XIV B I O G R A F Í A Ni uno ni otro, ni Clemente ni Badía, perdieron un momento de preparación para realizar sus planes. En Francia primero, y en Inglaterra después coleccionaron los herbarios que se conservan en el Jardín Botánico de Madrid, arreglados en nueve tomos. E n ocasión que Clemente se hallaba en una de sus acostumbradas excursiones por un bosque cercano á Londres , rico en criptógamas, quiso Badía sorprenderle á su regreso con la consumación de uno de los sacrificios que habían considerado indispensable para internarse sin peligros en territorio africano, confiado sin duda en poder informar á su compañero que no era la operación tan grave como á primera vista podía parecerle. Volvió Clemente á su casa una tarde poco antes de anochecer, gozoso y regocijado con el tesoro de plantas, recogidas en el bosque; mas su estupor y asombro fueron indescriptibles al contemplar á Badía pálido y casi exánime: acababa de sufrir el dolor mortal de cruenta cincuncision. E n medio de sus acerbos y continuados sufrimientos y del peligro que corrió su existencia, por no haber tenido la suerte de que cicatrizara pronto la herida, á pesar de asistirle un profesor afamado, rogó á Clemente que no se sometiera á tan peligrosa prueba, aun á costa de renunciar por su parte al ideal de la empresa á que con tanta decisión y entusiasmo se había asociado. Quizá Badía hablaba así también, porque convenía para ciertos planes ocultos, irse desligando del compañero. Clemente no se mostró propicio á desistir. Cuidó cariñosamente á su amigo durante su larga y penosa convalecencia, hasta que restablecido, pensaron en tomar las apariencias convenientes y emprender el ansiado viaje. Los dos se vistieron en Londres de musulmanes: Badía tomó el nombre de Ali-Bey y Clemente el de Mohamad Ben-Ali. Trasladáronse á Cádiz, y tales trazas se dieron para dar verosimilitud á lo que se proponían representar, que los verdaderos moros que en Cádiz residían, los creyeron Príncipes de Oriente y los demandaban amparo y protección. Entonces debió ser cuando el proyecto de viaje científico de Badía cambió decididamente de carácter, convirtiéndose secretamente en misión política. Al efecto, parece que se le preparó con propiedad admirable, mediante ostentosos títulos escritos en árabe antiguo, una deslumbradora genealogía como Príncipe de la familia de los Abssidas é hijo de Ofhman-Bey. Dejando á Clemente en Cádiz, adelantó su salida, llegó á Tánger el 29 de Junio de i8o3, y desde aquel momento comenzó la serie de peregrinas aventuras que tan célebre le han hecho bajo el nombre de Ali-Bey. Sería impropio que aquí tratáramos de reseñarlas, pero conviene sin embargo, referir el último episodio que constituyó de hecho la separación de los dos amigos, por más que Clemente alimentase por algún tiempo la esperanza de volver á verse reunidos. «Amado Clemente, le escribió Badía desde Tánger el i3 de Julio de i8o3. Cada dia veo más imposible la venida de V, aquí. Me duele en el alma de ello, pero lo veo imposible. No me atrevo á detenerme más. Paciencia. Adiós, Clemente mió. Sigilo, y para cambiar de traje salga V. de Cádiz.—Soy de V. siempre afectísimo, Alí-Bey Abdallak.—Tánger, etc.» Clemente le contestó en estos términos: «Mi querido amigo: ¿Es posible que ni aun por esclavo vuestro pueda yo incorporarme á la empresa del África sin comprometer nuestra existencia y el éxito de la misma? ¿Hallaré recursos en la filosofía para tranquilizar mi ánimo si soy excluido antes de emprenderla? ¿Qué satisfacción daría á los que en Europa han sido testigos del entusiasmo con que me preparaba á trabajar en ella? Conocéis bien el valor que nosotros damos á la opinión. No daré un paso sin vuestras instrucciones, y mi sigilo será más que sacramental. Descansa en vuestra amistad el que más invariable os la profesa, Mohamad Ben-Alí.» Ninguna otra cosa podemos añadir que se relacione con los dos personajes. Badía consiguió que se asegurara la subsistencia de su esposa é hijo con la pensión de 12.000 reales, y al internarse en el África, dejó de comunicarse con su familia y amigos, acaso para no comprometer los secretos de la misión que llevaba (2). Don Simón de Rojas Clemente, más ó menos resignado, continuó algún tiempo en Andalucía, donde todos le consideraban sectario de Mahoma, apellidándole las mujeres el Moro sabio, é importunándole unas con que les facilitara hierbas milagrosas para combatir dolencias y otras con preguntas impertinentes sobre las costumbres mahometanas. Créese que el Gobierno le apremiaba para que siguiese á Badía en la expedición convenida, y que sin poner en evidencia los inconvenientes secretos, pidió y obtuvo la gracia de diferirlo, encargándole entre tanto el estudio de las producciones del reino de G r a nada (3); y en efecto, ya en 1804 le recorrió en traje de europeo hasta el puntal del pinar de la Sagra. Midió las alturas de SierraNevada , formó la escala vegetal desde sus cimas hasta el nivel del mar; examinó las prácticas agrícolas, y recogió, en fin, un rico arsenal de elementos, ya para la botánica geográfica, ya para una monografía de plantas frumenticias, ó quizá para la proyectada Céres española en que L a Gasea venía trabajando, al decir de una respetable autoridad científica y bibliográfica, que más adelante se citará. L a carencia de noticias de Badía, y la obra del tiempo, fueron haciendo olvidar la expedición africana, y el Gobierno, justo apreciador de las dotes de D. Simón de Rojas, le dio en i8o5 nombramiento de bibliotecario del Jardin Botánico con el carácter de profesor, plaza que ocupó en el mes de Octubre, trayéndose los ricos datos referidos antes, que comunicó á L a Gasea, y seguramente los del Ensayo sobre las variedades de la vid común, estudios á que le decidieron las excitaciones de la respetable persona que en su obra menciona con encomio y gratitud. En un artículo del Semanario de Agricultura, publicado en 1806, trató Clemente de un centeno cultivado en T a h a l , villa de la provincia de Almería, situada en el centro de la escabrosa sierra de Filabres, y con este motivo, hablando de las variedades, emitió su parecer de que los botánicos no debían mirar las más útiles con indiferencia, fundados en que eran obra de los hombres, teoría que venía practicando y demostró en breve, publicando en 1807 el Ensayo sobre las variedades de la vid, objeto de esta publicación. E l citado año de 1807 se le dio comisión, que por lo menos había de durar un a ñ o , para encargarse de la dirección científica y de la enseñanza del Jardin experimental y de aclimatación de la P a z , establecido en Sanlúcar de Barrameda, el cual tal vez consintió en que llegaría á ser un centro de interesantes experiencias, á semejanza de lo que en Francia decretó Chaptal cuando era Ministro de lo Interior; Chaptal dispuso, como dice Clemente en su Ensayo, que cultivados en un terreno determinado todos los vidueños de la nación, se estudiaran botánica, química, agronómica y económicamente. Don Simón de Rojas leyó un bellísimo discurso inaugural de la enseñanza agrícola y botánica. Por hallarse inédito, y ser de pocos conocido, trasladamos la breve idea que ya antes ha suministrado en una de sus obras un individuo de la Comisión, justo apreciador, como todos los demás, del raro mérito de aquel eminente naturalista (4). Lamentaba, entre otras cosas, que la vida de los hombres fuera en muchos casos insuficiente para dar cima á las obras que emprenden, reuniendo para ellas con fe y perseverancia el caudal necesario de conocimientos, mas apenas había emitido estas ideas y hecho participar á sus oyentes de las lisonjeras esperanzas que abrigaba respecto de la utilidad y estabilidad de aquel centro de enseñanza, la invasión francesa le hizo desaparecer, desvaneciéndose así las más bellas ilusiones del profesor y del Príncipe de la P a z , que con verdadero entusiasmo había protegido la institución. Aquella novedad y su residencia obligada en Andalucía, en que tantos atractivos y encantos halló para sus inclinaciones, le colocaron en situación de continuar reuniendo elementos para su historia del reino de Granada (5), y demás trabajos que le preocuparon toda la vida. En los azares de aquella época revolucio- naria, perdió riquísimas colecciones y apuntes que son irreemplazables. En 1809 le dio comisión la Junta central para recibir y cuidar varias cabezas de vicuña, alpacas y llamas, que para su aclimatación en España acababan de llegar á Cádiz procedentes de América. Vinieron á excitación de los redactores del Semanario de Agricultura, que por entonces se publicaba con gran aceptación; pero llegaron en tan malas condiciones que apenas quedó de ello otra memoria que la escrita por D. Simón de R o j a s ,