tal situación, era de esperarse que la clase gobernante norteamericana se negara a la propuesta de Japón y que, especialmente los republicanos, y algunos demócratas más conservadores, la usaran como argumento para derribar el proyecto de la Sociedad de Naciones, y con él a Woodrow Wilson. En el país se había formado un verdadero movimiento anti-Wilson, y la Sociedad de Naciones, junto con la propuesta de igualdad racial, se había convertido en el blanco favorito para golpear la imagen del primer mandatario estadounidense. Del otro lado del Atlántico el propio Wilson no era ajeno a esta situación. Sabía que si la igualdad racial era aprobada, el Convenio de la Sociedad de Naciones sería casi imposible de aprobar por su país y, no menos importante, se correría el grave peligro de que el Imperio Británico retirara su apoyo al proyecto de la Sociedad. Sin embargo, Wilson no podía rechazar directamente una propuesta que más bien reforzaba los principios de su proyecto, así que la delegación norteamericana nunca expresó una negativa hacia la idea de Japón, sino que siempre se escudó detrás de los británicos. Ante esta situación atascada y 145 sin salida, Makino y Chinda decidieron jugarse el todo por el todo presentando formalmente su propuesta en la siguiente sesión plenaria de la Comisión de la Sociedad de Naciones del 28 de abril, aún sin haber logrado un acuerdo con Hughes. Los delegados nipones confiaban en poder hacer prevalecer su propuesta basados en la cierta superioridad numérica que se esperaba tuvieran a la hora de una votación. Y así fue. Tras un discurso no muy largo de Makino, los representantes votaron. A favor: Japón (2), Francia (2), Italia (2), Brasil (1), China (1), Grecia (1), Serbia (1) y Checoslovaquia (1). Abstenciones: Imperio Británico (2), Estados Unidos (2), Portugal (1), Polonia (1) y Rumania (1). Ausentes: Bélgica (1). Así se obtenían once votos a favor y siete abstenciones, una mayoría ajustada, pero mayoría al fin para los japoneses. Pero el asunto no sería tan fácil para Makino y Chinda. “En este momento, Wilson como presidente impuso una regla de unanimidad mediante la cual la propuesta fue rechazada a pesar de la mayoría de votos a su favor. Inmediatamente esta decisión fue denunciada por Makino y también por los franceses, pues la decisión de la mayoría era usada en el sitio de la Sociedad. La justificación de Wilson fue la siguiente: El presidente Wilson admitió que una mayoría había votado por eso, pero que las decisiones de la comisión no eran válidas a menos que fueran unánimes. En la presente instancia había, ciertamente, una mayoría, pero una fuerte oposición se había mantenido contra la enmienda y bajo estas circunstancias la resolución no podía ser considerada como aprobada” 98 Así, fue rechazada la propuesta de igualdad racial de Japón en la Conferencia de Paz de París de 1919. A manera de epílogo debemos comentar que la delegación japonesa elaboró una declaración unilateral, excusándose ante la opinión pública, y comprometiéndose en nombre de su gobierno a continuar la lucha por la igualdad racial. En este sentido, citamos a Shimazu de nuevo: “el gobierno japonés decidió realizar un discurso en la inauguración de la Sociedad de Naciones el 30 de noviembre de 1920 con el fin de indicar al mundo que no se había dado por vencido con la propuesta. El embajador Ishii, que fue puesto en la Sociedad de Naciones en Ginebra, sugirió que Japón debería relanzar la propuesta en la 98 Shimazu, N. Ob. Cit., p. 30 146 comisión en 1921 con el fin de corregir el convenio. Pero en abril de 1921, el gobierno le ordenó que abandonara la idea totalmente por el momento. Las razones dadas eran que el debate de igualdad racial en la conferencia de paz había afectado negativamente las relaciones de Japón con los Estados Unidos, Gran Bretaña y los dominios, y por lo tanto se había convertido en un problema con implicaciones diplomáticas. Además, había muchos obstáculos para conseguir el éxito de la propuesta, que fueron agravados por las negociaciones actuales sobre la revisión de la alianza anglo-japonesa, y el trato de los japoneses en las islas del Pacífico Sur bajo el sistema de Mandatos. Considerándolo todo, fue decidido que era mejor no afectar la bastante "Delicada" relación entre Japón, Gran Bretaña y los Estados Unidos relanzando la propuesta. Fue este tipo de actitudes "Pusilánime" (nanjaku) de no querer hostilizar a los aliados, las cuales después se volvieron el foco de las críticas de la “diplomacia Shidehara” (Shidehara gaiko) a finales de los años 20” 99 Como señalamos anteriormente, la propuesta de igualdad racial de Japón fue interpretada de diversas maneras dentro y fuera del país nipón. En la mayoría de los casos, estas interpretaciones expuestas por diversos autores responden las que ya hicieran los propios protagonistas del asunto en Versalles. Tenemos, así, dos hipótesis, una británicoaustraliana, que afirma que con la propuesta el gobierno japonés buscaba garantizar la libertad de inmigración de sus nacionales hacia países anglosajones, y otra estadounidense, que asevera que la propuesta siempre fue un gran distractor en las negociaciones, que buscaba, en última instancia, asegurar la ocupación de Qingdao, las islas alemanas del Pacífico al norte del Ecuador y sus intereses económicos en Shandong, de una manera no muy distinta a cómo un vendedor habilidoso daría un precio inicial muy alto para luego, tras el proceso de regateo, vender su producto al precio que desde un principio deseaba o incluso uno más elevado. Comenzando con la visión de la delegación del Imperio Británico, podemos citar: “Cecil tuvo que rechazar la enmienda japonesa sobre los siguientes fundamentos: El gobierno británico se dio cuenta de la importancia de la cuestión racial, pero su solución no podía ser encontrada por la comisión sin invadir la soberanía de los estados miembros de la sociedad. Una de dos cosas debía ser verdadera: o los puntos que la delegación japonesa propuso añadir al preámbulo eran vagos e inútiles, o más eran de 99 Ibídem, p. 170 - 171 147 trascendencia práctica. En el caso último, abrieron la puerta a la controversia seria y a la interferencia en los asuntos nacionales e los miembros de la sociedad” 100 “Países como Australia y Estados Unidos que temían a la inmigración asiática sintieron que había escapatorias en la propuesta y que era simplemente un dispositivo para validar la inmigración japonesa. Sin embargo, el asunto de los japoneses no involucraba a la inmigración como tal. Aunque la resolución ganó mucho apoyo, fue votada en contra eventualmente porque la falta de unanimidad y la hostilidad de los delegados estadounidenses y del Imperio Británico.” 101 Más allá de la gran resistencia impuesta a la propuesta por el premier australiano, Cecil y el núcleo de la delegación británica demostraron no entender en lo más mínimo la posición japonesa, como recoge la cita anterior. Los británicos no estaban dispuestos a llevarle la contraria al gobierno de un Dominio para satisfacer la demanda de un aliado que ya empezaba a ser incómodo, sobre todo porque ésta se basaba en un principio que les parecía demasiado abstracto y poco comprensible, “vago e inútil”. Se puede afirmar, entonces, que la interpretación británica de la propuesta japonesa como un asunto de inmigración obedeció a la incomprensión del pensamiento de los japoneses por parte de la delegación británica, lo que nos revela cuán diferentes eran las ideas sobre discriminación que dominaban el mundo hace poco menos de un siglo. Por otra parte, la interpretación norteamericana del asunto emerge directamente de lo que en su momento pensó el Presidente Wilson. Cuando él mismo rechazó en última instancia la propuesta de Makino, sabía perfectamente que la entrada de Japón a la Sociedad de Naciones pendía de un hilo, y también que si la potencia asiática no ingresaba a la organización y llegaba a un arreglo por separado con Alemania, el equilibrio en el Lejano Oriente quedaría totalmente a su favor, afectando directamente los intereses de China y de Estados Unidos. Resultaba prudente, entonces, ceder en las otras demandas de Japón para evitar que abandonara la conferencia y así poder contener mejor su poder en el marco de la Sociedad de Naciones durante los venideros años. Aunque suena muy lógica esta visión del asunto, sólo lo es desde la perspectiva estadounidense, que desconocía las complicadas relaciones de poder dentro del gobierno japonés, la totalidad de los acuerdos 100 101 Ibídem, p. 28 Nish, I. Ob. Cit., p. 20-21 148 secretos de Japón con los europeos acerca de Shandong y las islas alemanas del Pacífico al norte del Ecuador, y que tampoco entendía la importancia de la igualdad racial para los japoneses. Tal como afirma Naoko Shimazu en el último capítulo de Japan, Race and Equality. The racial equality proposal of 1919, Japón no necesitaba usar la propuesta de igualdad racial como un anzuelo para lograr sus metas más prácticas en China y el Pacífico, pues esos objetivos ya estaban asegurados con los tratados secretos de los años anteriores, que los estadounidenses apenas sabían que existían. La propuesta de igualdad racial era, a comienzos de 1919, un punto de crucial importancia para el orgullo nacional en la mente de los líderes y del pueblo nipón, pero los norteamericanos, sencillamente, no lo podían comprender, al igual que los británicos, porque sus naciones no eran víctimas de discriminación alguna en el escenario internacional al ser sus países las potencias dominantes y discriminadoras, y a pesar de la discriminación de minorías internamente; porque su mentalidad eminentemente práctica no le permitía a sus líderes entender un principio ajeno a su propia realidad y contrario a sus intereses. El impacto del rechazo de la propuesta de igualdad racial puede analizarse a corto y a largo plazo. A corto plazo, o más bien de forma inmediata, el rechazo de la propuesta ayudó indirectamente a que los delegados japoneses pudieran lograr los objetivos de su país en Shandong y el Pacífico sin demasiada resistencia. Eso sí, aumentando fuertemente la tensión y la hostilidad entre Estados Unidos y Japón, mientras que la ya frágil Alianza Anglo-Japonesa quedó herida de muerte. A largo plazo, esta derrota de la diplomacia japonesa, junto con otras por venir, destruiría el prestigio de la clase política del país, especialmente el de la tendencia liberal parlamentaria, abriéndole el camino a los grupos militaristas radicales que llevarían a Japón por el camino de la guerra hasta la catástrofe de 1945. El punto de la presión popular interna no ha sido exagerado: “Posiblemente los delegados en París presionaron en esto más de lo que sus superiores habían planeado. Pero, cuando la liga tomó forma, estallaron demostraciones en Tokio y pudieron haber puesto un poco de presión tardía sobre el gobierno para actuar contra la discriminación.” 102 102 Nish, I. Ob. Cit., p. 20 149 En una lectura más profunda, la historia de la propuesta de igualdad racial de Japón y su rechazo por Estados Unidos y el Imperio Británico son una notable muestra de las ideas dominantes de aquella época, un episodio más de la lucha Oriente-Occidente, que algunos analistas, cómo Bernard Lewis o Samuel Huntington, sostienen todavía hoy. Esta historia fue, desde una perspectiva allende la teoría del choque de civilizaciones, una muestra de la incomprensión entre culturas y de los terribles efectos que la misma puede tener. III-A.2) El Mandato sobre las Islas del Pacífico. El triunfo de Japón en la Conferencia Como se explicó anteriormente, para Japón el principal objetivo en la Gran Guerra era la conquista de las posesiones alemanas del Pacífico. Ya en 1919, el objetivo concreto era asegurar su ocupación permanente, concretamente de las islas Marshall, Marianas, Carolinas y Palau, que fueron las que Japón había tomado desde 1914, pues las demás posesiones alemanas en la región estaban bajo ocupación australiana o neozelandesa. El gobierno japonés, según la lógica de la época, aspiraba a una anexión pura y simple de las islas, pues desde antes del siglo XVIII ya se había vuelto costumbre extender al marco colonial las guerras entre las potencias europeas; ejemplos de este hecho fueron la Guerra de los Treinta Años, la Guerra de los Siete Años y las Guerras Napoleónicas, todas seguidas de reajustes coloniales. En fechas más cercanas estaba fresca la referencia de la Guerra Hispano-Norteamericana que, habiéndose iniciado por Cuba, terminó eliminando la presencia colonial española del Pacífico y el Caribe, para inaugurar la estadounidense. La anexión era más que esperable en el caso nipón, pues los mencionados archipiélagos estaban bajo ocupación japonesa y, además porque existían varios acuerdos secretos con las potencias europeas que la garantizaban. También había que tomar en cuenta que cada país que luchó con la Entente había recibido una promesa territorial, y Japón, como una de las grandes potencias, no podía ser marginado. A todo eso habría que agregar las aspiraciones anexionistas de las propias Francia, Gran Bretaña y los Dominios de Sudáfrica, Australia y Nueva Zelanda en el marco colonial. Si estos países obtenían ganancias territoriales, sería imposible para las grandes potencias negarle sus demandas a los japoneses. 150 A pesar de la fuerte tradición europea en los repartos territoriales en ultramar, en esta oportunidad repetir esta práctica no sería fácil, porque Gran Bretaña, la mayor potencia colonial de la historia, apoyaba casi totalmente el programa de los Catorce Puntos de Wilson, que consagraba de forma específica, en su punto quinto, el “reajuste, absolutamente imparcial, de las reclamaciones coloniales, de tal manera que los intereses de los pueblos merezcan igual consideración que las aspiraciones de los gobiernos”103, y el principio de autodeterminación de los pueblos de forma general. Además, Wilson ya se había pronunciado en contra de las anexiones coloniales. Esta situación puso a los británicos en un dilema entre intereses y principios. Sería precisamente del Imperio Británico de donde saliese una fórmula que les permitiera a los ingleses, y a sus aliados y Dominios, ocupar las ex colonias alemanas y provincias otomanas, sin chocar con el programa wilsoniano. Esta fórmula eran los Mandatos. Veamos un comentario resumido de una obra especializada en la Sociedad de Naciones: “En la Conferencia de Paz de París, el sistema de mandatos fue creado por Woodrow Wilson, quién se opuso a la anexión de los territorios de Turquía y las colonias de Alemania por parte de las potencias vencedoras Francia y Gran Bretaña. En vez de eso, esos territorios debían volverse territorios de mandato, administrados bajo la tutela de ciertas potencias “en nombre de la Liga de Naciones” hasta que fueran capaces de sostenerse por sí mismos. El sistema de mandatos se volvió parte del Convenio. La elaboración del Artículo XXII fue emprendida por el Consejo Supremo y no por el Comité de la Sociedad de Naciones. La idea de un sistema de mandatos había sido sugerida en La Sociedad de Naciones: Una Sugerencia Práctica de George Louis Beer y Jan Smuts, publicada en diciembre de 1918. Francia y Gran Bretaña de mala gana aceptaron el sistema. Desde el principio, Wilson tenía tres categorías de mandatos en mente. Los territorios que ya habían alcanzado un cierto estado de desarrollo se convirtieron en mandatos-A (Palestina, Siria y Mesopotamia). A los mandatos-A se les podría dar cierto grado de autonomía. Los mandatos-B necesitaban un control más estricto y los mandatosC no tendrían ningún tipo de autogobierno….Todos los textos tenían, entre otras cosas, cláusulas de autogobierno, comercio de esclavos, trabajo forzado, igualdad económica con los Estados miembros de la Sociedad (excepto en los mandatos-C), reclutamiento militar y tierra nativa. El mandato palestino tenía una cláusula especial para el establecimiento de un hogar nacional judío. 103 Sin autor, “Discurso de los Catorce Puntos”, en www.firstworldwar.com (Revisado el 10 de marzo de 2009) On line. 151 Para el fin de agosto de 1919, los mandatos-C fueron asignados: Japón obtuvo las islas del Pacífico al norte del Ecuador; Australia recibió las Islas Bismarck, las Islas Salomón, Nueva Guinea Nororiental y Nauru; Nueva Zelanda se volvió responsable por la Samoa Occidental; y a Sudáfrica le fue asignada África del Sudoeste. De los mandatos-B africanos, África Oriental Alemana (Tanganica) se le dio a Gran Bretaña, Ruanda-Urundi a Bélgica, y Togo y el Camerún fueron compartidos por Francia y Gran Bretaña. El reparto de los mandatos-A Palestina, Mesopotamia y Siria tuvo que esperar hasta la Conferencia de San Remo de abril de 1920. La aprobación de los textos de los mandatos por el Consejo siguió en diciembre de 1920 para los mandatos-C, y en julio de 1922 para los mandatos-B. El último texto de mandato-A sólo entró en vigor en septiembre de 1923. Los Estados Unidos en particular restringieron la aprobación del mandato mesopotámico porque querían asegurar sus intereses petroleros ahí. Cada potencia mandataria tenía que rendir un reporte anual el cual era estudiado por la Comisión Permanente de Mandatos. El reporte de la comisión acto seguido era enviado al Consejo para su aprobación y subsecuentemente llegaba al sexto comité de la Asamblea.” 104 Esta definición se ambienta en una Sociedad de Naciones bien establecida ya, después de 1923. En consecuencia, debemos detallar también cómo quedó definido el sistema en el Convenio de la Sociedad de Naciones: “Artículo 22 En aquellas colonias y territorios que como consecuencia de la guerra han dejado de estar bajo la soberanía de los Estados que anteriormente los gobernaron y qué no están todavía habitado por pueblos capaces mantenerse solos bajo las condiciones activas del mundo moderno, allí deberá aplicarse el principio de que el bienestar y desarrollo de tales pueblos forman una sagrada misión de la civilización y a ese efecto para la realización de esta misión deberá ser incluido en este Convenio. El mejor método de dar efecto práctico a este principio es que el tutelaje de tales pueblos deba confiarse a naciones avanzadas que por causa de sus recursos, su experiencia o su posición geográfica puedan emprender mejor esta responsabilidad, y que estén deseosos de aceptarlo, y que este tutelaje deba ejercerse por ellos como Mandatos en nombre de la Sociedad. El carácter del mandato debe diferirse según el estado de desarrollo de los pueblos, la situación geográfica del territorio, sus condiciones económicas y otras circunstancias similares. 104 van Ginneken, A. H. M., Historical Dictionary of the League of Nations. Scarecrow Press, Lanham, 2006, p. 166 152 Ciertas comunidades que pertenecían anteriormente al Imperio Otomano han alcanzado un estado de desarrollo en el que su existencia como naciones independientes puede ser provisionalmente reconocida al dar asesoramiento administrativo y ayuda a través de un Mandatario hasta el tiempo en que ellos puedan mantenerse exclusivamente por sí mismos. Los deseos de estas comunidades deben ser una consideración principal en la selección del Mandato. Otros pueblos, sobre todo aquéllos de África Central, están en un estado tal que el Mandatario debe ser responsable de la administración del territorio bajo condiciones que garantizarán libertad de conciencia y religión, sólo sujetas al mantenimiento del orden público y moral, la prohibición de abusos como el comercio del esclavo, el tráfico de armas y licor, y la prevención del establecimiento de fortificaciones o ejércitos y bases navales y de entrenamiento militar de los nativos para otros propósitos que no sean de policía y defensa de territorio, y también afianzará la igualdad de oportunidades para el comercio de otros Miembros de la Sociedad. Hay territorios, como el Suroeste de África y ciertas islas del Pacífico Sur que, debido a lo disperso de su población, su pequeño tamaño pequeño, su lejanía de los centros de civilización, o su contigüidad geográfica al territorio de los Mandatarios, y otras circunstancias, pueden administrarse mejor bajo las leyes del Mandatario como porciones integrantes de su territorio, sujetos a los resguardos antes dichos de los intereses de la población indígena. En cada caso de mandato, el Mandatario dará al Consejo un informe anual con referencia al territorio comprometido a su cargo. El grado de autoridad, mando, o administración a ser ejercido por el Mandatario deberá, si no está previamente acordado por los Miembros de la Sociedad, ser definido explícitamente en cada caso por el Consejo. Una Comisión permanente se constituirá para recibir y examinar los informes anuales de los Mandatarios y asesorar al Consejo en todas las materias que se relacionan a la observancia de los mandatos.”105 Si retomamos lo dicho anteriormente, podemos suponer cuán desagradable fue la sorpresa de la idea del sistema de mandatos para los delegados japoneses. Aunque el sistema, en la práctica, terminaría siendo un mero eufemismo para encubrir un simple reparto colonial, en el momento en el que la idea surgió hizo desconfiar a los más suspicaces. 105 Sin autor, “Convenio de la Sociedad de Naciones”, en www.firstworldwar.com (Revisado el 10 de marzo de 2009) On line. 153 “La propuesta del sistema de mandatos de Lloyd George en el Consejo de los Diez el 27 de enero tomó a los diplomáticos japoneses por sorpresa. Inseguro de cómo responder, Makino pidió que la discusión tuviera un “carácter provisional” mientras el consultaba a su país por instrucciones. El telegrama de Makino fue leído en el Gaiko Chosakai por el Viceministro de Exteriores Shidehara el 3 de febrero. Este habló de una discusión privada el 30 de enero entre Makino y Lloyd George en la cual el primer ministro británico había insinuado que la potencia ocupante sería elegida como mandataria en cada caso. Makino dio al ministro de exteriores su propia visión de que “el sistema de mandato en esencia no sería diferente de la anexión” y urgió al gobierno a garantizar su consentimiento en vista de la probable aceptación estadounidense, australiana y neozelandesa del plan británico.”106 El concepto del sistema de Mandatos vino a acrecentar las desconfianzas de los líderes japoneses hacia la Sociedad de Naciones y hacia Occidente. En aquel momento parecían estarse confirmando los peores temores de que en Versalles, Japón sería emboscado por las potencias occidentales y despojado de sus ganancias de la contienda. Sin embargo, muy acertadamente, los japoneses terminaron comprendiendo que el sistema de Mandatos era una simple tapadera británica para confirmar a cada potencia ocupante en los territorios capturados, y los delegados nipones alegaron, muy en conformidad con el discurso dominante en París, que la intención de su país era proteger a la población local. Aún así: “(los) Delegados japoneses muy de mala gana no decidieron no luchar por la anexión completa de estos territorios, en pro de los intereses de solidaridad entre las potencias. Fue resuelto que las islas alemanas al norte del Ecuador en el Pacífico serían puestas bajo tutela y serían otorgadas por la Sociedad a Japón como un mandato claseC.” 107 “Él (Miyoji Ito) estaba furioso de que el aliado de Japón, a pesar de su acuerdo previo sobre la disposición de las islas, había propuesto el sistema de mandatos sin consultar con Japón” 108 Las palabras de Ito nos demuestran el malestar que causó inicialmente la idea de los mandatos y el peso de las ambiciones territoriales de Japón, que no eran muy distintas a las 106 Burkman, T. Ob. Cit., p. 69-70 Nish, I. Ob. Cit., p. 20 108 Burkman, T. Ob. Cit., p 70 107 154 de Australia. Paradójicamente, Japón y Australia estaban, esta vez, del mismo lado de la discusión, y la situación general era adversa a los intereses de Estados Unidos. ¿A qué se debió esta inversión de la situación? Repasemos un poco ciertos sucesos de la guerra y los intereses de cada parte. En 1914, el Imperio Alemán tenía las siguientes colonias en África: Togolandia (actual Togo), Camerún, África Sudoccidental Alemana (actual Namibia), África Oriental Alemana (actuales Ruanda, Burundi y la parte continental de Tanzania, Tanganica). De estas colonias, Togolandia y Camerún fueron invadidas simultáneamente por franceses y británicos, mientras que el África Oriental Alemana se rindió tras el armisticio del 11 de noviembre de 1918 sin que hubiera sido controlada totalmente por la Entente. Cuando esta colonia se sometió fue ocupada por Bélgica, Portugal y Gran Bretaña. Finalmente, el África Sudoccidental Alemana había sido ocupada desde 1915 por fuerzas de Sudáfrica tras duros combates. En el Pacífico, los australianos y neozelandeses llevaron adelante una campaña naval paralela a la japonesa, ocupando la Nueva Guinea Alemana, el Archipiélago de Bismarck, las Islas Salomón y Nauru los primeros, y la Samoa Alemana los segundos. Esta situación no se había dado de forma casual, sino que demostraba que los Dominios tenían ambiciones territoriales propias. El hecho de haber realizado tales conquistas sin ayuda de tropas metropolitanas, unido a su colaboración activa en otros frentes, colocó a los Dominios en una posición de fuerza para exigir la ocupación permanente de los territorios mencionados. Baste ofrecer como ejemplo de interés por estas conquistas el caso de Sudáfrica, que libró una guerra, desde 1965 hasta 1988, contra los rebeldes independentistas namibios de la Organización Popular de África del Sudoeste, el Movimiento Para la Liberación de Angola y las fuerzas armadas de Cuba, para mantener su ocupación de la antigua África Sudoccidental Alemana. No sorprende, por lo tanto, que la idea del mandato naciera del sudafricano Jan Smuts. Sin embargo, a pesar de que los intereses de los Dominios, concretamente de Australia y Nueva Zelanda, fueran los mismos de Japón, el premier australiano Hughes pretendía que su país tomara el control de todos los territorios alemanes en la zona, incluidos aquellos al norte del Ecuador, dejando a Japón sin ganancia alguna. Volvemos a encontrarnos con la situación de que Hughes era, quizá, el más anti-japonés en Versalles, y que cada acción suya en la conferencia pudo haber estado destinada a aumentar su 155 popularidad en Australia de cara a las venideras elecciones. Sólo así resultaría explicable que actuara de la forma en que lo hizo, sin que pareciera entender la paridad política entre Australia y Japón que la situación del Pacífico presentaba. Si Australia obtenía un mandato en las islas que había ocupado, Japón también lo obtendría. Veamos, al respecto, un comentario elocuente: “Para el 5 de octubre, la marina japonesa había ocupado las islas alemanas de las Marshall y Carolinas en el Pacífico, aunque el gabinete de Okuma no había determinado si Japón debería conservar estas islas permanentemente. Sin embargo, cuando el Ministro de Defensa australiano, sin consultar con el gobierno japonés, anunció el 18 de noviembre que la marina australiana estaba planeando encargarse de las Marshall y Carolinas hasta el final de la guerra, el Ministro de Exteriores Kato dijo al gobierno británico que Japón no tenía ninguna intención de entregar las isla a los australianos inmediatamente y pidió que los británicos corrigieran el malentendido. En una nota confidencial al embajador británico en Tokio, Kato aceptó que la disposición final de todos los territorios alemanes ocupados por los ejércitos japoneses y británicos debía ser tomada en una conferencia de paz después de la conclusión de la guerra. Sin embargo, Kato añadió que Japón "naturalmente exigiría la retención permanente de todas las islas alemanas al norte del ecuador" y tendría que depender del apoyo del gobierno británico. Por lo tanto, a finales de 1914, el Ministro de Relaciones Exteriores japonés empezó sus esfuerzos diplomáticos para conseguir el consentimiento de los aliados para la posesión permanente de Japón de las islas alemanas del Pacífico al norte del ecuador. Sin embargo, el gobierno británico se negó a hacer cualquier compromiso en ese momento, y las negociaciones para las islas del Pacífico no fueron reanudadas hasta el invierno de 1917” 109 Como ya sabemos, después de 1917 Japón lograría estrechar sus lazos con la Entente y asegurar sus aspiraciones territoriales. Lo que resulta particularmente interesante es reconocer que desde el propio comienzo de la guerra la posición de Australia fuera tan hostil hacia Japón, lo que viene a reforzar el punto de la crucial relevancia de las islas capturadas por las fuerzas niponas. En resumen, en este aspecto específico Australia y Japón se encontraban presionando por algo similar, la anexión de sus conquistas o lo más parecido a ella, impidiendo que cualquier otro poder les arrancara de la mano lo que consideraban suyo por derecho, pero con posiciones hostiles entre sí. 109 Kawamura, N. Ob. Cit., p. 19 156 Al contrario que Japón y los Dominios británicos, Estados Unidos no se encontraba en posición para exigir territorios alemanes. En Europa, no tenía la más mínima posibilidad por su defensa de los principios de las nacionalidades y autodeterminación de los pueblos, así como por la posición de árbitro desinteresado predicada por Wilson. En África, menos aún, pues no tenía posiciones de partida ni excusa alguna para entrar al reparto. La única zona del mundo donde Estados Unidos era vecino del Imperio Alemán era el Pacífico, y allí ya se le habían adelantado los australianos, neozelandeses y japoneses. Él único territorio donde Estados Unidos tuvo una oportunidad política fue Armenia, debido a que el gobierno de Wilson fue el que más fuertemente criticó el genocidio cometido por los turcos contra los armenios. Al mismo Wilson le encargaron delimitar sobre el mapa el posible mandato norteamericano en la región, que también debía abarcar otras etnias como kurdos y asirios, pero ante el aislamiento de la región, los pocos recursos que parecía ofrecer, lo complicada de defender militarmente y la oposición interna en Estados Unidos, el presidente declinó la oferta, dejando a su país sin ganancia territorial alguna tras la contienda, aunque esto no pareció importarle demasiado. Sin embargo, esto no quiere decir que a los líderes de Estados Unidos no les preocupara la expansión japonesa en el Pacífico, ni que no ambicionaran para su país las islas capturadas por los nipones. En general, todas las islas arrebatadas a los alemanes tenían una importancia de primer orden para Estados Unidos, porque si pasaban a ser parte del país, le darían, automáticamente, el control de más de la mitad del Pacífico. En cualquier caso, para consolidar el dominio de este océano no necesitaban la totalidad del antiguo imperio germano en la zona, únicamente las islas al norte del Ecuador, las mismas que ocupó Japón, pues eran escalas naturales en la ruta Hawái-Filipinas. Si Estados Unidos controlaba la totalidad de las Islas Marianas, las Carolinas y las Marshall, su imperio en la zona se convertiría en una sólida línea de comunicaciones que enlazaría los puertos de California con los intereses comerciales de la nación en China, a través de Hawái, Midway, las islas antes mencionadas en poder de Japón, y Filipinas. En caso contrario, si Japón consolidaba su dominio de tan vitales archipiélagos, mantendría en riesgo la principal ruta comercial estadounidense en la región, además de que proyectaría su flota más al sur del Ecuador y más al este del meridiano 180º, aislando a Filipinas y amenazando directamente 157 a Australia y Hawái. Leamos algunos comentarios sobre los intereses norteamericanos en la región: “La armada de Estados Unidos estaba preocupada por de las potenciales consecuencias de una posición estratégica japonesa en el Pacífico sur interviniendo entre las islas hawaianas y filipinas… …Cuando el General Board del Departamento de la Armada…concluyó que los Estados Unidos debían adquirir las Islas Marianas, Carolinas y Marshall. Mientras que el Presidente Wilson era aprensivo del creciente poder japonés en Asia Oriental, él reconoció que la conferencia no podría desafiar una posición mandataria de Japón sobre las islas al norte del Ecuador sin cuestionar la legitimidad de un mandato de los Dominios sobre las islas al sur del Ecuador – una invitación segura a la ira británica… …(Breckinridge) Long (Tercer Subsecretario de Estado) presionó por la adquisición por parte de Estados Unidos de las Carolinas, Marianas, Yap, y el Grupo de las Samoa, citando el peligro de dejar a los japoneses con el control de la importante estación de cables de Yap y la amenaza de una “pantalla separando las Filipinas del grupo hawaiano y de los Estados Unidos”….Reconociendo que los Estados Unidos tendría dificultad para justificar la adquisición en la conferencia de paz, Long sugirió una solución astuta. Las islas deberían ser restauradas a Alemania, la cual, despojada de su poderío naval e incapaz de defender sus territorios del Pacífico, podría después ser engatusada para transferirlas a los Estados Unidos, quizá como pago de una indemnización de guerra. La delegación no persiguió el plan de Long pero a través de la conferencia intentaron en vano separar Yap del mandato japonés o internacionalizar las instalaciones de cable ahí. Antes de que la conferencia terminara, los Estados Unidos registraron una reserva a la inclusión de Yap en el mandato de Japón, declarando que la “libertad de la isla y su uso abierto no debían ser limitados o controlados por cualquier potencia”” 110 Tal era, por tanto, la situación de este nuevo duelo norteamericano-japonés en Versalles. Los estadounidenses tenían sus intereses seriamente amenazados y la situación política y estratégica general les era totalmente desfavorable. El simple hecho de que Estados Unidos hubiera entrado a la guerra con tres años de retraso respecto a Japón anulaba cualquier posibilidad de demandas en la zona. Por otra parte, la particular convergencia de intereses de Australia y Japón en la región hacía imposible cualquier acuerdo referente al tema entre Londres y Washington que pudiera sacar a los japoneses de los archipiélagos. Además de todo ello, en realidad, ninguna de las potencias tenía el poder 110 Ibídem, p. 71 158 efectivo para hacer que Japón abandonara las islas sin provocar una guerra. En 1919, tras cuatro años de la guerra más atroz que el mundo hubiera visto, ningún gobierno iría a un conflicto por unos archipiélagos remotos en el Océano Pacífico, o apoyaría a otro que lo hiciera. De nuevo, la crudeza de la guerra, y su legado, jugaban a favor de los intereses japoneses. Aún así, la astuta diplomacia de Washington no tomaría un papel pasivo mientras su mayor rival se fortalecía. Los delegados norteamericanos en Versalles hicieron énfasis en que los Mandatos clase C no podían ser fortificados. Esto tenía el claro objetivo de que Japón no pudiera explotar al máximo el potencial de las islas en cuestión, aunque era evidente que, en caso de necesitarlo, la Armada Imperial Japonesa fortificaría los archipiélagos haciendo caso omiso a lo que dijera la Sociedad de Naciones, tal y como, en efecto, posteriormente ocurrió. Al principio de este epígrafe intentábamos precisar qué era exactamente un Mandato, para poder así analizar qué impacto tuvo este nuevo concepto entre los delegados en aquel momento. Este asunto tiene su importancia, en especial la distinción entre Mandatos de clase A, B y C. Si leemos detenidamente cómo se distribuyeron estos mandatos, veremos que los de clase A, además de abarcar territorios relativamente cercanos a Europa y haber sido asiento de antiquísimas civilizaciones, fueron concedidos todos a Gran Bretaña y Francia, las potencias coloniales de más larga tradición y experiencia en la conferencia. Seguidamente, sabremos que los mandatos clase B, se ubicaron todos en África, y que Gran Bretaña y Francia fueron acompañadas por Bélgica. Finalmente, están los complejos Mandatos clase C, que fueron otorgados a Sudáfrica, Australia, Nueva Zelanda y Japón. Es muy interesante que el África Sudoccidental Alemana haya sido asignada como un mandato clase C, y no como un mandato clase B al igual que los demás territorios africanos. Cuando leemos la definición de los mandatos clase C vemos que encajan a la perfección con el caso de las islas del Pacífico, pero no con el África Sudoccidental Alemana. Aunque ciertamente en ese entonces la población del territorio era dispersa, y el desierto del Kalahari dificultaba las comunicaciones, también era verdad que los colonos alemanes y los inmigrantes bóer llegados de Sudáfrica habían convertido la región en la segunda colonia más productiva del Imperio Alemán. Cabe pensar, entonces, que el mandato clase C, no fue creado tanto para atender las necesidades de los pueblos más “primitivos” y de territorios más remotos del antiguo imperio colonial germano, sino 159 más bien para satisfacer las más exigentes demandas de los Dominios, pues era el tipo de Mandato que le daba más poderes a la potencia ocupante. La única obstrucción al poder del mandatario era la prohibición de fortificaciones en los territorios en cuestión, pero era evidente que los Dominios no estaban muy dispuestos a cumplirla, al igual que Japón. Pero además de una limitación militar de difícil cumplimiento, la configuración de los mandatos clase C escondía un arma que, si bien no tocó los intereses geopolíticos de Japón, si afectó sus intereses económicos y golpeó su orgullo nacional. “Los mandatos clase-C no serían fortificados, y como “porciones integrales” del territorio de la potencia mandataria no estaría sujetos al principio de la Puerta Abierta. La fórmula clase-C era un dispositivo anti-japonés de los británicos por los intereses de los Dominios. Por las leyes nacionales de Australia y Nueva Zelanda aplicadas en sus islas de mandato al sur del Ecuador, a los inmigrantes japoneses se les impediría entrar. Además, la ausencia de la Puerta Abierta era una barrera efectiva a las exportaciones y empresas japonesas en los dominios de los mandatos. Japón argumentó en vano en París que la Puerta Abierta debía ser aplicada a los mandatos clase-C”111 Resulta muy interesante observar que los temores que los líderes nipones tuvieron a finales de 1918 no eran para nada infundados. En efecto, aún su dominio sobre las islas alemanas al norte del Ecuador, que parecía tan seguro por los acuerdos secretos de los años anteriores, casi fue arrebatado por países hostiles como Australia y Estados Unidos. Aunque no lograron arrebatar estas islas de las manos de Japón, en cierta manera cercenaron el botín. En último caso, en el plano estrictamente geopolítico, la victoria japonesa sobre sus adversarios fue indiscutible. Gracias a un rápido y desconcertante movimiento inicial (la declaración de guerra a Alemania en 1914, y la subsiguiente campaña militar), a unos hábiles manejos diplomáticos posteriores (los tratados secretos con la Entente durante la guerra) y a un uso bastante inteligente de la amenaza tácita de no firmar el tratado y no entrar a la Sociedad de Naciones, Japón había logrado consolidarse en una excelente posición en el Pacífico, convirtiéndose en la segunda potencia de la región y en la tercera potencia marítima del mundo. Por todo esto, podemos decir que el Mandato sobre las islas del Pacífico fue el mayor triunfo de Japón en la Conferencia de Paz de París. 111 Ibídem, p. 72 160 III-A.3) El puesto permanente de Japón en el Consejo de la Sociedad de Naciones, confirmación de Japón como potencia mundial En todas las fuentes consultadas este aspecto apenas si es mencionado en un párrafo, a pesar de ser de vital importancia. En dichas fuentes, cuando se habla del papel de Japón en Versalles, la mayor parte de las líneas se las llevan la propuesta de igualdad racial y la disputa con China por Shandong. Es por este motivo por el que aquí nos detendremos a analizar las posibles razones de la entrega a Japón de un puesto permanente en el Consejo de la Sociedad de Naciones, así como intentaremos vislumbrar su impacto para la época, e incluso su importancia de cara al mundo de hoy. Veamos, de entrada, la estructura de la Sociedad de Naciones. Esta organización internacional fue la antecesora de la actual Organización de Naciones Unidas, de ahí que su estructura sea muy parecida a la de la ONU actual. Esto se debe a que, sencillamente, las Naciones Unidas tomaron de la Sociedad de Naciones la estructura general de organización, pero corrigiendo ciertos defectos, con la esperanza de poder evitar una Tercera Guerra Mundial. Al igual que la ONU, la Sociedad de Naciones contaba con un espacio que ocuparían todos sus miembros, que era la Asamblea. La Asamblea se reuniría cada año en Ginebra, donde se establecería el Palacio de las Naciones, sede de la Sociedad de Naciones y actual sede secundaria de las Naciones Unidas. Sus funciones eran proponer y aprobar resoluciones de todo tipo por unanimidad (a diferencia de la Asamblea General de la ONU, que las aprueba por mayoría), elegir a los miembros no permanentes del Consejo, aprobar la entrada de nuevos miembros a la organización y elegir a los jueces del Tribunal Permanente de Justicia Internacional, actual Corte Permanente de Justicia Internacional. Por otra parte, estaba el Secretariado. Esta magistratura, el Secretario, se encargaría de preparar las sesiones de la Asamblea y del Consejo, la elaboración de informes, la supervisión de comisiones asesoras, y supervisaría al Alto Comisionado de la Ciudad Libre de Dánzig. En esencia, no era un cargo muy distinto al del actual Secretario General de la ONU. Finalmente, el Consejo. Este organismo era el cuerpo más poderoso de la Sociedad de Naciones, teniendo un rol equivalente al actual Consejo de Seguridad de la ONU. Nació directamente del Consejo de los Cuatro más Japón, y del Consejo de los Diez, que albergaba a dos delegados de los “Cinco Grandes”. El Consejo sesionaría tres veces al año, o más si la situación lo ameritaba, actuando como un espacio de diálogo y mediación 161 de conflictos. Incluso países que no fueran miembros de la Sociedad de Naciones podrían presentar asuntos de interés general ante este organismo. En América Latina, este cuerpo llegó a mediar en la Guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay, con parcial éxito. Veamos algunas definiciones más exactas del Consejo de la Sociedad de Naciones. “CONSEJO DE LA SOCIEDAD DE NACIONES. Aunque el Artículo III dio a la Asamblea el derecho de tratar “con cualquier tema dentro de la esfera de acción de la Sociedad o que afecte la paz del mundo,” fue evidente la intención de los redactores de que el Consejo debía ser el principal órgano de toma de decisiones de la Sociedad. Sólo al Consejo le fue dado el derecho de supervisar la reducción de armamentos (Artículo VIII) y preservar la integridad territorial de los estados miembros (Artículo X). Las disputas o amenazas de guerra tenían que ser llevadas a la atención del Consejo (Artículos XI, XII y XV) y el Consejo podría proponer que pasos debían ser tomados si un estado miembro desobedeciera una decisión del Tribunal Permanente de Justicia Internacional (Artículo XIII). Las disputas que no pudieran ser arregladas por arbitraje o arreglos judiciales serían enviadas al Consejo, el cual levantaría un reporte. Cualquier miembro podría solicitar un arreglo a la Asamblea, pero sólo después de que el Consejo hubiera sido informado (Artículo XV). De acuerdo al artículo de seguridad colectiva (Artículo XVI), era deber del Consejo recomendar cuales fuerzas militares debían ponerse a disposición de la Sociedad. El Consejo podía incluso investigar disputas entre estados no miembros y tomar medidas para prevenir las hostilidades (Artículo XVII). Estas prerrogativas del Consejo, en años posteriores, causarían mucha frustración para los partidarios de la Sociedad, y a los estados pequeños en particular. CONSEJO, MIEMBROS DEL. De acuerdo al Artículo IV del Convenio, el Consejo constaría de representantes las Principales Potencias Aliadas y Asociadas junto con representantes de otros cuatro miembros de la Sociedad. Estos cuatro miembros serían elegidos por la Asamblea por una mayoría de dos tercios. Los estados miembro que no estuvieran representados en el Consejo podrían enviar un representante cuando se estuvieran considerando asuntos que los afectaran. A diferencia de la Asamblea, los estados miembro tenían sólo un representante en el Consejo. Las decisiones tenían que ser tomadas unánimemente, incluso cuando uno de los estados miembro fuera un agresor cuyas acciones el Consejo estaba capacitado para controlar. La regla no aplicaba cuando el Artículo XV del Convenio era invocado. Cuando el Convenio había sido aprobado en la Conferencia de Paz de París en abril de 1919, el Consejo tenía nueve miembros. Los miembros permanentes fueron Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Italia y Japón. Los puestos no permanentes fueron dados a 162 Bélgica, Brasil, Grecia y España. Cuando Estados Unidos rechazó convertirse en un estado miembro, un puesto permanente quedó vacante. En 1922 el número de puestos fue incrementado a 10: cuatro puestos permanentes y seis puestos no permanentes. Con la admisión de Alemania en 1926, la composición del Consejo cambió drásticamente; a Alemania se le dio derecho a un puesto permanente y el número total de puestos fue aumentado a 14. Dos puestos semi permanentes fueron establecidos, uno para Polonia y uno para España; los restantes puestos no permanentes fueron reservados para países de Latinoamérica y Asia, países pertenecientes a la Pequeña Entente, la Comunidad Británica de Naciones, y antiguos estados neutrales. Estos miembros no permanentes eran elegidos por tres años. Desde 1934 la Unión Soviética ocupó el puesto permanente de Alemania, la cual había dejado la Sociedad en 1933.” 112 Tal y como se explica en la cita, los verdaderos dueños del Consejo eran las “Principales Potencias Aliadas y Asociadas”; es decir, aquellas que habían firmado la Declaración de Londres además de Estados Unidos. El hecho de que Japón entrara al Consejo como un miembro permanente pudo obedecer a varias razones, que debemos analizar por separado. La primera, y más evidente, razón para la inclusión de Japón en este cuerpo como un miembro permanente fue su adhesión a la mencionada Declaración de Londres. Con ella, Japón pasó a formar parte de la coalición mundial contra los Imperios Centrales, al mismo nivel teórico de Francia, Italia o Reino Unido, aunque su participación real en la contienda fuera mucho menor. Ante esta situación, era casi imposible que las grandes potencias occidentales le negaran a Japón un puesto en el Consejo, ya que la nación asiática venía teniendo un trato de igual a igual con ellas desde 1914. Sin embargo, esta sola razón no explica suficientemente bien la entrada del archipiélago asiático al Consejo con un puesto permanente, puesto que había sido excluido en el Consejo de los Cuatro de la conferencia de paz. La segunda razón, también relevante, pudo deberse a que los líderes de Occidente se dieron cuenta que para Japón era de suma importancia tener un estatus similar al de sus países, por lo que era de esperarse que Japón jamás entraría a la Sociedad de Naciones si no se le aseguraba un rango igual al de las demás potencias. En resumen, el puesto permanente para Japón en el Consejo se había vuelto una condición tácita para la entrada de éste a la organización. Una explicación complementaria de la anterior sería que las potencias occidentales, específicamente Gran Bretaña y Estados Unidos, habiendo rechazado la 112 van Ginneken, A., Ob. Cit., p. 64 - 65 163 propuesta de igualdad racial, vieron que el puesto permanente en el Consejo era la mínima compensación que podían ofrecerle a los japoneses. Finalmente, una tercera razón descansaría en el hecho de que Japón, como única potencia asiática y no occidental, blanca y cristiana de la escena mundial, era extremadamente necesario para darle credibilidad a la nueva organización, que debía ser de carácter universal. Sin la presencia japonesa, y en menor grado china, la Sociedad de Naciones hubiera parecido simplemente un club de potencias blancas occidentales y sus países satélites. Era, en consecuencia, necesario que la única potencia no occidental del mundo tuviera una presencia importante y significativa en la Sociedad de Naciones. A través de estos tres factores, podemos obtener una explicación más sólida de por qué Japón pudo entrar al Consejo de la Sociedad de Naciones con relativa facilidad. Analicemos, a continuación, lo que eso significó en su momento y en los años inmediatamente posteriores. En el mismo momento de la conferencia, entrar al Consejo como miembro permanente tenía un impacto inmediato: la confirmación de Japón como una potencia del mismo rango que las grandes vencedoras de la guerra. Además, Japón obtendría unos poderes inmensos que le permitirían consolidarse en la deseada posición de líder de Asia e incluso podría vetar acciones en su contra de parte de otras potencias en el marco del Consejo. También podría proyectar su poder a otras regiones del globo a través de las mediaciones y sanciones que el Consejo llevara a cabo. Por último, Japón, desde esta posición de poder, quizá pudiera continuar la lucha por la igualdad racial en la Sociedad de Naciones, buscando apoyo de más miembros en la Asamblea. En resumen, la membresía permanente en el Consejo era una coraza protectora para Japón que, en la práctica, venía a cumplir casi las mismas funciones de la igualdad racial, y que le permitiría al país, si utilizaba la estrategia correcta, aumentar su influencia en la comunidad internacional. La no ratificación del Tratado de Versalles por parte del Congreso de Estados Unidos y, en consecuencia, la negativa a ingresar a la Sociedad de Naciones, dio ventajas y desventajas a ambas potencias extra europeas. Por una parte, Japón quedaba con el respaldo de una prometedora organización mundial de la que Estados Unidos no era parte, protegiéndose, en primer término, de posibles agresiones o políticas hostiles de los norteamericanos y, en segundo término, librándose de posibles acciones políticas contrarias de la representación estadounidense en la Sociedad, teniendo así la oportunidad de mejorar 164 las relaciones con el viejo aliado británico y evitar, quizá, el fin de la Alianza AngloJaponesa, que se veía inminente. Desde la óptica norteamericana, la situación también se veía desventajosa; Japón quedaba bajo la protección de la organización ideada por los propios norteamericanos, mientras que ellos quedaban en un relativo aislamiento y con la amenaza de las nuevas posesiones de Japón en el Pacífico gracias al sistema de Mandatos. Sin embargo, a segunda vista, el escenario no era ni tan ventajoso para Tokio ni tan desventajoso para Washington. Dentro o fuera de la Sociedad, Estados Unidos seguía teniendo una abrumadora fortaleza económica, seguía siendo acreedor de los europeos y, más bien, su ausencia le quitaba fuerza desde el inicio a la Sociedad de Naciones. Además de eso, la realidad era que la nueva organización mundial distaba mucho de ser un bloque sólido de naciones por la inconformidad italiana ante el arreglo de sus fronteras, las renovadas desconfianzas anglo-francesas e, incluso, el descontento de países menores como Brasil, que terminaría retirándose de la Sociedad cuando no se le otorgó el puesto permanente en el Consejo que pidió. Más amenazante aun para los intereses japoneses resultaba el acercamiento cada vez mayor que se daba entre Londres y Washington por diversas razones que analizaremos más adelante. Aún así, con sus desventajas, Japón logró una importante victoria moral y política al entrar como miembro permanente en el Consejo de la Sociedad de Naciones. Lograba, pues, su confirmación como una de las mayores potencias del mundo, un sueño acariciado desde los comienzos de la era Meiji. III-A.4) La disputa sino-japonesa en Shandong. El asunto no resuelto en Versalles. A diferencia del asunto de las islas alemanas del Pacífico al norte del Ecuador, donde Japón no tenía una oposición sólida a sus aspiraciones, en el tema de Shandong sí que la tenía. China, animada por Estados Unidos, había declarado la guerra a Alemania el 14 de agosto de 1917, buscando, precisamente, tener un puesto en la conferencia de paz y reclamar el territorio arrendado a Alemania de Jiaozhou, que habían ocupado los japoneses. En esta disputa, la ventaja japonesa era casi inexistente, y se basaba en tres pilares fundamentales: primero, que Japón había declarado la guerra primero a Alemania y que había sido él quien había conquistado Jiaozhou cuando China era neutral; segundo, que en las Veintiuna Demandas, y en acuerdos posteriores, China había aceptado dejar el asunto en 165 manos de Alemania y Japón y, tercero, que a diferencia de Japón, China no había tenido participación militar efectiva en la guerra, quedando su declaración sólo en el papel. Este arreglo no podía durar. De cara a la conferencia de paz, el gobierno chino desconoció tales acuerdos y alegó que el arrendamiento de Jiaozhou había sido un contrato entre China y Alemania, y que al declararle la guerra a la nación germana, su país tenía el derecho natural de recuperar lo que desde siempre había sido territorio chino. Antes de continuar, veamos algunas opiniones con respecto a esta disputa: “El status de el territorio fue definido por las notas añadidas al Tratado SinoJaponés del 25 de mayo de 1915: cuando Japón adquirió libre disposición del territorio de Kiaochow, este restauraría la soberanía sobre el territorio a China. Esta posición fue reiterada por el Ministro de Exteriores Uchida en su discurso a la Dieta el 21 de enero de 1919, en el cual dio la seguridad de que Japan no albergaba ambiciones territoriales en China. La presencia de dos beligerantes en oriente complicó los cálculos de Japón sobre el acuerdo de paz. Por lo tanto, en la primavera de 1917, Japón se tomó trabajo para extraer compromisos de Gran Bretaña, Francia y Rusia de que respaldarían los reclamos japoneses sobre Kiaochow y las islas del Pacífico al norte del Ecuador. Japón sentía que garantías de hierro fundido habían sido recibidas de sus aliados de tiempo de guerra. Pero Gran Bretaña, con su experiencia con arreglos previos, sabía que los compromisos de tiempo de guerra como éstos fueron a menudo lanzados en el crisol en cualquier conferencia de paz que tuviera lugar en última instancia.” 113 Esta polémica sino-japonesa por el ex territorio arrendado alemán de Jiaozhou y los derechos económicos especiales de Alemania en Shandong, trascendió el marco regional, llegando a condicionar en buena medida el accionar de Estados Unidos en París y, en menor medida, el de los europeos. “Las delegaciones estadounidense y china disfrutaron de una relación estrecha. Esencialmente, China jugó el rol de protegida de Estados Unidos. Por ejemplo, los estadounidenses tendieron a considerar el más importante interés de China, el arreglo de Shandong, como si fuera uno de sus propios intereses en París. Esto se reflejó en el hecho de que, con la excepción del Coronel House, la delegación tendía a simpatizar con China. El hecho de que Estados Unidos pusiera a China bajo su ala significó que la actitud estadounidense en general era de simpatía hacia China y desconfianza hacia Japón. La 113 Nish, I. Ob. Cit., p. 18 - 19 166 opinión pública en Estados Unidos era también antagónica hacia Japón. Evidentemente, el cruce de desconfianzas estadounidenses hacia Japón se centraba en el refutado reclamo sobre el arreglo de Shandong. Esto fue agravado por rumores que circularon en febrero de 1919 de que el gobierno japonés estaba presionando fuertemente al chino para que este concurriera con la posición japonesa en Shandong en la conferencia de paz.” 114 “Los aliados europeos habían eludido la entrada china desde 1915, no queriendo enemistarse con Japón. Trabajadores chinos, contratados y transportados bajo contrato privado, habían sido una significativa presencia en los frentes francés y ruso desde 1916, pero los soldados de China no vieron acción en la guerra incluso después de la declaración. El objetivo chino era asegurar su representación en la conferencia de paz posbélica y buscar allí la completa restauración de Shandong a China y la abrogación de las ganancias japonesas de las Veintiuna Demandas.” 115 “Los aliados europeos enfocaron estas cuestiones en la Conferencia de París desde una posición comparativamente neutral, de simpatía hacia China pero comprometida con Japón. Ellos estaban incómodos por los Catorce Puntos presentados por el Presidente Woodrow Wilson los cuales abocaron por la autodeterminación y parecieron oponerse a adicionales adquisiciones de territorio por los aliados. Preocupados con los problemas de Europa, los líderes Aliados dieron sólo una consideración secundaria a los asuntos de Asia Oriental. De estos por mucho el más desconcertante fue el problema de Kiaochow.” 116 Podemos entrever claramente, entonces, que aquí se formaron, de cierta manera, dos bloques antagónicos; por un lado, China y Estados Unidos, y por el otro, Japón y las potencias europeas que, a diferencia de Estados Unido, no estaban demasiado interesadas en defender a China o al principio de autodeterminación de los pueblos, y que no veían las ambiciones de los japoneses algo tan condenable, pues no eran muy distintas a las de los propios europeos. Pero esto no quiere decir que los europeos apoyaran abiertamente a los japoneses o que formaran con ellos una alianza tan sólida como la que China y Estados Unidos tenían ya en ese momento; más bien se trataba de que las delegaciones de Gran Bretaña, Francia e Italia estaban demasiado ocupadas con sus propias disputas en Europa, África y el Oriente Medio como para detenerse en una larga discusión por un asunto que no les afectaba directamente, todo ello sin prejuicio de los pactos previos con Japón. En 114 Shimazu, N. Ob. Cit., p. 143-144 Burkman, T. Ob. Cit., p. 20 116 Nish, I. Ob. Cit., p. 19 115 167 realidad, tanta indiferencia de los europeos hacia los asuntos de Oriente causó cierta indignación en Japón: “El derechista Yamato Shinbun se quejó que mientras los estadistas de Occidentes habían dado atención detallada al futuro de Serbia, Montenegro, y otras entidades europeas, ni Wilson ni Lloyd George habían hecho alguna declaración acerca de la disposición de Shandong y las islas del Pacífico.” 117 Es imprescindible recordar que el gobierno japonés de 1919 no era el mismo de 1915, y que la política hacia China intentó cambiarse después de las Veintiuna Demandas. El gobierno japonés le ofreció al de Duan Qirui créditos exorbitantes e, incluso, llegaron a un acuerdo de defensa común contra la amenaza bolchevique; pero nada de esto pudo apagar el natural resentimiento de los chinos contra Japón. Por tal motivo, ya antes de la conferencia de paz, el gobierno nipón venía manejando la posibilidad de entregar la provincia de Shandong a China a cambio del otorgamiento a Japón de los derechos comerciales que anteriormente tenía Alemania. Esta nueva estrategia era acorde con el pensamiento de los liberales que habían subido al poder a finales de 1918. Ellos pensaban que su país necesitaba, esencialmente, recursos y mercados, no territorios, y que para lograr tal fin era más adecuada una política de entendimiento y de dominio indirecto. Incluso algunos de estos líderes estudiaron con detenimiento el sistema de dominio económico y político indirecto que Estados Unidos ejercía sobre México con el fin de adaptarlo al caso chino. “El 30 de abril ellos (los japoneses) aseveraron que su política era devolver la península de Shandong en plena soberanía a China, reteniendo sólo los privilegios económicos dados a Alemania y el derecho a establecer un arreglo bajo las condiciones usuales en Qingdao. Los delegados anunciaron esto públicamente el 4 de mayo y, más significativamente, el Ministro de Exteriores Uchida lo reiteró en Tokio el 17 de mayo. En estas bases, el tratado establecía que Kiaochow debía ser transferido de Alemania a Japón. Los chinos, sin embargo, montaron demostraciones públicas en sus ciudades desde el 4 de mayo en adelante en protesta contra la cláusula de Kiaochow.” 118 117 118 Burkman, T. Ob. Cit., p. 35 Nish. I., Ob. Cit., p. 19 168 Esta sería la última oferta de los delegados japoneses, que siguieron aduciendo que su país debía ser compensado de alguna manera por el derramamiento de sangre y el gasto que había significado la expulsión de los alemanes de China. Los chinos, por su parte, no estaban dispuestos a ceder de ninguna manera. Esta especial obstinación de los representantes chinos tiene varias explicaciones. La primera sería que, para 1919, el nacionalismo en China estaba en plena efervescencia; en efecto, tras casi un siglo de humillaciones por parte de las potencias extranjeras, después de la caída de una monarquía que no había defendido al país y, finalmente, tras la muerte del dictador Yuan Shikai, parecía que la república podría, al fin, consolidarse y alcanzar los más grandes sueños de libertad y rescate de la dignidad para China. El factor nacionalista era, en ese momento, una poderosa fuerza política en China, aunque las grandes potencias no lo empezarían a notar sino después de 1919. La segunda, muy ligada a la primera, se refiere a la particularidad histórica de la provincia de Shandong. Shandong había estado ligada a la civilización china desde sus mismos inicios y, además, había sido la cuna de los filósofos Confucio y Mencio, de manera que para la gran mayoría de los chinos esta provincia era una tierra casi sagrada. La tercera, que actuó, quizás, como catalizadora de las anteriores, tiene que ver con el decidido apoyo norteamericano a las demandas chinas. Aun con la fuerza del nacionalismo y con el significado histórico de Shandong, era poco probable que el gobierno chino hubiera desafiado, de una manera tan enérgica, a su poderoso vecino sin el apoyo de otra gran potencia. Es evidente, por lo tanto, que el escenario en Versalles era muy distinto al de Shimonoseki, cuando los delegados del gobierno imperial chino habían cedido Taiwán sin demasiadas objeciones a Japón. La situación era otra, el gobierno chino de 1919, con todo y sus grandes deficiencias, no era el de 1895, y Taiwán, que había sido siempre una zona marginal de China, no podía compararse, de ningún modo, con Shandong. La presión norteamericana tampoco sirvió de mucho a China. Cuando Wilson presionó a la delegación británica para que frenara a los japoneses, los británicos contestaron que, sencillamente, no podían ignorar los acuerdos previos hechos con Japón. Así, el arreglo final sería totalmente ventajoso para Japón, lo que llevó a que la delegación china abandonara Versalles sin haber firmado el tratado. Más destacado aún fue la explosión nacionalista que tuvo lugar en China el 4 de mayo de 1919. Ese día, miles de estudiantes protestaron en Pekín y, aunque el gobierno pudo disolver los disturbios, el 169 impacto sería mucho más profundo, fortaleciendo al Kuomintang de Sun Yat-sen e, incluso, abriéndole camino a los comunistas. El asunto de Shandong quedaba, pues, sin solución en la conferencia de paz, ya que con la negativa china a firmar el Tratado de Versalles, la disputa quedaba en un vacío legal y la ocupación japonesa de Jiaozhou y de otras zonas de Shandong sin base jurídica. Resulta bastante difícil ofrecer un “balance general” sobre la participación de Japón en la Conferencia de Paz de París. Podemos, no obstante, identificar aspectos a favor y en contra de los intereses del país asiático en aquel foro, evaluar cada aspecto de cara a los años inmediatamente posteriores, y así poder hacernos una idea de si los japoneses “ganaron” o “perdieron” ese pulso diplomático con las potencias occidentales, concretamente con Estados Unidos y Reino Unido. Hagamos un breve recuento. Japón fue derrotado en el punto de la igualdad racial, aunque obtuvo una sólida victoria en el referente a los mandatos y otra más en el del Consejo de la Sociedad de Naciones, para finalmente irse con un resultado indeciso, pero favorable al final, en el asunto de Shandong. Tendríamos así, un “marcador” final de 2 victorias, 1 derrota y un empate para Japón, pero un análisis meramente cuantitativo no resulta suficiente. Más acertado sería tomar en cuenta el peso cualitativo de cada duelo que Japón ganó o perdió. De este modo, podríamos argumentar que la derrota en el asunto de la igualdad racial fue un doloroso revés moral para el archipiélago, pero dejó intactas sus aspiraciones a la hegemonía regional en Asia Oriental y el Pacífico. El tema de los mandatos supone, por mucho, una sólida victoria militar, geopolítica y diplomática, quizá la más brillante de la historia japonesa, pues Japón nunca obtuvo ni obtendría tanto invirtiendo tan poco. El puesto permanente en la Sociedad de Naciones podría considerarse una victoria política que, aunque al principio pueda parecer teórica, tendría mucho potencial a futuro. Finalmente, el hecho de que el asunto de Shandong quedara sin decisión, puede verse como una victoria a corto plazo para Japón, pues era de esperarse que Estados Unidos y China no iban a ceder en su empeño para que la región volviera a manos chinas. Por otra parte, para tener una visión más completa del asunto, debemos seguir paso a paso las interacciones entre Japón, Estados Unidos y Gran Bretaña. Cuando los intereses de las dos potencias anglosajonas coincidieron en contra de Japón, como en el asunto de la igualdad racial, los japoneses no pudieron hacer prevalecer sus intereses, pero en cambio, cuando tuvieron el 170 apoyo británico, salieron victoriosos a pesar de la solitaria oposición norteamericana (cómo en los demás asuntos). Es decir, aún en 1919 Japón necesitaba de la alianza y el apoyo de Gran Bretaña para hacer valer sus posturas e intereses en la escena mundial. Precisamente ésta sería la gran herida con la que el gobierno japonés salió de Versalles: el irreparable desmoronamiento de la Alianza Anglo-Japonesa; y sin la alianza, Japón quedaba sólo ante el rival norteamericano que, después de la Gran Guerra, parecía más desconfiado que nunca hacia los nipones y más decidido a frenar su expansión. No es menos interesante comparar la posición de Japón con la de Italia y la de Francia en 1919. Mientras que la primera era una potencia emergente igual que Japón, la segunda era una ex gran potencia que había sido desplazada por el acercamiento entre Londres y Washington. Ya al terminar la guerra en 1918, Clemenceau tuvo el temor de que el mundo fuera dominado por los anglosajones y que su país fuera marginado, pero no supo cómo evitar que su miedo se cumpliera. Los italianos, por su parte, se encontraron aún más marginados que los franceses, pero tampoco supieron enfrentar de forma eficaz el contratiempo. “Desacuerdos entre los Aliados mostraron (a los japoneses) que las potencias occidentales no eran un bloque monolítico y que debajo de una superficie de idealismo democrático ellas todavía estaban adheridas a los valores y métodos de la vieja diplomacia.” 119 Pareciera que los japoneses apenas si pudieron ver que Occidente no era un bloque sólido, ni mucho menos identificar en profundidad que Francia e Italia enfrentaban la misma amenaza anglosajona que su país; mientras, franceses e italianos, atrapados en sus desconfianzas mutuas, tampoco se percataron de que Japón se enfrentaba a sus mismos adversarios. Por eso, las tres naciones fueron marginadas y sus intereses fueron cercenados, al enfrentarse por separado a Gran Bretaña y Estados Unidos, lo cual era entendible para aquella época, tan marcada por el nacionalismo y la incomprensión entre culturas. En 1919, las alianzas interregionales, que son hoy tan comunes, eran algo casi inconcebible. Aún así, contamos con esta referencia tan interesante: 119 Burkman, T. Ob. Cit., p. 68 171 “La rebelde Italia se volvió una heroína al instante cuando abandonó la conferencia por Fiume. El (periódico japonés) Hochi celebró que el Premier Orlando hubiera "Arrancado despiadadamente la máscara de la cara al Presidente Wilson". El Asahi echó la culpa de la deserción de Italia a la inclinación del presidente de imponer la voluntad de Estados Unidos por todas partes. Recomendó que Japón emulara la “brava” y “varonil” reprimenda de Italia a la falsa retórica de Wilson.” 120 ¿Pudo ser la Conferencia de París distinta, si Francia, Italia y Japón hubieran formado un bloque político para defender en conjunto sus intereses? Nunca lo sabremos a ciencia cierta, pero es posible pensar que sí, basándonos en el contrapeso político que las tres naciones hubieran supuesto a Gran Bretaña y Estados Unidos. De todas maneras, la idea no parece tan ilógica si tenemos presente que dos décadas después Italia y Japón fueron aliados y que, incluso durante la Guerra Fría, Francia llegó a tener relaciones muy ásperas con Gran Bretaña y Estados Unidos, pues los galos se seguían oponiendo al “dominio anglosajón de Europa”. Existen otros análisis que pueden desprenderse de estas grietas que Occidente mostró en 1919. Los japoneses temían que tras la Gran Guerra llegara un enfrentamiento entre blancos y amarillos, una gran guerra racial, por lo que resulta curioso que la fractura política en Occidente tuviera en ese momento un matiz de esa índole: se trataba de dos naciones marítimas anglosajonas contra dos potencias terrestres latinas. Quizá los diplomáticos nipones no conocían lo suficiente la larga pugna entre latinos y germanos en Europa como para poder explotarla a su favor. Veamos, al respecto, dos elocuentes comentarios finales sobre la Conferencia de Versalles. “Japón enfocó la Conferencia de Paz de París en el espíritu de la vieja diplomacia. Esto formuló sus políticas como una potencia imperialista y esperaba que Estados Unidos y los aliados europeos hicieran lo mismo. Japón presentó demandas dirigidas a la promoción de sus propios intereses y dependió de los juegos de las potencias en el momento de la guerra para sus logros. El imperio se mantuvo distante del movimiento para crear un sistema mundial donde la guerra sería desconocida….Hablando realistamente, el objetivo último de Japón no era esencialmente diferente de los de las mayores potencias, cuyos planes para la paz universal servían para reforzar sus posiciones predominantes en el mundo.” 121 120 121 Ibídem, p. 86 Ibídem, p. 63-64 172 “Los líderes japoneses, que tomaron ventaja de la guerra europea e intentaron extender la cabeza de puente de Japón en Asia Oriental, consideraron la oposición de Wilson a los reclamos japoneses en París, como otro intento de las potencias occidentales de bloquear el crecimiento de una potencia regional asiática. Olvidando sus excesos en su conducta hacia el continente asiático, los japoneses sintieron que la interferencia del presidente Wilson acerca de Shandong era una humillación e injusto su fracasado apoyo al principio de igualdad racial. Los japoneses vieron el internacionalismo wilsoniano simplemente como una retórica hipócrita que dificultó el progreso de su país. El Barón Makino, quién después sirvió al emperador Hirohito como guardián del sello real, comentó en sus memorias acerca del enfoque unilateral de Wilson en la conferencia de paz. De acuerdo con Makino, era difícil relacionar la personalidad de Wilson con la democracia. El presidente le parecía “un político más adecuado para una dictadura”.” 122 En estos comentarios finales, en especial en relación a la cita a Makino, nos muestran el verdadero resultado de Japón en París. Más allá de haber logrado ganancias territoriales y de la confirmación de su estatus en el mundo, Japón se llevó de la conferencia dos graves problemas: un peligroso aumento de la rivalidad con Estados Unidos y una alianza con Gran Bretaña herida de muerte. En Versalles se cerró el ciclo iniciado cinco años antes en Sarajevo, aunque para Japón la historia no terminaría ahí. Tres años después enfrentaría un desafío mayor que el de 1919 y, esta vez, no obtendría ni siquiera una victoria parcial. III-B) La Conferencia Naval de Washington. Maniobras de contención Al terminar la Gran Guerra, tal como sucede después de toda gran conflagración bélica, surgieron nuevas potencias mientras que otras se hundieron. En 1919, las nuevas potencias que emergieron fueron Estados Unidos y Japón. Aunque Gran Bretaña seguía siendo la nación líder del mundo, su desgaste era más que evidente y se notaba que no podría seguir siendo la mayor potencia mundial por mucho más tiempo. Por otra parte, Francia quedaba relegada a un segundo plano tras la catastrófica destrucción sufrida en la contienda, siendo su poderío, junto al de Italia, casi una mera reliquia de lo que había sido la hegemonía europea sobre el mundo antes de 1914. Aún así, con sus diferentes 122 Kawamura, N. Ob. Cit., p. 149 173 situaciones, estos cinco países parecían ser a comienzos de los años veinte los nuevos señores del mundo. Tal como suele acontecer después de toda gran guerra, y como fue particularmente notable en 1945 (tras la Segunda Guerra Mundial), los vencedores de un largo conflicto que salen fortalecidos y/o engrandecidos, se detallan con desconfianza mientras terminan de acomodar a su conveniencia el tablero mundial y se consolidan en sus posiciones. Este proceso de reordenamiento no siempre se da de forma apacible y a menudo ha sido el inicio de nuevas confrontaciones en varios momentos de la historia. Esa era, en esencia, la situación mundial tras la firma del Tratado de Versalles en 1919. Aún entre 1920 y 1921 las potencias seguían ajustando el nuevo orden mundial en zonas menos atendidas desde un principio, como el Medio Oriente o el Pacífico, y ya se perfilaban nuevas rivalidades navales y económicas; por un lado entre Estados Unidos y Gran Bretaña, por otro entre Estados Unidos y Japón e incluso entre Gran Bretaña y Japón desde otra perspectiva. Debemos repasar brevemente los cambios políticos que se dieron en Estados Unidos, Japón y el Imperio Británico después de 1919 para poder abordar plenamente los sucesos de la Conferencia Naval de Washington. En Estados Unidos, el presidente Wilson no logró que el Congreso ratificara el Tratado de Versalles de 1919. Su partido perdió de forma notable las elecciones siguientes, llegando a la presidencia en 1921 el republicano Warren Gamaliel Harding, quién mantuvo la clásica postura aislacionista del Partido Republicano de aquella época, ratificando de esta manera la negativa norteamericana a ingresar a la Sociedad de Naciones y sus organismos conexos. El nuevo presidente de Estados Unidos dio un nuevo impulso a varias políticas republicanas que habían quedado sin fuerza desde la presidencia de Roosevelt, como el distanciamiento de los asuntos europeos. Pero por otra parte, Harding también tendió su apoyo a un programa heredado de la administración Wilson: el plan de construcción naval de 1916, que contemplaba la construcción varios acorazados y que despertaba los peores temores de Japón y Gran Bretaña. La administración Harding contrastaría notablemente con la anterior por su carácter práctico e incluso muy nacionalista. El idealismo wilsoniano parecía haber desaparecido de Washington a comienzos de los años veinte… En Japón también ocurrieron cambios políticos, y quizá con más brusquedad que en Estados Unidos. Mientras que el final de la vida política para Wilson llegó el 2 de octubre 174 de 1919, con un accidente cardiovascular, y su muerte el 3 de febrero de 1924, tras una larga agonía; ambos finales llegaron juntos y de forma inesperada para el premier japonés Takashi Hara, cuando fue apuñalado en la estación de tren de Tokio por un fanático de derecha el 4 de noviembre de 1921. Ésta quizá haya sido la primera señal de que el prestigio de la facción más liberal de Japón, que el mismo Hara lideraba por aquel entonces, se estaba erosionando rápidamente por su poca habilidad para manejar la desaceleración de la economía nacional tras la guerra y por su falta de firmeza para defender los intereses nacionales en Versalles dos años antes. El mismo mes en que Hara fue asesinado, el Vizconde Korekiyo Takahashi, ex Ministro de Finanzas bajo el gobierno anterior y miembro del Seiyukai, fue nombrado Primer Ministro. Este personaje, a diferencia de Takashi Hara, carecía de un liderazgo fuerte, lo que acentuó la división política del país en un momento clave de sus relaciones internacionales. “La muerte de Hara fue una gran pérdida. En su capacidad como primer ministro, él había logrado mucho en política exterior incluyendo la mejora en las relaciones con Estados Unidos y China y el inicio de la Conferencia de Dairen en agosto para establecer relaciones con la República del Lejano Oriente Ruso y resolver los problemas generados por la Intervención Siberiana. Después de la muerte de Hara, el experimentado banquero y ministro de finanzas Takahashi Korekiyo fue elegido de entre los miembros del gabinete como el próximo primer ministro. Él dejó claro que sus políticas seguirían aquellas marcadas por Hara; pero su base partidista estaba menos segura, y probablemente los representantes en Washington no recibieron la misma fuerza y apoyo de él. Mientras tanto, se anunció que el Príncipe Heredero se había convertido en regente por su sufrido padre.”123 Por otra parte, en Japón los militares, desde los ministerios de Ejército y Armada, seguían haciendo presión en función de sus propios intereses, mientras que la crisis económica originada por el fin de la guerra seguía poniendo en aprietos a todos los sectores de la sociedad nipona. Así pues, los gobiernos de Hara y Takahashi enfrentaron entre 1919 y 1922 una situación particularmente difícil. Finalmente, el gobierno británico, después de terminar la ardua tarea de la Conferencia de París, se centró en reorganizar Gran Bretaña y todo el imperio, que tras la guerra era más extenso que nunca, aunque también más frágil. El gobierno de Lloyd 123 Nish, I. Ob. Cit., p. 35 175 George se mantuvo desde 1919 hasta finales de 1922. El enfrenta el que quizá fue uno de los mayores dilemas de la diplomacia británica en la primera mitad del siglo XX: renovar o no renovar la alianza con Japón. Para resolver este dilema y atender otras importantes cuestiones relacionadas con la organización del Imperio Británico, se reunió en Londres en 1921, la Conferencia Imperial (que no lo hacía desde 1917-18) con la participación de representantes de los Dominios de Canadá, Sudáfrica, Australia y Nueva Zelanda, además de representantes de India y del propio gobierno de Gran Bretaña. Muy pronto, el tema de la Alianza Anglo-Japonesa marcó las discusiones. En los extremos de las opiniones que suscitó, se colocaron el Primer Ministro de Canadá, Arthur Meighen y el Primer Ministro de Australia, William Morris Hughes. Mientras que el primero habló por los intereses de Canadá y presionó por la no renovación de la alianza con Japón para acercar al Imperio a Estados Unidos, Hughes defendió la alianza como el principal medio para garantizar la seguridad de las posesiones más orientales del mismo contra el expansionismo de los propios japoneses. Meighen alegó que las relaciones económicas de Canadá, y de todo el Imperio Británico, con Estados Unidos eran de vital importancia y que el Imperio debía buscar la manera de lograr una estrecha colaboración con Norteamérica. El premier canadiense llegó casi a amenazar al resto de la Conferencia, diciendo que si la renovación de la alianza con los nipones arrastraba al Imperio Británico a una guerra contra Estados Unidos, Canadá no sacrificaría sus ventajosas relaciones políticas y económicas con este último. Así pues, Meighen se destacó como la voz más anti-japonesa en Londres. “El momento decisivo (para la no renovación de la Alianza Anglo-Japonesa) vino después de la Conferencia Imperial de Jefes de Dominios reunida en Londres el 20 de junio, cuando el primer ministro canadiense se opuso a la renovación de la alianza más enérgicamente de lo esperado, por su propio país y fuera de la consideración del sentimiento americano.”124 En contrapartida, Hughes no era precisamente un pro-japonés (recordemos su enfrentamiento con Makino en París…), sino que más bien quería mantener la alianza por temor a ese país. El líder australiano alegaba que no renovar la alianza dejaría a Japón sin ningún freno para su expansión en el Lejano Oriente y el Pacífico, y que si eso sucedía, los 124 Nish, I. Ob. Cit., p. 26 176 primeros amenazados serían Australia y Nueva Zelanda, además de las posesiones británicas del Sudeste Asiático. Por otra parte, el Secretario de Asuntos Exteriores, George Curzon y el Presidente del Consejo Privado, Arthur James Balfour, no estuvieron muy de acuerdo con la idea de no continuar la alianza; en cualquier caso, a Meighen, no le faltó apoyo, como el del Almirante John Jellicoe, comandante en la batalla de Jutlandia, quién desde 1919 advertía sobre la amenaza de Japón. “En el segundo aniversario de la firma del Tratado de Versalles la Conferencia Imperial comenzó sus discusiones sobre el futuro de la alianza con Japón. Ambos, Balfour y Curzon, advirtieron del peligro de finalizar la alianza.”125 “En 1919 Jellicoe había identificado a Japón como el mayor enemigo potencial de Gran Bretaña, una señal de la inquietud con que el crecimiento de la expansión naval japonesa fue abordada por la Royal Navy.” 126 Pero pese a las advertencias de políticos veteranos como Balfour y Curzon, el sentimiento general en Gran Bretaña era de una desconfianza cada vez mayor hacia Japón. Se tenía la percepción de que ese país era el único beneficiado con la alianza y que pronto se convertiría en un enemigo del Imperio Británico tanto si se renovaba la alianza como si no. Además, no debemos descartar las presiones indirectas que Estados Unidos pudo haber ejercido sobre Londres en este sentido. “La Alianza de Japón con Gran Bretaña debía caducar en 1922 y Estados Unidos, tratando de aislar al Japón para ellos mejorar su posición en el Extremo Oriente, consideraron su renovación como un acto inamistoso de Gran Bretaña. Esta, ante las múltiples presiones (sobre todo económicas) ejercidas por los estadounidenses y para estar bien con ellos, porque les interesaba su amistad, desistió de renovar la Alianza con Japón. 125 Goldstein, Erik. The Washington Conference, 1921 – 1922. Naval Rivalry, East Asian Stability and the Road to Pearl Harbor. Frank Cass, Londres, 1994, p. 7 126 Field, A. Ob. Cit., p 183 177 Luego, la rivalidad de Estados Unidos contra el Japón fue en ascenso y en forma continua.”127 “En Asia Oriental el Foreign Office observó en febrero de 1921 que, “a pesar de la similaridad de intereses, un acuerdo de trabajo es en extremo difícil. Si nosotros fuéramos capaces de contar con la certeza acerca de la activa cooperación de los Estados Unidos, la necesidad de una alianza con Japón no sería aparente.”128 “Ésta (la Alianza Anglo-Japonesa) había servido a ambos socios bien durante su vida, pero ahora los intereses de los aliados eran más obviamente divergentes que previamente. Ésta era claramente una alianza no grata, con poco sentido de propósito común”129 Todo este debate se daba mientras el gobierno japonés no ocultaba su preocupación, e incluso su indignación, por las largas que los británicos le daban a la decisión de renovar o no la alianza y aún más por someterla a la aprobación de los Dominios. “El conflicto sobre la alianza entre Japón y Gran Bretaña resultó en una de las raras crisis manifestadas durante la larga asociación entre los dos países. Algunos funcionarios británicos parecían haber querido que la alianza expirara en julio de 1921 mientras que Japón en su nota del 30 de mayo quería que su existencia fuera prolongada para tener en cuenta las negociaciones a tener lugar para el ajuste y modificación de la alianza.”130 Si analizamos con detenimiento la situación de los británicos en aquel momento, veremos que no se trataba de una decisión a ser tomada a la ligera. Tras cuatro años de la peor guerra que el mundo hubiera visto, el Imperio Británico estaba exhausto y amenazado por el imparable ascenso económico y militar de Estados Unidos. Aunque habían demostrado ser un confiable aliado en la guerra, los Estados Unidos habían vuelto a su 127 Escobar, M. Ob. Cit., p. 49 Goldstein, E. Ob. Cit., p. 10 129 Ibídem, p. 7 130 Nish, I. Ob. Cit., p. 25 128 178 tradicional aislamiento político, en tanto que su crecimiento económico ya estaba poniendo en su propia órbita a territorios del Imperio, como Canadá, y su plan de construcción naval amenazaba con superar a la Royal Navy antes del fin de la década. Pero por otra parte, muchos políticos del Imperio Británico estaban firmemente convencidos de que solamente basándose en una estrecha colaboración con los norteamericanos, que les diera seguridades a ambos países, el Imperio podría superar la difícil coyuntura y relanzar su poder en todo el mundo. Los líderes con esta opinión apelaban a los profundos vínculos culturales entre Estados Unidos y Gran Bretaña, a la tradición democrática de ambos y al hecho de que Gran Bretaña se había quedado sin aliados de confianza en Europa. En efecto, después de 1919, no fueron pocos los que en Londres compararon la situación del viejo continente con la de la era napoleónica; pues tras la destrucción del poder alemán y los pactos de defensa de Francia con los nuevos países de Europa Oriental, el país galo tenía la hegemonía continental; despertando así desconfianzas en Gran Bretaña. Rusia, devastada por la guerra y presa de la revolución bolchevique, no podía ser un aliado y en cuanto a Italia, sus ambiciones en África, los Balcanes y el Mediterráneo, hacían desconfiar a los británicos. Tal como en 1902, Gran Bretaña debía buscar un aliado más allá de Europa, y sólo Japón y Estados Unidos eran opciones lógicas, si bien, al mismo tiempo eran adversarios potenciales. Se trataba prácticamente de elegir a uno como aliado y sellar la enemistad con el otro. “En el mundo más amplio Gran Bretaña prefería la hegemonía o ser parte de la alianza dominante. La Alianza Anglo-Japonesa de 1902 había suministrado a Gran Bretaña un aliado marítimo y regional fuerte ante las amenazas rusa y alemana. En 1921 con Alemania derrotada y Rusia devastada por la guerra y la guerra civil aquellas amenazas habían pasado. En el Pacífico había sólo dos posibles aliados o adversarios, los Estados Unidos y Japón. Gran Bretaña se enfrentó con la incómoda tarea de decidir cual ofrecía la mejor seguridad para garantizar el futuro del poder británico en la región. Japón había sido un útil aliado por dos décadas, pero Estados Unidos era claramente la próxima moda. Gran Bretaña podría renegociar su alianza japonesa, pero con un sentimiento de que los vínculos con Japón eran tenues, o podía pasar a Estados Unidos, notoriamente errático después de su rechazo a los compromisos wilsonianos de París, pero 179 sin embargo una potencia con la que Gran Bretaña disfrutaba de inusuales vínculos y conexiones culturales.”131 Si se escogía como aliado a Japón, era casi segura una carrera armamentista con Estados Unidos, y las finanzas del Imperio no estaban en situación para eso. Si por el contrario, se intentaba, y se lograba, una alianza con Estados Unidos, se tendrían que asumir unos gastos inmensos para aumentar la capacidad defensiva del Imperio Británico en el Lejano Oriente, hecho que implicaba la construcción y mejora de una red de bases navales en la zona y un aumento considerable en el tamaño de la flota. Para agravar más la situación, hacia 1921 no le quedó otra opción al gobierno británico que responder con un programa de construcción naval propio, a los de Estados Unidos y Japón, que según los analistas británicos, colocaría a estos dos países como primera y segunda potencias navales antes de 1930, dejando a Gran Bretaña relegada a un tercer lugar. “De todos los problemas que confrontaban las relaciones anglo-norteamericanas ninguno era más preocupante para Gran Bretaña que el ambicioso programa de construcción naval de 1916 de Estados Unidos, el cual tenía el claramente definido objetivo de crear una armada insuperable….Aunque Gran Bretaña no había colocado ningún barco capital desde 1916, el gabinete en marzo de 1921 aceptó de mala gana el desafío estadounidense y autorizó la disposición de fondos para empezar cuatro nuevos cruceros de batalla gigantes”132 Vemos, en consecuencia, que tras la Primera Guerra Mundial, surgió una peligrosa rivalidad a tres bandas en el aspecto naval, que amenazaba con convertirse en una nueva, e impredecible, carrera armamentista que podría lanzar al mundo a otra conflagración. En términos modernos, podemos decir que el fantasma de una “guerra fría” rondaba en Tokio, Washington y Londres. Con esta situación, la Conferencia Imperial fue pues, el escenario 131 132 Goldstein, E. Ob. Cit., p. 29 Ibídem, p. 14 180 de una larga discusión sobre los pros y los contras de continuar la alianza con Japón. Finalmente, sería el propio gabinete de Gran Bretaña el que, esperanzado en el cambio de administración en Estados Unidos buscó un acercamiento transatlántico. “El gobierno de Lloyd George esperó que buenas relaciones podrían ser establecidas con la nueva administración, y desde el principio hasta el fin del período de la Conferencia de Washington nunca olvidó la necesidad de intentar mejorar la cuestión de la deuda….Uno de los muchos asuntos menores de los británicos en la conferencia era la necesidad de persuadir a los estadounidenses de que sería tan rentable ser amigable con Gran Bretaña respecto al pago exacto.”133 “Un simple análisis desde la base de la posición de Gran Bretaña en el Pacífico podía haber dejado la conclusión de que la realidad de la alianza japonesa era mejor que cualquier cosa que los estadounidenses pudieran ofrecer. Sin embargo, un análisis global, indicaba otras cuestiones, y esto solamente hacía pesar más a Estados Unidos en la balanza”134 Esta decisión se vio motivada por la inclinación que tomó en sus últimos días la Conferencia Imperial. Aunque no pudo prevalecer ampliamente la tesis de no renovar la alianza con Japón, estaba claro que los sentimientos de la mayoría estaban inclinados hacia Estados Unidos y no hacia Japón, e incluso algunos políticos, se sintieron demasiado presionados por la abultada deuda que el Imperio Británico había contraído con los norteamericanos durante la guerra, llegando a creer que era posible que la diplomacia británica pudiera ganarse de aliado a Estados Unidos sin perder a Japón y acercar, así, las dos potencias rivales en el Pacífico. “el deseo británico de evitar ganarse más la antipatía de los Estados Unidos es visto por el hecho de que la misma tarde en que la conferencia había estado de acuerdo con las actitudes estadounidenses inquisitivas, Curzon se reunió con (el embajador 133 134 Ibídem, p. 10 Ibídem, p. 29 - 30 181 estadounidense en Londres) Harvey y le informó que la conferencia estaba hablando de la alianza y que estaban interesados en las opiniones de Estados Unidos. El Secretario de Estado de Estados Unidos, Charles Evans Hughes, ya había expresado, informalmente que, "el veía la renovación del tratado anglo-japonés en cualquier forma con inquietud..." Debido al efecto que tendría sobre la opinión de los Estados Unidos respecto a Gran Bretaña….Harvey también indicó que Estados Unidos estarían interesado en una discusión con Gran Bretaña y Japón acerca del poderío naval en el Pacífico….Curzon, con el apoyo de la Conferencia Imperial y después consultando a Japón y a China, sostuvo otro encuentro con Harvey y le informó que la idea de una conferencia había sido recibida favorablemente por la Conferencia Imperial, y que ellos esperaban que Estados Unidos se sumara....El gobierno en su deseo de escapar de la carga de la Alianza Anglo-Japonesa dio la bienvenida a las posibilidades ofrecidas por una conferencia sobre asuntos del Pacífico”135 De este modo, surgió la idea de la que sería la primera conferencia sobre desarme después de la Gran Guerra, la más importante antes de la Segunda Guerra Mundial y quizá sólo superada por los acuerdos de limitación de armas entre Estados Unidos y la Unión Soviética, SALT I y SALT II136, la Conferencia Naval de Washington. Ahora bien, echemos un vistazo rápido a los enfoques meramente políticos, militares y estratégicos de Gran Bretaña, Estados Unidos y Japón de la situación inmediatamente precedente a la Conferencia Naval de Washington. Los enfoques políticos, militares y estratégicos de Gran Bretaña, Estados Unidos y Japón que preceden a la Conferencia Naval de Washington arrojan luz sobre su desenlace. La supremacía de la Royal Navy estaba seriamente amenazada por los proyectos de ampliación de las armadas norteamericana y japonesa, con las previsibles consecuencias que tendría tal situación sobre el Imperio Británico, que era por definición un imperio marítimo y que sin una buena defensa de sus rutas comerciales estaría liquidado. Gran Bretaña se enfrentaba al viejo deseo norteamericano, inspirado en las obras de Alfred Thayer Mahan, de configurar la mayor flota de guerra del mundo, y a las aspiraciones japonesas de hegemonía en Asia Oriental y el Pacifico. Existía, por tanto, una doble 135 Ibídem, p. 16 - 17 SALT (Strategic Arms Limitation Talks, ó Conversaciones sobre Limitación de Armas Estratégicas), fueron dos acuerdos de limitación de armas nucleares y sistemas de misiles balísticos firmados por la URSS y Estados Unidos en 1972 y 1979, conocidos como SALT I y SALT II respectivamente. 136 182 dificultad, la de no poder pagarse una carrera armamentista naval con Estados Unidos, y la de no poder mover hacia el Lejano Oriente buena parte de su poderío para disuadir a Japón. En lo que se refiere a la situación estrictamente militar leemos: “Las aguas europeas planteaban poca dificultad ya que la armada alemana estaba extinta, y las armadas francesa e italiana poseían ahora solamente naves pre-Jutlandia137 y no tenían ningún programa de construcción. El Pacífico, sin embargo, era mucho más peligroso. Aquí Gran Bretaña requería un número significativo contra Japón, calculado en la base de igualdad con Japón, más un porcentaje necesario para asegurar la victoria, más un porcentaje para compensar el operar tan lejos de sus bases principales, más un porcentaje para dejar en aguas europeas para la seguridad allí. Esto significaría una proporción 3:2 sobre Japón. En el Océano Atlántico Gran Bretaña ya había aceptado el concepto de igualdad con los Estados Unidos….El Alto Mando de la Armada proveyó cinco recomendaciones; que la limitación fuera hecha en las bases de barcos capitales, que Gran Bretaña y Estados Unidos tuvieran un margen sobre Japón de 3:2, que solo los barcos post-Jutlandia fueran contados, que el reemplazo fuera efectuado dentro de más de 20 años, y que la abolición de los submarinos debía ser considerada.”138 Como única respuesta a esta situación, el gobierno británico adelantó en 1921 un modesto plan de construcción y actualización naval, tal antes reseñamos, además de proyectar un plan de guerra contra Japón que implicaba la construcción de una formidable base naval en Singapur. Este plan es explicado con lujo de detalles por Andrew Field en su libro Royal Navy Strategy in the Far East 1919 – 1939. Planning for a War against Japan. Por primera vez en un siglo, Gran Bretaña no tenía la posición de fuerza en el mar, lo que obligaba a su gobierno a una salida negociada de esta comprometedora situación. Efectivamente, en 1921 los políticos británicos no pensaban en extender el Imperio o aumentar su poder, sino en conservar lo ganado y la posición de liderazgo y prestigio que ya tenía. 137 Tras la batalla de Jutlandia de 1916, entre las armadas alemana y británica, el diseño naval cambió tremendamente, dando origen a una nueva generación de acorazados y cruceros de batalla llamados “postJutlandia”. Los teóricos navales asumieron que el país que dispusiera de más buques de esta clase aseguraría su dominio del mar. En contraste, los barcos con un diseño anterior a esta batalla fueron denominados “preJutlandia”. 138 Goldstein, E. Ob. Cit., p. 24 183 Estados Unidos, por su parte, se encontraba en una situación totalmente opuesta a la de Gran Bretaña. Desde 1916 adelantaba un monumental plan de expansión para su armada, que incluía una serie de acorazados de última generación y sus planificadores ya habían pensado la posibilidad de una guerra simultánea contra Gran Bretaña y Japón en caso de que ambos conservaran su alianza. “En 1916, en la víspera de la entrada estadounidense a la Primera Guerra Mundial, Estados Unidos había comenzado un programa de construcción naval que incluía la construcción de 156 buques; 16 barcos capitales (acorazados y cruceros de batalla) siendo éste el punto fuerte del programa….Para cuando concluyera, Estados Unidos tendría las flota de barcos capitales más modernas y poderosa en el mundo entero. Los almirantes estadounidenses y algunos dirigentes políticos, de la misma manera que el ex senador Harding, habían hablado de una marina "insuperable"….Los británicos, por supuesto, ocupaban la posición número uno en 1920, habían encontrado muchos desafíos previos en este rango, y anunciaron que ellos construirían una flota igual o superior a la de cualquier otra nación. Japón, comenzó con un programa de 8-8 diseñado para construir ocho acorazados y ocho cruceros de batalla, mostrando su intención de igualar a la flota norteamericana.”139 Aunque este escenario era el menos deseado, no se puede decir que la Armada de Estados Unidos estuviera en una actitud pasiva y temerosa; muy por el contrario su analistas y estrategas habían desarrollado un plan de guerra contra los británicos (el Plan Rojo) y otro contra los japoneses (el Plan Naranja), que podían aplicarse tanto de forma separada, como de forma conjunta. Los estrategas de la armada norteamericana, de nuevo siguiendo las teorías de Mahan, había llegado a la conclusión de que para vencer a Japón necesitarían ampliar las bases navales del Pacífico Occidental y superar a la flota japonesa en al menos 40%. Estos analistas habían planificado una monumental concentración de barcos de guerra en Hawái, que luego cruzaría velozmente el Pacífico para hacer retroceder a los japoneses en su hipotética ofensiva inicial sobre Filipinas y Guam, procediendo luego a facilitar la derrota completa de la flota enemiga y finalmente a bloquear las islas japonesas, lo que conduciría a la rendición del país asiático. Con Gran Bretaña, los 139 Ibídem, p. 126 184 planificadores desarrollaron un plan que se bastaba con la igualdad numérica entre las flotas británica y estadounidense, y que se fundamentaba en la defensa del continente americano ante los británicos. Finalmente, los expertos de la armada, señalaron que era mucho más probable que Japón interviniera en una guerra anglo-norteamericana, a que lo hiciera Gran Bretaña en un conflicto norteamericano-japonés, por lo que insistían en que el gobierno debía buscar un entendimiento con Gran Bretaña basándose en un arreglo equitativo, mientras mantenía una superioridad significativa de fuerzas respecto a Japón. Es decir, Gran Bretaña era amenazante para Estados Unidos en la misma medida en que fuera cercana a Japón, si su alianza con los nipones se rompiera, los norteamericanos podrían llegar a un entendimiento con esa nación. “Si la guerra con Gran Bretaña parecía improbable, la guerra con Japón no era inconcebible. Con la victoria japonesa sobre Rusia en 1904, los Estados Unidos cambiaron de una tranquila admiración a Japón a una clara crítica. Las acciones japonesas en Corea, China y las islas del Pacífico desde 1904 a 1920 parecieron agresivas y amenazantes a los intereses norteamericanos en aquellas áreas.”140 El único obstáculo relevante para semejante proyecto de construcción y guerra naval era la opinión pública, que se negaba a una inversión tan grande cuando la guerra ya había pasado. “La administración Harding entonces enfrentó una cuestión de política nacional – cómo demostrar liderazgo en relaciones exteriores después de la derrota de la Sociedad de Naciones, cómo aplacar a un público estadounidense que quería un alivio fiscal sobre los fondos requeridos para la construcción naval, y cómo tomar ventaja del hecho de que el Congreso bien podría no votar las asignaciones ni siquiera para finalizar los barcos ya en construcción. Ésta también enfrentó un problema internacional – cómo ganar paridad naval con Gran Bretaña sin construcciones adicionales, cómo restringir la construcción 140 Ibídem, p. 128 185 japonesa, y cómo prevenir incursiones adicionales japonesas hacia los intereses norteamericanos en el Pacífico y China.”141 Era obvio pues, que la idea de una conferencia internacional era muy ventajosa para Estados Unidos. La situación de Japón era, tal vez, la más delicada. Mientras que la armada nipona ya había señalado desde la guerra ruso-japonesa a Estados Unidos como el enemigo más probable y peligroso de Japón, y el gobierno insistía en que la alianza con Gran Bretaña debía ser el pilar de la política exterior nacional, a sus socios británicos el tratado les suponía incomodidad. Frente al monumental plan de construcción de los norteamericanos, Japón había desarrollado el llamado “Plan 8-8” que contemplaba la construcción de ocho modernos acorazados y ocho cruceros de batalla. Este proyecto evitaría que la Armada Imperial Japonesa se rezagara y mantendría a Japón en la carrera naval que ya se proyectaba. Cómo los teóricos navales nipones también eran discípulos de Mahan, podían intuir perfectamente los planes de sus homólogos estadounidenses y sabían que contramedidas tomar. Mahan ya había establecido que una flota atacante, debía poseer una superioridad de al menos 40% sobre una flota defensora para poder pensar en la victoria, y una superioridad del cincuenta para asegurarla. Por su parte, la flota defensora, se bastaba con poseer una fuerza equivalente al 70% de la atacante para resultar victoriosa. Estas premisas estratégicas serían el núcleo original de la dura discusión que se dio en Washington cuando el desarme naval se planteó en términos de diversas proporciones para cada potencia. “La concepción de los Estados Unidos como el “enemigo hipotético” de la armada había aparecido primero en la Política Imperial de Defensa Nacional de 1907….Tan temprano como en 1917 la armada japonesa parecía haber adquirido información bastante exacta sobre el plan de guerra emergente (Naranja) de la armada de los Estados Unidos. En octubre 1920 Tokio obtuvo una copia de un plan de guerra confidencial conjuntamente redactado por tres jóvenes brillantes planificadores - Harry E Yarnell, Holloway H Frost, y William S Pye - que daban una idea general de las operaciones para una ofensiva 141 Ídem 186 transpacífica. De tales informes de inteligencia el Alto Mando de la armada japonesa dedujo que la marina estadounidense requería al menos una superioridad de tres – a – dos sobre Japón en orden de avanzar su flota principal al Pacífico occidental y cortar el tráfico marítimo esencial de Japón para un bloqueo económico que resultaría en la victoria final.”142 El cuadro general que originó y precedió a la Conferencia Naval de Washington, está signado por tres factores básicos: el distanciamiento de Gran Bretaña hacia Japón, el aumento de la rivalidad norteamericano-japonesa, que se reflejaba ya en planes de guerra detallados y aprobados, y el surgimiento de una rivalidad naval británico-estadounidense. De más está decir que era un escenario de evidente riesgo para la paz del mundo y, en consecuencia, no faltaron voces traumadas por la guerra anterior que, tanto en Tokio como en Londres y Washington, afirmaron que una guerra con las proporciones de la que se vislumbraba entre las tres potencias llevaría a la humanidad a su fin. Poco después de que los gobiernos de Estados Unidos y Gran Bretaña acordaran la conferencia, con la aceptación de Japón tras la consulta británica, los norteamericanos insistieron en invitar también a Francia y a Italia a la conferencia, alegando que debía procederse a un desarme general, y que estas dos naciones debían asistir a la venidera conferencia, como potencias que eran. Por otra parte, el gobierno norteamericano insistió desde el principio en tratar temas más amplios relacionados con la seguridad en el Océano Pacífico. Después de todo, las tres mayores potencias navales del mundo, que estaban al borde de una carrera naval sin precedentes, tenían sus intereses en fricción precisamente en esa parte del mundo. “Después de la destrucción del poder naval alemán en la guerra, sólo la Royal Navy, Estados Unidos, y Japón poseían armadas poder significativo. Todos eran estados con base en el Pacífico. Así, las cuestiones de poder naval y el balance de poder en el Pacífico quedaron conectadas inextricablemente.” 143 142 143 Ibídem, p. 148 - 149 Ibídem, p. 29 187 Así pues, la conferencia tendría una vasta y variada agenda, en la que si bien el tema de la limitación del armamento naval sería el fundamental, no sería el único. Estaba claro que los norteamericanos buscaban establecer un sistema de seguridad que les diera tranquilidad y a la vez libertad, como no lo había hecho el sistema de la Sociedad de Naciones. Los meses y semanas inmediatamente anteriores a la conferencia están llenos de sucesos y anécdotas que muestran las intenciones de cada potencia, y sobre todo, rezuma la posición de fuerza en la que estaban los norteamericanos y cómo supieron explotarla. Mientras que el gobierno británico no estaba realmente preparado para la reunión, teniendo que convocar una delegación de manera apresurada, colocando al veterano Balfour como su líder; la administración Harding había realizado una cuidadosa investigación y un estudio concienzudo de la situación, formando una delegación sólida bajo el hábil liderazgo del Secretario de Estado, Charles Evans Hughes. “La delegación del Imperio Británico llegó con la presunción de que Estados Unidos estaría falto de preparación. Nada podría haber estado más lejos de la verdad. Si de algo sufrió Estados Unidos fue de un crónico exceso de preparación, mucha, no poca.”144 Mientras que Charles Evans Hughes contaba con informes sólidos preparados por la armada y la Secretaría de Estado, Balfour tuvo que ser aleccionado casi días antes de la conferencia. Mientras que los norteamericanos llegarían a la conferencia con un plan de desarme bien pergeñado y con una estrategia cuidadosamente elaborada, los británicos habían decidido no tomar ninguna iniciativa que pudiera comprometerlos. La posición de fuerza de Estados Unidos fue particularmente evidente cuando el Secretario de Estado norteamericano se negó totalmente a una reunión extraordinaria antes de la conferencia con los británicos, resistiéndose así a ofrecerles cualquier tipo de garantías antes de la discusión oficial. Fue muy interesante también que los británicos le hicieran un desplante similar a los franceses pocos días antes de inaugurarse la conferencia. 144 Ibídem, p. 27 188 Si en el caso británico hablamos de falta de preparación, en los casos de Japón, Francia e Italia podemos hablar poco menos que de desconcierto. Para los japoneses, la situación simplemente se había salido de control. La Conferencia Imperial, que habría de decidir el futuro de su alianza con Gran Bretaña había quedado en un punto muerto, y ahora la Alianza Anglo-Japonesa quedaba sometida a las discusiones de incierto de resultado de una conferencia multilateral organizada por Estados Unidos, el principal rival de Japón. “Después de la deserción de Estados Unidos (de la Sociedad de Naciones), estos temas sólo podían ser ejercidos de manera realista a través de cuerpos aparte de la Sociedad de Naciones. Japón no era el único país afectado. Japón se resistió a las limitaciones sobre su ejército, como hizo Francia, y al mismo tiempo que otros países, estaba alerta sobre las necesidades de la marina. El 11 de julio, Japón recibió un sondeo vacilante del presidente Harding sobre este tema. Poco después, el país fue informado de que, las limitaciones de armas estaba relacionadas con cuestiones del Pacífico y del Lejano Oriente, la conferencia propuesta tuvo que cubrir ese tema e incluir a China.”145 Esa era una pésima noticia para el gobierno japonés, aunque no sería la única que recibiría... Cuando los japoneses solicitaron definir la agenda de la reunión por adelantado y declararon que no aceptarían discutir ciertos temas espinosos, los norteamericanos contestaron con una seca negativa, alegando que no era el espíritu de la conferencia definir por adelantado la agenda. Era evidente la manera en que los norteamericanos estaban empeñados en controlar la situación a su favor. Es muy oportuno que autores como Ian Nish, sugieren que quizá ya en 1921 el gobierno norteamericano tenía la capacidad de intervenir las comunicaciones entre el gobierno nipón en Tokio y su embajada en Washington; pero de esto no hay seguridad. Lo que si sabemos con certeza es que el gobierno japonés vio la conferencia con gran desconfianza desde la víspera y dio instrucciones flexibles, por no decir imprecisas, a sus delegados temiendo bastante la hostilidad de Estados Unidos. En lo interno, la situación japonesa no era la mejor. Nish no dice que: 145 Nish, I. Ob. Cit., p. 26 189 “Había una rivalidad en curso entre la marina con su programa suntuoso destinado a desarrollar una flota 8-8 (ocho acorazados y ocho cruceros), considerado necesario para mantenerse a nivel con la construcción de tiempo de guerra estadounidense y británica, y el ejército con sus reclamos para cincuenta divisiones, consideradas necesarias para proteger el imperio de ultramar de Japón en Taiwán y Corea”146 Y ese no era el único problema. Takashi Hara, sólo por su carácter civil y liberal estaba claramente enfrentado a la cúpula militar del país, lo que debilitaba profundamente su posición como gobernante. Además, estaba muy claro para los analistas que la economía japonesa no podría soportar por mucho tiempo la carrera naval con Estados Unidos e incluso se estaba empezando a dudar de que pudiera completarse el plan 8-8, planteando algunos un plan 8-4, que reduciría a la mitad la cantidad de cruceros de batalla a construir. Para el gobierno japonés había pocas alternativas en la segunda mitad de 1921, o asistía a una conferencia con un ambiente claramente hostil, o no lo hacía y aumentaba peligrosamente su aislamiento internacional. La decisión más importante que tomó el premier Hara fue colocar como jefe de la delegación al Ministro de la Armada, el Barón Tomosaburo Kato. Este personaje, aunque era un militar de carrera (algo necesario para callar las voces de los militares de línea más dura), tenía un pensamiento bastante liberal y era alguien de confiar para Hara, además de eso, también podía entender los sentimientos de los oficiales de la armada, pues él mismo había sido uno de los diseñadores del “Plan 88”. “El 24 de agosto, el Primer Ministro Hara le pidió a su Ministro de la Armada, Almirante Kato Tomosaburo, ser su Plenipotenciario Jefe. La elección de un oficial activo no agradó a la prensa. Esto fue una desilusión en Japón y causa de sorpresa en Estados Unidos, que habrían preferido representantes civiles. Pero Hara, quién era un diestro estratega, debió haber pensado que cualquier resolución surgida en Washington sólo 146 Ibídem, p. 17 190 podría ser aceptada por la armada japonesa si la figura más alta de la flota estaba presente en las deliberaciones.”147 Tomosaburo Kato, venía de librar un largo debate con el Vice-Almirante Kanji Kato, en lo que se llamó la “batalla de los Kato”. El Ministro de la Armada abogaba por el entendimiento y la cooperación con las potencias anglosajonas como principal base para la seguridad nipona, y alegaba que la verdadera seguridad nacional se garantizaría potenciando la industria, pues según él, una industria poderosa podría reconvertirse hacia fines bélicos en caso de guerra, como habían hecho los estadounidenses y británicos en la guerra pasada. Pero el Vice-Almirante opinaba lo contario. “En fino contraste (con Tomosaburo Kato), el Vice-Almirante Kato Kanji, representando al personal y oficiales de línea, dio la prioridad más alta a las consideraciones militar - estratégicas, y las "lecciones" especiales que enseñó la Primera Guerra Mundial que eran notablemente diferentes. Sostuvo que los Estados Unidos, con su "enorme riqueza, recursos, y potencia industrial gigantesca", podían convertir velozmente su potencial de guerra en fuerza de lucha real en cuanto las hostilidades estallaran. Por lo tanto podía cubrir sus necesidades de seguridad con los preparativos de tiempo de paz sobre un par con una nación "pobre" como Japón. A la inversa, Japón requería un armamento de tiempo de paz grande. Otra "lección importante" de la Primera Guerra Mundial, según él, era la necesidad de provocar un encuentro decisivo a comienzos de la guerra; el fracaso de hacerlo convertiría el conflicto en una guerra larguísima de desgaste económico, para desventaja de Japón. Por lo tanto, la armada japonesa enfrentó el dilema de "esperar" que cualquier futura guerra fuera prolongada mientras se daba cuenta de que su oportunidad de la victoria se basaba en un enfrentamiento rápido al mismo tiempo. Este aprieto incitaba que a Japón acelerara su acumulación naval, y esto agravó el círculo vicioso de la carrera de armamento en el Pacífico.”148 El debate de estos dos hombres, nos recuerda de alguna manera el sostenido por Miyoji Ito y Nobuaki Makino antes de la Conferencia de París en 1918. Estamos, de nuevo, ante el pensamiento nacionalista radical frente al pensamiento liberal. En el caso más 147 148 Nish, I. Ob. Cit., p 33 - 34 Goldstein, E. Ob. Cit., p. 151 - 152 191 específico de la “batalla de los Kato” podemos ver que ambos tenían parcialmente la razón. Si bien el análisis de Kanji Kato era acertado en lo estratégico, como demostraría la guerra del Pacífico de 1941-1945, en la que Estados Unidos obtuvo la victoria merced a su mayor capacidad industrial, permitiéndole reponer las catastróficas, pero no definitivas, pérdidas iniciales, no lo era en el plano político, pues no tomaba en cuenta que cada paso de rearme que Japón tomara, sería contestado por Estados Unidos, alimentando un círculo vicioso que acercaría más y más el conflicto. Por otra parte, Tomosaburo Kato también tenía razón, en parte, al apostar por un entendimiento con Estados Unidos y Gran Bretaña, pero no tomaba en cuenta que si el gobierno tomaba una postura que pareciera demasiado blanda, provocaría una explosión política interna de impredecibles consecuencias, como en efecto ocurrió. El dilema sin solución en el que Japón se encontraba es genialmente sintetizado en este comentario de John Whitney Hall: “A partir de 1920 el Japón se encontraba con un ámbito cada vez más hostil. En 1918 las condiciones internacionales que rodeaban al Japón eran fundamentalmente distintas de las de comienzos de los años 1900….El prestigio de las democracias era grande, al igual que el de su visión de un mundo de estados democráticos coexistiendo pacíficamente. Pero en lo que al Japón se refería, esta visión occidental era una realidad cada vez más restrictiva e incluso hostil. Aunque, al principio, el Japón se esforzó por ajustarse a la nueva situación y por moverse en el tablero internacional de acuerdo con las declaraciones diplomáticas de Versalles, de Washington y de Londres, las necesidades defensivas y las aspiraciones nacionales del Japón iban entrando cada vez en mayor conflicto con los intereses de las potencias occidentales.”149 Con este dilema sin resolver, Japón marchó a la conferencia. Pero tampoco podemos decir que todas las posibilidades fuesen negativas para la nación asiática. Aunque ya en la víspera de la Conferencia Naval de Washington se podía prever que la Alianza Anglo-Japonesa llegaría a su fin, quedaba la esperanza de llegar a un honroso acuerdo anglo-nipón-estadounidense que pudiera eliminar la preocupación de la carrera naval y traerle estabilidad y paz a Asia Oriental y el Pacífico. 149 Hall, John Whitney. El Imperio Japonés. Fondo de Cultura Económica, México, 1998, p. 283 - 284 192 La conferencia comenzó el 12 de noviembre de 1921, en el Memorial Continental Hall de la ciudad de Washington, y tuvo el nombre oficial de “Conferencia Internacional sobre Limitación Naval”, presentando, en la práctica una agenda mucho más amplia y produciendo tres tratados de diversa naturaleza pero estrechamente relacionados entre sí. La delegación norteamericana estuvo integrada por: Charles Evans Hughes, Secretario de Estado; Henry Cabot Lodge, Senador y Presidente de la Comisión de Política Exterior del Senado; Oscar W. Underwood, Senador y líder de la minoría en el Senado; y Elihu Root, Ex Secretario de Guerra, Ex Secretario de Estado y Presidente del Fondo Carnegie para la Paz Internacional. En este grupo, los personajes con más peso específico eran Charles Evans Hughes, que fue el artífice de la conferencia y del plan de desarme, y Elihu Root, un político veterano que tenía larga experiencia en negociaciones con los japoneses (recordemos el Acuerdo Root-Takahira de 1908); por su parte el Senador Lodge fue incluido por su cercanía a las ideas de la administración Harding, mientras que Underwood, fue incluido sólo por ser demócrata para así darle cierta pluralidad a la delegación. La delegación del Imperio Británico estuvo formada de la siguiente manera: por Reino Unido: Arthur James Balfour, Presidente del Consejo Privado del Rey; el Barón Lee de Fareham, Primer Lord del Almirantazgo; y Sir Auckland Campbell Geddes, Embajador en Estados Unidos. Por Canadá: Robert Laird Borden, Ex Primer Ministro. Por Australia: George Foster Pearce, Ministro de Defensa. Por Nueva Zelanda: Sir John William Salmond, Juez de la Corte Suprema. Por Sudáfrica: Arthur James Balfour, como representante especial. Y por India: Valingman Sankaranarayana Srinivasa Sastri, Miembro del Consejo de Estado Indio. Curiosamente en una delegación tan grande, sólo un miembro tenía un peso real: Balfour. El resto no eran políticos demasiado destacados, quizá sólo el premier canadiense. Esta situación indicaba que el Imperio Británico quería dar una imagen compacta y centralizada, por lo que organizó una delegación agrupada alrededor del veterano Balfour. Finalmente, la delegación japonesa la componían: el Barón Tomosaburo Kato, Ministro para la Armada; el Barón Kijuro Shidehara, Embajador en Estados Unidos; el Príncipe Iyesato Tokugawa, Presidente de la Cámara de los Pares de la Dieta Imperial; y Masanao Hanihara, Viceministro de Asuntos Exteriores. De Tomosaburo Kato hablamos 193 antes, explicamos que era un militar con un pensamiento muy liberal y un hombre de confianza para los liberales del Seiyukai, sin embargo no era el único delegado de relevancia en la representación japonesa. El Barón Shidehara era ya en ese momento, y más lo sería en los años posteriores, un verdadero símbolo del liberalismo y la moderación en política exterior, Shidehara hablaba el inglés con gran fluidez y se confesaba admirador de la democracia estadounidense y británica, él además abogó siempre por una política de no intervención en China y de acercamiento a su gobierno. En 1921 se comportaba como un ferviente defensor de la cooperación y el entendimiento con Occidente, mientras que en años posteriores, siendo Ministro de Asuntos Exteriores, apoyó a China ante la Sociedad de Naciones en su reclamo de autonomía en tarifas aduaneras. Todo esto convirtió a Shidehara en un emblema de la “Democracia Taisho” de los años veinte en Japón, pero no tardaría en ser apartado del poder por la presión de los militares, que llamaban “pusilánime” a la “Diplomacia Shidehara”. Este Barón tendría una nueva aparición en la política nipona en 1945, cuando se convirtió en Primer Ministro con el beneplácito de las fuerzas de ocupación precisamente por sus antecedentes de pacifismo. Antes de retirarse, él ayudó a redactar la constitución japonesa de 1947, especialmente el particular Artículo 9, donde Japón renuncia a la guerra. Conociendo estos detalles podemos entender mejor la actitud bastante conciliadora que mostró Japón en Washington. III-B.1) El Tratado de las Cuatro Potencias, un instrumento para sustituir la Alianza Anglo-Japonesa Aunque la Conferencia Naval de Washington se había ideado como una reunión para limitar el armamento naval de las mayores potencias del mundo, su origen estaba indisolublemente ligado a la incapacidad del gobierno británico de decidir si renovaba o no la Alianza Anglo-Japonesa. Por esa razón, los líderes norteamericanos estuvieron siempre conscientes de que su seguridad no sólo se lograría con limitaciones de armas y audaces planes de guerra. Ellos sabían que era necesario un acuerdo político de gran alcance que pudiera darle una mínima garantía de seguridad a todas las potencias, incluido el propio Japón. Sólo así, podría crearse el clima de estabilidad político-militar necesario para poder 194 empezar una negociación seria sobre desarme. Tal pacto, que sería el soporte político del sistema forjado en Washington, fue el llamado “Tratado de las Cuatro Potencias”. En este acuerdo participaron Gran Bretaña, Japón y Estados Unidos además de Francia, que fue incluida por la invitación y la insistencia de Estados Unidos, buscando forjar un sistema de seguridad colectiva en el Pacífico para sustituir a la Alianza Anglo-Japonesa. Examinemos un extracto del contenido del mencionado acuerdo. “Tratado entre los Estados Unidos de América, el Imperio británico, Francia, y Japón, Firmado en Washington el 13 de diciembre de 1921 Los Estados Unidos de América, el Imperio británico, Francia y Japón, Con miras a la preservación de la paz general y el mantenimiento de sus derechos respecto a sus posesiones y dominios insulares en la región del Océano Pacífico, Han determinado concluir un Tratado a este efecto y han fijado como sus Plenipotenciarios:.. ….Quienes, habiendo comunicado sus Plenos Poderes, encontrados en buena y debida forma, han acordado como sigue: I Las Altas Partes Contratantes están de acuerdo entre ellos en respetar sus derechos respecto a sus posesiones y dominios insulares en la región del Océano Pacífico. Si allí surgiera entre alguna de las Altas Partes Contratantes una controversia fuera de cualquier materia relativa al Pacífico que implicara que sus mencionados derechos no estuvieran satisfactoriamente establecidos por la diplomacia y fuera probable que afectara el armonioso acuerdo ahora felizmente suscrito entre las partes, ellas invitarán a las otras Altas Partes Contratantes a una conferencia conjunta en la que el asunto completo sea referido para su consideración y ajuste. II Si los mencionados derechos fueran amenazados por la acción agresiva de cualquier otra potencia, las Altas Partes Contratantes se comunicarán entre sí total y francamente con en el propósito de llegar a una comprensión acerca de las medidas más eficaces a ser tomadas, conjunta o separadamente, para encontrar las exigencias de la situación particular. 195 III Este Tratado permanecerá en vigor por diez años desde el tiempo en que tome efecto, y después de la expiración del período dicho continuará estando en vigor sujeto al derecho de cualquiera de las Altas Partes Contratantes para terminarlo con doce meses de aviso. IV Este Tratado se ratificará lo más pronto posible de acuerdo con los métodos constitucionales de las Altas Partes Contratantes y tomará efecto en el depósito de ratificaciones que tendrán lugar en Washington y se derogará el acuerdo entre Gran Bretaña y Japón que concluyeron en Londres el 13 de julio de 1911. El Gobierno de los Estados Unidos transmitirá a todas las Potencias Signatarias una copia certificada del proceso verbal del depósito de ratificaciones… …Declaración suplementaria, Firmada el 13 de diciembre de 1921 Firmando el Tratado este día entre Los Estados Unidos de América, El Imperio Británico, Francia y Japón, es declarada la comprensión e intención de las Potencias Signatarias: 1. Que el Tratado aplicará a las Islas de Mandato en el Océano Pacífico, con tal de que; sin embargo que la elaboración del Tratado no se juzgará como un reconocimiento por parte de Los Estados Unidos de América a los Mandatos y no evitará los acuerdos respectivamente entre Los estados Unidos de América y los Potencias con Mandato en las islas asignadas. 2. Que las controversias referidas en el segundo parágrafo del artículo 1 no se tomarán para abarcar aquellos asuntos acordes a principios del derecho internacional que estén derogados exclusivamente dentro de la jurisdicción doméstica de las respectivas Potencias. WASHINGTON, D.C. 13 de diciembre de 1921”150 Del propio texto del tratado, podemos llegar a varias conclusiones. Primero; que se trababa de un acuerdo de seguridad y consulta colectivas que anulaba los viejos principios de diplomacia bilateral secreta y equilibrio de fuerzas, siendo muy “wilsoniano” en su apariencia exterior, pero bastante práctico en su espíritu. Segundo: que estaba claramente dirigido a garantizar la seguridad de Estados Unidos en el Pacífico, pues anulaba la alianza 150 Sin autor, “Tratado de las Cuatro Potencias”, http://avalon.law.yale.edu/20th_century/tr1921.asp (Revisado el 10 de marzo de 2009) On line. 196 de Japón y Gran Bretaña. Lógicamente, este acuerdo tendría para el gobierno estadounidense una importancia igual, sino mayor, que el tratado de limitación de armas, pues en gran medida, éste le daba sentido al del armamento. Los norteamericanos buscaban dos asuntos básicos: separar a Japón y a Gran Bretaña como aliados y establecer un arreglo en el Pacífico que les otorgara seguridad. “La Conferencia de Washington fue una continuación del proceso comenzado en París en 1919, el cual inauguró el intento de establecer un orden posbélico en la escala del que se logró en Viena un siglo antes.”151 “Antes de, durante, y después de la conferencia, el gobierno de Harding relacionó el final de la alianza a la aprobación estadounidense del tratado naval”152 Ahora bien, ¿si la no renovación de la Alianza Anglo-Japonesa era tan claramente ventajosa para Estados Unidos, por qué Gran Bretaña y Japón cedieron tan fácilmente en este aspecto concreto? Algunos comentarios del libro de Erick Goldstein pueden darnos una respuesta más clara, al menos desde la óptica británica. “Para 1921 Gran Bretaña enfrentó la fuerte presión de Estados Unidos, Canadá y China para abandonar la alianza. Presión igualmente fuerte para mantenerla vino de los otros dos Dominios, Australia y Nueva Zelanda, y de algunos miembros del Foreign Office….En 1921, ambos gobiernos (Gran Bretaña y Japón) quisieron una renegociación, pero Estados Unidos había indicado que tal continuación, por lo menos, daría la apariencia de una alianza contra Estados Unidos. La administración Harding no temía que una alianza llevara a Estados Unidos a una guerra con Gran Bretaña. No creía que los japoneses usarían el pacto para avanzar en sus intereses en Asia, con apoyo británico abierto o tácito….El catalizador para esta reconsideración (de Gran Bretaña acerca de la alianza) fue la conjunción de tres eventos clave: la próxima expiración de la Alianza Anglo-Japonesa, un cambio de administración en los Estados Unidos, y la convocatoria de la primera Conferencia Imperial desde el fin de la guerra. El último evento proveyó el foro para divulgar este debate, mientras que simultáneamente indicaba la creciente divergencia de visiones estratégicas entre los componentes del Imperio....Para llamar la atención de la iniciativa pública, Hughes (el Secretario de Estado norteamericano) se enfocó en la opinión pública mundial, e hizo difícil, por no decir imposible, para Gran Bretaña y Japón rechazar las propuestas totalmente.”153 151 Goldstein, E. Ob. Cit., p. 28 Ibídem, p. 132 153 Ibídem, pp. 250, 127, 5 y 131 152 197 En cuanto a Japón, podemos decir que no le quedó más opción que seguir a Gran Bretaña. En efecto, desde que el asunto de la renovación fue depositado por los británicos en manos de la Conferencia Imperial, los nipones perdieron el control de la situación y ya no lo recuperarían. Una vez que su socio acepta ir a la conferencia en Washington, a los japoneses no les queda otra opción que asistir. En ese momento al gobierno de Tokio le quedaban únicamente dos alternativas: o asistir a Washington y ver cómo podían defender sus intereses en ese foro multilateral, ó no acudir y exponerse a quedar peligrosamente aislado. Pero no sólo es destacable la ruptura de la Alianza Anglo-Japonesa. En la Declaración Suplementaria anexada al tratado, Estados Unidos se cubre las espaldas al no reconocer el sistema de Mandatos de la Sociedad de Naciones. Este factor revestía una importancia que iba más allá del simple hecho de que el gobierno norteamericano quisiera marcar distancia de la Sociedad de Naciones. Como explicamos anteriormente, la ocupación japonesa de buena parte del imperio colonial alemán en el Pacífico causó grandes temores en Estados Unidos, debido a que eso le daba a los nipones una posición muy ventajosa entre las posesiones norteamericanas. Además de eso, las islas arrebatadas a Alemania incluían la estratégica isla de Yap, en el archipiélago de las Carolinas; esta isla era un nudo de conexiones de cables telegráficos y quién la controlara podría dominar las comunicaciones de casi todo el Pacífico occidental. Yap entraba en el Mandato Clase C que la Sociedad de Naciones otorgó a Japón, y como tal, este país tenía plena soberanía sobre la isla. Esto iba, desde luego, en contra de los intereses en la región del gobierno norteamericano, que ya en 1919 había intentado sin éxito excluir a Yap del mandato japonés. Al no reconocer de ninguna manera el Sistema de Mandatos, los norteamericanos mantenían, jurídicamente hablando, la puerta abierta para un futuro acuerdo sobre la isla que les diera algunas garantías, cuando no que eliminara la presencia japonesa en la misma. Los norteamericanos alcanzaron el propio día 13 de diciembre de 1921, un acuerdo exitoso acerca de Yap. Ellos reconocían la posesión de la isla por Japón y los japoneses se comprometían a no utilizarla como base aeronaval y mantener abiertas las comunicaciones. Aunque el Tratado de las Cuatro Potencias significó un importante triunfo norteamericano, podemos precisar que hubo, aunque mínimas, ganancias británicas y japonesas derivadas del tratado. Gran Bretaña lograba la estabilización del status quo en el Pacífico, deshacerse de la Alianza Anglo-Japonesa sin enemistarse demasiado con los 198 nipones y un importante acercamiento a Estados Unidos, aunque sin alejarse mucho del antiguo aliado asiático. Japón, sólo obtenía una mínima garantía de seguridad al estabilizarse el status quo en la región. En realidad, Japón fue el gran perdedor del Tratado de las Cuatro Potencias. “…este pacto (el Tratado de las Cuatro Potencias) debilitaba al Japón quien perdía las ventajas de la Alianza Anglo-Japonesa”154 III-B.2) El Tratado de las Cinco Potencias, una “camisa de fuerza” para el poderío naval japonés Habiendo establecido ya las bases políticas, las partes podían centrarse en terminar de negociar el desarme. Como en cualquier negociación de este tipo, en Washington los números serían cruciales. Mientras que en una negociación marcada por la bipolaridad, como en el caso de los acuerdos SALT I y II entre la URSS y EE.UU., se tiende inevitablemente a una paridad en el recorte de armamento; en Washington había un cierto caos multipolar, por lo que realmente no era un asunto fácil llegar a un consenso sobre las proporciones de armas de cada potencia. Este era un tema particularmente complejo, por las propias características de la guerra naval y de los planes de guerra de cada país implicado en las negociaciones. A diferencia de la guerra en tierra, donde tras una batalla decisiva perdida hay, por lo general, más oportunidades para revertir la situación aprovechando múltiples factores; o de la guerra nuclear, en la que después de cierto número de armas atómicas se llega a la llamada “Suma Cero”155; en la contienda naval, después de una batalla total, la parte perdedora a menudo queda derrotada definitivamente. Por eso, cuando se planifica la guerra naval, se debe llevar a cabo una intensa preparación para llegar en las mejores condiciones posibles a esa batalla total. De esta manera, el tema de las proporciones de barcos por nación resultaría ser un verdadero quebradero de cabeza. 154 Eduardo Camps, Historia de Japón, 1450-1990 en “Historia de Japón” en http://www.eduardocamps.com (Revisado el 10 de marzo de 2009) On line 155 Se llamó “Suma Cero” al escenario de guerra nuclear entre la URSS y EE.UU. en el que ninguna de las dos potencias podría prevalecer por el propio poder destructivo de las armas nucleares y de la paridad existente. Esta “Suma Cero” o incapacidad de vencer al contrario también fue llamada “Destrucción Mutua Asegurada” convirtiéndose en el principal elemento disuasivo que evitó una Tercera Guerra Mundial. 199 El Tratado de las Cinco Potencias, o Tratado Naval de Washington, resultó ser un documento bastante extenso, sobre todo para lo que habitualmente eran los tratados internacionales en la época, de unas diecinueve páginas y veinticuatro artículos. En él se establecieron las proporciones a las que se limitarían los tonelajes de las armadas de los signatarios, las indicaciones para el desechado de los barcos, la llamada “vacación naval” y disposiciones de carácter vario. Veamos algunos de los artículos más importantes: “CONFERENCIA PARA LA LIMITACIÓN DE ARMAMENTO, WASHINGTON, 12 de NOVIEMBRE de 1921-6 de FEBRERO de 1922 Tratado entre los Estados Unidos de América, el Imperio Británico, Francia, Italia, y Japón, Firmado en Washington, el 6 de febrero de 1922 Los Estados Unidos de América, el Imperio Británico, Francia, Italia y Japón: Deseando contribuir al mantenimiento de la paz general, y reducir las cargas de la competición en armamento;…. CAPÍTULO I. - PREVISIONES GENERALES QUE RELATIVAS A LA LIMITACIÓN DE ARMAMENTO NAVAL Artículo I Las Potencias Contratantes están de acuerdo en limitar su respectivo armamento naval como establece el presente Tratado. Artículo II Las Potencias Contratantes podrán retener los buques de línea que se especifican en el Capítulo II, Parte 1. En la entrada en vigor del presente Tratado, pero sujeto a los previsiones siguientes de este Artículo, todos los otros buques de línea, construidas o en construcción, de los Estados Unidos, el Imperio Británico y Japón se dispondrán como esta prescrito en el Capítulo II, Parte 2. 200 Además de las naves importantes especificadas en el Capítulo II, Parte 1, los Estados Unidos podrán completar y podrán retener dos barcos de la clase West Virgina ahora en construcción. En la realización de estos dos barcos, el North Dakota y Delaware, se dispondrá como está prescrito en el Capítulo II, Parte 2. El Imperio Británico podrá, de acuerdo con la tabla de reemplazo en el Capítulo II, Parte 3, construir dos nuevas naves capitanas que no excedan las 35,000 toneladas (35,560 toneladas métricas) de desplazamiento normal cada una. En la realización de dichas dos naves el Thunderer, Rey George V, Áyax y Centurión se dispondrá como está prescrito en el Capítulo II, Parte 2. Artículo III Sujeto a las previsiones del Artículo II, las Potencias Contratantes abandonarán sus respectivos programas de construcción de buques de línea, y ninguna nueva nave importante será construida o adquirida por cualquiera de las Potencias Contratantes excepto el tonelaje de reemplazo que pueda construirse o pueda adquirirse como se especifica en el Capítulo II, Parte 3. Las naves que se reemplacen de acuerdo con el Capítulo II, Parte 3, se dispondrán como está prescrito en la Parte 2 de este Capítulo. Artículo IV El tonelaje total de reemplazo de buques de línea de cada una de las Potencias Contratantes no excederá en el desplazamiento normal, para los Estados Unidos las 525,000 toneladas (533,400 toneladas métricas); para el Imperio Británico las 525,000 toneladas (533,400 toneladas métricas); para Francia las 175,000 toneladas (177,800 toneladas métricas); para Italia las 175,000 toneladas (177,800 toneladas métricas); y para Japón las 315,000 toneladas (320,040 toneladas métricas). Artículo V Ningún buque de línea que exceda las 35,000 toneladas (35,560 toneladas métricas) de desplazamiento normal será adquirida, o construida por, para, o dentro de la jurisdicción de, cualquiera de las Potencias Contratantes… …Artículo VII 201 El tonelaje total para los portaaviones de cada una de las Potencias Contratantes no excederá en el desplazamiento normal, para los Estados Unidos las 135,000 toneladas (137,160 toneladas métricas); para el Imperio Británico las 135,000 toneladas (137,160 toneladas métricas); para Francia las 60,000 toneladas (60,960 toneladas métricas); para Italia las 60,000 toneladas (60,960 toneladas métricas); y para Japón las 81,000 toneladas (82,296 toneladas métricas). Artículo IX Ningún portaaviones que exceda las 27,000 toneladas (27,432 toneladas métricas) de desplazamiento normal se adquirirá, o construirá por, para o dentro de la jurisdicción de, cualquiera de las Potencias Contratantes. Sin embargo, cualquiera de las Potencias Contratantes podrá, con tal de que su concesión de tonelaje total de portaaviones no se exceda por eso, no construir más de dos portaaviones, cada uno de un tonelaje no mayor de 33,000 toneladas (33,528 toneladas métricas) de desplazamiento normal, y para efectuar la economía cualquiera de las Potencias Contratantes podrá usar para este propósito cualquiera de sus dos naves, si se construyó en el curso de construcción que se desecharía por otra parte bajo las previsiones del Artículo II. El armamento de cualquier portaaviones que exceda las 27,000 toneladas (27,432 toneladas métricas) de desplazamiento normal estará de acuerdo con los requisitos de Artículo X, sólo que el número total de armas a ser llevado en caso de que cualquiera de aquellas armas que excedan las 6 pulgadas (152 milímetros), excepto las armas antiaéreas y cazas con ametralladoras que no excedan las 5 pulgadas (127 milímetros), no excederán a ocho… …Artículo XIX Los Estados Unidos, el Imperio Británico y Japón están de acuerdo que el statu quo en el momento de la firma del presente Tratado, con respecto a las fortificaciones y las bases navales, se mantendrá en sus territorios respectivos y posesiones especificadas más abajo: (1) Las posesiones insulares que los Estados Unidos ahora mantengan o puedan adquirir de ahora en adelante en el Océano Pacífico, excepto (a) aquellas adyacentes a la costa de los Estados Unidos, Alaska y la Zona del Canal de Panamá, sin incluir las Islas Aleutianas, y (b) las Islas Hawaianas; (2) Hong Kong y las posesiones insulares que el Imperio Británico posea ahora o pueda adquirir de ahora en adelante en el Océano Pacífico, al este del meridiano de 110° de 202 Longitud Este, excepto (a) aquellos adyacentes a la costa de Canadá, (b) el Commonwealth de Australia y sus Territorios, y (c) Nueva Zelanda; (3) Los territorios insulares siguientes y posesiones de Japón en el Océano Pacífico: las Islas Kuriles, las Islas Bonin, Amami-Oshima, las Islas Loochoo, Formosa y Pescadores, y cualquier territorio insular o posesiones en el Océano Pacífico que Japón pueda adquirir de ahora en adelante. El mantenimiento del statu quo bajo las previsiones anteriores implica que no se establecerá ninguna nueva fortificación o bases navales en los territorios y posesiones especificadas; que no se tomará ninguna medida para aumentar los medios navales existentes para la reparación y mantenimiento de fuerzas navales, y que ningún aumento se hará en las defensas de la costa de los territorios y posesiones especificados. Esta restricción, sin embargo, no evita las reparaciones y reemplazo de armas estropeadas y equipo como es de costumbre en los establecimientos navales y militares en tiempos de paz… …Articulo XXI Si durante el término del presente Tratado los requisitos de la seguridad nacional de cualquiera de las Potencias Contratantes con respecto a la defensa naval estuvieran, en la opinión de esa Potencia, materialmente afectados por cualquier cambio de circunstancias, las Potencias Contratantes, a demanda de tal Potencia, se encontrarán en conferencia con miras a la reconsideración de las previsiones del Tratado y su enmienda por acuerdo mutuo. En vista de los posibles desarrollos técnicos y científicos, los Estados Unidos, después de consultar con las otras Potencias Contratantes, preparará una conferencia de todas las Potencias Contratantes que convendrán lo más pronto posible después de ocho años a partir de la entrada en vigor del presente Tratado en considerar qué cambios, cualquiera que sean, puedan ser necesarios incluir en el Tratado para cubrir cualquier desarrollo… …Articulo XXIII El Tratado presente permanecerá en vigor hasta el 31 de diciembre de 1936, y en caso de que ninguna de las Potencias Contratantes haya avisado con dos años de antelación de esa fecha su intención terminar el tratado, este continuará en vigor hasta la expiración de dos años desde la fecha en que se notificará por una de las Potencias Contratantes, después de lo cual el Tratado terminará como memorias de todas las Potencias 203 Contratantes. Tal aviso se comunicará por escrito al Gobierno de los Estados Unidos que transmitirá inmediatamente una copia certificada de la notificación a las otras Potencias y las informará de la fecha en que fue recibido. El aviso se juzgará por haber sido dado y entrará en vigor en esa fecha. En caso de que el aviso de terminación que sea dado por el Gobierno de los Estados Unidos, se notificará a los representantes diplomáticos en Washington de las otras Potencias Contratantes, y el aviso se juzgará por haber sido dado y entrará en vigor en la fecha de la comunicación hecha a los representantes diplomáticos. Dentro de un año de la fecha en que un aviso de terminación por cualquier Potencia haya entrado en vigor, todas las Potencias Contratantes se encontrarán en conferencia. Articulo XXIV El Tratado presente será ratificado por las Potencias Contratantes de acuerdo a sus métodos constitucionales respectivos y entrará en vigor en la fecha del depósito de todas las ratificaciones que tendrán lugar lo más pronto posible en Washington. El Gobierno de los Estados Unidos transmitirá a las otras Potencias Contratantes una copia certificada del proceso verbal del depósito de ratificaciones. El presente Tratado, del cual los textos en francés e inglés son ambos auténticos, permanecerá depositado en los archivos del Gobierno de los Estados Unidos, y copia debidamente certificada del mismo será transmitido por ese Gobierno a las otras Potencias Contratantes. EN FE DE QUE los Plenipotenciarios antes dichos han firmado el presente Tratado. FIRMADO en la ciudad de Washington el sexto día de febrero, de Mil Novecientos Veintidós.”156 Entre lo más destacado de esta selección podemos señalar que los Artículos de I al III hablan del desecho y reemplazo de buques de línea; mientras que ya el Artículo IV toca el complicado punto de las proporciones de armamento. Como vemos, se establecen 525.000 toneladas tanto para Gran Bretaña como para Estados Unidos y 315.000 para Japón. Redondeando un poco la cifra, obtenemos que a Japón le fue asignado un tonelaje equivalente al 60% del de Estados Unidos, justo el número mínimo que ponía matemáticamente, según Mahan, a la armada estadounidense en posición ganadora. ¿Por 156 Sin Autor, Tratado Naval de Washington, en http://www.ibiblio.org/pha/pre-war/1922/nav_lim.html (Revisado el 10 marzo de 2009) On line 204 qué lo japoneses aceptaron un tonelaje que les era claramente desventajoso? Existen varias hipótesis. Una de ellas es que los delegados Kato y Shidehara aceptaron esto en virtud de su línea diplomática conciliadora con las potencias anglosajonas. Sin embargo, es poco verosímil pensar que estos dos líderes aceptaran una proporción desventajosa sin más, y sin tomar en cuenta la previsible indignación de los oficiales de la armada y de los sectores más nacionalistas que desde 1907 venían defendiendo la proporción de 70% como parte imprescindible de la estrategia de guerra contra Estados Unidos. “Para esta época la visión de la Armada había sido formulada en la base de las siguientes directrices: (1) la necesidad de una proporción de 70% como un imperativo estratégico; (2) su corolario, un plan de construcción para una flota ocho-ocho (consistente en ocho acorazados y ocho cruceros de batalla); y (3) la concepción de los Estados Unidos como el “enemigo hipotético” de la Armada Japonesa. Estas doctrinas estaban desde luego interrelacionadas, y el abandono de la primera directriz en la Conferencia de Washington amenazó a las otras dos….La idea de una proporción de 70% como mínima defensa de Japón frente a Estados Unidos descansaba en la premisa de que la armada enemiga atacante necesitaría un margen de al menos 50% de superioridad sobre la flota defensora. Esto implicaba una proporción de 70% para la Armada Japonesa. Para la Armada Japonesa, por lo tanto, la aparentemente menor diferencia entre 60 y 70% hacía la diferencia entre la victoria y la derrota.”157 Esta hipótesis resulta entonces insuficiente para explicar por qué la delegación japonesa aceptó la proporción de 60%. Más deficiente resulta aún cuando tomamos en cuenta que ya durante los debates de la conferencia, personajes como el Vicealmirante Kanji Kato presionaron activamente por la igualdad con Gran Bretaña y Estados Unidos en el tonelaje de la armada, y más bien dijeron que aceptar un tonelaje equivalente al 70% del de Estados Unidos, era la máxima concesión que Japón debía proporcionar. Estos oficiales de la armada nunca aceptaron del todo los acuerdos de Washington y siguieron presionando por la proporción de 70%. 157 Goldstein, E. Ob. Cit., p. 148 205 “Por lo tanto, las decisiones políticas de aceptar el arreglo de acuerdo dejaron de tomar raíz en la política naval siguiente de Japón; sin embargo, la reacción de los hombres de la armada, si alguna cosa, reforzaron fue su obsesión con la proporción del 70 % y su noción de los Estados Unidos como el hipotético, sino inevitable, enemigo.”158 Los argumentos de Estados Unidos y Gran Bretaña para justificar su mayor tamaño en la flota frente a Japón fueron razonables, pero no convincentes del todo. Ambas potencias anglosajonas alegaron que tenían intereses en varios océanos (el Pacífico y el Atlántico en el caso norteamericano, y el Atlántico, el Mar Mediterráneo, el Océano Indico y el Pacífico en el caso británico) mientras que Japón tenía intereses únicamente en el Pacífico. Sin embargo, los japoneses nunca aceptaron completamente ese argumento, que perdía toda solidez al observar el caso de Francia, que había sido limitada a un tonelaje aún mucho menor teniendo intereses en el Atlántico, el Mediterráneo y el Pacífico. De hecho, resulta oportuno explicar que los franceses lucharon vehementemente por una proporción igual a la de Japón, pero las presiones de Gran Bretaña e Italia, que solicitaba igualdad con Francia por desconfianzas en el Mediterráneo, y la propia ausencia de un plan de construcción naval francés igual al de los de Estados Unidos, Gran Bretaña o Japón, echaron por tierra sus aspiraciones. Una hipótesis más probable es aquella que deriva del Artículo XIX. En él, los estadounidenses y británicos renuncian a construir nuevas fortificaciones navales, y a ampliar las ya existentes, en el Pacífico Occidental. Esto a cambio del mínimo costo de que Japón hiciera lo mismo en varias posesiones insulares menores. Era evidentemente una cláusula favorable a Japón. Son muchos los historiadores y analistas que afirman que tal artículo fue diseñado por Tomosaburo Kato como una contrapartida por haber aceptado la proporción del 60%. En efecto, se canjeaba una inferioridad absoluta de fuerzas navales por una superioridad relativa en la región. La estrategia de Kato partía de varias premisas: la primera, que ni Estados Unidos ni el Imperio Británico podían colocar sus 525.000 toneladas de flota en el Pacífico, pues debían defender sus intereses en otras parte del mundo; segunda, que el Imperio Británico y Estados Unidos necesitaban grandes bases navales, que no tenían, al norte y este de 158 Ibídem, p. 155 206 Singapur el primero y al oeste de Hawái el segundo, para poder emprender cualquier tipo de acción hostil contra Japón. “Los contratiempos sobre (la conservación por Japón de) el (acorazado) Matsu y la proporción del tonelaje de los barcos capitales estaba deteniendo también esto (las negociaciones) porque esto creó la demanda japonesa por un acuerdo prohibiendo fortificaciones adicionales en bases navales y así la construcción de nuevas bases fortificadas en el Pacífico. Japón vio las bases de Hong Kong, Hawái, Guam y Filipinas como una amenaza a su seguridad; cada una de las otras potencias temió el desarrollo de bases navales japonesas en las Pescadores, Bonin y en Formosa....El problema que se presentaba a los planificadores de guerra estadounidenses cuando consideraron una campaña Naranja era en gran parte logístico - cómo sostener la flota superior de batalla estadounidense al desplazarse 7000 millas al otro lado del Pacífico a las Filipinas. En 1919, el soporte logístico estadounidense en una campaña contra Japón era seguro tan al oeste como Pearl Harbor….El punto de vista logístico para la marina después de 1919 era por lo demás mejor por la inauguración del Canal de Panamá, por la conversión progresiva de la flota de carbón a diesel, y significativamente por la espectacular expansión de la marina mercante estadounidense….Estimaciones preparadas por los asesores mayores del secretario de la Armada en el Alto Mando y por los planificadores de guerra en la Oficina de Operaciones Navales en 1919-1920 reflejaron una constante sospecha de ambos, Gran Bretaña y Japón, aún unidos por la Alianza Anglo-Japonesa.”159 Por lo tanto, si se les obligaba a renunciar a establecer bases navales en el cuadrante noroccidental del Pacífico, Japón obtendría una hegemonía regional que le conferiría una mínima seguridad. Esta hipótesis resulta más verosímil y sigue encajando en la línea conciliadora de Kato y Shidehara. Estos dos líderes, sin embargo, no tomaron en cuenta que aunque su estrategia era bastante acertada en lo práctico, en realidad era muy humillante para Japón, sobre todo en el aspecto simbólico, lesionando su posición como potencia mundial. Este intercambio entre una flota más pequeña y no más bases navales en el Pacífico Occidental no fue tan fácil como parece. Cuando los norteamericanos plantearon sus propuestas iniciales, muy drásticas por cierto, tanto que llegaron a producir caras de infarto entre las delegaciones británica y japonesa, Kato muy preocupado telegrafió a Tokio 159 Goldstein, E. Ob. Cit., pp. 85 y 103 207 pidiendo instrucciones y él mismo dio cuatro opciones. Primera: mantener la contrapropuesta original japonesa de una relación 10 a 7 entre las armadas norteamericana y japonesa y que Japón retuviera al poderoso acorazado Mutsu recién construido; segunda: sugerir una proporción de 10 a 6,5 manteniendo el Mutsu; tercera: proponer una proporción de 10 a 6 manteniendo el Mutsu, o cuarta: aceptar la propuesta norteamericana inicial, que significaba aceptar una proporción de 10 a 6 o su equivalente de 5 a 3, desguazando el Mutsu. El gabinete y la armada se pronunciaron a favor de la segunda opción y agregaron la idea de las bases en el Pacífico Occidental, ¿Qué motivó esta decisión?... Fundamentalmente, razones económicas. Para 1921 la competencia naval estaba agudizándose tanto que el acero de alta calidad estaba escaseando en el mercado mundial y la conversión de las mayores flotas de guerra del mundo de calderas de carbón a turbinas de diesel preocupaba seriamente a los japoneses porque su país no tenía un buen abastecimiento de petróleo. Además de eso, ya a finales de 1921 tanto Kato, como el gabinete y el Alto Mando de la Armada Imperial Japonesa sabían que el Plan 8-8 era irrealizable, y que aún completándose, Estados Unidos podría aumentar su propio plan de construcción naval y dejar atrás a Japón. Todos estos factores llevaron a Japón a optar por la salida negociada de la pugna y a intercambiar la inferioridad absoluta de fuerzas por la superioridad relativa en el Pacífico Occidental. El asunto de las proporciones del tonelaje y de las bases navales angloestadounidenses en el Pacífico Occidental son, en esencia, los dos puntos cruciales para Japón del Tratado de las Cinco Potencias. Lo demás se refiere a los puntos de desecho y reemplazo de buques, y a la llamada vacación naval que debía iniciarse al entrar en vigor el tratado y extenderse hasta más allá de 1930. Esta vacación naval consistiría en detener por completo la construcción de nuevos buques de línea e irlos sustituyendo uno a uno mediante un estricto control de tiempo y sin sobrepasar los límites del tonelaje asignado. Este punto concreto fue origen de grandes desconfianzas y discusiones entre los estadounidenses y los británicos, pues los segundos pensaban que esa larga vacación dejaría a la Royal Navy incapaz de modernizarse al quedar en desuso buena parte de los astilleros y desempleados gran parte de los técnicos. Entre las particularidades del tratado encontramos que no limitó la cantidad de armas menores, como cruceros ligeros, destructores y submarinos, y que nunca se puso control a la cantidad de aviones que podían embarcarse en 208 los portaaviones. Este asunto también es producto de debate entre los expertos de hoy. Mientras que unos afirman que en 1921 los teóricos navales subestimaban el poder de este nuevo tipo de barcos, así como el papel del avión en la guerra naval, otros afirman que tanto los británicos, como los japoneses y los norteamericanos ya habían avizorado que el nuevo tipo de embarcación cambiaría la guerra naval, no queriendo limitar la cantidad de aviones, esperando que sus ingenieros pudieran construir barcos que, sin exceder el tonelaje máximo, pudieran embarcar más aeronaves que las del contrario. Desde que analizamos la Conferencia de Paz de París de 1919, hemos venido hablando de la formación de un “Muro Anglo-Estadounidense” contra Japón. Ahora bien, ¿Por qué el muro que se empezó a levantar en 1919 se consolidó en 1921-22?, el historiador Eduardo Camps nos puede ofrecer algunas respuestas al respecto. “Sin entrar en los detalles de la carrera armamentista, especialmente en la cuestión naval, que se desarrolló entre EE.UU. y Japón, era obvio que los países occidentales veían con preocupación el ingreso de Japón al exclusivo club de las naciones industrializadas, y su creciente importancia en los asuntos asiáticos. Para ello se reunieron en Washington en noviembre de 1921....Los EE.UU. propusieron una limitación de las fuerzas navales lo que daba ventajas sustanciales a los EE.UU. y a Inglaterra, Japón tuvo que aceptar unas limitaciones que reducían su papel en el Lejano Oriente y en el Pacífico.”160 Es más que evidente pues que para 1921 Japón se había convertido para los líderes anglo-estadounidenses en una amenaza a los intereses de sus naciones, y por tal motivo, terminaron haciendo causa común, a pesar de sus diferencias, contra la potencia asiática. El Tratado de las Cinco Potencias fue, en efecto la “camisa de fuerza” que se le colocó al poder militar japonés para tranquilidad de Washington y Londres. 160 Eduardo Camps, Ob. Cit., (Revisado el 10 de marzo de 2009) On line 209 III-B.3) El Tratado de las Nueve Potencias, el establecimiento oficial de la “Puerta Abierta” en China. El tercer acuerdo firmado en la Conferencia Naval de Washington fue el llamado Tratado de las Nueve Potencias y estuvo centrado en confirmar un equilibrio de fuerzas en China, siendo de alguna manera igual en esencia al de las Cuatro Potencias, pero teniendo como eje el gigantesco país asiático e incluyendo en las negociaciones a potencias menores como Bélgica, Países Bajos y Portugal además de la propia China. Como hemos venido señalando, Estados Unidos persiguió desde finales del siglo XIX el desmantelamiento de las zonas de influencia de los europeos, y más tarde también de los japoneses, en China para poder abrir aquel inmenso mercado a su propio comercio. Podríamos incluso decir que se trataba de una lucha entre el sistema colonialista tradicional, defendido por los europeos; frente a una suerte de temprano neocolonialismo, defendido por Estados Unidos y en menor medida por Gran Bretaña. El sistema de dominación occidental sobre China se fue refinando y complicando bastante desde que los británicos forzaron el país a abrirse tras vencerlo en la Guerra de Opio de 1842. Sin embargo, para 1914 parecía que el sistema de esferas de influencia bien delimitadas pronto iba a despedazar a China, para gran preocupación norteamericana. Este proceso fue cortado bruscamente con la Primera Guerra Mundial, y los japoneses intentaron capitalizar esta coyuntura a su favor. Cómo argumentamos arriba, China y Japón no pudieron llegar a un acuerdo acerca de sus diferencias y no firmaron ningún acuerdo, lo que confirió a Japón ventajas fácticas y desventajas jurídicas. Era de esperarse que el gobierno norteamericano intentara resolver a su favor, y al de China, el asunto que en Versalles había quedado sin solución, estableciendo, además, un orden definitivo en el gigante asiático. Mientras que el Tratado de las Cuatro Potencias buscó establecer un orden estable ante una rivalidad político-militar en el Pacífico, el Tratado de las Nueve Potencias se centró en establecer un orden ante una enconada rivalidad económica y política. China había sido desde mediados del siglo XIX el gran objeto de disputa entre las potencias industriales; incluso se ha dicho que ya en aquella época ese país era un motor del capitalismo mundial. Era, por tanto, más que lógico, que tras la Gran Guerra, las potencias europeas y Estados Unidos volvieran su mirada de nuevo hacia China, ¿Que encontraron al 210 hacerlo?; a Japón dominando la situación a nivel político, económico y militar no sólo en China, sino también en el Lejano Oriente Ruso y con una fuerte penetración económica hacia el Sudeste Asiático. Demás está decir que Japón por aquellos días causaba un gran temor entre las potencias occidentales, y no únicamente en lo militar, sino también en lo económico, que es, a fin de cuentas, lo que condiciona en la mayoría de los casos las acciones de las grandes potencias tanto en el pasado como en el presente. “Para 1920 Japón era indiscutiblemente una potencia mundial. El vacío creado en los mercados internacionales por la primera conflagración mundial había dado acceso a los mercados coloniales de las grandes potencias europeas, llegando en algunos casos a desplazar a algunas de ellas y a erosionar a otras. Por ejemplo, Japón había sustituido a Inglaterra como principal comprador de algodón y como proveedor de textiles en la India. Había desplazado a Holanda del rico comercio de caucho que esa nación occidental había mantenido sobre Indonesia y parte de Malasia, Francia también se había visto afectada por la penetración de bienes manufacturados japoneses en sus posesiones en la Indochina francesa….A partir de 1920, cuando la golpeada maquinaria industrial europea comienza a recuperarse, Japón comienza a recibir presiones diplomáticas y económicas para obligarlo a “entregar” los mercados que por ausencia de sus legítimos “propietarios” había explotado. Las potencias occidentales no demostraban ninguna preocupación por los efectos que la contracción del aparato productivo causaría sobre la sociedad y la estabilidad política de ese país….Sospecho que la desestabilización económica del Japón era deseada por algunos líderes de la post-guerra que veían en el joven Imperio un peligro para la dominación europea sobre el resto del mundo.”161 Sin otros comentarios preliminares veamos algunos de los artículos más importantes del Tratado de las Nueve Potencias. “Tratado entre los Estados Unidos de América, Bélgica, el Imperio Británico, China, Francia, Italia, Japón, Países Bajos, y Portugal, Firmado en Washington el 6 de febrero de 1922 Los Estados Unidos de América, Bélgica, el Imperio Británico, China, Francia, Italia, Japón, Países Bajos y Portugal: 161 Eduardo Camps, Ob. Cit., (Revisado el 10 de marzo de 2009) On line 211 Deseando adoptar una política destinada a estabilizar las condiciones en el Lejano Oriente, salvaguardar los derechos e intereses de China, y promover el entendimiento entre China y las otras Potencias sobre la base de igualdad de oportunidad;… …Quienes, habiendo comunicado sus poderes llenos, encontrándose en buena y debida forma, han aceptado como sigue: Artículo I Las Potencias Contratantes, al igual que China, están de acuerdo en: (1) Respetar la soberanía, independencia, e integridad territorial y administrativa de China; (2) Proporcionar la mejor y más amplia oportunidad a China para desarrollarse y mantener un gobierno eficaz y estable; (3) Usar su influencia con el propósito de establecer y mantener eficazmente el principio de igualdad de oportunidades para el comercio e industria de todas las naciones a lo largo del territorio de China; (4) Abstenerse de aprovecharse de las de condiciones en China para buscar derechos especiales o privilegios que abarcaran los derechos de sujetos o ciudadanos de Estados Amigos, y de apoyar acciones hostiles a la seguridad de tales Estados. Artículo II Las Potencias Contratantes están de acuerdo en no entrar en cualquier tratado, acuerdo, arreglo, o comprensión, entre si, individual o colectivamente, con cualquier Potencia o Potencias que infringieran o vulneraran los principios declarados en el Artículo I…. …Artículo IV Las Potencias Contratantes están de acuerdo en no apoyar ningún acuerdo entre sí por sus nacionales respectivos que esté diseñado para crear Esferas de Influencia o mantener el goce de oportunidades mutuamente exclusivas en partes designadas del territorio chino. Artículo V China está de acuerdo en que, a lo largo de todos los ferrocarriles en China, no ejercerá o permitirá, discriminaciones injustas de cualquier tipo. No habrá ninguna discriminación en particular, directa o indirecta, con respecto de cargos o de facilidades en la nacionalidad de pasajeros, los países de los que provengan, el origen o propiedad de bienes en el país que posean, nacionalidad o propiedad del barco u otros medios de llevar a tales pasajeros o bienes antes o después de su transporte en los vías ferrocarriles chinos. 212 Las Potencias Contratantes, al igual que China, asumen una obligación correspondiente con respecto de cualquiera de los ferrocarriles mencionadas sobre las que sus nacionales estén en posición ejercer cualquier control en la virtud de cualquier concesión, acuerdo especial o de otro tipo. Artículo VI Las Potencias Contratantes, al igual que China, están de acuerdo en respetar los derechos de China como nación neutral en tiempo de guerra en la que China no sea parte; y China declara que cuando ella sea una nación neutral se atendrá a las obligaciones de su neutralidad. Artículo VII Las Potencias Contratantes están de acuerdo en que, siempre que surja una situación qué en la opinión de cualquiera de una de ellas involucre la aplicación de las estipulaciones del Tratado, y se preste a una discusión deseable de tal aplicación, habrá comunicación plena y franca entre las Potencias Contratantes involucradas… …EN FE DE QUE los Plenipotenciarios antes mencionados han firmado el Tratado presente. FIRMADO en la ciudad de Washington el Sexto día del mes de febrero de Mil Novecientos Veintidós”162 Mientras que en los Artículos I, II y IV se establecen la integridad territorial, la independencia y soberanía de China como principios inviolables para los signatarios, en el Artículo V se libera a los ferrocarriles chinos del poder extranjero (práctica muy utilizada por Rusia y Japón en diferentes momentos, recordemos que Japón había capturado el importante Ferrocarril de Shandong en 1914). Además en los Artículos VI y VII se protege la neutralidad de China en caso de conflicto y los signatarios se comprometen a consultarse en caso de crisis. Estos artículos, por su contenido específico, parecieran haber sido redactados de forma clara y determinante contra las ambiciones de Japón y sus prácticas habituales. En efecto, los japoneses habían sido la única nación que había violado la neutralidad de China en casi un siglo de penetración extranjera, pues nunca antes dos potencias extranjeras habían dirimido sus diferencias sobre territorio chino, como sí lo 162 Sin Autor, Tratado de las Nueve Potencias, en http://www.ibiblio.org/pha/pre-war/1922/nav_lim.html (Revisado el 10 de marzo de 2009) On line 213 había hecho Japón en 1904 contra Rusia al atacar Port Arthur y más notoriamente en 1914 cuando asaltó Qingdao. Por otra parte, hacia finales de los años diez del siglo XX, Japón era la potencia que más practicaba el monopolio y que más fuertemente controlaba los ferrocarriles en sus zonas de interés, desarrollando todavía más las prácticas imperialistas aprendidas de Rusia y Alemania. El Tratado de las Nueve Potencias desmantelaba completamente, en varios artículos, el sistema de Zonas de Influencia, lo cual, afectaba directamente los intereses de los japoneses, que buscaban asegurarse mercados y áreas específicas para no tener que competir con la industria europea y norteamericana. Sin embargo, ya antes de 1919 liberales como Hara, Makino y Shidehara habían destacado la importancia de que Japón “renovara” sus prácticas hacia China y que fuera un pionero en el desmantelamiento del sistema de Zonas de Influencia. Ellos consideraban que la industria japonesa ya podía asumir el reto de la libre competencia con los occidentales en China y que tomar la iniciativa en esta materia le reportaría grandes beneficios en el plano político. Aún tomando como acertadas las opiniones de los liberales, seguía siendo cierto que si el sistema de Zonas de Influencia desaparecía y Japón asumía la competencia comercial en términos paritarios con los occidentales, Japón renunciaría entonces a la tesis de sus “intereses especiales” en China que se había defendido por tantos años de forma tan vehemente, a favor de la “puerta abierta” defendida por Estados Unidos. Cuando Japón firmó este tratado, si bien no quedó fuera de la competencia comercial por China, si tuvo que aceptar la igualdad de condiciones con Occidente. Ahora bien, si el Tratado de las Nueve Potencias fue de alguna manera la resolución definitiva de la larga pugna norteamericano-japonesa sobre China, la inclinación definitiva de la balanza hacia una de las dos interpretaciones ofrecidas al Acuerdo Lansing-Ishii de 1917. Si durante la guerra como durante la Conferencia de Paz de París, Gran Bretaña había dejado en mayor o menor medida a Japón libre para actuar según sus propios intereses, ¿Qué papel jugó, entonces, Gran Bretaña esta vez? “Así, la clave de la estabilidad a largo plazo en el Lejano Oriente era la rehabilitación de China; Gran Bretaña era demasiado débil para promocionar esto sola; 214 la Alianza Anglo-Japonesa no serviría como base para un enfoque de colaboración para este fin; por lo tanto el soporte de los Estados Unidos era esencial”163 Gran Bretaña tenía los mismos temores que Estados Unidos hacia Japón en cuanto a su cada vez mayor peso en China. El gobierno británico pareció haberse dado cuenta de que se necesitaba un mínimo de fuerza en el gobierno chino, así como una estabilidad política en ese país para poder contener a Japón. La lección de los últimos cinco años del siglo XIX y los primeros diez del XX, cuando China llegó al máximo de la descomposición política, parecían haber sido aprendidas por los británicos. Ellos vieron que mientras más debilitada estuviera China, más se agudizaría la competencia para despedazarla y Japón, por su cercanía y su creciente poderío económico y militar, tenía, en este sentido, clara ventaja. Si el gobierno británico quería defender sus intereses en la región debía ayudar a China a alcanzar, al menos, a un nivel mínimo de fuerza. No se debe dejar de lado tampoco que para 1921 el creciente nacionalismo chino se había mostrado ya como una fuerza muy poderosa y en la mente de Occidente aún permanecía el recuerdo de la violenta Rebelión Bóxer. No era prudente pues, para el imperialismo occidental y japonés, darle más fuerza al nacionalismo chino. Cabría preguntarse, como en los dos tratados anteriores, ¿Por qué los japoneses aceptaron un acuerdo que no les favorecía? Las respuestas dadas a la misma interrogante planteada con los dos tratados previos, aplican también aquí, es decir, el giro de la política británica y el temor al aislamiento, pero además debe mencionarse el propio pensamiento liberal de los líderes nipones del momento, que eran de la idea de que su país necesitaba mercados, no territorios. Ellos, como buenos liberales, pensaron que la cooperación con Occidente y el comercio abierto funcionarían para Japón. Aparte del propio tratado sobre China, Japón, por presiones de Estados Unidos y Gran Bretaña firmó acuerdos complementarios en los que aceptaba retirar sus tropas de Siberia, que se mantenían allí desde 1918 cuando estalló la Guerra Civil Rusa, y devolverle a China la ciudad de Qingdao a cambio de una compensación económica por parte de la última. 163 Goldstein, E. Ob. Cit., p. 252 215 “En tres pasos tomados fuera de las reuniones de la conferencia y por presión estadounidense, los japoneses y los chinos hicieron un acuerdo que en efecto devolvía el control político de la provincia China de Shandong a China (algo que Woodrow Wilson había fallado en completar), pero permitía los japoneses retener algunos privilegios económicos (control del ferrocarril de Shandong, eventualmente regresado a China). Los japoneses también aceptaron retirar sus tropas de Siberia, y finalmente, en un tercer acuerdo, Estados Unidos y Japón arreglaron la cuestión de derechos de comunicaciones en la isla de Yap… …Después de todo, los dos tratados y las nueve resoluciones de la Conferencia de Washington sobre China, con el acuerdo distinto sobre Shandong, podían ser vistos como un respectivo éxito para los negociadores chinos, y haber sido respetado por muchos historiadores”164 “El Tratado de las Nueve Potencias,….tendiente a regularizar la situación en China tenía provisiones que obligaban a Japón a entregar territorios que consideraba suyos en Siberia, Shantung, Sajalín y Manchuria. No obstante Japón obtenía el reconocimiento de algunos privilegios comerciales en China.”165 Así pues, el Tratado de las Nueve Potencias no sólo eliminaba la práctica de las Zonas de Influencia y el tan defendido principio de los “intereses especiales” de Japón en China, sino que consagraba, por primera vez en un tratado internacional, la política de “Puertas Abiertas” de Estados Unidos, obligando a Japón, mediante estos acuerdos complementarios, a retirarse, o disminuir su presencia, de vastos territorios de importancia estratégica que estaban en proceso de asimilación. De nuevo en este tratado, como en los anteriores, aunque Japón obtenía ciertas ventajas, incluyendo que la propia estabilidad derivada del tratado podía ser aprovechada por las empresas japonesas, en el plano meramente político, y sobre todo en el ámbito simbólico, Japón salía muy mal parado, por no decir, humillado. De nuevo, cómo en la época de la Triple Intervención de 1895 o cómo en el momento de Tratado de Portsmouth de 1905, Japón veía cercenados sus intereses por las maniobras de Occidente. Esto, lógicamente llenó de indignación a las facciones más tradicionalistas, nacionalistas y radicales del país insular. Como un balance de la Conferencia Naval de Washington, tenemos que admitir, por muy equilibrado que quiera ser nuestra visión, que Estados Unidos fue el ganador 164 165 Ibídem, pp. 133 y 264 Eduardo Camps, Ob. Cit., (Revisado el 10 de marzo de 2009) On line 216 indiscutible y Japón el gran perdedor. Algunas opiniones al respecto así parecen corroborarlo: “Que lograron los Estados Unidos con los tratados de la Conferencia de Washington ratificados en 1922? Primero, el Tratado de las Cinco Potencias evitó una potencialmente costosa y peligrosa carrera naval de buques de línea….Segundo, los Estados Unidos, a través del control de armas, consiguieron una mejor relación con sus mayores competidores navales más bajos….Tercero, los Estados Unidos lograron una aproximada igualdad, sino paridad, con Gran Bretaña y una superioridad sobre Japón que también restringió las fortificaciones en las islas japonesas (esto no incluía, por supuesto, Japón propiamente dicho). Cuarto, esto forzó la culminación de la fastidiosa, si no realmente amenazante, Alianza Anglo-Japonesa. Quinto, los japoneses, por única vez en la época de entreguerras, se retiraron de áreas de ultramar en Shandong y Siberia. Sexto, en el Tratado de las Nueve Potencias los Estados Unidos por primera vez recibieron aprobación formal en un tratado de su política de Puertas Abiertas. Séptimo, Harding y Hughes tomaron un programa naval que ni el Congreso ni el público querían continuar y volvieron un defecto potencial en una herramienta de presión diplomática.”166 “El acuerdo sobre China, en conjunto con el reemplazo de la Alianza AngloJaponesa por el Tratado de las Cuatro Potencias, mostró la buena voluntad de Japón de cooperar con Gran Bretaña y Estados Unidos para promocionar la estabilidad en Asia Oriental”167 “La Conferencia de Washington significó un fracaso humillante para las relaciones diplomáticas del Japón y provocó el repudio de todos los estratos sociales del país, lo cual indujo, en junio de 1922, a la renuncia del Gabinete liberal de Takahashi, que había firmado los acuerdos. Esos reveces obligaron al Japón a revisar su política diplomática.” 168 “Japón achacó de nuevo su falta de éxito a la dominación anglosajona. Ésta era una reacción similar a la expresada sobre el arreglo de París tres años antes….Esta era una visión generalmente compartida por la volátil prensa japonesa que estaba en la agonía de una batalla de tiraje y feliz de unirse al discurso de una conspiración anglosajona.”169 166 Ibídem, p. 134 Ibídem, p. 288 168 Escobar, M. Ob. Cit., p. 53 169 Nish, I. Ob. Cit., p. 43 167 217 “Todos estos factores (los nocivos tratados de Washington) incidieron en la opinión pública japonesa y reforzaron a los sectores más tradicionalistas, particularmente los círculos militaristas y ultranacionalistas cuyas prédicas sobre la “insinceridad” de los occidentales, encontraron un auditorio cada vez más amplio.”170 En definitiva, en la Conferencia Naval de Washington se materializó totalmente el muro anglo-estadounidense de carácter anti japonés que se había comenzado a levantar en Versalles tres años antes. Estados Unidos, con hábiles maniobras diplomáticas, había terminado de erosionar la Alianza Anglo-Japonesa, separando a Japón de su antiguo aliado británico, elaborando tres tratados que limitaron el poder de Japón como potencia, garantizando su seguridad a costa de herir el orgullo nacional japonés y de destruir el prestigio de los políticos liberales nipones, cuya primera manifestación sería la caída del gabinete del Vizconde Korekiyo Takahashi en junio de 1922. La combinación del orgullo nacional herido, militares nacionalistas exaltados y una clase política liberal sin consolidar y desacreditada se evidenciaría como sumamente explosiva menos de dos décadas después. 170 Eduardo Camps, Ob. Cit., (Revisado el 10 de marzo de 2009) On line 218 Conclusiones Después de estudiar y pormenorizar cincuenta y cuatro años de relaciones de Japón con Gran Bretaña y Estados Unidos y, de forma más específica, comentar críticamente ocho años de las mismas, las conclusiones a las que podemos llegar no son, desde luego, pocas. Desde el principio, hemos mencionado un “muro anglo-estadounidense” que se interpuso entre Japón y sus aspiraciones de hegemonía regional en Asia-Pacífico y su lugar como potencia mundial. Es momento, en consecuencia, de sintetizar cómo se formó, a nuestro juicio, dicho muro. Aunque los oficiales de la Armada Imperial Japonesa hayan identificado a Estados Unidos como el principal rival de su país en 1907, la verdad es que los sentimientos de rivalidad y desconfianza entre norteamericanos y japoneses bien pudieron remontarse a 1853, cuando hizo su aparición el Comodoro Matthew Perry y forzó al país a abrirse al comercio extranjero. Ese suceso debió marcar una impresión muy negativa e imborrable acerca de Estados Unidos en el pensamiento japonés. No debemos olvidar tampoco que al gobierno norteamericano nunca le agradó demasiado la influencia que, en Corea, fue ganando Japón en las últimas tres décadas del siglo XIX, ni mucho menos como venció a China y a Rusia de forma casi seguida para alzarse como el mayor poder del noreste de Asia y la primera potencia no occidental, ni cristiana, del mundo moderno. En efecto, Estados Unidos llegó a firmar acuerdos de defensa con el reino coreano y a dotarlo de cierto armamento moderno, pero al final no pudo evitar la entrada de la península coreana en el área de expansión nipona. En cuanto a China, sabemos que ya antes de 1900 Estados Unidos había expresado su Política de Puertas Abiertas para contrarrestar la práctica repartición del imperio chino que se estaba llevando a cabo; el problema es que, en ese momento, al gigante norteamericano le faltaba fuerza para imponer su voluntad en Asia. La propia expansión del país hacia el oeste de Norteamérica había sido un preludio de su expansión por el Océano Pacífico y, por esa misma razón, Japón era su rival natural. Por estas razones, los norteamericanos se aseguraron en el Tratado de Portsmouth que las ganancias japonesas fueran mínimas y, desde entonces, vigilaron muy de cerca los movimientos de los nipones. El tratado fue un golpe maestro de la diplomacia norteamericana que, perfectamente consciente de que Japón había ganado la guerra ante 219 Rusia a un alto coste económico, encontró la manera perfecta de mantener un cierto equilibrio entre los contendores al negarle a los nipones la ansiada indemnización con la que repondrían su golpeada economía. Por primera vez, Estados Unidos había intervenido directamente para contener la expansión japonesa, repitiendo, de una manera mucho más refinada, la mutilación de la victoria nipona, tal y como lo habían hecho Alemania, Francia y la propia Rusia en 1895. A estas fricciones debemos agregar el significativo componente del racismo, manifestado en la segregación hacia los japoneses en Hawái y California. Como se explicó anteriormente, esta segregación golpeó lo que quizá era lo más valioso para el pueblo y el gobierno japoneses: su orgullo. El gobierno nipón reaccionó con gran indignación a toda forma de segregación, en buena medida, debido a que no consideraban justo que sus nacionales fueran segregados siendo Japón una nación moderna y en pleno ascenso, a diferencia de China. Con todo esto, es lógico concluir que desde finales del siglo XIX Estados Unidos y Japón fueron rivales, sólo que, al principio, sus respectivas expansiones no colisionaban, pero cuando sus fronteras e intereses se fueron acercando, la tensión se incrementó de manera notable. Muy por el contrario, Gran Bretaña mostró, desde los comienzos de la Era Meiji, una actitud particularmente benévola hacia Japón, lo que daría lugar, en poco tiempo, a una especie de admiración entre maestro y discípulo que, unida a la situación estratégica de la región, acercó a ambas naciones en una alianza contra Rusia. En efecto, para comienzos del siglo XX, la penetración rusa en China y Asia Central alertó tanto a los británicos que terminaron haciendo causa común con Japón para detenerlos, pero pronto el vínculo entre británicos y japoneses fue más allá. La cooperación técnica entre las fuerzas navales de ambos países se hizo bastante estrecha e, incluso, hubo una cercana relación entre la nobleza y las familias reales de ambas naciones, como se evidenció en la Exhibición Británico-Nipona de 1910. Esta cercanía con Gran Bretaña terminó por vincular a Japón con otras potencias, como Francia y la propia Rusia, cuando quedó establecida la Triple Entente, haciéndole ganar al país asiático gran respeto en la comunidad internacional y dándole una posición de preeminencia que ni en sueños parecía posible medio siglo antes. Así, mientras que desde la víspera del siglo XX, Estados Unidos ya se estaba perfilando 220 como el gran rival de Japón, Gran Bretaña era su principal aliado. Pero aún bajo esta agradable y prometedora superficie, se iba desarrollando otra realidad, marcada también por el racismo y por la desconfianza británica hacia el creciente poderío japonés, aunque hacia 1914 no era todavía tan perceptible. Aunque el gobierno de Londres tenía una relación bastante estrecha con el de Tokio, los Dominios de Australia y Nueva Zelanda tenían una desconfianza cada vez mayor hacia Japón, y presionaron incansablemente por un alejamiento del país asiático y un acercamiento hacia Estados Unidos desde una fecha tan temprana como 1908. Este factor se unió, además, a las políticas racistas que afectaron la inmigración japonesa hacia estos Dominios. Sin embargo, con todo y la oposición de Australia y Nueva Zelanda, es innegable que Gran Bretaña fue clave para el ascenso de Japón al ser la primera potencia que le concedió un trato más o menos digno al archipiélago oriental, abriéndole la puerta al club de potencias. Cuando la Gran Guerra llegó, fue precisamente la alianza con Gran Bretaña la que le permitió a Japón entrar a participar en una contienda en la que sólo obtendría ganancias y, esta vez, a un precio casi irrisorio. Mientras que la guerra con Rusia fue dura y requirió toda la fuerza económica, militar y diplomática de Japón, la guerra contra Alemania parecía casi una práctica militar inofensiva. La relativa debilidad del imperio germano en la región, las riquezas de sus zonas de influencia en China, el carácter estratégico de sus posesiones en el Pacífico y su falta de aliados, provocaban que para Japón resultara un juego de ganarganar declararle la guerra al Káiser. Además de las ganancias directas de la conquista, Japón podría participar en el nuevo orden mundial posbélico y asegurarse una posición preeminente en el mismo. Con todo esto, resulta muy acertado decir que la Primera Guerra Mundial fue la gran oportunidad de expansión de Japón y el mayor éxito de su historia militar, aunque no, precisamente, de su historia diplomática. Efectivamente, la rápida victoria de Japón frente a los alemanes, así como su política agresiva hacia China, despertaron rápidamente las desconfianzas de los occidentales que, de por sí, ya venían observando con recelo al país desde su victoria frente a Rusia. En este sentido, es adecuado decir que el mayor éxito militar nipón llevaría al país a un peligroso aislamiento. Este aislamiento se dio específicamente por el acercamiento entre Gran Bretaña y Estados Unidos en los últimos meses de la guerra. Por un momento, el gobierno británico 221 pareció capaz de dejar en el olvido sus acuerdos secretos con Japón para satisfacer a su nuevo aliado, al que le debía buena parte del triunfo frente a Alemania. Esta actitud de los británicos, de colaborar abiertamente con los norteamericanos y dejar de lado cualquier compromiso con otra potencia, se hizo muy evidente en la Conferencia de Versalles; en esta conferencia, Japón obtuvo lo que deseaba cuando contó con el apoyo británico o, al menos, con su neutralidad, pero cuando tuvo a Gran Bretaña y a Estados Unidos juntos en su contra fue derrotado, como en la polémica propuesta de igualdad racial. El rechazo a esa propuesta, de una manera tan sólida y casi coordinada por parte del Imperio Británico y Estados Unidos, constituyó la primera manifestación del muro anglo-estadounidense contra Japón. Por otro lado, no podemos soslayar que para mala fortuna de Japón, China y sus territorios adyacentes en el Lejano Oriente eran el área de reparto colonial más rica y, por tanto, disputada, del mundo. Mientras que en África se había alcanzado cierto equilibrio, en el Lejano Oriente no existía nada parecido, y la presencia de las dos potencias emergentes extra europeas, Estados Unidos y el propio Japón, complicaba tremendamente la situación. Existía, además, la ambigua situación jurídica de China, que tenía un gobierno imperial que, en la práctica, no ejercía su rol, y luego, en la víspera de la Primera Guerra Mundial, un gobierno republicano que tenía un nulo control sobre vastas áreas del país. Esta debilidad del poder central, así como esta práctica desintegración de China, excitaba más el apetito de las potencias industriales, Japón incluido, lo que hacía que la rivalidad colonial en la zona fuera mucho más fuerte que en cualquier otra zona del mundo. Esto era particularmente amenazador para Japón, que al ser la potencia de surgimiento más reciente, poseía muchos menos territorios, mercados y recursos a su disposición, en brusco contraste con su vertiginoso crecimiento económico y demográfico, que exigían una avalancha de recursos. Era inevitable, por lo tanto, que Japón desde muy temprano se planteara la necesidad de transformar el orden político internacional existente en la región, bien fuera por medios pacíficos, como memorándums de entendimiento, delimitación de zonas de influencia y alianzas con potencias con intereses más o menos similares a los suyos contra otras más amenazantes, o por medios más violentos. Lógicamente, la reacción de los europeos y norteamericanos no sería la mejor contra un poder emergente que tenía varias ventajas geográficas y un crecimiento tan vertiginoso, un rival, en esencia, que era 222 tremendamente peligroso para sus intereses. Más bien, muy peculiar fue la alianza de Japón y Gran Bretaña, pues prácticamente todos los poderes de Occidente desconfiaban, en mayor o menor medida, del nuevo imperio. Esta pugna tan enconada por China explica en gran medida por qué Japón le extendió las Veintiuna Demandas al gran país asiático en 1915. En ese momento, la guerra en Europa parecía el infierno en la Tierra. Los europeos se mataban entre ellos a un ritmo frenético y demencial, en tanto que su posición en China se había vuelto francamente muy débil, casi inexistente. La situación era sencillamente demasiado tentadora para que el gobierno japonés no intentara capitalizarla a su favor y lograr, así, la vieja meta de expulsar por completo a las potencias europeas de China, colocando al inmenso país asiático bajo su exclusiva hegemonía. Sin embargo, podemos señalar, desde nuestra óptica actual, que las Veintiuna Demandas fueron, quizá, el mayor error de Japón en el período estudiado. En efecto, el tono tan agresivo que tuvo este documento, y el hecho de que se hubiera violado el territorio de un país neutral, hacía inevitable la comparación con la invasión alemana a Bélgica en 1914 o con el ultimátum austríaco a Serbia que precipitó la guerra. Era inevitable, pues, que la comunidad internacional viera con malos ojos las Veintiuna Demandas, y que se tachara a Japón de “nación agresiva”. Todo esto, claro está, inserto en el marco de la doble moral que los medios de comunicación de la Entente venían manejando desde el comienzo de la guerra, ya que, innegablemente, la Primera Guerra Mundial fue por excelencia un duelo de imperialismos, tal como lo dijo Lenin. Aún así, la falta de tacto y decoro del gobierno japonés, puso en alerta a los europeos y, sobre todo, a los norteamericanos, que no estaban aún ocupados en el conflicto y que, desde ese momento, vigilaron muy de cerca los movimientos de Japón en el Pacífico, prestando un apoyo cada vez más decidido a China. En definitiva, las Veintiuna Demandas fueron un costoso y grave error de la diplomacia japonesa, que no logró colocar a China bajo tutela nipona, sino que, por el contrario, despertó los peores temores de Estados Unidos y Gran Bretaña, revirtiéndose por completo el efecto negativo hacia Japón en 1922. Aún así, con todo y el tremendo efecto adverso que tuvieron las Veintiuna Demandas, Japón pudo maniobrar muy bien, al menos hasta 1919, en la escena internacional, gracias a sus pactos secretos con la Entente. En la época inmediatamente anterior a la Gran Guerra, los tratos secretos eran una práctica común en la diplomacia europea y, en especial, entre las grandes potencias. Pero lo que resulta 223 realmente interesante es que la diplomacia japonesa aprendiera tan rápido acerca de las maneras y los patrones de pensamiento de sus competidores europeos, y pudiera manejar esa información de una forma tan hábil. En efecto, la entrada de Japón en la guerra no fue una ayuda realmente necesaria; era de esperarse que las fuerzas australiano-neozelandesas y británicas neutralizaran a los alemanes en Asia; la entrada de los japoneses en el conflicto fue, en realidad, la entrada de un competidor más por un botín que parecía escaso ante la ambición tan grande de cada contendor. Con gran perspicacia, los japoneses aprovecharon el temor y la desesperación de la Entente ante el poderío alemán, para arrancarle concesiones en Asia a expensas de sus propios intereses. Después de todo, Gran Bretaña, Francia y Rusia tenían muchos más intereses, y por tanto, mucho más que perder en China, que Alemania. Y lo que es más asombroso, los japoneses pudieron hacer todo esto ante la mirada casi impotente de sus rivales norteamericanos. Al firmar la Declaración de Londres, consagrando así su adhesión a la coalición anti-alemana, Japón aseguró en buena parte un óptimo lugar para la hora del reparto del botín, así como su estatus en la época posbélica, todo ello, además, a un precio irrisorio de pérdidas humanas y materiales. No se puede negar, en consecuencia, que la Primera Guerra Mundial fue para Japón la gran oportunidad para la expansión, gracias al hábil uso de la diplomacia que hizo el gobierno de Tokio. No obstante, la entrada de Estados Unidos en el juego político-diplomático llegaría algo tarde, pero llegaría. Cuando el gobierno estadounidense le declaró la guerra a Alemania a comienzos de 1917 y, por defecto, Japón y Estados Unidos se volvieron incómodos aliados, se hizo urgente llegar a un arreglo. Más aún cuando China, animada por Estados Unidos, también le declaró la guerra al Káiser. Este arreglo al que llegaron de forma rápida, por no decir un tanto apresurada, Tokio y Washington, fue el denominado Acuerdo Lansing-Ishii que, tal como antes reseñamos, tuvo una redacción contradictoria y hasta risible. Sencillamente no cabían en un mismo documento el reconocimiento de los intereses especiales de Japón en China y el de las Puertas Abiertas en ese mismo país. En efecto, el Acuerdo Lansing-Ishii fue un mero arreglo en el papel hecho para que ambos países ganaran tiempo y pudieran atender los asuntos de la guerra con más libertad; no era un acuerdo establecido para durar. Este hecho se demostraría con las interpretaciones tan dispares a que dio lugar y con que, finalmente, se hiciera necesario elaborar cuatro años después un tratado bastante más complejo para ordenar la situación en China. Un acuerdo 224 que, eventualmente, para nada favoreció a Japón. Quedémonos, por tanto, con la impresión de que el Acuerdo Lansing-Ishii fue una fórmula para ganar tiempo, un tiempo que los norteamericanos utilizarían mucho mejor que los japoneses. Además de la dinámica interna de Gran Bretaña y el Imperio, que alejaba a Londres de su aliado asiático, Estados Unidos intervino de forma indirecta, pero determinante, para separar a ambos socios. Como señalábamos en el apartado referido a la Conferencia Naval de Washington, el gobierno norteamericano presionó, o persuadió, a Gran Bretaña para separarse de Japón mediante una serie de líneas básicas. La primera, usar su creciente poder económico para ganar influencia dentro del propio Imperio Británico a través de los Dominios de Australia y, sobre todo, Canadá, para así convencer al gobierno británico de que le era mucho más conveniente en el plano económico ser aliado de Estados Unidos que de Japón; esta era, en esencia, una política persuasiva. La segunda, presionar a Gran Bretaña a través del asunto de la descomunal deuda que tenía con Estados Unidos, contraída durante la guerra, insinuando que Estados Unidos podría flexibilizar sus cobranzas en la misma medida en que Gran Bretaña se mostrara cooperativa en los temas de interés norteamericano, como era Japón. Esta dirección era la de la coerción. La tercera, basándose en su mayor capacidad económica y, por tanto, de aumento de su poder militar, intimidar a Gran Bretaña con su gran plan de construcción naval de 1916, forzando a los británicos o a competir en armamento y arriesgarse a quedar en la bancarrota total o bien a colaborar con Estados Unidos en los asuntos que este último quisiera a cambio de una moderación en el reto naval. Esta era, claramente, una propuesta intimidatoria. La cuarta, y última, dejar claro, aunque sin ser totalmente explícitos, que interpretarían una renovación de la Alianza Anglo-Japonesa como un acto hostil en su contra. Está última línea tomada era una suerte de combinación de manipulación e intimidación. Así tenemos que, mediante la persuasión, coerción, intimidación y manipulación, el gobierno de Estados Unidos pudo incidir de manera clave en el de Gran Bretaña, recrudecer las desconfianzas que el Imperio Británico ya tenía acerca de Japón desde la década anterior y lograr la definitiva no renovación de la alianza. Evidentemente, el acercamiento anglo-estadounidense dejó a Japón en un grave aislamiento. Mientras que el Imperio Británico y Estados Unidos eran ya potencias 225 mundiales en toda regla, Japón era, en realidad, una potencia regional con proyección mundial. En la región en la que Japón tenía poder efectivo, el Océano Pacífico y Asia oriental, sólo poseían poder real otras dos potencias: precisamente Estados Unidos y el Imperio Británico. Si estas dos potencias se unían en contra de Japón, el país asiático realmente no tendría posibilidades de encontrar otros aliados viables en los aspectos militar y estratégico para romper el cerco. Aunque varias veces hemos mencionado en este trabajo las posibilidades que pudieron haber tenido Francia, Italia y Japón, formando un frente unido en Versalles y Washington, la verdad es que sólo podían mantener de forma viable una alianza en un nivel político y, quizá, económico, pero nunca militar, al ser la presencia francesa en el Asia-Pacífico casi nula, inexistente la de Italia y también inexistente la de Japón en África y el Mediterráneo. La Rusia soviética era, por otra parte, enemiga de Japón, al ser este país parte de la coalición internacional anti-bolchevique, manteniendo todavía en 1921 un poderoso ejército ocupante en Siberia. En el fondo, la situación era simple: con Gran Bretaña y Estados Unidos colaborando contra Japón, los nipones quedaban en una situación bastante comprometida, teniendo que replegarse y moderar sus ambiciones, al tiempo que trabajar de forma sutil y persistente para cambiar la situación. En referencia concreta a la Conferencia Naval de Washington, encontramos que Japón fue despachado con dos grandes debilidades, una política y otra militar. La debilidad política emanaba de la profunda división política del Japón de este período. Mientras que en la era Meiji Japón tuvo un liderazgo unido, fuerte y determinado a una meta concreta, la paridad, en todo sentido, con Occidente, el gobierno de la era Taisho se caracterizó por su profunda división en facciones de diferentes ideologías y proyectos, con la falta de un liderazgo claro y unido y la carencia de un eje central u objetivo preciso en el marco de la política exterior. Para 1921 tenemos en Japón a una facción liberal que ya de por sí venía avanzando tímidamente frente al recelo de la vieja aristocracia conservadora, y frente a la cada vez más tenaz oposición de los militares ultranacionalistas que, justo antes de la dura coyuntura de la conferencia en Washington, habían perdido a su líder más destacado. ¿Cómo podía Japón enfrentar su mayor reto en política exterior desde la Restauración Meiji sin un liderazgo claro y sin unidad política interna? Sin una dirección clara en política exterior, y con un frente interno además del externo, las posibilidades de éxito del gobierno nipón se reducían drásticamente. Todo esto se combinaba, además, con el ya difícil 226 escenario internacional que se presentaba. La debilidad militar que se presentaba en 1921, tenía, en realidad, una raíz económica. Buena parte de la posición de fuerza que mostraron Gran Bretaña y Estados Unidos en la conferencia se desprendía directamente de la magnitud de sus planes de construcción naval y de su capacidad real de materializarlos; el posicionamiento de Japón estaba muy por debajo del de Estados Unidos, tanto en teoría como en capacidad real de ejecución. Tal como lo reflejamos con anterioridad, mientras que Estados Unidos podía realmente botar en una década dieciséis buques, entre acorazados y cruceros de batalla, en Japón ya se hablaba de convertir el plan 8-8 en un plan 8-4 ante la evidente imposibilidad de hallar los recursos para botar también ocho acorazados y ocho cruceros de batalla. Esa dificultad hacía que ya desde el mismo punto de partida, el gobierno fuera propenso a un desarme desigual con Estados Unidos, sólo por la acuciante necesidad de reducir gastos ante la preocupante desaceleración de la economía tras la guerra mundial. Por si fueran pocas las desventajas señaladas, no podemos olvidar la presencia y acción de un relevante personaje, el Barón Kijuro Shidehara. Difícilmente podríamos encontrar en la historia japonesa moderna y contemporánea una figura tan notoria y respetada como él. El hombre que encarnó el liberalismo, democratizador en lo interno y conciliador en el ámbito externo, respetado ejecutante de la era Taisho, redactó el importante artículo 9 de la actual constitución japonesa, en la que el país renuncia a la guerra. Sin embargo, sin demeritar a un hombre de tanta importancia y prestigio para los japoneses, es importante preguntarse lo siguiente, ¿fue una buena decisión que uno de los hombres más liberales fuera a la Conferencia Naval de Washington a negociar con formidables enemigos coaligados contra Japón? Desde cierto punto de vista, no. No pretendemos defender las absurdas posturas de los más radicales y ultranacionalistas de ese momento en Japón, pero enviar a una conferencia, en la que británicos y estadounidenses están haciendo causa común contra el país, a un hombre que admira a estas naciones y que tiene una buena voluntad, susceptible de ser usada contra su país, parece claramente una errónea decisión. Es evidente que la presencia de Shidehara en Washington fue determinante en el resultado de la conferencia, pues este diplomático, con su postura conciliadora y profundamente antimilitarista, le facilitó gran parte del trabajo a los británicos y estadounidenses para que limitaran el poder de Japón, dándole así, a los más 227 nacionalistas en casa, sobradas excusas para desestabilizar al gobierno. La línea pacifista de Shidehara puede ser vista como algo encomiable en una época marcada por un militarismo, nacionalismo y belicismo cada vez mayores, pero quizá la Conferencia Naval de Washington no era ni el lugar ni el momento para alguien como él. En el análisis de lo que hicieron los delegados nipones en Washington, debemos destacar que la idea de Tomosaburo Kato de cambiar la inferior proporción de la Armada Imperial Japonesa en buques de línea por una absoluta superioridad de bases navales en el Pacífico noroccidental, tenía sus aciertos y sus fallas. Tal como argumentamos en el capítulo referido al tema, la idea de Kato se sustentaba en premisas estratégicas bastante lógicas y realistas, pero no tomaba en cuenta el impacto político, moral y simbólico sobre la nación, así como el efecto directo que tendría en la oficialidad de la armada. Intercambiar la inferioridad absoluta de fuerzas navales por una superioridad relativa regional no era una mala estrategia, pero lesionaba el orgullo nacional de Japón y su puesto como potencia mundial, tan duramente trabajado por medio siglo. ¿Acaso Shidehara y Kato eran hombres demasiado liberales y cosmopolitas para su tiempo, y habían olvidado buena parte del espíritu japonés más puro? No podemos afirmarlo ni negarlo, pero no deja de resultar sorprendente que estos hombres pareciera que no hubieran tomado en cuenta suficientemente la idea de preservar el orgullo, la dignidad y el honor nacional frente a Occidente, estando estos valores tan arraigados en la sociedad japonesa del momento, y siendo estos los argumentos favoritos de los exaltados de ultraderecha. No cabe duda, pues, que, independientemente de que la situación internacional se lo permitiera o no, el gobierno japonés y sus delegados tenían muy pocas intenciones de entrar en fricción con Estados Unidos y Gran Bretaña, depositando todas sus esperanzas en una salida negociada y de concertación en relación a la creciente tensión en el Pacífico. La Conferencia Naval de Washington fue el punto culminante en el surgimiento del muro anglo-estadounidense contra Japón, que ya venía levantándose desde 1919. Los británicos cerraron su giro diplomático y dejaron a Japón aislado y limitado en su poder por las maniobras de contención que, de forma conjunta, emprendieron Estados Unidos y Gran Bretaña. Es ya en este momento cuando podemos empezar a comparar el caso de Japón con el de sus futuros aliados durante la Segunda Guerra Mundial. Mientras que en Europa, 228 Francia garantizó su seguridad y sació buena parte de su sed de revancha a expensas de la integridad territorial e, incluso, de la dignidad de Alemania, y en tanto que a Italia no se le concedió lo prometido, cercenándosele su costosa y peleada victoria, Japón vio, de nuevo, como una mesa de negociaciones dominada por occidentales le arrebataba lo obtenido en el campo de batalla, teniendo así otro “botín incompleto” en su historia, tal como había ocurrido en 1895 y 1905. No es, en consecuencia, descabellado afirmar que para Japón la Conferencia Naval de Washington tuvo el mismo efecto que el Tratado de Versalles para Alemania, o el que generó el asunto de las “Tierra Irredentas” de Dalmacia en Italia. Resulta muy interesante observar que en Washington fue la última vez que los japoneses se sentaron con buena voluntad a negociar con los occidentales, siendo también la última ocasión en que terminaron firmando un tratado desventajoso. Del mismo modo como el peso del rencor generado en el pueblo alemán por el Tratado de Versalles hizo inútiles los esfuerzos de los socialdemócratas por llevar a buen término el experimento político que fue la República de Weimar, así mismo en Japón la profunda herida al orgullo de la nación, que fueron los tratados de Washington, no dejó prosperar a la Democracia Taisho y la condenó al total fracaso. La reacción de Japón, aunque se demostraría como la menos acertada y correcta, no deja de ser, hasta cierto punto, lógica. En efecto, desde 1868, Japón venía esforzándose tremendamente en su modernización y desarrollo con un solo objetivo, alcanzar la igualdad con las potencias occidentales. El gobierno japonés había pasado poco más de medio siglo luchando y maniobrando entre las potencias de Occidente para alcanzar su objetivo y, cuando éste parecía encontrarse más cerca, el “muro anglo-estadounidense” se lo impidió de forma contundente. Esto, además, había ocurrido en el momento en que un grupo político relativamente nuevo, y bastante liberal, estaba llevando a cabo un importante experimento democratizador. Era natural, pues, que en un país con un pueblo y unos líderes tan profundamente nacionalistas y orgullosos, se sintiera más el golpe dado por Occidente de lo que podría haberse sentido en otra nación; era lógico, también, que la facción liberal fuera vista poco menos que como unos traidores a la patria, puesto que la habían puesto de rodillas ante el enemigo. Cabe preguntarse si los gobiernos de Gran Bretaña y Estados Unidos pudieron haber previsto la terrible implosión política interna a la que empujaban a Japón. Probablemente no lo pensaron, pues la época no se lo permitía. Aquellos eran 229 tiempos en los que el racismo, el etnocentrismo y el más descarado imperialismo eran aún cosas normales y comunes. Aunque no sea del todo correcto, ni metodológicamente pertinente, no se puede evitar caer en la tentación de pensar en una historia alternativa, en la que los liberales japoneses, teniendo en cuenta a los más nacionalistas y extremistas, hubieran tenido una postura más firme en Versalles y en Washington, en donde los norteamericanos y británicos hubieran demostrado más perspicacia al no acorralar a Japón de una manera tan brusca, dándole así el oxígeno necesario a una facción política con la que podían tener una relación más armoniosa. También es tentador pensar qué hubiera pasado si Japón e Italia, viendo que las potencias anglosajonas no estaban dispuestas a otorgarles el espacio que reclamaban en el mundo, hubieran hecho causa común con Francia, que también estaba siendo marginada por Estados Unidos y Gran Bretaña. Nunca sabremos qué hubiera pasado, pero no es difícil imaginar que estos tres países pudieron haber obtenido un mejor resultado, tanto en Versalles como en Washington, de haber trabajado juntos y haber contrapesado, políticamente, a Gran Bretaña y Estados Unidos. Esos conjeturales, posibles, y hasta probables, éxitos quizá hubieran impedido la radicalización política en Italia y Japón, y tal vez le hubieran negado la posibilidad a los nazis de hallar en un futuro los aliados que encontraron. En este complicado juego triangular de poder que protagonizaron Gran Bretaña, Japón y Estados Unidos a comienzos del siglo XX, podemos encontrar muchos elementos particulares. Desde clásicas luchas de poder entre potencias imperialistas, hasta elementos más complejos, como un presunto choque de civilizaciones, siendo entonces esta historia un episodio más de la lucha entre Oriente y Occidente. En resumen, Japón apareció como una potencia regional, basándose en la determinación de su pueblo y de sus gobernantes de convertir al país en una nación igual a las que casi lo colonizan, pero sin lograr encajar en un sistema que, sencillamente, no estaba preparado para admitirlo por diversos motivos, entre ellos, la competencia económica y militar y, más aún, el racismo, el etnocentrismo y la falta de entendimiento intercultural, lo que empujaría a Japón, al no obtener los resultados deseados, a transitar por el camino del extremismo ultranacionalista. 230 Si tenemos presente el antiguo pensamiento de que quién no conoce la historia está condenado a repetirla, y que si estudiamos la historia es para aprender algo de ella, podemos, en consecuencia, entresacar varias lecciones de esta investigación que ahora culmina. La primera sería que ningún imperialismo es moralmente mejor, o más legítimo, que otro, y que ningún arreglo o reparto desigual entre potencias puede garantizar la paz por mucho tiempo. La segunda, que el racismo y la discriminación, bien sea ésta racial, étnica o religiosa, termina causando odios y resentimientos tan difíciles de controlar que una vez que se generan ya no hay retorno, dando pie a conflictos de intensidad y consecuencias impredecibles. Debemos valorar, hoy más que nunca, la importancia de la tolerancia étnica y religiosa, porque aún cuando el mundo actual parece tenerla como un valor más que consagrado, a menudo se ve amenazada. La tercera, que las potencias emergentes debe tener su puesto en el mundo. En estos comienzos del siglo XXI, del mismo modo que en el período que estudiamos, existe una potencia dominante que está perdiendo fuerza, mientras que surgen otras nuevas con ambiciones y metas propias. Afortunadamente, en las manos de estas nuevas potencias está conducir su ascenso de una manera menos traumática y más armónica que la manera en que Japón condujo el suyo entre finales del siglo XIX y la primera mitad del XX. También podría ayudar en esta consecución que las potencias más viejas no se muestren tan inflexibles e intolerantes como hace un siglo. Esto podría ocurrir, en gran parte, debido a la experiencia obtenida en el caso japonés, pues las nuevas potencias son, en casi todos los casos, extra europeas y no occidentales, si bien nada se garantiza con este cambio de polaridad geográfica. Si la Europa y los Estados Unidos de hoy son más abiertos a la idea de que nuevos poderes, tales como China e India o, en menor medida, Brasil, Emiratos Árabes Unidos, Singapur y Corea del Sur, se levanten como potencias es, en buena medida, gracias a la traumática experiencia vivida hace poco menos de un siglo, cuando por primera vez Japón llamó con insistencia al umbral del club de potencias pero, en vez de abrirle la puerta, se la cerraron en la cara bruscamente, dando lugar a una reacción todavía más violenta, que nadie quiere ni justifica. 231 Bibliografía Fuentes Bibliográficas: Akamatsu, Paúl. Meiji 1868: revolución y contrarrevolución en Japón. Madrid, Siglo XXI, 1977 Akami, Tomoko. Internationalizing the Pacific. The United States, Japan and the Institute of Pacific Relations in war and peace, 1919 – 45. Londres, Routledge, 2002 Allen, George Cyril. Breve historia económica del Japón moderno, 1867-1937. Madrid, Editorial Tecnos, 1980 Allen, Louis. 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Lee Library, biblioteca virtual que cuenta con gran variedad de artículos, libros en digital y documentos. http://net.lib.byu.edu/~rdh7/wwi/comment/japanvisit/JapanA2.htm Archivo web de documentos de primera mano sobre la Primera Guerra Mundial por voluntarios de World War I Military History List. Este archivo cuenta con el aval de The History Channel. http://www.nytimes.com Sitio web del mundialmente conocido diario New York Times. Cuenta con una completa hemeroteca digital en la que se pueden encontrar noticias que datan de la Primera Guerra Mundial e incluso de fechas más lejanas. http://sticerd.lse.ac.uk/ Página web de The Suntory and Toyota International Centres for Economics and Related Disciplines. Cuenta con una amplia gama de publicaciones sobre la época moderna de Japón y sus relaciones con el Reino Unido, realizadas por autores reconocidos de Gran Bretaña y Japón http://www.taiwandocuments.org/shimonoseki01.htm Sitio web del Taiwan Documents Project, un proyecto privado que busca proveer a investigadores y al público en general documentos de primera mano en digital relativos a las disputas históricas respectivas a Taiwán. 241 http://www.warhorsesim.com/papers/Renewal.htm Página web de variedades que contiene artículos de historia y cuenta con varios libros digitales. Anexos 242 Nota preliminar En razón de no extender demasiado el presente trabajo, a fin de cumplir con los estándares requeridos para una Tesis de Grado, no se incluyeron todos los documentos de primera mano utilizados en la investigación; sin embargo, ofrecemos la fuente donde se obtuvieron. Declaramos, además, que tales documentos serían eventualmente incluidos en su totalidad en una versión publicable de esta investigación. Acuerdo Lansing-Ishii: http://net.lib.byu.edu/~rdh7/wwi/comment/japanvisit/JapanA2.htm Alianza Anglo-Japonesa: www.firstworldwar.com y www.nytimes.com Convenio de la Sociedad de Naciones: www.firstworldwar.com Discurso de los Catorce Puntos de Woodrow Wilson: www.firstworldwar.com Explicación del Ministro Japonés de Asuntos Exteriores sobre la entrada en la guerra: www.firstworldwar.com Tratado de las Cinco Potencias: http://www.ibiblio.org/pha/pre-war/1922/nav_lim.html Tratado de las Cuatro Potencias: http://avalon.law.yale.edu/20th_century/tr1921.asp Tratado de las Nueve Potencias: http://www.ibiblio.org/pha/pre-war/1922/nav_lim.html Tratado de Shimonoseki: http://www.taiwandocuments.org/shimonoseki01.htm Tratado de Portsmouth: http://wwi.lib.byu.edu/index.php/Treaty_of_Portsmouth 243 Anexo I Veintiuna Demandas enviadas por Japón a China el 18 de enero de 1915 y documentos conexos Grupo I El Gobierno japonés y el Gobierno chino, estando deseosos de mantener la paz general en el Lejano Oriente y fortalecer las relaciones de amistad y buena vecindad que existen entre los dos países, aceptan los siguientes artículos: Artículo 1 El Gobierno chino se compromete a dar pleno consentimiento a todo lo que el Gobierno japonés pueda acordar de ahora en adelante con el Gobierno alemán respecto a la disposición de todos los derechos, intereses y concesiones que, en virtud de tratados o por otra vía, Alemania posee respecto a China en la provincia de Shantung. Artículo 2 El Gobierno chino se compromete a que, dentro de la provincia de Shantung o a lo largo de su costa, ningún territorio o isla se cederá o se arrendará a cualquier otra potencia, bajo cualquier pretexto. Artículo 3 El Gobierno chino acepta la construcción japonesa de una conexión ferroviaria entre Chefoo o Lungkow con la vía férrea de Kiaochou Tsinanfu. Artículo 4 El Gobierno chino se compromete a abrir según su propio criterio, lo más pronto posible, ciertas ciudades importantes y pueblos en la Provincia de Shantung para la residencia y comercio de extranjeros. Los lugares a ser abiertos así se elegirán en un acuerdo separado. Grupo II El Gobierno japonés y el Gobierno chino, en vista del hecho de que el Gobierno chino siempre ha reconocido la posición predominante de Japón en el sur de Manchuria y Mongolia Interior Oriental, aceptan los artículos siguientes: 244 Artículo 1 Las dos partes firmantes están de acuerdo mutuamente que el término del arriendo de Port Arthur y Dairen y el término respectivo de la Vía férrea de Manchuria del Sur y la Vía férrea de Antung-Mukden se extenderán respectivamente a un período adicional de 99 años. Artículo 2 Los súbditos japoneses se permitirán en Manchuria del Sur y Mongolia Interior Oriental para arrendar o la propia tierra requerida para erigir edificios para variados usos comerciales e industriales o para cultivar. Artículo 3 Los súbditos japoneses tendrán libertad para entrar, residir, y viajar en Manchuria del Sur y Mongolia Interior Oriental, y continuar negocios comerciales, industriales, y de otro tipo. Artículo 4 El Gobierno chino concede a los súbditos japoneses el derecho de realizar actividades mineras en Manchuria del Sur y Mongolia Interior Oriental. Con respecto a las minas a ser trabajadas, estas se elegirán en un acuerdo separado. Artículo 5 El Gobierno chino acepta que el consentimiento del Gobierno japonés se obtendrá de antemano: (1) Siempre que se proponga conceder a otros nacionales el derecho de construir una vía férrea u obtener de otros nacionales el suministro de fondos por construir una vía férrea en Manchuria del Sur y Mongolia Interior Oriental y (2) Siempre que un préstamo fuera hecho con cualquier otra potencia, bajo la seguridad de los impuestos de Manchuria del Sur y Mongolia Interior Oriental. Artículo 6 El Gobierno chino se compromete a que siempre que necesite el servicio de consejeros políticos, financieros, o asesores militares en Manchuria del Sur o en Mongolia Interior Oriental, Japón será el primero en ser consultado. Artículo 7 El Gobierno chino está de acuerdo en que el mando y dirección de la vía férrea de Kirin-Chungchun estará en manos de Japón por un término de 99 años a partir de la firma de este tratado. Grupo III El Gobierno japonés y el Gobierno chino, considerando las estrechas relaciones entre los capitalistas japoneses y la Han-Yeh-Ping Company y deseando promover los intereses comunes de las dos naciones, aceptan los siguientes artículos: Artículo 1 245 Las dos partes contratantes están de acuerdo mutuamente que cuando el momento oportuno llegue la Han-Yeh-Ping Company se convertirá en una empresa conjunta de las dos naciones, y que, sin el consentimiento del Gobierno japonés, el Gobierno chino no dispondrá o permitirá a la Compañía disponer de cualquier derecho o propiedad de la misma. Artículo 2 El Gobierno chino se compromete a que, como una medida necesaria para la protección de los intereses invertidos de capitalistas japoneses, no se permitirá ninguna mina en las adyacencias de aquéllas poseídas por la Han-Yeh-Ping Company, sin el consentimiento de la misma, para ser trabajadas por cualquier otro que dicha compañía; y más allá que siempre que se proponga tomar cualquier otra medida que probablemente pueda afectar directamente o indirectamente los intereses de la compañía, el consentimiento de esta se obtendrá primero. Grupo IV El Gobierno japonés y el Gobierno chino, con el objeto de conservar la integridad territorial de China eficazmente, aceptan el artículo siguiente: El Gobierno chino se compromete no ceder o arrendar a cualquier otra potencia cualquier puerto o bahía o cualquier isla a lo largo de la costa de China. Grupo V Artículo 1 El Gobierno Central chino para contratará japoneses influyentes como asesores políticos, financieros y militares; Artículo 2 El Gobierno chino le concede a los hospitales, templos y escuelas japonesas en el interior de China el derecho de poseer tierras; Artículo 3 Ante el hecho las muchas disputas policiales que se han levantado hasta aquí entre Japón y China, causando no ninguna molestia pequeña la policía en localidades (en China), dónde tal arreglo es necesario, será puesto bajo administración conjunta japonesa y china, o japonesa para ser empleado en el oficio policiaco en tales localidades, y ayudar a la mejora del Servicio Policiaco Chino a la vez; Artículo 4 China para obtener un suministro de Japón de una cierta cantidad de armas, o establecer un arsenal en China, este será bajo la administración conjunta japonesa y china y será proporcionado con los expertos y materiales de Japón; Artículo 5 Para ayudar al desarrollo de la vía férrea de Nanchang-Kiukiang en la que tienen importantes intereses los capitalistas japoneses, y considerando las negociaciones que han 246 estado pendientes entre Japón y China en relación con el ferrocarril en el sur China, China acepta en dar a Japón el derecho de construir una vía férrea para conectar Wuchang con el Kiukiang-Nanchang y Hangchou y entre Nanchang y Chaochou; Artículo 6 En vista de las relaciones entre la Provincia de Fukien y Formosa y del acuerdo que respeta la no-alienación de esa provincia, Japón será consultado primero cuando la capital extranjera esté necesitada de conexión con vías férreas, minas, y trabajos de puerto (incluidos astilleros) en la Provincia de Fukien; Artículo 7 China le concede a los súbditos japoneses el derecho de predicar en China. Ultimátum japonés a China, 7 de mayo de 1915 La razón por la cual el Gobierno Imperial abrió las negociaciones presentes con el Gobierno chino es primero procurar deshacerse de las complicaciones que se levantan fuera de la guerra entre Japón y China, y secundariamente para intentar resolver esas varias cuestiones que son perjudiciales para las relaciones íntimas de China y Japón con miras a solidificar la fundación de amistad cordial que subsiste entre los dos países a fin de que la paz del Lejano Oriente pueda ser eficaz y permanentemente conservada. Con este objetivo a la vista, se presentaron las propuestas definidas al Gobierno chino en enero de este año, y hasta hoy tantos como veinticinco conferencias han sido sostenidas con el Gobierno chino en perfecta sinceridad y franqueza. En el curso de negociaciones el Gobierno Imperial ha explicado de forma consistente los objetivos y objetos de las propuestas en un espíritu conciliatorio, mientras por otro lado las propuestas del Gobierno chino, si importante o insignificante, han sido atendidas sin ninguna reserva. Puede declararse con confianza que ningún esfuerzo se ha ahorrado para llegar a una resolución satisfactoria y amigable de estas cuestiones. La discusión del cuerpo entero de las propuestas estaba prácticamente en un fin a la vigésima cuarta conferencia; eso fue en el 17 del último mes. El Gobierno Imperial, tomando una visión amplia de la negociación y en consideración de los puntos destacados por el Gobierno chino, modificó las propuestas originales con concesiones considerables y presentó al Gobierno chino el 26 del mismo 247 mes las propuestas revisadas para el acuerdo, y al mismo tiempo fue ofrecido que, en la aceptación de las propuestas revisadas, el Gobierno Imperial, en una oportunidad conveniente, restauraría, con las condiciones justas y apropiadas, al Gobierno chino el territorio de Kiaochow, en la adquisición de la cual el Gobierno Imperial había hecho un gran sacrificio. El primero de mayo, el Gobierno chino entregó la respuesta a las propuestas revisadas del Gobierno japonés, las cuales fueron contrarias a las expectativas del Gobierno Imperial. El Gobierno chino no sólo no dio una consideración cuidadosa a las propuestas revisadas sino que incluso con respecto a la oferta del Gobierno japonés para restaurar Kiaochow al Gobierno chino el último no manifestó la menor apreciación por la buena voluntad de Japón y dificultades. Desde el punto de vista comercial y militar Kiaochow es un lugar importante, en la adquisición de la cual el imperio japonés sacrificó mucha sangre y dinero, y, después de que la adquisición el Imperio no está en ninguna obligación para restaurarlo a China. Pero con el objeto de aumentar las relaciones amistosas futuras de los dos países, se llegó a la magnitud de proponer su restauración, todavía a su gran pesar, que el Gobierno chino no tuvo en la cuenta la buena intención de Japón y manifestar aprecio de sus dificultades. Además, el Gobierno chino no sólo ignoró los sentimientos amistosos del Gobierno Imperial ofreciendo la restauración de Bahía de Kiaochow, sino que también contestando a las propuestas revisadas ellos incluso demandaron su restauración incondicional; y de nuevo China exigió que Japón debe llevar la responsabilidad de indemnización por todas las pérdidas inevitables y daños y perjuicios que son el resultado del funcionamiento del ejército de Japón en Kiaochow; y todavía llega más allá en relación con el territorio de Kiaochow, China adelantó otras demandas y declaró que ella tiene el derecho de participación a la conferencia de la paz futura a ser sostenida entre Japón y Alemania. Aunque China es totalmente consciente de que la restauración incondicional de Kiaochow y la responsabilidad de Japón de indemnización por pérdidas inevitables y daños y perjuicios nunca pueden ser toleradas por Japón, todavía ella adelantó estas demandas intencionalmente y declaró que esta contestación era final y firme. Desde Japón no pueden tolerarse tales exigencias, la resolución de otras cuestiones, sin embargo se podrían negociar, pero no sería a su interés. La consecuencia es que la contestación presente del Gobierno chino es, en general, vaga y sin sentido. Además, en la respuesta del Gobierno chino a las otras propuestas en la lista revisada del Gobierno Imperial, como Manchuria del Sur y Mongolia Interior Oriental dónde Japón tiene particularmente sus relaciones geográficas, comerciales, industriales y 248 estratégicas, como reconocido por todas las naciones, e hizo más notable a consecuencia de las dos guerras en que Japón estaba comprometido, los descuidos del Gobierno chino en estos hechos no respetan la posición de Japón en ese lugar. El Gobierno chino incluso alteró deliberadamente esos artículos que el Gobierno Imperial, en un espíritu conciliador, ha formulado de acuerdo con la declaración de los representantes chinos, por tanto hizo las declaraciones de los representantes en una conversación abierta; y viendo que concedían con una mano y retenían con la otra es muy difícil atribuir fidelidad y sinceridad a las autoridades chinas. Con respecto a los artículos que relacionan al empleo de consejeros, el establecimiento de escuelas y hospitales, el suministro de armas y munición y el establecimiento de arsenales y concesiones de la vías férreas en el sur de China en las propuestas revisadas, ellos o se propusieron con la condición que debe obtenerse el consentimiento de la potencia involucrada, o ellos fueron meramente a registro en los momentos de acuerdo con las declaraciones de los delegados chinos, y así ellos no están en lo más mínimo o en conflicto con soberanía china o sus tratados con los potencias extranjeras, todavía el Gobierno chino en su respuesta a las propuestas, alega que estas propuestas son incompatibles con sus derechos soberanos y tratados con las potencias extranjeras, echa por tierra las expectativas del Gobierno Imperial. Sin embargo, a pesar de tal actitud del Gobierno chino, el Gobierno Imperial, sin embargo lamentado ver que no hay ningún cuarto para negociaciones extensas, todavía calurosamente se sujetó a la preservación de la paz del Lejano Oriente, todavía está esperando por una solución satisfactoria para evitar la perturbación de las relaciones. Así a pesar de las circunstancias que no admitieron ninguna paciencia, ellos han revisado los sentimientos del Gobierno de su país vecino y, con la excepción del artículo que relaciona a Fukien el cual es el asunto de un intercambio de notas como ya ha sido convenido en por los representantes de ambas naciones, destacará el V Grupo de las negociaciones presentes y discutirlo separadamente en el futuro. Por consiguiente, el Gobierno chino debe apreciar los sentimientos amistosos del Gobierno Imperial aceptando inmediatamente sin cualquier alteración todos los artículos de los Grupos I, II, III, y IV y el intercambio de notas en relación con la provincia de Fukien en el Grupo V como contenido en las propuestas revisadas presentadas el 26 de abril. El Gobierno Imperial por la presente de nuevo oferta su consejo y espera que el Gobierno chino, en este consejo, dará una contestación satisfactoria por las 6 en punto PM1 del 9 día de mayo. Se declara por la presente que si ninguna contestación satisfactoria se recibe antes o en el momento especificado, el Gobierno Imperial tomará las medidas que pueda estimar necesarias. 249 Nota Explicatoria Acompañando el Ultimátum entregado al Ministerio de Asuntos Extranjeros por el ministro japonés, el 7 de mayo de 1915. 1) Con la excepción del asunto de Fukien a ser organizado por un intercambio de notas, los cinco artículos pospuestos para posteriores negociaciones se refiere a (a) el empleo de asesores, (b) el establecimiento de escuelas y hospitales, (c) las concesiones ferroviarias en el sur de China, (d) el abastecimiento de armas y munición y el establecimiento de arsenales y (e) derecho de propaganda misionera. 2) La aceptación por el Gobierno chino del artículo que relaciona a Fukien o puede estar en el formulario como propuesto por el ministro japonés el 26 de abril o en ese contenido en la respuesta del Gobierno chino del 1 de mayo. Aunque el Ultimátum requiere la aceptación inmediata por China de las propuestas modificadas presentadas el 26 de abril, sin alteración, pero debe notarse que meramente declara el principio y no aplica a este artículo y artículos 4 y 5 de esta nota. 3) Si el Gobierno chino acepta todos los artículos como es demandado en el Ultimátum la oferta del Gobierno japonés para restaurar Kiaochow a China, hecho el 26 de abril, se mantendrá. 4) Artículo 2 de Grupo II que relacionan al arriendo o compra de tierra, los términos "arriendar" y "comprar" pueden ser reemplazados por los términos "arrendamiento temporal" y "arrendamiento perpetuo" o "arrendado en consulta", el cual media en un largo término de arriendo con su renovación incondicional. El artículo IV del Grupo II relacionando a la aprobación de leyes policíacas y ordenanzas e impuestos locales por el Consejo Japonés puede formar el asunto de un acuerdo confidencial. 5) La frase "para consultar con el Gobierno japonés" en conexión con asuntos de comprometer los impuestos locales por levantar préstamos y los préstamos para la construcción de vías férreas, en Mongolia Interior Oriental, que es similar al acuerdo en Manchuria que relaciona a las materias del mismo tipo, puede reemplazarse por la frase "para consultar con los capitalistas japoneses". El artículo que relaciona la apertura de mercados de comercio en Mongolia Interior Oriental con respeto a la situación y regulaciones, puede, siguiendo su juego precedente en Shantung, ser el asunto de un intercambio de notas. 6) De la frase "aquellos interesados en la compañía" en el Grupo III de la lista revisada de demandas, las palabras que "aquellos interesados en" pueden anularse. 250 La versión japonesa del Acuerdo Formal y sus anexos serán el texto oficial o ambos el chino y japonés serán los textos oficiales. Respuesta china al ultimátum japonés, 8 de mayo de 1915 El 7 de este mes, a las tres en punto PM, el Gobierno chino recibió un Ultimátum del Gobierno japonés junto con una Nota Explicativa de siete artículos. El Ultimátum concluyó con la espera que el Gobierno chino dará una respuesta satisfactoria por las seis en punto PM el 9 de mayo, y se declara por la presente que si ninguna contestación satisfactoria se recibe antes o en el momento especificado, el Gobierno japonés tomará las medidas que estime necesaria. El Gobierno chino con miras a conservar la paz del Lejano Oriente por la presente acepta, con la excepción de esos cinco artículos del Grupo V pospuesta para negociaciones posteriores, todos los artículos de los Grupos I, II, III, y IV y el intercambio de notas en relación con la Provincia de Fukien en el Grupo V como contenido en las propuestas revisadas presentadas el 26 de abril, y de acuerdo con la Nota Explicativa de siete artículos que acompañan el Ultimátum del Gobierno japonés con la esperanza que por eso todas las cuestiones destacadas son fijas, para que la relación cordial entre los dos países pueda ser consolidada. Por la presente, se le pide al ministro japonés un día para llamar al Ministerio de Asunto Extranjeros para hacer la mejora literaria del texto y firmar el acuerdo lo más pronto posible. 251 Anexo II Mapas 252 Ataque japonés a Qingdao 253 Mandatos de la Sociedad de Naciones en el Pacífico 1) Mandato del Pacífico Sur entregado a Japón 2) Mandato del Territorio de Nueva Guinea entregado a Australia 3) Mandato de Nauru bajo administración conjunta de Gran Bretaña, Australia y Nueva Zelanda 4) Mandato de Samoa Occidental entregado a Nueva Zelanda 254 Anexo III Propaganda de Guerra de Japón Yamato y Britania caminan de la mano, simbolizando la Alianza Anglo-Japonesa 255 El Rey Eduardo VII y el Emperador Mutsuhito se dan la mano simbolizando la Alianza Anglo-Japonesa 256 Publicación en francés muestra el recelo franco-ruso a la Alianza Anglo-Japonesa 257 Portada de la guía oficial de la Exhibición Japonesa-Británica de 1910 258 Número especial de La Guerra Ilustrada dedicado a la caída de Qingdao 259 Arriba: cartel británico que dice: Japón, nuestro aliado en el Lejano Oriente. Cartel de la propaganda japonesa que muestra la toma de Vladivostok durante la Intervención Siberiana 260 Cartel de la propaganda japonesa que muestra el ataque a Jabárovsk durante la Intervención Siberiana 261 Cartel de la propaganda japonesa que muestra la toma de Blagovéshchensk durante la Intervención Siberiana 262