La Caridad en el Orden Social

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M. Benites; F. Viola; G. Savagnone; C. Regúnaga; A. Preusche; S.
Zamagni; L. Videla; R. Corcuera; J.M. Serrano
EPISTEMOLOGÍA DE LAS CIENCIAS SOCIALES
La Doctrina Social de la Iglesia
en el nuevo milenio
Lila Blanca Archideo
(Coordinadora)
La Caridad en el Orden Social
María Benites
CIAFIC
ediciones
Centro de Investigaciones en Antropología Filosófica y Cultural
de la Asociación Argentina de Cultura
Epistemología de las ciencias sociales : la doctrina social de la
iglesia en el nuevo milenio /
María Magdalena Benites ... [et.al.]. - 1a ed. - Buenos Aires :
CIAFIC Ediciones, 2012.
E-Book.
ISBN 978-950-9010-59-8
1. Epistemología. 2. Ciencias. I. Benites, María Magdalena
CDD 121
© 2012 CIAFIC Ediciones
Centro de Investigaciones en Antropología Filosófica y Cultural
Federico Lacroze 2100 - (1426) Buenos Aires
e-mail: ciafic@fibertel.com.ar
Dirección: Lila Blanca Archideo
Hecho el depósito que marca la ley 11.723
Impreso en Argentina
Printed in Argentina
LA CARIDAD EN EL ORDEN SOCIAL
María Benites*
Muchas Gracias Lila por sus palabras. A propósito de lo que
estuvieron conversando en la Comisión Organizadora del Simposio,
que el año pasado decidió que el tema de este Simposio fuera el de la
Doctrina Social de la iglesia para el Nuevo Milenio, y teniendo en
cuenta que el Papa publicó su primera Encíclica sobre el amor, sobre
la caridad, lo que me pidieron es que hiciera una presentación de los
principios de la Doctrina Social de la Iglesia, teniendo fundamentalmente en cuenta las consideraciones de Benedicto XVI en su
Encíclica Deus Caritas est.
Realmente la aparición de la Encíclica resulta providencial
justamente para el tema al cual se va a abocar este Simposio, porque
en una de las primeras páginas el Papa dice que el amor de Dios por
nosotros es una cuestión fundamental para la vida y plantea preguntas
decisivas sobre quién es Dios y quiénes somos nosotros. Es decir, el
tema de la Encíclica pone en el centro de nuestra consideración el
núcleo de la Revelación que es amor y al mismo tiempo el núcleo de
la verdad sobre el hombre y el mandamiento del amor a Dios y al
prójimo, que sintetiza toda la ley y la moral cristiana y es a la vez un
mandamiento social. Por eso la temática del amor toca la identidad
misma de la vida social, política económica y cultural.
Abogada (Universidad de Buenos Aires), Doctora en Derecho Canónico
(Pontifica Universidad Lateranense, Roma). Profesora en la Cátedra de Vida
Consagrada en la Facultad de Derecho Canónico de la Universidad Católica
Argentina. Profesora de Doctrina Social de la Iglesia (Instituto de Profesorado
Sedes Sapientiae – Gualeguaychú). Integrante del equipo de Investigación en
Ciencias Sociales, Centro de Investigaciones en Antropología Filosófica y
Cultural – CIAFIC.
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De modo que este tema del amor de alguna manera centra
nuestra atención en él, para, a partir de la caridad, poder vislumbrar
cuáles son los horizontes que se le abren a la Doctrina Social en el
tercer milenio.
En la primera parte de esta exposición lo que voy a tratar es de
hacer algunas reflexiones a partir de las consideraciones de Benedicto
XVI sobre la caridad, sobre qué incidencia pueden tener estas
reflexiones para la comprensión o para iluminar los principios de la
Doctrina Social de la Iglesia.
Luego, en una segunda parte, me referiré brevemente a cuáles
son los alcances de este mandamiento del Amor a Dios y al prójimo.
Sobre todo me voy a detener en una expresión de Pablo VI “La
Civilización del Amor”, y finalmente unas breves consideraciones
sobre el laico y la familia y cuál es el lugar o las vías por las cuales la
Iglesia puede hacer fundamentalmente presente ese mandato de Amor
a Dios y al prójimo.
El Papa comienza su reflexión sobre el amor humano haciendo
unas primeras consideraciones entre “eros” y “agapé” en la única
realidad del amor. En la Encíclica el Papa muestra cómo en una visión
cristiana el “eros” es una realidad que refleja una dimensión metafísica
del hombre en cuanto tendencia que lo impulsa a buscar la posición de
aquello que necesita, una noción que remite a la creación y a la noción
de creatura, es decir, de ser participado de la que se sigue una
indigencia que en el hombre es constitutiva. El “eros” manifiesta que
el hombre no es un ser completo sino que necesita completarse
mediante la posesión de aquello que le falta. El objeto de esa búsqueda
es siempre otro sujeto personal, aunque inmediatamente el “eros”
pueda dirigirse a un objeto. En el fondo se trataría de una búsqueda de
su satisfacción o de sí mismo, pero no de ese objeto. Entonces el “eros”
manifiesta que aquello que completa verdaderamente al hombre,
aquello que sacia su sed de felicidad y colma su indigencia es el otro,
sea éste el amado, el amigo, el hijo, el prójimo o Dios mismo.
La indigencia propia del hombre como creatura y el “eros” como
tendencia a buscar en el otro lo que lo completa, son causa y fuente de
sociabilidad. En la base de la realidad social en toda su expresión está
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Epistemología de las Ciencias Sociales.
La Doctrina Social de la Iglesia en el nuevo milenio
el “eros” como motor, como causa de vínculos interpersonales y de
relaciones sociales. Por eso la sociedad no es algo ajeno al hombre,
algo que se impone artificialmente desde fuera al hombre, sino aquello
a lo cual el hombre se ve naturalmente inclinado en virtud de una
exigencia intrínseca a él mismo.
Pero el “eros” por sí solo no basta para conformar una sociedad.
Si es cierto que el “eros” tiene una raíz profundamente humana,
también lo es - dice Benedicto XVI- que el “eros” necesita de ascesis,
disciplina y purificación para dar al hombre, no el placer de un
instante, sino un modo de hacerle pregustar, en cierta manera, lo más
alto de su existencia, esa felicidad a la que tiende todo nuestro ser.
Esto no significa -sigue el Papa- rechazar el “eros” o envenenarlo, sino
sanearlo para que alcance su verdadera grandeza
Mientras el “eros” es un amor de búsqueda, el “agapé” es un
amor que ha llegado al encuentro del otro, superando el carácter
egoísta que dominaba claramente en la fase anterior. No se trata - dice
el Papa - ya de una búsqueda de sí mismo, sino de una búsqueda del
bien de aquél a quien se ama. La única realidad del amor comprende
el “eros” y el “agapé” que no pueden llegar a separarse completamente.
El compendio de la doctrina Social de la Iglesia dice que es por
amor a los demás que el hombre se une en grupos estables que tienen
como fin la consecución de un bien común.
La conformación de una sociedad y la búsqueda del bien común
supone en el hombre un amor que es “eros” y “agapé” a la vez, que lo
impulse a buscar ese bien no sólo en cuanto es un bien para él, sino un
bien para los otros, en cuanto es un bien común.
El amor entra así como dinámica social, como motor de
racionalidad y como principio unitivo necesario para la búsqueda del
bien necesario para la búsqueda del bien común. La realidad del amor
muestra, también, que el hombre no sólo necesita de los demás, sino
que, además, él mismo se constituye en una riqueza para los otros, que
también puede ofrecer a los otros.
Si bien los hombres somos iguales en dignidad, no somos
iguales en que cada uno es un ser único e irrepetible, y esa por
originalidad de cada sujeto personal debe de alguna manera reflejarse
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en el bien común para que ese bien común sea todo lo expresivo que
pueda ser de la riqueza humana.
La consideración del bien común en relación con el amor pone
también en evidencia otro aspecto para el orden social que es la
cuestión de la relación persona-sociedad o persona- comunidad. El
amor en cuanto es un acto de voluntad libre es capaz de trascender, es
salir de uno mismo y dirigirse a los otros y a Dios. La búsqueda
ascendente, “eros”, del hombre a Dios es ya en sí misma una
manifestación de su dignidad.
El concepto de “eros” en la historia -dice el Papa en la Encíclicapone de manifiesto la existencia de una cierta relación entre lo humano
y lo divino, el amor promete infinitud, eternidad, una realidad más
grande y completamente distinta de nuestra existencia a la que cada
hombre está llamado y ésta es la fuente, la expresión, de la dignidad
del hombre que se articula en el primer derecho humano, el religioso,
que por eso de alguna manera es fuente y medida -como decía Juan
Pablo II- de todos los demás derechos.
El amor crea un vínculo muy fuerte de la persona con la
sociedad a la que pertenece, pero al mismo tiempo en la relación
persona-sociedad sólo el amor puede salvaguardar adecuadamente la
instancia personalista, manteniendo intacta a la vez la instancia social.
El amor, como se ha visto, manifiesta una capacidad de
trascendencia en su dimensión horizontal, esa trascendencia hace
posible la misma realidad de la sociedad, porque el hombre puede salir
de sí mismo y establecer vínculos con otros hombres. El hombre es
capaz de comunicar y formar una comunidad, pero es capaz también
de otra trascendencia que lo lleva a establecer una relación con Dios,
que la Encíclica ha mostrado, desde la creación misma, como una
relación de amor. Esa misma trascendencia vertical hace presente que
el bien de la persona no se agota en el bien de la sociedad y que la
persona misma es un bien a quien Dios Creador ama y que debe
subordinarse la misma sociedad.
Esta relación, que pone en evidencia el amor, ilumina también
la relación a la vez de subordinación y de supraordinación, de
inmanencia y trascendencia, de la persona respecto de la sociedad.
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Epistemología de las Ciencias Sociales.
La Doctrina Social de la Iglesia en el nuevo milenio
Las consideraciones del Papa sobre el amor ponen también en
evidencia que el primado de la persona, punto básico y fuente primera
de referencia de toda la Doctrina Social de la Iglesia, es un primado de
la persona en la relación. Sólo desde la perspectiva del amor esta
dimensión de la relacionalidad adquiere todo su espesor y muestra por
lo tanto su potencialidad para dar respuesta a muchos problemas
actuales de nuestra sociedad.
Pienso por ejemplo en los Derechos Humanos, que en la
Declaración de 1948 tenían un marco personalista, pero que fueron
interpretados y declinados en clave individualista. Los Derechos
Humanos son hoy derechos del individuo. Frente a estos Derechos que
se presentan precisamente como derechos del individuo, la Carta de los
Derechos de la Familia de la Santa Sede ofrece un aporte
verdaderamente original, porque allí de lo que se trata es precisamente
de considerar que el sujeto del derecho, la persona humana que se
busca proteger integralmente, requiere de un orden jurídico que asuma
como un bien a tutelar esa dimensión relacional que encuentra en la
familia su expresión original.
Esta exigencia se hace presente hoy y urge en diverso ámbitos
y respecto de distintas categorías de personas de nuestra vida social,
como son la educación, el mundo del trabajo, la atención de la niñez,
la de los ancianos, los emigrantes, por citar algunos.
Podríamos decir también que es una exigencia del bien común
la presencia en la vida social de instituciones e iniciativas que
responden tanto al momento del “eros” como al momento del “agapé”
como principio constitutivo, en la medida en que ambas expresan la
totalidad de la relación del amor que es a la vez “eros” y “agapé”.
Ambos deben estar presentes para que la sociedad procure realmente
el bien para todos los hombres y para todo el hombre, como decía
Pablo VI.
El Papa subraya en la Encíclica, que en el cristianismo no hay
oposición entre “eros” y “agapé”, no hay rechazo del “eros” ni opción
excluyente del “agapé” como el único amor digno de los cristianos,
asume una posición neta en contra de una especie de difamación de la
que ha sido objeto el “eros”: la pretensión de negar el “eros”, o la
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pretensión de sublimarlo en el “ágape”, significaría admitir que el
hombre sería una suerte de Dios, un ser perfecto, que no necesita de
nada, sobre todo que no necesita de nadie. Pero una sociedad movida
y estructurada sólo en torno al “eros” no logra abrir al hombre la
posibilidad de despliegue de todas las potencialidades de su ser de
hombre que se manifiestan precisamente cuando el amor se hace
encuentro con el otro y se centra en el amor del otro.
Al mismo tiempo, una sociedad cuyas estructuras de solidaridad
fueran unidireccionales, en donde hay sujetos que dan y otros que sólo
reciben, sería una sociedad que sacrifica a la persona y aniquila el
amor. Justamente el amor en toda su realidad pone en primer plano la
relacionalidad del hombre como un aspecto estructurante de su
identidad. Por lo tanto esa misma relacionalidad es un bien del hombre
que en su constitución de “eros” y “agapé” manifiesta que sólo
responde a su vocación, al amor, cuando puede configurar relaciones
en donde sea posible dar y recibir, o mejor dicho, darse y acoger al
otro, en una relación bidireccional podríamos decir, o -para decirlo
con la palabra que usa el profesor Zamagni- de reciprocidad, porque
sólo en la reciprocidad se despliega el amor en toda su verdad.
Nuestras sociedades presentan hoy diversas redes de solidaridad
que conforman verdaderos sistemas o subsistemas, y cada uno de estos
sistemas responde a un criterio, a un modo de concebir y de aplicar la
solidaridad. Estamos ante una sociedad compleja, con funciones muy
diferenciadas. La Encíclica, en el presentarnos el amor en toda su
riqueza, nos da un principio de estructuración social y al mismo tiempo
un criterio de juicio y, por lo tanto, también potenciales directivas para
la acción, que será necesario profundizar.
La riqueza y la profundidad de la realidad del amor se constituye
en un criterio que nos permite discernir en la multiforme configuración
de la solidaridad aquellas expresiones más aptas para generar
relacionalidad en la reciprocidad y, en esa medida, más relevantes para
el bien común que otras formas en donde se da una solidaridad o
unidireccional o que, de todos modos, por estar cerradas en un grupo,
en el fondo están animadas por el propio interés. No quiere decir que
haya que desarticular estas formas de solidaridad, sino sólo señalar,
en el contexto total de la posibles formas, como ésta pueda
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La Doctrina Social de la Iglesia en el nuevo milenio
configurarse precisamente en función de su actitud de aportar al bien
común: hay algunas que será necesario valorar y promover
mayormente.
Y en este contexto es importante recoger las consideraciones
que hace el Papa en esta primera parte de la Encíclica sobre el
matrimonio y sobre la novedad que aporta la fe bíblica respecto del
hombre.
El Papa ha dicho que cuando el amor es un verdadero encuentro
con el otro y se centra en el bien del otro, emergen dos características
que cualifican a ese amor que son: su exclusividad, o sea, esta persona
y no otra, y su carácter definitivo.
El matrimonio -dice el Papa- en la fe bíblica es icono de la
relación del hombre con Dios, al Dios único del Antiguo Testamento
corresponde el matrimonio monogámico. También dice el Papa que
en el relato del Génesis, en la profecía sobre Adán, ya se puede ver
esta idea de que el hombre es de algún modo incompleto
constitutivamente, en camino de encontrar en el otro la parte
complementaria para lograr su integridad, la idea de que sólo en la
comunión con el otro sexo el hombre puede considerarse completo.
Si las primeras reflexiones relativas a la única realidad del amor nos
llevaban a considerar la relacionalidad del hombre como fuente de la
sociedad, aquí nos encontramos ante la expresión primera y originaria
de esa sociabilidad que es la familia fundada en el matrimonio. En el
matrimonio se da también ese mismo dinamismo constituido por
“eros” y “agapé” que se proyectan en la familia y la define como una
comunidad de amor.
Es significativo que en la base de la sociedad, su célula primera
sea precisamente esta comunidad en donde el amor es la fuente, la
norma y la forma. La familia se convierte así en fuente de
relacionalidad y esto es, sin duda, su aporte absolutamente original e
irremplazable al orden social.
Es significativo que Juan Pablo II dedicara a la familia
Familiaris Consortio y les pusiera como primer tarea, antes que su
servicio a la vida, su servicio a la educación y su servicio a la sociedad,
precisamente la tarea de la familia que consiste en formar una
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comunidad de personas, y sólo en la medida en que forme una
comunidad de personas podrá después servir a la vida, servir a la
educación, servir a la sociedad.
Desde esta perspectiva se hace más claro que la familia debe
sustraerse a ser considerada en clave privatista, de la que es objeto en
la actualidad, y debe sustraerse también a que el Estado asuma respecto
de ella la posición de una suerte de Estado ético que le imponga un
modelo y dejar que otros le impidan a la familia desplegar todas sus
posibilidades como comunidad relacional primaria y en esa medida
un bien social. En este sentido recojo acá esa reflexión que hacía
Monseñor Serrano, creo que el año pasado o el anteaño, sobre la
importancia de considerar el bien de la familia en sí mismo como un
bien del matrimonio. Creo que esa idea realmente refleja muy bien
esta intuición de Juan Pablo II sobre la familia como una comunidad
de personas.
Estas consideraciones sobre la familia sacan a la luz otro aspecto
que, a mi modo de ver, puede también tener importancia. En el
contexto de los principios de la Doctrina Social de la Iglesia no sólo
el de bien común y el de solidaridad son relevantes desde la
perspectiva del amor, también lo es el de subsidiariedad. Precisamente
porque la familia es fuente originaria y primaria de relacionalidad es
vital para la sociedad que la familia asuma y le sea reconocida su plena
subjetividad social, -como decía Juan Pablo II-, y que pueda
proyectarse en una red rica y variada de asociaciones, dedicadas a
actividades y servicios basados justamente en la primacía de las
relaciones interpersonales. Esto requiere una sociedad organizada en
base a la subsidiariedad.
La subsidiariedad salvaguarda la responsabilidad de las
personas, las familias y las asociaciones y potencia su aptitud para
generar estructuras de racionalidad en donde el amor pueda expresarse
en todo su verdad. Podríamos decir que una sociedad organizada según
el principio de subsidiariedad abre las posibilidades para que el amor
pueda proyectarse, circular en la totalidad del orden social. Esta
sociedad será entonces capaz de generar aportes originarios, de
incrementar subjetividad social, de promover autonomías y escapar
así a la lógica tanto del individualismo como del colectivismo.
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Finalmente, en esta primera parte de la Encíclica, el Papa se
refiere a la novedad que respecto del amor introduce el Nuevo
Testamento. Y allí el Papa dice que la novedad del Nuevo Testamento
no consiste en nuevas ideas, sino en la persona misma de Jesucristo.
El amor en Jesucristo -dice el Papa- adquiere un realismo inaudito, es
Dios mismo que en Jesucristo va en busca de la oveja perdida, de la
humanidad doliente y extraviada, y en su muerte en la Cruz se
manifiesta el amor en su expresión más radical. Dice el Papa, ahora es
a la Cruz adonde hay que mirar para saber qué es el amor y donde el
cristiano encuentra orientación para su vivir y su amar.
Por otra parte, ese acto de entrega de Jesucristo en al Cruz señala el Papa- se perpetúa en la Eucaristía, donde Él se hace para
nosotros verdadera comida y nos adentra en su acto oblativo. Y el Papa
subraya que la mística del Sacramento tienen un carácter social, es
decir, por la Comunión Sacramental yo quedo unido al Señor como
todos los que comulgan, la unión con Cristo es al mismo tiempo unión
con los demás, no puedo tener a Cristo sólo para mí, únicamente puedo
pertenecerle con todos los que son o lo serán.
Si el amor como virtud natural me hace ver al otro como un
“alter ego”, la caridad cristiana me lo presenta como una “Alter
Cristus”, y ahora sí, el amor a Dios y al prójimo son un mismo y único
precepto, y entonces es posible la caridad social, porque Jesucristo se
entrega a mí en la Eucaristía, y me une a Él y en Él a todos los que son
suyos o lo serán. Y ahora sí -dice el Papa-, el amor a Dios y al prójimo
son un único precepto, y es posible al cristiano, con amor de caridad,
amar no sólo a Dios sino también a su prójimo, de modo tal que
entonces la virtud sobrenatural de la caridad, la caridad como
dinamismo sobrenatural, se inserta en la vida social, entra ella también
en el otro aspecto que señala el Papa respecto del concepto de prójimo.
El Papa dice, el concepto de prójimo en Jesucristo se
universaliza. Prójimo es todo aquél que tenga necesidad de mí y a
quien yo pueda ayudar, permaneciendo concreto al mismo tiempo.
Abarca a todos los hombres, pero reclama mi compromiso práctico
aquí y ahora. Mi prójimo no es quien esté cerca por vínculos de
parentesco, de vecindad, de afinidad. El compendio señala que mi
prójimo, muchas veces se me presenta en sociedad, por lo tanto, el
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compromiso concreto de esa caridad evangélica respecto de ese
prójimo, requerirá de una mediación social que permita llegar a él. De
allí que la caridad cristiana requiere de leyes, de estructuras e
instituciones sociales que se conviertan en sus vehículos en la
sociedad.
En este punto quisiera hacer una breve reflexión sobre algo a lo
cual se refiere la Encíclica, y a lo cual fundamentalmente se dedica en
la segunda parte.
La segunda parte de la Encíclica se ocupa fundamentalmente
del servicio caritativo de la Iglesia, en donde, en pocas líneas, se presenta ese servicio como un gigantesco panorama de la actividad caritativa de la Iglesia a lo largo de toda su historia, es decir, una verdadera
sinfonía de la caridad que recorre los siglos y que suscita realmente admiración y gratitud y que a la vez nos interpela a confrontarnos una y
otra vez con la misteriosa densidad y las exigencias apremiantes del
Mandamiento del amor a Dios y al prójimo.
El Papa señalaba que en Jesucristo los confines de la proximidad
se dilatan hasta hacerse universales porque el amor de Jesucristo es
un amor a todos los hombres. Ese amor es divino-humano, es amor, es
don y gracia que sana las heridas del pecado y le da al hombre la
posibilidad de amar con un amor divino. De allí que la lectura de la
Encíclica nos presenta una ocasión para reflexionar acerca de cuáles
son los alcances de esta exigencia evangélica de la caridad en el orden
social.
Una mirada histórica del servicio caritativa de la Iglesia revela
que una buena parte de esa actividad se despliega debido a la presencia
de estructuras de pecado, que una y otra vez se forman en la vida y en
la historia de las sociedades. En algunos casos esas iniciativas
caritativas se constituyeron luego en un aporte original de la Iglesia al
desarrollo de la vida en lo socio-económico y cultural, como es el caso,
tantas veces recordado aquí, de los Montes de Piedad que sentaron las
bases de los actuales institutos de crédito. Frente a las estructuras de
pecado que causan impotencia en la situación de miseria, de hambre,
de necesidad de muchos hombres, las exigencias del mandato
evangélico no se colman con la asistencia y la ayuda a esas victimas.
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La Doctrina Social de la Iglesia en el nuevo milenio
La potencialidad del depósito de gracia de la Iglesia es capaz de
convertir esas mismas estructuras de pecado en estructuras de Gracia.
Norberto Bobbio dijo alguna vez que el valor supremo del laico
como alternativa de la caridad es la justicia, que si hubiera más justicia
no sería necesaria la caridad. Podríamos contestar a Bobbio que
aunque hubiera más justicia nunca la habría completamente y por lo
tanto sería siempre necesaria la caridad. Pero esa respuesta supone una
visión reductiva, algo así como un sucedáneo de la justicia, o en todo
caso limitada al socorro de las necesidades.
El mensaje cristiano tampoco se conforma con la sola justicia de
las estructuras sociales. El Mandamiento del Amor impulsa a informar
internamente esas estructuras con la fuerza vivificante de la caridad.
Aunque fuera posible alcanzar la perfecta justicia, la justicia sola no
es suficiente para conformar un orden social a la medida del hombre.
La justicia tiene por objeto establecer una igualdad entre los hombres,
a propósito de una medida objetiva que luego se satisface con un dar,
con un hacer o con un no hacer. La justicia queda satisfecha con al
obtención de esa igualdad y una vez obtenida esa igualdad no
necesariamente los sujetos tienen que permanecer en relación, ha
quedado así colmada la exigencia de la justicia.
El amor, en cambio, supone la igualdad, pero va más allá,
porque ve en el otro yo un amigo en donde el bien es precisamente la
profundización de su relación con él. La justicia hace iguales, la
caridad, amigos o hermanos. La caridad supone la justicia. San Agustín
decía “caritas perfecta, perfecta iustitia est”.
Si la medida es Jesucristo, podríamos también reflexionar en
cómo realizó el valor de la igualdad el Misterio de la Encarnación y de
la Redención, en el sentido del abajamiento de Dios hasta la condición
de creatura, de hacerse hombre como nosotros y de la elevación del
hombre a la categoría de hijo de Dios. Y si ése debería ser nuestro
paradigma, deberíamos pensar mucho en la relación entre igualdad, o
por lo menos que la justicia cristiana tiene una medida que nos
sorprende mucho y no es la de la justicia humana.
¿Cómo ha sido considerada la caridad social en el Magisterio
de la Iglesia?
La Caridad en el orden social
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Pío XI decía en Quadragesimo Anno que un orden socioeconómico-jurídico impregnado por la justicia debía asumir la caridad
social como alma de ese orden. Y Pablo VI habló de la “civilización
del amor”, una expresión muy significativa, tanto por su carga
simbólica como por el horizonte en el cual Pablo VI ubica el amor.
Juan Pablo II en la Carta a las Familias recuerda -como por otra
parte también acá se ha recordado alguna vez- que la palabra
civilización etimológicamente deriva de “civis”, es decir, de
ciudadano. El sujeto de esa civilización es el hombre en cuanto
ciudadano, es decir, es el cristiano en cuanto ciudadano, y su ámbito
es la ciudad. Por lo tanto, el amor está llamado a informar desde dentro
las estructuras de la ciudad, pero la nación supera el ámbito de la
ciudad, de lo político. Juan Pablo II hace notar que el término
civilización tiene además un contenido fuertemente humanista. La
civilización –afirma- pertenece a la historia del hombre, porque
corresponde a sus exigencias espirituales y morales. Creado a imagen
y semejanza de Dios, ha recibido el mundo de manos del Creador con
el compromiso de plasmarlo a su propia “imagen y semejanza”.
Precisamente del cumplimiento de este cometido deriva la civilización
que, en definitiva, no es otra cosa que la humanización del mundo.
Civilización y cultura son dos términos íntimamente vinculados
y muchas veces han sido usados indistintamente para significar lo
mismo. No voy a entrar aquí a hacer una consideración sobre ese tema,
lo único que me interesa decir es que fuera cual fuere el significado y
el alcance que le demos, lo cierto es que el término civilización incluye
precisamente el ámbito de las instituciones, de las estructuras sociales,
de los modos de relación de las normas sociales, de los usos y
costumbres y por lo tanto de las ciencias y de las artes sociales en
cuanto instrumentos culturales para su conocimiento y su creación.
Todo ello constituye el patrimonio de la civilización, por lo tanto, la
expresión civilización del amor interpela también a las ciencias
sociales a asumir la caridad como categoría, como criterio, en su
propio ámbito científico.
Por otra parte, Pablo VI hablaba de civilización del amor. En el
cristianismo, el amor -como nos recordaba el Papa en la Encíclica
también-, es una persona, es Jesucristo. Entonces, decir civilización
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Epistemología de las Ciencias Sociales.
La Doctrina Social de la Iglesia en el nuevo milenio
del amor es decir “civilización cristiana”, una civilización, podríamos
decir, que responda al ideal paulino de instaurar todo en Jesucristo.
A este respecto me parece que puede ser muy ilustrativo un
párrafo del Padre Etcheverry Boneo que decía, “Jesucristo es la base
para entender todo lo que tiene que ser en lo fundamental una cultura
y civilización cristianas. La Encarnación es un hecho cultural y de
civilización trascendental, que define y diferencia radicalmente la
cultura y la civilización cristiana de cualquier otra. Es un hecho
histórico generador de una fuerza ejemplarizador, en virtud de lo cual
todo, después de la presencia de Jesucristo en el mundo, toda la tarea
cultural y de civilización se hace a partir de Jesucristo, según
Jesucristo, a imitación de Jesucristo y con la fuerza, con el ejemplo,
con las ideas y con la tendencia de alguna manera hacia Jesucristo”.
Juan Pablo II, en la Encíclica Redemptoris Hominis, se coloca
precisamente en esta perspectiva Cristológica para profundizar el
alcance y la profundidad de la tarea que se le presentaba a la Iglesia al
comienzo de su Pontificado. Siguiendo las líneas del Concilio Vaticano
II, que, en la Constitución, sobre el mundo contemporáneo había
afirmado que el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio
del Verbo Encarnado y que sólo Cristo manifiesta plenamente al
hombre, al propio hombre, y descubre la sublimidad de su vocación.
Juan Pablo II decía que el hombre debe, por decirlo así, entrar
en Jesucristo con todo su ser, debe apropiarse y asimilar toda la realidad
de la Encarnación y de la Redención para encontrarse a sí mismo y descubrir la profunda maravilla de sí mismo. En realidad -decía en aquella
Encíclica- ese profundo estupor respecto al valor y a la dignidad del hombre se llama Evangelio, es decir, Buena Nueva. Este estupor es al mismo
tiempo persuasión y certeza que en su raíz profunda es la certeza de la
fe, pero que de modo escondido y misterioso vivifica todo aspecto del
auténtico humanismo, estrechamente vinculado con Cristo.
Ésta es la tarea de la Iglesia, si la Encarnación tiene una
dimensión cultural y de civilización, entonces, el Mandamiento del
Amor es también un mandamiento, un mandato cultural y civilizador.
Y en esta tarea está comprometida toda la Iglesia, es decir, esta tarea
la compromete, la involucra, la implica a toda la Iglesia y a la totalidad
de su ministerio. Pero es cierto que en el pueblo de Dios es al laico al
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que le corresponde impregnar y perfeccionar el orden temporal con el
espíritu evangélico -como dice el Canon 225- y así dar testimonio de
Cristo, especialmente en la realización de esas cosas temporales y en
el ejercicio de las tareas seculares. El Canon toma el texto de la Lumen
Gentium en su número 31.
¿Cuáles son los dos elementos que caracterizan al laico en la
Iglesia? Son, por un lado, un elemento de carácter teológicosacramental y, por otro, una condición. La base teológico-sacramental
de la identidad del laico es precisamente el bautismo y la confirmación,
y el sacerdocio común que imprimen estos Sacramentos mediante el
cual el laico participa a su modo de la misión sacerdotal, profética y
real de Jesucristo.
La Constitución Lumen Gentium dice “que en virtud del
sacerdocio común los bautizados son consagrados para que por medio
de todas las obras del hombre cristiano ofrezcan sacrificios espirituales
y anuncien las maravillas de quien lo llamó de las tinieblas a la luz”.
El laico entonces es capaz de un cierto actuar sacerdotal, en
virtud del cual, en la medida en que participa de la caridad
sobrenatural, puede también comunicarla. Y esa destinación al
apostolado de la que habla también el Canon 225, en virtud de estos
dos Sacramentos, es una destinación a un apostolado que es también
un apostolado cultural y civilizador.
El otro elemento que caracteriza al laico, como decíamos, es su
condición secular. Es decir, el laico justamente es el que está en el
mundo y al que le toca construir el mundo según Dios, y tanto su
situación sacramental como su condición secular lo ubican en una
determinada relación respecto de tres valores naturales que son
fundamentales, y que determinan su relación con el mundo de las
cosas, con la familia y la comunidad. Es en este ámbito, precisamente,
donde ejerce su sacerdocio común y es esto lo que garantiza a la Iglesia
un vínculo estructural con la economía de la Creación, es decir, con la
naturaleza y con la historia.
Esta cuestión está íntimamente relacionada con la de la familia.
Es cierto que, al menos en Occidente, el matrimonio es un Sacramento
laical. Juan Pablo II en su Carta a las Familias señalaba la estrecha
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Epistemología de las Ciencias Sociales.
La Doctrina Social de la Iglesia en el nuevo milenio
relación que existe entre la civilización del amor y la familia. Él decía
que si el primer camino de la Iglesia es la familia, conviene añadir que
lo es también la civilización del amor, pues la Iglesia camina por el
mundo y llama a seguir este camino a las familias y a las otras
instituciones sociales, nacionales e internacionales, precisamente en
función de las familias y por medio de ellas. En efecto, la familia
depende por muchos motivos de la civilización del amor, en la cual
encuentra las razones de su ser como tal y al mismo tiempo, decía el
Papa, la familia es el centro y el corazón de la civilización del amor.
Es importante reflexionar sobre esto, porque la familia, primer
camino de la Iglesia, -dice el Papa-, se funda en el matrimonio, y el
matrimonio es un Sacramento, que a diferencia de los otros
Sacramentos, es el único que asume una realidad de orden natural sin
quitarle nada a esa realidad, sin quitarle ninguna de sus finalidades y
de sus funciones, de las que tiene naturalmente, la asume en toda su
verdad natural y la eleva por el Sacramento al orden sobrenatural.
Precisamente el matrimonio, y la familia, es el lugar donde el amor es
principio constitutivo y ley por excelencia. Al ser una institución
natural y Sacramento a la vez es también el lugar en donde el amor es
un amor informado por la caridad como virtud sobrenatural.
La familia es expresión originaria de la relacionalidad. Es la
primera expresión de sociabilidad y es célula primera de la sociedad.
Al ser una institución social y cristiana, una institución natural y
sobrenatural, iglesia doméstica y primera célula social, se constituye
así -decía el Padre Etcheverry- en gozne entre el orden temporal y el
orden eterno. Por lo tanto, es fuente de sacramentalidad social, es
fuente de caridad en la base misma de la sociedad. De allí que la
familia sea como dice Juan Pablo II “el primer camino de la Iglesia y
el centro y el corazón de la civilización del amor”.
Por lo tanto, los caminos que tiene la Iglesia para informar el
orden social con la caridad, con la virtud sobrenatural de la caridad,
son dos caminos: el del laico y el de la Iglesia, que no son extrínsecos
a la sociedad misma, sino que están insertos dentro de la sociedad. Por
eso la caridad puede constituirse en un verdadero principio social, en
el sentido de una instancia con fuerza estructurante dentro de la misma
sociedad.
La Caridad en el orden social
María Benites, pp. 5-29
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Y esto también, a mi modo de ver, –y concluyo con esto-, debe
ayudar a comprender otro aspecto que es el de la relación de la Iglesia
con el orden social, con el orden temporal en general. Es decir, esta
relación no es una relación de separación tal como la planteó la
modernidad, es una relación de distinción, pero también de
cooperación. La separación no es posible, el orden temporal, propio del
Estado, y el espiritual, propio de la Iglesia, no son dos realidades
paralelas que nunca se tocan, al contrario, están vitalmente
relacionadas en virtud de una realidad, precisamente que es intrínseca
tanto a la Iglesia como a la sociedad. La Constitución Gaudium et Spes
lo adelantó cuando, luego de establecer el principio de la
independencia y autonomía de la Iglesia y el Estado, cada uno en su
propio campo, afirmó que ambos, la Iglesia y el Estado, están al
servicio de la vocación personal y social de las mismas personas
humanas.
El diálogo de la Iglesia con el mundo no sólo se amplía en sus
horizontes, sino también en su profundidad. Está claro que esa relación
vital no debe quitar nada a la autonomía propia de la realidad temporal,
tal como también lo delineó la Constitución Gaudium et Spes, pero
también es cierto que dentro de esa misma autonomía actúan el
bautizado, la persona humana, y la familia en toda su verdad y en toda
su potencialidad de dinamismo sobrenatural.
También quiero terminar con una consideración de tipo histórico
respecto del tema de la relación, justamente, de la Iglesia con el orden
temporal y es el hecho de que el estado iluminista se arrogó de algún
modo el monopolio del orden temporal y organizó toda la realidad
social como una realidad que debía existir dentro de los confines del
propio estado y, además, jerárquicamente organizada en una estructura
en cuyo vértice estaba precisamente el estado mismo. A la Iglesia, por
un lado, la quiso dejar fuera de lo temporal y a la vez reivindica el
carácter laico, laicista, de todo ese orden socio-político, y al mismo
tiempo pretende someterla a su propia hegemonía bajo la imposición
de su propia jurisdicción a la vida de la misma Iglesia. Todos sabemos
como ocurre esto en el siglo XIX. Esta presencia hegemónica del
estado lo convierte así casi en el único interlocutor frente a la Iglesia,
o por lo menos eso pretendía el estado. Hoy la Iglesia, en cambio, se
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Epistemología de las Ciencias Sociales.
La Doctrina Social de la Iglesia en el nuevo milenio
encuentra frente a una sociedad que es distinta. El estado del Siglo de
las Luces se redimensiona y redefine sus propios ámbitos, en parte
debido a la globalización misma que relativiza su poder, en parte
debido a la emergencia de una sociedad civil caracterizada por una
pluralidad de expresiones y de sujetos sociales. Todas estas
subjetividades se constituyen en interlocutores para la Iglesia hoy. Por
otra parte, se trata también de subjetividades, en gran parte, dedicadas
al servicio de las personas en los ámbitos cultural, educativo, laboral,
social, asistencial, sanitario, jurídico, económico, un servicio basado
en las relaciones interpersonales. Por eso se trata de una realidad que
está más abierta a acoger la caridad evangélica y a convertirse así en
verdaderos vehículos sociales, en signos y en canales de caridad.
DIÁLOGO
- Mons. Serrano: En torno al matrimonio estamos descubriendo sin cesar
cosas, y a mí recientemente me ha como fulgurado una expresión en la
que no había caído como estructura del matrimonio. Decía allí un escritor
brillantemente que “dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá
a su mujer y serán los dos una sola carne” (Gén. 2, 24) es la promulgación del matrimonio del Antiguo Testamento, el matrimonio natural. Pero,
en cambio, la promulgación del matrimonio del Nuevo Testamento, es
cuando Pablo dice: “es un gran misterio en Cristo y en la Iglesia” (Eph.
5, 32). Si unimos a ello la conocida expresión de Edith Stein, tomada de
K.G. JUNG, según la cual el signo da más de lo que contiene, el signo no
es más que un instrumento para conducirnos a otra realidad: así, el humo
de por sí es para llevarnos al fuego, que no está, por supuesto, en el humo
mismo. En cambio el símbolo da menos de lo que tiene, hay que insistir,
hay que buscar, hay que ahondar en el contenido del símbolo. Así todos
los sacramentos cristianos que tienen más que el agua, el pan, el vino, el
aceite y, desde luego, el amor humano…
Creo que esta expresión de que el matrimonio del Nuevo Testamento es un gran misterio en Cristo y en la Iglesia, descubre unos horizontes espléndidos en los que no habíamos reparado con suficiente
atención. Así la indisolubilidad y la exclusividad conducen hacia la consagración entre hombre y mujer como símbolo de la relación entre Cristo
y la Iglesia, con unas perspectivas inmensas. Pero luego hay otros aspectos mucho más sencillos, más elementales, por ejemplo, Jesucristo MaesLa Caridad en el orden social
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tro, el Padre educador, Jesucristo que forma su comunidad, la sigue, la
prepara, y la presencia de una entrega mutua, de una consagración entre
marido y mujer que efectivamente forma, edifica, construye la familia,
es un parámetro completamente nuevo.
Me parece que nuestro matrimonio, nuestro matrimonio liberal,
nuestro matrimonio decimonónico, cuando el matrimonio comienza a
transformarse en una institución social, insiste demasiado en lo que dicen
los técnicos jurídicos, en el sinalagma, en la relación entre hombre y mujer
como acuerdo vinculante y todas las demás perspectivas, las perspectivas
familiares, las perspectivas de crecimiento, de perfección interna quedan
desplazadas. En primer lugar por este sentido minimalista que se tiene en
el sector jurídico del matrimonio, de que la validez es lo mínimo, lo que
se necesita para sobrevivir, no es suficiente. Se necesita un impulso de
renovación y de visión verdaderamente cristiana. Y para mí esta simbología de la unión de Cristo con la Iglesia me ofrece unas perspectivas en
las que sencillamente no había reparado.
Siempre hemos insistido en que Dios elevó a la dignidad de Sacramento el mismo instituto natural, y es verdad, porque lo uno no está reñido con lo otro, pero tenemos que esforzarnos en descubrir también los
aspectos de la civilización del amor en la entrega de Jesucristo a la Iglesia
para hacerla más bella, más hermosa, y así lograr que ese símbolo, que
Pablo ha puesto de manifiesto en la Epístola a los Efesios, sea verdaderamente un paradigma de crecimiento de la imagen cristiana del matrimonio, que asuma todos los valores naturales, pero que al mismo tiempo los
proyecte hacia una perfección que yo diría escatológica, con todos los valores de una fuerza inmensa que tiene la misión conyugal, la misión paterno-filial, materno-filial, etc.
De manera que sí, me gustaría que profundizáramos y hasta que se
hiciera un ensayo teórico, orientado por supuesto hacia la práctica, es
decir, hacia la pastoral sobre esta simbología del matrimonio como unión
de Cristo con la Iglesia, superando las metas excesivamente cercanas y
abriéndolo a una misión y a unas perspectivas de perfección muy grandes.
- Prof. Viola: È stata molto interessante questa sottolineatura dell’amore
come principio fondamentale della dottrina sociale della Chiesa e anche
della socialità umana, perché tradizionalmente la socialità, fin dai tempi
di Aristotele, è collocata nella ragione, è la razionalità dell’uomo che è
fondamento della socialità umana, perché, appunto, la razionalità implica
la conversazione tra gli uomini.
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Epistemología de las Ciencias Sociales.
La Doctrina Social de la Iglesia en el nuevo milenio
Tuttavia la Dottrina Sociale della Chiesa, che pure non è insensibile
a questo pensiero, a questa tradizione aristotelica, preferisce sottolineare
la dimensione dell’amore come fonte diretta della socialità. Ma non si
tratta di una posizione che si oppone a quella aristotelica. Basti pensare
che l’amore è proprio quello che S. Tommaso chiama “un appetito razionale”, una capacità di volgersi verso l’altro, ma alla luce della ragione.
Però, l’amore, pur non contraddicendo, anzi portando dentro di sé
l’esigenza della ragione, in un certo senso aggiunge qualche cosa d’importante, che nella ragione è ancora troppo implicito. Quest’aggiunta interessa direttamente il principio di socialità. Secondo me, una delle cose
che l’amore mette in primo piano riguarda il superamento della reciprocità
che è più legata alla ragione. È legata alla ragione la corrispettività, direi,
cioè l’equivalenza delle prestazioni fra gli uomini nelle relazioni umane.
L’amore ci dice che la benevolenza può andare anche al di là della
reciprocità e che nella vita sociale è necessario anche questa capacità di
andare al di là della reciprocità.
Oggi questo si nota sotto tanto aspetti, perché la carità è diffusa nel
mondo anche direi al di là di una etichetta strettamente cristiana. L’esigenza della benevolenza si ritrova da tanti punti di vista, anche ad esempio
nella sottolineatura dei diritti dell’altro, dei diritti della diversità, che naturalmente vanno al di là della mera equivalenza, “io concedo a te diritti
che sono uguali ai miei”. Il rispetto della diversità dell’altro richiede anche
una capacità di mettersi nei panni dell’altro, alla luce proprio di uno spirito
di carità, e in questo senso, veramente, la giustizia non può realizzarsi
senza la dimensione della carità, cosa che, ovviamente, in un pensatore
come Aristotele era sconosciuto, proprio perché è assente questa dimensione dell’amore, quell’amore che, appunto, Cristo stesso ci ha insegnato
nel momento in cui ama agli altri senza esigere per questo di essere ricambiato. Anzi, in un certo senso nei confronti di Dio non è mai possibile il
ricambio o l’equivalenza: se Dio ci ama, noi possiamo riamarlo, ma certamente, non allo stesso modo in cui Lui ama noi. Quindi l’amore di Dio
è già sproporzionato nella sua stessa essenza rispetto al nostro.
Ora, il fatto di parlare proprio dell’amore come principio di
socialità, cosa che fa la Dottrina Sociale della Chiesa, mi sembra
interessante da questo punto di vista, cioè dal punto di vista dell’apporto
in un certo senso originale che la Dottrina Sociale della Chiesa dà al
pensiero sociale.
- Mons. Serrano: Se quiera o no, para interpretar de alguna manera lo que
acaba de decir el profesor Viola en el marco de lo que nos ha dicho María
La Caridad en el orden social
María Benites, pp. 5-29
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Benites, yo creo que la palabra reciprocidad -como la ha empleado María
y como, si no recuerdo mal, la empleó el profesor Zamagni el año pasado- a lo mejor es una palabra demasiado extensa, puede haber una reciprocidad de la ley del Talión, y puede haber una reciprocidad de la
empatía que es la que a nosotros nos interesa, de ponernos en el lugar del
otro y que el otro se ponga en nuestro lugar y que se cree esta transmisión
de valores.
La relación no es una acción que nos transporte fuera de nuestra inmanencia, la relación es un crecimiento en el ser. Así, si yo veo una obra
de arte, no sólo veo, me hago mejor, me cultivo, hago crecer mi sentido
de la estética, pongo en mi ser algo que antes no existía. Y cuando esta relación se hace entre dos personas, nos enriquecemos mutuamente, y el
ideal es que la otra me enriquezca en la medida en que yo me enriquezco
con nuestra diversidad. Por eso la mística cristiana es muy importante,
no es aniquilante, ni transformante por asimilación total; Jesucristo vive
en mí, pero yo sigo viviendo con mi propia identidad. Cuando dice Pablo
“no soy el que vivo, vive Cristo en mí”, ello no impide que Jesucristo, por
decir así me respete, asumiendo mis valores, elevándolos, y yo asumiendo
los valores de Jesucristo y encarnándolos.
De manera que la palabra reciprocidad no quisiera que se entendiera en un sentido excesivamente nivelador, no es ese el problema, el
problema es enriquecernos, es crecer mutuamente y recíprocamente, no
en una unidimensionalidad, como diría Marcuse, sino creciendo los dos
a la vez, como programa, como meta, como modelo educativo, en fin,
con todos los aspectos que tiene una reciprocidad total, por decirlo de alguna manera, una reciprocidad enriquecedora en las dos partes. No se
trata de exigir al otro lo que el otro te da ni de establecer una especie de
ritmo comercial que no es absolutamente el propio de la afectividad y
amor humanos.
- Prof. Savagnone: Nella Enciclica è molto importante la valorizzazione
dell’eros, che spesso in passato veniva considerato come qualcosa di pericolosamente non cristiano. Il Papa sottolinea che l’eros è invece un
grande valore. Solo che quello che spesso oggi viene chiamato con questo
nome, non è l’eros vero, perché è quello del mondo pagano, una forza
che non è espressione delle persone, ma le annulla, le travolge in un
grande ciclo cosmico, asservendole alle esigenze della riproduzione della
specie. Il Papa ricorda che nel mondo antico la forza dell’eros cancellava
i volti delle persone perché l’unica vera divinità era la natura, e cita un fe24
Epistemología de las Ciencias Sociales.
La Doctrina Social de la Iglesia en el nuevo milenio
nomeno che era allora diffusissimo, la prostituzione sacra, praticata da
sacerdotesse che, attraverso l’unione sessuale, intendevano fare sperimentare l’estasi del divino. In questi rapporti, ovviamente, non c’era nulla di
ciò che possiamo chiamare amore personale.
E questo falso eros, come forza che omologa, che massifica, che
fonde tutto, è quello che spesso viene vissuto oggi nella nostra società, con
la differenza che oggi esso non serve più nemmeno a riprodurre la specie,
perché si è trovato il modo di annullare la sua stessa fecondità.
Il Papa mette ben in luce nell’enciclica che il vero eros, invece, è
una forza personale. L’eros è la struttura della persona che, come ha detto
bene Maria, è invece relazione a qualcosa che ci manca. E quindi, in qualche modo l’eros è una forza personalizzante. Lo è, però, a patto di non essere divinizzata, a patto cioè di essere espressione delle persone. L’eros
diventa, allora, una specie di linguaggio attraverso cui esse si possono
aprire l’una all’altra, e può diventare, da questo punto di vista, anche il
simbolo del dialogo tra l’uomo e Dio. Non per nulla nella Bibbia, per indicare questo rapporto tra la creatura e il Creatore, viene utilizzato il linguaggio sponsale.
Ora, tutto questo è molto attuale, perché noi oggi viviamo in una
società che omologa e spersonalizza i singoli, riducendoli a individui della
specie. Gli individui non sono necessariamente persone: anche i moscerini
in uno sciame sono individui. Viene meno, così, quello che il filosofo
francese Levinas chiama “il volto dell’altro”, il volto a cui noi ci rivolgiamo, che è ciò che ci apre l’uno all’altro e che è la garanzia della struttura sociale. La comunità è il contrario della massa, perché la massa
annulla le persone, in nome di forze cieche che le omologano, la comunità
è invece il modo in cui le persone si relazionano l’una all’altra.
E allora, anche il problema della reciprocità riceve il suo significato, perché la reciprocità non consiste nel ridursi reciprocamente l’uno
al modo di vedere dell’altro, ma, è accettare entrambi la sproporzione, la
novità, la meraviglia, lo stupore della presenza di un volto che è sempre
diverso da come io lo potrei immaginare. In questo senso, la reciprocità
è aprirsi l’uno al mistero dell’altro rinunciando a possederlo.
- Dr. Preusche: Me parece que el énfasis que pone la Encíclica además
está claramente reflejado en el compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, en el amor y la caridad, es una luz clarísima para la reflexión y para
el desarrollo de quienes nos preocupamos de un modo u otro, a través de
nuestro trabajo, de influir en la sociedad, no solamente de vivir en ella,
La Caridad en el orden social
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sino influir en ella. Y creo que así como es de una gran claridad el principio que propone y me parece que en este sentido es de un aporte excepcional, creo que queda muchísimo por trabajar para llevarlo a cuestiones
concretas.
Entonces quería cubrir estos dos puntos: uno, por qué es importante. Me parece que éste es un cambio notable respecto a cómo veníamos
pensando todos esos temas, es porque estos planteamientos, el énfasis en
el amor y la caridad, nos enfocan no tanto en el qué hacer sino en el cómo
hacerlo, no en qué lograr sino cómo lograrlo, o sea en los modos, en los
procesos. Y cuando hablamos de sociabilidad, relacionalidad, interacción,
estamos hablando de procesos dinámicos, Monseñor hablaba de mutuo
enriquecimiento, y es de mutuo enriquecimiento en la medida en que se
dan ciertas cosas como por ejemplo, escuchar, querer conocer, dialogar,
y pocas veces, creo yo, hemos prestado verdadera atención a estas características que tiene que tener el trabajo entre los hombres, y la Doctrina
Social de la Iglesia no nos plantea solamente qué hacer, sino cómo hacerlo, y me parece que eso es algo que tenemos la obligación de ir desarrollando cada vez más.
Como ejemplo creo que es muy interesante el que pone el Compendio como analogía de las relaciones sociales, aún cuando tiene sus limitaciones, y así lo pone, el de la familia como unidad social, donde en el
Compendio se dice que en la familia se da algo que es como el paradigma
de esta relación, que es la donación gratuita. Los padres donan la vida al
origen gratuitamente y no esperan nada a cambio y eso es lo que de algún
modo, sin estar diciéndoselo permanentemente a los hijos, queda como
unión permanente entre hijos y padres, y sin embargo no es lo único, pero
a partir de ahí podemos entender mejor por qué los modos después de
buscar el bien de los hijos tienen mucha importancia, porque un padre no
busca el bien de su hijo imponiéndoselo, sino educándolo, llevándolo de
la mano. Por eso creo que ahí es dónde se ve el verdadero amor, el amor
no es el padre que le impone al hijo algo, sino el que lo educa, el que le
enseña, sabemos cómo termina un hijo al que se le ha impuesto las cosas.
Lo mismo podemos aplicarlo a la sociedad, cuando queremos imponer un orden justo socialmente estamos tal vez logrando un objetivo
bueno en el corto plazo, pero no estamos creando las condiciones para
que eso se siga desarrollando en el tiempo. Es por eso que este énfasis en
el amor como el principio de las relaciones sociales creo que es extraordinario porque nos enfoca en la esencia de las mismas que es el dinamismo que tienen las relaciones entre los hombres.
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Epistemología de las Ciencias Sociales.
La Doctrina Social de la Iglesia en el nuevo milenio
Creo que, obviamente, hay mucho para desarrollar. María hacía referencia a que en la Encíclica, por ejemplo, uno de los ejemplos, cuando
en el segundo capítulo, en la segunda parte habla de “qué quiere decir
esto”, habla de servicio caritativo de la Iglesia. Una de las cosas que creo
que habría que desarrollar profundamente es que hay un servicio caritativo de los laicos, que es a través de su trabajo diario, intentando modificar
la sociedad en la que vivimos, es una dimensión distinta de la caridad,
pero finalmente es el mismo principio.
Cuando el profesor Zamagni nos ha hablado tantas veces de que,
por ejemplo, en la economía es tan importante la construcción de la confianza como esencia para que las interacciones sean mejores, de lo que
está hablando es de que en el modo de interrelación entre las personas
hay cosas en las que no hace falta ni siquiera tener un contrato porque se
sabe que están basadas en esto de buscar el bien del otro y no buscar el
mío primero, de estar dispuesto a escuchar, de estar dispuesto a dialogar,
ésa es la verdadera confianza, así se construye la confianza, y así como
se construye se puede destruir muy rápidamente.
Por eso me parece que el énfasis que nos da la Encíclica y el Compendio, poniendo de manifiesto el amor como punto de partida, es extraordinario y creo que tenemos una gran tarea por delante para
desarrollar, entonces, el cómo bajamos esto a los modos de interacción y
particularmente diría a la tarea del dirigente laico en la sociedad, el que
actúa en política, el que actúa en economía, el hombre de la cultura, que
a través de su accionar intenta modificar la sociedad.
- Dra. Archideo: Quisiera solo un comentario sobre dos aspectos de gran
actualidad que adquieren nueva luz al analizar el amor como principio
estructural del orden social.
Me refiero en primer lugar al amor que manifiesta la capacidad de
trascendencia del hombre, trascendencia que adquiere toda su profundidad y ‘espesura’ -como dijo María- en la trascendencia vertical hacia
Dios. Nos encontramos aquí con el tema de la libertad religiosa como el
ámbito en el que la persona puede realizar con radical profundidad su necesidad de ser amado y amar.
Por otra parte, resultó muy enriquecedor el considerar el principio
de subsidiariedad a la luz del amor como motor de la intersubjetividad de
la sociedad y expresión de relacionalidad múltiple que el hombre crea en
el ejercicio de su libertad, creatividad e inclinaciones.
La Caridad en el orden social
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Sin duda destaco el tema de la encarnación y sacramentalidad, tema
central de nuestro Fundador, el Padre Luis Ma. Etcheverry Boneo, que
ya tomó María.
- Dra. Benites: Muchas gracias por cada uno de los comentarios. Yo solo
quiero decir que me parece que, en relación a esta reflexión de Francesco
y a lo que le responde Monseñor Serrano, da ocasión de aclarar un punto,
porque efectivamente la reciprocidad, como tantos otros términos, también pasa con la solidaridad, tienen una carga jurídica muy grande que
puede llevarnos a conclusiones equivocadas respecto de estos temas, y
me parece muy interesante esta reciprocidad en la empatía de la que habla
Monseñor Serrano, porque también pone en luz otro aspecto. Quizás por
una excesiva mentalidad juridicista, de la cual ninguno de nosotros está
libre, buscamos que en las relaciones intersubjetivas, en definitiva, siempre haya una igualdad. Pensemos en relaciones en donde hay una gratuidad total, es decir, también ésas entran dentro de esta visión de la caridad
y está bien que existan porque hay situaciones humanas en donde lo que
corresponde es eso, un acto de absoluta gratuidad de un sujeto con otro
que no tiene ninguna posibilidad de reciprocar, para decirlo en estos términos, y es interesante decir, que en definitiva ambos hemos crecido,
ambos somos más, sea que hayamos dado o que hayamos recibido. No es
en ese plano donde hay que poner la reciprocidad sino en un plano más
profundo, ambos somos más y mejores personas y yo puedo también en
un momento dado de mi vida porque, y esto es algo profundamente cristiano, decía Francesco y con razón, en definitiva, yo qué le doy a Dios,
qué es lo que le puedo dar a Dios, mi relación con Dios es de absoluta…,
lo recibo todo, por más que pueda esforzarme nunca… También hay relaciones humanas donde esto se refleja y también esto tiene que estar presente en nuestra sociedad si realmente queremos hacer una sociedad más
conforme a la caridad, más humana, entonces muchas gracias por estas
aclaraciones.
Confieso que a mí también me impresionó mucho el modo como
el Papa presenta el eros en la Encíclica. Me impresionó muy bien y me
gustó muchísimo y creo que es un tema en el cual tenemos que seguir
pensando. También comparto todo lo que ha dicho Giuseppe, no tengo
nada que agregar, sólo agradecer sus reflexiones.
Y Alejandro, por supuesto, estoy de acuerdo, es importantísimo el
cómo hacemos las cosas y en este sentido la caridad nos da una serie de
indicaciones importantísimas. No renuncio a que también me diga el qué,
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La Doctrina Social de la Iglesia en el nuevo milenio
no renuncio “a priori”, porque creo que también la caridad nos puede
decir el qué muchas veces, un qué que no aparece a la luz de la justicia o
a la luz de otros criterios de discernimiento. Justamente en esta reciprocidad en la empatía, para incorporar ahora el término y que exprese lo
que queremos decir, en esto consiste el bien que puede aportar la caridad
y esto puede poner en luz muchos aspectos que hoy se nos escapan. Por
ejemplo, a mí me impresiona particularmente cómo se presenta hoy, que
ha sido uno de los ejemplos que vos pusiste, este tema de la aspiración a
la paternidad y a la maternidad en la sociedad de hoy. Se configura casi
como si fuera una especie de “ius ad rem”, es decir, hay un derecho al
hijo, y tengo derecho a ese hijo y lo puedo obtener por cualquier medio,
no importa, ni tampoco importa quién sea yo, si estoy en condiciones de
ser padre o de ser madre y en cambio nadie parece prestar atención al derecho de un niño a tener una familia, eso es poner el acento en esa dimensión relacional. Esto me está diciendo el qué, el amor me dice cuál debe
ser el objeto del orden jurídico, es decir, me agrega algo al qué, aunque
por supuesto también al cómo.
Aquí en Argentina hemos pasado por muchos debates, se ha sancionado el año pasado una ley de los derechos de los niños, niñas y adolescentes -es Ley de la Nación-, que, justamente, el gran problema que tiene
es que considera que el niño es un individuo que no tiene familia, por lo
tanto, es objeto de la tutela del Estado. A mi modo de ver es un problema
gravísimo realmente y la perspectiva del amor, de la caridad, en cambio
puede poner esto en relación desde otra perspectiva. Es un ejemplo, no
quiero en este sentido extenderme.
Y la gratuidad de la paternidad, sí, es verdad, las deudas con los padres son deudas impagables, sin duda, pero también es verdad que en esa
paternidad, en esa relación de padre a hijo, ambos son más personas, también el padre desde esta perspectiva de la reciprocidad en la empatía.
- Dra. Archideo: Muchas gracias María, y gracias a todos por sus
reflexiones.
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