Credibilidad y ciudadanía, dos aliados en la Comunicación Juan Tomás Frutos La comunicación podría ser considerada, figuradamente, una especie de poliedro. Hay muchas caras, como nos explican todos los teóricos desde Chomsky y Sausseare hasta nuestros días. Hallamos, en este proceso, al emisor, al receptor, así como el mensaje con su código, el canal, el contexto, la retro-información y toda una metalingüística y unos significantes gestuales, proxémicos, etc. Todo esto está muy bien que lo reseñemos y hasta que lo repitamos. Son elementos y recursos básicos. Nadie lo duda, pero conviene que insistamos en algo que se da por conocido, y que no siempre es así: la comunicación necesita verdad, la verdad. Precisa que sea creíble, verosímil. Si los demás no creen, por las barreras que fuere, en la verdad que estamos contando, todo lo demás huelga, no tiene sentido. Y, siendo, como es, tan importante este hecho, cuando preguntamos al ciudadano de a pie por su consideración sobre los medios de comunicación y sus profesionales (más sobre estos segundos), nos dicen que representamos a un oficio sin el prestigio necesario, sin credibilidad suficiente. Estamos, de hecho, al final de la clasificación sobre los oficios y/o profesionales de la sociedad. Únicamente nos ganan, como menos creíbles, y eso no es un consuelo, los políticos y, en ocasiones, los jueces, por las polémicas de los últimos años, que han ocasionado una erosión tremenda en sus respectivos quehaceres. Conviene recordar, porque es así, aunque no siempre lo tenemos presente, que en el frontispicio de los Códigos Deontológicos de los Periodistas suele aparecer como artículo primero el que debemos decir la verdad, o, cuando menos, perseguirla. Así es. Está claro, como lo está para el médico que, en sus principales premisas éticas, se halla el no hacer daño y el preservar la vida de los pacientes. También parece natural. Sin embargo, y ello nos debería llevar a muchas reflexiones e interrogantes, el ciudadano no cree que digamos la verdad, y, además, esa misma ciudadanía confunde, porque la confundimos, formatos y tipos de ejercicio del Periodismo, de modo que atiende con la misma perspectiva un programa del corazón y uno informativo neto, y eso nos lleva a advertir que esa ciudadanía, o eso nos parece, realiza una “tabla rasa” de los profesionales y nos ven a todos por igual, lo cual, evidentemente, no es bueno. Todos no practicamos un periodismo sin fuentes, como ocurre en algún tipo de Prensa del Corazón. La televisión lo inunda todo. El 80 por ciento de los ciudadanos de nuestro país sólo se nutren informativamente a través de la televisión. Ello, unido a que los programas más vistos son los “realitys” (y con diferencia) y a que la media de consumo televisivo es de cuatro horas y media diarias, nos debe hacer reflexionar sobre la necesidad de recuperar parte del prestigio perdido. Es posible, deseable, e incluso necesario. Confianza y credibilidad Credibilidad viene de crédito, esto es, de la posibilidad de que alguien nos conceda “ese algo tangible o intangible de valor” respecto de lo que hacemos o deseamos porque somos nosotros, porque hemos demostrado durante tiempo que somos dignos de que se tenga fe y esperanza en que nuestra labor o nuestra oratoria están en el punto preciso de ecuanimidad y de buena intención. Por ejemplo, se da en el caso de que alguien nos permita realizar una tarea o una ocupación determinada porque sabe que la vamos a administrar oportunamente, o bien cuando alguien nos otorga un beneficio sabiendo que lo vamos a compartir con esa misma persona antes o después, o que le vamos a devolver con creces lo que nos ha sido dado. Uno confía en alguien cuando tiene credibilidad, y por eso le damos crédito, le otorgamos algo nuestro, ya tenga un valor contable o espiritual. Uno confía en que cuando dice algo le crean, pues, si tiene que hacer un esfuerzo extraordinario para que lo que sea verdad lo parezca también, se pueden producir elementos “distorsionadores”. Con la experiencia, con el paso de los años, mientras demostramos que somos capaces de hacer las cosas bien, o de corregirlas, si nos equivocamos, vamos adquiriendo, en paralelo, habilidades para hacer valer nuestros criterios y nuestra forma de pensar desde planteamientos correctos, verosímiles y con la suficiente empatía para que los demás nos entiendan. Ésa debe ser nuestra aspiración Pues precisamente con ese bagaje debe trabajar el Periodismo, el periodista, el profesional, todos los que tienen que ver con el mundo de la Comunicación. Hay que recuperar las esencias y los anhelos desde el mismo cimiento de la búsqueda de la objetividad, de la verdad, con el planteamiento de la buena intención y en pro de intereses colectivos. Con ese afán daremos con mejores resultados y seguro que contribuiremos a que la construcción de la sociedad sea más justa y desde consideraciones más felices para todos. La credibilidad es un instrumento de construcción de la sociedad, está en el sostén de su mismo desarrollo. Aquí, como en otros supuestos, el valor del Periodismo es crucial. Meditar sobre ello ayuda a que hagamos de este pensamiento una realidad certera.