1 MODOS COTIDIANOS DE ARGUMENTACIÓN MORAL En la vida cotidiana no se hacen largas disertaciones sobre lo que conviene hacer y lo que no; se actúa siguiendo unos razonamientos más o menos espontáneos y se busca para ellos después, una explicación que tenga un carácter más o menos universal y asumible por la colectividad. Se fija uno, en esos casos, en las consecuencias más que en las intenciones. Es como si las acciones caminaran aisladas de las teorías o a otro nivel. Así, ante un problema o dilema de tipo moral (práctico) la gente primero actúa eligiendo una opción, y luego justifica su conducta ante los demás. En la vida cotidiana casi siempre una misma acción tiene interpretaciones muy diferentes, dependiendo de sus justificaciones: no es lo mismo comprar un coche para, por ejemplo, demostrar que uno puede hacerlo, usarlo para ir al trabajo o regalárselo a un hijo. El hecho, sin embargo, es el mismo: uno se ha comprado un coche. Recuerdo un libro para niños que se titulaba “El inventor de excusas”, en el que se daban razones de por qué se había hecho tal o cual cosa; por ejemplo, llegar tarde a clase, y cada día era una excusa distinta, más o menos creíble o fantástica, pero posible. Veremos a continuación algunos de esos modos de justificación moral, frecuentes en todos los aspectos de la vida práctica: los medios de comunicación, la publicidad, las conversaciones familiares o entre vecinos, los discursos políticos… El objetivo es descubrir algunas de las limitaciones y ambigüedades de esta forma de argumentar y sugerir cómo algunas teorías éticas se enfrentan a esas dificultades e intentan resolver el problema. 1. Referencia a un hecho Se trata, sin duda, de la manera más corriente y típica de respaldar un juicio de valor ya sea particular o normativo, en el que la supuesta objetividad pretende garantizar la justeza de la acción. Si se pregunta a alguien por qué ha ayudado a otra persona sea conocida o no, puede respondernos: -porque esa mujer era ciega y había mucho tráfico -porque es amigo mío -porque había pedido ayuda -porque parecía que estaba indefenso En principio, respuestas como estas se admiten como justificación suficiente de la acción, ya que presuponen la mera afirmación de un hecho: a las personas ciegas, a los amigos, a los que están en peligro y a las personas indefensas hay que socorrerlas todo lo que se pueda cuando se encuentren en una situación que lo requiera. Aunque estas justificaciones están de forma descriptiva (hablan de un hecho), en realidad están enunciando una norma, un deber, y por lo tanto serían juicios prescriptivos. Hay otras respuestas de forma parecida que no serían, sin embargo, aceptadas. Por ejemplo, si pregunto a alguien por qué se comporta de una determinada manera (positiva o negativa) con otra persona y me responde: -porque es negro -porque es aristócrata -porque tiene carrera 2 Percibo que la respuesta está en función de asignar a las personas a grupos/clases que se consideran buenos o malos, lo cual es altamente discutible. En ciertas culturas de la antigüedad consideraban como estigmas los signos físicos visibles como una enfermedad (la lepra, la locura), como prueba de que el afectado tenía una culpa o “mancha moral” y podía afectar a toda la comunidad con su presencia, por lo que se les excluía del grupo. A este tipo de manifestaciones las calificamos como “prejuicios”. ¿Dónde se sitúa la frontera entre un prejuicio y una norma universalizable? ¿Con qué criterios podría una sociedad reconocer como “prejuicios” actitudes que gozan del favor popular o se muestra hacia ellas simpatía? ¿Puede una sociedad o cultura enjuiciar hábitos de otra cultura y calificar de “prejuicios” desde la propia creencia?1 En situaciones de conflicto grave se suele también tomar como referencia un hecho para justificar una determinada conducta. -Así, por ejemplo, cuando alguien se ha encontrado en una situación sin salida y ha podido salvar su vida a costa de la vida de otro, justifica su acción afirmando que el otro era viejo y enfermo, y no tenía posibilidades de sobrevivir. -O cuando alguien justifica una acción diciendo que, dadas las circunstancias, o su talante, o su disposición, no podía actuar de otro modo, no tenía alternativa o estaba predestinado. Los argumentos del primer tipo exigen, en general, un examen caso por caso, comprobando si la regla aducida es aceptable como norma moral. Ante el dilema: ¿”Es lícito sacrificar a unos para salvar a otros”? habrá que confrontar sistemas éticos como por ejemplo el Kantismo y el Utilitarismo, que sugieren respuestas no necesariamente irreconciliables, incluso, en ocasiones, muy similares. En cuanto a las razones del segundo tipo, aunque pueden ayudar a esclarecer la imputación de responsabilidad en casos difíciles ante un tribunal como eximentes, en general pueden ser descalificados de dos modos: 1) Como si se tratara de casos particulares de la llamada “Falacia Naturalista” en la que se confunde el ser (lo que es) con el deber ser (lo que debe ser): Los niños prefieren comer caramelos en lugar de ir a la escuela; luego, los caramelos deben ser mejor que la escuela. 2) Como un ejemplo de “Moral Heterónoma”, en la que se estaría negando uno de los logros y derechos más importantes del ser humano: la libertad de elección entre diversas alternativas o posibilidades. 2. Referencia a sentimientos y preferencias No es menos frecuente apelar a los sentimientos para justificar los motivos de nuestras acciones. Así, si me justifico de este modo: 1 Una sugerencia para responder a estas preguntas sería revisar las respuestas del multiculturalismo y /o repasar los fundamentos de la ética dialógica. 3 -porque me parece absolutamente indignante que haya robado -porque me daba mucho miedo que pudiera hacer daño a alguien -porque me gustó con locura -porque me siento agradecida a él -porque es un sinvergüenza impresentable Porque me desagrada y me repugna En fin, cuando se utilizan estos razonamientos, sentimientos o sensaciones como motivo de una determinada conducta éste resulta comprensible, las acciones a las que se refieren quedan explicadas y, hasta cierto punto, justificadas. Pero quien pretenda sólo con estos argumentos justificar sus acciones, estaría reduciendo el problema, y optando por una concepción subjetivista o de “emotivismo moral”. No hay razón para admitir ningún sentimiento (de atracción o rechazo, odio o amor, aceptación o desprecio, afecto o desagrado) o emoción, por fuerte que sea, como causa de una norma moral; parece absurdo que se exigiese a alguien que sintiera o dejara de sentir determinada emoción ante determinados hechos. No es obligatorio odiar a los que nos odian, ni, por lo tanto, enamorarnos de los que se enamoran de nosotros. El ojo por ojo no es una justificación ética. Tanto la ética dialógica como la teoría de los valores, así como cierto neo-aristotelismo, servirían para dar una salida al subjetivismo moral. Es un tópico de la publicidad y la propaganda, apelar al sentimentalismo, acudir a la sugestión, usar el halago, para lograr un objetivo: invocar los sentimientos no serviría para reforzar una convicción que pudiera lograrse con argumentos bien tramados (retórica, en el buen sentido de la palabra), sino que sería un sustituto de ésta (embaucación). 3. Referencia a algún código normativo Otra forma de fundamentación moral de una acción o de un juicio consiste en el recurso a un código que, en la mayoría de casos, es un catálogo de normas o de reglas no escrito y reconocido de forma tácita. En este caso, a la pregunta de por qué alguien se ha comportado de una determinada forma o por qué tiene el propósito de hacerlo, se responde: -porque no mantener la palabra dada es ignorar una base de nuestra convivencia -porque la sinceridad es una virtud -porque el derecho a una vida digna es un derecho fundamental e inalienable reconocido en nuestras sociedades. Este tipo de motivos son reconocidos como suficientes, en la mayoría de los casos, por parte de los miembros del grupo en el que se aplica esa norma asumida. Pero, no toda referencia a una norma tiene directamente sentido moral, como en estos casos: -porque hay una ley en el código civil que lo permite -porque los libros sagrados de mi religión lo ordenan 4 En fin, ya que no toda norma invocada es una norma moral, si bien la norma jurídica puede salvaguardar normas morales básicas de una comunidad, y las normas sociales siguen el dictado de la norma religiosa (por ejemplo en las sociedades tecnocráticas). Teniendo esto en cuenta, ¿puede haber conflicto personal entre distintos tipos de normas? ¿Sería una acción moral seguir por coacción una norma moral? Sabemos que a la primera de las preguntas podemos responder afirmativamente. A la segunda deberíamos apelar a la libertad de pensamiento. 4. Referencia a la conciencia Cuando se pregunta a alguien por la causa de su actuación, el referirse a la conciencia tiene, en general, alguna de estas respuestas: -porque no lo podía tolerar mi conciencia -porque me lo ordenaba la conciencia, La apelación a la conciencia como suprema instancia moral es una forma de fundamentar las propias acciones que goza en la práctica de general aceptación. Pero, dado que tampoco puede considerarse a la conciencia como infalible, resulta ineludible analizar críticamente lo que ordena o prohíbe ésta, a fin de comprobar hasta qué punto sucede que con la voz de la conciencia son simplemente aquellas autoridades cuyos mandatos y prohibiciones fueron asumidos o interiorizados, o fruto de algún mecanismo de propaganda, o de algún tipo de ideología implantada socialmente; citemos a los llamados “filósofos de la sospecha” (Marx, Nietzsche y Freud). La Libertad de conciencia, aunque no ayude como criterio moral, parece un requisito “regulativo” para la competencia moral de un individuo que se determina libremente a sí mismo (en la Ética Kantiana resulta una premisa irrenunciable para el planteamiento del “imperativo categórico”). 5. Referencia a posibles consecuencias No es infrecuente responder a preguntas del tipo “¿por qué has hecho esto?”, haciendo referencia a sus posibles consecuencias: -porque mis hijos habrían sufrido -porque todo mi futuro habría quedado arruinado - porque mis padres habrían sufrido una gran decepción -porque podía dar una gran alegría a muchas personas -porque con ello puede evitarse mucho sufrimiento -porque es la manera de maximizar beneficios El recurso a las posibles consecuencias (negativas o positivas) como causa determinante de una acción se vincula generalmente con la “responsabilidad”, es decir, con la capacidad de actuar valorando lo resultados de nuestros actos, con un esfuerzo consciente de eliminar consecuencias no deseadas. La responsabilidad, en un sentido extremo, llevaría a aceptar la crítica y sanción moral por consecuencias no previstas. 5 Esta forma de argumentar es muy utilizada desde la ética utilitarista, sobre todo en el llamado “utilitarismo social” (Stuart Mill): una acción está justificada cuando tras un cálculo de utilidad resulta ser la acción que genera para todos los afectados la mayor medida posible de utilidad (en el sentido de fortuna, bienestar, aspiración de saber…) y la menor de daño (en el sentido de desdicha, sufrimiento, falta de bienestar…) En general, la ética Utilitarista es la asumida en la competitividad empresarial y en la administración de recursos públicos. Una discusión clásica es confrontar, como señalamos más arriba, utilitarismo (Consecuencialismo) y kantismo (deontologismo): ¿Pueden existir acciones que sean moralmente obligadas desde un imperativo de “deber”, que podrían comportar más dolor y sufrimiento y que, sin embargo, no cuestione la moralidad de la acción que está en juego? Alguien que actúe en conciencia según un deber que se realice independientemente de las consecuencias para así garantizar su autonomía, ¿podría estar actuando irresponsablemente? BIBLIOGRAFÍA. BRANDT, Richard B.. Teoría ética, Madrid, Alianza textos, 1982 BRIA, Llatzer y SATUÉ, Manuel: ¿Qué sabes de Ética?, Barcelona, Alhambra, 1987 COHEN, Martin: 101 dilemas éticos, Madrid, Alianza, 2005 FERRATER MORA, Fernando y COHN, Priscilla: Ética aplicada, Madrid, Alianza Universidad, 1983 HOSPERS, John: Introducción al análisis filosófico, (2 vol.), Madrid, Alianza, 1976 (ver el capítulo dedicado a la ética, vol. 2) SÁDABA, Javier: La ética contada con sencillez, Madrid, Maeva edic., 2004 SAVATER, Fernando: Ética para Amador, Barcelona, Ariel, 1991 SINGER, Peter: Ética práctica, Madrid, Akal, 2009 WARBURTON, Nigel: Filosofía básica, (cap. 2) Madrid, Ed. Cátedra (Teorema), 2000.