Era un niño más que intentaba alcanzar la isla griega de Kos. Su familia pagó cerca de mil dólares a los traficantes por cada una de las plazas del bote. Eran seis, pero el mar se cobró la vida de cuatro. Tres de ellos eran niños. Ninguno llevaba chaleco salvavidas. No sabían nadar. El mar los engulló de un trago y los escupió sobre la arena, donde un guardia costero recogió sus cuerpos con cuidado. El mundo sabe hoy que el niño sin nombre se llama Aylan Kurdi, tenía tres años y murió junto a su hermano de cinco (Galip) y junto a su madre. Con ellos viajaba también Zeynep Abbas Hadi, madre de cuatro hijos, tres de los cuales nunca se levantaron de la orilla. ____________________________________________________ Lo normal a los tres años es verlos en la orilla con el bañador y no vestidos. Lo normal es verlos dando saltos y no tumbados de este modo: boca abajo y de lado, como escuchando el latido de la tierra. Si es que ésta tiene todavía corazón. Lo normal a los tres años es que te hagas el muerto y no que lo seas, que sea divertido mojarte, que prefieras las olas grandes a las pequeñas, que le pidas al hermano mayor que te entierre vivo para que saques la cabeza y después, con el cuerpo embadurnado en arena, corras muy deprisa hacia el mar. Lo normal a los tres años es que poses para una foto en un lugar como éste que ven y que nadie tenga que pixelarte la cara. La fotografía de Nilufer Demir ya forma parte del álbum migratorio de la infamia: un niño varado en la playa como si fuera un ballenato en pantalones cortos. Si querían una imagen que de verdad nos salpicara como el ácido, si querían una imagen evocadora del horror, aquí tienen una: para algunos críos el estío no es una tumbona; es una tumba. ________________________________________ Me acuerdo de la subsahariana Josephine, que estuvo una semana dándole sus propios orines a su hija Chioma en una patera, de camino a Canarias, hasta que al séptimo día no resucito. Me acuerdo de los que viven sin boya. Y también me acuerdo de aquella otra imagen cotidiana... Creo que tengo una foto tuya con una composición parecida, sólo que posando a gatas mirando al mar de Conil. Sonriendo. Lo normal a los tres años. No vas a entender la fotografía. Pero quiero que la mires y no olvides una cosa: ya te he dicho mil veces, hijo, que en las playas de verano puede hacer un frío hondo y oscuro. Un amigo me comentó hace tiempo, medio en serio medio en broma, que una de las pruebas más palpables de la existencia de Dios es que el hombre permanece sobre la Tierra. Porque alguien tiene que estar sosteniendo a esta especie que lleva desde el inicio del mundo intentando autodestruirse y todavía no lo ha conseguido. Hay momentos en los que me vale ese razonamiento y éste es uno de ellos. Otros piensan lo contrario, que las guerras y las tremendas desgracias que conllevan no pueden ser permitidas por un ser plenamente bondadoso y, por tanto, ese ser es una entelequia. Recuerdo aquel grito del Papa alemán al visitar el campo de exterminio de Auschwitz: «¿Por qué, Señor, permaneciste callado?» Amigo lector, no sé cuál de estos dos pensamientos le traerá la fotografía del niño…. Pero crea en Dios o no, esa imagen desasosegante y excepcional nos debería obligar a pararnos unos segundos a reflexionar sobre esa casi ilimitada capacidad que tiene el ser humano de hacerse daño. Ese niño y su familia nos tocan hoy la conciencia por la crudeza de esa imagen que tardará tiempo de irse de nuestros pensamientos. Pero Nilufer tiene que ser para dirigentes y ciudadanos de a pie el símbolo que nos recuerde a todas las víctimas de la violencia, desde las mujeres agredidas, cristianos decapitados o homosexuales arrojados al vacío….., pasando por todos los perseguidos en países en los que no existe la libertad. …. soy optimista y pienso que esta generación también dejará a la posterior un mundo mejor, como ha ocurrido casi siempre en la Historia. Pero, a la vez, también creo que el mayor grado de educación y de bienestar conseguido por una parte de los ciudadanos debe hacer mucho más responsables en nuestra relación con los que tienen menos y viven peor o, simplemente, malviven. Y no hace falta irse muy lejos. vicentelozano