La Diputación de Sevilla, a lo largo de los últimos años, en el

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“I Jornadas de Personas Mayores y Participación Activa”
“2012 Año Europeo del Envejecimiento Activo y la Solidaridad Intergeneracional”
Ponencia: “La Perspectiva de género en los programas de Envejecimientos Activo y
Solidaridad Intergeneracional: Ciclo de Vida e Identidad de Género”
Eva Morilla Sánchez
Técnica del Área de Cohesión Social e igualdad
La Diputación de Sevilla, a lo largo de los últimos años, en el desarrollo de sus
competencias, ha realizado una importante contribución a la configuración de las
políticas de igualdad en el territorio provincial. Entre las actuaciones de la
Diputación se encuentra el sólido compromiso de la entidad provincial con el
asentamiento e interiorización de los principios de igualdad, garantizando que la
perspectiva de género esté presente en todos los procedimientos de trabajo y en la
gestión de las políticas públicas.
Este organismo provincial es consciente que el enfoque integrado de género se
concibe como una estrategia prioritaria de la intervención pública para la
consecución de la igualdad real entre mujeres y hombres. Y que las
administraciones públicas somos los agentes responsables de garantizar su
cumplimiento. Por ello este programa considera necesario visualizar experiencias y
buenas prácticas sobre envejecimiento activo y solidaridad intergeneracional que
tengan en cuenta la dimensión de género. Integrar el enfoque de género en el
programa “Envejecimiento activo y solidaridad integeneracional” es una
responsabilidad que implica la revisión de los métodos de trabajo y criterios de
organización interna, que precisa la redefinición de los objetivos y las prioridades
de las políticas públicas, así como la evaluación -previa y posterior- de la actuación
institucional en función del impacto que esta puede tener sobre los hombres y las
mujeres a quienes se dirige, y ante todo, sobre las relaciones de igualdad y
desigualdad que se producen y reproducen con la intervención.
Esta inclusión significa un cambio de modelo en las Políticas de Igualdad de
Oportunidades, con la asunción de un doble enfoque de actuación y de gestión, que
conjuga la integración de la perspectiva de género en las políticas generales con las
medidas específicas destinadas a mujeres. Tal y como se recoge en la ley 12/2007,
los poderes públicos deben potenciar que la perspectiva de la igualdad de género
esté presente en la elaboración, ejecución y seguimiento de las disposiciones
normativas, de las políticas en todos los ámbitos de actuación, considerando
sistemáticamente las prioridades y necesidades propias de las mujeres y de los
hombres, en todas las edades, teniendo en cuenta su incidencia en la situación
específica de unas y otros , al objeto de adaptarlas para eliminar los efectos
discriminatorios y fomentar la igualdad de género.
Por tanto, la perspectiva de género en los programas de envejecimiento activo y
solidaridad intergeneracional estará presente en todo momento velando por la
consecución de una igualdad real y efectiva entre hombres y mujeres, reconociendo
las diferencias de género en el envejecimiento, impulsando y promoviendo
investigaciones sobre envejecimiento que ofrezcan información desagregada por
sexo y aplicando la perspectiva de género en el diseño y ejecución de las políticas
públicas de envejecimiento activo.
El Libro Blanco del Envejecimiento Activo, de la Junta de Andalucía publicado en
el 2010, entiende envejecer como un proceso que incumbe a toda la humanidad en
todo su ciclo vital, y considera la edad y el género como dos aspectos transversales
que han de inspirar todas las políticas públicas, adquiriendo los programas
intergeneracionales una enorme importancia como medio de compartir y
beneficiarse mutuamente de los logros obtenidos como identidades colectivas
diferenciadas.
Por otro lado, también reconoce el hecho diferencial que significa el envejecimiento
femenino, tanto en el plano personal como en el social aplicando la perspectiva de
género como otro aspecto transversal en el diseño de todas las políticas públicas de
envejecimiento activo, velando por la consecución de una igualdad real y efectiva
entre hombres y mujeres conforme se envejece, especialmente en las fases mas
avanzadas de la vida y en el medio rural.
La transversalidad de género en las políticas públicas de envejecimiento activo
constituye una estrategia para acabar con las barreras estructurales que impiden
una correcta distribución de los papeles de hombres y mujeres en todas las edades.
El Plan Estratégico de Igualdad entre Mujeres y Hombres de la Diputación de
Sevilla aspira no solo a iniciar el proceso de transversalización del principio de
igualdad de género, impulsando, liderando y coordinando el proceso de su
integración en las políticas desarrolladas por la Diputación sino que al estar
liderado en el nuevo mandato por el Área de Cohesión Social e Igualdad, añade
como aspiración promover y hacer visible como otro aspecto transversal la
intergeneracionalidad en todas aquellas Áreas que pudieran estar implicadas.
Ciclo de Vida e Identidad de Género
La unión es el punto de partida para hacerse visibles y construirse una identidad
digna. . Propiciando la asociación, se busca el reconocimiento, todos los grupos o
personas discriminadas en el mundo han tenido que organizarse para hacerse
visibles y construirse una identidad digna (mujeres, personas mayores,
inmigrantes etc)
No obstante conviene preguntarse también si ese paraguas asociativo que protege
al individuo y le da motivos y protección para actuar y moverse no acaba
pervirtiendo el objetivo final que buscamos al establecer las condiciones del
autorrespeto. Quien debe poder autorrespetarse es el individuo no solo en su
condición de mujer, de mayor, de inmigrante, de homosexual etc, sino como alguien
que aspira a ser visto y reconocido como tal, sin que haya que adjudicarle
necesariamente cualquiera de esos atributos que esconden de hecho su
personalidad. Cuanto mas mayor es la persona mas diferente es al resto de
personas, a sus condicionantes biológicos y culturales se van sumando las
experiencias vitales de todas las etapas de su vida.
Las identidades colectivas son condiciones necesarias par construir una identidad
individual, pero son insuficientes. Es el sujeto con nombre propio al que debemos
ayudar a labrar la autoestima.
Debemos por tanto poner en cuestión el valor casi absoluto, a la pertenencia al
grupo y a las identidades colectivas, es una obviedad de que sin comunidad no hay
cohesión social y sin cohesión social no hay un proyecto político o moral posible,
incluso a escala individual.
Entramos en la sociedad humana con uno o más papeles-personajes asignados, y
tenemos que aprender en qué consisten para poder entender las respuestas que los
demás nos dan y cómo construir las nuestras.
De esta forma llegamos a la convicción de que, solo asociándose con otros, el ser
humano encuentra el reconocimiento que necesita tanto para saber quién es como
para sentirse feliz de ser quien es. Cuando el orden de la sociedad excluye a grupos
de individuos y no los reconoce, estos no tienen más remedio que hacerse oír y
expresar sus necesidades, para lo cual es inevitable que se organicen e inserten su
yo individual en un yo colectivo. Los movimientos y las organizaciones sociales no
tienen otro objetivo que proporcionar a sus asociados el marco adecuado para
existir de un modo distinto a como venían existiendo.
Al mismo tiempo, la legitimación sin más de las identidades colectivas puede
convertirse, y de hecho se convierte a menudo, en una coartada para ceder al
grupo la iniciativa individual y, en definitiva ceder la libertad. Fijémonos en los
movimientos de mujeres, aunque lo que voy a expresar a continuación es
igualmente extensible a todo tipo de identidades colectivas personas mayores,
inmigrantes etc.
Sin duda el feminismo ha dado el paso más decisivo para la conquista de la
autoestima, que era insólita para la casi totalidad de las mujeres hace escasamente
un siglo. ¿Qué autoestima podían tener las mujeres a las que un filósofo como
James Mill les decía que por qué se empeñaban en querer votar si ya lo hacían sus
maridos por ellas? ¿Qué autoestima podían desarrollar las primeras maestras, que
eran analfabetas, porque solo se las requería para que enseñaran a sus alumnos a
rezar y (a las niñas) a coser?¿Qué condiciones sociales para la autoestima tiene la
mujer que, en el siglo XXI, es maltratada hasta la muerte? Sin el arropamiento o el
cobijo de una organización que les diera expectativas nuevas y las dotará de
fundamento para adquirir confianza en sí mismas, las mujeres no podían salir del
pozo en el que se encontraban. La asociación y la identidad colectiva son, pues, una
condición necesaria de la libertad y de la autoestima. Pero ¿Por qué no es
suficiente?
La respuesta nos parece obvia. La autoestima no solo es algo que viene dado por el
reconocimiento social. También hay que ganársela. Si la pasión por la libertad es
la, pasión por tener una identidad individual, esa identidad hay que forjarla y no
dejar que se confunda y quede englobada en una identidad colectiva. Es el
individuo, y no los colectivos, quien es primordialmente sujeto de derechos, lo cual
significa que, aunque sea imprescindible la organización y la asociación para
instrumentalizar y reclamar derechos no reconocidos, luego el disfrute y el uso que
se haga de tales derechos es un cometido individual.
¿Por que las mujeres contemporáneas no integran su identidad?La mayor parte de
las mujeres vivimos con tal carga de vida, que sí nos preguntan quienes somos,
contestamos con estereotipos diciendo que somos una mujer trabajadora, bien
portada, magnifica, eficiente, politizada, etc.
Es siempre un relato del deber ser tradicional extendido a la parte moderna de la
identidad: ahora no sólo somos buenas madres sino que también somos buenas
trabajadoras. No sólo somos magníficas amas de casas sino también excelentes en
la oficina, en los partidos políticos y en las asambleas, en todos lados somos buenas,
maravillosas, perfectas.
La definición de autoidentidad, definida desde afuera, desde el mundo externo es
la de ser perfectas. Ese es el modelo para las mujeres modernas. Vivir con holgura
y felicidad, sin enojo y rabia esa enorme contradicción entre ser y no ser. El
mandato es que lo hagamos muy bien, que sumemos dos, tres, cuatro jornadas y
además realicemos trabajo voluntario para la causa.
Debemos tener familias integradas, hijos e hijas magníficos, excelentes relaciones
en las amistades y una pareja gozosa. Debemos tener una sexualidad de lujo, y
además, la sociedad nos exige que si queremos ser iguales hay que ser perfectas.
La autonomía pasa por una revisión estricta de los valores con los que definimos
nuestra identidad. La mayor parte de las mujeres contemporáneas no integran en
su autoidentidad sino que la tienen fragmentada. Necesitamos hacer el inventario
real de quiénes somos, qué lugares ocupamos en cada espacio, qué hacemos, para
quién la hacemos, cómo lo hacemos, cuál es el sentido de lo que hacemos e ir
recogiendo todas nuestras partes.
La autonomía se construye con la capacidad de integrar la identidad y nunca con
una autoidentidad fragmentada. Esta manera de vivir nos ha ayudado a sobrevivir
pero no a construir autonomía.
La identificación exclusiva con la identidad colectiva, es un obstáculo para que
sean visibles aparte como mujeres o como personas mayores o como inmigrantes
etc como personas independientes cada una con una historia vital, con su propia
identidad y derechos individuales. Se nos reconoce como grupo, como mujeres,
como personas mayores, pero no como individuos. Nos refugiamos en la “cálida
identidad de los oprimidos o de los grupos excluidos o sectores de población menos
favorecidos”
Mujeres con necesidades y problemas específicos de mujeres, Personas Mayores
con necesidades y problemas específicos de mayores, lo cual no resuelve ni la plena
integración en el colectivo social ni la lucha de todos, mujeres y hombres de
cualquier edad, por un interés común. Esa es la percepción que los hombres tienen,
las mujeres se agrupan y se organizan para hablar con otras mujeres de ellas
mismas y atender a las necesidades que todas como mujeres comparten y así
podría extrapolarse a cualquier asociación o identidad colectiva.
La necesidad de hablar de “nosotras las mujeres” o de “nosotros los mayores” nos
hace idénticos/as en cuanto a derechos pero no iguales.
No solo corremos el peligro de disolver el “yo” en una serie de pertenencias
grupales por el temor que nos produce vivir en una sociedad individualista, sino
que muchas de las identidades que la misma sociedad nos ofrece son identidades
simplificadoras que dan lugar a una “persona modular”, hecha a base de módulos,
donde cada actividad va por su cuenta sin el respaldo de todo lo demás. Con tales
identidades a lo único que se aspira es a tener un estatus, un reconocimiento
social.
Puesto que lo que recibe reconocimiento es el grupo, basta la pertenencia al grupo
para que uno se sienta reconocido. La identidad individual queda entonces
reducida a una identidad patriótica, profesional, religiosa, de género, de edad.
Hay que ir hacia un pluralismo que eluda el conflicto de identidades, que conduce
a rivalidades inútiles, mujer/hombre, mayor/joven etc y, se abra por el contrario, a
la reciprocidad. Para explicar lo que quiero decir, no encuentro un ejemplo más
idóneo que el de la institución familiar que ha perdido más que ninguna otra sus
referentes tradicionales. La familia es el lugar donde la autoestima puede verse
más a salvo, porque es la institución más privada, el ámbito donde el afecto y la
cercanía compensan las desavenencias y las frustraciones del mundo exterior. Pero
también es a pesar de todas las evoluciones que ha experimentado en poco tiempo,
el lugar donde la emancipación deja más que desear. Es lógico que sea así, dado
que la familia es un reducto privado que procura ser mantenido al margen de
intervenciones políticas y legislativas, lo cual no significa que la familia no necesite
protección, y que haya que seguir recordando que lo privado también es político.
No son solo las madres, también los padres se sienten insatisfechos en la vida
familiar, cabe esperar la evolución hacia un nuevo modelo de familia, mucho más
igualitario que los conocidos hasta ahora. Una familia a la que no se le exija más de
lo que puede hacer (pues exigirle a la familia que cuide a los niños, los ancianos y
los enfermos es exigírselo a la mujer), y que sea el primer lugar y más importante,
donde las personas aprenden a reconocerse individualmente como algo digno y
valioso.
La autoestima hay que ganársela como hay que ganarse o forjarse una identidad
individual. Aunque se haya avanzado en la equidad, la discriminación sexual o por
edad no está del todo resuelta, las multinacionales, los medios de comunicación
social, la política etc se aprovechan de este hecho, considerando a la mujer, al
joven, a la persona mayor, al inmigrante etc como un territorio especial para
conseguir vender ciertos productos, dar determinados mensajes, obtener votos.
Mientras esta discriminación persista, perdurarán el sentimiento de una falta de
libertad y un déficit de autoestima que acabamos vinculando al género o al grupo
al que pertenecemos. Pero la autoestima identitaria no resiste la comparación con
el diferente y necesariamente chocará con el no reconocimiento del otro, porque
solo contribuirá a alimentar rivalidades.
Acabo con una cita del filósofo John Stuart Mill, el filósofo que mejor ha entendido
la libertad como el intento de no sucumbir al despotismo de la costumbre y de la
sociedad. Dice Mill: “Quien deja que el mundo -o el país donde vive – escoja por el
su plan de vida no necesita de otra facultad que la de la imitación simiesca. En
cambio, quien elige su propio plan pone en juego todas sus facultades. Cualquier
subordinación es una negación del respeto que uno se debe a sí mismo y que la
libertad es una conquista del individuo.
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