El apostolado

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mentalidad nueva
El apostolado
Pensamientos 146 - septiembre de 2015
El apostolado
Para colaborar en la conversión de la humanidad a
la Buena Noticia del Evangelio, debemos arriesgarnos y
entregar la propia vida.
Pero si el Señor no abre el corazón del ser humano, no
hay nada que hacer. Está claro que Dios quiere salvar a
to­dos en Cristo y en la Iglesia, pero es necesario que uno,
con humildad, quiera recibir el don de la redención. Con
todo, el apostolado sólo alcanza su objetivo con la ayuda
de Jesús.
En el caso de persecuciones dentro de ambientes re­li­
gio­sos, hay que reaccionar siempre amando.
fundador del Seminario del Pueblo de Dios
GLOSA
Dios habla al pueblo escogido a través de los acontecimientos de su
historia, que son leídos e interpretados por los profetas y por los autores
sagrados, gracias a los cuales han llegado hasta nosotros. Hablamos de
las hazañas que Israel guarda en la memoria como intervención divina,
es decir, de la Historia de Salvación, que tiene su momento culminante
en Jesucristo, el Hijo de Dios hecho carne.
¿Cuál es la pretensión divina a lo largo de esta historia? Dios quiere
sal­var a todos en Cristo y en la Iglesia, como dice Casanovas en el texto
que glosamos. El amor de Dios se expresa en su deseo de felicidad para
todo hombre y toda mujer, y esta bienaventuranza pasa por la mediación
de la Iglesia, ya que la comunidad cristiana, a pesar de ser conformada
por hombres y mujeres llenos de defectos y limitaciones, es el Cuerpo
de Cristo que continúa la obra salvífica en el mundo, no por sus méritos
sino por la gracia de Dios.
Somos estos cristianos, y desde nuestra pobreza personal y la riqueza
de ser otro Cristo, que tenemos la responsabilidad de colaborar en la
con­versión de la humanidad y así contribuir con nuestro grano de arena
en la historia de salvación. Pues la vocación que hemos recibido, radica
en ser portadores de la Buena Noticia del Evangelio, que se traduce en
ser presencia del Resucitado en la comunidad eclesial para ofrecerla a
todo el mundo.
Sin embargo, dar testimonio del amor de Jesús no es un puro espiri­
tua­lismo, sino que significa hacerle visible, audible, palpable, para que
entre por los sentidos. El papa Francisco el día seis de abril en la oración
del Regina Coeli decía: «La buena nueva de la resurrección debería ma­
nifestarse en nuestro rostro, en nuestros sentimientos y actitudes, en la
forma en que tratamos a los demás.» Es así como Jesús podrá abrir los
co­razones de las personas y obrar en ellas una verdadera conversión.
Esto conlleva, como seguidores del Crucificado, que debemos arriesgarnos y entregar la propia vida. No valen aquí las actitudes mediocres,
ni las tibiezas o los cansancios, sino que se nos exige una caridad plena,
enamorada, la que nunca pone límites.
Junto a esta experiencia radical y apasionada, en el creyente debe
formarse una conciencia contemplativa, de sana pasividad. Sin embargo,
si el Señor no abre el corazón del ser humano, no hay nada que hacer. Debe­
mos tener muy claro que la fecundidad apostólica es obra de Dios; Él es
quien hace nacer y crecer el amor en cada criatura que, humildemente,
quiera recibir el don de la redención.
Esto nos pone en nuestro lugar, porque el apostolado nunca puede
traducirse en darse uno a sí mismo ni en contar siquiera con las propias
fuerzas o capacidades. Es la insistencia de Francesc Casanovas: el apostolado sólo alcanza su objetivo con la ayuda de Jesús, como el mismo Cristo
nos dijo: «Separados de mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5b).
Y Jesús fue el primero en quedarse sin nada, y pudo decirnos cuán
grande es el Amor del Padre. Así, pues, para dar testimonio del amor mu­
tuo, debe ser sacrificado todo, como hizo Jesús: «Como yo os he amado»
(Jn 15,12). El apóstol san Pablo nos dirá: «Me he hecho todo a todos para
a toda costa salvar a algunos» (1Co 9,22b).
Debemos vivir esta experiencia incluso ante las persecuciones: las que
pueden venir de fuera (hoy muchos son asesinados por el solo hecho de
ser cristianos), pero también las que puedan venir de dentro, de la misma
comunidad cristiana. Casanovas nos pone en estado de alerta y nos dice,
de una manera clara y contundente: En el caso de persecuciones dentro de
ambientes religiosos, hay que reaccionar siempre amando. El amor suaviza
las heridas y las cura.
Por ello, en la vida apostólica es imprescindible la oración, que es la
única fuerza por la que el amor se convierte en incansable y constante.
Para los cristianos amar es como respirar; cada día y en cada momento
debemos empezar de nuevo, como si fuera el único momento.
Manel Serradell
Seminario del Pueblo de Dios
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Tel. 93 301 14 16
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